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sábado, 30 de junio de 2012

Creo en el Espíritu Santo

“Creo en el Espíritu Santo” es la expresión que dice el Credo, que hoy nos convoca. Es la fe en la tercera persona de la Santísima Trinidad, donde vamos a detenernos para reflexionar juntos, para orar juntos desde este lugar donde Dios viene a habitar y a quedarse en nosotros.

Ahora se abre el espacio para la buena noticia, el Espíritu Santo nos habita interiormente.

“Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios" Pues bien, su Espíritu que lo revela nos hace conocer a Cristo, su Verbo, su Palabra viva, pero no se revela a sí mismo. El que "habló por los profetas" nos hace oír la Palabra del Padre. Pero a él no le oímos. No le conocemos sino en la obra mediante la cual nos revela al Verbo y nos dispone a recibir al Verbo en la fe. El Espíritu de verdad que nos "desvela" a Cristo "no habla de sí mismo". Un ocultamiento tan discreto, propiamente divino, explica por qué "el mundo no puede recibirle, porque no le ve ni le conoce", mientras que los que creen en Cristo le conocen porque él mora en ellos.

La Iglesia, comunión viviente en la fe de los Apóstoles , es el lugar de nuestro conocimiento del Espíritu Santo:

– en las Escrituras que Él ha inspirado;
– en la Tradición, de la cual los Padres de la Iglesia son testigos siempre actuales;
– en el Magisterio de la Iglesia, al que Él asiste;
– en la liturgia sacramental, a través de sus palabras y sus símbolos, en donde el Espíritu Santo nos pone en comunión con Cristo;
– en la oración en la cual Él intercede por nosotros;
– en los carismas y ministerios mediante los que se edifica la Iglesia;
– en los signos de vida apostólica y misionera;
– en el testimonio de los santos, donde Él manifiesta su santidad y continúa la obra de la salvación.

La misión del Hijo y del Espíritu Santo es conjunta, y el Espíritu viene a mostrarnos el rostro de Jesús.

Si tuvieras que decir lo que el Espíritu Santo ha obrado en tu vida, ¿a qué lo referirías concretamente?

Aquel al que el Padre ha enviado a nuestros corazones, el Espíritu de su Hijo es realmente Dios. Consubstancial con el Padre y el Hijo, es inseparable de ellos, tanto en la vida íntima de la Trinidad como en su don de amor para el mundo. Pero al adorar a la Santísima Trinidad vivificante, consubstancial e indivisible, la fe de la Iglesia profesa también la distinción de las Personas. Cuando el Padre envía su Verbo, envía también su Aliento: misión conjunta en la que el Hijo y el Espíritu Santo son distintos pero inseparables. Sin ninguna duda, Cristo es quien se manifiesta, Imagen visible de Dios invisible, pero es el Espíritu Santo quien lo da a conocer.

Es como una suave brisa, es como un aceite que penetra en lo más profundo de una textura, el Espíritu es como fuego, como una paloma. Todas son imágenes que hablan de una presencia suave en su forma de comunicarse. Para darle la bienvenida hay que tener una predisposición interior que debemos trabajar para que lo que resulta casi imperceptible se haga para nosotros consciente de su estar y desde ese vínculo de cercanía y de amistad, aprender de él y dejarnos llevar por él a aquellos lugares donde la humanidad y el mundo comienza a ser distinto, la presencia de Cristo en su totalidad, cabeza y cuerpo. En la humanidad en cuánto más allá del ámbito de la Iglesia, las semillas del Verbo encarnado están presentes con los valores escondidos en el mensaje total de Jesús, diseminados por todas partes.

El Espíritu nos puede dar esa mirada profunda de la presencia de Cristo en todo y en todos. Solamente por el Espíritu podemos penetrar desde Jesús a la realidad en toda su profundidad.

Él ha venido a dárnoslo a conocer.

La noción de la unción sugiere que no hay ninguna distancia entre el Hijo y el Espíritu. En efecto, de la misma manera que entre la superficie del cuerpo y la unción del aceite ni la razón ni los sentidos conocen ningún intermediario, así es inmediato el contacto del Hijo con el Espíritu, de tal modo que quien va a tener contacto con el Hijo por la fe tiene que tener antes contacto necesariamente con el óleo. En efecto, no hay parte alguna que esté desnuda del Espíritu Santo. Por eso es por lo que la confesión del Señorío del Hijo se hace en el Espíritu Santo por aquellos que la aceptan, viniendo el Espíritu desde todas partes delante de los que se acercan por la fe. Es un camino de unción.

El catecismo nos enseña que el nombre propio del Espíritu Santo, tal es el nombre propio de Aquel que adoramos y glorificamos con el Padre y el Hijo. La Iglesia ha recibido este nombre del Señor y lo profesa en el Bautismo de sus nuevos hijos.

El término "Espíritu" traduce el término hebreo Ruah, que en su primera acepción significa soplo, aire, viento. Jesús utiliza precisamente la imagen sensible del viento para sugerir a Nicodemo la novedad transcendente del que es personalmente el Soplo de Dios, el Espíritu divino. Por otra parte, Espíritu y Santo son atributos divinos comunes a las Tres Personas divinas. Pero, uniendo ambos términos, la Escritura, la liturgia y el lenguaje teológico designan la persona inefable del Espíritu Santo, sin equívoco posible con los demás empleos de los términos "espíritu" y "santo".

Que el Espíritu Santo venga a traducir en nosotros el rostro velado de Cristo al que esperamos para acercarnos sus gracias.

El Espíritu Santo tiene varios apelativos. Jesús, cuando anuncia y promete la venida del Espíritu Santo, le llama el "Paráclito", literalmente "aquel que es llamado junto a uno", "Paráclito" se traduce habitualmente por "Consolador", siendo Jesús el primer consolador. El mismo Señor llama al Espíritu Santo "Espíritu de Verdad". Además de su nombre propio, que es el más empleado en el libro de los Hechos y en las cartas de los Apóstoles, en San Pablo se encuentran los siguientes apelativos: el Espíritu de la promesa el Espíritu de adopción, el Espíritu de Cristo, el Espíritu del Señor, el Espíritu de Dios , y en San Pedro, el Espíritu de gloria.

El agua, la unción, el fuego, la nube, la luz, el sello, la mano, el dedo, la paloma son los símbolos que utiliza el Espíritu Santo como una forma de hacerse presente en medio nuestro.

(fuente: www.radiomaria.org.ar)

viernes, 29 de junio de 2012

San Pedro, el primer sucesor de Cristo en la Tierra

- La vocación de Pedro.
- El primero de los discípulos de Jesús.
- Su fidelidad hasta el martirio.

I. Simón Pedro, como la mayor parte de los primeros seguidores de Jesús, era de Betsaida, ciudad de Galilea, en la ribera del lago de Genesaret. Era pescador, como el resto de su familia. Conoció a Jesús a través de su hermano Andrés, quien poco tiempo antes, quizá el mismo día, había estado con Juan toda una tarde en su compañía. Andrés no guardó para sí el inmenso tesoro que había encontrado, "sino que lleno de alegría corrió a contar a su hermano el bien que había recibido" (1).

Llegó Pedro ante el Maestro. Intuitus eum Iesus..., mirándolo Jesús... El Maestro clavó su mirada en el recién llegado y penetró hasta lo más hondo de su corazón. ¡Cuánto nos hubiera gustado contemplar esa mirada de Cristo, que es capaz de cambiar la vida de una persona! Jesús miró a Pedro de un modo imperioso y entrañable. Más allá de este pescador galileo, Jesús veía toda su Iglesia hasta el fin de los tiempos. El Señor muestra conocerle desde siempre: ¡Tú eres Simón, el hijo de Juan! Y también conoce su porvenir: Tú te llamarás Cefas, que quiere decir Piedra. En estas pocas palabras estaban definidos la vocación y el destino de Pedro, su quehacer en el mundo.

Desde los comienzos, "la situación de Pedro en la Iglesia es la de roca sobre la que está construido un edificio" (2). La Iglesia entera, y nuestra propia fidelidad a la gracia, tiene como piedra angular, como fundamento firme, el amor, la obediencia y la unión con el Romano Pontífice; "en Pedro se robustece la fortaleza de todos" (3), enseña San León Magno. Mirando a Pedro y a la Iglesia en su peregrinar terreno, se le pueden aplicar las palabras del mismo Jesús: cayeron las lluvias y los ríos salieron de madre, y soplaron los vientos y dieron con ímpetu sobre aquella casa, pero no fue destruida porque estaba edificada sobre roca (4), la roca que, con sus debilidades y defectos, eligió un día el Señor: un pobre pescador de Galilea, y quienes después habían de sucederle.

El encuentro de Pedro con Jesús debió de impresionar hondamente a los testigos presentes, familiarizados con las escenas del Antiguo Testamento. Dios mismo había cambiado el nombre del primer Patriarca: Te llamarás Abrahán, es decir, Padre de una muchedumbre (5). También cambió el nombre de Jacob por el de Israel, es decir, Fuerte ante Dios (6). Ahora, el cambio de nombre de Simón no deja de estar revestido de cierta solemnidad, en medio de la sencillez del encuentro. "Yo tengo otros designios sobre ti", viene a decirle Jesús.

Cambiar el nombre equivalía a tomar posesión de una persona, a la vez que le era señalada su misión divina en el mundo. Cefas no era nombre propio, pero el Señor lo impone a Pedro para indicarla función de Vicario suyo, que le será revelada más adelante con plenitud (7). Nosotros podemos examinar hoy en la oración cómo es nuestro amor con obras al que hace las veces de Cristo en la tierra: si pedimos cada día por él, si difundimos sus enseñanzas, si nos hacemos eco de sus intenciones, si salimos con prontitud en su defensa cuando es atacado o menospreciado. ¡Qué alegría damos a Dios cuando nos ve que amamos, con obras, a su Vicario aquí en la tierra!

II. Este primer encuentro con el Maestro no fue la llamada definitiva. Pero desde aquel instante, Pedro se sintió prendido por la mirada de Jesús y por su Persona toda. No abandona su oficio de pescador, escucha las enseñanzas de Jesús, le acompaña en ocasiones diversas y presencia muchos de sus milagros. Es del todo probable que asistiera al primer milagro de Jesús en Caná, donde conoció a María, la Madre de Jesús, y después bajó con Él a Cafarnaún. Un día, a orillas del lago, después de una pesca excepcional y milagrosa, Jesús le invitó a seguirle definitivamente (8). Pedro obedeció inmediatamente -su corazón ha sido preparado poco a poco por la gracia- y, dejándolo todo -relictis omnibus-, siguió a Cristo, como el discípulo que está dispuesto a compartir en todo la suerte del Maestro.

Un día, en Cesarea de Filipo, mientras caminaban, Jesús preguntó a los suyos: Vosotros, ¿quién decís que soy Yo? Respondió Simón Pedro y dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo (9). A continuación, Cristo le promete solemnemente el primado sobre toda la Iglesia (10). ¡Cómo recordaría entonces Pedro las palabras de Jesús unos años antes, el día en que le llevó hasta Él su hermano Andrés: Tú te llamarás Cefas ...! Pedro no cambió tan rápidamente como había cambiado de nombre. No manifestó de la noche a la mañana la firmeza que indicaba su nuevo apelativo. Junto a una fe firme como la piedra, vemos en Pedro un carácter a veces vacilante. Incluso en una ocasión Jesús reprocha al que va a ser el cimiento de su Iglesia que es para él motivo de escándalo (11). Dios cuenta con el tiempo en la formación de cada uno de sus instrumentos y con la buena voluntad de éstos. Nosotros, si tenemos la buena voluntad de Pedro, si somos dóciles a la gracia, nos iremos convirtiendo en los instrumentos idóneos para servir al Maestro y llevar a cabo la misión que nos ha encomendado. Hasta los acontecimientos que parecen más adversos, nuestros mismos errores y vacilaciones, si recomenzamos una y otra vez, si acudimos a Jesús, si abrimos el corazón en la dirección espiritual, todo nos ayudará a estar más cerca de Jesús, que no se cansa de suavizar nuestra tosquedad. Y quizá, en momentos difíciles, oiremos como Pedro: hombre de poca fe, ¿por qué has dudado? (12). Y veremos junto a nosotros a Jesús, que nos tiende la mano.

