Roma, 23 de abril de 2014 (Zenit.org) La canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II es un gran acontecimiento eclesial y un signo de esperanza para el mundo, porque allí donde florece la santidad, las crisis no tienen la última palabra.
Cuando hay santidad existe un fundamento sólido sobre el que construir el futuro. En el cristianismo, y de modo particular en los santos, encontramos respuestas a los problemas más profundos del hombre y de la sociedad, que tienen con frecuencia su origen en un alejamiento de Dios.
Es motivo de gratitud a Dios observar que, durante las últimas décadas (en las que se ha hablado tanto de “crisis” económicas, culturales, políticas, sociales, religiosas) la Iglesia haya sido conducida por la santidad, es decir, por personas santas: dos de los tres pontífices ya fallecidos (Juan XXIII y Juan Pablo II) serán canonizados este domingo, y el proceso para la beatificación del tercero de ellos (Pablo VI) se encuentra muy avanzado.
Juan XXIII es, sobre todo, el Papa que convocó el Concilio Vaticano II. Como sucesor de Pedro condujo la Iglesia, con mano firme y paterna, a esa experiencia extraordinaria de fe y de renovación personal y colectiva que ha sido, y es, ese acontecimiento eclesial: se trataba de hablar al corazón del hombre de nuestra época, como subrayó la Constitución Gaudium et Spes. El Papa Roncalli ayudó a colocar la vocación a la santidad en la raíz misma de la condición cristiana. Podemos acudir hoy a su intercesión para rogar al Señor que cale a fondo en la conciencia de toda mujer y de todo hombre cristiano esta verdad proclamada por el Vaticano II: que la santidad está al alcance de los cristianos, y que no es meta para unos pocos privilegiados.
Para la humanidad, Juan XXIII es también el Papa de la paz, porque en un momento histórico delicadísimo no dudó – siguiendo el ejemplo de sus predecesores – en poner los medios oportunos para evitar la guerra, implicando su autoridad moral y religiosa en la elaboración de una doctrina universal, sobre los presupuestos de la paz y sobre la dignidad del ser humano.
Juan Pablo II era un sacerdote enamorado de Dios y de los hombres, creados a imagen de Dios en Cristo. Movido por la caridad, convocó a toda la Iglesia a la “nueva evangelización”, remarcando a su vez el papel que corresponde a los laicos en esta tarea de hacer presente a Dios en la vida de las personas y de los pueblos. Durante los años de su pontificado hemos profundizado con luces nuevas en la bondad y la misericordia de Dios. Sus palabras, sus gestos, sus escritos, su entrega personal —en la salud y en la enfermedad— han sido instrumentos de los que se ha servido el Espíritu Santo, para acercar a muchísimas personas a la fuente de la gracia, y para que millares de jóvenes respondieran afirmativamente a la llamada de Cristo al sacerdocio, a la vida religiosa, al matrimonio y al celibato apostólico laical.
El Papa polaco nos llevó del segundo al tercer milenio, dejando un imponente legado sobre la dignidad de la persona humana, sobre el valor de la vida y de la familia, el servicio a los pobres y a los necesitados, la promoción de los derechos de los trabajadores, el amor humano y la dignidad de la mujer, y sobre tantos otros aspectos que resultan cruciales en la promoción de una existencia digna. Sus escritos y su predicación conforman un conjunto de enseñanzas con enorme potencialidad de futuro. Estoy convencido de que su mensaje social y humano – que surge de una profunda respuesta espiritual a Dios – se agigantará con el paso del tiempo.
La canonización de estos dos grandes pastores sucede a las puertas del mes de mayo, mes de María. Es este un rasgo que acomuna a los dos nuevos santos: su amor tierno y profundo por la Virgen. Juan XXIII recurría frecuentemente a la “maternidad universal” de la Virgen, “la Madre común, cabeza de todos los hombres, hermanos todos en el mismo Cristo primogénito” (12-X-1961). En Juan Pablo II, la conciencia de la cercanía y de la intercesión de nuestra Madre, representaba un polo de atracción permanente en su propio caminar espiritual y humano, e invitaba a los demás a descubrir la “dimensión mariana” de los discípulos de Cristo. La filiación a la Santísima Virgen — decía – es “un don que Cristo mismo hace personalmente a cada hombre” (cfr. Redemptoris Mater, n. 45).
