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martes, 21 de junio de 2016

¿Sabías que la Biblia sí manda hacer imágenes sagradas?

Quien confunde las abominaciones paganas con las sagradas imágenes tacha la Biblia de contradictoria.

Es frecuente la acusación, en el ámbito de la religión, de que las imágenes significan “idolatría”. Sin embargo, en la propia Biblia encontramos ejemplos de imágenes que nada tienen que ver con los ídolos.

Querubines sobre el Arca de la Alianza (cf. Éxodo 25, 18):

– A la izquierda, las imágenes de los Querubines sobre el Arca de la Alianza, conforme Éxodo 25,18.
– Delante del Arca con las imágenes, el Santo Rey David se regocija y salmodia (2 Sm 6, 5-6)
– Era a través de esas imágenes como Dios hablaba a Moisés (Ex 25,22).

Jesús Crucificado:

– Directamente, Jesús suspendido en su Cruz dando cumplimiento a una “figura bíblica” que hablaba sobre él: la de la imagen de la serpiente de bronce del desierto (Num 21, 8; Jn 3, 14)

De ahí la afirmación de San Pablo: “Conviene que nos gloriemos en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo” (Gal 6, 14)


La Biblia manda hacer imágenes

1 – ¿Qué son imágenes? Son, en general, representaciones esculturales de personas de cualquier naturaleza, o de conceptos morales. Por ejemplo, las imágenes de los Querubines, de Moisés, de la Libertad etc.

2 – Y las imágenes sagradas, ¿qué son? Son representaciones de Santos, de Ángeles, de la Virgen María, de Jesús etc.

3 – ¿Quién mandó hacer imágenes? Fue el propio Dios, conforme la Biblia nos enseña. Dios mandó hacer imágenes de querubines (ángeles) para la Arca de la Alianza (Ex 25,18). El Arca de la Alianza con los querubines estaba en el lugar más sagrado del Templo, el “Santo de los Santos”, que, una vez al año el sacerdote asperjaba con la sangre de las víctimas inmoladas a Dios (Hb 9,1 a 7). También Salomón llenó de imágenes el Templo (1 Reyes 6, 23 a 29), y Dios lo aprobó (1 Reyes 8,6 a 11).

4 – ¿Para qué sirven las imágenes? Para recordar a los ángeles, los santos y al propio Dios. Es lo que también enseña la Biblia. En el Libro de los Números, 21, 8, Dios mandó a Moisés hacer y levantar en un poste de madera una serpiente de bronce y dijo que quien la mirase quedaría curado de las mordeduras de las serpientes. Y Jesús se refería a ese hecho como siendo una “figura” de su crucifixión (Jn 3,14). Los falsos creyentes, sin embargo, detestan la Cruz, así como Satán también la detesta. Escuchemos a la Biblia: “Nosotros, por nuestra parte, rezamos a Cristo crucificado” (1 Cor 1,23).

5 – Entonces ¿era la serpiente la que curaba? No. Era Dios. Pero la imagen de la serpiente sirvió para recordar la ofensa hecha a Dios; sirvió, en suma, para recordar a Dios.

6 – ¿Y la imagen de Cristo en la Cruz? Ella recuerda muchísimo más: recuerda el pecado, la Redención por la Cruz, el amor de Cristo por nosotros. Esta es la cumbre de las imágenes: nos ayuda a pensar en Dios, a ir a Dios.

7 – ¿Para qué más sirven las imágenes? Ellas contribuyen a dar a los lugares de culto un aspecto sagrado e invitan al recogimiento y a la oración (Ex 25,22; 1 Reyes 6,23 a 28). Por eso, los querubines del Arca de la Alianza no eran simples adornos: recordaban la mediación secundaria de los Ángeles (Hb 1,14) e integraban los objetos del culto.
Además de esos casos, la Biblia está llena de “imágenes” y “cuadros” que el Artista Divino “pintó” con letras divinas. Esos cuadros inspiraron a los artistas humanos en sus lindos retablos, esculturas e imágenes. De nuevo respecto de la serpiente de bronce: para que siga siendo símbolo de la Pasión de Cristo, no importa el hecho de que el rey Ezequías la destruyera cerca de cinco siglos después (2 Reyes 18,4). El bastón de Moisés, levantando en un poste por orden de Dios, fue aprobado por Jesús dos mil años después. Conserva todo su valor simbólico, a pesar de haber sido destruida.

8 – Nosotros, católicos, ¿adoramos las imágenes? No. Quien lo afirma no entiende el catolicismo, o miente y actúa contra la Biblia.

9 – Nosotros veneramos las imágenes. ¿Por qué? Porque son representaciones de personas santas y amigas de Dios, o del propio Dios. Y porque inspiran amor a las virtudes y llevan a imitar a las personas santas a las que representan. Por eso, las imágenes sagradas son muy útiles. Nada hay de idolatría en esto. Es semejante a esa, también, la razón por la cual respetamos y veneramos la bandera nacional: ella simboliza la patria e inspira el patriotismo.

10 – ¿Qué es entonces lo que la Biblia condena? La Biblia condena los falsos dioses y sus ídolos, como los “dioses mudos” (Sal 134, 15 a 17) y las “imágenes y esculturas de cosas del cielo, de la tierra y de las aguas” (Ex 20, 3-5). Se trata de los ídolos que los paganos hacían para representar a sus falsos dioses (Rm 1,23). De hecho, los gentiles antiguos adoraban como “dioses del cielo” a ciertos astros (Júpiter, Venus etc.); “de la tierra”, ciertas aves y cuadrúpedos; “de las aguas”, ciertos anfibios y reptiles (Ex 32, 1-6; Rom. 1,23). Para los egipcios, por ejemplo, el cocodrilo era un animal sagrado.
Quien confunde las abominaciones de los gentiles con las sagradas imágenes injuria a la Biblia y la vuelve contradictoria, afirmando una cosa en un lugar y negando esa misma cosa en otro.

11 – Quien está contra las imágenes que la Santa Iglesia venera no está sólo contra la Biblia. Está también contra el sentido común. No podemos siquiera pensar sin formar imágenes en nuestra mente. El uso de imágenes es connatural a nuestra forma de entender la existencia y de comunicarla; es un modo natural de encender el corazón, preservando la imagen de aquellos a quien amamos, como hacemos con los retratos de los padres, hijos, familiares y amigos.

Tomado de “Folhetos Católicos” 
via blog Tradição Católica 
(fuente: aleteia.org)

sábado, 11 de junio de 2016

Quince regalos que recibimos en el día de nuestro Bautismo

Recuerda con alegría tu fecha de bautismo y agradece abundantemente a Dios por todo lo que se te regaló con este maravilloso sacramento.

Te presento un breve recordatorio enumerado, de todas las Gracias que han fluido en ti y te han sido entregadas desde el día de tu bautismo. Contiene también caminos prácticos que pueden activar todas estas Gracias.

Recuerda tu fecha de bautismo y agradece abundantemente a Dios por todo esto que se te ha regalado:

1.- Ser Hijo de Dios Padre.
Reza el Padrenuestro pensando en su profundo significado. Reconócete con este parentesco. A través del bautismo tú eres un verdadero hijo de Dios.

2.- Ser hermano de Jesucristo.
Conoce, ama y sigue a Jesús todo el tiempo. ¿Cuál “nombre” con los que se le ha llamado a Jesús, te atrae más?

3.- Ser amigo del Espíritu Santo.
Él es tu más íntimo y constante amigo. ¿Cuál nombre que se le ha dado, te atrae más?

4.- La Fe.
Haz crecer tu fe estudiando aún más. Ten sed de conocer tu fe, cada vez más y más.

5.- La Esperanza.
En este año de la Divina Misericordia, lee el diario de Santa Faustina y ¡Confía en Dios! Durante las pruebas, cree en Dios aún más. Di: “JESÚS, EN TI CONFÍO”

6.- La Caridad.
Esfuérzate por amar a Dios desde una oración más profunda, pero a la vez, a través del amor a tu prójimo. Contempla a Jesús colgado en la Cruz por amor a ti y por amor a mí.

7.- La Justicia.
Aprende a ser justo contigo mismo y con los demás. Según Santo Tomás de Aquino “La justicia es dar a cada uno su parte”.

8.- La Templanza.
Ofrece a tu cuerpo una alimentación correcta, el necesario descanso y el ejercicio adecuado. Aprende que la virtud descansa entre estos dos extremos (Aquino y Aristóteles)

9.- La Prudencia.
Aprende y aplica los tres pasos para realizar una obra o tomar una decisión con cautela: 1) Piensa, 2) Decide y 3) Actúa. Permite que esta virtud se perfeccione a través del Don del Consejo. Ora por el gran poder de tomar buenas decisiones basadas en la fe y en la razón. Lee la encíclica “Fides Ratio” (La Fe y la Razón) de San Juan Pablo II.

10.- La Fortaleza.
Soporta pacientemente las cosas malas que Dios permite entrar en tu vida en imitación a Cristo, por tu propia perfección, así como por la salvación de las almas. Pide la intercesión de los mártires, ellos son brillantes ejemplos de la paciencia en el sufrimiento.

11.- La Gracia Santificante.
¡Permite que la Gracia de Dios permee toda tu vida! Pídelo a la “Llena de Gracia”, Nuestra Señora. Ábrete a las inspiraciones celestiales de Dios.

12.- Te hace miembro de la Iglesia.
En este momento estás unido al cuerpo místico de Cristo. Diles a los demás que amar a Cristo es amar a la Iglesia, que es su cuerpo místico.

13.- El Exorcismo.
Renuncia a Satanás y a todas sus obras en todo momento. Ora a San Miguel, San José y también a San Benito.

14.- Ser una vela ardiente.
Sé una luz para el mundo, esto significa dar un buen ejemplo. El lema del Movimiento Cristiano: "Es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad".

15.- El Cielo.
Reconoce que a través del bautismo estás llamado a ser seguidor de Cristo, lo que significa llegar a ser un santo. El final del viaje de todos los santos es el cielo. Alégrate que tu nombre se encuentra escrito en el cielo, en el Libro de la Vida. Vive entonces de acuerdo con esta dignidad. ¡Conviértete en un santo!

Adaptación y traducción al español por Rafael Ruiz, 
para PildorasdeFe.net
artículo publicado en: Catholic Exchange, autor: Padre Ed Broom, OMV

miércoles, 8 de junio de 2016

El Papa Francisco: ‘Jesús se manifiesta como esposo del Pueblo de Dios’

08/06/2016 En la audiencia general de esta semana, Francisco reflexiona sobre el milagro de las bodas de Caná.

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- Un grupo de niños ha tenido la suerte esta mañana de acompañar al santo padre Francisco en el papamóvil durante todo el recorrido por la plaza de San Pedro, antes de comenzar la audiencia general de este miércoles. Los pequeños han saludado junto con el papa Francisco a los miles de fieles allí reunidos. Venidos de todos los rincones del mundo, los peregrinos han recibido la llegada del Pontífice con entusiasmo y alegría, agitando sus banderas y carteles con mensajes de cariño y cercanía.