III. El Maestro tuvo con Pedro particulares manifestaciones de aprecio; no obstante, más tarde, cuando Jesús más le necesitaba en momentos particularmente dramáticos, Pedro renegó de Él, que estaba solo y abandonado. Después de la Resurrección, cuando Pedro y otros discípulos han vuelto a su antiguo oficio de pescadores, Jesús va especialmente en busca de él, y se manifiesta a través de una segunda pesca milagrosa, que recordaría en el alma de Simón aquella otra en la que el Maestro le invitó definitivamente a seguirle y le prometió que sería pescador de hombres. Jesús les espera ahora en la orilla y usa los medios materiales -las brasas, el pez...- que resaltan el realismo de su presencia y continúan dando el tono familiar acostumbrado en la convivencia con sus discípulos. Después de haber comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?... (13).

Después, el Señor anunció a Simón: En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven te ceñías tú mismo e ibas a donde querías; pero cuando envejezcas extenderás tus manos y otro te ceñirá y llevará a donde no quieras (14). Cuando escribe San Juan su Evangelio esta profecía ya se había cumplido; por eso añade el Evangelista: Esto lo dijo indicando con qué muerte había de glorificar a Dios. Después, Jesús recordó a Pedro aquellas palabras memorables que un día, años atrás, en la ribera de aquel mismo lago, cambiaron para siempre la vida de Simón: Sígueme.

Una piadosa tradición cuenta que, durante la cruenta persecución de Nerón, Pedro salía, a instancias de la misma comunidad cristiana, para buscar un lugar más seguro. Junto a las puertas de la ciudad se encontró a Jesús cargado con la Cruz, y habiéndole preguntado Pedro: "¿A dónde vas, Señor?" (Quo vadis, Domine?), le contestó el Maestro: "A Roma, a dejarme crucificar de nuevo". Pedro entendió la lección y volvió a la ciudad, donde le esperaba su cruz. Esta leyenda parece ser un eco último de aquella protesta de Pedro contra la cruz la primera vez que Jesús le anunció su Pasión (15). Pedro murió poco tiempo después. Un historiador antiguo refiere que pidió ser crucificado con la cabeza abajo por creerse indigno de morir, como su Maestro, con la cabeza en alto. Este martirio es recordado por San Clemente, sucesor de Pedro en el gobierno de la Iglesia romana (16). Al menos desde el siglo III, la Iglesia conmemora en este día, 29 de junio, el martirio de Pedro y de Pablo (17), el dies natalis, el día en que de nuevo vieron la Faz de su Señor y Maestro.

Pedro, a pesar de sus debilidades, fue fiel a Cristo, hasta dar la vida por Él. Esto es lo que le pedimos nosotros al terminar esta meditación: fidelidad, a pesar de las contrariedades y de todo lo que nos sea adverso por el hecho de ser cristianos. Le pedimos la fortaleza en la fe, fortes in fide (18), como el mismo Pedro pedía a los primeros cristianos de su generación. "¿Qué podríamos nosotros pedir a Pedro para provecho nuestro, qué podríamos ofrecer en su honor sino esta fe, de donde toma sus orígenes nuestra salud espiritual y nuestra promesa, por él exigida, de ser fuertes en la fe?" (19).

Esta fortaleza es la que pedimos también a Nuestra Madre Santa María para mantener nuestra fe sin ambigüedades, con serena firmeza, cualquiera que sea el ambiente en que hayamos de vivir.

(1) SAN JUAN CRISOSTOMO, en Catena Aurea, vol. VII, p. 113.- (2) PABLO VI, Alocución 24-XI-1965.- (3) SAN LEON MAGNO, En la fiesta de San Pedro Apóstol, Homilía 83, 3.- (4) Mt 7, 25.- (5) Cfr. Gen 17, 5.- (6) Cfr. Gen 32, 28.- (7) Cfr. Mt 16, 16-18.- (8) Cfr. Lc 5, 11.- (9) Mt 16, 15-16.- (10) Mt 16, 18-19.- (11) Cfr. Mt 16, 23.- (12) Mt 14, 31.- (13) Jn 21, 15 ss.- (14) Jn 21, 18-19.- (15) Cfr. O. HOPHAN, Los Apóstoles, Palabra, Madrid 1982, p. 88.- (16) Cfr. PABLO VI, Exhor. Apost. Petrum et Paulum, 22-II-1967.- (17) JUAN PABLO II, Angelus 29-VI-1987.- (18) 1 Pdr 5, 9.- (19) PABLO VI, Exhort. Apost. Petrum et Paulum.

* Solemnidad de los primeros tiempos del Cristianismo. "Los Apóstoles Pedro y Pablo son considerados por los fieles cristianos, con todo derecho, como las primeras columnas -no sólo de la Santa Sede romana-, sino además de la universal Iglesia de Dios vivo, diseminada por el orbe de la tierra" (Pablo VI). Fundadores de la Iglesia de Roma, Madre y Maestra de las demás comunidades cristianas, fueron quienes impulsaron su crecimiento con el supremo testimonio de "su martirio, padecido en Roma con fortaleza: Pedro, a quien Nuestro Señor Jesucristo eligió como fundamento de su Iglesia y Obispo de esta esclarecida ciudad, y Pablo, el Doctor de las gentes, maestro y amigo de la primera comunidad aquí fundada" (Pablo VI).

(fuente: www.mercaba.org)

jueves, 28 de junio de 2012

¿Son compatibles la Biblia y la evolución?

¿Son armonizables evolución y creación? ¿Qué se entiende hoy por creacionismo científico? ¿En qué momento apareció?

Podemos comenzar a responder a estas cuestiones afirmando que el creacionismo científico surgió como reacción ante el pujante evolucionismo materialista, una filosofía nociva para las ideas religiosas y morales de la sociedad americana. Su génesis se encuentra en la actividad de algunos grupos de fundamentalistas protestantes que se organizaron emprendiendo una amplia campaña con la que pretendían conseguir dos objetivos básicos: por una parte, mostrar que la Biblia proporciona conocimientos científicos acerca de la creación y que serían contrarios a las hipótesis evolucionistas; y, por otra, conseguir legalmente que en las clases de ciencia natural que se dan en las escuelas, junto con las teorías evolucionistas, se explique también, dedicando igual tiempo, el creacionismo como concepción alternativa.

La mentalidad de los creacionistas científicos se explica por la confluencia de tres factores. Uno es el fundamentalismo protestante que interpreta la Biblia de modo excesivamente literal y que, por tanto, fácilmente considera como científicas algunas informaciones que deben ser entendidas en el contexto del estilo empleado en esas narraciones. Así, el obispo anglicano de Armagh, Usher, a finales del siglo XVII, decidió, basándose en textos bíblicos, que el mundo había sido hecho en el 4004 a. C., cálculo que debió de parecer poco interesante a teólogos de mayor envergadura. Otro factor es la historia de los Estados Unidos, que incluye contrastes ideológicos que se remontan a las causas y efectos de la guerra civil y que no han desaparecido por completo. Y un tercero es que, de hecho, se difunden tesis evolucionistas de tipo materialista y relativista, que se presentan como científicas pero realmente son extrapolaciones injustificadas carentes de base científica. El anti-evolucionismo es ya antiguo en grupos del Sur de los Estados Unidos. Después de la guerra civil no se consiguió una unidad religiosa. Los del Sur acusaban a los del Norte de estar infectados por un “espíritu liberal” que se manifestaría, por ejemplo, en afirmar, según el “espíritu” y no la “letra” de la Biblia, que debía condenarse la esclavitud. El Sur perdió la guerra, pero no estaba dispuesto a perder sus ideas, y se mantenía firme en convicciones que parecían tradicionales frente a la laxitud de los del Norte.

Henry M. Morris, antiguo profesor universitario, doctorado en Hidráulica, y un grupo de creacionistas como él, en 1963, organizaron la Sociedad para la Investigación de la Creación. En 1972, fundó el Institute for Creation Research (“Instituto para la Investigación de la Creación”, ICR) de San Diego, institución privada no lucrativa, cuyo objetivo original es publicar literatura creacionista y hacer campaña en las escuelas públicas en favor de las interpretaciones escriturísticas de los orígenes humanos. A pesar de presentarse como una organización de carácter apolítico y aconfesional, el ICR exige a todos sus miembros una confesión de fe sobre el fijismo de las especies creadas, la universalidad del diluvio y la realidad histórica de la Creación, según el Génesis. En 1981, Morris obtuvo la aprobación oficial para la escuela superior, que ofrece títulos en Ciencias de la Educación, Geología, Astrofísica, Geofísica y Biología. En 1986, consiguió trasladarse del campus de Christian Heritage College, en el Cajón, California, a su actual campus. Puesto que el ICR no está refrendado por la Western Association of Schools and Colleges, las escuelas más acreditadas no reconocerán sus títulos ni aceptarán sus créditos de clase para un traslado de matrícula.

El profesor Morris ha dicho que no es su intención solicitar un refrendo de la Western Association, a la que califica de “organización secular, muy comprometida con la teoría evolucionista”. Y añade: la Biblia es “nuestro libro de texto sobre la ciencia del creacionismo” pues “estamos totalmente constreñidos a lo que Dios ha considerado adecuado decirnos y esa información es su palabra escrita.” Y, en otro lugar: “Si el hombre desea saber algo acerca de la creación, su única fuente de información verdadera es la revelación divina”. De tal modo, que la creación habría tenido lugar en días de 24 horas, excluyendo absolutamente toda evolución. Esta perspectiva es compartida por importantes teólogos protestantes de Princeton, como Benjamin Warfield, Duane Gish, el reverendo Jerry Falwell y el Sínodo luterano de Missouri, de donde surgió un buen grupo de colaboradores de Henry Morris para organizar el “creacionismo científico” en 1963. Estos autores intentan poner de manifiesto el gran número de verdades científicas que han permanecido ocultas en sus páginas durante 30 siglos o más, y han puesto en el candelero este movimiento antes minoritario en los Estados Unidos, desde donde se ha difundido por todo el mundo.

Morris desautoriza abiertamente la biología evolucionista en uno de los libros en que ha colaborado, The Bible Has the Answer (“La Biblia tiene la respuesta”), donde se califica la “evolución” no sólo de “antibíblica y anticristiana, sino de absolutamente acientífica, además de imposible. Pero ha servido, efectivamente, de base pseudocientífica para el ateísmo, el agnosticismo, el socialismo, el fascismo y numerosas otras filosofías falsas y peligrosas de los últimos cien años”.

