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domingo, 3 de junio de 2012

"Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Al Dios que es, que era y que vendrá."


Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (Mt 28, 16-20)
Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea y subieron al monte en el que Jesús los había citado. Al ver a Jesús, se postraron, aunque algunos titubeaban. Entonces, Jesús se acercó a ellos y les dijo: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo cuanto yo le he mandado; y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo".

Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús.


El relato, muy escueto, presenta una cuidada composición: se inicia y cierra aludiendo al grupo apostólico, que va a Galilea donde se le aparece el Resucitado (Mt 28,16-17) y que de Él reciben la promesa de su permanencia entre ellos (Mt 28,20b). En el centro, Jesús, que se les muestra lleno de poder (Mt 28,18) y compromete su presencia junto a ellos (Mt 28,20b), les impone la misión universal (Mt 28,19-20a).

Los Once, a quienes se le ha comunicado ya la resurrección (Mt 28,7-8.10), se dirigen a Galilea, a un monte conocido. No huyen de Jerusalén ni se retiran a sus quehaceres, siguen una precisa indicación: allí se les ha prometido que verían al Señor (Mt 28,7.10). Y al verlo, caen al suelo, adorándolo, aunque algunos - un hecho del todo sorprendente - siguen sustentando dudas. La visión no es tan poderosa como para eliminar cualquier titubeo. La duda empequeñece su fe (cfr Mt 14,31) y, de algún modo, relativiza la experiencia visual: para saberlo vivo, no basta verlo, deberán obedecerle.

La doble reacción de los testigos refleja dos posturas enfrentadas que podían vivirse en la comunidad cristiana ante la experiencia pascual; al anotar Mateo que la experiencia personal de encuentro con el Resucitado no logró una fe sin fisuras, está restando fuerza a la vivencia subjetiva de la visión y subrayando la importancia de la misión al mundo (Mt 28,19).

De hecho, ya no es la vida tras la muerte – la nueva forma de ser de Jesús – el centro del mensaje pascual, sino su prometida permanencia entre los discípulos (Mt 28,20). Cierto que sepulcro vacío y apariciones en Galilea fueron centrales en la experiencia pascual; pero el redactor las ve ya como hechos del pasado; lo que importa, ahora, es obedecer al Resucitado: las dudas se superan en la misión al mundo, porque sólo allí se tiene la certeza de que se tiene al Señor resucitado. Quien vaya al confín del mundo, se encontrará acompañado de su Señor: entonces no le cabrá la menor duda de su resurrección. Mateo prepara así a las generaciones cristianas posteriores, pues, en la medida en que quedan lejos de los hechos pascuales, deberán centrar su atención en las tareas que les corresponden y afrontan los problemas de su tiempo.

Con una fe, no libre de sospechas todavía, logran los Once por fin verle (Mt 28,17); se les impone como soberano universal y les impone su voluntad a los suyos (Mt 28,18-20). El Resucitado ejerce ese poder enviando a sus testigos al mundo: hacer de los pueblos discípulos de Cristo es la forma de hacer a los suyos partícipes ya de su victoria personal y de asegurarles su presencia indefectible. Mientras la comunidad sea escuela cristiana, será hogar de Cristo; donde le surjan seguidores, allí estará el Señor. La misión no se reduce, pues, a la indoctrinación, mero aprendizaje de la enseñanza de Jesús; pretende introducir a los paganos en una vida de común seguimiento.

El bautismo en el nombre de Dios Trino y la instrucción en la enseñanza de Jesús son las dos actividades básicas de esta labor educativa entre hermanos. La promesa final no es simple repetición de compromisos pasados: el Resucitado empeña ahora su palabra, y su poder omnipotente, de que estará siempre con los suyos, no sólo cuando se los persiga (Mt 10,19-20) o se reúnan para rezar (Mt 18,20), sino siempre que ellos estén donde Él los quiere, entre las gentes y con el evangelio como única ocupación. Antes acabará el mundo que venga a menos su presencia. Esta presencia es permanente y eficaz. Jesús será Dios-con-nosotros (Mt 1,23), si sus enviados están con las gentes (Mt 28,20).




MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a la vida

Al final del período pascual, en el que hemos recordado los hechos principales de nuestra salvación (muerte y resurrección de Jesús, su ascensión y el envío de su Espíritu), la Iglesia quiere que centremos nuestra atención en el Dios que está tras tanta gracia y que adoremos el misterio de tamaño amor. Quien cree tener su salvador en Cristo Jesús, ha de creer en la Trinidad de Dios. Hoy recordamos el misterio central de nuestra fe: el Dios de Jesús, el único verdadero, es Padre, que nos ha creado y que nos ha llamado a la existencia; es Hijo, que murió por nosotros y que, resucitado, vive para nosotros; es Espíritu, que nos acompaña en la ausencia de Jesús y quiere lo mejor para nosotros, nuestra santificación.

