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miércoles, 30 de abril de 2014

¿Cómo oran los santos? Un ejemplo

Muchas veces nos preguntamos: ¿Cómo se dirige a Dios un santo? ¿Cómo es su diálogo con la Virgen? Porque al contemplar su figura, nos sentimos atraídos a alcanzar esta misma intimidad con Dios; a vivirla con la misma pasión.

San Bernardo nos regala una auténtica joya: un ejemplo de cómo se dirigía a María, meditando justamente en el pasaje que hoy nos presenta la Liturgia.

Que la contemplación de estas líneas nos ayuden a profundizar y ahondar más en cómo orar: no sólo con la mente sino, sobre todo, con el corazón:

«Oíste que concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no será por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el ángel aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor que le envió. Esperamos también nosotros, Señora esta palabra de misericordia, a los cuales tiene condenados a muerte la divina sentencia, de que seremos librados por tus palabras. Ve que se pone entre tus manos el precio de nuestra salud; al punto seremos librados si consientes. Por la palabra eterna de Dios fuimos todos criados, y con todo eso morimos; mas por tu breve respuesta seremos ahora restablecidos para no volver a morir. Esto te suplica, ¡oh piadosa Virgen , el triste Adán, desterrado del paraíso con toda su miserable posteridad. Esto Abraham, esto David con todos los santos Padres tuyos, los cuales están detenidos en la región de la sombra de la muerte; esto mismo te pide el mundo todo postrado a tus pies. Y no sin motivo, aguarda con ansia tu respuesta, porque de tu palabra depende el consuelo de los miserables, la redención de los cautivos, la libertad de los condenados, la salud, finalmente, de todos los hijos de Adán, de todo vuestro linaje. Da, ¡oh Virgen!, aprisa la respuesta.

¡Ah!, Señora, responde aquella palabra que espera la tierra, que espera el infierno, que esperan también los ciudadanos del cielo. El mismo Rey y Señor de todos, cuanto deseó tu hermosura, tanto desea ahora la respuesta de tu consentimiento; en la cual sin duda se ha propuesto salvar el mundo. A quien agradaste por tu silencio agradarás ahora mucho más por tus palabras, pues El te habla desde el cielo diciendo: ¡Oh hermosa entre las mujeres, hazme que oiga tu voz! Si tú le haces oír tu voz, El te hará ver el misterio de nuestra salud. ¿Por ventura, no es esto lo que buscabas, por lo que gemías, por lo que orando días y noches suspirabas? ¿Qué haces, pues? ¿Eres tú aquella para quien se guardan estas promesas o esperamos otra? No, no; tú misma eres, no es otra. Tú eres, vuelvo a decir, aquella prometida. aquella esperada, aquella deseada, de quien tu santo padre Jacob, estando para morir, esperaba la vida eterna, diciendo: Tu, salud esperaré., Señor". En quien y por la cual Dios mismo, nuestro Rey, dispuso antes de los siglos obrar la salud en medio de la tierra. ¿Por qué esperaras de otra lo que a ti misma te ofrecen? ¿Por qué aguardarás de otra lo que al punto se hará por ti, como des tu consentimiento y respondas una palabra? Responde, pues, presto al ángel, o, por mejor decir, al Señor por el ángel; responde una palabra y recibe otra palabra; pronuncia la tuya y concibe la divina; articula la transitoria y admite en tí la eterna. ¿Qué tardas? ¿Qué recelas? Creo, di que sí y recibe. Cobre ahora aliento tu humildad y tu vergüenza confianza. De ningún modo conviene que tu sencillez virginal se olvide aquí de la prudencia. En sólo este negocio no temas, Virgen prudente, la presunción; porque, aunque es agradable la vergüenza en el silencio, pero más necesaria es ahora la piedad en las palabras. Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Criador. Mira que el deseado de todas las gentes está llamando a tu puerta. ¡Ay si, deteniéndote en abrirle, pasa adelante, y después vuelves con dolor a buscar al amado de tu alma! Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el consentimiento».

(San Bernardo, sobre la excelencia de la Virgen Madre, n. 9).

escrito por P. Juan Antonio Ruiz J., L.C. 
(fuente: www.la-oracion.com)

martes, 29 de abril de 2014

Se amaron durante 70 años... fallecieron con 15 horas de diferencia.

Helen y Kenneth eran inseparables desde el día en que se conocieron y siempre se tomaban de las manos durante el desayuno. Cuando Helen Felumlee falleció a los 92 años la mañana de ese sábado, su familia supo que su marido, Kenneth, de 91, no tardaría en acompañarla. Desde que se conocieron, la pareja no podía soportar estar separados mucho tiempo, incluso desayunaban tomándose de las manos, y él falleció tan sólo 15 horas y media después de su esposa desde hacía 70 años.

"Sabíamos que cuando uno se fuera, el otro lo iba a seguir", dijo Linda Cody, una de sus hijas. "Queríamos que se vayan de la mano y lo hicieron".

A causa de problemas de circulación, hacía dos años que debieron amputarle la pierna a Kenneth, y Helen se convirtió en su cuidadora principal, asegurándose de que tenía todo lo que necesitaba. Continuó haciendo esto hasta tres semanas antes de su muerte, cuando ella llegó a ser demasiado frágil para cuidarlo.

"Estaba tan débil que apenas podía hacerlo", recordó Cody en declaraciones a Zanesville Times Recorder. "Pero ella seguía empujando su silla; ella todavía estaba llenando su vaso de agua".

Cuando la salud de Kenneth comenzó a fallar, Helen empezó a dormir en el sofá para estar cerca de él. El matrimonio no había dormido separado en los 70 años de relación, comentó su familia. Es usual la anécdota que rememora el momento en que hace años, cuando los dos se tomaron un ferry nocturno equipado con cuchetas individuales, optaron por dormir en la cama inferior en lugar de estar separados, incluso por esa única noche.

Cuando Helen enfermó y quedó postrada en la cama de un hospital, para Kenneth fue muy fuerte, dijo Cody. "Él la tomaba de la mano, pero mantenía su cabeza hacia abajo porque no podía soportar verla sufrir", dijo la hija.

Cody confesó que su padre comenzó a decaer unas 12 horas luego de que su madre falleciera, el pasado 12 de abril, y les dijo que "no quería dejar que se fuera sola". Él finalmente falleció la mañana siguiente, rodeado de su familia y amigos. "Ya estaba listo", dijo Cody.

La pareja se conocía desde hacía años, pero recién el 20 de febrero de 1944 se fugaron a Newport, Kentucky, desde Cincinnati a dos días de que ella cumpliera 21 años. Kenneth era demasiado joven para casarse en Ohio.

Kenneth trabajaba como inspector de vías férreas y mecánico antes de emplearse en la oficina postal de Nashport. También daba clases dominicales en la iglesia de su localidad.

Helen era ama de casa, se hacía cargo de su familia y ayudaba a otras familias del área. También era maestra los domingos y era reconocida en su comunidad porque le gustaba enviar tarjetas de saludos, agradecimiento y felicitaciones a todos.

(fuente: www.infobae.com)

lunes, 28 de abril de 2014

¡Cristo vive y sigue haciendo camino con nosotros!

La alegría de la Pascua de Resurrección es tan grande que no podemos celebrarla sólo un día. Tras la resurrección, Jesús fue apareciéndose a los suyos durante 50 días. El encuentro con el Resucitado se va dando progresivamente, y ahí el Señor nos va consolando, quitando el miedo e invitándonos a la alegría.

Compartimos un hermoso mensaje que el cardenal argentino Eduardo Pironio dirigía a los jóvenes tras una fiesta de Domingo de Resurrección.

Queridos jóvenes:

Al desearles de corazón Feliz Pascua de Resurrección les grito nuevamente "ha resucitado Cristo mi Esperanza". Qué bueno gritar hoy, otra vez, a los jóvenes: "No tengan miedo, Cristo ha resucitado, Cristo vive y sigue haciendo camino con nosotros".

Seamos, queridos jóvenes, verdaderos testigos de la Esperanza. Eso exige creer de veras. Pero para poder proclamar la resurrección de Cristo, hay que tener una especie de experiencia de Cristo de la Pascua, del Cristo resucitado.

Queridos amigos, esta vida nueva nos impone un estilo de amor nada común, heroico, generoso, alegre y servicial. La esperanza es comunión, es caminar juntos. No sólo caminar juntos con el Cristo que va haciendo camino con nosotros, sino caminar juntos con aquel que Dios ha puesto a nuestro lado.

Qué bueno mirar a la luz de la fe todo lo que ocurre, y saber que si bien la peregrinación es larga es bueno caminar en la vida dándonos las manos! Pero esto exige un cambio interior, exige que vivamos de veras nuestra vida con Cristo, en Dios. Que vivamos la construcción positiva del amor en la fecundidad de la entrega generosa a los hermanos.

Hoy es el día de la esperanza, pero también es por esencia el día del compromiso en el amor. Queridos jóvenes la única fuerza que puede cambiar el mundo es el amor, la única forma de cambiar las estructuras y construir un mundo nuevo, es con el amor.

Pascua, día del amor, día de la esperanza. La esperanza es caminar juntos. Qué bueno, mis queridos jóvenes, si hoy sentimos que alguien a nuestro lado nos dice: "no tengas miedo, no estás solo caminamos juntos!. Qué bueno si nos acercáramos a alguien que vacila en su fe, a alguien a quien el dolor oscurece el camino y le decimos: " No tengas miedo yo también voy caminando a tu lado".

Queridos jóvenes, amigos, quiero gritarles nuevamente "ha resucitado mi Esperanza". Una esperanza que es seguridad, que es comunión y compromiso.

Que nuestra Señora de la Esperanza, Virgen del silencio y la espera, Virgen que sufrió la cruz y por eso supo lo que era esperar, encienda en el corazón de ustedes, mis queridos en el corazón de nuestros hermanos, en mi corazón, la luz inextinguible de una esperanza que tiene que ser contagiosa para cambiar al mundo.

Que así sea.

Cardenal Eduardo Pironio
Siervo de Dios

(fuente: www.radiomaria.org.ar)

Francisco: "Juan XXIII y Juan Pablo II colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia"

Texto completo de la homilía de Santo Padre en la misa de canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II.

Ciudad del Vaticano, 27 de abril de 2014 (Zenit.org) Publicamos a continuación la homilía del Santo Padre en la eucaristía de canonización de los papas Juan XXIII y Juan Pablo II.

En el centro de este domingo, con el que se termina la octava de pascua, y que Juan Pablo II quiso dedicar a la Divina Misericordia, están las llagas gloriosas de Cristo resucitado.

Él ya las enseñó la primera vez que se apareció a los apóstoles la misma tarde del primer día de la semana, el día de la resurrección. Pero Tomás aquella tarde, lo hemos escuchado, no estaba; y, cuando los demás le dijeron que habían visto al Señor, respondió que, mientras no viera y tocara aquellas llagas, no lo creería. Ocho días después, Jesús se apareció de nuevo en el cenáculo, en medio de los discípulos, y Tomás también estaba; se dirigió a él y lo invitó a tocar sus llagas. Y entonces, aquel hombre sincero, aquel hombre acostumbrado a comprobar personalmente las cosas, se arrodilló delante de Jesús y dijo: «Señor mío y Dios mío».

Las llagas de Jesús son un escándalo para la fe, pero son también la comprobación de la fe. Por eso, en el cuerpo de Cristo resucitado las llagas no desaparecen, permanecen, porque aquellas llagas son el signo permanente del amor de Dios por nosotros, y son indispensables para creer en Dios. No para creer que Dios existe, sino para creer que Dios es amor, misericordia, fidelidad. San Pedro, citando a Isaías, escribe a los cristianos: «Sus heridas nos han curado».

Juan XXIII y Juan Pablo II tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado. No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de él, de su cruz; no se avergonzaron de la carne del hermano, porque en cada persona que sufría veían a Jesús. Fueron dos hombres valerosos, llenos de la parresia del Espíritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia.

Fueron sacerdotes, obispos y papas del siglo XX. Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron. En ellos, Dios fue más fuerte; fue más fuerte la fe en Jesucristo Redentor del hombre y Señor de la historia; en ellos fue más fuerte la misericordia de Dios que se manifiesta en estas cinco llagas; más fuerte la cercanía materna de María.

En estos dos hombres contemplativos de las llagas de Cristo y testigos de su misericordia había «una esperanza viva», junto a un «gozo inefable y radiante». La esperanza y el gozo que Cristo resucitado da a sus discípulos, y de los que nada ni nadie les podrá privar. La esperanza y el gozo pascual, purificados en el crisol de la humillación, del vaciamiento, de la cercanía a los pecadores hasta el extremo, hasta la náusea a causa de la amargura de aquel cáliz. Ésta es la esperanza y el gozo que los dos papas santos recibieron como un don del Señor resucitado, y que a su vez dieron abundantemente al Pueblo de Dios, recibiendo de él un reconocimiento eterno.

Esta esperanza y esta alegría se respiraba en la primera comunidad de los creyentes, en Jerusalén, como se nos narra en los Hechos de los Apóstoles, que hemos escuchado en la segunda lectura. Es una comunidad en la que se vive la esencia del Evangelio, esto es, el amor, la misericordia, con simplicidad y fraternidad.

Y ésta es la imagen de la Iglesia que el Concilio Vaticano II tuvo ante sí. Juan XXIII y Juan Pablo II colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia según su fisionomía originaria, la fisionomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos. No olvidemos que son precisamente los santos quienes llevan adelante y hacen crecer la Iglesia. En la convocatoria del Concilio, san Juan XXIII demostró una delicada docilidad al Espíritu Santo, se dejó conducir y fue para la Iglesia un pastor, un guía-guiado, guidada por el Espíritu Santo. Éste fue su gran servicio a la Iglesia y por eso me gusta pensar en él como el Papa de la docilidad al Espíritu.

En este servicio al Pueblo de Dios, Juan Pablo II fue el Papa de la familia. Él mismo, una vez, dijo que así le habría gustado ser recordado, como el Papa de la familia. Me gusta subrayarlo ahora que estamos viviendo un camino sinodal sobre la familia y con las familias, un camino que él, desde el Cielo, ciertamente acompaña y sostiene.

Que estos dos nuevos santos pastores del Pueblo de Dios intercedan por la Iglesia, para que, durante estos dos años de camino sinodal, sea dócil al Espíritu Santo en el servicio pastoral a la familia. Que ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama.


La religiosa curada por Juan Pablo II rezó por los enfermos y 'heridos por la vida'
Entrevista en la plaza de San Pedro a la hermana Marie Simon-Pierre, que fue sanada del mal Parkinson

Ciudad del Vaticano, 27 de abril de 2014 (Zenit.org) La hermana Marie Simon-Pierre la monja curada milagrosamente del mal de Parkinson por la intercesión de Juan Pablo II, estuvo este domingo 27 en la plaza de San Pedro, para participar en la ceremonia de la canonización.

El milagro de Dios obtenido por la intercesión del papa polaco permitió la beatificación de Karol Woytila, así como la curación milagrosa de un aneurisma cerebral recibido por la costarricense Floribeth Mora abrió el camino a la canonización del mismo. Ambas estaban hoy en la plaza de San Pedro.

La religiosa francesa interrogada por ZENIT, sobre sus intenciones de oración durante la misa de canonización, que coincide con la fiesta de la Divina Misericordia, aseguró: "Nosotros hoy rezaremos por todos aquellos que se encomienden a nuestra oración.

