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lunes, 31 de agosto de 2015

Miss Líbano y actriz: "Jesucristo es mi vida, soy cristiana"

"Yo respeto el Islam y la fe en Dios, pero mi religión es el cristianismo".

Nadine Nassib Najim, actriz libanesa que fue Miss Líbano 2004, ha sorprendido con la respuesta a varios tuits en su cuenta de Twitter, en el que respondía a la pregunta de si se declara musulmana o cristiana. Nadine escribió a modo de respuesta: ¡La religión es mi esperanza! Cristo es mi vida y mi única religión es el cristianismo. Respeto al Islam.

La actriz denuncia que se siente acosada por personas que le animan a renunciar a su religión y abrazar el Islam: ¡Deseo que dejen de preguntarme si soy cristiana o musulmana! Espero que todos oren por mí para que Dios me guíe. Pero no quiero ser musulmana, estoy orgullosa de ser cristiana.

La joven, de 30 años, es modelo desde los 16 y actriz de series TV en su país desde 2008. Tiene en su haber ya dos películas de cine., y ha recibido premios en su país por su talento interpretativo.

(fuente: aleteia.org)

Francisco en el ángelus pide que se ponga fin a la violencia contra los cristianos

El Santo Padre reza también por los inmigrantes que “perdieron la vida en sus terribles viajes”

Texto completo del ángelus del domingo 30 de Agosto

¿Dónde está mi corazón? La observancia de la ley no es suficiente para ser buenos cristianos. Da escándalo un cristiano que va a misa pero no se comporta como tal.

Ciudad del Vaticano, 30 de agosto de 2015 (ZENIT.org) El santo padre Francisco desde la ventana de su estudio que da a la Plaza de San Pedro, ante miles de fieles y peregrinos allí reunidos, recordó este domingo que la práctica exterior de los mandamientos y preceptos no son suficientes si no se hacen con el corazón y si uno no se abre al encuentro con Dios y su palabra, busca la justicia y la paz, ayuda a los pobres, a los débiles, y a los oprimidos.

Rezó también por los inmigrantes víctimas de los recientes naufragios en el Mediterráneo y los muertos en un camión abandonado en la autopista Budapest-Viena.

Recordó también que en el Líbano acaba de ser proclamado santo el obispo siro-católico, Flaviano Miguel Melki, quien murió durante el 'genocidio asirio', defendiendo e invitando a los católicos a permanecer fieles a su fe.

A continuación el texto completo

«El evangelio de este domingo presenta una disputa entre Jesús y algunos fariseos y escribas. La discusión se refiere a la “tradición de los antepasados” (Mc 7,3) que Jesús citando al profeta Isaías define “preceptos humanos”. Y que no deben nunca tomar el “mandamiento de Dios”. Las antiguas prescripciones en cuestión incluian no solamente los preceptos de Dios revelados a Moisés, sino una serie de detalles que especificaban las indicaciones de la ley de Moisés.

Los interlocutores aplicaban tales normas de manera muy escrupulosa y las presentaban como expresión de la auténtica religiosidad. Por lo tanto reprenden a Jesús y a sus discípulos por la trasgresión de éstas, en particular las que se refieren a la purificación exterior del cuerpo.

La respuesta de Jesús tiene la fuerza de un pronunciamiento profético: “Dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres».

Son palabras que nos llenan de admiración por nuestro Maestro: sentimos que en Él está la verdad y que su sabiduría nos libera de los prejuicios.

¡Pero atención!, con estas palabras Jesús quiere ponernos en guardia, hoy, ¿no? del pensar que la observancia exterior de la ley sea suficiente para ser buenos cristianos. Como entonces para los fariseos, existe también para nosotros el peligro de considerar que estamos bien o que somos mejores de los otros por el simple hecho de observar determinadas reglas, costumbres, aunque no amemos al prójimo, seamos duros de corazón y orgullosos.

La observancia literal de los preceptos es algo estéril si no se cambia el corazón, si no se traducen en actitudes concretas: abrirse al encuentro con Dios y su palabra, buscar la justicia y la paz, ayudar a los pobres, a los débiles y a los oprimidos.

Todos sabemos, en nuestras comunidades, en nuestras parroquias, en nuestros barrios, el mal que hace ha Iglesia y el escándalo dado por aquellas personas que se dicen muy católicas, que van con frecuencia a la Iglesia, pero que después en su vida cotidiana descuidan la familia, hablan mal de los otros, etc. Esto es lo que Jesús condena, porque esto es un anti-testimonio cristiano.