Parece que estas corrientes, que han confluido en el “creacionismo científico”, ven en el evolucionismo un poderoso aliado del materialismo moderno que pretende difundir a gran escala una visión relativista y atea que socava los fundamentos mismos de la civilización humana. George Marsden, profesor de Historia en Michigan, afirma que los creacionistas científicos han identificado correctamente el contenido materialista de gran impacto social que se presenta apoyado en el evolucionismo. Cita como ejemplo la popular serie televisiva Cosmos, de Carl Sagan, que trasluce una clara visión anti-creacionista. Y señala que los creacionistas han percibido esa filosofía nociva para las ideas religiosas y morales básicas de la civilización, concluyendo, aunque no justificando, que “los defensores dogmáticos de mitologías evolucionistas anti-sobrenaturalistas constituyen una invitación a responder del mismo modo”.

En la práctica, el creacionismo utiliza argumentos basados en el razonamiento lógico de que, si la teoría evolucionista tiene fallos y puntos débiles o no puede dar razón de algunos hechos, quedaría demostrado que el creacionismo es correcto. Sus argumentos suponen que sólo existen dos opciones: el creacionismo o el evolucionismo darwinista. Los creacionistas científicos se han servido de los debates evolucionistas recientes como pretexto para afirmar que el darwinismo está a punto de ser destruido, con lo cual su posición quedaría como la única alternativa razonable. Sin embargo, no han tenido en cuenta que el deseo de proponer y discutir nuevas hipótesis, lejos de anunciar el inminente colapso de una teoría, se considera, en general, como un signo de vitalidad científica. La hipótesis creacionista, en cambio, armoniza bastante mal -literalmente entendida- con los datos científicos. Como la mayor parte de los creacionistas sostienen que el mundo fue creado casi instantáneamente hace unos pocos miles de años, ellos se oponen no sólo a la teoría de la evolución, sino a toda interpretación científica del pasado. Si prevaleciera esta posición, la Geología, la Paleontología, la Arqueología e incluso la Cosmología deberían reformularse de forma que la ciencia retornaría a un marco teórico propio del S. XVIII.

En el otro bando de la contienda, se encuentra el evolucionismo radical. Sus defensores han visto en las teorías evolucionistas la prueba científica de que no es admisible la creación. El origen del universo y del hombre se explican sin necesidad de recurrir a la existencia de un Dios creador, noción que ha sido superada por el avance científico. El hombre no es más que un producto de la evolución al azar de la materia, y los valores humanos son algo casual y relativo, ya que están en función de las condiciones en que se ha realizado dicha evolución material. Con estos presupuestos, las iniciativas jurídicas y educativas de los creacionistas han sido contrarrestadas directa y contundentemente por los defensores del evolucionismo. Por ejemplo, el Dr. Wayne Moyer, director ejecutivo de la Asociación Americana de Profesores de Biología, ha hecho un llamamiento a los profesores universitarios para que ayuden a los maestros a oponerse al intento de introducir en las clases de Biología una “teología disfrazada de ciencia”.

No existe la alternativa evolución-creación, como si se tratara de dos posturas entre las que hubiera que elegir.

Pero, debemos plantear esta polémica en sus justos términos. La realidad es que la evolución como hecho científico y la creación divina se encuentran en dos planos diferentes: no existe la alternativa evolución-creación, como si se tratara de dos posturas entre las que hubiera que elegir. Se puede admitir la existencia de la evolución y, al mismo tiempo, de la creación divina. Si el hecho de la evolución es un problema que ha de abordarse mediante los conocimientos científico-experimentales, la necesidad de la creación divina responde a razonamientos metafísicos. En sentido estricto, creación significa “la producción de algo a partir de la nada”. En ningún proceso natural se puede dar una creación propiamente dicha: los seres naturales, desde las piedras hasta el hombre, sólo pueden actuar transformando algo que ya existe. La naturaleza no puede ser creativa en sentido absoluto. El hecho de la creación, así entendido, no choca con la posibilidad de que unos seres surgieran a partir de otros.

Evolución y creación divina no son necesariamente, por tanto, términos contradictorios. Podría haber una evolución dentro de la realidad creada, de tal manera que, quien sostenga el evolucionismo, no tiene motivo alguno para negar la creación. Dicha creación es necesaria, tanto si hubiera evolución como si no, pues se requiere para dar razón de lo que existe, mientras que la evolución sólo se refiere a transformaciones entre seres ya existentes. En este sentido, la evolución presupone la creación. Pero es que, además, quien admite la creación -así entendida-, tiene una libertad total para admitir cualquier teoría científica. Quien no admita la creación, necesariamente deberá admitir que todo lo que existe actualmente proviene de otros seres, y éstos provienen de otros, y así sucesiva e indefinidamente, de manera que todos y cada uno de los seres que existen deben tener un origen trazado por la evolución. Aunque pueda resultar paradójico, es el evolucionista radical quien viola las exigencias de rigor del método científico, pues se ve forzado a admitir unas hipótesis que no pertenecen al ámbito científico, y deberá admitirlas aunque no pueden probarse.

No hay, por tanto, necesidad de plantear ningún conflicto entre ciencia y religión. Esto es lo que postulan, al menos, destacados científicos evolucionistas. John McIntyre, profesor de Física en la Universidad de Texas, confiesa la frustración que experimenta por el hecho de que los “antievolucionistas” hayan usurpado el término “creacionismo”, e insiste en que es del todo posible conciliar las creencias cristianas en un Dios creador con la idea de que la vida haya evolucionado a través del tiempo. Por su parte, el paleontólogo neodarwinista G. G. Simpson, asegura:

“Ningún credo, salvo el de las fanáticas sectas fundamentalistas -que son una minoría protestante en EE.UU.-, reconoce por dogma el rechazo de la evolución. Muchos profesores, religiosos y laicos, la aceptan , en cambio, como un hecho. Y muchos evolucionistas son hombres de profunda fe. Además, los evolucionistas pueden ser también creacionistas”.

Y Martin Gardner, colaborador habitual de la revista Investigación y Ciencia, creador de juegos matemáticos y autor de libros de divulgación científica de calidad, sostiene: “No conozco ningún teólogo protestante o católico fuera de los círculos fundamentalistas que no haya aceptado el hecho de la evolución, aunque puede que insistan en que Dios ha dirigido el proceso e infundido el alma a los primeros seres humanos”.

Por lo que hace a la polémica, el panorama no es muy halagüeño. Sin embargo, queda la esperanza de que se impongan los análisis serenos. El creacionismo científico y el evolucionismo radical se alimentan mutuamente. Hoy por hoy, el evolucionismo radical parece el contrincan-te más fuerte: su poder y difusión están aliados con una mentalidad pragmatista muy extendida, en la que la ciencia es para muchos la única fuente de la verdad. La batalla no tendrá final, mientras no se disipe el error en que incurren ambas posturas con sus extrapolaciones. Porque ni la Biblia contiene datos científicos desconocidos en la época en que fue escrita, ni tampoco es legítimo ni científico negar lo que no se alcanza mediante la ciencia. Existen dos parcelas autónomas del saber humano -Filosofía y Ciencia- que no se pueden trasvasar sin caer en extrapolaciones inadmisibles o en una peligrosa pirueta conceptual. El problema desaparece cuando se advierte que evolución y creación divina se encuentran en planos distintos y, por lo tanto, no se excluyen mutuamente, aunque haya un tipo de “evolucionismo” que es incompatible con la admisión de la creación y un tipo de “creacionismo” que es incompatible con la aceptación de la evolución.

(1) Una profundización sobre esta polémica puede verse en mi libro: Carlos Javier Alonso: Tras la evolución. Panorama histórico de las teorías evolucionistas, Eunsa, Pamplona, 1999.

(fuente: www.arvo.net)

Meditación de las Letanías del Sagrado Corazón (por el Beato Juan Pablo II)

1 -Corazón de Jesús, formado por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen María, ten piedad de nosotros.
 27 de junio, 1982

1. Así rezamos en las letanías al Sacratísimo Corazón. Esta invocación se refiere directamente al misterio que meditamos, al rezar el Angelus Domini: por obra del Espíritu Santo fue formada en el seno de la Virgen de Nazaret la Humanidad de Cristo, Hijo del Eterno Padre.

¡Por obra del Espíritu Santo fue formado en esta Humanidad el Corazón! El Corazón, que es el órgano central del organismo humano de Cristo y, a la vez, el verdadero símbolo de su vida interior: del pensamiento, de la voluntad, de los sentimientos. Mediante este Corazón la Humanidad de Cristo es, de modo particular, "el templo de Dios" y, al mismo tiempo, mediante este Corazón, está incesantemente abierta al hombre y a todo lo que es "humano". "Corazón de Jesús de cuya plenitud todos hemos recibido".

2. El mes de junio está dedicado, de modo especial, a la veneración del Corazón divino. No sólo un día, la fiesta litúrgica que, de ordinario, cae en junio, sino todos los días. Con esto se vincula la devota práctica de rezar o cantar cotidianamente las letanías al Sacratísimo Corazón de Jesús.

Las letanías del Corazón de Jesús se inspiran abundantemente en las fuentes bíblicas y, al mismo tiempo, reflejan las experiencias más profundas de los corazones humanos. Son, a la vez, oración de veneración y de diálogo auténtico. Hablamos en ellas del corazón y, al mismo tiempo, dejamos a los corazones hablar con este único Corazón, que es "fuente de vida y de santidad" y "deseo de los collados eternos". Del Corazón que es "paciente y lleno de misericordia" y "generoso para todos los que le invocan".

Esta oración, rezada y meditada, se convierte en una verdadera escuela del hombre interior: la escuela del cristiano.

La solemnidad del Sacratísimo Corazón de Jesús nos recuerda, sobre todo, los momentos en que este Corazón fue "traspasado por la lanza" y, mediante esto, abierto de manera "Visible" al hombre y al mundo.

Al rezar las letanías - y en general al venerar al Corazón Divino -conocemos el misterio de la redención en toda su divina y, a la vez, humana profundidad. Simultáneamente, nos hacemos sensibles a la necesidad de reparación. Cristo nos abre su Corazón para que nos unamos con El en su reparación por la salvación del mundo. Hablar del Corazón Traspasado es decir toda la verdad de su Evangelio y de la Pascua.

Tratemos de captar cada vez mejor este lenguaje. Aprendámoslo.


2 -Corazón de Jesús : Hijo del Eterno Padre
2 de junio, 1985

Hoy, primer domingo del mes de junio, la Iglesia encuentra en el Corazón de Cristo el acceso al Dios que es la Santísima Trinidad: al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Este único Dios - Uno y Trino a la vez - es un misterio inefable de la fe. Verdaderamente él "habita en una luz inaccesible" (1 Tm 6,16).

Y, al mismo tiempo, el Dios infinito ha permitido que le abrace el Corazón de un Hombre cuyo nombre es Jesús de Nazaret, Jesucristo. Y a través del Corazón del Hijo, Dios Padre se acerca también a nuestros corazones y viene a ellos. Y así cada uno de nosotros es bautizado "en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo". Cada uno de nosotros está inmerso, desde el principio, en el Dios Uno y Trino, en el Dios vivo, en el Dios vivificante. A este Dios lo confesamos como Espíritu Santo que, procediendo del Padre y del Hijo, "da la vida".

2. El Corazón de Jesús fue "formado por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen Madre". El Dios que "da la vida" y "se entrega al hombre" comenzó la obra de su economía salvífica haciéndose hombre. Justamente en la concepción virginal y en su nacimiento de María, comienza su corazón humano "formado por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen Madre". A este Corazón queremos venerar durante el mes de junio.

A este Corazón hoy mismo queremos hacerle singular fiduciario de nuestros pobres corazones humanos, de los corazones probados de diversas maneras, oprimidos de diversos modos. Y también de los corazones confiados en la potencia del mismo Dios y en la potencia salvífica de la Santísima Trinidad.