La hermana Marie Simon-Pierre Normand, 55 años, religiosa de la congregación de las Pequeñas Hermanas de las Maternidades Católicas, quien se ocupa de recién nacidos en la localidad francesa de Puyricard (cerca de Aix-en-Provence), fue curada milagrosamente el 2 de junio de 2005 cuando el mal de Parkinson la había reducido a una estado lamentable y cuando ya estaba en una fase de no retorno. El milagro llegó después de un momento de adoración eucarística, al meditar los misterios luminosos del rosario.

Interrogada por ZENIT sobre el evento de hoy, indicó: Es magnífico, es algo enorme y extraordinario. Tengo presentes a todos los enfermos que se confían a nuestra oración, la mía pero especialmente la de mi congregación de las Pequeñas Hermanas de las Maternidades Católicas. Tengo presente a todos los pacientes que se confían a nuestra oración: las personas enfermas de Parkinson, que sufren cáncer, todas las parejas que esperan un hijo, a todos los enfermos y a todos aquellos que fueron heridos por la vida".

Concluyó recordando que "la comunidad está al servicio de la familia y lo relacionado especialmente con el 'Papa de la familia'. Las Hermanitas de las Maternidades Católicas servimos a la la vida y la familia, esta es nuestra misión. Fuimos fundados en 1930 por Alexandre Caillot, obispo de Grenoble, y Marie-Louise Lantelme".

Recientemente, el portavoz de la Conferencia de Obispos de Francia, monseñor Bernard Podvin, informó que se ha registrado una nueva curación milagrosa en Francia, por intercesión de Juan Pablo II, y la oración de la hermana Marie Simon-Pierre y de su comunidad.

Se trató, dijo, de un recién nacido con un defecto cardíaco grave "curado del mal el 2 de abril pasado, aniversario de la entrada en la vida eterna del Beato Juan Pablo II". Añadió que los jóvenes padres habían pedido a la hermana Marie Simon-Pierre y a su comunidad que le rezaran al papa polaco para que intercediera por su bebé.

Hoy la hermana Marie Simon-Pierre leyó la siguiente intención en la oración universal durante la misa de canonización: "Que la intercesión de san Juan Pablo II despierte siempre, oh Padre, entre los hombres de cultura, de ciencia y de gobierno, la pasión por la dignidad del hombre, y haga que en cada persona sea servido Jesús resucitado y viviente.

(27 de abril de 2014) © Innovative Media Inc.

domingo, 27 de abril de 2014

Tomás, tú crees porque me has visto. Dichosos los que creen sin haberme visto, dice el Señor

Lectura del Santo Evangelio según San Juan
(Jn 20, 19-31)
Gloria a ti, Señor.

Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes." Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría. De nuevo les dijo Jesús: "La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío Yo”. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Reciban al Espíritu Santo, a los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”. Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor." Pero él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré." Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes.'' Luego le dijo a Tomás: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree. "Tomás le respondió: "¡Señor mío y Dios mío!" Jesús añadió: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto." Otras muchas señales milagrosas hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritas en este libro. Se escribieron éstas para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre.

Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús.

Son varios los temas que componen este Evangelio: las apariciones del Señor ritman de ocho en ocho días la vida de las comunidades primitivas; Cristo-Señor hace uso de su poder de Resucitado transmitiendo sus poderes a los apóstoles; finalmente, los discípulos se ven llevados a descubrir, lo mismo que Tomás, el desprendimiento de la fe. a) Las apariciones. Juan comienza por resumir los datos que han llegado a su conocimiento seguramente a través de las mismas fuentes que a San Lucas (24, 36-49): Cristo no es ya un hombre como los demás, puesto que pasa a través de los muros; pero no es un espíritu, puesto que se le puede ver y tocar sus manos y su costado (v. 20). Su resurrección ha supuesto para El un nuevo modo de existencia corporal. Juan no insiste tanto como Lucas en torno a la demostración: reemplaza la alusión a los pies por la alusión al costado y no señala que Cristo tuvo que comer con los apóstoles para que le reconocieran. Pero, mientras que en San Lucas el Señor está completamente vuelto hacia el pasado con el fin de probar que su resurrección estaba prevista, Juan le presenta más bien orientado hacia el futuro y preocupado por "enviar" a sus apóstoles al mundo.

Este envío de los apóstoles al mundo es prolongación del envío que el Padre ha hecho de su Hijo (Jn 17, 18). Los apóstoles están ya habilitados para terminar la obra que Cristo ha iniciado durante su vida terrestre (Jn 17, 11). La reunión de los discípulos en torno al Señor se hará en adelante en torno a los mismos apóstoles.

Un tema importante de las apariciones es la preocupación de Cristo por organizar los distintos elementos que prolongarán sobre la tierra su actividad de Resucitado: la jerarquía, los sacramentos, el banquete, la asamblea (adviértase la doble mención de la "reunión" de los apóstoles" vv. 19 y 26, ya con su ritmo dominical: v. 26).

b) El don del Espíritu (PAS/PENT). ¿Cómo puede Juan descubrir la venida del Espíritu sobre los apóstoles el domingo de Pascua, mientras que Lucas la anuncia para Pentecontés? (Lc 24, 49). Realmente, Juan se hace eco de una antigua idea de los medios judíos, en especial de los que se movían en torno a Juan Bautista. En esos medios se esperaba a un "Hombre" que "purgaría a los hombres de su espíritu de impiedad" y les purificaría por medio de su "Espíritu Santo" de toda acción impura, procediendo así a una nueva creación (Sal 50/51, 12-14; Ez 36, 25-27). Al "insuflar" su Espíritu, Cristo reproduce el gesto creador de Gén 2, 7 (cf, 1 Cor 15, 42, 50, en donde Cristo debe su título de segundo Adán al "Espíritu" que recibe de la resurrección; Rom 1, 4).

Mediante su resurrección, Cristo se ha convertido, pues, en el hombre nuevo, animado por el soplo que presidirá los últimos tiempos y purificará la humanidad. Al conferir a sus apóstoles el poder de remitir los pecados, el Señor no instituye tan solo un sacramento de penitencia; comparte su triunfo sobre el mal y el pecado.

Se comprende por qué San Juan ha querido asociar la transmisión del poder de perdonar con el relato de la primera aparición del Resucitado. La espiritualización que se ha producido en el Señor a través de la resurrección se prolonga en la humanidad por medio de los sacramentos purificadores de la Iglesia.

c) De la visión a la fe (J/PRESENCIA). La forma de vida del Resucitado es de tal especie que no se le reconoce: María Magdalena le toma primero por el jardinero (Jn 20, 11-18). Cuando le "reconoce" (v.16) ve cómo se le prohíbe las muestras de respeto con que trataba al Cristo pre-pascual (v. 17). Aun cuando este tema figura también en San Lucas (Lc 24, 16, 31), adquiere en San Juan el evangelista del "conocimiento" (Jn 21, 4), un relieve particular.

Esta pedagogía del Señor resucitado nos permite comprender la lección dada a Tomás. La nueva forma de vida del Señor no permite ya que se le conozca según la carne, es decir, a base tan solo de los medios humanos. Ya no se le reconocerá como hombre terrestre, sino en los sacramentos y la vida de la Iglesia, que son la emanación de su vida de resucitado. La "fe" que se le pide a Tomás permite "ver" la presencia del resucitado en esos elementos de la Iglesia, por oposición a toda experiencia física o histórica. La fe está ligada al "misterio", en el sentido antiguo de la palabra.

d) No hay que perder de vista que esta aparición asocia el don del Espíritu y la fe a la revelación del costado de Jesús (v.20). Ahora bien: Juan ya había dicho, en el momento en que fue herido el costado de Cristo en la cruz (Jn 19, 34-37), que la fe captaría a quienes vieran su costado herido. He aquí lo que sucede: la contemplación de la muerte de Cristo provoca la fe en la acción del Espíritu. Si Cristo muestra su costado no lo hace por simples razones apologéticas: revela a los contemplativos la fuente de la nueva economía.

En este sentido, el género de visión (v. 25) que los apóstoles han tenido de Cristo resucitado no ha sido ese tipo de visión material (vv. 26-31) exigida por Tomás. Si no hay diferencia entre estas dos experiencias, no se ve por qué Cristo habría de reprocharle lo que no reprocha a los demás y por qué habría que exigir al primero una fe que no les ha exigido a los segundos. En realidad, los diez apóstoles han tenido una experiencia real del Señor resucitado, pero probablemente fue más mística que la experiencia a que aspiraba Tomás. Para evitar a los hombres a "creer sin ver", ¿no deben, los apóstoles, los primeros, aprender a pasar las pruebas materiales? La resurrección no es, desde luego, una cuestión de apologética ni un acontecimiento maravilloso: ella no es signo más que en la medida en que la fe la ilumina, y es, al mismo tiempo, interior a la fe.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA IV
MAROVA MADRID 1969.Pág. 36
(fuente: www.mercaba.org)

sábado, 26 de abril de 2014

¿Se puede comprobar la Resurrección de Cristo?

La resurrección de Cristo es el dogma fundamental del cristianismo, es un hecho que ha sucedido en la realidad.

Jesucristo, después de ser crucificado, estuvo muerto y enterrado, y al tercer día resucitó juntando su cuerpo y su alma gloriosos para nunca más morir. Por tanto, Jesucristo está ahora en el cielo en cuerpo y alma. La resurrección de Cristo es el dogma fundamental del cristianismo.

La expresión de San Mateo atribuye a Jesús sepultado una duración de "tres días y tres noches". Pero tal expresión venía a ser idéntica a la duración hasta el tercer día, al juzgarse el día como una unidad de día-noche. El decir "tres días y tres noches" es un modismo equivalente a "al tercer día"».

Antes de morir Jesús había profetizado varias veces su resurrección. Por lo tanto, al resucitar por su propio poder, demostraba nuevamente, y con la prueba más convincente, que era Dios. Dice San Mateo, que los fariseos mandaron a sus soldados que habían estado guardando la tumba, que dijeran: «Sus discípulos vinieron de noche estando nosotros dormidos y lo robaron».

San Agustín dio a esto una respuesta definitiva: «Si estaban durmiendo, no pudieron ver nada. Y si no vieron nada, ¿cómo pueden ser testigos?». Los teólogos modernos buscan diversas explicaciones al hecho de la resurrección de Cristo. Pero cualquiera que sea la interpretación debe incluir la revivificación del cuerpo, si no se quiere hundir la teología de la resurrección.

Algunos dicen que la resurrección de Cristo no es un hecho histórico, pues no hay testigos. Este modo de hablar es ambiguo y puede confundir; pues «no histórico» puede confundirse con «no real». Por eso no debe emplearse, como recomienda el padre José Caba, S.I., Catedrático de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, en su libro «Resucitó Cristo, mi esperanza». La resurrección de Cristo es un hecho que ha sucedido en la realidad. Aunque no haya habido propiamente ningún testigo del hecho de la resurrección, en cuanto tal, es histórica en razón de las huellas dejadas en nuestro mundo y de las que dan testimonio los Apóstoles.

Si aparece un coche en el fondo de un barranco y está destrozado el pretil de la curva que hay en ese sitio, no necesito haber visto el accidente, para comprender lo que ha pasado. De la misma manera puedo conocer la resurrección de Jesucristo. Para otros sí se puede considerar como hecho histórico, pues puede localizarse en el.espacio y en el tiempo; y según Pannemberg es histórico todo suceso que puede ser colocado en unas coordenadas de espacio y tiempo. Por eso para el P.Ignacio de La Potterie, S.I., que es uno de los mejores especialistas en el mundo del Evangelio de San Juan, la resurrección de Cristo tuvo una realidad física, histórica.

La resurrección de Cristo la refiere San Pablo en carta a los Corintios, el año 57, es decir, a contemporáneos de los hechos: «Cristo murió por nuestros pecados, fue sepultado y resucitó al tercer día»(394). Y lo atestigua San Pedro: «De Jesús resucitado todos nosotros somos testigos». San Lucas lo afirma enfáticamente: «El Señor ha resucitado verdaderamente».

Cristo estaba muerto en la cruz. Por eso los verdugos no le partieron las piernas como solían hacer para rematar a los crucificados. Si no hubiera estado muerto, le hubiera matado la lanzada que le abrió la aurícula derecha del corazón.

La cantidad de sangre que salió después de la lanzada, según el relato de San Juan que estaba allí presente, dicen los médicos, sólo se explica porque la lanza perforó la aurícula derecha que en los cadáveres está llena de sangre líquida. Al tercer día el sepulcro estaba vacío: no estaba el cuerpo de Cristo. La fe en la resurrección de Jesucristo parte del sepulcro vacío. Oscar Cullmann, protestante, de la Universidad de Basilea, dice: la tumba vacía seguirá siendo un acontecimiento histórico . Los Apóstoles no habrían creído en la resurrección de Jesús de haber encontrado su cadáver en el sepulcro. Los cuatro evangelistas relacionan el sepulcro vacío con la resurrección de Cristo:

a) San Mateo: «No está aquí, pues ha resucitado».
b) San Marcos: «Ha resucitado, no está aquí».
c) San Lucas : «No está aquí, sino que ha resucitado».
d) San Juan al ver la tumba vacía y la disposición de los lienzos «vio y creyó» que había resucitado; pues si alguien hubiera robado el cadáver, no hubiera dejado los lienzos tan bien puestecitos.

San Juan vio la sábana, que había cubierto el cadáver de Jesús, yaciendo en el suelo, y doblado aparte el sudario que había estado sobre su cabeza. Según los especialistas la palabra «ozonia» usada por San Juan debe traducirse por «lienzos» y no por «vendas» como hacen algunos equivocadamente. Es verdad que las vendas son lienzos, pero no todos los lienzos son vendas.

El sepulcro vacío sólo tiene dos explicaciones. O alguien se llevó el cadáver o Cristo resucitó. El cadáver no lo robaron los enemigos de Cristo, pues al correrse la noticia de la resurrección la mejor manera de refutarla hubiera sido enseñar el cadáver. Si no lo hicieron, es porque no lo tenían.

Tampoco lo tenían sus amigos, pues los Apóstoles murieron por su fe en Cristo resucitado, y nadie da la vida por lo que sabe es una patraña. Se puede dar la vida por un ideal equivocado, pero no por defender lo que se sabe que es mentira. Es evidente que los Apóstoles no escondieron el cadáver.

Luego si Cristo estaba muerto, y el sepulcro estaba vacío, y nadie robó el cadáver, sólo queda una explicación: Cristo resucitó. San Pablo nos habla también de la resurrección de Cristo en la Primera Carta a los Tesalonicenses del año 51 de nuestra era : Jesús murió y resucitó; y en la Primera Carta a los Corintios del año 55: Cristo resucitó al tercer día. Una confirmación de la resurrección de Cristo es la Sábana Santa de Turín donde ha quedado grabada a fuego su imagen por una radiación en el momento de la resurrección. No hay explicación más aclaratoria.

La resurrección de Jesucristo es totalmente distinta de la resurrección de Lázaro o de la del hijo de la viuda de Naín: éstos resucitaron para volver a morir, pero Cristo resucita para nunca más morir. «Cristo resucitado de entre los muertos, ya no vuelve a morir». La resurrección de Cristo no fue una reviviscencia para volver a morir, como le pasó a Lázaro; tampoco fue una reencarnación, propia del budismo y del hinduismo; menos aún fue el mero recuerdo de Jesús en el ánimo de sus discípulos. Fue el encuentro con Jesús resucitado lo que provocó la fe de los discípulos en la resurrección, y no viceversa. La resurrección no fue la consecuencia, sino la causa de la fe de los discípulos. (...) Jesucristo fue restituido con su humanidad a la vida gloriosa, plena e inmortal de Dios. (...) Se trata de la transformación gloriosa del cuerpo.