Publicamos a continuación el texto completo de la catequesis

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Antes de comenzar la catequesis quisiera saludar a un grupo de parejas que celebran el 50º aniversario de matrimonio. Eso sí que es el vino bueno de la familia. El vuestro es un testimonio que tiene que aprender los recién casados y los jóvenes a quienes saludaré después. Un bonito testimonio, gracias por vuestro testimonio.

Después de haber comentado algunas parábolas de la misericordia, hoy nos detenemos en el primer milagro de Jesús, que el evangelista Juan llama ‘signos’, porque Jesús no los hizo para suscitar maravilla, sino para revelar el amor del Padre. El primero de estos signos prodigiosos es contado precisamente por Juan (2, 1-11) y se cumple en Caná de Galilea. Se trata de una especie de “puerta de ingreso”, en la que están talladas palabras y expresiones que iluminan todo el misterio de Cristo y abren el corazón de los discípulos a la fe. Veamos algunas.

En la introducción encontramos la expresión “Jesús con sus discípulos” (v. 2). Aquellos a los que Jesús ha llamado a seguirlo, les ha unido a sí en una comunidad y ahora como una única familia, están todos invitados a la boda.

Comenzando su ministerio público en las bodas de Caná, Jesús se manifiesta como el esposo del Pueblo de Dios, anunciado por los profetas y nos revela la profundidad de las relaciones que nos une a Él: es una nueva Alianza de amor.

¿Qué hay en el fundamento de nuestra fe? Un acto de misericordia con la que Jesús nos ha unido a Él. Y la vida cristiana es la respuesta y este amor es como la historia de dos enamorados. Dios y el hombres se encuentran, se buscan, se encuentran, se celebran y se aman: precisamente como el amado y la amada en el Cantar de los Cantares. Todo lo demás viene como consecuencia de esta relación. La Iglesia es la familia de Jesús en la que se vierte su amor; es este el amor que la Iglesia cuida y quiere dar a todos.

En el contexto de la Alianza se comprende también la observación de la Virgen: “No tienen vino” (v. 3). ¿Cómo es posible celebrar las bodas y hacer fiesta si falta lo que los profetas indicaban como un elemento típico del banquete mesiánico? (cfr Am 9,13-14; Gl 2,24; Is 25,6). El agua es necesaria para vivir, pero el vino expresa la abundancia del banquete y la alegría de la fiesta.

¡Una fiesta de boda donde falta el vino hace sentir vergüenza a los recién casados, imaginen terminar la fiesta de la boda bebiendo té! Sería una vergüenza. El vino es necesario para la fiesta. Transformando en vino el agua de la ánforas utilizadas “para la purificación ritual de los judíos” (v. 6), Jesús cumple un signo elocuente: transforma la Ley de Moisés en Evangelio, portador de alegría. Como dice en otra parte el mismo Juan: “porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo” (1,17).

Las palabras que María dirige a los sirvientes coronan el cuadro esponsal de Caná: “Haced lo que él os diga” (v. 5). Es curioso, son sus últimas palabras transmitidas por los Evangelios: son su herencia entregada a todos nosotros. También hoy la Virgen nos dice, ‘haced lo que Jesús os diga’.

¡Esta es la herencia que nos ha dejado y es bonito! Se trata de una expresión que reclama la fórmula de fe utilizada por el pueblo de Israel al Sinaí en respuesta a las promesas de la alianza: “Lo que el Señor ha dicho, lo haremos” (Es 19,8). Y en efecto en Caná los sirvientes obedecen. “Jesús dijo a los sirvientes: ‘Llenen de agua estas tinajas’. Y las llenaron hasta el borde. Saquen ahora, agregó Jesús y lleven al encargado del banquete. Así lo hicieron” (vv. 7-8).

En esta boda, realmente viene estipulada una Nueva Alianza y a los sirvientes del Señor, es decir a toda la Iglesia, se le confía una nueva misión: “¡Haced lo que él os diga!”. Servir al Señor significa escuchar y poner en práctica su Palabra. Es la recomendación sencilla pero esencial de la Madre de Jesús y es el programa de vida del cristiano.

Para cada uno de nosotros, recibir de la ánfora equivale a encomendarse a la Palabra de Dios para experimentar su eficacia en la vida. Entonces, junto al jefe del banquete que ha probado el agua que se convierte en vino, también nosotros podemos exclamar: “Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento” (v. 10). Sí, el Señor continúa reservando el vino bueno para nuestra salvación, así como continúa brotando del costando traspasado del Señor.

La conclusión del pasaje suena como una sentencia:“Este fue el primero de los signos de Jesús y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él” (v. 11). Las bodas de Caná son mucho más que la simple historia del primer milagro de Jesús. Como un tesoro, Él custodia el secreto de su persona y la finalidad de su venida: el esperado Esposo comienza en las bodas que se cumplen en el Misterio pascual. En esta boda Jesús une a sí a sus discípulos con una Alianza nueva y definitiva. En Caná los discípulos de Jesús se convierten en su familia y nace la fe de la Iglesia. Todos nosotros estamos invitados a esa boda, ¡porque el vino nuevo no se puede perder!

(Traducido por ZENIT desde el audio)

miércoles, 25 de mayo de 2016

Catequesis del Papa: “La oración, transforma el deseo y lo modela según la voluntad de Dios”

(RV).- “¡La oración no es una varita mágica! Ésta nos ayuda a conservar la fe en Dios y a confiar en Él incluso cuando no comprendemos su voluntad”, lo dijo el Papa Francisco en la Audiencia General del último miércoles de mayo, donde meditó sobre la oración como fuente de misericordia.

Continuando su ciclo de catequesis sobre la misericordia en la Sagrada Escritura, el Obispo de Roma recordó “que es necesario orar siempre sin desanimarse”; por lo tanto, no se trata de orar algunas veces, solo cuando tengo ganas. No, dice el Papa, Jesús nos enseña que se necesita «orar siempre sin desanimarse».

Comentando la parábola de la “viuda y el juez injusto”, el Santo Padre preciso que este hombre, “era un juez perverso, sin escrúpulos, que no tenía en cuenta a la Ley pero hacia lo que quería”. A él se dirige una viuda para obtener justicia. Las viudas, puntualizó el Pontífice, junto a los huérfanos y a los extranjeros, eran las categorías más débiles de la sociedad. Sus derechos tutelados por la Ley podían ser pisoteados con facilidad porque, siendo personas solas e indefensas, difícilmente podían hacerse valer. “Ante la indiferencia del juez, la viuda recurre a su única arma: continuar insistentemente a fastidiarlo presentándole su pedido de justicia. Y justamente con esta perseverancia alcanza su objetivo”.

De esta parábola, afirma el Sucesor de Pedro, Jesús saca una doble conclusión: si la viuda ha logrado convencer al juez injusto con sus pedidos insistentes, cuanto más Dios, que es Padre bueno y justo, «hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche»; y además no «les hará esperar por mucho tiempo», sino actuará «rápidamente».

Por esto, recuerda el Papa, Jesús exhorta a orar “sin desfallecer”. Todos sentimos momentos de cansancio y de desánimo, sobre todo cuando nuestra oración parece ineficaz. Pero Jesús nos asegura: a diferencia del juez injusto, que Dios escucha rápidamente a sus hijos, aunque si esto no significa que lo haga en los tiempos y en los modos que nosotros quisiéramos. ¡La oración no es una varita mágica! Ésta nos ayuda a conservar la fe en Dios y a confiar en Él incluso cuando no comprendemos su voluntad.

Antes de concluir su catequesis, el Papa Francisco alentó a no desistir en la oración aunque no sea correspondida. ¡Es la oración que conserva la fe, sin ella la fe vacila! Pidamos al Señor, dijo el Papa, una fe que se haga oración incesante, perseverante, como aquella de la viuda de la parábola, una fe que se nutre del deseo de su llegada. Y en la oración experimentamos la compasión de Dios, que como un Padre va al encuentro de sus hijos lleno de amor misericordioso.


TEXTO COMPLETO

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La parábola evangélica que apenas hemos escuchado (Cfr. Lc 18, 1-8) contiene una enseñanza importante: «que es necesario orar siempre sin desanimarse» (v. 1). Por lo tanto, no se trata de orar algunas veces, cuando tengo ganas. No, Jesús dice que se necesita «orar siempre sin desanimarse». Y pone el ejemplo de la viuda y el juez.

El juez es un personaje poderoso, llamado a emitir sentencias basándose en la Ley de Moisés. Por esto la tradición bíblica exhortaba que los jueces sean personas timoratas de Dios, dignas de fe, imparciales e incorruptibles (Cfr. Ex 18,21). Nos hará bien escuchar esto también hoy, ¡eh! Al contrario, este juez «no temía a Dios ni le importaban los hombres» (V. 2). Era un juez perverso, sin escrúpulos, que no tenía en cuenta a la Ley pero hacia lo que quería, según sus intereses. A él se dirige una viuda para obtener justicia. Las viudas, junto a los huérfanos y a los extranjeros, eran las categorías más débiles de la sociedad. Sus derechos tutelados por la Ley podían ser pisoteados con facilidad porque, siendo personas solas e indefensas, difícilmente podían hacerse valer: una pobre viuda, ahí, sola, nadie la defiende, podían ignorarla, incluso no hacerle justicia; así también el huérfano, así el extranjero, el migrante. ¡Lo mismo! En aquel tiempo era muy fuerte esto. Ante la indiferencia del juez, la viuda recurre a su única arma: continuar insistentemente en fastidiarlo presentándole su pedido de justicia. Y justamente con esta perseverancia alcanza su objetivo. El juez, de hecho, en cierto momento la compensa, no porque es movido por la misericordia, ni porque la conciencia se lo impone; simplemente admite: «Pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme» (v. 5).

De esta parábola Jesús saca una doble conclusión: si la viuda ha logrado convencer al juez deshonesto con sus pedidos insistentes, cuanto más Dios, que es Padre bueno y justo, «hará justicia a sus elegidos, que claman a Él día y noche»; y además no «les hará esperar por mucho tiempo», sino actuará «rápidamente» (vv. 7-8).

Por esto, Jesús exhorta a orar “sin desfallecer”. Todos sentimos momentos de cansancio y de desánimo, sobre todo cuando nuestra oración parece ineficaz. Pero Jesús nos asegura: a diferencia del juez injusto, que Dios escucha rápidamente a sus hijos, aunque si esto no significa que lo haga en los tiempos y en los modos que nosotros quisiéramos. ¡La oración no es una varita mágica! ¡No es una varita mágica! Ésta nos ayuda a conservar la fe en Dios y a confiar en Él incluso cuando no comprendemos su voluntad. En esto, Jesús mismo – ¡que oraba tanto! – nos da el ejemplo. La Carta a los Hebreos recuerda que – así dice – «Él dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión» (5,7). A primera vista esta afirmación parece inverosímil, porque Jesús ha muerto en la cruz. No obstante la Carta a los Hebreos no se equivoca: Dios de verdad ha salvado a Jesús de la muerte dándole sobre ella la completa victoria, pero ¡el camino recorrido para obtenerla ha pasado a través de la misma muerte! La referencia a la súplica que Dios ha escuchado se refiere a la oración de Jesús en el Getsemaní. Invadido por la angustia oprimente, Jesús pide al Padre que lo libere del cáliz amargo de la pasión, pero su oración esta empapada de la confianza en el Padre y se encomienda sin reservas a su voluntad: «Pero – dice Jesús – no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Mt 26,39). El objeto de la oración pasa a un segundo plano; lo que importa antes de nada es la relación con el Padre. Es esto lo que hace la oración: transforma el deseo y lo modela según la voluntad de Dios, cualquiera que esa sea, porque quien ora aspira ante todo a la unión con Dios, que es Amor misericordioso.