Siguiendo en su exhortación, Jesús focaliza la atención en otro aspecto más profundo y afirma: “Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo vuelve impuro es aquello que sale del hombre”.

De esta manera subraya el primado de la interioridad del 'corazón': no son las cosas exteriores que nos hacen santos o no santos, sino el corazón que expresa nuestas intenciones, nuestros deseos y el deseo de hacer todo por amor de Dios.

Las actitudes exteriores son la consecuencia de lo que hemos decidido en el corazón, y no lo contrario. Con actitudes exteriores, si el corazón no cambia, no somos verdaderos cristianos. La frontera entre el bien y el mal no pasa afuera de nosotros, sino más bien dentro de nosotros, de nuestra conciencia.

Podemos preguntarnos: ¿dónde está mi corazón? Jesús decía: tu tesoro está donde está tú corazón. ¿Cuál es mi tesoro? ¿Es Jesús y su doctrina? ¿El corazón es bueno o el tesoro es otra cosa? Por lo tanto es el corazón el que tiene que ser purificado y convertirse. Sin un corazón purificado, no se puede tener nunca las manos verdaderamente limpias y los labios que pronuncien palabras sinceras de amor, de misericordia y de perdón.

Pidamos al Señor, por intercesión de la Virgen Santa, de darnos un corazón puro, libre de toda hipocresía, este es el adjetivo que Jesús dice a los fariseos: 'hipócritas', porque dicen una cosa y hacen otra. Libres de toda hipocresía para que así seamos capaces de vivir según el espíritu de la ley y alcanzar su fin, que es el amor».

El Papa rezá el ángelus y a continuación dice:

«Ayer en Harisa, en el Líbano, fue proclamado beato el obispo siro-católico Flaviano Miguel Melki, mártir. En el contexto de una tremenda presecución contra los cristianos, él fue defensor incansable de los derechos de su pueblo, exhortando a todos a que permanecieran firmes en la fe.

También hoy, queridos hermanos y hermanas, en Oriente Medio y en otras partes del mundo los cristianos son perseguidos. La beatificación de este obispo mártir infunda en ellos consolación, coraje y esperanza. Hay más mártires de los que hubieron en los primeros siglos.

Pero sea también un estímulo a los legisladores y gobernantes para que sea asegurada en todas partes la libertad religiosa; y a la comunidad internacional le pido que haga algo para que se ponga fin a las violencias y abusos.

Lamentablemente también en los días pasados, numerosos inmigrantes han perdido la vida en sus terribles viajes. Para todos estos hermanos y hermanas, rezo e invito a rezar. En particular me uno al cardenal Schönborn --que hoy está aquí presente-- y a toda la Iglesia en Austria, en la oración por las 71 víctimas entre las cuales 4 niños, encontradas en un camión en el autopista Budapest-Viena. Encomendamos cada una de ellas a la misericordia de Dios, y a Él le pedimos de ayudarnos a cooperar con eficacia para impedir estos crímenes que ofenden a toda la familia humana. Recemos en silencio por estos inmigrantes que sufren y por aquellos que han perdido la vida

(Instantes de silencio).

Saludo a los peregrinos que provienen de Italia y desde tantas partes del mundo, en particular a los scouts de Lisboa, ¿Donde están? (se escuchan aplausos y gritos) y los fieles de Zara (Croacia). Saludo a los fieles de Verona y Bagnolo de Norgarole; a los jóvenes de la diócesis de Vicenza, a los de Rovato y a los de la parroquia de San Galdino en Milán; y a los niños de Salzano y de Arconate.

A todos les deseo un buen domingo. Y por favor no se olviden de rezar por mi». Y concluyó con su «¡Buon pranzo e arrivederci!».

(Traducido por ZENIT desde el audio)
(30 de agosto de 2015) © Innovative Media Inc.

Tengo un hijo muy envidioso, ¿qué hago con él?

Preguntas y respuestas breves

La envidia en los hijos se puede convertir en algo como un virus, que poco a poco y sin darse cuenta, se va introduciendo en su educación, si es fomentada o permitida.

Los hijos no nacen envidiosos, se hacen envidiosos, normalmente por el mal ejemplo que les dan los padres o por la mala educación que reciben, al no corregirles sus primeros síntomas, que manifiestan tendencias hacia la envidia.