Después de resucitar, antes de subir al cielo con su Padre, estuvo varios días apareciéndose a los Apóstoles que comieron con Él y le palparon con sus propias manos. Los fantasmas no comen ni se dejan palpar. Cristo resucitado cenó con los Apóstoles y se dejó palpar por Santo Tomás. Decía Cristo : «Soy Yo. Tocadme y ved. Un espíritu no tiene carne y hueso, como veis que Yo tengo».

San Pedro lo recuerda: «Nosotros hemos comido y bebido con Él después que resucitó de entre los muertos». En una ocasión se apareció a más de quinientos estando reunidos. Así nos lo cuenta San Pablo escribiendo a los Corintios, y añadiendo que muchos de los que lo vieron, todavía vivían cuando él escribía aquella carta, en los años 55-56 de nuestra Era. El verbo empleado por San Pablo excluye una interpretación subjetiva del término, «aparición». Las apariciones de Jesús son un motivo de credibilidad en la resurrección de Cristo. Jesús resucitado tiene un cuerpo glorioso con propiedades distintas a las de un cuerpo material.

En la Biblioteca Nacional de Madrid he leído un incunable en el que Poncio Pilato escribe al emperador Tiberio sobre Cristo. Dice: Después de ser flagelado, lo crucificaron. Su sepultura fue custodiada por mis soldados. Al tercer día resucitó. Los soldados recibieron dinero de los judíos para que dijeran que los discípulos robaron su cadáver. Pero ellos no quisieron callar y testificaron su resurrección. Sabemos con certeza que existieron unas actas oficiales de Poncio Pilato, Procurador de Judea, al Emperador Tiberio, como era obligación y costumbre en el Imperio por testimonio de Tertuliano (siglo III).

escrito por P. Jorge Loring, S.I.
(fuente: catholic.net)

viernes, 25 de abril de 2014

Juan XXIII y Juan Pablo II: dos Papas santos, dos santos marianos

Reflexiones de Javier Echevarría, prelado del Opus Dei sobre la canonización de este domingo 27 de abril

 Roma, 23 de abril de 2014 (Zenit.org) La canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II es un gran acontecimiento eclesial y un signo de esperanza para el mundo, porque allí donde florece la santidad, las crisis no tienen la última palabra.

Cuando hay santidad existe un fundamento sólido sobre el que construir el futuro. En el cristianismo, y de modo particular en los santos, encontramos respuestas a los problemas más profundos del hombre y de la sociedad, que tienen con frecuencia su origen en un alejamiento de Dios.

Es motivo de gratitud a Dios observar que, durante las últimas décadas (en las que se ha hablado tanto de “crisis” económicas, culturales, políticas, sociales, religiosas) la Iglesia haya sido conducida por la santidad, es decir, por personas santas: dos de los tres pontífices ya fallecidos (Juan XXIII y Juan Pablo II) serán canonizados este domingo, y el proceso para la beatificación del tercero de ellos (Pablo VI) se encuentra muy avanzado.

Juan XXIII es, sobre todo, el Papa que convocó el Concilio Vaticano II. Como sucesor de Pedro condujo la Iglesia, con mano firme y paterna, a esa experiencia extraordinaria de fe y de renovación personal y colectiva que ha sido, y es, ese acontecimiento eclesial: se trataba de hablar al corazón del hombre de nuestra época, como subrayó la Constitución Gaudium et Spes. El Papa Roncalli ayudó a colocar la vocación a la santidad en la raíz misma de la condición cristiana. Podemos acudir hoy a su intercesión para rogar al Señor que cale a fondo en la conciencia de toda mujer y de todo hombre cristiano esta verdad proclamada por el Vaticano II: que la santidad está al alcance de los cristianos, y que no es meta para unos pocos privilegiados.

Para la humanidad, Juan XXIII es también el Papa de la paz, porque en un momento histórico delicadísimo no dudó – siguiendo el ejemplo de sus predecesores – en poner los medios oportunos para evitar la guerra, implicando su autoridad moral y religiosa en la elaboración de una doctrina universal, sobre los presupuestos de la paz y sobre la dignidad del ser humano.

Juan Pablo II era un sacerdote enamorado de Dios y de los hombres, creados a imagen de Dios en Cristo. Movido por la caridad, convocó a toda la Iglesia a la “nueva evangelización”, remarcando a su vez el papel que corresponde a los laicos en esta tarea de hacer presente a Dios en la vida de las personas y de los pueblos. Durante los años de su pontificado hemos profundizado con luces nuevas en la bondad y la misericordia de Dios. Sus palabras, sus gestos, sus escritos, su entrega personal —en la salud y en la enfermedad— han sido instrumentos de los que se ha servido el Espíritu Santo, para acercar a muchísimas personas a la fuente de la gracia, y para que millares de jóvenes respondieran afirmativamente a la llamada de Cristo al sacerdocio, a la vida religiosa, al matrimonio y al celibato apostólico laical.

El Papa polaco nos llevó del segundo al tercer milenio, dejando un imponente legado sobre la dignidad de la persona humana, sobre el valor de la vida y de la familia, el servicio a los pobres y a los necesitados, la promoción de los derechos de los trabajadores, el amor humano y la dignidad de la mujer, y sobre tantos otros aspectos que resultan cruciales en la promoción de una existencia digna. Sus escritos y su predicación conforman un conjunto de enseñanzas con enorme potencialidad de futuro. Estoy convencido de que su mensaje social y humano – que surge de una profunda respuesta espiritual a Dios – se agigantará con el paso del tiempo.

La canonización de estos dos grandes pastores sucede a las puertas del mes de mayo, mes de María. Es este un rasgo que acomuna a los dos nuevos santos: su amor tierno y profundo por la Virgen. Juan XXIII recurría frecuentemente a la “maternidad universal” de la Virgen, “la Madre común, cabeza de todos los hombres, hermanos todos en el mismo Cristo primogénito” (12-X-1961). En Juan Pablo II, la conciencia de la cercanía y de la intercesión de nuestra Madre, representaba un polo de atracción permanente en su propio caminar espiritual y humano, e invitaba a los demás a descubrir la “dimensión mariana” de los discípulos de Cristo. La filiación a la Santísima Virgen — decía – es “un don que Cristo mismo hace personalmente a cada hombre” (cfr. Redemptoris Mater, n. 45).

La Virgen Santísima ocupa un puesto relevante en la vida espiritual de cada fiel, pero también en la edificación misma de la Iglesia. Por eso, en el marco de las canonizaciones del domingo, me gusta recordar estas palabras de san Josemaría Escrivá de Balaguer: «Es difícil tener una auténtica devoción a la Virgen, y no sentirse más vinculados a los demás miembros del Cuerpo Místico, más unidos también a su cabeza visible, el Papa. Por eso me gusta repetir: omnes cum Petro ad Iesum per Mariam!, ¡todos, con Pedro, a Jesús por María!» (Es Cristo que pasa, n. 139). Me da alegría que sea el Papa Francisco, Papa mariano también, quien haya decidido estas dos canonizaciones. Los tres han mostrado que el contenido de la caridad no es meramente humano, sino que se trata de dar a Cristo a los demás, que es lo que llevó a cabo Santa María en servicio de toda la humanidad.

En poco tiempo nos acostumbraremos a referirnos a estos dos pastores como san Juan XXIII y san Juan Pablo II. Al canonizarlos, el Papa Francisco, vicario de Cristo, nos está ayudando a ver que, para Dios, Angelo Roncalli y Karol Wojtyla son, sobre todo, dos personas santas, factor fundamental en la vida de cada hombre, de cada mujer. San Juan XXIII y san Juan Pablo II fueron dos sacerdotes de gran cordialidad, de amor encendido a Dios y a todas las criaturas humanas. Santos de una pieza, unidos por un tierno amor a María, Madre de Dios y Madre nuestra.

+Javier Echevarría
Prelado del Opus Dei


Anécdotas de dos papas santos
Juan XXIII y Juan Pablo II serán canonizados el 27 de abril en la plaza de San Pedro

Muchas son las anécdotas en la vida de Juan XXIII que demuestran su sencillo y sincero sentido del humor. Cuentan que en su primera noche como Pontífice pidió al cardenal Nasalli que se quedara a cenar con él. Pero el purpurado le dijo que era costumbre que los papas comieran solos, a lo que el recién elegido respondió: "¡Tampoco de Papa van a dejarme hacer lo que me de la gana!" El cardenal, accediendo a la petición preguntó: "Santidad, ¿puedo traer champán?" Juan XXIII respondió: "¡Sí, por favor, pero no me llame Santidad, que cada vez que así lo hace me parece que me está tomando el pelo!"

Dicen también que su primer gesto horas después de ser elegido como Sucesor de Pedro fue subir el sueldo a los porteadores de la silla papal "porque yo peso casi cien kilogramos más que el enjuto Pío XII", argumentó Juan XXIII.

El Papa Bueno había sido sargento sanitario en la Primera Guerra Mundial y con buen humor se lo recordaba a los pomposos. Un día, un capitán de la Gendarmería Vaticana se le arrojó a los pies y Juan XXIII le dijo: "Pero levántese hombre. Usted es un capitán y yo sólo un sargento".

Al principio de su pontificado, Juan XXIII tuvo que posar para los fotógrafos, para que éstos hicieran las fotografías oficiales del nuevo papa. En una ocasión, inmediatamente después de posar ante las cámaras, recibió en audiencia a monseñor Fulton Sheen, que era un obispo muy conocido en Estados Unidos porque predicaba en la televisión. Al saludarle, el Pontífice bergamasco le manifestó con toda sencillez: "Mire, Dios nuestro Señor supo ya muy bien desde hace setenta y siete años que yo había de ser papa. ¿No pudo haberme hecho más fotogénico?"

De Juan Pablo II también hay una gran cantidad de anécdotas que caracterizaron su personalidad cercana. Una de ellas tuvo lugar el día de su elección, cuando el automóvil que trasladaba a Juan Pablo II se estropeó. El cardenal Wojtyla hizo auto-stop y un camionero le llevó directamente a la Plaza de San Pedro. Llegó tan justo de tiempo que casi no puede participar en el cónclave. De hecho, fue el último purpurado en entrar en la Capilla Sixtina.

Un día, recién llegado del hospital Gemelli, donde había sido intervenido a causa de una rotura de fémur, el Pontífice polaco recibió a un obispo. Este se entretuvo en elogiar el buen aspecto que tenía: "¿sabe que le digo? El hospital le ha sentado muy bien. Está incluso mejor que antes de ingresar en el Gemelli". Él miró fijamente, con pillería, al contestarle: "Entonces, ¿por qué no ingresa usted también allí?"

En 1994, la revista 'Time' nombró a Juan Pablo II "Hombre del año". Su portavoz le mostró la portada y el Papa le dio la vuelta. Un asesor se la mostró de nuevo y la volvió a girar. "Santidad, ¿no le gusta la revista?", le preguntó. "Quizá --dijo el Pontífice-- es que me gusta demasiado".

(23 de abril de 2014) © Innovative Media Inc.

jueves, 24 de abril de 2014

Por qué son santos: explican los postuladores de Juan Pablo II y Juan XXIII

Martes 22 Abr 2014 - Ciudad del Vaticano (AICA) A cinco días del histórico acontecimiento que tendrá lugar el próximo domingo, 27 de abril, cuando la Iglesia canonice, por primera vez a dos pontífices el mismo día: Juan Pablo II (1920-2005) y Juan XXIII (1881-1963) y que además podrá contar con la presencia de otros dos papas: Francisco y el papa emérito Benedicto XVI.

 Por ese motivo los postuladores de la causa de canonización de ambos papas, monseñor Slawomir Oder, de Juan Pablo II, y Fray Giovangiuseppe Califano, de Juan XXIII, realizaron hoy, en la sala de prensa del Vaticano, una conferencia explicando algunos detalles de este acontecimiento.

El portavoz del Vaticano, padre Federico Lombardi, puntualizó ante los periodistas que delante de un hecho tan importante es necesario “centrarse fundamentalmente sobre la santidad de estos dos papas, y no solamente sobre tantas cosas bellas y buenas que hicieron”.

Por su parte el portavoz de la diócesis de Roma, el padre Walter Insero, indicó que este martes al anochecer en la catedral San Juan de Letrán, se realizará “el primer encuentro dedicado a los jóvenes, y preparado como tal”. Precisó que el acto que contará con la presencia del vicario general de la diócesis, el cardenal Agostino Vallini, y se realizará una liturgia de la palabra con el testimonio de los dos postuladores, sobre el tema “por qué son santos”.

“Le seguirá -precisó el padre Insero- una catequesis sobre las vocaciones que actualizará el mensaje destinado a la vida de los jóvenes”.


El ‘Papa Bueno’, un pastor y padre

Por su parte el postulador de Juan XXIII, padre Califano, recordó que después de la muerte del Papa la gente percibió la santidad del mismo, logrando “una vasta fama de santidad”.

Añadió que “gracias a los diarios íntimos del alma de Juan XXIII podemos conocer su santidad en todas las etapas de su vida”. Entre ellas, “a los 23 años su empeño de hacerse santo, apoyándose en cuatro puntos: el espíritu de unión con Jesús; el recogimiento del corazón; el rezo del santo rosario; la vigilancia en las propias acciones”.

El postulador franciscano recordó también cuando el 'Papa Bueno' decía: “Todos me llaman Santo Padre; no poseo la santidad pero los deseos de poseer esta santidad son vivos y decididos”.

Precisó entretanto que al tener que resumir la figura tan vasta de este santo “se pueden señalar dos factores: el primero, el de pastor y padre”. Dichos conceptos, añadió el postulador, fueron reiterados por el papa Francisco cuando recibió hace pocos días en el Vaticano a los obispos de la diócesis de Bérgamo.

Otro aspecto es la “cordialidad, mansedumbre y alegría, que confluyeron en la definición de 'Papa bueno'”, precisó. Y recordó por ejemplo la visita al hospital pediátrico 'Bambino Gesú' y a la cárcel romana 'Regina Coeli'. “Logró así entrar en el corazón de las personas, y cuando se dice 'Papa bueno' el recuerdo va a Juan XXIII”, indicó.

El otro punto, añadió el padre franciscano, es la “obediencia y la paz”, dos palabras que “definió como su historia y su vida. La obediencia a la inspiración al Espíritu Santo recalcada también por el papa Francisco al recibir a los obispos de Bérgamo”. Concluyó recordando que el Papa italiano tuvo que obedecer y dejar su propia tierra para vivir en realidades muy difíciles. “La raíz de su santidad fue la obediencia evangélica a la voz de su Señor”, dijo.

La causa inició en 1966, y gracias a un pedido encabezado por la diócesis natal del Papa, Bérgamo, se envió el pedido de canonización en el marco de los 50 años de la muerte de Juan XXIII, en coincidencia con los 50 del inicio del Vaticano II y del Año de la Fe, indicó el postulador.

Se presentó también junto a la 'positio', concluyó el postulador, un libro con la gran cantidad de gracias obtenidas por los fieles debido a la intercesión de Juan XXIII, y se indicó que el culto del Papa Bueno se extendió en muchas diócesis del mundo que le dedicaron diversos edificios y actividades. Y además la importancia del Vaticano II en la Iglesia de hoy, y en temas como la paz y el ecumenismo.


Juan Pablo II: fe sencilla, profundidad mística y valentía

Cuando le tocó el turno a monseñor Slawomir Oder, postulador de la causa de canonización de Juan Pablo II, de dialogar con los periodistas lamentó las interpretaciones erróneas aparecidas en la prensa sobre las declaraciones del cardenal Martini según las cuales, el purpurado habría manifestado que no era conveniente la canonización de Juan Pablo II.