3. María, Madre Virgen, que conoces mejor que nosotros el Corazón Divino de tu Hijo, únete a nosotros hoy en esta adoración a la Santísima Trinidad e igualmente en la humilde oración por la Iglesia y el mundo. Tu sola eres la guía de nuestra plegaria.

3 -Corazón de Jesús formado por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen Madre
2 de julio, 1989

1. El 2 de junio pasado, hace exactamente un mes, celebramos la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Quiero reanudar junto con vosotros la meditación sobre las riquezas de este Corazón Divino, continuando la reflexión ya iniciada hace tiempo acerca de las letanías dedicadas a El.

Una de las invocaciones más profundas de tales letanías dice así: "Corazón de Jesús, formado por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen Madre, ten misericordia de nosotros." Encontramos aquí el eco de un articulo central del Credo, en el que profesamos nuestra fe en "Jesucristo, Hijo único de Dios", que "bajo del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre." La santa humanidad de Cristo es, por consiguiente, obra del Espíritu divino y de la Virgen de Nazaret.

2. Es obra del Espíritu. Esto afirma explícitamente el Evangelista Mateo refiriendo las palabras del Ángel a José: "Lo engendrado en Ella (María) es del Espíritu Santo" (Mt1,20); y lo afirma también el Evangelista Lucas, recordando las palabras de Gabriel a María: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra" (Lc 1,35).

El Espíritu ha plasmado la santa humanidad de Cristo: su cuerpo y su alma, con toda la inteligencia, la voluntad, la capacidad de amar. En una palabra, ha plasmado su corazón. La vida de Cristo ha sido puesta enteramente bajo el signo del Espíritu. Del Espíritu le viene la sabiduría que llena de estupor a los doctores de la ley y a sus conciudadanos, el amor que acoge y perdona a los pecadores, la misericordia que se inclina hacia la miseria del hombre, la ternura que bendice y abraza a los niños, la comprensión que alivia el dolor de los afligidos. Es el Espíritu quien dirige los pasos de Jesús, lo sostiene en las pruebas, sobre todo lo guía en su camino hacia Jerusalén, donde ofrecerá el sacrificio de la Nueva Alianza, gracias al cual se encenderá el fuego que El trajo a la tierra (Lc 12,49).

3. Por otra parte, la humanidad de Cristo es también obra de la Virgen. El Espíritu plasmó el Corazón de Cristo en el seno de María, que colaboró activamente con El como madre y como educadora.

...como Madre, Ella se adhirió consciente y libremente al proyecto salvífico de Dios Padre, siguiendo en un silencio lleno de adoración, el misterio de la vida que en Ella había brotado y se desarrollaba;

...como educadora, Ella plasmó el Corazón de su propio Hijo, introduciéndolo, junto con San José, en las tradiciones del pueblo elegido, inspirándole el amor a la ley del Señor, comunicándole la espiritualidad de los "pobres del Señor." Ella lo ayudó a desarrollar su inteligencia y seguramente ejerció influjo en la formación de su temperamento. Aun sabiendo que su Niño la trascendía por ser "Hijo del Altísimo" (cf. Lc 1,32), no por ello la Virgen fue menos solicita de su educación humana (cf. Lc. 2,51).

Por tanto podemos afirmar con verdad: en el Corazón de Cristo brilla la obra admirable del Espíritu Santo: en El se hallan también los reflejos del corazón de la Madre. Tanto el corazón de cada cristiano como el Corazón de Cristo: dócil a la acción del Espíritu, dócil a la voz de la Madre.

4 -Corazón de Jesús, unido sustancialmente al Verbo de Dios
9 de julio, 1989

"Corazón de Jesús, unido sustancialmente al Verbo de Dios, ten piedad de nosotros".

1. La expresión "Corazón de Jesús" nos hace pensar inmediatamente en la humanidad de Cristo, y subraya su riqueza de sentimientos, su compasión hacia los enfermos, su predilección por los pobres, su misericordia hacia los pecadores, su ternura hacia los niños, su fortaleza en la denuncia de la hipocresía, del orgullo y de la violencia, su mansedumbre frente a sus adversarios, su celo por la gloria del Padre y su júbilo por sus misteriosos y providentes planes de gracia.

Con relación a los hechos de la pasión, la expresión Corazón de Jesús" nos hace pensar también en la tristeza de Cristo por la traición de Judas, el desconsuelo por la soledad, la angustia ante la muerte, el abandono filial y obediente en las manos del Padre. Y nos habla sobre todo del amor que brota sin cesar de su interior: amor infinito hacia el Padre y amor sin límites hacia el hombre.

2. Ahora bien, este Corazón humanamente tan rico, "está unido - como nos recuerda la invocación -, a la Persona del Verbo de Dios". Jesús es el Verbo de Dios Encarnado: en El hay una sola Persona, la eterna del Verbo, subsistente en dos naturalezas, la divina y la humana. Jesús es uno, en la realidad, la angustia ante la muerte, al mismo tiempo perfecto en su divinidad y perfecto en nuestra humanidad: es igual al Padre por lo que se refiere a la naturaleza divina, e igual a nosotros por lo que se refiere a su naturaleza humana: verdadero Hijo de Dios y verdadero Hijo del hombre. El Corazón de Jesús, por tanto, desde el momento de la Encarnación, ha estado y estará siempre unido a la Persona del Verbo de Dios.

Por la unión del Corazón de Jesús a la Persona del Verbo de Dios podemos decir: en Jesús Dios ama humanamente, sufre humanamente, goza humanamente. Y vise versa: en Jesús el amor humano, el sufrimiento humano, la gloria humana adquieren intensidad y poder divinos.

3. Queridos hermanos y hermanas: Reunidos para la oración del Angelus, contemplemos con María el Corazón de Cristo. La Virgen vivió en la fe, día tras día, junto a su Hijo Jesús: sabía que la carne de su Hijo había florecido de su carne virginal, pero intuía que El, por ser "Hijo del Altísimo" (Lc 1,32), la trascendía infinitamente: el Corazón de su Hijo estaba "unido a la Persona del Verbo".

Por esto, Ella lo amaba como Hijo suya y al, mismo tiempo lo adoraba como a su Señor y su Dios. Que Ella nos conceda también a nosotros amar y adorar a Cristo, Dios y Hombre, sobre todas las cosas, "con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente" (cf. Mt 22,37). De esta manera, siguiendo su ejemplo, seremos objeto de las predilecciones divinas y humanas del Corazón de su Hijo.

5 -Corazón de Jesús, de Majestad Infinita
16 de junio, 1985

1. Por medio del Corazón Inmaculado de María queremos dirigirnos al Corazón Divino de su Hijo, al Corazón de Jesús, de Majestad infinita.

Mirad: la infinita Majestad de Dios se oculta en el Corazón humano del Hijo de María. Este Corazón es nuestra Alianza. Este Corazón es la máxima cercanía de Dios con relación a los corazones humanos y a la historia humana. Este Corazón es la maravillosa "condescendencia" de Dios: el Corazón humano que late con la vida divina: la vida divina que late en el corazón humano.

2. En la Santísima Eucaristía descubrimos con el "sentido de la fe" el mismo Corazón, -el Corazón de Majestad infinita- que continúa latiendo con el amor humano de Cristo, Dios-Hombre.

¡Cuán profundamente sintió este amor el Santo Papa Pío X! Cuánto deseó que todos los cristianos, desde los años de la infancia, se acercasen a la Eucaristía, recibiendo la santa comunión: para que se unieran a este Corazón que es, al mismo tiempo, para cada uno de los hombres "Casa de Dios y Puerta del Cielo".

"Casa" ya que, mediante la comunión Eucarística el Corazón de Jesús extiende su morada a cada uno de los corazones humanos.

"Puerta" porque en cada uno de estos corazones humanos, El abre la perspectiva de la eterna unión con la Santísima Trinidad.

3. ¡Madre de Dios! Mientras meditamos el misterio de tu Anunciación, nos acercamos a este Corazón Divino, el Corazón de Majestad infinita, Casa de Dios y Puerta del cielo; a este Corazón que, desde el momento de la Anunciación del Ángel, comenzó a latir junto a tu Corazón virginal y materno.

para leer las meditaciones completas, hacer click aquí 
(fuente: www.corazones.org)

miércoles, 27 de junio de 2012

Sobre el culto al Sagrado Corazón de Jesús

1. «Beberéis aguas con gozo en las fuentes del Salvador» [Is 12, 3]. Estas palabras con las que el profeta Isaías prefiguraba simbólicamente los múltiples y abundantes bienes que la era mesiánica había de traer consigo, vienen espontáneas a Nuestra mente, si damos una mirada retrospectiva a los cien años pasados desde que Nuestro Predecesor, de i. m., Pío IX, correspondiendo a los deseos del orbe católico, mandó celebrar la fiesta del Sacratísimo Corazón de Jesús en la Iglesia universal.

Innumerables son, en efecto, las riquezas celestiales que el culto tributado al Sagrado Corazón infunde en las almas: las purifica, las llena de consuelos sobrenaturales y las mueve a alcanzar las virtudes todas. Por ello, recordando las palabras del apóstol Santiago: «Toda dádiva, buena y todo don perfecto de arriba desciende, del Padre de las luces» [Sant 1, 17], razón tenemos para considerar en este culto, ya tan universal y cada vez más fervoroso, el inapreciable don que el Verbo Encarnado, nuestro Salvador divino y único Mediador de la gracia y de la verdad entre el Padre Celestial y el género humano, ha concedido a la Iglesia, su mística Esposa, en el curso de los últimos siglos, en los que ella ha tenido que vencer tantas dificultades y soportar pruebas tantas. Gracias a don tan inestimable, la Iglesia puede manifestar más ampliamente su amor a su Divino Fundador y cumplir más fielmente esta exhortación que, según el evangelista San Juan, profirió el mismo Jesucristo: «En el último gran día de la fiesta, Jesús, habiéndose puesto en pie, dijo en alta voz: "El que tiene sed, venga a mí y beba el que cree en mí". Pues, como dice la Escritura, "de su seno manarán ríos de agua viva". Y esto lo dijo El del Espíritu que habían de recibir lo que creyeran en El» [Jn 7, 37-39]. Los que escuchaban estas palabras de Jesús, con la promesa de que habían de manar de su seno «ríos de agua viva», fácilmente las relacionaban con los vaticinios de Isaías, Ezequiel y Zacarías, en los que se profetizaba el reino del Mesías, y también con la simbólica piedra, de la que, golpeada por Moisés, milagrosamente hubo de brotar agua [Cf. Is 12, 3; Ez 47, 1-12; Zac 13, 1; Ex 17, 1-7; Núm 20, 7-13; 1 Cor 10, 4; Ap 7, 17; 22, 1].

2. La caridad divina tiene su primer origen en el Espíritu Santo, que es el Amor personal del Padre y del Hijo, en el seno de la augusta Trinidad. Con toda razón, pues, el Apóstol de las Gentes, como haciéndose eco de las palabras de Jesucristo, atribuye a este Espíritu de Amor la efusión de la caridad en las almas de los creyentes: «La caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» [Rom 5, 5].