La parábola termina con una pregunta: «Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?» (v. 8). Y con esta pregunta estamos todos advertidos: no debemos desistir en la oración aunque no sea correspondida. ¡Es la oración que conserva la fe, sin ella la fe vacila! Pidamos al Señor una fe que se haga oración incesante, perseverante, como aquella de la viuda de la parábola, una fe que se nutre del deseo de su llegada. Y en la oración experimentamos la compasión de Dios, que como un Padre va al encuentro de sus hijos lleno de amor misericordioso. ¡Gracias!


(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)

sábado, 7 de mayo de 2016

¿Eres madrina o padrino? ¿Sabes lo que significa?


Seguro que tú, al igual que yo, estás bautizado y confirmado y por lo tanto tienes madrinas o padrinos; y si has hecho bien tus tareas, alguien te ha escogido a ti para que lo seas de alguien más.

Hay muchas y lindas razones por las que alguien escoge padrinos y madrinas, ya sean los padres de un pequeño bebé que está por bautizarse o un catecúmeno adulto que lo elige voluntariamente. Siempre es un regalo para quien es llamado a ese servicio de amor, pero: ¿tenemos claro qué significa serlo?

Compadres es la forma en que nuestros padres llaman a los padrinos y cuando los eligen, algunas veces queda la duda: ¿habrán escogido padrinos o compadres? Es que a veces la afinidad, el cariño y el querer establecer lazos más permanentes con alguien, hace que los padres “den a sus hijos” de ahijados a personas con las que tienen relaciones muy estrechas. De hecho los padrinos se sienten honrados cuando se les pide que lo sean porque es una muestra de afecto y confianza muy profunda.

Pero a veces el rol de padrinos y madrinas está un poco confundido y (tanto los ahijados como los padres) esperan algunas cosas que realmente no son sus reales funciones y que poco tienen que ver con el llamado que han recibido.

Seguro que muchas veces te ha tocado orientar a gente al respecto, sobre todo en la catequesis o en los grupos en los que haces apostolado. Es por esto que queremos darte algunas ideas de qué es lo que realmente debe hacer un padrino o madrina y de cuál es su misión en la vida de ese recién bautizado o confirmado, para que comprendamos qué características deben tener esas personas y cómo debe ser la relación con su ahijada o ahijado.

Si te han pedido que tu seas madrina o padrino, te invitamos a que ofrezcas esa tremenda misión al Señor, Él te dará lo necesario para acompañar a tu ahijado por el camino de la fe que Él mismo nos ha invitado a recorrer.


7 ideas sobre la misión que tienes con tu ahijado

◙ Tu vida es tu curriculum

Como padrino has sido elegido por los padres (o al menos deberías serlo), más que por tu relación con ellos, por tu vida, por como vives tu fe, por el testimonio de tu lucha sincera por vivir los principios del Evangelio. Madrinas y padrinos son personas que por su testimonio de vida podrán dar luces al recién bautizado de cómo hacer para vivir como un buen cristiano durante toda su vida. ¡Comienza a vivirlo!

◙ Das el mejor regalo

No esperamos que nuestra madrina o padrino nos de un regalo especial para navidad o para nuestro cumpleaños. Madrinas y padrinos el mejor regalo que puedes darle a tu ahijado es el regalo de la fe. Acompáñalo de forma cercana y sincera para que la vida espiritual y la relación con Jesús sean siempre parte fundamental de su vida como nuevo cristiano.
“Queridos, padres, padrinos y madrinas, si quieren que sus hijos sean verdaderos cristianos, ayúdenles a crecer ‘inmersos’ en el Espíritu Santo, es decir, en el calor del amor de Dios, en la luz de su Palabra. Por ello, no olviden invocar a menudo al Espíritu Santo, todos los días” (Papa Francisco, 2015).

◙ No eres un padre sustituto

A veces se piensa que cuando te piden ser madrina o padrino, lo que te están pidiendo es que en caso de que los padres fallezcan tu te hagas cargo del pequeño. Uno no busca padrinos para tener padres de repuesto; uno los busca para que acompañen a los padres y les animen, al igual como lo hacen con el ahijado.
Se hacen familia espiritual y el amor y la fe los une, no una responsabilidad legal para con los niños si es que quedan huérfanos. Obviamente el compromiso espiritual no quita que te preocupes por el bienestar físico y material de tu ahijado.

◙ Compartes de lo mejor que tienes

Una madrina o padrino comparte su fe por lo tanto ha de tenerla, alimentarla y hacerla crecer. Es tu responsabilidad el estar preparado para responder a las dudas y para acompañar en los momentos oscuros a tu ahijado, no solo con apoyo económico y con los bonitos regalos, sino con la Palabra de Dios, con la esperanza cristiana y con mucho amor.
A los padres de los niños y a los padrinos, así como a los familiares, el Papa Francisco les pidió: “ayudar a estos niños a crecer bien si se les da la Palabra de Dios, el Evangelio de Jesús”. Pero también, “hay que darlo con el ejemplo”.

◙ Permaneces cerca

Esa es tu misión, acompañar, estar cerca. Es recomendado buscar dentro de la familia, pues es mucho más fácil asegurar un lazo firme con el ahijado. Entre los amigos también es buena idea, pero la intención es que sea alguien cercano, que no vea a su ahijado únicamente para las fiestas, sino que puedan compartir tiempo juntos, que conozca su proceso y su desarrollo como persona y como cristiano.
Es triste cuando uno le pregunta a alguien por sus padrinos de bautizo y ha dejado de verlos hace años. Es tanto que el Código de Derecho Canónico, en el nro 874 aconseja que el padrino de la confirmación sea el mismo que el del Bautismo. Así de cerca.

◙ Practicas lo que predicas

Estando en la parroquia me ha tocado ver personas que llegan a pedir certificados de confirmación para ser padrinos o madrinas de alguien. Gente que nunca ha sido vista en la parroquia y que nadie conoce. No es que busquemos gente popular en los ambientes eclesiales, sino que buscamos personas asiduas a celebrar su fe, comprometidas con ella y con la vida de la Iglesia, de este modo podemos esperar que acompañe a su ahijado a misa, le explique los sacramentos y que pongan en práctica aquello que los hace familia: la fe. Si se, está difícil esta parte, pero los ideales debemos cuidarlos y luchar por alcanzarlos. Procura ser tu una madrina o un padrino así.

◙ Estás dispuesto a asumir la responsabilidad de forma indefinida

El bautismo abre las puertas del cielo al bautizado, ya es parte de la Iglesia, es hijo de Dios y con vocación de Vida Eterna. Quien acepta ser madrina o padrino lo hace de forma indefinida, como una muestra de amor hacia su ahijado, pero también como un servicio a Dios, acompañando a este nuevo cristiano en su desarrollo y madurez.
Quien acepta este reto y esta responsabilidad lo hace para siempre, pues la calidad de hijo de Dios es eterna, por lo tanto tu tarea de amor, compañía, cuidado y orientación no termina cuando tu ahijado se hace adulto, sino que continúa por toda la vida.

(fuente: catholic-link.com)

miércoles, 27 de abril de 2016

El Papa: ‘Ignorar el sufrimiento del hombre es ignorar a Dios’

27/04/2016 El Santo Padre señala la parábola del buen samaritano e indica que para obtener la vida eterna hay que amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco ha reflexionado en la catequesis de la audiencia general sobre la parábola del buen samaritano y ha recordado quién es nuestro prójimo. De este modo, ha advertido que no es automático que quien frecuenta la casa de Dios y conoce la misericordia sepa amar al prójimo. El Santo Padre ha asegurado que no existe verdadero culto si eso no se traduce en servicio al prójimo.

“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy reflexionamos sobre la parábola del buen samaritano (cfr Lc 10,25-37). Un doctor de la Ley pone a prueba a Jesús con esta pregunta: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?” (v. 25). Jesús le pide que responda él mismo, y lo hace perfectamente: “Amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza y con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo” (v. 27). Por tanto Jesús concluye: “Haz esto y vivirás” (v. 28).

Entonces ese hombre plantea otra pregunta, que se hace preciosa para nosotros: “¿Quién es mi prójimo?” (v. 29), y pone como ejemplo: “¿mis parientes?, ¿mis compatriotas?, ¿los de mi religión?…”. En resumen, quiere una regla clara que le permita clasificar a los otros en “prójimo” y “no prójimo”. En esos que pueden convertirse en prójimo y los que no pueden convertirse en prójimo.

Y Jesús responde con una parábola, que muestra a un sacerdote, un levita y un samaritano. Los dos primeros son figuras relacionadas al culto del templo; el tercero es un judío cismático, considerado como un extranjero, pagano e impuro. Es decir, el samaritano. En el camino de Jerusalén a Jericó el sacerdote y el levita se encuentran con un hombre moribundo, que los bandidos le han asaltado, robado y abandonado. La Ley del Señor en situaciones similares prevé la obligación de socorrerlo, pero ambos pasaron de largo sin detenerse. Tenían prisa, no sé, el sacerdote quizá ha mirado el reloj y ha dicho ‘pero llego tarde a misa, tengo que decir misa’. El otro ha dicho ‘pero no sé si la ley me permite porque hay sangre ahí y seré impuro’. Van por otro camino y no se acercan.

Y aquí la parábola nos ofrece una primera enseñanza: no es automático que quien frecuenta la casa de Dios y conoce la misericordia sepa amar al prójimo. No es automático. Tú puedes conocer toda la Biblia, tú puedes conocer todos los libros litúrgicos, tú puedes conocer toda la teología, pero del conocer no es automático el amar. El amar tiene otro camino, el amor tiene otro camino, con inteligencia pero algo más. El sacerdote y el levita ven, pero ignoran; miran pero no proveen. Sin embargo, no existe verdadero culto si eso no se traduce en servicio al prójimo. No lo olvidemos nunca: frente al sufrimiento de tanta gente agotada por el hambre, la violencia y la injusticia, no podemos permanecer como espectadores. Ignorar el sufrimiento del hombre, ¿qué significa? ¡Significa ignorar a Dios! Si yo no me acerco a ese hombre, esa mujer, ese niño, ese anciano, esa anciana que sufre, no me acerco a Dios.

Pero vayamos al centro de la parábola: el samaritano, es decir el despreciado, ese sobre el que nadie hubiera apostado nada, y que aún así tenía también él sus compromisos y sus cosas que hacer, cuando vio al hombre herido, no pasó de largo como los otros dos, que estaban vinculados al templo, sino que “tuvo compasión”, así dice el Evangelio, tuvo compasión (v. 33). Es decir, el corazón y las entrañas se conmovieron. Esta es la diferencia. Los otros dos “vieron”, pero sus corazones se quedaron cerrados, fríos. Sin embargo el corazón del samaritano estaba en sintonía con el corazón mismo de Dios.