“La frase, dijo monseñor Oder, de la que se hicieron ecos muchos medios de comunicación fue que "era un hombre de Dios, pero no es necesario hacerlo santo". Al respecto, el postulador del papa polaco explicó que es necesario entender esta afirmación en su contexto, ya que se refiere a un debate existente desde hace mucho en la Iglesia sobre si es adecuado o menos canonizar a los papas. Por tanto, el cardenal Martini no se refería exclusivamente a Wojtyla. Asimismo ha recordado que el purpurado dijo de Juan Pablo II que fue "padre espiritual para la humanidad".

Respecto a la santidad de Juan Pablo II, el postulador explicó las tres importantes guías espirituales que tuvo Karol Wojtyla: En primer lugar su padre, quien le enseñó a rezar y él mismo llegó a decir que "su primer seminario fue su casa y su primer maestro su padre."En segundo lugar la figura del laico Ian Telanoski, a quien Juan Pablo II llamaba "el apóstol" y que le ayudó en su discernimiento vocacional. En este tiempo, Wojtyla quiso entrar carmelita pero no pudo porque en aquel momento el noviciado estaba cerrado. Y por último el cardenal Sapieha, arzobispo de Cracovia, que lo recibió en el seminario de forma clandestina contra la voluntad de los nazis ocupantes de Cracovia.

A continuación monseñor Oder destacó tres elementos de la figura del próximo santo: fe sencilla, profundidad mística de los estudios de san Juan de la Cruz y valentía para afrontar las contrariedades de la vida.

Esa fe sencilla se podía ver "en la necesidad del contacto con la gente, que lo hemos visto siempre, como sacerdotes, como obispo, como cardenal y también como Papa" y ha añadido que "necesitaba la Iglesia viviente, para sentir su fe y nutrirse de ella".

Sobre su profundidad mística observó su modo de "vivir el misterio de Dios". El mismo Benedicto XVI recordó en una ocasión, como a los pies de la cama de Juan Pablo II antes de su muerte vio "el misterio eucarístico vivido hasta el final".

Para hacer una síntesis de su espiritualidad, el postular reconoció que "a través de esa cercanía con el pueblo de Dios quería sentir con el corazón de la Iglesia". Y así, tenía un solo propósito: "evangelizar para llegar a la santidad".


Caso Maciel

Finalmente, al ser preguntado por el caso del padre Maciel y hasta qué punto el Papa sabía y conocía la realidad sobre el fundador de los Legionarios de Cristo. A ello, el postulador ha afirmado que "la investigación se ha hecho verdaderamente con el deseo de dar claridad y de afrontar todos los problemas". Sobre el problema específico mencionado por el periodista sobre el caso de Maciel, ha explicado "que se ha hecho la investigación, se ha hecho el estudio de los documentos que están a disposición y la respuesta ha sido muy clara. No existe ningún signo de implicación personal del Santo Padre en este asunto (''Non esiste alcun segno di coinvolgimento personale del Santo Padre in queste vicende')+

¿Cómo vivían los primeros cristianos la Pascua?

Concluida la celebración de la Vigilia de la Pascua de Resurrección, comienza el Tiempo de Pascua, que conmemora la Resurrección y glorificación de nuestro Señor Jesucristo, la donación del Espíritu Santo y el comienzo de la actividad de la Iglesia, al tiempo que anticipa en nuestros días la gloria eterna que alcanzará su plenitud en la consumación de los siglos.

 El tiempo pascual está formado por la “cincuentena pascual” o cincuenta días que transcurren entre el domingo de Resurrección y el domingo de Pentecostés, y en cierto modo constituyen “un solo y único día festivo”: el gran domingo (SAN ATANASIO, Epist. Fest. 1).

El origen de la cincuentena pascual se confunde con la celebración anual de la Pascua: al principio, la Pascua apareció como una fiesta que se prolongaba durante cincuenta días. A partir del siglo IV d. C. la unidad pascual se fragmentó, cuando comenzaron a celebrarse de modo histórico las acciones salvíficas divinas.

Los ocho primeros días de la cincuentena forman la octava de Pascua, que se celebra como solemnidad del Señor. Esta semana -in albis, como se denomina en el rito romano- surgió en el siglo IV por el deseo de asegurar a los neófitos una catequesis acerca de los divinos misterios que habían experimentado. El domingo que cierra la semana, el octavo día, constituye el día más solemne del año litúrgico después del domingo de Resurrección. Como explica Benedicto XVI “Hoy domingo concluye la Octava de Pascua, como un único día “hecho por el Señor”, marcado con el distintivo de la Resurrección y por la alegría de los discípulos al ver a Jesús. Desde la antigüedad este domingo se llama in albis, del nombre latino alba, dado por la vestidura blanca que los neófitos llevaban en el Bautismo la noche de Pascua, y que se quitaban después de ocho días” (Homilía 21 Domingo de Pascua, 11.IV.2010)

La celebración del día conclusivo del Tiempo Pascual, Pentecostés, nació a finales del siglo III. Esta fiesta, que en su día conmemoraba la semana de semanas pascual, surgió por influencia de la fiesta judía homónima. En el siglo IV, la fiesta poseía un doble contenido celebrativo: Ascensión del Señor y descenso del Espíritu Santo, como se advierte en los testimonios de la Iglesia de Jerusalén. Sin embrago, poco a poco, el proceso de historificación litúrgica de los hechos salvíficos de Cristo, llevó a algunas iglesias a dividir la fiesta, celebrando la Ascensión el día cuarenta después de Resurrección.

Por último, en los siglos VII-VIII, la Iglesia romana añadió a la fiesta de Pentecostés una octava, como réplica a la octava de Pascua. El origen de esta institución, que rompe la cincuentena pascual, se encuentra en la necesidad de una catequesis para aquellos que habían sido bautizados en el día de Pentecostés. Esta octava fue suprimida por la reforma del Calendario actualmente en vigor, ya que oscurecía el simbolismo del tiempo de Pascua.

Los textos de la fiesta de la Ascensión recuerdan el hecho histórico de la subida de Cristo a los cielos, a la vez que fundamenta la esperanza en la segunda venida del Señor y la exaltación gloriosa del hombre. La fiesta de Pentecostés, por su parte, muestra la íntima relación entre la Resurrección de Cristo y la venida del Espíritu Santo: todo el tiempo de Pascua es considerado como tiempo del Espíritu. Queda así remarcado el carácter unitario de toda la celebración pascual (muerte, resurrección, ascensión de Cristo y venida del Paráclito, momentos de un único misterio salvífico divino).

Los tres primeros domingos se leen los Evangelios de las apariciones del Señor resucitado; mientras el cuarto se reserva a la parábola del Buen Pastor y los restantes al discurso sacerdotal de Cristo después de la Última Cena, tal y como vienen recogidos en el texto de San Juan. Las lecturas no evangélicas dominicales están tomadas del Nuevo Testamento: así, la primera lectura recoge los Hechos de los Apóstoles, mientras la segunda se dedica a la I Epístola de San Pedro, a la I Epístola de San Juan y al Apocalipsis.

De este modo, el Tiempo de Pascua subraya la renovación bautismal de la vida cristiana, en continuidad con la novedad del acontecimiento de la Resurrección. La Iglesia se ve a sí misma como presencia ininterrumpida de Cristo, movida por el dinamismo del Espíritu, en camino hacia su verdadera patria, con la segunda y definitiva venida de Cristo.

Durante el tiempo de Pascua, los cristianos recordarán que la vida nueva iniciada con la celebración de los misterios pascuales debe perpetuarse durante toda su existencia. En medio de las circunstancias ordinarias, los fieles descubrirán la presencia del Señor resucitado que les llama a ser testigos y dar testimonio de su paso entre los hombres.

El Tiempo pascual comienza el domingo de Pascua y termina el domingo de Pentecostés. La primera semana constituye la octava de Pascua y se celebra como solemnidad del Señor. En los lugares donde no pueda celebrase en jueves, la Ascensión del Señor se traslada al domingo VII de Pascua. Los domingos de Pascua tienen precedencia sobre todas las fiestas del Señor y solemnidades, que serán trasladadas al lunes siguiente. Durante el tiempo de Pascua se utiliza el color blanco.

(fuente: www.primeroscristianos.com)

miércoles, 23 de abril de 2014

La resurrección de Jesús: signo de nuestra propia resurrección

20/04/2014 - Compartimos el anuncio de Adriana Gile durante un retiro de Pascua de Radio María en el 2009.

La resurrección de Jesús: Signo de nuestra propia resurrección 

La resurrección de Jesús es un acontecimiento real, porque existió; pero es un hecho meta-histórico porque supera y trasciende las leyes de la historia común y corriente; sin embargo es un acontecimiento que se introduce en la historia, porque "históricamente" los discípulos tuvieron un encuentro vital con su Maestro resucitado, una experiencia decisiva que los constituyó para siempre testigos autorizados de Cristo resucitado.

El hecho de la resurrección de Jesús es algo excepcional: es el paso de Jesús de este mundo al Padre; es un acontecimiento que no se sitúa ya en las dimensiones de nuestro mundo y, por tanto, de nuestra experiencia ordinaria.

Jesús resucitó por la acción de la omnipotencia divina, pero no a la misma vida de antes, vida en un cuerpo corruptible y mortal, sino una vida superior, a la gloria, a otro mundo, con un cuerpo incorruptible, espiritual y glorificado (1 Cor. 15, 43).

La mayoría de los milagros evangélicos particularmente las “resurrecciones” son señales que hace Jesús para decirnos que Él viene a traer vida. Un ejemplo: Tomemos Lucas 7, 11 al 17: en el pueblo de Naim Jesús resucita o, mejor, "vuelve a esta vida" al hijo único de una madre viuda. Y hacemos esta distinción entre dos realidades diferentes: la realidad de la resurrección (con todo lo que implica la palabra "resucitado") y estos otros milagros que son señales preparatorias, que anuncian el poder resucitador que tiene Cristo.

Son fenómenos de "reviviscencia”. Por el poder de Cristo una persona muerta revive y vuelve a esta vida. Resucitar, en cambio, no es sólo salir de un sepulcro para volver a esta vida (como Lázaro de Betania, la hija de Jairo, etc) Es algo maravillosa e infinitamente más grande.

Pero Jesús realiza estas “señales” estas “vueltas a la vida” para decirnos que tiene poder para resucitarnos y sembrar en el mundo una semilla de Vida, Libertad y Alegría. Este proceso comenzó con El mismo, el primero de los resucitados. Y culminará un día allá en el cielo: en la plenitud del mundo de la resurrección, cuando Él entregue el Reino al Padre, y la muerte sea definitivamente vencida.

Pero este proceso está en marcha hoy. Resucitar es comenzar a vivir con la misma intensidad de vida con que es viviente Dios. La resurrección no es una realidad reservada únicamente para después de la muerte.

Sí, allá será la plenitud. Pero se trata de aprender, por obra y gracia del Espíritu, a vivir ya desde ahora como resucitados.

Jesús vive resucitado, nosotros también, todos hemos ya resucitado pero ¿Cuántas veces vivimos como tales? Más de una vez vivimos como si Él y nosotros aún estuviésemos con la piedra del sepulcro cerrada y el Señor y nosotros, aún dentro.


La resurrección de Jesús: Punto central de nuestra fe

La resurrección gloriosa de Jesús es un punto central y clave de la fe cristiana. Es un dato tan esencial que del creer en Cristo resucitado depende todo el valor de la fe (leer 1 Cor. 15, 13-20).

Resucitado es el que nació de nuevo. Y para "nacer de nuevo" hay que morir al hombre viejo.

Confiando en que Él vuelve a hacernos nuevos: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es:las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas." 2 Co 5:17 y también dice: “He aquí, yo hago nuevas todas las cosas” Apocalipsis 21, 5.

Ahora bien: ¿cuáles son las situaciones de la existencia que nos van liberando del hombre viejo, sino el dolor y el sufrimiento que van rompiendo en nosotros el cascarón de nuestro egoísmo y del orgullo, con el cual hemos nacido la primera vez? (Hb 2, 10)

Resucitado es el creyente que pasó por la muerte del dolor, de la lucha y del fracaso y que, por la fuerza del Espíritu que resucitó a Jesús, supo convertir todo ese material de muerte en cruz de resurrección.

Resucitado es también el hombre libre "que no se asusta más de nada", porque, como Jesús, ya vivió los horrores de la pasión. Ya nos abrió el camino.


Algunas preguntas para la reflexión:

- Galilea es el lugar de lo cotidiano de los apóstoles donde Jesús les promete verlos. ¿Logro “ver” yo a Jesús vivo y presente en mi cotidianidad?
- ¿Vivo como resucitado? Es decir, como alguien que “nació de nuevo”? ¿O aún me siento esperando la Vida?

(fuente: www.radiomaria.org.ar)

¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya!

Lo esencial de los cristianos es ser testigos de la resurrección, mensajeros del gozo

1. La antorcha de Pascua

Hace ya muchos años, tuve la ocasión y la suerte de presenciar en Jerusalén la celebración de la pascua de los ortodoxos. Como ustedes saben, la Iglesia ortodoxa y toda la oriental han conservado con más apasionamiento que nosotros el gozo de la celebración de la Resurrección del Señor que es el centro de su fe y de su liturgia. Y ésta tiene muy especial relieve en Jerusalén, en la basílica que conserva precisamente el lugar de la tumba de Jesús y, por tanto, el de su resurrección.

Durante la noche anterior, e incluso antes del atardecer, ya está abarrotada la basílica de creyentes que esperan ansiosos la hora de esa resurrección. Allí oran unos, duermen otros, esperan todos. Y poco después del alba, el patriarca ortodoxo de Jerusalén penetra en el pequeño edículo que encierra el sepulcro de Jesús. Se cierran sus puertas y allí permanece largo rato en oración, mientras crece la ansiedad y la espera de los fieles. Al fin, hacia las seis de la mañana, se abre uno de los ventanucos de la capillita del sepulcro y por él aparece el brazo del patriarca con una antorcha encendida. En esta antorcha encienden los diáconos las suyas y van distribuyendo el fuego entre los fieles que, pasándoselo de unos a otros, van encendiendo todas las antorchas. Sale entonces el patriarca del sepulcro y grita: ¡Cristo ha resucitado! Y toda la comunidad responde: ¡Aleluya!

Y en ese momento se produce la gran desbandada: los fieles se lanzan hacia las puertas, hacia las calles de la ciudad con sus antorchas encendidas y las atraviesan gritando: ¡Cristo ha resucitado, aleluya! Y quienes no pudieron ir a la ceremonia encienden a su vez sus antorchas y como un río de fuego se pierden por toda la ciudad.

Me impresionó la ceremonia por su belleza. Pero aún más por su simbolismo. Eso deberíamos hacer los cristianos todos los días de pascua y todos los días del año, porque en el corazón del creyente siempre es Pascua: dejar arder las antorchas de nuestras almas y salir por el mundo gritando el más gozoso de todos los anuncios: que Cristo ha resucitado y que, como Él, todos nosotros resucitaremos.


2. ¡Resucitó! !Aleluya, alegría!

¡Aleluya, aleluya!, éste es el grito que, desde hace veinte siglos, dicen hoy los cristianos, un grito que traspasa los siglos y cruza continentes y fronteras. Alegría, porque Él resucitó. Alegría para los niños que acaban de asomarse a la vida y para los ancianos que se preguntan a dónde van sus años; alegría para los que rezan en la paz de las iglesias y para los que cantan en las discotecas; alegría para los solitarios que consumen su vida en el silencio y para los que gritan su gozo en la ciudad.