Este tan estrecho vínculo que, según la Sagrada Escritura, existe entre el Espíritu Santo, que es Amor por esencia, y la caridad divina que debe encenderse cada vez más en el alma de los fieles, nos revela a todos en modo admirable, venerables hermanos, la íntima naturaleza del culto que se ha de atribuir al Sacratísimo Corazón de Jesucristo. En efecto; manifiesto es que este culto, si consideramos su naturaleza peculiar, es el acto de religión por excelencia, esto es, una plena y absoluta voluntad de entregarnos y consagrarnos al amor del Divino Redentor, cuya señal y símbolo más viviente es su Corazón traspasado. E igualmente claro es, y en un sentido aún más profundo, que este culto exige ante todo que nuestro amor corresponda al Amor divino. Pues sólo por la caridad se logra que los corazones de los hombres se sometan plena y perfectamente al dominio de Dios, cuando los afectos de nuestro corazón se ajustan a la divina voluntad de tal suerte que se hacen casi una cosa con ella, como está escrito: «Quien al Señor se adhiere, un espíritu es con El» [1 Cor 6, 17].

Fragmento de la Carta Encíclica HAURIETIS AQUAS 
escrita pro Pío XII 
para leer dicho documento en forma completa, hacer click aquí
(fuente: www.vaticano.va)

martes, 26 de junio de 2012

El Hijo de Dios se hizo hombre

“El Hijo de Dios se hizo hombre” (puntos 456 y siguientes; lo que va entre comillas es cita textual del Catecismo)

“Con el Credo Niceno-Constantinopolitano respondemos confesando: "Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre".

¿De quién hablamos? Del Verbo, de Dios, que se hizo carne, “para salvarnos reconciliándonos con Dios: "Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10)."El Padre envió a su Hijo para ser salvador del mundo" (1 Jn 4, 14). "El se manifestó para quitar los pecados" (1 Jn 3, 5).

Vio Dios, dice San Ignacio, la confusión en la que los hombres nos encontrábamos por la fuerza que el pecado, en su carácter de iniquidad, operaba (y obra) en medio de nosotros. Y decidió que la Segunda Persona de la Trinidad se encarnara, para liberarnos, para rescatarnos, para fortalecernos.

Si uno echa una mirada sobre la realidad, sobre las cosas que ya no funcionan, sobre el desprecio por la vida y la cultura de la muerte, vemos que hay también un clamor por la presencia del Dios vivo en medio de nosotros, el Dios viviente haciéndose uno de los nuestros.

La presencia de Dios hecho carne, dice el Catecismo, es porque Dios vio nuestra condición y decidió que su Hijo se encarnara, para propiciación de nuestros pecados.

“Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada; desgarrada, ser restablecida; muerta, ser resucitada. Habíamos perdido la posesión del bien, era necesario que se nos devolviera. Encerrados en las tinieblas, hacía falta que nos llegara la luz; estando cautivos, esperábamos un salvador; prisioneros, un socorro; esclavos, un libertador. ¿No tenían importancia estos razonamientos? ¿No merecían conmover a Dios hasta el punto de hacerle bajar hasta nuestra naturaleza humana para visitarla ya que la humanidad se encontraba en un estado tan miserable y tan desgraciado? (San Gregorio de Nisa, or. catech. 15).”

La posibilidad de mirar al mundo con crudeza, realismo, y frente a las realidades que más nos duelen, sentir la necesidad de comprometernos para transformarlo, sólo es posible cuando nosotros descubrimos al Dios que decidió comprometerse con nosotros, haciéndose uno de los nuestros, por amor.

“El Verbo se encarnó para que nosotros conociésemos así el amor de Dios.” Y es desde ese amor donde podemos asumir cualquier compromiso de transformación. "En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él" (1 Jn 4, 9). "Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16).

Desde el amor de Dios es desde donde podemos asumir el compromiso. Y la verdad es que éste es un misterio que aprendemos a conocerlo a partir del hecho de que el Señor se nos acerca. En la Encarnación ocurre eso: Dios se acerca, se hace uno de nosotros, se instala en medio nuestro y lo incognocible de Dios comienza a resultarnos cercano, familiar, posible de acceder. Dios se hace uno de nosotros y, por lo tanto, conocerlo ya no es un misterio inaccesible, es una gran posibilidad. El Verbo de Dios se encarnó para que nosotros conociésemos el amor de Dios.

“El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad: "Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí ... "(Mt 11, 29). "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí" (Jn 14, 6). Y el Padre, en el monte de la transfiguración, ordena: "Escuchadle" (Mc 9, 7;cf. Dt 6, 4-5). Él es, en efecto, el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la ley nueva” donde se concentra la nueva alianza, donde Dios y el hombre se funden en un solo abrazo y el horizonte se une, allí donde parecía imposible que el cielo y la tierra se juntaran, y nos invitan a mirar hacia delante. Es Dios, que se hace uno de nosotros. Y, por eso, el amor de unos a otros que Él nos manda no nos resulta extraño, porque este amor brota del amor de Él, y “tiene como consecuencia la ofrenda efectiva de sí mismo (cf. Mc 8, 34).”

Es solamente a partir de esta ofrenda, cuando el grano de trigo muere, que se pueden producir frutos de cambios y de transformación en la sociedad. Una muerte, una entrega, una ofrenda que no van de la mano de la exterioridad sino de la convicción de que en la entrega de nosotros mismos está la respuesta que el mundo espera de parte del Cristo que se encarnó y habita con su carpa en medio de nosotros.

El compromiso construido desde la alegría, nos decía el Arzobispo de Córdoba hace unos días, en el Retiro que compartimos con él y con la Radio; y es justamente desde este lugar de convicción en el amor donde Dios nos quiere transformando la realidad que nos presenta este mundo, tan necesitado de lo cristiano, del Cristo vivo, que no podemos sino nosotros, desde nuestra propia vulnerabilidad, fragilidad, contradicciones, lugares no transformados ni evangelizados, dejarnos tomar por la misma vida de Dios que nos visita, que nos acompaña, que se encarna, que se hace uno con nosotros para que desde ese lugar (no porque las tengamos todas con nosotros sino porque Dios viene a eso) ser instrumentos de ese cambio, de esa transformación, de ese dar vuelta al mundo. Es el amor de Dios lo que permite la transformación, y eso es lo que queremos compartir con vos: cómo desde ese lugar, lo más feo, lo más triste, lo más angustiante, lo más doloroso, lo más desesperante del mundo en su propia auto destrucción, puede ser visto con ojos distintos. Y cómo una mirada distinta sobre la realidad nos permite -ya el mismo hecho de la contemplación de lo que vemos- comenzar a cambiarla. Las cosas comienzan a cambiar cuando nosotros empezamos a verlas con una mirada distinta. Es una experiencia nuestra, diaria: si un día lleno de sol vos te despertás de mal humor, pero descubrís cómo brilla el sol en el árbol, por ejemplo, verde, bello, hermoso, con algunas hojas amarillas que hablan del otoño que ya llegó... si vos te levantás con una mirada de lentes oscuros, lo más fácil es que se te pierda de vista semejante paisaje bonito, lindo, lleno de vida que tenemos delante de los ojos. Ahora, si en un día lleno de frío, triste por su clima, vos te levantás con el alma llena de gozo, de alegría, de paz, de decisión y determinación para afrontarlo con un espíritu de querer vivirlo en plenitud, se te pinta el cielo de color azul aunque esté nublado.

Quiero decir que mucho de lo que la realidad es depende de los ojos con los que se mira, y de lo que está llamada a ser, también. Por eso es que, sin perder realismo ante lo que ocurre delante nuestro, ponerle un foco distinto a lo que acontece, de la mirada que Dios tiene de compasión, de ternura, de espera, de no condenación, es clave para que en un vínculo cordial con la humanidad de hoy nuestra propuesta resulte tan accesible, tan bienvenida, tan esperada...

A veces nos gana la condena, muchas veces más el juicio... tantas veces el mandato de cómo deberían ser las cosas, sin antes habernos arremangado, habernos puesto al lado, caminar por un tiempo, como hace el peregrino de Emaús, ante las penurias de los que viven la tristeza y el sentimiento de muerte. Caminar al lado de los hermanos y, desde ese lugar, en la escucha atenta, empática, sencilla, y al mismo tiempo comprometida, ayudarles a ver las cosas -como hace el Maestro en el camino de Emaús- con otros ojos. Y hasta que no arda el fuego del corazón que hace ver las cosas con una mirada distinta, no nos tenemos que dar por satisfechos. El mundo de hoy necesita de una mirada distinta. Y esa mirada te la da el Espíritu.

escrito por el Padre Javier Soteras 
(fuente: www.radiomaria.org.ar)

lunes, 25 de junio de 2012

Identidad, santificación y misión, deberes del presbítero

El cardenal Mauro Piacenza llama a la oración por la santificación del pueblo de Dios
 Por Antonio Gaspari

ROMA, viernes, 15 junio 2012 (ZENIT.org).- En la celebración de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, Día Mundial de Oración por la Santificación de los Sacerdotes, y a pocos días del segundo aniversario de la clausura del “Año Sacerdotal", el cardenal Mauro Piacenza, prefecto de la Congregación para el Clero, pide oraciones por la identidad, la santidad y la misión de todo el pueblo de Dios.

En un mundo donde incluso la figura del sacerdote parece estar abrumada por el caos, la confusión, las dudas y las tentaciones, en esta entrevista a ZENIT el cardenal Piacenza renueva su fe en Dios y su confianza en todo el bien que los presbíteros realizan por el mundo.

¿Cuál es la importancia de eventos como la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, y el Año Sacerdotal? ¿Qué los une?

--Card. Piacenza: Ciertamente, la Misión es la clave para la interpretación de los acontecimientos mencionados. El Año Sacerdotal, que ha sido un acontecimiento excepcional querido por nuestro santo padre Benedicto XVI, tuvo la intención de poner de relieve la profunda conexión entre la identidad y la misión de los sacerdotes, reconociendo cómo, los dos elementos, están totalmente relacionados entre sí: el sacerdocio ministerial es para la misión, y la misión define la identidad sacerdotal. El Día Mundial de Oración por la Santificación de los Sacerdotes, sin embargo, es un evento anual que cada Iglesia particular está llamada a celebrar, mostrando una comunión y reciprocidad en la oración, que debe caracterizar a todo el pueblo de Dios, llamado a pedir al Señor el don de pastores santos. Además, el sacerdocio ministerial está al servicio de lo que es común entre todos los bautizados, que se realiza en concreto, en la respuesta a la llamada universal a la santidad.

Entonces, ¿Necesitamos un día de oración por la santificación del Clero? ¿Y por qué en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús?

--Card. Piacenza: De la oración, "nunquam satis", ¡nunca es suficiente! Orar por la santificación de los sacerdotes significa, en cierto sentido, orar por la santidad de todo el pueblo de Dios, al cual dicho ministerio está dirigido. Se trata, pues, de una oportunidad para fomentar la comunión y la mutuacustodia orante, entre los miembros del mismo presbiterio --casi en un arco perfecto--, que va de la Misa Crismal a la Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, abrazando los misterios fundamentales de nuestra fe y haciéndolo contemplar en clave sacerdotal. Por último, como dijo el Cura de Ars, "El sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús", lo que significa la intimidad necesaria y la identificación que todo presbítero debe tener siempre con el Señor, indicando así el amor y la caridad de Jesús "Buen Pastor", a la que todo el ejercicio del ministerio ordenado debe propender. La caridad pastoral es la verdadera clave de interpretación de esta Jornada de Oración.

¿Y como se ubica todo esto, en la perspectiva del Año de la Fe?

--Card. Piacenza: El Año de la Fe lo ha querido el santo padre para conmemorar dos aniversarios importantes, uno relacionado con el otro. En primer lugar, el cincuentenario de la apertura del Concilio Vaticano II y, en consecuencia, el vigésimo aniversario de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica, ¡que es el Catecismo del Concilio Vaticano II!