Este misterio, como cualquier otro misterio de nuestra existencia, no está al alcance de nuestra inteligencia. Como tantos otros misterios, es alcanzable sólo con el corazón. No nos vamos a explicar nunca cómo es posible que Dios sean tres Personas, como nunca nos explicaremos por qué Dios quiso amarnos tanto: Dios consiste en el amor que nos tiene, por eso no le bastó en ser uno para nosotros, quiso triplicarse por nosotros. Y esta decisión misteriosa la empieza a entender quien se siente sobrecogido por tanto amor inmerecido. Cuando hablamos de tres Personas en Dios, decía san Agustín, no es porque así definimos mejor su realidad, sino para no tener que callarnos completamente. Y es que ante el amor no hay otra reacción posible que la aceptación o el rechazo. Intentar la comprensión de los motivos por los que uno es amado es empezar a perder el amor que se ha descubierto; no se analiza ni se disecciona lo que se aprecia; lo que más nos vale mejor lo contemplamos. En vez de buscar una explicación racional al amor que Dios nos tiene, deberíamos hoy contemplar ese amor y callarnos aceptándolo agradecidos: tenemos, ¡quien lo iba a decir!, un Dios que se ha hecho tres para demostrarnos su amor, para hacérnoslo más cercano, imponente e innegable. Dios nos ha amado tanto que nos ha salvado de la nada llamándonos a existir. Tanto nos ha querido, que quiso parecerse a nosotros viviendo, como hombre verdadero, entre nosotros, conociendo como nosotros la pena y la muerte; nos ha amado tanto que nos dio el espíritu no de siervos sino de hijos.

Por amor, amor incomprensible porque es amor sin medida, el Dios único se nos ha convertido en tres Personas que nos aman: no se puede vivir para comprender el amor (triple) de Dios, pero se puede vivir para sentirse comprendidos por ese amor personal de Dios Trino. Dios ha de resultarnos siempre incomprensible. Pero un Dios que se triplica para amarnos mejor es un Dios siempre adorable. Hoy deberíamos los creyentes en este Dios recuperar la alegría de vivir, la confianza en nosotros mismos hoy y la seguridad de no vernos defraudados mañana, porque, creyendo en el Dios Trino, nos podemos sentir al abrigo de todo un Dios que se nos ha hecho tres para amarnos más y siempre de forma diferenciada: ¿qué otro Dios podría prometernos tanto? 'Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿hubo jamás desde un extremo al otro del cielo palabra tan grande como ésta?, ¿se oyó cosa semejante?... Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que no el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo y aquí abajo en la tierra; no hay otro'.

Con todo, tenemos que reconocer que la fe en este Dios Trinidad ni libra del mal nuestra existencia ni la privilegia en modo alguno: cualquiera de nosotros tendría razones suficientes para quejarse por la inseguridad en que vive, por la enfermedad que sufre o teme, por el mal que ha conocido, por las injusticias que ya ha padecido o, peor aún, ha ocasionado. Como todo hombre, también los creyentes afronta¬mos el día que nace con desconfianza y recelos. Sigue siéndo¬nos difícil experimentar cercano a Dios; estamos a punto de creer que Dios nos ha dejado abandonados. ¿Cómo puede ser ello posible, si creemos que podemos contar con un Dios que, por decirlo breve y mal, está de tres formas diferentes, en tres personas diversas, totalmente de nuestra parte, siempre a favor nuestro?

Sin duda nuestra incapacidad para apreciar la cercanía del Dios Trino depende de la irresponsabilidad con que vivimos nuestra fe. Jesús Resucitado prometió estar con quienes mandó al mundo a ganarle nuevos discípulos. Cuando nos presentemos, pues, como enviados de Jesús sin rubor ni complejos de inferioridad, cuando no nos conformemos con poder vivir nuestra fe solo para nosotros, cuando enseñemos lo que Cristo nos enseñó, cuando recuperemos el orgullo de ser sus discípulos y lo digamos públicamente, sentiremos cercano al único Dios que quiso ser tres personas para amarnos de tres formas diferentes. Cristo empeñó su palabra - ¡hizo público testamento antes de dejar la tierra! - comprometiéndose en estar junto a quien predicara el evangelio y enseñara sus palabras.

Sólo quien se dedica a hacer comunidad entre los hombres, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu, puede esperar encontrarse con un Dios que es comunidad de personas: el pago de nuestro compromiso por hacer de los hombres discípulos, el salario por crear espacios en el mundo donde se viva según Cristo enseñó, la recompensa por vivir en común nuestra fe dentro de la iglesia, es siempre Dios, la conciencia de su cercanía, la seguridad de su compañía, la vivencia de su triple amor. No nos queda otro camino para recuperar a Dios que recuperar la alegría de serle fieles en este mundo, asumiendo la misión que nos dejó. No es lógico verse abandonados por Dios, si hemos abandonado su voluntad.

Vivir sin Dios, cuando tenemos tres personas divinas a nuestra disposición, es, además de una tragedia, un sinsentido. ¡Volvamos a nuestra tarea y Dios Trino se quedará con nosotros para siempre!. Estamos los cristianos bien arropados por un Dios que nos ha sido Padre, Hijo y Espíritu, para que podamos dedicarnos a arropar a los demás. Sólo quien va hacia los demás como discípulo, camina hacia el encuentro con su Dios: a quien no se aleja de su próximo, se le aproxima su Dios. Creer en Dios Trino significa, pues, defender la vida querida por Dios Padre, defender su creación; vivir la fraternidad lograda por la muerte en cruz del Hijo, luchar contra toda injusticia, la que se ve hoy y la que no se logra ver; asistir y alentar a quien está falto de razones para vivir y, si es preciso, darle también nuestra vida para que encuentre a nuestro Dios.

Y es que no tenemos ningún derecho a privatizar a un Dios que quiso hacerse comunidad de personas para amarnos más y mejor: digámoselo al mundo, que para ello hemos sido enviados. Diciéndoselo nos ganaremos tres veces el amor de Dios. La recompensa es mucho mayor de cuanto podríamos haber soñado: Dios nos quiere hijos, hermanos y morada suya, si nos volvemos al mundo que tenemos para recordarle cuanto ya sabemos y estamos viviendo: que El es Padre, Hijo y Espíritu.

(fuente: say.sdb.org/blogs/JJB)

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