Como el sol se levanta sobre el mar victorioso, así Cristo se alza encima de la muerte. Como se abren las flores aunque nadie las vea, así revive Cristo dentro de los que le aman. Y su resurrección es un anuncio de mil resurrecciones: la del recién nacido que ahora recibe las aguas del bautismo, la de los dos muchachos que sueñan el amor, la del joven que suda recolectando el trigo, la de ese matrimonio que comienza estos días la estupenda aventura de querer y quererse, y la de esa pareja que se ha querido tanto que ya no necesita palabras ni promesas. Sí, resucitarán todos, incluso los que viven hundidos en el llanto, los que ya nada esperan porque lo han visto todo, los que viven envueltos en violencia y odio y los que de la muerte hicieron un oficio sonriente y normal.

No lloréis a los muertos como los que no creen. Quienes viven en Cristo arderán como un fuego que no se extingue nunca. Tomad vuestras guitarras y cantad y alegraos. Acercaos al pan que en el altar anuncia el banquete infinito, a este pan que es promesa de una vida más larga, a este pan que os anuncia una vida más honda. El que resucitó volverá a recogeros, nos llevará en sus hombros como un padre querido como una madre tierna que no deja a los suyos. Recordad, recordadlo: no os han dejado solos en un mundo sin rumbo. Hay un sol en el cielo y hay un sol en las almas. Aleluya, aleluya.


3. Resucitó, resucitaremos

Hay en el mundo de la fe algo que resulta verdaderamente desconcertante: la mayoría de los cristianos creen sinceramente en la Resurrección de Jesús. Pero asombrosamente esta fe no sirve para iluminar sus vidas. Creen en el triunfo de Jesús sobre la muerte, pero viven como si no creyeran. ¿Será tal vez porque no hemos comprendido en toda su profundidad lo que fue esa resurrección?

Recuerdo que hace ya bastante tiempo trataba una de mis hermanas de explicar a uno de mis sobrinillos -que tenía entonces seis años- lo que Jesús nos había querido en su pasión, y le explicaba que había muerto por salvarnos. Y queriendo que el pequeño sacara una lección de esta generosidad de Cristo le preguntó: «¿Y tú qué serías capaz de hacer por Jesús, serías capaz de morir por Él?» Mi sobrinillo se quedó pensativo y, al cabo de unos segundos, respondió: «Hombre, si sé que voy a resucitar al tercer día, sí». Recuerdo que, al oírlo, en casa nos reímos todos, pero yo me di cuenta de que mi sobrino pensaba de la resurrección y de la muerte de Jesús como solemos pensar todos: que en el fondo Cristo no murió del todo, que fue como una suspensión de la vida durante tres días y que, después de ellos, regresó a la vida de siempre.

Pero el concepto de resurrección es, en realidad, mucho más ancho. Lo comprenderán ustedes si comparan la de Cristo con la de Lázaro. Muchos creen que se trató de dos resurrecciones gemelas y, de hecho, las llamamos a las dos con la misma palabra. Pero fíjense en que Lázaro cuando fue resucitado por Cristo siguió siendo mortal. Vivió en la tierra unos años más y luego volvió a morir por segunda y definitiva vez. Jesús, en cambio, al resucitar regresó inmortal, vencida ya para siempre la muerte. Lázaro volvió a la vida con la misma forma y género de vida que había tenido antes de su primera muerte. Mientras que Cristo regresó con la vida definitiva, triunfante, completa.

¿Qué se deduce de todo esto? Que Jesús con su resurrección no trae solamente una pequeña prolongación de algunos años más en esta vida que ahora tenemos. Lo que consigue y trae es la victoria total sobre la muerte, la vida plena y verdadera, la que Él tiene reservada para todos los hijos de Dios. No se trata sólo de vivir en santidad unos años más. Se trata de un cambio en calidad, de conseguir en Jesús la plenitud humana lejos ya de toda amenaza de muerte. ¿Cómo no sentirse felices al saber que Él nos anuncia con su resurrección que participaremos en una vida tan alta como la suya?


4. ¡No tengáis miedo!

Amigos míos, no temáis, no lloréis como los que no tienen esperanza. Jesús no dejará a los suyos en la estacada de la muerte. Su resurrección fue la primera de todas. Él es el capitán que va delante de nosotros. Y no a la guerra y a la muerte, sino a la resurrección y la vida. No tengáis miedo. No temáis.

No sé si se habrán fijado ustedes en que ésta es la idea que más se repite en las lecturas que se hacen en las iglesias en tiempo pascual. Cuando Jesús se aparece a los suyos, lo primero que hace es tranquilizarles, curarles su angustia. Y les repite constantemente ese consejo: ¡No tengáis miedo, no temáis, soy yo! Y es que los apóstoles no terminaban de digerir aquello de que Jesús hubiera resucitado. Eran como nosotros, tan pesimistas que no podían ni siquiera concebir que aquella historia terminase bien. Cuando el Viernes Santo condujeron a Jesús a la cruz, esto sí lo entendían. Y se decían los unos a los otros: ¡Ya lo había dicho yo! ¡Esto no podía acabar bien! ¡Jesús se estaba comprometiendo demasiado! Y casi se alegraban un poco de haber acertado en sus profecías catastróficas. Pero lo de la resurrección, esto no entraba en sus cálculos. Lo lógico, pensaban, es que en este mundo las cosas terminen mal. Y, por eso, cuando Jesús se les aparecía, en lugar de estallar de alegría, seguían dominados por el miedo y se ponían a pensar que se trataba de un fantasma.

A los cristianos de hoy nos pasa lo mismo, o parecido. No hay quien nos convenza de que Dios es buena persona, de que nos ama, de que nos tiene preparada una gran felicidad interminable. Nos encanta vivir en las dudas, temer, no estar seguros. No nos cabe en la cabeza que Dios sea mejor y más fuerte que nosotros. Y seguimos viviendo en el miedo. Un miedo que sentimos a todas horas. Miedo a que la fe se vaya avenir abajo un día de éstos; miedo a que Dios abandone a su Iglesia; miedo al fin del mundo que nos va a pillar cuando menos lo esperemos. Miedo, miedo.

Lo malo del miedo es que inmoviliza a quien lo tiene. El que está poseído por el miedo está derrotado antes de que comience la batalla. Los que tienen miedo pierden la ocasión de vivir. Por eso el primer mensaje que Cristo trae en Pascua es éste que tanto gusta repetir al Papa Juan Pablo II: «No temáis, salid de las madrigueras del miedo en las que vivís encerrados, atreveos a vivir, a crecer, a amar. Si alguien os dice que Dios es el coco no le creáis. El Dios de la Biblia, el Dios que conocimos en Jesucristo, el Dios de la vida y la alegría. Y empezó por gritarnos con toda su existencia: No temáis, no tengáis miedo».


5. La resurrección de Cristo, esperanza de la humanidad

Hay un texto de Bonhoeffer que siempre me ha impresionado muy especialmente. Dice el teólogo alemán: «Para los hombres de hoy hay una gran preocupación: saber morir, morir bien, morir serenamente. Pero saber morir no significa vencer a la muerte. Saber morir es algo que pertenece al campo de las posibilidades humanas, mientras que la victoria sobre la muerte tiene un nombre: resurrección. Sí, no será el arte de hacer el amor, sino la resurrección de Cristo, lo que dará un nuevo viento que purifíque el mundo actual. Aquí es donde se halla la respuesta al "dame un punto de apoyo y levantaré el mundo".»

Efectivamente, los hombres de todos los tiempos andan buscando cuál es el punto de apoyo para construir sus vidas, para levantar el mundo. Si hoy yo salgo a la calle y pregunto a la gente: ¿Cuál es el eje de vuestras vidas? ¿En qué se apoyan vuestras esperanzas? ¿Dónde está la clave de vuestras razones para vivir? Muchos me contestarán: «Mi vida se apoya en mis deseos de triunfar, quiero ser esto o aquello, quiero realizarme, quiero poder un día estar orgulloso de mí mismo». O tal vez otros me dirán: «Yo no creo mucho en el futuro. Creo en pasármelo lo mejor posible, en disfrutar de mi cuerpo o de mi dinero, o de mi cultura». O tal vez me dirán: «Ésos son problemas de intelectuales. Yo me limito a vivir, a soportar la vida, a pasarla lo mejor posible».

Pero allá en el fondo, en el fondo, todos los humanos tienen clavada esa pregunta: ¿Cuál es la última razón de mi vida? ¿Qué es lo que justifica mi existencia? Todos, todos, de algún modo se plantean estas cuestiones. También ustedes, que me van a permitir que hoy se lo pregunte: ¿Cuál es el punto de apoyo en el que reposan vuestras vidas?

Para los cristianos la respuesta es una sola: «Lo que ha cambiado nuestras vidas es la seguridad de que son eternas». Y el punto de apoyo de esa seguridad es la resurrección de Jesús. Si Él venció a la muerte, también a mí me ayudará a vencerla. ¡Ah!, si creyéramos verdaderamente en esto. ¡Cuántas cosas cambiarían en el mundo, si todos los cristianos se atrevieran a vivir a partir de la resurrección, si vivieran sabiéndose resucitados! Tendríamos entonces un mundo sin amarguras, sin derrotistas, con gente que viviría iluminada constantemente por la esperanza. Cómo trabajarían sabiendo que su trabajo colabora a la resurrección del mundo. Cómo amarían sabiendo que amar es una forma inicial de resucitar. Qué bien nos sentiríamos en el mundo, si todos supieran que el dolor es vencible y vivieran en consecuencia en la alegría.

Sí, la resurrección de Cristo y la fe de todos en la resurrección es lo que podría cambiar y vivificar el mundo contemporáneo. Y es formidable pensar y saber que cada uno de nosotros, con su esperanza, puede añadirle al mundo un trocito más de esperanza, un trocito más de resurrección.


6. Testigos de la resurrección, mensajeros del gozo

Muchas veces he pensado yo que la gran pregunta que Cristo va a hacernos el día del juicio final es una que nadie se espera. «Cristianos -nos dirá-: «¿Qué habéis hecho de vuestro gozo?». Porque Jesús nos dejó su paz y su gozo como la mejor de las herencias: «Os doy mi gozo. Quiero que tengáis en vosotros mi propio gozo y que vuestro gozo sea completo», dice en el Evangelio de San Juan. «No temáis. Yo volveré a vosotros y vuestra tristeza se convertirá en gozo», dijo poco antes de su pasión. Y también: «Si me amáis, tendréis que alegraros». «Volveré a vosotros y vuestro corazón se regocijará y el gozo que entonces experimentéis nadie os lo podrá arrebatar». «Pedid y recibiréis y vuestro gozo será completo».

¿Y qué hemos hecho nosotros de ese gozo del que Jesús nos hizo depositarios? Es curioso: la mayor parte de los cristianos ni siquiera se ha enterado de él. Son muchos los creyentes que parecen más dispuestos a acompañar a Jesús en sus dolores que en sus alegrías, en su dolor que en su resurrección. Pensad por ejemplo: durante las semanas de Cuaresma se celebran actos religiosos especiales, con penitencias, con oraciones. Pero, tras la resurrección, la Iglesia ha colocado una segunda cuaresma, los días que van desde la resurrección hasta la ascensión. ¿Y quién los celebra? ¿Quién al menos los recuerda?

Impresiona pensar que en el Calvario tuvo Cristo al menos unos cuantos discípulos y mujeres que le acompañaban. Pero no había nadie cuando resucitó. Da la impresión de que la vida de Cristo hubiera concluido con la muerte, que no creyéramos en serio en la resurrección. Muchos cristianos parecen pensar -como dice Evely- que tras la cuaresma y la semana santa los cristianos ya nos hemos ganado unas buenas vacaciones espirituales. Y si nos dicen: «Cristo ha resucitado»; pensamos: qué bien. Ya descansa en los cielos. Lo hemos jubilado con una pensión por los servicios prestados. Ya no tenemos nada que hacer con Él. Necesitó que le acompañásemos en sus dolores. ¿Para qué vamos a acompañarle en sus alegrías?

Y, sin embargo, lo esencial de los cristianos es ser testigos de la resurrección. ¿Lo somos? ¿O la gente nos ve como seres tristes y aburridos? ¿O piensa que los curas somos espantapájaros pregoneros de la muerte, del pecado y del infierno únicamente? Tendríamos que recordar que los cristianos somos ante todo eso: testigos de la resurrección, mensajeros del gozo.

escrito por José Luis Martín Descalzo 
(fuente: interrogantes.net)

martes, 22 de abril de 2014

María nos ilumina el camino para llegar a Jesús

1º PARTE: LA DISPOSICIÓN ESPIRITUAL DE MARÍA

Decimos con gran cariño, la Santísima Virgen María, y es porque es nuestra primera y gran santa y tenemos gran necesidad de contemplarla, porque a través de ella y de forma muy autentica, nos acercamos más a Jesucristo. Ella es iluminación en el camino a su Hijo, seguir los pasos de María, es llegar a Jesucristo y a través de El al Padre.

Para ir descubriendo la hermosa santidad de María, debemos primero adentrarnos en la Palabra, en esta encontraremos mucho más de todo lo que literariamente se puede decir, por ese motivo, a través de los relatos de san Lucas y de san Juan, nos iremos dando cuenta de cómo era ella, y porque es santa.

San Lucas, nos presenta a la joven María, en el momento que el Verbo, comienza a estar entre nosotros para cumplir su misión salvadora. María, madre de Jesús, vivió y participo del misterio de su Hijo, ella fue un alma unida a Jesús y quien vive unido al Hijo vive también con el Padre. María convivió muchas experiencias junto a Jesús, la experiencia pascual que su hijo iba realizando, para que nosotros nos salváramos. Así María, es una mujer espiritual, no podía ser de otro modo, ya que fue el reflejo de la espiritualidad de su hijo.

María, joven sencilla, sus palabras demuestran que tiene ingenuidad, sinceridad e inocencia, no conoce la malicia, en plena anunciación, ella le dice al Ángel, ¿Cómo puede ser eso, si yo soy virgen?, habrá pensado como es posible, esto sin conocer varón. --- san Lucas 1,34 --- Ella no esta objetando el hecho de ser virgen, sino que esta preguntando algo de mucha importancia, porque esta participando en la historia de la salvación. La conversación debe haber sido muy suave, el Ángel le dice: Para Dios, nada es imposible, --- san Lucas1,37 ---. Esto, porque el acontecimiento que nos trae la salvación, es por una manifestación de Dios.

Tenemos a veces la tendencia a pensar en una María tranquila y pasiva, quitada de bulla, semi oculta de la sociedad donde vivía, pero no era así. María sabía que para agradar a Dios, era necesario una vida ejemplar, pero eso no significa que no tuviera ella una visión profética, una visión salvadora, como lo demuestra en el Magníficat, fragmento del evangelio, que nos presenta el cántico de María, el que responde a una explosión de júbilo en Dios, incubada desde que se había realizado en ella el misterio de la encarnación. “El himno de María no es ni una respuesta a Isabel ni propiamente una plegaria a Dios; es una elevación y un éxtasis” y una profecía. María con su cántico se hace totalmente disponible a la gracia, mostrándonos cuan grande es el deseo de vivir para la santificación de los hombres.