De hecho, la “compasión” es una característica esencial de la misericordia de Dios. Él tiene compasión de nosotros. ¿Qué quiere decir? Sufre con nosotros, Él siente nuestros sufrimientos. Compasión, sufre con. El verbo indica que las entrañas se mueven y tiemblan ante el mal del hombre. Y en los gestos y en las acciones de buen samaritano reconocemos el actuar misericordioso de Dios en toda la historia de la salvación. Es la misma compasión con la que el Señor viene al encuentro de cada uno de nosotros: Él no nos ignora, conoce nuestros dolores, sabe cuándo necesitamos ayuda y consuelo. Está cerca de nosotros y no nos abandona nunca. Cada uno de nosotros, podemos hacernos la pregunta en el corazón, ¿yo lo creo? ¿Creo que el Señor tiene compasión de mí, así como soy, pecador, con tantos problemas y tantas cosas? Pensar en eso y la respuesta es sí. Cada uno debe mirar en el corazón si tiene la fe en esta compasión de Dios. De Dios bueno que se acerca, nos sana, nos acaricia y si nosotros lo rechazamos él espera, es paciente, siempre junto a nosotros.

El samaritano se comporta con verdadera misericordia: cura las heridas de ese hombre, lo lleva a una pensión, lo cuida personalmente, paga su asistencia. Todo eso nos enseña que la compasión, el amor, no es un sentimiento vago, pero significa cuidar del otro al punto de pagar personalmente. Significa comprometerse cumpliendo todos los pasos necesarios para “acercarse” al otro hasta identificarse con él: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Este es el mandamiento del Señor.

Concluida la parábola, Jesús gira la pregunta del doctor de la Ley y le pregunta: “¿Quién de estos tres te parece que haya sido el prójimo de aquel que había caído en las manos de los bandidos?” (v. 36). Finalmente la respuesta es clara: “El que ha tenido compasión de él” (v. 27). Al inicio de la parábola para el sacerdote y el levita el prójimo era el moribundo; al finalizar el prójimo es el samaritano que ha estado cerca. Jesús cambia la perspectiva: no hay que clasificar a los otros para ver quién es el prójimo y quién no. Tú puedes convertirte en prójimo de quien esté en necesidad, y lo serás si tu corazón tiene compasión. Es decir, tienes esa capacidad de sufrir con el otro.

Esta parábola es un buen regalo para todos nosotros, ¡y también un compromiso! Jesús nos repite a cada uno de nosotros lo que dijo al doctor de la Ley: “Ve y haz tú lo mismo” (v. 37).

Estamos todos llamados a recorrer el mismo camino del buen samaritano, que es figura de Cristo: Jesús se ha inclinado ante nosotros, se ha hecho nuestro siervo, y así nos ha salvado, para que también nosotros podamos también amarnos como Él nos ha amado. De la misma forma.

(Texto traducido y transcrito por ZENIT desde el audio)

lunes, 25 de abril de 2016

¿Quién es el ángel consolador?

Un papa, Benedicto XV, escribió una bellísima oración sobre él

El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios; creado para entrar en la amistad con Dios; puesto por Dios mismo en el Paraíso, es al mismo tiempo el hombre horrorizado, adolorido, apesadumbrado por tanta violencia, tantas escenas de dolor, inclusive dentro de los más inocentes e indefensos. A veces parece cansarnos tantas noticias malas, tantas imágenes de dolor y crueldad. Y ante esto surge en el corazón la pregunta: “¿Qué podemos hacer?”, “¿hay algo que pueda hacer?”.

Esta realidad la recoge el Papa Francisco en su mensaje para Cuaresma de este año 2015 y que lleva por título: “Fortalezcan sus corazones”. En este mensaje el Santo Padre nos llama a no dejarnos absorber por “la espiral de horror y de impotencia”, y para ello propone tres medios:

1. Orar en la comunión de la Iglesia terrenal y celestial
2. Ayudar con gestos de caridad, llegando tanto a las personas cercanas como a las lejanas. La Cuaresma, dice el Papa, es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro
3. Resistir a la tentación diabólica que nos hace creer que nosotros solos podemos salvar el mundo y a nosotros mismos y para ello debemos pedir la gracia de Dios y aceptar nuestros límites.

Todo esto implica, según palabras del mismo Papa, “un camino de formación del corazón”, que nos lleva a tener “un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia”.

Y esto, hay que decirlo bien fuerte, ES POSIBLE: es posible tener ese corazón misericordioso, abierto a Dios y a los hermanos.

Es posible porque JESUS mismo nos hace capaces. como miembros suyos, de participar en aquella maravilla del amor que es su acto de entrega a Dios Padre en la Cruz. Somos, entonces, no solo beneficiarios, sino que más aún somos participantes del amor expiatorio de Jesús.

De hecho, como cristianos estamos llamados a participar del sacrificio único y perfecto de Jesús en la Cruz y lo podemos hacer entregando y ofreciendo nuestras buenas obras en unión con el sacrificio de Jesús. En esto consiste la expiación: en entregar u ofrecer algo a Jesús, uniéndonos a Su sacrificio en la Cruz, y buscando el bien espiritual de otros.

Y si Jesús, el hijo de Dios, en la debilidad de la carne necesitó la fuerza y el consuelo que le brindó un ángel en su agonía, al que la tradición de la Iglesia le ha dado el nombre de “Angel consolador” o “Angel confortador” (cfr. Lc. 22,43) con cuánta mayor razón nosotros necesitamos este consuelo si realmente queremos vivir esta dimensión expiatoria que se encuentra presente en toda vida auténticamente cristiana.

Hay, por tanto, una colaboración estrecha entre los ángeles y los hombres en este aspecto de la vida cristiana.

Para entender esta colaboración miremos que el Evangelio de San Lucas antes de narrar la aparición del Angel que consuela y conforta a Nuestros Señor, expresa que Jesus oraba diciendo “Padre, si quieres, que pase de mi este cáliz; mas no se haga mi voluntad, sino la Tuya” (Lc. 22, 42).

Es la obediencia a la voluntad del Padre lo que atrae este Ángel sobre Jesús. Es por causa de esta obediencia que el Angel aparece delante del Señor.

El Evangelio de San Lucas, en el que narra la aparición del Angel consolador, no trae ninguna palabra pronunciada por este Ángel. Entonces, ¿cómo el ángel confortó a Nuestro Señor?. El Ángel conforta a Nuestro Señor con su sola proximidad. El Angel no viene a darnos clases, el ángel viene a darnos fuerzas comunicando algo de su propia perfección, y esto lo hace con su sola cercanía.

Pero también el Angel consolador se muestra sereno, no sale huyendo con Nuestro Señor. El Angel contempla todas las cosas desde Dios y ve que Dios prefiere sacar bien del mal, antes que no permitir ningún mal. Por ello el Angel ve que “todo está bien”, que “todo es bueno”, pues es capaz de ver que “a su tiempo todas las cosas cumplirás su fin” (Eclo. 39,40)

Así, en todo tiempo y especialmente en Cuaresma, para ayudar a tantos hermanos en necesidad, para formar nuestro corazón como el de Jesús te invito a que entregues tus obras y las unas al sacrificio de Jesús, obedece en silencio y así tengas un mejor conocimiento que tus superiores, obedece a la Iglesia. Y, por último, acercaste a este Angel consolador, que su sola presencia te llevará a ser alguien mejor sabiendo que todo está dentro de los designios de amor y misericordia de Dios por ti y por los hombres.

Te dejo esta bella oración compuesta por el Papa Benedicto XV a este Angel Consolador:

“Te saludo, Santo Angel que saludaste a Jesús en el monte de los Olivos. Tú consolaste a mi Señor Jesucristo en su agonía. Contigo alabo a la Santísima Trinidad, quien te eligió de entre todos los Angeles para consolar y fortalecer a quien es Consuelo y la Fortaleza de todos los afligidos. Ante los pecados del mundo y especialmente ante mis pecados, El cayó al suelo lleno de dolor.

Por la honra que tú recibiste y por la disponibilidad, la humildad y el amor con los cuales ayudaste a la santa humanidad de mi Salvador Jesús, te pido me concedas un arrepentimiento perfecto de mis pecados. Consuélame en la tristeza que actualmente me aflige y en todas las otras que van a sobrevenir, especialmente a la hora de mi agonía. Amén”

escrito por el Padre Antonio María Cárdenas ORC 
(fuente: aleteia.org)

viernes, 22 de abril de 2016

Creo en la vida eterna

«No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes.Ya conocen el camino del lugar adonde voy».Tomás le dijo: «Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?». Jesús le respondió: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí" 
(Jn 14, 1-6)

Éste texto es muy reconfortante, por esta promesa de Jesús que nos está preparando un lugar en la otra vida. Éste fragmento del evangelio debería alejar de nosotros los miedos y dejarnos seguridad en el corazón por la promesa amorosa de Dios. ¡Qué palabras cariñosas las del Señor, que nos dice que cuando viene a nosotros es porque ya tiene un lugar preparado para nosotros!.

La novena de la fiesta de los santos y la conmemoración de los difuntos es una buena oportunidad para recordar a nuestros difuntos, y es una linda fiesta popular que no hay que olvidar.

El Catecismo de la Iglesia Católica en el punto 1020, donde se hace referencia al Credo, nos habla de la vida eterna. “El cristiano que une su propia muerte a la de Jesús ve la muerte como una ida hacia Él y la entrada en la vida eterna. Cuando la Iglesia dice por última vez las palabras de perdón de la absolución de Cristo sobre el cristiano moribundo, lo sella por última vez con una unción fortificante y le da a Cristo en el viático como alimento para el viaje. Le habla entonces con una dulce seguridad:

«Alma cristiana, al salir de este mundo, marcha en el nombre de Dios Padre Todopoderoso, que te creó, en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que murió por ti, en el nombre del Espíritu Santo, que sobre ti descendió. Entra en el lugar de la paz y que tu morada esté junto a Dios en Sión, la ciudad santa, con Santa María Virgen, Madre de Dios, con san José y todos los ángeles y santos […] Te entrego a Dios, y, como criatura suya, te pongo en sus manos, pues es tu Hacedor, que te formó del polvo de la tierra. Y al dejar esta vida, salgan a tu encuentro la Virgen María y todos los ángeles y santos […] Que puedas contemplar cara a cara a tu Redentor» (Rito de la Unción de Enfermos y de su cuidado pastoral, Orden de recomendación de moribundos, 146-147).


El juicio particular

Nos dice el Catecismo que “la muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo (cf. 2 Tm 1, 9-10). El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro (cf. Lc 16, 22) y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón (cf. Lc 23, 43), así como otros textos del Nuevo Testamento (cf. 2 Co 5,8; Flp 1, 23; Hb 9, 27; 12, 23) hablan de un último destino del alma (cf. Mt 16, 26) que puede ser diferente para unos y para otros”

Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre. «A la tarde te examinarán en el amor» (San Juan de la Cruz, Avisos y sentencias, 57).