Los padres envidiosos producen hijos envidiosos. Si quieren salir de ese círculo vicioso generacional, que les puede llegar a consumir su vida, tienen que examinar la forma en la que practican las virtudes y valores humanos, antagónicos del vicio de la envidia como: la caridad, la conformidad, la generosidad, la magnanimidad, la esplendidez, etc. Demostrar envidia hacia terceros o fomentarla en los hijos, no es el camino correcto para motivarles a que se superen e imiten a los demás triunfadores.

Los padres tienen que enseñar a los hijos, a que sean conscientes de lo que es prioritario en sus vidas, a valorar justamente las cualidades y circunstancias propias y ajenas, a tolerar los defectos de los demás, a descubrir, controlar y asumir los problemas pendientes y las soluciones para eliminarlos.

Los padres en presencia de los hijos, nunca deben hacer comparaciones envidiosas sobre sus parientes, amigos, compañeros de trabajo, lideres sociales, religiosos o políticos o sobre personas, que tengan mejores posiciones económicas o intelectuales. Estos comentarios envidiosos, trascienden a los hijos y les crean el campo propicio, para que ellos sientan también envidia de las mismas personas por las que tienen sus padres, a sus familiares, amigos o que estén en el círculo de sus relaciones. Si ven a los padres que envidian a otros, ¿Cómo no van ellos a continuar envidiando a los demás?

Los padres tienen que estar muy vigilantes a las reacciones de sus hijos, ante las diferencias que pudiera haber con sus hermanos, parientes o amigos. Enseguida verán si quieren quietarles los juguetes a los otros o si cogen rabietas o berrinches, por no hacer o poseer lo mismo que los otros, o si tienen celos. Los celos suele ser un reflejo de una envidia incipiente. Si los padres observan en sus hijos que tienen ansias, celos, pelusa, rivalidad desmedida, rencor, resentimiento, codicia, apetencia incontrolada, etc. suelen ser los primeros síntomas de que terminaran teniendo una envidia incontrolada.

Los padres deben estar muy atentos a los signos externos que producen esas actitudes, por muy pequeños que sean los hijos, entonces podrán mucho más fácil hacer las correcciones que sean necesarias, para que no vayan aumentando y mejore su calidad moral.

Los padres deben inculcar en sus hijos que si bien la conformidad y la resignación paciente ante las adversidades, son lo contrario de la envidia y son virtudes que deben practicarse, hay muchas ocasiones que opacan el verdadero y necesario deseo de superación, que los hijos deben tener, para sobreponerse ante los infortunios, reveses o contrariedades de la vida. Por lo tanto deben fomentar en los hijos que emulen, pero que no envidien a los que sobresalen, en la práctica de las virtudes y valores humanos. Hay personas que por sus actitudes, se les puede denominar envidiables, en el buen sentido de la palabra, porque pueden ser un buen ejemplo a seguir.

Los padres tienen que enseñarles a compartir y a controlar sus conductas impulsivas, para que sepan respetar y valorar las diferencias y cualidades de sus hermanos, familiares y amigos. Si los hijos mantienen una envidia constante hacia sus hermanos, familiares y amigos, suele ser debido a que sus padres no les han prestado la suficiente atención, para erradicar ese mal, el cual se consolidará e irá en aumento al llegar a la edad adulta.

Los padres tienen que tener muy claro y estar continuamente precavidos, para que cuando expliquen y animen a fomentar el espíritu de superación en los hijos, que no caigan en lo que es una envidia disfrazada, pues esta puede conllevar una gran connotación de soberbia, al pensar que pueden hacerlo mejor que otros, para así humillarles. Piensan que los otros son inferiores, y que por lo tanto, ellos se pueden elevar por encima de sus posibilidades para ser envidiados.

Los padres tienen que inculcar a los hijos las virtudes de la sana admiración, emulación y apetencia de imitación a las innumerables y magníficas personas, organizaciones e instituciones, porque eso les ayudará a superarse y a crecer en otras virtudes y valores humanos, pero siempre, midiendo donde está la raya entre lo que es virtud y lo que es envidia.

La envidia en los hijos se puede convertir en algo como un virus, que poco a poco y sin darse cuenta, se va introduciendo en su educación, si es fomentada o permitida. No hay mejor vacuna contra ese virus que, según sus edades, enseñarles y practicar junto a ellos las virtudes y valores humanos contrapuestos y eliminatorios de ese virus de la envidia, para que los hijos puedan llevar una vida alegre, armónica y productiva, que les permita madurar y luchar contra las frustraciones y vergüenzas mal entendidas, que fomentan la envidia. Este virus no trae nada bueno, pues no ayuda en nada y solamente perjudica al envidioso y al envidiado.