María estaba siempre junto a su niño, que crecía y se desarrollaba lleno de sabiduría, y la gracia de Dios permanecía con él. --- San Lucas, 2,40 ---. Podemos imaginar el gran amor y el tierno cuidado por su hijo, ella que le había dicho al Ángel antes que se fuera: ---Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí tal como has dicho---. San Lucas 1,38

San Juan, no muestra a la Virgen María, a través de Jesús, quien hablándole a sus discípulos antes de la partida, les dice un ejemplo: La mujer se siente afligida cuando está para dar a luz, porque le llega la hora del dolor. Pero después que ha nacido la criatura, se olvida de las angustias por su alegría tan grande; piensen: ¡un ser humano ha venido al mundo! --- San Juan 16,21---, con lo que nos muestra como el estaba empapado del amor de su Madre. En las últimas palabras de Jesús en la cruz, dice ver a la Madre y junto a ella al discípulo que más quería, dijo a la Madre: --- Mujer, ahí tienes a tu hijo ---. Después dijo al discípulo: --- Ahí tienes a tu madre --- San Juan 19, 25-27---

María, la buena madre, unida más que nadie a Jesús, --- Cerca de la cruz de Jesús estaba su madre --- san Juan 19,25 ---, esta también unida como nadie a nosotros, como madre de todos los cristianos. María, después de haber sido físicamente la madre de Jesús, ha pasado ahora a ser nuestra madre espiritual.

La santidad de María, concebida inmune del pecado original, de naturaleza humana, bendecida entre las mujeres, Virgen inmaculada, pudo hacer una vida distinta, sin embargo ella libremente eligió vivir en plena solidaridad con Jesús.

Aunque los Evangelios, no dedican comentarios sobre la experiencia personal de María en muchas etapas de su vida, con lo poco que hay escrito, sabemos mucho de ella, es así como sabemos de su visita a su prima Isabel, sabemos de los difíciles momentos de duda de José su esposo, el viaje a Belén, el nacimiento de su hijo Jesús, la huída a Egipto, sabemos de sus angustias por la perdida de Jesús en el templo y conocemos de su dolor al ver a su hijo camino a la Cruz, la crucifixión y los últimos instantes de Jesús antes de morir.

María, participo en cada uno de los sucesos relevantes de la vida, de la pasión, de la muerte y de la resurrección de Jesucristo, es decir, participa en su misterio pascual. Si bien es cierto, que con el bautismo recibido de Juan, Jesús abandona la casa familiar a los treinta años, --- Jesús ya había pasado los treinta años de edad cuando comenzó --- San Lucas 3, 23, María, en el silencio de la buena madre, no abandona nunca espiritualmente a su Hijo, ni el a su Madre, solo la separación que se produce con la muerte de Jesús en la cruz. Y en la cruz, Cristo confía su madre al discípulo predilecto y amado Juan.

La Virgen, ha estado desde su gravidez hasta siempre amando a su Hijo Jesús, quien sabe muy bien quien es su madre la que hace la voluntad de Dios, como dice en san Marcos 3,33-35. Mientras Jesús estaba hablando, una mujer levantó la voz de entre la multitud y le dijo: --- ¡Feliz la que te dio a luz y te crió! --- y Jesus le replica: --- ¡Felices, pues, los que escuchan la palabra de Dios y la observan!----. Entonces decimos nosotros, feliz la Virgen María, que hizo la voluntad de Dios. Feliz ella, que en las Bodas de Cana les dice a los sirvientes: --- Hagan lo que él les diga --- san Juan 2, 5, es decir nos pide que nos dejemos hacer por Jesús.

María tiene siempre en su corazón a su Hijo y las cosas de su Hijo, cuando Jesús se perdió en el Templo, María le dijo: Tu padre y yo hemos estado muy angustiados mientras te buscábamos, El les contestó: --- ¿Y por qué me buscaban? ¿No saben que yo debo estar donde mi Padre?--- luego Jesús entonces regresó con ellos, llegando a Nazaret. Posteriormente siguió obedeciéndoles. Su madre, por su parte, guardaba todas estas cosas en su corazón. Mientras tanto, Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia, ante Dios y ante los hombres. --- san Lucas 2, 48-52

María, fue elegida por Dios, para vivir con Jesús y en Jesús el misterio pascual de su Hijo, ella fue absolutamente privilegiada por Dios, para que participara de un modo especial el misterio pascual de Jesús. Ella concibió a Jesús antes "en su espíritu que en su seno". (San Agustín).

Es así como, la espiritualidad de María, se ubica de un modo especial en la maternidad y en la participación de la existencia pascual de Jesús, es así, como ella es para nosotros madre de nuestra vida espiritual. Es decir, vida espiritual que nos empapa del misterio pascual de Jesús, nos hace cambiar, nos transforma y, nos hace unirnos fuertemente, aferrados por el Espíritu de Cristo, nos convierte en dóciles al Señor, nos hace disponible al amor de Jesús.

La disposición de Maria con Dios Padre y con Dios Hijo, es para nosotros sus hijos nuestra meta de vida, porque ella no se dejo guiar por su Espíritu, sino que por el Dios Padre y el del Dios Hijo, con lo cual nos enseña y nos motiva, para que seamos un solo Espíritu con nuestro Señor Jesús, del mismo modo como ella se dejo vivir íntimamente por el misterio pascual del Cristo.

El Espíritu de Jesús que obra dócilmente en María y ella ha vivido una experiencia espiritual caracterizada por el continuo pasar del vivir según la carne al vivir según el espíritu. Ella es la inmaculada María es toda santa. Desde su concepción está inmune de cualquier culpa y recibe la gracia de ser espíritu participando en el misterio pascual de Jesús. De este modo es como, para favorecer la obra del misterio pascual en su ser personal, ella se abandona totalmente al Espíritu. Dijo María: --- Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí tal como has dicho ---. Es decir, se muestra totalmente dispuesta a dejarse llevar por el Espíritu, Es en lo interior de su ser donde la Virgen María encuentra verdaderamente a su Dios.

María totalmente dichosa dice: --- Proclama mi alma la grandeza del Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque se fijó en su humilde esclava ---. San Lucas, 1,46 -- María es un ser humilde ante Dios, y permanece humilde ante Dios Padre, ella esta muy conciente que ante El no vale nada por si misma y dice -- deshizo a los soberbios y sus planes, Derribó a los poderosos de sus tronos y exaltó a los humildes ---. San Lucas 1,53-. Así es, como María permanece humilde ante Dios y reconoce que todo lo que tenía era un don gratuito. --- El Poderoso ha hecho grandes cosas por mí: ¡Santo es su Nombre!—San Lucas 1,49.

El Evangelio nos muestra una María afable, agradable, afectuosa y amable en el trato y en la conversación con los demás, así fue ella y así es hoy, ella fue dulcemente amable con el Ángel, con su prima Isabel, con su esposo José, y en especial con su Hijo Jesús. Por eso, deducimos a través de los Evangelios, que su lenguaje es de amor por el Padre, por su Hijo y por todos, con lo cual nos da fuerza que no son creíbles los lenguajes de mensajes odiosos que algunas veces nos pretenden hacer creer falsamente.


2º PARTE: LA VIRTUDES DE MARÍA

La Virgen María, mostró facilidad y prontitud para conocer y obrar el bien, en ella existió perfectamente la disposición en su alma para conocer la fe, ser mujer de esperanza y de mucha caridad, es decir en ella se engendra fecundamente las virtudes teologales. María se hizo disponible al Espíritu, como humilde sierva de Dios, y para ella, vivir las virtudes teologales significó abandonarse al Espíritu pascual del Señor.

María tuvo fe divina, porque ella es Dios a quien cree y a Dios le muestra fe absoluta, --- hágase en mí tal como has dicho --- San Lucas 1,38 ---, es la fe divina que le viene como un don de Dios. Así es como ella fue capaz de reconocer que es Dios quien hablaba en su corazón. También ella, tuvo una en su vida una cercana experiencia de la virtud de la fe, que se basa y se concentra en entender la capacidad salvadora del misterio pascual de su Hijo Jesús. Ella, por encima de cualquier duda y preocupación por Jesús, que mostraron los amigos íntimos del Señor, atesoro en su corazón sus enseñanzas, que eran buenas y ciertas porque venían de Dios.

María tiene fe y acepta la palabra de su Hijo Jesús, la entiende y confía en ella, conoce que su hijo es honesto y veraz, porque su palabra es verdad absoluta y reconoce en su hijo la autoridad para decirla, --- Hagan lo que él les diga --- san Juan 2, 5.

Cuando María va a visitar a su prima Isabel, ella le responde a su saludo: ¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirían las promesas del Señor! --- San Lucas 1,45 --- María cree y acepta con fidelidad a Dios, su vida es un camino de fe, la Anunciación es parte de su caminar y peregrinar de la fe, el nacimiento de su hijo en Belén, su huida al exilio a Egipto, su regreso a Nazaret, y como sugiere el Concilio Vaticano II, "la bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz" (Lumen gentium, 58), allí a los pies de la cruz, es donde María vive íntimamente el misterio pascual de su Hijo. María no solo creyó, sino que supo distinguir cuál era la voluntad de Dios. Por esta fe fue llamada María dichosa por el ángel ---san Lucas, 1,35 ---. Por esa misma fe que Jesús dijo; ¡Felices, pues, los que escuchan la palabra de Dios y la observan! --- san Lucas, 11,28 ---.

María también es una mujer de esperanza, es una virtud que ha vivido en ella. La esperanza es una virtud que María lleva en plenitud, y la ha recibido también como la gracia santificante. María siente en sí, la posesión de Dios. María reconoce en la esperanza el deseo de la vida eterna, su alma tiene la perfecta visión de Dios en el cielo. Es por lo tanto operante en su voluntad. La esperanza que nos da la Virgen María, es la que también nos da la confianza de recibir la gracia necesaria para llegar al cielo, ya que ella nos entrega con su experiencia personal los fundamentos de la esperanza que esta en la omnipotencia de Dios, Su bondad y Su fidelidad a Sus promesas. Así es como la Santísima Madre de Dios, nos motiva conocer la virtud de que la esperanza es necesaria para la salvación.

Entonces nuestra amadísima Virgen María, se nos muestra como una mujer de mucha esperanza, pero no como algo personal solo para ella, al contrario, es alguien abierta a la salvación de sus hijos, que en el mundo los hay muy pobres y viviendo en miserias y que gracias a la esperanza que le da la Virgen, reconocen su oportunidad de ser salvados por Jesús. María se nos muestra enteramente feliz de descubrir a Dios presente en la historia de los hombres, de ahí es su canto jubiloso que proclama en el himno sublime del Magníficat, Proclama mi alma la grandeza del Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, san Lucas 1, 46.47.

Con mucha justicia, la Virgen María, representa la esperanza de sus hijos, en especial a los que están sometidos por la injusticia, ---Dio un golpe con todo su poder: deshizo a los soberbios y sus planes. San Lucas 1, 51 --, con mucha fe y gran amor acuden a María los marginados, los humildes, y muchas veces explotados, --- Derribó a los poderosos de sus tronos y exaltó a los humildes, san Lucas 1,52 ---. La Virgen María, es necesidad y esperanza para los más pobres y que nada tienen, --- Colmó de bienes a los hambrientos, y despidió a los ricos con las manos vacías, san Lucas 1,53 --

Es así como la Madre de Jesús, nos enseña que los actos de esperanza también son necesarios para la salvación y son mandados por Dios a todos los que tienen uso de razón. Ella nos muestra que debemos confiar que Dios nos da todas las gracias necesarias para servirlo fielmente y nos lleve a la vida eterna.

Entonces, tal como los hizo la Virgen María, debemos colaborar plenamente con El. Aunque la esperanza no nos asegure nuestra fidelidad a Dios, si nos asegura la fidelidad de Dios para con nosotros. El Ideal de Dios, es que sus hijos sean hombres buenos, el ideal de Maria, es que sus hijos sean buenos y vayan por el mundo haciendo el bien, es por eso que ella se interesa que tengamos esperanza, con la cual se evita hacer un mal con el fin de lograr un bien. La Virgen en su sublime canto, nos enseña que debemos confiar en Dios y que El se ocupará de nosotros en todo momento.

Así como María es para todos nosotros un modelo y una mujer ejemplar en la fe y la esperanza, también lo es en la caridad. En María encontramos un modelos de la caridad al mostrarse como una persona que ama a Dios sobre todas las cosas y lo hace por si mismo y sin ningún interés. El prójimo para María, son los más próximos y estos son sus hijos, y ella ama al prójimo por Dios, en quien cree absolutamente. ¡Dichosa tú por haber creído! , le responde Isabel, y es por que María se basa en la fe divina.

Hay personas que sostienen y algo de verdad hay en esos, que los evangelios no hablan mucho de la Madre de Dios, sin embargo con lo poco que se dice, sabemos y sentimos mucho de cómo era ella. San Lucas dice en 2, 22-23: Asimismo, cuando llegó el día en que, de acuerdo a la Ley de Moisés, debían cumplir el rito de la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor tal como está escrito en la Ley del Señor: María de este modo nos enseña el que el amor personal a Dios exige observar todos los mandamientos, sabiendo que todo lo que el nos manda nace de su amor y todo es bueno.

Así, concluimos como la Virgen María, nos enseña que Dios nos invita a la participación en la vida divina. Su amor quiere levantarnos a una vida digna de los hijos de Dios. María es nuestra gran motivación para abrirnos con el corazón a las virtudes que ella posee, y que a nosotros nos hará muy bien tenerla, la de la fe, esperanza y caridad, y con ellos sepamos erradicar de nuestro modo de ser y de nuestra vida todo lo que nos separa de Dios y nos lleva a perder nuestra relación de amor con su Corazón.

María santísima, vivió en la fe y de la esperanza, pero por sobre todo de la caridad, por vivir unida al misterio pascual de Jesús, pasó a un amor cada vez más genuinamente caritativo. El amor del Espíritu se hizo en ella hasta tal punto presente, que al final su vida, ella murió de amor. Su misma virginidad no fue otra cosa que amar a Dios en Jesús con un corazón indiviso. Virginidad como experiencia eterna e inmortal de perfecta caridad.

Nosotros, hijos de la buena Madre María, reconocemos en ella una mujer sin mancha, modelo de virtud, y levantamos los ojos hacia ella, la contemplamos y la veneramos y sabemos que participo íntimamente en la historia de la Salvación, y siempre ha estado preocupada de llevarnos a El, hacia su ejemplo de vida y su sacrifico, como también hacia el amor del padre.

Y como mujer amorosa, su lenguaje es suave en nuestros oídos, es de ternura y esperanza, y busca en todas las cosas la divina voluntad de Dios. El interés de María, es siempre el mismo, hacer crecer en nuestros corazones el amor por su hijo, ella en su vida fue ejemplo de afecto materno. Porque María sabe del ideal de Dios que sus hijos sean buenos como lo fue Jesucristo.

Por eso quiero insistir en este segundo capitulo, que el lenguaje de María es de amor por el Padre, por su Hijo y por todos, llenos de fe, esperanza y caridad, fundamentos básicos para no hacer creíbles los términos de aquellos que viven en la soberbia y buscan hacerla cómplice de mensajes nacido de su creatividad.

María, en todo es amor.


3º PARTE, MARÍA MADRE DE DIOS Y NUESTRA BUENA MADRE

Cerca de la cruz de Jesús estaba su madre, con María, la hermana de su madre, esposa de Cleofás, y María de Magdala. Jesús, al ver a la Madre y junto a ella al discípulo que más quería, dijo a la Madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Después dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquel momento el discípulo se la llevó a su casa.--- San Juan 19, 25-27 ---

El rol de Madre del Salvador, Madre del Redentor y Madre de Dios, comienza a descubrirse ya en el Antiguo Testamento, donde proféticamente es anunciada, como se revela en libro Génesis 3,15. Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y su descendencia; ésta te Herirá en la cabeza, y Tú le Herirás en el Talón. María ya era promesa de victoria sobre el mal que hizo caer en el pecado a los primeros padres, Luego también es profetizada en Isaías 7, 14 Por tanto, el mismo Señor os Dará la señal: He Aquí que la virgen Concebirá y Dará a luz un hijo, y Llamará su nombre Emmanuel. Las Sagradas Escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento, nos, muestran con mucha claridad la figura de la mujer Madre del Redentor. Maria se destaca entre los humildes y pobres del Señor, que de El con confianza esperan y reciben la salvación. Así es, como con ella, excelsa Hija de Sión, tras larga espera de la promesa, se cumple la plenitud de los tiempos y con ella, se inicia algo nuevo para en los hombres, cuando el Hijo de Dios, asume de ella la naturaleza humana para liberarnos del pecado.