El cielo, el purgatorio y el infierno

Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven "tal cual es" (1 Jn 3, 2), cara a cara (cf. 1 Co 13, 12; Ap 22, 4) (…) Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo.

Salvo que elijamos libremente no amarle podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra Él, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: "Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él" (1 Jn 3, 14-15). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección”. Es por eso que nosotros también rezamos por los moribundos para que la gracia de Dios toque sus corazónes y ellos con un corazón abierto puedan recibir el amor de Dios" (Cateciscmo, 1033)

No es un tema ni temeroso ni terrible, sino que San Francisco de Asís por este convencimiento de lo que Jesús nos dice en el evangelio, llegó a llamar a la muerte “hermana” y mientras él se preparaba para bien morir, por su enfermedad, decía a sus hermanos “no retrasen a la hermana muerte que venga a buscarme”. Y lo dice por esa convicción de que cuando Jesús tiene preparada la morada para nosotros nos viene a buscar.

Todos tenemos en el corazón el recuerdo de nuestros seres queridos difuntos, por eso quería compartir con ustedes un lindo texto del Cardenal Carlo María Martini quien fue Arzobispo de Milán.


Comunicarnos con nuestros muertos
(escrito por Cardenal Carlo María Martini)

Podemos comunicarnos con nuestros muertos, ellos nos conocen y, aunque estén ahora en el cielo junto a Dios, conocen el mundo que dejaron, conocen ante todo su relación con Dios y con sus planes eternos que ahora pueden contemplar. A partir de Dios, por tanto, conocen nuestras cosas, nuestros problemas y hablan de ellos entre sí y con Dios.

Ellos no sólo nos conocen, sino que nos están cerca. Es cierto que han dejado el mundo para vivir en donde están los cuerpos gloriosos de Jesús y de María, es decir, fuera y más allá de todo el universo y de su espacio. Pero todavía intervienen en el mundo y están presentes en él con su oración, con la fuerza de su amor, con las inspiraciones que nos ofrecen, con los ejemplos que nos recuerdan, con los efectos de su intercesión. El amor que tuvieron con las personas queridas, con nosotros, conmigo, con ustedes, no lo han perdido. Lo conservan en el cielo, transfigurado y no abolido por la gloria. La expresión de santa Teresa de Lisieux: “Quiero pasar mi cielo haciendo el bien sobre la tierra”, no vale sólo para la Santa carmelita. Vale para todos aquellos que piadosamente creemos acogidos por la misericordia de Dios.

(fuente: www.radiomaria.org.ar)

miércoles, 13 de abril de 2016

Papa Francisco afirma que la Iglesia “no es una comunidad de perfectos, sino de discípulos en camino”

El Papa pide oraciones por su viaje a Lesbos

En la catequesis de la audiencia general el Santo Padre recuerda que la Iglesia “no es una comunidad de perfectos, sino de discípulos en camino”.


Texto completo de la catequesis del Papa en la audiencia del 13 de abril de 2016

En la audiencia general de este miércoles, el Papa recuerda que sin un corazón arrepentido toda acción religiosa es ineficaz

13/04/2016 (ZENIT – Ciudad del Vaticano).- Publicamos a continuación el texto completo de la catequesis del santo padre Francisco en la audiencia general de este miércoles 13 de abril, en la plaza de San Pedro. En la misma el Santo Padre ha reflexionado sobre la llamada de Jesús a Mateo y cómo se acerca a los pecadores. No hay santo sin pasado y no hay pecador sin futuro. Basta con responder a la invitación con corazón humilde y sincero. La Iglesia no es una comunidad de perfectos, sino de discípulos en camino, que siguen al Señor porque se reconocen pecadores y necesitados de su perdón, ha asegurado el Pontífice.

Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!

Hemos escuchado el Evangelio de la llamada de Mateo. Mateo era un “publicano”, es decir un recaudador de los impuestos para el imperio romano y por eso considerado pecador público. Pero Jesús lo llama a seguirlo y a convertirse en su discípulo. Mateo acepta, y lo invita a cenar a su casa con sus discípulos. Entonces surge una discusión entre los fariseos y los discípulos de Jesús por el hecho de que estos comparten la mesa con los publicanos y los pecadores. Pero tú no puedes ir a casa de esta gente, decían.

Jesús, de hecho, no les aleja, es más, frecuenta sus casas y se sienta con ellos; esto significa que también ellos pueden convertirse en sus discípulos. Y también es verdad que ser cristianos no nos hace impecables. Como el publicano Mateo, cada uno de nosotros se encomienda a la gracia del Señor a pesar de nuestros pecados. Todos somos pecadores, todos hemos pecado. Llamando a Mateo, Jesús muestra a los pecadores que no mira a su pasado, a las condiciones sociales, a las convenciones exteriores, sino más bien les abre un futuro nuevo.

Una vez escuché un dicho bonito: ‘No hay santo sin pasado y no hay pecador sin futuro’. Es bonito esto y es lo que hace Jesús. No hay santo sin pasado y no hay pecador sin futuro. Basta con responder a la invitación con corazón humilde y sincero. La Iglesia no es una comunidad de perfectos, sino de discípulos en camino, que siguen al Señor porque se reconocen pecadores y necesitados de su perdón. La vida cristiana por tanto es escuela de humildad que se abre a la gracia.

Este comportamiento no es comprendido por quien tiene la presunción de creerse “justo” y mejor que los otros. Soberbia y orgullo no permiten reconocerse necesitados de salvación, es más, impiden ver el rostro misericordioso de Dios y actuar con misericordia. Además, la misión de Jesús es precisamente esta: venir a buscarnos a cada uno, pasar para sanar nuestras heridas y llamarnos a seguirlo con amor.

Lo dice claramente: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos” (v. 12). ¡Jesús se presenta como un buen médico! Él anuncia el Reino de Dios y los signos de su venida son evidentes: Él sana las enfermedades, libera de los miedos, de la muerte y del demonio. Delante de Jesús ningún pecado es excluido, ningún pecador es excluido porque el poder sanador de Dios no conoce enfermedad que no pueda ser curada. Y esto nos debe dar confianza, … para que venga y nos resane.

Llamando a los pecadores a su mesa, Él los resana restableciéndoles en esa vocación que ellos creían perdida y que los fariseos han olvidado: la de invitados al banquete de Dios. Según la profecía de Isaías: “El Señor de los ejércitos ofrecerá a todos los pueblos sobre esta montaña un banquete de manjares suculentos, un banquete de vinos añejados, de manjares suculentos, medulosos, de vinos añejados, decantados. Y se dirá en aquel día: «Ahí está nuestro Dios, de quien esperábamos la salvación: él es Señor, en quien nosotros esperábamos; ¡alegrémonos y regocijémonos de su salvación!”. Así dice Isaías.

Si los fariseos ven en los invitados solo pecadores y rechazan sentarse con ellos, Jesús por el contrario les recuerda que también ellos son comensales de Dios. De este modo, sentarse en la mesa con Jesús significa ser transformados por Él y salvados. En la comunidad cristiana la mesa de Jesús es doble: está la mesa de la Palabra y la mesa de la Eucaristía (cfr Dei Verbum, 21).

Son estas las medicinas con las cuales el Médico Divino nos sana y nos nutre. Con la primera –la Palabra– Él se revela y nos invita a un diálogo entre amigos. Jesús no tenía miedo de dialogar con los publicanos, los pecadores, las prostitutas, Él no tenía miedo, amaba a todos. Su Palabra penetra en nosotros y, como un bisturí, actúa profundamente para liberarnos del mal que se anida en nuestra vida.

A veces esta Palabra es dolorosa porque incide sobre hipocresías, desenmascara las falsas excusas, descubre las verdades escondidas; pero al mismo tiempo ilumina y purifica, da fuerza y esperanza, es un reconstituyente valioso en nuestro camino de fe. La Eucaristía, por su parte, nos nutre de la vida misma de Jesús y, como un poderoso remedio, renueva continuamente en un modo misterioso la gracia de nuestro bautismo. Acercándose a la Eucaristía nosotros nos nutrimos del Cuerpo y la Sangre de Jesús, y sin embargo, viniendo a nosotros, ¡es Jesús que nos une a su Cuerpo!

Concluyendo ese diálogo con los fariseos, Jesús les recuerda una palabra del profeta Oseas (6,6): «Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios» (Mt 9,13).

Dirigiéndose al pueblo de Israel les regaña porque las oraciones que alzaban eran palabras vacías e incoherentes. A pesar de la alianza de Dios y la misericordia, el pueblo vivía a menudo con una religiosidad “de fachada”, sin vivir en profundidad el mandamiento del Señor.

Es por eso que el profeta insiste: “Yo quiero misericordia”, es decir la lealtad de un corazón que reconoce los propios pecados, que se arrepiente y vuelve a ser fiel a la alianza con Dios, “y no sacrificios”: ¡sin un corazón arrepentido toda acción religiosa es ineficaz! Jesús aplica esta frase profética también a las relaciones humanas: aquellos fariseos eran muy religiosos en la forma, pero no estaban dispuestos a compartir la mesa con los publicanos y los pecadores; no reconocían la posibilidad de un arrepentimiento y por eso, de una curación; no colocaban en primer lugar la misericordia: siendo fieles custodios de la Ley, ¡demostraban no conocer el corazón de Dios! Es como si a ti, te regalaran un paquete, donde dentro hay un regalo y tú, en lugar de ir a buscar el regalo, miras solo el papel que lo envuelve, solo las apariencias, la forma, y no el centro, el regalo que viene dado.

Queridos hermanos y hermanas, todos nosotros estamos invitados a la mesa del Señor. Hagamos nuestra la invitación de sentarnos al lado de Él junto a sus discípulos. Aprendamos a mirar con misericordia y a reconocer en cada uno de ellos un comensal. Somos todos discípulos que tienen necesidad de experimentar y vivir la palabra consoladora de Jesús. Tenemos todos necesidad de nutrirnos de la misericordia de Dios, porque es de esta fuente que brota nuestra salvación.

(Texto traducido desde el audio por ZENIT)

¿Cómo poner en práctica las Obras de Misericordia?

«La predicación de Jesús nos presenta estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos»

Con el Año Santo de la Misericordia, que inició el pasado 8 de diciembre en la solemnidad de la Inmaculada Concepción, el Santo Padre Francisco ha hecho una especial invitación para que se reflexione y se pongan en práctica las Obras de Misericordia.

Así está escrito en la Bula ‘Misericordiae Vultus' con la que el Santo Padre convocó el Jubileo Extraordinario: "Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina. La predicación de Jesús nos presenta estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos".


Y... ¿Qué son las Obras de Misericordia?

De acuerdo con el Catecismo de la Iglesia Católica, las Obras de Misericordia "son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales. Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras espirituales de misericordia, como también lo son perdonar y sufrir con paciencia. Las obras de misericordia corporales consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos".

"Entre estas obras -sigue el Catecismo-, la limosna hecha a los pobres es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios".