Una vez más, los sacerdotes están llamados a ofrecer su generosa contribución, ahora también en el Año de la Fe, para poner en práctica las instrucciones del papa, recordando cómo, en la misión y en la obra de la evangelización, se fortalece la identidad sacerdotal misma. Leer y, en cierto sentido, “redescubrir” el Concilio, en toda su plena significación profética y misionera, es una de las tareas que se necesitan con más urgencia hoy en la Iglesia.

¿Cree que el Concilio no es lo suficientemente conocido?

--Card. Piacenza: Creo que la Iglesia está siempre guiada por el Espíritu Santo y que, por lo tanto, textos como los del Concilio, incluso después de cincuenta años, pueden y deben seguir hablando a todo el cuerpo de la Iglesia, y especialmente a todos los presbíteros, evitando la tentación --siempre posible--, del precoz y superficial "archivo". El Concilio, como ha sido subrayado en repetidas ocasiones tanto por el beato Juan Pablo II, como por el santo padre Benedicto XVI, es una "brújula" para el tercer milenio y, en consecuencia, para toda obra de evangelización y de nueva evangelización. La hermenéutica correcta es condición, y no obstáculo, para conocer el Concilio. Pensemos, por ejemplo, y lo recuerdo con claridad, el impacto que tuvo la Encíclica Evangelii Nuntiandi, del siervo de Dios Pablo VI, en la que ya se interpretaba, de modo profético para su tiempo, el impulso misionero del Concilio.

Eminencia, usted habla mucho de "misión". ¿Es esta hoy la urgencia de la Iglesia? ¿Considera que hay un "déficit" misionero?

--Card. Piacenza: La misión no es una de las "actividades" del cuerpo eclesial, sino es la que caracteriza esencialmente su identidad. ¡Sin la misión, no existe la Iglesia, y viceversa! La Iglesia está totalmente referida a la misión, al encuentro de los hombres --de todos los tiempos y lugares y de toda cultura--, con el Señor Resucitado. Llevar a todos el anuncio del Reino y la salvación: ¡Esta es la tarea esencial de la Iglesia!

Tarea que, en diversos momentos y circunstancias, se presenta de diferentes modos, pero que conserva siempre el mismo núcleo esencial, conformado por la obediencia al mandato de Jesús: "Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda criatura". Si los hombres de Iglesia, todos los bautizados y los presbíteros en particular, perdiesen el celo misionero, se perdería un aspecto esencial de la identidad del bautismo y, en cierto modo, de la misma fe cristiana.

En relación a "aquellos que han humillado el sacerdocio a los ojos del mundo", como se lee en la carta de presentación del sitio web de su Dicasterio, ¿se puede decir que "la emergencia clero" ha terminado?

--Card. Piacenza: No. La emergencia permanece sobre todo en aquellas heridas causadas por las culpas de algunos y, hasta que las heridas no se hayan cicatrizado, no se puede hablar de curación. Ciertamente todos hemos aprendido una lección importante de lo que pasó: nunca se puede bajar la guardia, porque el mal "como león rugiente anda a vuestro alrededor buscando a quien devorar." Las herramientas comunes de la santificación y un alto nivel de espiritualidad, son la base indispensable para augurar un futuro en el que ciertos episodios no sean más que un recuerdo, si bien terrible.

No seremos nunca del todo santos, en esta etapa terrena del Reino, pero sin duda podemos y debemos aspirar cada vez más a la santidad, a través de todos los recursos que la Iglesia nos ofrece, a partir de la Palabra y los sacramentos, hasta llegar a la vida comunitaria y al celo misionero por todas las almas. La pasión de anunciar a Cristo ¡es la verdadera "medida" de la temperatura de la fe de una época! Que en esto nos asista la Virgen María, Estrella de la misión.

Traducido del italiano por José Antonio Varela V.

domingo, 24 de junio de 2012

"Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos"

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (Lc 1, 57-66. 80)
Gloria a ti, Señor.


Por aquellos días, le llegó a Isabel la hora de dar a luz y tuvo un hijo. Cuando sus vecinos y parientes se enteraron de que el Señor le había manifestado tan grande misericordia, se regocijaron con ella. A los ocho días fueron a circuncidar al niño y le querían poner Zacarías, como su padre; pero la madre se opuso, diciéndoles: "No. Su nombre será Juan". Ellos le decían: "Pero si ninguno de tus parientes se llama así"'. Entonces le preguntaron por señas al padre cómo quería que se llamara el niño. E1 pidió una tablilla y escribió: "Juan es su nombre". Todos se quedaron extrañados. En ese momento a Zacarías se le soltó la lengua, recobr6 el habla y empezó a bendecir a Dios. Un sentimiento de temor se apoderó de los vecinos y en toda la región montañosa de Judea se comentaba este suceso. Cuantos se enteraban de ello se preguntaban impresionados: "¿Qué va a ser de este niño?" Esto lo decían, porque realmente la mano de Dios estaba con é1. El niño se iba desarrollando físicamente y su espíritu se iba fortaleciendo, y vivió en el desierto hasta el día en que se dio a conocer al pueblo de Israel.


Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús.

Como a toda mujer encinta, a Isabel le ha llegado su hora. Dentro de la historia, el alumbramiento de una mujer constituye un hecho absolutamente normal, aunque gozoso para los padres y los parientes.Nuestro caso presenta, sin embargo, un aspecto diferente. Los padres eran ancianos; y la mujer, estéril. Por eso, dentro de los límites humanos, era imposible una concepción y un nacimiento. Pero ante Dios no existen cosas imposibles. Por eso, los ancianos han podido recibir el don de un niño.

Para entenderlo totalmente debemos tener en cuenta otro dato: lo que al autor del evangelio le interesa no es el detalle histórico de los padres ancianos o el hecho biológico de la esterilidad. Esos datos ya se encuentran de una forma ejemplar en la historia de Abraham y Sara. Lo que interesa es que estos hechos transmiten una certeza fundamental: la convicción de que Juan Bautista no ha sido simplemente el resultado de una casualidad biológica.

El texto presupone que en el nacimiento de Juan han intervenido dos factores. Actúa, por un lado, la realidad humana de los padres que se aman. Al mismo tiempo, influye de manera decisiva el poder de Dios que guía la historia de los hombres. La prueba de ese poder es el milagro de la fecundidad de unos ancianos. Su resultado, el nacimiento de Juan Bautista. Es él quien, dentro de la línea de los profetas de Israel, prepara de una manera inmediata el camino de Jesús.

Sobre este fondo se entiende perfectamente la historia del nombre. Siguiendo la tradición de la familia y suponiendo que el niño les pertenece, los parientes quieren llamarlo Zacarías. Los padres, sin embargo, saben que el niño es un regalo de Dios y Dios le ha destinado a realizar su obra. Por eso le impone el nombre de Juan, como se lo ha indicado el ángel (1,13).

Y Juan significa: “Dios es misericordioso”. Por medio de este niño, Dios se manifiesta realmente misericordioso para con sus padres. Y se manifiesta más misericordioso aún para con el mundo, porque le regala el Precursor de su propio Hijo Divino.

En toda la historia bíblica – recordemos p.ej. los casos de Abraham o de Pedro – la imposición de un nombre por parte de Dios (o de Jesús) significa la elección y nombramiento para una misión extraordinaria. Entonces, desde su mismo nacimiento, llevando el nombre que Dios le ha señalado, Juan aparece como un elegido que debe realizar esa gran misión que Dios le ha encomendado.

Ahora termina la mudez de Zacarías. La mudez era un signo de la verdad de las palabras del ángel que le anuncia el nacimiento de un niño. Ante la presencia de Dios, la realidad humana ha de callar, terminan las objeciones, se acaban las resistencias. Como signo de la obra de Dios que al actuar pone en silencio las cosas de este mundo, está la mudez de Zacarías.

Pero una vez que se realiza esa obra de Dios, una vez que al niño se le pone el nombre señalado, viene de nuevo la palabra. Las primeras palabras que pronuncian los labios abiertos de Zacarías son un canto de alabanza.

En el nacimiento del Precursor se anuncia el tiempo de salvación, el tiempo de proclamar las maravillas de Dios. Del pequeño círculo de los vecinos y parientes, sale y se extiende por toda la montaña de Judea la noticia de los acontecimientos extraordinarios. La noticia y el mensaje de salvación buscan extenderse a espacios cada vez más amplios. Tiene el destino y la fuerza de conquistar el mundo.

Queridos hermanos, el Evangelio de hoy termina diciendo: “la mano de Dios estaba con él”. Creo que Dios estará también con nosotros, si preparamos como Juan los caminos del Señor.

¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

escrito por el Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
(fuente: laverdaderalibertad.wordpress.com)

San Juan Bautista, preparando la venida de Jesús

Celebramos hoy la fiesta de san Juan Bautista, el precursor de Jesús. En el desierto de Judá preparó al pueblo judío para la venida del Mesías, exhortándole a la conversión de corazón y a la esperanza.

Cumplió con fidelidad su misión, sin detenerse ante las dificultades y los tropiezos de quienes no pararon hasta hacer callar su voz profética con el martirio. Fijémonos hoy en la figura austera y heroica de Juan: las características más importantes de su vida pueden ayudarnos en nuestro propio camino de creyentes.

-Asumiendo las esperanzas del pueblo...

Juan resume todo el Antiguo Testamento. Supo recoger y poner a flor de piel toda la esperanza y anhelo de salvación que estaba en el corazón de su pueblo. Su palabra atenta al tejido diario de su vida, llegaba al interior de las personas, suscitando provocación, inquietud y haciendo que los ojos se abrieran al futuro. Su palabra hacía tambalear seguridades y no se detenía en el momento de deshacer los montajes de una religiosidad domesticada y adormilada que actuaba, en definitiva, de vacuna contra la auténtica fe. Su palabra fue "espada cortante" y "flecha bruñida". No fue música celestial, sino un revulsivo: "Convertíos". Fue como la palabra de Moisés, como la palabra de los profetas.

-... los prepara para la venida de Jesús

Su misión fue la de hacer tomar conciencia del pecado, preparando, de este modo, los corazones de los hombres para recibir el anuncio del perdón. Poniendo de relieve la esclavitud que los mantenía prisioneros, los abría para acoger la Buena Noticia de la liberación y la salvación. Provocando cuestiones los preparaba para escuchar un día la respuesta.

Su misión es la de Precursor. La de llevar a los hombres hacia Jesús. La de facilitar y hacer posible el encuentro. Con sencillez lo reconocía cuando decía: "No soy lo que vosotros pensáis, pero después de mí viene otro de quien no soy digno de desatar la sandalia de los pies". O cuando, al final de su misión, desaparece sin hacer ruido y lo hace con gozo, porque "conviene que él crezca y que yo mengüe".

-Fiel y valiente hasta el final

Juan lleva a término su misión con fidelidad. Escogido "en las entrañas maternas" y a pesar de que en ciertos momentos pueda parecerle que "en vano se ha cansado" o que "en nada ha gastado sus fuerzas", sigue adelante. Toda su vida tiene la grandeza de la misión bien cumplida, realizada sin ostentación.

Y en esta misión deja su vida. Su anuncio del Reino que se acerca choca con la resistencia de quienes han construido su propio reino en este mundo. Juan es encarcelado y con su propia sangre sellará su testimonio. Y lo hace con valentía.

-¿Y nosotros?

Celebrando su fiesta y mirándonos en su figura podríamos plantearnos hoy unas preguntas muy serias. Porque también cada uno de nosotros ha recibido una misión que no puede ser reemplazada por nadie más. El don de la fe que hemos recibido es al mismo tiempo una responsabilidad.