San Agustín escribió: "Si un Dios debe nacer, no puede nacer más que de una virgen; y si una virgen debe engendrar, no puede engendrar más que a un Dios" (De Trinitate 13: PL 18,23).

La Virgen María, fue consignada por Dios desde siempre a ser la Madre de Dios, ella con gran generosidad y como servidora y humilde esclava del Señor, acepta su voluntad. Luego concibe a Jesús, Hijo de Dios encarnado, lo engendra, lo amamanta, lo cuida, le enseña los primeros pasos, lo presenta en el templo, lo lleva a las fiesta religiosas, lo acompaña en su vida y padece junto a El, el dolor de la muerte en la cruz, todo lo que hace ella, lo hace como una buena Madre.

María es verdaderamente la Madre de Dios, porque ella engendro a Jesús y Él es Dios, entonces la Virgen María es Madre de Dios. Ella comienza a ser Madre de Dios cuando el Hijo Eterno quiso entrar en el tiempo y hacerse hombre como nosotros. “Pero cuando vino la plenitud del tiempo, Dios Envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la Adopción de hijos”. Gálatas 4:4: Dios se hizo hombre sin dejar de ser Dios, así es como María es madre de Jesús, Dios y hombre verdadero.

El Dios Jesús, quiso tener una madre para acercarse más a nosotros de modo amoroso, El eligió a su madre, escogió a la Santísima Virgen María quién es y será siempre la Madre de Dios. Refiriéndose a Dios, cuando la Virgen María visitó a su prima Isabel, esta, movida por el Espíritu Santo le dijo: ¿De Dónde se me concede esto, que la madre de mi Señor venga a Mí?, --- san Lucas 1, 43 ---, mi Señor, es decir mi Dios.

Nosotros aceptamos dos grandes verdades de nuestra Buena Madre, la primera es que es verdaderamente madre, porque ella contribuye en todo a la crianza y a la formación de la naturaleza humana de su hijo Jesús, como lo hace toda madre que forma a su hijo que nace de sus entrañas. La segunda, es que María es verdaderamente madre de Dios, como consecuencia de que Ella concibió y dio a luz a la segunda persona de la Trinidad, según la naturaleza humana que El asumió.

El origen Divino de Jesús no le proviene de María. Pero al ser Jesús una persona de naturaleza divina y humana, María es tanto madre del hombre como Madre del Dios. María es Madre de Dios, porque es Madre de Jesús quien es Dios-hombre.

En el Concilio de Efeso, se canonizo el título Theotokos, que significa Madre de Dios. Como sabemos, el título Madre de Dios era utilizado desde las primeras oraciones cristianas. En el Credo de los Apóstoles, profesamos: "Creo en Dios Padre todopoderoso y en Jesucristo su único hijo, nuestro Señor que nació de la Virgen María". Luego En el siglo XIV se introduce en el Ave María la segunda parte donde dice: "Santa María Madre de Dios"

María, que por la gracia de Dios, después de su Hijo, fue exaltada por encima de todos los ángeles y los hombres, en cuanto que es la Santísima Madre de Dios, que tomó parte en los misterios de Cristo, con razón es honrada con especial culto por la Iglesia. En efecto, desde los tiempos más antiguos la Bienaventurada Virgen es honrada con el título de "Madre de Dios", a cuyo amparo los fieles en todos sus peligros y necesidades acuden con sus súplicas. (Lumen Gentium 66)

En el Credo del Pueblo de Dios de Pablo VI se dice; “Creemos que María es la Madre, siempre Virgen, del Verbo Encarnado, nuestro Dios y Salvador Jesucristo”

Decía Juan Pablo II en la Consagración de la Iglesia y el Mundo al Inmaculado Corazón de María: “Recurrimos a tu protección Santa Madre de Dios". Al decir las palabras de esta antífona con la cual la Iglesia de Cristo ha orado por siglos, nos encontramos hoy ante ti, Madre…"Oh Madre de cada individuo y de todos los Pueblos, tu que conoces todos sus sufrimientos y esperanzas, tu que como Madre conoces las luchas entre el bien y el mal, entre la luz y la oscuridad, que aflige al mundo moderno, acepta nuestros clamores, en los que nosotros movidos por el Espíritu Santo dirigimos directamente a tu Corazón….Acoge con el amor de Madre y Sierva del Señor, al genero humano, el que confiamos y consagramos a ti (JP II)

María por ser Madre de Dios transciende en dignidad a todas las criaturas, hombres y ángeles, ya que la dignidad de la criatura está en su cercanía con Dios. Y María es la más cercana a la Trinidad. Madre del Hijo, Hija del Padre y Esposa del Espíritu.

María fue buena Madre y buena esposa y dio ejemplo de vida familiar. En la vida de Madre de María, encontramos momentos de dolor y de gozo, de exilio y de preocupación, de cuidado y de protección de su hijo, de humildad y buena disposición con su esposo san José.

Si hacemos un recorrido por su vida encontraremos que después del regreso de casa de Isabel, "se halló haber concebido María del Espíritu Santo" --- san Mateo 1:18 --- El embarazo de María no podía sorprender a nadie más que al mismo San José. María dejó la solución a esta dificultad en manos de Dios, y Dios informó en su momento al asombrado esposo de la verdadera condición de María. Mientras José "reflexionaba sobre esto, he aquí que se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir en casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados" –san Mateo 1:20-21---."Al despertar José de su sueño hizo como el ángel del Señor le había mandado, recibiendo en casa a su esposa" --- san Mateo 1:24 ---.

Lucas (2:1-5) explica cómo José y María viajaron desde Nazaret hasta Belén obedeciendo un decreto de César Augusto que ordenaba un empadronamiento general. Estando allí, María da a luz a Nuestro Señor. "Estando allí, se cumplieron los días de su parto" san Lucas 2:6 --- Después de dar a luz a su Hijo, María "le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre" --- Poco después del nacimiento del niño los pastores, obedientes a la invitación del ángel, llegaron a la gruta "y encontraron a María, a José y al Niño acostado en un pesebre" san Lucas 2:16---.

María como madre siempre se preocupó en todo momento por su Hijo, y cumplía con los ritos y tradiciones de su pueblo, como se ve en la Circuncisión de Nuestro Señor. "Cuando se hubieron cumplido los ocho días para circuncidar al Niño, le dieron el nombre de Jesús" ---san Lucas 2:21 ---. Así también en la “Presentación”. Según la ley del Levítico 12:-8, toda madre judía de un varón hebreo tenía que presentarse cuarenta días después de su nacimiento para su purificación legal; según Éxodo 13:2 y Números 18:15, el primogénito tenía que ser presentado en esa misma ocasión. Cualesquiera que fueran las razones que María y el Niño hubieran podido tener para reclamar una excepción, el hecho es que acataron la ley.

Tras la Presentación, la Sagrada Familia volvió directamente a Belén, allí recibió la visita de los Magos. Después de que "los magos de Oriente" hubieron sido guiados hasta Belén por Dios, "entrados en la casa, vieron al Niño con María, su madre, y de hinojos le adoraron, y abriendo sus alforjas, le ofrecieron dones, oro, incienso y mirra" --- san Mateo 2:11 --Poco después de la partida de los magos, José recibió el mensaje del ángel del Señor para que huyera a Egipto con el Niño y su madre, debido a los malvados propósitos de Herodes; "Levantándose de noche, tomó al niño y a la madre y partió para Egipto" --- san Mateo 2:14 ---.

Cuando José recibió por el ángel la noticia de la muerte de Herodes y la orden de volver a la tierra de Israel, él, "levantándose, tomó al niño y a la madre y partió para la tierra de Israel" --- san Mateo 2:21. "advertido en sueños, se retiró a la región de Galilea, yendo a habitar en una ciudad llamada Nazaret" --- san Mateo 2:22-23---. En todos estos detalles, María sencillamente se dejó guiar por José, que a su vez, recibió las manifestaciones divinas como cabeza de la Sagrada Familia. La vida de la Sagrada Familia en Nazaret fue la propia de una familia normal de vida sencilla. Mientras José ganaba el sustento para la Sagrada Familia con su trabajo diario, María atendía las labores del hogar. Y "El Niño crecía y se fortalecía lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba en El". San Lucas 2:40

Maria en todo se preocupaba por su Hijo Jesús, según la ley de Éxodo 23:17, los hombres estaban obligados a visitar el templo en las tres festividades solemnes del año; "Sus padres (del Niño) iban cada año a Jerusalén en la fiesta de la Pascua". --- San Lucas 2:41 ---. Del mismo modo gran dolor y preocupación de María como madre, tuvo que sentir cuando su hijo es extravió, y gran gozo de madre al hallarlo luego sentado en medio de los doctores, oyéndolos y preguntándoles...Cuando sus padres le vieron, se maravillaron, y le dijo su madre: Hijo, ¿por qué nos has hecho así? Tu padre y yo hemos estado muy angustiados mientras te buscábamos, san Lucas 2:40-48. Jesús respondió simplemente: --- ¿Y por qué me buscaban? ¿No saben que yo debo estar donde mi Padre?--- san Lucas 2:49--- los que estaban presente, maravillados por Jesús, no comprendían estas palabras, "Ellos no entendieron lo que les decía" san Lucas 2:50 ---luego Jesús entonces regresó con ellos, llegando a Nazaret. Posteriormente siguió obedeciéndoles. Su madre, por su parte, guardaba todas estas cosas en su corazón. Mientras tanto, Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia, ante Dios y ante los hombres. --- san Lucas 2, 48-52. Así, María observaba la vida diaria de su divino Hijo, y crecía en su conocimiento y amor a través de la meditación sobre lo que veía y oía.

Maria no solo es buena madre, también es buena amiga y solidaria, "...hubo una boda en Caná de Galilea, y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también Jesús con sus discípulos a la boda. No tenían vino, porque el vino de la boda se había acabado. En esto dijo la madre de Jesús a éste: No tienen vino. Jesús les respondió: Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti? No es aún llegada mi hora." María desea salvar a sus amigos de la vergüenza de no poder agasajar adecuadamente a sus invitados, y recurre a su divino Hijo. Ella simplemente expone su necesidad, sin añadir ninguna petición. María comprendió las palabras de su divino Hijo en su sentido correcto; ella avisó sencillamente a los camareros, "Haced lo que El os diga" (Juan 2:5).

María durante la vida apostólica de Nuestro Señor logró pasar casi completamente inadvertida. Al no ser llamada para ayudar directamente a su Hijo en su ministerio, no quiso interferir en su trabajo con una presencia inoportuna. Dado que la Pasión de Jesucristo tuvo lugar durante la semana pascual, se espera naturalmente encontrar a María en Jerusalén. La profecía de Simeón se cumplió en su plenitud principalmente durante los momentos de sufrimiento de Nuestro Señor. Según una tradición, su Bienaventurada Madre se encontró con Jesús cuando cargaba con la cruz camino del Gólgota, donde se dice que ella tiene un desmayo al ver a su Hijo sufriendo, sin embargo luego ella tiene un comportamiento heroico al pie de la cruz, a pesar de ello, debemos considerar su calidad de mujer y madre en su encuentro con su Hijo camino del Gólgota, mientras que es la Madre de Dios al pie de la cruz.

Cerca de la cruz de Jesús estaba su madre, con María, la hermana de su madre, esposa de Cleofás, y María de Magdala. Jesús, al ver a la Madre y junto a ella al discípulo que más quería, dijo a la Madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Después dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquel momento el discípulo se la llevó a su casa.--- San Juan 19, 25-27 ---

De este modo, vamos descubriendo como María, Madre de Dios, no deja en ningún momento de ser una mujer maravillosa en todos los aspectos, como Madre de Jesús recién nacido, madre del niño Jesús, del Joven Jesús y del hombre ya adulto. María es buena parienta con sus familiares, es buena esposa con José y leal a Dios, no hay faltas en ella, es humilde, sencilla y obediente, su lenguaje es dulce y amoroso, digna Madre de Dios y de todos nosotros.

"Y la Madre de Dios es mía, porque Jesús es mío" (S. Juan de la Cruz)


4º PARTE, EL CAMINO ESPIRITUAL DE MARÍA

Decimos que nuestra amada Virgen María, fue desde siempre señalada como la Madre de Dios, es decir predestinada a ser la Madre del Divino Redentor. Ella rica en generosidad, llena de humildad, colabora como esclava del Señor realizándose en ella la Encarnación del Verbo divino y concibe a Jesús, Hijo de Dios encarnado. Es así como de este modo, ella se transforma en nuestra Madre Espiritual.

María tiene una natural sensibilidad e inclinación hacia los sentimientos y los pensamientos que nacen en el alma y el corazón, en ella no tiene cabida lo material, es decir, en ella la espiritualidad es plena.

Una persona espiritual, hace su vida a partir de ese soplo que Dios le da a su alma, por tanto se comporta y se deja hacer por Dios. Dijo María: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra, san Lucas 1, 26-38. María es una persona espiritual, ella vive conforme a Dios. El camino Espiritual de María se refleja en su vida diaria, es obediente al Señor, sus actitudes son sencillas y humildes, su relación preocupada y amorosa con su Hijo Jesús. María nos enseña a vivir dentro de los valores morales que Jesús nos instruyó.

Una persona espiritual, sabe cuales pensamientos son buenos y cuales son malos, alguien espiritual, es paciente y bondadoso, en efecto, esas inclinaciones vienen del alma y de un corazón que ha hecho de morada a Dios. Las palabras de Maria, manifiestan que Dios habita en su corazón, pues lo glorifica, lo ensalza y lo alaba, como los hace en su bello cántico del Magníficat.

Las palabras del Magníficat son como el testamento espiritual de la Virgen Madre. (Catequesis de Juan Pablo II), Ya desde los primeros siglos, san Ambrosio exhortaba a esto: «Que en cada uno el alma de María glorifique al Señor, que en cada uno el espíritu de María exulte a Dios» (san Ambrosio, Exp. Ev. Luc., II, 26).

El Magníficat nos muestra un cántico para alabar la admirable obra de la Encarnación, .es un cántico profético donde María nos manifiesta el jubilo que colma su corazón, porque Dios, su Salvador, puso los ojos en la humildad de su esclava.

Después que el ángel dejo a Maria en la Anunciación, fue a visitar a su prima Isabel. Por entonces María tomó su decisión y se fue, sin más demora, a una ciudad ubicada en los cerros de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Al oír Isabel su saludo, el niño dio saltos en su vientre. Isabel se llenó del Espíritu Santo. María dijo entonces:

El “Magníficat” --- Lc 1, 46-55 ---

Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de sus tronos, y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre.

Este fragmento del evangelio, nos presenta el cántico de María, “El Magníficat”, responde a una explosión de júbilo en Dios, incubada desde que se había realizado en ella el misterio de la encarnación. “El himno de María no es ni una respuesta a Isabel ni propiamente una plegaria a Dios; es una elevación y un éxtasis” y una profecía.

María dijo entonces; “Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador”, este canto es la una expresión elevadísima del alma de María, donde las lágrimas de alegría, gozo y esperanzas, se encierran en el Corazón de la Virgen María.

Podemos observar, en este cántico, la alabanza de María a Dios por la elección que hizo de ella, el reconocimiento de la providencia de Dios en el mundo y como con esta obra se cumplen las promesas hechas.

“Porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora”. La humildad de la Virgen María, es la causa de su grandeza, como ella, se humilla hasta en lo más ínfimo y Dios la eleva a lo más alto de la dignidad.

La alabanza que hace María a Dios por la elección que hizo en ella, engrandeciendo a Dios, ella esta profundamente agradecida, así es como le bendice y le celebra.

Este gozo de María es en Dios “mi Salvador.” Nunca como aquí cobra esta expresión el sentido mesiánico más profundo. Ese Dios Salvador es el Dios que ella lleva en su vientre, y que se llamará Jesús, Yehoshúa, es decir, Yahvé salva. Y ella se goza y alaba a Dios, su Salvador.

María atribuye esta obra a la pura bondad de Dios, que miró la “humanidad” de su “esclava.” Fue pura elección de Dios, que se fijó en una mujer de condición social desapercibida, aunque de la casa de David. Pero por esa mirada de elección de Dios, “desde ahora” es decir, en adelante, la van a llamar “bienaventurada todas las generaciones.”

“En adelante todas las generaciones me llamarán feliz”, por esa dignidad tan grande a la cual María fue elevada. Como vemos hoy, todas las generaciones cristianas de todos los siglos, han cantado las glorias de esta Virgen humilde y amorosa, que fue hecha la Madre de Dios.

Es la eterna bendición a la Madre del Mesías. Profecía cumplida ya por veinte siglos. Y todo es debido a eso: a que hizo en ella “maravillas”, cosas grandes — la maternidad mesiánica y divina en ella —, el único que puede hacerlas, Dios.

“Porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas”. Esta obra sólo podía ser obra de la omnipotencia de Dios. Y “cuyo nombre es Santo.” Es, pues, obra de la santidad de Dios. ¡Su Nombre es santo!, Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. El pensamiento progresa, haciendo ver que todo este poder es ejercido por efecto de su misericordia. Esta es una de las “constantes” de Dios en el Antiguo Testamento. Ya al descubrir su nombre a Moisés se revela como el Misericordioso (Ex 34:6).

Y ninguna obra era de mayor misericordia que la obra de la redención. Pero se añade que esta obra de misericordia de Dios, que se extiende de generación en generación, es precisamente “sobre los que le temen.” Era el temor reverencial a Dios. Así, en el A.T., cuando el pueblo pecaba, Dios lo castigaba; pero, vuelto a él, Dios lo perdonaba.

“Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón.”, Con esta metáfora, se expresa el poder de Dios, que aplasta a los soberbios y exalta a los humildes.

“Derribó a los poderosos de sus tronos, y elevó a los humildes.”, como enseñándonos a todos, que si queremos ser grande a los ojos de Dios y ser amados por El, debemos ser humildes ante los hombres, reconociendo nuestra pequeñez y miseria. Esta imagen celebra cómo Dios quita a los “poderosos” de sus tronos y “ensalza” a los que no son socialmente poderosos.

María: a una virgen, la hace madre milagrosamente; y a una “esclava,” madre del Mesías.

“Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías.” Así María, se coloca en la línea de todos los que son pequeños y humildes, los hambrientos de Israel, los que están vacíos de si mismos, pero llenos de Dios.

“Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre.”

A María la elige para enriquecerla “mesiánicamente.” Es lo mismo que canta luego: los bienes prometidos a Abraham, que eran las promesas mesiánicas. Al fin, todo el Antiguo Testamento giraba en torno a estas promesas. Con esta Obra cumple Dios las Promesas, hechas a los Padres.

Con este hermoso himno, María, alaba a Dios por la elección que hizo en ella, reconoce la Providencia de Dios en el gobierno del mundo y nos recuerda como Dios cumplió las promesas hechas a los Patriarcas.

Nada será mas agradable a Dios, que lo alabemos como lo hizo María, con las hermosas palabra que el Espíritu divino la inspiró.

Nosotros, debemos estar disponibles para dejarnos reformar de un modo total por el Espíritu y, considerar como modelo a María en su compromiso con el Espíritu de Jesús y, de este modo revivir en nosotros mismos y a los demás a la vida nueva del amor.

El alma de María, se han identificado totalmente con la voluntad de Dios, de modo que todas sus operaciones, obras y ruegos, vienen de la proposición divina, San Juan de la Cruz, ha escrito: "Tales eran las de la gloriosísima Virgen nuestra Señora, la cual, estando desde el principio levantada a este alto estado, nunca tuvo en su alma impresa forma de alguna criatura, ni por ella se movió, sino siempre su moción fue por el Espíritu Santo" ( Subida III, 2,10). En esta afirmación se encuentra el principio de una acción constante y total del Espíritu en María, elevada desde el principio a este altísimo estado de comunión con Dios, en un dinamismo de creciente fidelidad y cooperación con las mociones del Espíritu Santo.

Nuestra Madre Espiritual y su espiritualidad, son para nosotros sus hijos, modelo de contemplación y de intercesión, como del mismo modo ella es modelo de confianza, discreción y atención en las Bodas de Caná, la Virgen hace valer su poderosa intercesión ante su Hijo: "El que discretamente ama no cura de pedir lo que le falta y desea sino a representar su necesidad para que el Amado haga lo que fuere servido, como cuando la bendita Virgen dijo al amado Hijo en las bodas de Caná de Galilea, no pidiéndole derechamente el vino, sino diciéndole: "No tienen vino (Jn 2,3)" (san Juan de la Cruz, Cántico A y B 2,8).

La presencia espiritual de la Virgen María esta silenciosamente dentro de nosotros, atesorada en nuestro corazón, ella es nuestra mejor intercesora, la más perfecta mediadora, ella no ilumina el camino para llegar a Jesús, su hijo amado.

Oramos a María, porque al mismo tiempo es oración al Señor, para que del mismo modo como Dios Padre hizo grandezas y maravillas en Ella, orando a María y con María, le suplicamos que extienda a nosotros el mismo amor que concedió a la Virgen, y de esta forma atraer al Espíritu Santo a nuestro corazón.


5º PARTE (ÚLTIMA) LA LUZ DE MARÍA, EN EL CAMINO PARA LLEGAR A JESÚS

En el Prólogo de san Juan, 1, 1-18, El Verbo es la luz verdadera. Así como Dios es verdadero, Cristo es el pan verdadero, así el Verbo es llamado luz verdadera. Esta luz del Verbo ilumina a todo ser humano. Ella era la luz verdadera, la luz que ilumina a todo hombre. --- san Juan 1, 9 ---

Pero el mundo no conoció a esta Luz: a Dios Verbo. Los seres humanos debieron conocerlo. Los hombres, teniendo motivos para conocer y servir a Dios, no lo hicieron: el mundo no le conoció. Pero no sólo el mundo, sino que vino a los suyos. Vino la Luz a Israel con su Ley, con sus profetas, con sus enseñanzas; le anunciaron un Mesías., y fueron rebeldes — ¡tantas veces! — a esta Luz de Dios, del Verbo. Y vino el Verbo encarnado a ellos, a su pueblo, al pueblo que le esperaba, y cuando llegó a ellos., Israel no le conoció, no lo recibió., y ¡crucificó! al Mesías, a Jesús, Hijo de Dios, Hijo de la Virgen María.

Frente a este panorama de incredulidad, de paganismo y de un Israel, que no recibe la Luz del Verbo, trágica actitud del mundo frente a la Luz, nuestra buena Madre de Dios, hoy nos ha mostrado y nos muestra la ventaja incomparable que se sigue a los hombres y mujeres, es decir todos los seres humanos, de dejarse iluminar por esta Luz de Dios.

A los que si creen, tienen un gran don: el poder ser hijos de Dios. Pero a todos los que lo recibieron les dio capacidad para ser hijos de Dios. Al creer en su Nombre (v. 12), El Gran Don de la Filiación Divina de los Hombres dado por el Verbo Encarnado.

Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, al que pondrás el nombre de Jesús. --- san Lucas, 1,31 --- La Virgen Maria ha dado luz a la Luz del Mundo, luz que se revelará a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel --- san Lucas 2,32 ---, ¡Feliz la que te dio a luz y te crió! --- san Lucas 11,27 ---, Feliz María, felices nosotros por nuestra Madre de Dios, que ha dado a luz a la Luz.

Jerusalén, acoge la Luz. Acoge a Aquel que es la Luz: «Dios de Dios, Luz de Luz (...) engendrado no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre» (Credo). Jerusalén, acoge esta Luz. Homilía de S.S. Juan Pablo II en la solemnidad de Epifanía

Ponemos hoy, en nuestra santa Madre de Dios, toda nuestra confianza en el futuro, en el camino que habremos de recorrer para ir al encuentro con el Señor, aún más le pedimos que nos acompañe, que nos ilumine en las sombra y haga brillar su resplandor para que no caigamos en la oscuridad y no equivoquemos de camino.

Tú (María) eres esplendor que no ensombrece la luz de Cristo, porque vives en Él y para Él. S.S. Juan Pablo II.

Le confiamos a la Virgen, nuestra vida como sus hijos, ella que crió con tanto amor a Jesús, le pedimos por aquellos niños que están por nacer, para que vean la luz y conozcan la Luz y por aquellos chicos que vinieron a la luz, se dejen guiar por la Luz, a los jóvenes para que maduren en la bajo la Luz de Cristo y al resto del mundo para que sepan que la verdadera esperanza es Cristo, la luz verdadera, la luz que ilumina a todo hombre --- san Juan 1, 9 –

La santísima Virgen María es cristalina porque es absolutamente transparente, es pura y limpia total, ella se deja traspasar por la Luz que es su Hijo. María, supo amorosamente acoger en su corazón a quien el mundo no supo reconocer. A través de Ella y por medio de Ella, vino la luz verdadera, la luz que ilumina a todo hombre. Seamos también nosotros transparentes como María, así, de este modo permitir que la palabra de vida, se acerque a través nuestro a todo el que la necesite.

Al mirar a María, al fijarnos en su corazón tierno de mujer y de Madre, podemos contemplar la Luz que el Padre ha querido entregarnos por gracia de su amor infinito. Al contemplar a María, descubrimos la presencia de esa luz silenciosa que lleva a revelar el sentido de las cosas y de la vida. La diáfana y traslúcida Virgen Madre de Dios, nos invita a dejar que la luz de Cristo traspase toda nuestra vida, todos nuestros espacios, para que no haya oscuridad ni tristeza en nosotros, pues somos hijos amados de Dios.

Pero para poder ir a la luz de Dios, debemos pasar por la cruz que nos lleva a Jesucristo, a su muerte y su resurrección, donde el final, es el triunfo de Dios, de la vida y de la Luz. Con gran esperanza y acompañados por María, Caminamos hacia la luz, hacia la vida, hacia Dios, Ella nos ayuda a mantener siempre encendida esta luz.

La vida cristiana es un camino dulcemente acompañado por María, somos peregrinos y ella, “brilla ante el pueblo de Dios peregrinante, como signo de esperanza segura y de consuelo” ---LG 68 ---

María no ilumina, con el resplandor que ella deja traspasar por la luz que su Hijo. Así de este modo, la Virgen María nos ilumina la vida, y nos ponemos en sus brazos bajo se manto de amor, hacemos nuestra vida diaria con ella en el corazón, en la esperanza de su amor y nuestro corazón late fuertemente motivado por el impulso de su amor, confiados en que con su ayuda alcanzaremos la Luz definitiva.

María, nos hace la vida hermosa, por que desde ella resplandece esa Luz que irradia la fuerza que nos enseña a amar a nuestros hermanos y a buscar la rencociliación como buenos hijos del Dios de la vida. Con ella, sentimos que es hermoso el don de la amistad, que con tanta preocupación nos en seña en las boda de Cana, donde ella no solo es buena madre, también es buena amiga y solidaria cuando trata de salvar a sus amigos de la vergüenza de no poder agasajar adecuadamente a sus invitados, y recurre a su divino Hijo.

María ilumina con su irradiación nuestros deseos profundos de ser como su hijo Jesús, solidario con los pobres, con natural inclinación de hacer el bien, motivados a ayudar y a cuidar a los enfermos, y a ser útil para servir a los demás.

Maria también nos ilumina como sus hijos, para constituir una familia feliz, para que los jóvenes sepan de la alegría de sus padres y entiendan la preocupación de ellos para que sean una familia unida y necesitada del amor mutuo. María nos enseño que siempre tiene siempre en su corazón a su Hijo y las cosas de su Hijo, cuando Jesús se perdió en el Templo, María le dijo: Tu padre y yo hemos estado muy angustiados mientras te buscábamos. Para nosotros como padres, regresar al hogar y encontrarnos con los hijos, es una gran alegría, y damos gracia a María por su protección.

María, nos acerca como madre a su amado Hijo, nos consuela y nos renueva la esperanza, y con su luminosidad no invita a que abramos nuestro corazón para habite en el su Hijo Jesús. María nos llama para que nos alimentemos de Jesús en la eucaristía de cada domingo, para que así, con Jesús en nosotros, tengamos más comprensión de nuestros hermanos o de nuestros hijos, creciendo en amor con los demás. Con este llamamiento, nos sentimos los hijos amados de Dios, hermanos de Jesús, plenos de El en la comunión y le decimos en la Eucaristía, gracias por quedarte con nosotros hasta el fin de los tiempos y le decimos a María, gracias por acercarnos a tu Hijo.

María, esta con nosotros durante todo el día, con ella nos sentimos tranquilos como un niño que descansa en los brazos de su madre. Cuando estamos con pena y dolor, igual como ella, cuando estuvo frente a la cruz, nos sentimos consolados, por que Jesús nos la dejo como nuestra madre, Jesús, al ver a la Madre y junto a ella al discípulo que más quería, dijo a la Madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Después dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre»..--- San Juan 19, 25-27 --- Y desde aquel momento el discípulo se la llevó a su casa y nosotros la traemos a la nuestra y nos llenamos de alegría. Decimos entonces, gracias Jesús, por dejarnos a María como nuestra Madre, con ella, no tenemos miedo, nos sentimos seguro y nos ayuda a buscarte, especialmente cuando tenemos peligro de caer o cuando caemos y buscamos ser perdonados por ti.

El amor de María, el mismo que ella tuvo por Jesús, nos reconforta, nos levanta con su radiación y no muestra en el camino que nos lleva al Señor. María nos invita permanentemente a mirar a Jesús, como ella lo miro en la cruz. Mirar a Jesús, amor encarnado, Hijo del Padre que nos ama sin condición. Ella nos muestra como mirar a Jesús crucificado, para amarlo, y también sufrir y saber perdonar, ¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!

María nos enseña mirar a Jesús en Belén, desde ese instante aprendemos a amarlo y, luego nos formamos como discípulos de su hijo amado. María fue fiel a su Hijo y lo siguió hasta la muerte en la cruz y con su fidelidad nos motiva para seguir a Jesús hasta la misma cruz. María nos enseña a ser obedientes con su Hijo, "Haced lo que El os diga" --- san Juan 2:5 ---. Maria nos muestra con su fidelidad al Padre y su solidaridad con su Hijo, un modelo de vida. Así es, como damos al Padre, Gracias por María, así como decimos al Hijo, gracias por darnos una madre fiel, amorosa. Gracias porque María nos ayuda sentirnos hijos amados del Padre, hermanos de Jesús. Gracias, porque su resplandor de buena mujer y buena madre, brilla ante todos sus hijos, alumbrándonos el camino para llegar a Jesús.

Con gran confianza, con mucha esperanza, acompañados por la Santísima Virgen María, caminamos hacia la luz, hacia la vida, hacia Dios. Maria Madre de Dios, nos ayuda a mantener siempre encendida esa luz que nos ilumina el camino para llegar a Jesús.

escrito por Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
(fuente: www.caminando-con-maria.org)
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