Las 14 Obras de Misericordia

Siendo así, existen 14 Obras de Misericordia: siete corporales y siete espirituales.

Las obras de misericordia corporales son: visitar a los enfermos, dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar posada al peregrino, vestir al desnudo, visitar a los presos y enterrar a los difuntos.

Mientras que las obras de misericordia espirituales son: enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que se equivoca, perdonar al que nos ofende, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos del prójimo y rezar a Dios por los vivos y los difuntos.

"En el ocaso de nuestras vidas seremos juzgados en el amor"

El Papa Francisco en la Bula de convocación del Jubileo extraordinario habla también del efecto de las obras de misericordia en quien las practica, recordando que no se puede escapar a las Palabras de Jesús, ya que con base a ellas seremos juzgados: "si dimos de comer al hambriento y de beber al sediento. Si acogimos al extranjero y vestimos al desnudo. Si dedicamos tiempo para acompañar al que estaba enfermo o prisionero. Igualmente se nos preguntará si ayudamos a superar la duda, que hace caer en el miedo y en ocasiones es fuente de soledad; si fuimos capaces de vencer la ignorancia en la que viven millones de personas, sobre todo los niños privados de la ayuda necesaria para ser rescatados de la pobreza; si fuimos capaces de ser cercanos a quien estaba solo y afligido; si perdonamos a quien nos ofendió y rechazamos cualquier forma de rencor o de odio que conduce a la violencia; si tuvimos paciencia siguiendo el ejemplo de Dios que es tan paciente con nosotros; finalmente, si encomendamos al Señor en la oración nuestros hermanos y hermanas".

El Papa concluye: "En cada uno de estos ‘más pequeños' está presente Cristo mismo. Su carne se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga (...) para que nosotros los reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado. No olvidemos las palabras de san Juan de la Cruz: ‘En el ocaso de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor'".


Las Obras de Misericordia corporales

1. Visitar y cuidar a los enfermos
Entre las obras de misericordia corporales, la primera invita a mirar a los demás «con los ojos de Cristo»

2. Dar de comer al hambriento
Dios premia y bendice a quienes socorren al hambriento. Es una obra de misericordia que está al alcance de casi todos

3. Dar de beber al sediento
La tercera obra de misericordia es una oportunidad para dar de beber a Cristo hoy en aquel hombre o mujer que tiene sed

4. Dar posada al peregrino
La señal de Dios: un desalojado, un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre porque no había alojamiento para él 5. Vestir al desnudo
La quinta obra de misericordia nos invita a revestir a nuestro prójimo con la dignidad que Cristo, con su desnudez, nos ganó en la cruz

6. Visitar a los encarcelados
Una obra de misericordia que puede tornarse en una «llave» para sacar a Jesús de la cárcel del olvido

7. Enterrar a los difuntos
Esta obra de misericordia va mucho más a fondo de lo que se puede pensar...


Las Obras de Misericordia espirituales

1. Enseñar al que no sabe
De la contemplación del Maestro sigue la imitación: podemos instruir de múltiples maneras. ¡Incluso sin palabras!

2. Dar buen consejo al que lo necesita
Aconsejar es echar mano de la sabiduría vivida con humildad y sencillez, sabiendo que yo no tengo todas las respuestas, pero Dios sí

3. Corregir al que se equivoca
La tercera obra de misericordia espiritual implica superar una visión excesivamente centrada en uno mismo, para centrarnos en el bien del otro

4. Perdonar al que nos ofende
Liberar el corazón del odio y del rencor es un acto de misericordia hacia el prójimo, pero también hacia nosotros mismos

5. Consolar al triste
Esta obra de misericordia se trata de reconocer en cada ser humano la necesidad de consuelo, de cercanía...

6. Soportar con paciencia los defectos de los demás
Esta obra de misericordia se trata de formar un corazón compasivo y misericordioso, consciente de que nadie es perfecto

7. Rezar a Dios por los vivos y por los difuntos
La séptima obra de misericordia espiritual nos enseña los infinitos tesoros de gracia que el Padre nos ha dado, haciéndonos sus hijos por medio de su Hijo Unigénito

(fuentes: es.gaudiumpress.org; catholic.net)

sábado, 9 de abril de 2016

La Misericordia de Dios: sus atributos

Que Dios es infinitamente misericordioso significa que perdona a todos los pecadores verdaderamente arrepentidos. Es decir, Dios perdona enseguida cualquier pecado o pecados cuando nos arrepentimos de veras.

“Tan cierto como que estoy vivo, palabra de Yavé, que no deseo la muerte del malvado, sino que renuncie a su mala conducta y viva” (Ez. 33, 11).

Dios nos muestra su Misericordia en la forma como busca al pecador, bien sea a través de beneficios o de sufrimientos. También nos la muestra por su disposición a perdonar, sin importar la gravedad, ni la frecuencia del pecado, requiriendo sólo el arrepentimiento (cf. Sal. 50, 18-19).

En la Sagrada Escritura vemos las variadas formas en que Dios muestra su Misericordia con el pecador:

◙ Como el Buen Pastor que busca la oveja perdida hasta encontrarla (cf. Lc. 15, 4-7).

◙ Dios envió el Profeta Natán a David para reprenderlo y para que se arrepintiera de sus pecados (cf. 2 Sam. 1-14 y Sal. 50).

◙ Jesús busca a la Samaritana (cf. Jn. 4, 1-30).

◙ Al hijo pródigo lo deja caer en calamidades y en la indigencia para que regrese a casa (cf. 15, 11-32).

◙ Defiende a la mujer adúltera (cf. Jn. 8, 1-11).

◙ Recibió con compasión a la mujer pecadora (cf. Lc. 7, 36-47).

◙ Perdonó al buen ladrón, arrepentido y crucificado a su lado (cf. Lc. 23, 39-43). Sobre este caso hay que decir que Dios sí puede perdonar a un pecador al final de su vida, si está verdaderamente arrepentido. Pero todos los autores espirituales desaconsejan dejar el arrepentimiento para el final.

Con respecto al ladrón arrepentido, éste es un caso único en la Sagrada Escritura. Si analizamos los demás ejemplos de arrepentimiento, no son en el último instante de la vida de los pecadores. Sobre este caso, San Agustín muy sabiamente apunta que Dios perdonó a un hombre en el último momento para que nadie caiga en desesperanza, pero perdonó sólo a uno, para que nadie caiga en presunción, que son los dos pecados contra la esperanza: uno que consiste en no tener esperanza y otro que consiste en abusar de la esperanza.

Como vemos por estas muestras de pecados y pecadores de la Sagrada Escritura, Dios está dispuesto a perdonar al más grande pecador, si se arrepiente, no importa que el pecado sea lo más horrible:

◙ “Vengan para que arreglemos cuentas. Aunque sus pecados sean colorados, quedarán blancos como la nieve; aunque sean rojos como púrpura, se volverán como lana blanca” (Is. 1, 18).

◙ "Un corazón contrito y humillado Tú Sañor no lo desprecias" (Sal 50, 19).

Se alegra tanto con el arrepentimiento del pecador que nos dice:

◙ “Hay más alegría en el Cielo por un pecador que se arrepienta que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse” (Lc. 15, 7).

Nadie se condena porque ha cometido pecados muy graves, pero muchos podrían condenarse por cometer pecados de los que no se arrepienten.

Hemos visto cómo Dios nos muestra su Misericordia Infinita en varios pasajes de la Escritura. He aquí otros pasajes que enuncian esa Misericordia Divina:

◙ “Pero Tú eres un Dios de perdón, lleno de piedad y ternura, que tardas en enojarte y eres rico en bondad” (Neh. 9, 17b).

◙ “¿Qué Dios hay como Tú, que borra la falta y que perdona el crimen; que no se encierra para siempre en su enojo, sino que le gusta perdonar” (Miq. 7, 18).

◙ “Rasguen su corazón y no sus vestidos, y vuelvan a Yavé su Dios, porque El es bondadoso y compasivo; le cuesta enojarse y grande es su misericordia; envía la desgracia, pero luego perdona” (Joel 2, 13).

◙ “Yo sabía que Tú eres un Dios clemente y misericordioso, paciente y lleno de bondad, siempre dispuesto a perdonar” (Jon. 4, 2b).

◙ “Tú eres, Señor, bueno e indulgente, lleno de amor con los que te invocan” (Sal. 86, 5).

◙ “El Señor es ternura y compasión, lento a la cólera y lleno de amor; si se querella, no es para siempre; si guarda rencor, es sólo por un rato. No nos trata según nuestros pecados, ni nos paga según nuestras ofensas. Cuanto se alzan los cielos sobre la tierra, tan alto es su amor con los que le temen. Como el oriente está lejos del occidente, así aleja de nosotros nuestras culpas” (Sal. 103, 8-12).

◙ “Porque el Señor es compasivo y misericordioso, perdona los pecados y salva en el día de la angustia” (Si. 2, 11).

◙ “Pues cuánta es su grandeza, tanta es su misericordia” (Si. 2, 22b).

◙ “¡Cuán grande es la misericordia del Señor y su perdón con los que se convierten a El!” (Si. 17, 29).

◙ “El Señor es clemente y compasivo, tardo a la cólera y grande en Amor (Sal. 145, 8).

◙ “Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación: (Lc. 1, 50).

◙ “Sean misericordiosos, como es misericordioso el Padre de ustedes” (Lc. 6, 36).

◙ “Pero Dios es rico en misericordia. ¡Con qué amor tan inmenso nos amó! Estábamos muertos por nuestras faltas y nos hizo revivir con Cristo. ¡Por pura gracia ustedes han sido salvados!” (Ef. 2, 4-5).


ORACION

Señor y Dios mío:
te damos gracias tu Misericordia Infinita,
porque siempre nos perdonas,
porque derramas
constantes gracias de arrepentimiento.
Quiero aprovechar, Dios de Misericordia,
todas esas gracias inmerecidas
que pones permanentemente
a nuestra disposición
para volver a ser hijo(a) tuyo(a).
No quiero quedarme como oveja perdida
o como hijo pródigo,
alejado(a) de Ti, fuera de tu redil
o de tu hogar.
Gracias por recibirme,
a pesar de mis pecados.
¡Gracias por tu Misericordia Infinita!
Amén

(fuente: www.buenanueva.net)

viernes, 8 de abril de 2016

Reconciliarse con el Señor a través de un Sacramento

La Confesión o Reconciliación es el Sacramento mediante el cual Dios nos perdona los pecados cometidos después del Bautismo y recuperamos la vida de gracia, es decir, la amistad con Dios. Es la gran oportunidad que tenemos para acercarnos de nuevo a Dios que es nuestra verdadera felicidad.

La confesión no es un sacramento de tristeza, sino de alegría, es el sacramento del hijo arrepentido que vuelve a los brazos de su Padre.

No es el Sacramento del final de nuestra vida, sino el que nos da la oportunidad de empezar una nueva vida cerca de Dios.