¿Hasta qué punto sabemos aproximarnos a las angustias y aspiraciones de quienes están a nuestro lado? Quizás muchas veces estamos alejados de los demás y entonces nuestra palabra resulta fría e impersonal, incapaz de hallar eco alguno en quienes nos rodean, incapaz de hacer mella, como un cuchillo mal afilado.

Cuantas más barreras haya entre nosotros y los demás, más difícil nos será contagiar algo, y menos aun la fe.

¿Somos conscientes de que nuestra misión, como la de Juan, es la de facilitar a los demás el encuentro con Jesús o bien damos una impresión excesiva de predicarnos a nosotros mismos? ¿Cuál es nuestra postura cuando la situación se vuelve adversa? ¿Somos capaces en estos momentos de mantener una actitud valiente, constante y decidida o nos echamos atrás dejándolo para otra ocasión más propicia y menos comprometida? ¿Cómo llevamos a término, en definitiva, la misión que nos ha sido confiada?

Hermanos: alegrémonos en la fiesta de san Juan. Demos gracias a Dios en esta eucaristía por su testimonio y pidámosle que sepamos cumplir con fidelidad y con sencillez la misión que El nos ha encomendado.

escrito por Eliseo Bordonau 
Misa Dominical 1979, 13
(fuente: www.mercaba.org)

sábado, 23 de junio de 2012

La Virgen María solo tuvo un Hijo

La Biblia enseña que la Virgen María sólo tuvo un hijo.

En el Calvario: Mujer, he ahí a tu hijo. Luego le dijo al discípulo: He aquí a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa (Juan 19-27) La Virgen María se fue a vivir con San Juan después de morir Jesús, "el discípulo la recibió en su casa".

Esto nos muestra claramente dos cosas: La primera, que San José ya había muerto; y la segunda, que la Virgen no tenía más hijos, porque hubiera sido inconcebible que se hubiera ido a vivir con San Juan si hubiera tenido otros hijos. Si mi madre viene a New York viene a mi casa, no a casa de un amigo mío. Es totalmente inconcebible que mi madre se fuera a vivir a casa de un amigo mío teniendo aquí a su hijo...

Pues si entre los hispanos los lazos de familia son fuertes, entre los judíos eran aún más fuertes. Era algo absurdo, inconcebible, que una madre se tuviera que ir a vivir con otro familiar teniendo esposo o hijos propios... ¡Un absurdo imposible! Y la Virgen se fue a vivir con San Juan, porque no tenía esposo ni ningún otro hijo propio.

El hijo de María: La Biblia menciona varias veces los "hermanos" de Jesús, pero nunca jamás los "hijos de María"... sólo el "hijo de María" o "el hijo del carpintero", sin especificar el mayor o el menor... con decir "el hijo" bastaba, porque sólo tenía a Jesús (Marcos 6:3, Mateo 13:55). La expresión "hermanos de Jesús" la usa la Biblia significando hermanos de religión, o familias o clanes o tribus, no "hermanos carnales", como vamos a ver. Pero es la expresión que usa el diablo para confundir a muchos hermanos cristianos. Además, al principio los cristianos no se llamaban "cristianos", sino "hermanos de Jesús"... la expresión "cristianos" se comenzó a usar en Antioquía, mucho más tarde, en tiempos de San Pablo, como nos dice Hechos 11:26.

En Hechos 1:14: Todos estos perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María la Madre de Jesús, y con los hermanos de éste. En el verso siguiente, el 15, nos dice que en aquellos días los "hermanos eran 120", y esos 120 no habían nacido de la Virgen, eran "hermanos" de religión, como usted llama hermanos a los miembros de su congregación, "hermanos", sin querer decir que hayan nacido de su misma madre. Es este mismo sentido usan Pedro y Pablo la palabra "hermanos" en la Biblia sin que quiera decir que hayan nacido de la misma madre, sino "hermanos" de religión.

En Gálatas 1:20 dice: A ningún otro de los apóstoles vi, si no fue a Santiago, el hermano del Señor. Había dos apóstoles de nombre "Santiago": Uno era el hijo de Zebedeo, hermano carnal de Juan; el otro, era Santiago el hijo de María de Cleofás, también "primo" de Jesús. Ninguno de los dos eran "hermanos carnales" de Jesús, los dos eran "primos" de Jesús. Ésta es la segunda forma que la Biblia usa la palabra "hermanos", queriendo decir "familiares", "primos", "sobrinos", etc., y ocurre muchas veces a lo largo de toda la Biblia, porque en aquellos tiempos vivían en "clanes", en "tribus", en grupos de familias, y a los doscientos o trescientos de un clan los conocían los de afuera como los "hermanos", aunque tuvieran distintas madres y padres. Eran, por ejemplo, los "hermanos Rivera", aunque fueran sólo parientes, no hermanos carnales. En la Biblia se usa la palabra "aj" del hebreo, que quiere decir hermano, familiar, primo, etc. Cuando se tradujo al griego los traductores usaron siempre "hermano", cuando lo que significa es pariente, familiar, del mismo clan, y es lo que ocasiona aparente confusión en muchos pasajes de la Biblia.

En Génesis 14:12 nos dice que Lot era sobrino de Abraham, y dos versos después los llama "hermanos", cuando realmente eran tío y sobrino. Los llama hermanos, queriendo decir parientes que vivían en el mismo clan. La misma aparente confusión ocurre en Génesis 29 entre Jacob y Labán: En el verso 5 dice que Labán era hijo de Najar, y sabemos que Jacob era hijo de Isaac; sin embargo en los versos 12 y 15 los llama "hermanos" con el significado de parientes que vivían en el mismo clan. Las mismas aparentes confusiones ocurren otras veces a lo largo de la Biblia, por el uso de la palabra "aj", que quiere decir "hermano" del mismo clan, no nacido de la misma madre. Si está interesado, puede verlo también en Levítico 10:4, en 2 Reyes 10:13, en 2 Crónicas 23:21-23, etc.

En Marcos 6:3 dice: ¿No es acaso el carpintero, hijo de María y el hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanos, no viven entre nosotros? Aquí, las palabras "hermanos" y "hermanas" no quieren decir "hermanos carnales nacidos de la misma madre", sino "parientes, miembros del mismo clan", "miembros del mismo grupo de familia", como explicábamos anteriormente. Porque en el mismo Evangelio de Marcos en 15:40 nos dice que Santiago y José eran "hijo" de María de Cleofás, por lo tanto "primos" de Jesús, no "hermanos carnales". En cuanto a Judas, él mismo nos dice en su carta que era "hermano" de Santiago, por lo tanto "primo" de Jesús. Y Simón, la mayor parte de los escrituristas piensan que se refería a Simón Cananeo o Zelotes, también "primo" de Jesús, y se le llamaba "aj", "hermano, miembro de la misma familia". En Mateo 13:55 hay una expresión parecida a la de Marcos que acabamos de mencionar, y tiene la misma explicación.

En el mismo Evangelio de San Mateo, en 27:56, nos dice que Santiago y José eran hijos de María de Cleofás, por lo tanto "primos" de Jesús, no "hermanos carnales." En Corintios 9:5 dice: ¿No tenemos derecho de traer con nostors una hermana por mujer como también los otros apóstoles, y los hermanos del Señor, y Cefas? Aquí llama "hermana" a la esposa, que es obvio que no era hermana carnal, no había nacido de la misma madre, era hermana de religión. Los "hermanos del Señor" aquí no son hermanos carnales, nacidos de la misma madre, sino hermanos de clan, miembros de la misma familia. En Juan 7 se hablo tres veces de los "hermanos de Jesús", en 7:3,5 y 10. Estos hermanos no eran hermanos carnales de Jesús, sino los "cristianos", que entonces se llamaban "hermanos de Jesús", hasta Antioquia, en tiempos de San Palo que por primera vez se llamaron "cristianos" a los "cristianos" (Hechos 11:26)...o eran parientes, miembros del mismo clan, como explicábamos anteriormente. En Mateo 12:46-50 dice: Mientras él hablaba a la muchedumbre su madre y sus hermanos estaban fuera y deseaban hablarle. Alguien le dijo: Tu madre y tus hermanos están fuera y desean hablarte. Él, respondiendo, dijo: ¿Quién es mi madre y quienes son mis hermanos? Y extendiendo su mano sobre sus discípulos dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque cualquiera que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos es mi hermano y mi hermana y mi madre. Aquí se mencionan varias veces las palabras "hermanos" y "hermanas". Las últimas tres veces llama Jesús "hermanos" a los que hacen la voluntad del Padre, y es obvio que no son hermanos carnales, sino hermanos en religión, es una expresión que quiere decir "es mi todo, mi hermano, y mi hermana, y mi madre, y mi padre. Está, pues, hablando espiritualmente, no carnalmente. Las dos primeras expresiones de "hermanos" se refieren a "parientes", miembros del mismo clan, no hermanos carnales, no hijos de la misma madre. San Agustín tiene un comentario muy bello en relación a esto: Dice: Yo ya sabía que era "hermano" de Jesus, pero nunca había pensado que yo soy "madre de Jesús"....pero así lo dice Jesús en persona, y así lo soy: Porque lo esencial del cristianismo es que Cristo vive en mi, Cristo está en mi...y ¡éso es ser madre!... y, además, toda madre tiene que dar el hijo al mundo, y yo, como madre de Jesús, tengo que dar a Jesús al mundo, ser apóstol, evangelizador... Sí, soy madre de Jesús, porque Jesús lo dice, y porque en verdad lo soy. El mismo pasaje lo describen Lucas 8:19-21 y Marcos 3:31-35, y tienen la misma explicación.

Romanos 8:29 dice que Jesucristo es el primogénito entre muchos hermanos. Aquí San Pablo está hablando también de hermanos de religión. Somos muchos los hermanos de Cristo, todos los que hacen la voluntad del Padre, sin duda millones, y no quiere decir que hayamos nacido carnalmente de la Virgen. Pero ya que estamos en esto, si somos hermanos espirituales de Cristo, quiere decir que somos hijos espirituales de la Virgen, tenemos la misma madre espiritual San Pablo, en esa misma carta, en Romanos 12, y en Efesios 4, nos habla del Cuerpo Espiritual de Cristo, del Cuerpo Místico de Cristo. Ese Cuerpo tiene un Padre, y como todos los cuerpos, también tiene una Madre... la Madre de la cabeza es también la Madre de los miembros; la cabeza, nos dice San Pablo, es Cristo, y los miembros somos todos los cristianos, por lo tanto la Madre de la Cabeza, de Cristo, es también la Madre Espiritual de los Cristianos, es tu Madre y la mía...

En este sentido se puede comprender lo sublime de las palabras de Cristo en la cruz: He ahí a tu madre... he ahí a tu hijo, de Juan 19:27. Jesús sabía muy bien que Juan no era hijo de María, y que su madre no era la madre de Juan, y Jesús no estaba diciendo ninguna mentira cuando le decía a Juan He ahí a tu madre. Estaba diciendo una verdad maravillosa y consoladora: En Juan estábamos tú y yo representados en el Calvario, y a ti y a mí nos estaba diciendo Jesús: He ahí a tu madre. Por eso la Biblia no dice "dijo a Juan", sino "dijo al discípulo". Tú y yo somos "discípulos", y a ti y a mí nos está regalando su Madre para que sea también nuestra Madre... y por eso, si la Virgen María tuvo sólo un Hijo en la carne, tiene muchos hijos espirituales. Jesús mismo nos la regaló para que nos salváramos con corazón de padre y con cariños de madre... y por eso San Pablo grita en Romanos 8:29 que Cristo es el primogénito entre muchos hermanos, es nuestro hermano, y no sólo hermanos de Padre, sino hermano de Padre y Madre. Tú te puedes considerar huérfano si quieres, con Padre, pero sin Madre, yo le doy gracias a Dios que soy hermano de Jesús...¡Y hermano de padre y madre! Para gloria de Dios, porque el mismo Jesús me lo reveló en la cruz.