La Virgen Santísima ocupa un puesto relevante en la vida espiritual de cada fiel, pero también en la edificación misma de la Iglesia. Por eso, en el marco de las canonizaciones del domingo, me gusta recordar estas palabras de san Josemaría Escrivá de Balaguer: «Es difícil tener una auténtica devoción a la Virgen, y no sentirse más vinculados a los demás miembros del Cuerpo Místico, más unidos también a su cabeza visible, el Papa. Por eso me gusta repetir: omnes cum Petro ad Iesum per Mariam!, ¡todos, con Pedro, a Jesús por María!» (Es Cristo que pasa, n. 139). Me da alegría que sea el Papa Francisco, Papa mariano también, quien haya decidido estas dos canonizaciones. Los tres han mostrado que el contenido de la caridad no es meramente humano, sino que se trata de dar a Cristo a los demás, que es lo que llevó a cabo Santa María en servicio de toda la humanidad.
En poco tiempo nos acostumbraremos a referirnos a estos dos pastores como san Juan XXIII y san Juan Pablo II. Al canonizarlos, el Papa Francisco, vicario de Cristo, nos está ayudando a ver que, para Dios, Angelo Roncalli y Karol Wojtyla son, sobre todo, dos personas santas, factor fundamental en la vida de cada hombre, de cada mujer. San Juan XXIII y san Juan Pablo II fueron dos sacerdotes de gran cordialidad, de amor encendido a Dios y a todas las criaturas humanas. Santos de una pieza, unidos por un tierno amor a María, Madre de Dios y Madre nuestra.
+Javier Echevarría
Prelado del Opus Dei
Anécdotas de dos papas santos
Juan XXIII y Juan Pablo II serán canonizados el 27 de abril en la plaza de San Pedro
Muchas son las anécdotas en la vida de Juan XXIII que demuestran su sencillo y sincero sentido del humor. Cuentan que en su primera noche como Pontífice pidió al cardenal Nasalli que se quedara a cenar con él. Pero el purpurado le dijo que era costumbre que los papas comieran solos, a lo que el recién elegido respondió: "¡Tampoco de Papa van a dejarme hacer lo que me de la gana!" El cardenal, accediendo a la petición preguntó: "Santidad, ¿puedo traer champán?" Juan XXIII respondió: "¡Sí, por favor, pero no me llame Santidad, que cada vez que así lo hace me parece que me está tomando el pelo!"
Dicen también que su primer gesto horas después de ser elegido como Sucesor de Pedro fue subir el sueldo a los porteadores de la silla papal "porque yo peso casi cien kilogramos más que el enjuto Pío XII", argumentó Juan XXIII.
El Papa Bueno había sido sargento sanitario en la Primera Guerra Mundial y con buen humor se lo recordaba a los pomposos. Un día, un capitán de la Gendarmería Vaticana se le arrojó a los pies y Juan XXIII le dijo: "Pero levántese hombre. Usted es un capitán y yo sólo un sargento".
Al principio de su pontificado, Juan XXIII tuvo que posar para los fotógrafos, para que éstos hicieran las fotografías oficiales del nuevo papa. En una ocasión, inmediatamente después de posar ante las cámaras, recibió en audiencia a monseñor Fulton Sheen, que era un obispo muy conocido en Estados Unidos porque predicaba en la televisión. Al saludarle, el Pontífice bergamasco le manifestó con toda sencillez: "Mire, Dios nuestro Señor supo ya muy bien desde hace setenta y siete años que yo había de ser papa. ¿No pudo haberme hecho más fotogénico?"
De Juan Pablo II también hay una gran cantidad de anécdotas que caracterizaron su personalidad cercana. Una de ellas tuvo lugar el día de su elección, cuando el automóvil que trasladaba a Juan Pablo II se estropeó. El cardenal Wojtyla hizo auto-stop y un camionero le llevó directamente a la Plaza de San Pedro. Llegó tan justo de tiempo que casi no puede participar en el cónclave. De hecho, fue el último purpurado en entrar en la Capilla Sixtina.
Un día, recién llegado del hospital Gemelli, donde había sido intervenido a causa de una rotura de fémur, el Pontífice polaco recibió a un obispo. Este se entretuvo en elogiar el buen aspecto que tenía: "¿sabe que le digo? El hospital le ha sentado muy bien. Está incluso mejor que antes de ingresar en el Gemelli". Él miró fijamente, con pillería, al contestarle: "Entonces, ¿por qué no ingresa usted también allí?"
En 1994, la revista 'Time' nombró a Juan Pablo II "Hombre del año". Su portavoz le mostró la portada y el Papa le dio la vuelta. Un asesor se la mostró de nuevo y la volvió a girar. "Santidad, ¿no le gusta la revista?", le preguntó. "Quizá --dijo el Pontífice-- es que me gusta demasiado".
(23 de abril de 2014) © Innovative Media Inc.
No hay comentarios:
Publicar un comentario