Todo camino de espiritualidad cristiana es seguimiento de Jesucristo. Al querer hacer camino para renovar la vivencia del sacramento de la Reconciliación en nuestras casas, nos parece necesario renovar nuestro deseo de “ver a Jesús” y de presentarlo a nuestros jóvenes: “ven y verás”: ¿Cuál es la misión que el Padre le asignó? “He venido para que tengan vida y vida en abundancia.” La Reconciliación es una apuesta a la alegría del encuentro con Jesús que perdona mis pecados y me regala el don de su amistad.

Dice el Papa Francisco que Confesarse es ir hacia el amor de Jesús con sinceridad de corazón y con la transparencia de los niños, no rechazando nunca sino acogiendo “la gracia de la vergüenza” que nos hace percibir el perdón de Dios.

Para muchos creyentes adultos, confesarse ante el sacerdote es un esfuerzo insoportable, que a veces les lleva a esquivar el Sacramento, o una pena tal que transforma un momento de verdad en un ejercicio de ficción. San Pablo, en la Carta a los Romanos, comentada por el Papa Francisco, hace exactamente lo contrario: admite públicamente ante la comunidad en la que “en su carne no habita el bien”. Afirma ser un “esclavo” que no hace el bien que quiere, sino que realiza el mal que no quiere. Esto sucede en la vida de fe, observa el Papa, por lo que “cuando quiero hacer el bien, es el mal el que está a mi lado”.

“Esta es la lucha de los cristianos. Es nuestra lucha de todos los días. Y nosotros no siempre tenemos la valentía de hablar como habla Pablo sobre esta lucha. Siempre buscamos una vía de justificación: ‘Pero sí, todos somos pecadores’. Pero, ¿lo afirmamos así, no? Esto lo dice dramáticamente: es nuestra lucha. Y si no reconocemos esto, nunca podremos tener el perdón de Dios. Porque si el ser pecador es una palabra, una forma de hablar, una manera de decir, entonces no necesitamos el perdón de Dios. Pero si es una realidad que nos hace esclavos, necesitamos esta liberación interior del Señor, esa fuerza. Pero lo más importante aquí es que para encontrar la vía de salida, Pablo confiesa a la comunidad su pecado, su tendencia de pecado. No la esconde”.

La confesión de los pecados hecha con humildad y es eso “lo que la Iglesia nos pide a nosotros”, recuerda el Papa Francisco, que recuerda también la invitación de Santiago: “Confesad entre vosotros los pecados”. Pero “no, aclara el Papa, para hacer publicidad”, sino “para dar gloria a Dios” y reconocer que es “Él el que me salva”. He aquí la razón, prosigue el Papa, para confesarse uno va al hermano, “al hermano cura”: Para comportarse como Pablo. Sobre todo, destaca, con la misma “eficacia”.

“Algunos dicen: ‘Ah, yo me confieso con Dios’. Esto es fácil, es como confesarte por e-mail, ¿no? Dios está allá, lejos, yo le digo las cosas y no ha un cara a cara. Pablo confiesa su debilidad a los hermanos, cara a cara. Otros dicen: ‘No, yo me confieso’, pero se confiesan de tantas cosas etéreas, tan en el aire, que no concretan nada. Esto es lo mismo que no hacerlo. Confesar nuestros propios pecados no es ir a un sillón del psiquiatra, ni ir a una sala de tortura: es decir al Señor: ‘Señor, soy un pecador’, pero decirlo a través del hermano, para que esta afirmación sea eficaz. ‘Y soy un pecador por esto, por esto y por esto”.

Concreción, honestidad y también, añade el Papa Francisco, una sincera capacidad de avergonzarse de los propios errores, no hay caminos en la sombra alternativos al camino abierto que lleva al perdón de Dios, a percibir en el profundo del corazón su perdón y su amor. Aquí el Papa pide que imitemos también a los niños.

“Los pequeños tienen esta sabiduría, cuando un niño viene a confesarse, nunca dice cosas generales. ‘Padre he hecho esto, y esto a mi tía, al otro le dije esta palabra’ y dicen la palabra. Son concretos, ¿eh? Y tienen la sencillez de la verdad. Y nosotros tendemos siempre a esconder la realidad de nuestras miserias. Pero hay una cosa muy bella: cuando nosotros confesamos nuestros pecados, como están en la presencia de Dios, sentimos siempre la gracia de la vergüenza. Avergonzarse ante Dios es una gracia. Es una gracia: ‘Me avergüenzo’.

Pensemos en Pedro, cuando después del milagro de Jesús en el lago dijo: ‘Señor aléjate de mí, que soy un pecador’. Se avergonzaba de su pecado ante la santidad de Jesucristo”.


¿Qué es el pecado?

Esta pregunta que parece tan obvia cada vez lo es menos en nuestro mundo. Vale la pena, pues, detenerse a explicitar qué es el pecado y cómo realmente atenta contra nuestra propia existencia y la de nuestros hermanos.

◙ Es un NO a Dios, una ofensa a Dios. Porque daña la dignidad del hombre. Todo lo que ofende al ser humano ofende a Dios.
◙ Rechazar la invitación a ser felices. Deshumaniza.
◙ La primera víctima del pecado es el propio pecador: se destruye y deshumaniza; es una ruptura con todo y todos.
◙ No hay nada malo, por oculto y secreto que sea, que no rebaje a toda la humanidad.
◙ Tres condiciones para el pecado personal: libertad / conciencia / materia.


El misterio de Dios
cuento escrito por Mamerto Menapace.

Dios lo abandonó para probarlo
y descubrir todo lo que tenía
en su corazón
2 Cron 32, 31

Frente al misterio del pecado, muchas veces sube en nosotros esa pregunta: ¿por qué Dios lo abandonó?

Y si la experiencia de pecado se ha dado en nosotros, entonces se hace mucho más quemante la pregunta: Señor, ¿por qué me abandonaste ? ¿por qué dejás que mi corazón se extravíe lejos de vos? como dice Isaías hablando de su pueblo en el capítulo 63, 17.

Pienso que nuestro corazón es mucho más ancho de lo que nosotros pensamos. Nosotros hemos alambrado un retazo de nuestro corazón y pretendemos allí vivir nuestra fidelidad a Dios. Nos hemos decidido a cultivar sólo un trozo de nuestra tierra fértil. Y hemos dejado sin recorrer lo cañadones de nuestra entera realidad humana, el campo bruto que sólo es pastizal de guarida par a nuestros bichos silvestres. Hemos trabajado con cariño y con imaginación ese trozo alambrado. Tal vez hemos logrado un jardín con flores y todo; y para ellos hemos rodeado con un tejido que lo hacía inaccesible a toda nuestra fauna silvestre. Y nos ha dolido la sorpresa de ver una mañana que alguno de los bichos (nuestros pero no reconocidos) ha invadido nuestro jardín y ha hecho destrozos. Y la dolorosa experiencia de la presencia de ese bicho nuestro, introducido en nuestra geografía cultivada, llegó incluso a desanimarnos y a quitarnos las ganas de continuar. Es la experiencia del corazón sorprendido y dolorido.

Y no pensamos que a lo mejor a Dios también le dolía el corazón, viendo que tanta tierra que él nos había regalado para vivir en ella un encuentro con él, había quedado sin cultivar. Que nosotros le habíamos cerrado el acceso a gran parte de nuestra tierra fértil.

A veces, por ahí, uno de esos salmos (gritador y polvoriento) sacude alguno de los pajones de nuestro inconsciente, y se despiertan allí sentimientos que buscan llegar a oración. Pero nosotros enseguida los espantamos. No queremos que en nuestro diálogo con Dios se mezcle el canto agreste nuestra fauna lagunera. Quisiéramos mantener a Dios en la ignorancia de todo aquello que está en nosotros pero que nosotros no aceptamos.

Y es entonces cuando Dios nos obliga a reconocer nuestro corazón. Dios nos abandona para probarnos y descubrirnos todo lo que hay en nuestro corazón. Para que urgido por la dura experiencia de nuestro pecado hagamos llegar hasta sus oídos ese grito pleno de nuestro corazón. Y en esa dolorosa experiencia empieza a morir nuestra dificultar psicológica de rezar ciertos salmos. Nosotros no los aceptábamos porque nos sentíamos plenamente inmunes, puros, totalmente cristianos. Nos parecía que esos salmos eran "precristianos". Gritos de una geografía dejada atrás. Pero nuestro pecado nos llama a la dolorosa realidad de tener que comprobar que la mayor parte de nuestro corazón debe aún ser evangelizado. Que hasta ahí aún no ha llegado la buena noticia de que Cristo se hizo hombre, que murió asumiendo nuestro pecado y que con ellos descendió a los infiernos, para vencer en su propia guarida la raíz venenosa del pecado y de su compañera la muerte.

Dios podría impedir la quemazón de nuestros pajonales. Y sin embargo prefiere sembrar más allá de las cenizas, en la tierra fértil que hay debajo. Dios no impide nuestra muerte; en el surco de nuestra muerte siembra la resurrección para el más allá.

Porque Dios se ha comprometido con todo nuestro corazón. Porque nuestro corazón se salva en plenitud, o no se salva nada. Pero Dios es poderoso. Y lo salvará.

(fuente: www.salesianosuruguay.org)

miércoles, 6 de abril de 2016

Francisco: “Todos somos pecadores, pero todos somos perdonados por la misericordia de Dios”

Miercoles 6 Abr 2016 Ciudad del Vaticano (AICA) El papa Francisco presidió hoy en la Plaza San Pedro la audiencia general, en la que prosiguió con su catequesis sobre la misericordia y explicó cómo el Señor la llevó a su plenitud.

Decenas de peregrinos saludaron el paso del papamóvil y aplaudieron la decisión del pontífice de visitar la isla de Lesbos, para denunciar la “irracional, inhumana y cruel expulsión” de refugiados.

“Todo el Evangelio es una muestra de ese amor puro, gratuito y absoluto que llega al culmen con el Sacrificio de la Cruz”, destacó el Papa y recordó que “Jesús comienza su misión poniéndose en la fila de los pecadores, para recibir el bautismo de Juan, mostrándonos así su compasión, su solidaridad con la condición humana”.

El Pontífice afirmó que “en la sinagoga de Nazaret afirma que todo lo que hará será cumplir este programa inicial, llevando consolación, salud y perdón a quien acudía a Él” y puntualizó que en el Jordán, ninguno pudo entender este gesto, sólo el Padre, que declara: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto”, ratificando con la unción del Espíritu el camino que el Señor ha tomado.

Francisco indicó que “en la Cruz contemplamos este gran misterio de amor” y agregó “el inocente muere por los culpables y, desde ella suplica al Padre el perdón para todos, sin excluir a nadie”.

“No debemos temer reconocernos pecadores, pues ha llevado nuestro pecado sobre su Cruz y, cuando nos confesamos arrepentidos, tenemos la certeza de su perdón”, concluyó.

El Papa saludó luego a los peregrinos de lengua española, a quienes invitó a acercarse “al sacramento de la Reconciliación que actualiza la fuerza del perdón que nace de la cruz y renueva en nosotros la gracia de la misericordia divina, haciéndonos capaces de amar y perdonar como el Señor nos enseñó”.