EN CONCLUSIÓN: La palabra "hermano" en la Biblia tiene los siguiente significados:

1- Hermano carnal: Nacido de la misma madre.
2 - Hermano espiritual: Miembros de la misma religión, de la misma congregación, de la misma iglesia, aunque sean nacidos de distintas madres.
3 - Hermanos, miembros del mismo clan familiar, de la misma tribu, aunque fueran nacidos de distintas madres, pero vivían juntos, formando un solo clan varias familias, una sola tribu, a veces hasta más de doscientas familias, que los de fuera los llamaban "aj", "hermanos", aunque eran nacidos de distintas madres y padres, y en nuestros días los conocemos como familiares, parientes, primos, sobrinos...
4 - Al principio los cristianos no se llamaban "cristianos", sino "hermanos de Jesús"... la expresión "cristianos" se comenzó a usar en Antioquía, mucho más tarde, en tiempos de San Pablo, como nos dice Hechos 11:26. La Virgen María sólo tuvo un hijo carnal, que es Jesús, no tuvo ningún otro hijo carnal. Algunos protestantes piensan que tuvo más hijos carnales, interpretando erróneamente las expresiones "hermanos de Jesús."

Se está cumpliendo la Palabra de Dios de Génesis 3:15: La serpiente morderá el talón de la mujer, pero la mujer aplastará la cabeza de la serpiente. La serpiente ha metido mucho veneno en muchos cristianos, realmente le está mordiendo el talón a la mujer, a la Iglesia... pero, para gloria de Dios, la mujer le está aplastando la cabeza a la serpiente, cuanto más hablan algunos mal de María, hay millones más que la aman y aprecian como Madre Virgen de Nuestro Salvador, como Reina de Reinas, por ser la Madre del Rey de Reyes, como Madre de Dios, por ser la Madre de Jesucristo. Profecía de la Biblia sobre María: "Todas las generaciones me llamarán bienaventurada" (Lucas 1:48): Y aunque a alguno no le guste, millones de personas alaban a María en cada segundo de cada día en los cinco continentes, con la misma salutación del ángel Gabriel: "Ave María", "Salve, María, llena de Gracia"... Millones de personas siguen gritando en todo el mundo con Santa Isabel cuando llena del Espíritu Santo exclamó: "Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es Jesús, el fruto de tu vientre."

Y aunque Satanás siga engañando a muchos, hay millones más, y cada vez más, que siguen cumpliendo la Profecía de la Biblia sobre María: "Todas las generaciones me alabarán, me llamarán gloriosa, bienaventurada" (Lucas 1:48, Salmo 45:17) Por eso, aunque la serpiente le muerda el talón a la mujer y su descendencia, la descendencia de la mujer aclama cada vez con más fuerza las glorias de la mujer con poesías y pinturas y esculturas... Por eso la Virgen María es la mujer en la historia de la humanidad a la que se le han dedicado y se le siguen dedicando las mejores pinturas, por los mejores artistas de la raza humana, y las mejores poesías, y los mejores libros, y las esculturas más esbeltas, y los monumentos y basílicas más bellos en todos los rincones de la tierra. Esa profecía de la Biblia, de Lucas 1:48, se ha cumplido, se cumple, y se seguirá cumpliendo, porque es Palabra de Dios, es una profecía de la Biblia, que ni ha fallado, ni puede nunca fallar.

Satanás y todos los que le siguen, ¡nunca acaban de aprender!. Les pasa lo que al principio del cristianismo: La sangre de los mártires era semilla de cristianos. Cuantos más cristianos eran martirizados, más cristianos buenos surgían por todas partes. Lo mismo pasa con la Virgen María: Cuanto más le muerde el tobillo Satanás, más la Virgen le aplasta la cabeza... Cuando se la desprecia más, entonces más se la quiere y se la defiende y se la alaba y glorifica, con su Hijo, para gloria de Dios Padre y el bien de su única Iglesia, y para nuestro propio bien. ¡Alabado sea el Señor!.

(fuente: www.mercaba.org)

viernes, 22 de junio de 2012

Amor al Sagrado Corazón de Jesús

Salvación del mundo, gloria de Cristo, Hijo único y gloria del Padre: otras tantas expresiones que señalan la irradiación triunfante de la caridad divina. El verbo de la bondad divina se ha hecho corazón humano para salvar a los hombres inhumanos (por ser pecadores), revelándoles el corazón del Padre. El corazón del redentor simboliza y expresa su amor misericordioso hacia nosotros, porque significa la caridad sobrenatural y recíproca, que difunde, por medio de su Espíritu, en nuestros corazones. Dándonos el amarnos los unos a los otros es como nos salva. Pero esta caridad recíproca está polarizada por el ejercicio del primer mandamiento. Amamos a los hombres por amor del hombre Jesús, Hijo de Dios. El segundo mandamiento está finalizado totalmente por el primero, que es mayor (cf. Mt 22, 38). Y este primer mandamiento se refiere inseparablemente al amor debido al Hijo y al Padre, que son uno (Jn 10, 30) en el Espíritu. El que me ama, ama al Padre (cf. Jn 14, 9).

De este modo la caridad salvífica del hombre sigue el orden paralelamente inverso al de Dios: sube hasta el Padre por medio del Hijo y los miembros del Hijo. Lo primero que el amor redentor descendió del Padre por medio del Hijo hacia los hombres.

Es en la encrucijada de esta ascensión y de este descenso donde está el corazón traspasado del Señor. Quiere Él que amemos a los hombres por amor suyo y del Padre (cf. Jn 8, 42; 14, 21). Se presenta a sí mismo como el modelo de este triple amor. ¿No es acaso el primero que nos ha amado como Él se amó a sí mismo por amor del Padre? Si nos ordena: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mt 22, 39), ¿no se trata de una forma de pedirnos que le imitemos? Nadie nunca amó a su prójimo como Jesús lo ha hecho. Y ¿no le ha amado Él como Él se amaba a Sí mismo, como Él amaba a su humanidad santa por amor del Padre?

El amor del corazón de jesús a los demás está polarizado por su amor totalmente desintereso de sí mismo, orientado hacia el Padre. Él es el Hijo único, que está a la vez hacia y en seno del Padre, del que Él nace eternamente.

Y este triple amor que “estructura” el corazón del Hombre-Dios corresponde a la triple finalidad de su ser teándrico. El vino para que los hombres se salven amándole; para su propia gloria que no es más que la irradiación de su amor; alabanza de la gloria del Padre, que es Amor (Jn 14, 21; Ef I, 6. 12; I Jn 4,8).

El mundo se ordena al corazón herido de Cristo redentor, Hijo bienamado que se insertó en la humanidad para gloria del Amor paterno. De este modo se presenta la primacía ontológica absoluta del Verbo divina hecho corazón humano.

Existiendo para amar a sus hermanos, y sobre todo para ser amado por ellos, el corazón del Cordero ofrece al Padre este doble amor, y ama de este modo a su Padre con un amor creado de valor infinito, puesto que lo asume su amor increado de Hijo único y eterno.

Fue intuición genial de Duns Escoto el haber comprendido nítidamente (aunque torpemente, con tal vez inconscientes connotaciones nestorianas) el valor supremo glorificador de un amor finito y creado, hipostáticamente asumido por un amor infinito. El Hijo único ama a su Padre no solamente con un amor eterno e increado recibido de Él e insuflando con Él el Amor personal que es el Espíritu, sino también con un amor creado; una caridad infusa y volitiva que nunca ha cesado desde el primer instante de su inhumación y que no cesara jamás; e incluso una caridad infusa y sensible, interrumpida entre el viernes santo y la resurrección para abrazar sin fin, a partir de este momento, su corazón humano y glorificado.

Este doble amor infuso, sensible y volitivo, creado, y asumido por el Amor increado del Hijo único, ofrece sin cesar al Padre, fuente última de todo amor, la dilección divinizada de sus hermanos en humanidad, a la que confiere de este modo un valor, en cierto sentido infinito. Todas las caridades creadas, todo el amor vertido por el Espíritu del Hijo en los corazones de los hombres en el curso de toda la historia humana, son asumidos con esta historia universal por el Hijo único y bienamado, y ofrecidas por Él al Padre en unión de su triple amor teándrico, lo que explica su inefable e incomparable valor.

El corazón traspasado y glorificado del Redentor aparece, pues, ineluctablemente como la llave de la historia universal, que es, ante todo y sobre todo, la historia de la caridad. El corazón del Mediador es el alfa y la omega del universo. ¿No era esto lo presentaba, con cierta oscura claridad el gran teólogo de la Encarnación, San Máximo Confesor, en sus admirables consideraciones sobre el adán cósmico, hombre total?

“Cristo es el gran misterio escondido, la finalidad bienaventurada y la meta por la que todo fue creado… La mirada fija sobre este fin Dios llama a todas las cosas a la existencia. Este fin es el límite en el que las creaturas realizan su vuelta a Dios… Todos los eones han recibido en Cristo su principio y su fin. Esta síntesis estaba ya premeditada con todos los eones: síntesis del límite con el infinito, del Creador con la criatura, del reposo con el movimiento. En la plenitud de los tiempos, esta fue síntesis visible en Cristo, aportando la realización de los proyectos de Dios Cristo unió la naturaleza creada a la naturaleza increada en el amor. ¡Oh maravilla de la amistad y ternura divina hacia nosotros!”

A la luz del corazón del Cordero inmolado y triunfante, y del Cordero Pantocrátor, entrevemos la posibilidad, ya en parte realizada, de una síntesis fecunda de los puntos de vista correctos mantenidos hasta ahora por las diferentes escuelas teológicas. Síntesis eminentemente conforme a los puntos de vista metodológicos de los Doctores Angélico y Sutil: “debemos amar las dos vertientes, a aquellos cuyas ideas seguimos, puesto que ambos nos ayudan a descubrir la verdad. Por lo mismo, es justo dar las gracias a todos”.

Esta síntesis cree poder afirmar, por medio de una profundización del dato bíblico y patrístico, la primacía absoluta y universal del corazón del Cordero redentor. Ella subraya tanto más el carácter último de Jesucristo, alfa que se hace omega, siendo el Mediador por excelencia y ejerciendo incesantemente su trascendente mediación.

Digamos más: la Iglesia, conociendo y reconociendo siempre la primacía absoluta del corazón del Cordero, coopera a su misión invisible y visible recibida del Padre; por su esposa, el alfa se hace omega, el primera se hace último, y el que era eternamente en el seno del Padre, se hace siempre más Aquel que está en el corazón de la tierra y aquel que viene sobre las nubes del cielo; aquel que es el Pantocrátor, el Todopoderoso (Cf. Ap, 22, 12; 1, 8. 17).

Progresando en la proclamación, cada vez más intensa de la primacía del Cordero, la Iglesia se hace cada vez más su Esposa fiel y fecunda. De este modo, bajo la acción y el soplo del Espíritu, dice constantemente a Aquel que es su templo y su antorcha: ¡Ven! (Cf. Ap 21, 22-23; 22, 17).

Bertrand de Margerie S.J. 
Transcrito por José Gálvez Krüger para Aci Prensa
(fuente: www.aciprensa.com)
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