Tras realizar los saludos en las distintas lenguas ha dedicado unas palabras a los jóvenes, los enfermos y los recién casados, a quienes exhortó a mirar “al modelo de la Virgen María para vivir este tiempo pascual en escucha de la Palabra de Dios y con la práctica de la caridad, viviendo con alegría la pertenencia a la Iglesia, la familia de los discípulos misioneros del Cristo Resucitado”.

Asimismo, recordó que hoy se celebra la Tercera Jornada Mundial del Deporte por la Paz y el Desarrollo, por lo que afirmó “el deporte es un lenguaje universal, que acerca a los pueblos y puede contribuir a hacer que las personas se encuentren y superar los conflictos” y alentó a vivir la dimensión deportiva como entrenamiento de virtud en el crecimiento integral de los individuos y de las comunidades.+

martes, 5 de abril de 2016

El Papa en Sta. Marta: ‘El dinero es enemigo de la armonía’

En la homilía de este martes, el Santo Padre invita a releer los Hechos de los Apóstoles y entender cómo vivían las primeras comunidades cristianas: nadie pasaba necesidad porque todo era común.

05/04/2016 (ZENIT – Ciudad del Vaticano).- No se puede confundir la armonía que reina en una comunidad cristiana, fruto del Espíritu Santo, con la “tranquilidad” negociada que a menudo cubre, de forma hipócrita, contrastes y divisiones internas. Así lo indicó el papa Francisco en la homilía de misa de la mañana celebrada este martes en Santa Marta. Del mismo modo, precisó que una comunidad unida en Cristo es también una comunidad valiente.

Un solo corazón, una sola alma, ningún pobre, bienes distribuidos según la necesidad. Hay una palabra que puede sintetizar los sentimientos y el estilo de vida de la primera comunidad cristiana, según el retrato que hacen de ellos los Hechos de la Apóstoles: armonía.

Una palabra –indicó el Pontífice– sobre la que es necesario entender, porque no se trata de una concordia cualquiera sino de un don del cielo para quien, como experimentan los cristianos de la primera época, ha renacido en el Espíritu.

Al respecto, el Santo Padre precisó que “nosotros podemos hacer acuerdos, una cierta paz… pero la armonía es una gracia interior que solamente puede hacerla el Espíritu Santo. Y estas comunidades, viven en armonía. Y los signos de la armonía son dos: nadie pasaba necesidad, es decir, todo era común”. ¿En qué sentido?, se preguntó el Papa en la homilía. “Tenían un solo corazón, una sola alma y nadie consideraba su propiedad lo que les pertenecía, porque entre ellos todo era común. De hecho, entre ellos nadie pasaba necesidad.

La verdadera ‘armonía’ del Espíritu Santo tiene una relación muy fuerte con el dinero: el dinero es enemigo de la armonía, el dinero es egoísta. Y por eso, el signo que da es que todos daban lo suyo para que no hubiera necesidades”.

En este punto, el Papa subrayó el ejemplo virtuoso ofrecido en el pasaje de los Hechos, el de Bernabé, que vende su campo y los entrega lo recaudado a los apóstoles. Pero, tal y como recordó el Santo Padre, los versículos sucesivos que no aparece en la lectura de hoy, ofrecen también “otro episodio opuesto al primero”. El de Ananías y Safira, una pareja que finge dar lo que ganan de la venta de un campo, pero en realidad se quedan una parte del dinero, elección que tendrá para ellos un precio muy amargo, la muerte.

Dios y el dinero son dos padrones “cuyo servicio es irreconciliable”, recordó el Papa. Del mismo modo que aclaró un error que podría surgir del concepto de “armonía”. No se puede confundir con “tranquilidad”.

Al respecto, el Santo Padre observó que “una comunidad puede ser muy tranquila, ir bien: las cosas van bien… Pero no está en armonía”.

Además, contó algo que escuchó decir una vez a un obispo: ‘En la diócesis hay tranquilidad. Pero si tú tocas este problema… o este problema… o este problema, enseguida estalla la guerra’. Una armonía negociada sería esta y esta no es la del Espíritu, advirtió. “Es una armonía hipócrita como la de Ananías y Safira con lo que han hecho”, aseguró el Papa.

El Pontífice concluyó invitando a releer los Hechos de los Apóstoles sobre los primeros cristianos y su vida en común. Por eso aseguró que “nos hará bien” para entender cómo testimoniar la novedad en todos los ambientes en lo que se vive. Sabiendo que, como para la armonía, también en el compromiso del anuncio se toma la señal de otro don.

“La armonía del Espíritu Santo nos da esta generosidad de no tener nada como propio, mientras haya un necesitado. La armonía del Espíritu Santo nos da una segunda actitud: ‘Con gran fuerza, los apóstoles daban testimonio de la Resurrección del Señor Jesús, y todos gozaban del gran favor’, es decir la valentía. Cuando hay armonía en la Iglesia, en la comunidad, hay valentía, la valentía de dar testimonio del Señor Resucitado”.

miércoles, 30 de marzo de 2016

El Papa en la audiencia: ‘Dios al perdonar enseña que su amor es mayor que mi pecado’

En la Plaza de San Pedro, el Santo Padre concluyó la catequesis sobre la misericordia en el Antiguo Testamento

30/03/2016 (ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco concluyó este miércoles las catequesis sobre la misericordia en el Antiguo testamento, y recordando el ‘Miserere’, señaló como el salmista reconoce la confianza en Dios, ya que al perdonarnos demuestra que su amor vale más que nuestro pecado y nos invita a sumergirnos en ese océano de misericordia. Y quien ha sido perdonado por la gracia divina, puede enseñar a no pecar más.



A continuación el texto completo:

«Terminamos hoy las catequesis sobre la misericordia en el Antiguo Testamento, y lo hacemos meditando sobre el Salmo 51, llamado Miserere. Se trata de una oración penitencial, en la cual el pedido de perdón está precedido por la confesión de la culpa y en el cual el orante, dejándose purificar pro el amor del Señor, se vuelve una nueva criatura, capaz de obediencia, de firmeza de espíritu, y de alabanza sincera.

El título que la antigua tradición judía ha puesto a este salmo hace referencia al rey David y a su pecado con Betsabé, la esposa de Urías el ittita. Conocemos la historia. El rey David, llamado por Dios para pastorear a su pueblo y a guiarlo en los caminos de la obediencia a la Ley divina, traiciona su misión y después de haber cometido adulterio con Betsabé, hace asesinar al esposo.

El profeta Natán le desvela su culpa y le ayuda a reconocerla. Es el momento de la reconciliación con Dios, en la confesión del propio pecado. Y aquí David fue humilde y grande.

Quien reza este salmo está invitado a tener los mismos sentimientos de arrepentimiento y de confianza en Dios que tuvo David cuando se corrigió, y bien siendo rey se humillo sin tener temor de confesar su culpa y mostrar la propia miseria al Señor, convencido entretanto de la certeza de su misericordia; y no era una pequeña mentira la que había dicho, ¡sino un adulterio y un asesinato!

El salmo inicia con estas palabras de súplica:
¡Ten piedad de mí, oh Dios, por tu bondad,
por tu gran compasión, borra mis faltas!
¡Lávame totalmente de mi culpa
y purifícame de mi pecado! (vv. 3 – 4).

La invocación está dirigida al Dios de misericordia porque, movido por un gran amor como el de un padre o de una madre, tenga piedad, o sea nos haga gracia, muestre su favor con benevolencia y comprensión. Es un llamado del corazón a Dios, el único que puede liberar del pecado. Son usadas imágenes muy plásticas: borra, lávame, vuélveme puro.

Se manifiesta en esta oración la verdadera necesidad del hombre: la única cosa de la que tenemos necesidad verdadera en nuestra vida es la de ser perdonados, liberados del mal y de sus consecuencias de muerte.

Lamentablemente la vida nos hace sentir tantas veces estas situaciones, y sobre todo es esas tenemos que confiar en la misericordia. ¡Dios es más grande que nuestro pecado, no nos olvidemos esto, Dios es más grande que nuestro pecado!

– Pero padre no oso decirlo, las he hecho tan pesadas, tantas y grandes…

Dios es más grande que todos los pecados que nosotros podamos hacer. Dios es más grande que nuestro pecado. Lo decimos juntos, todos juntos: Dios es más grande que nuestro pecado… Una vez más: Dios es más grande que nuestro pecado… Una vez más: Dios es más grande que nuestro pecado. Y su amor es un océano en el cual nos podemos sumergir sin temor de ser vencidos: el perdón para Dios significa darnos la seguridad de que él no nos abandona nunca. Por cualquier cosa que podamos reprocharnos, él es aún y siempre más grande que todo, porque Dios es más grande que nuestro pecado.

En este sentido, quien reza con este salmo busca el perdón, confiesa al propia culpa, pero reconociéndola celebra la justicia y la santidad de Dios. Y después aún pide gracia y misericordia.

El salmista se confía a la voluntad de Dios, sabe que el perdón divino es enormemente eficaz, porque crea lo que dice. No esconde el pecado, sino que lo destruye y lo borra, lo borra desde la raíz, no como sucede en la tintorería cuando llevamos un traje y borran la mancha, no, Dios borra justamente nuestro pecado desde la raíz, todo.

Por lo tanto el penitente se vuelve puro, y cada mancha es eliminada y el ahora está más blanco que la nieve incontaminada.

Todos nosotros somos pecadores, ¿es verdad ésto? Si alguno de los presentes no se siente pecador que levante la mando. Nadie, todos lo somos. Nosotros pecadores con el perdón nos volvemos criaturas nuevas, llenas por el Espíritu y llenas de alegría. Entonces una nueva realidad comienza para nosotros, un nuevo corazón, un nuevo espíritu, una nueva vida. Nosotros pecadores perdonados, que hemos recibido la gracia divina, podemos incluso enseñar a los otros a no pecar más.

Pero padre soy débil, porque yo caigo, caigo, caigo. Pero si caes levántate, levántate. Cuando un niño se cae levanta la mano para que el papá o la mamá te levante. Hagamos lo mismo. Si tu caes por debilidad en el pecado levanta tu mano y el Señor la toma y te levantará, ¡esta es la dignidad del perdón de Dios! Dios ha creado al hombre y a la mujer para que estén de pie. Dice el salmista:

Crea en mí, Dios mío, un corazón puro,
y renueva la firmeza de mi espíritu.
(…)
Yo enseñaré tu camino a los impíos
y los pecadores volverán a ti. (vv. 12 – 15)

Queridos hermanos y hermanas, el perdón de Dios es aquello que necesitamos todos, y es el signo más grande de su misericordia. Un don que cada pecador perdonado está llamado a compartir con cada hermanos o hermana que encuentra. Todos los que el Señor nos ha puesto a nuestro lado, los familiares, los amigos, los colegas, los parroquianos… todos, como nosotros, tienen necesidad de la misericordia de Dios. Es bello ser perdonados pero es necesario para ser perdonados que antes perdones, perdona. Nos conceda el Señor por la intercesión de María Madre de Misericordia, ser testigos de su perdón, que purifica el corazón y transforma la vida. Gracias».

(Traducido desde el audio por ZENIT)
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