Los padres tienen que dar a sus hijos envidiosos, constantes y extraordinarias muestras de cariño y apoyo, valorar sus cualidades, hacer que reconozcan sus defectos y errores, proponerles según sus edades, un plan de vida con prioridades y objetivos bien claros, alejados de comparaciones odiosas con sus hermanos, familiares y amigos, pero sin ocultarlas ni exagerarlas y siempre estando debidamente valoradas.

Cuando los niños tienen envidia de sus hermanos, familiares o amigos, también les produce el efecto de los celos, hacia lo que hacen o dejan de hacer, quemándoles en su interior. Si los padres de hijos envidiosos, no calman la ansiedad que manifiestan constantemente, estarán produciendo en los hijos sentimientos de frustración y de vacío, lo que les llevará a ser de mayores, mucho más envidiosos y contaminados por el rencor hacia los éxitos ajenos.

La envidia empieza a surgir en los primeros años de vida, cuando el niño comienza a relacionarse con el grupo familiar y su entorno social. Si el niño se siente amenazado en su terreno y en lo que más quiere o tiene, se le produce un enorme sentimiento de vacío, lo que conlleva el desear mantener a toda costa lo que posee y conseguir por encima de todo lo que cree que debe tener. Esta envidia la manifiesta con pataletas, rabietas, etc. Es necesario calmar esos disgustos, con explicaciones lógicas y enseñándole a dar, para que con ello vaya aprendiendo a tolerar sus frustraciones y controlar las conductas impulsivas, así pues, de esa forma, aprenderá a respetar las diferencias y valorar sus propias cualidades, es decir en definitiva empezará a madurar.


17 Principales banderas rojas que avisan cuando los hijos son envidiosos

1. Cuando acusan continuamente de las faltas o supuestas faltas, de sus hermanos, familiares o amigos, con el fin de destruir su fama.
2. Cuando claramente se alegran del mal o se entristecen e ignoran los éxitos ajenos.
3. Cuando comienzan a aparecer signos externos de: Soberbia, avaricia, ira, lujuria, gula, pereza, etc.
4. Cuando demuestran complejos de inferioridad, que los emplean para sutilmente aparecer más débiles y poder expresar mejor su envidia hacia otros, al pasar más desapercibido.
5. Cuando demuestran pesimismo, amargura, confusión, desorden y desprecio.
6. Cuando emplean la ironía y el sarcasmo, para referirse a otros de forma que se entrevean posibles defectos.
7. Cuando emplean verdades o mentiras, expresadas a medias para destruir la fama ajena.
8. Cuando enaltecen sus propios actos, imagen, éxitos, etc.
9. Cuando hablan de los fracasos y defectos ajenos.
10. Cuando hablan mal intentando destruir la fama de otros, con criticas retorcidas y constantes.
11. Cuando intentan destruir los logros de otros, para que no trasciendan, o se niegan a colaborar consiguiendo que otros no puedan triunfar.
12. Cuando interpretan las cosas aparentemente positivas de otras personas, siempre en clave de crítica.
13. Cuando quieren modificar su cuerpo con cirugías y tratamientos, porque otros lo tienen mejor.
14. Cuando se ponen furiosos debido a que otros han ganado o son mejores que ellos, en determinadas situación. Es decir cuando no saben perder.
15. Cuando siempre están conspirando con determinados grupos de personas, que tienen el vicio común de la envidia hacia otros.
16. Cuando tienen cambios sustanciales y continuos en la forma de tratar a los hermanos, familiares y amigos, en función de que tienen mejores cosas, mayores éxitos o mejor imagen.
17. Cuando tienen celos de sus hermanos, familiares y amigos.


¿Qué es la envidia?

La envidia es el deseo desmedido o sentimiento pernicioso por algo ajeno, que otro posee, lo cual produce inferioridad, tristeza o pesar, incluso no buscando que a uno le vaya mejor, sino que al otro le vaya peor. No buscando ser más feliz, sino intentando que el otro caiga en desgracia. No buscando tener más y mejores bienes, sino privar a los demás de los suyos. Es un sentimiento que nunca produce nada positivo en el que lo padece, sino una insalvable amargura que destruye al envidioso, como la carcoma en los ojos, hasta producir la ceguera religiosa, familiar y social.

Tener envidia es muy diferente a querer imitar, emular, copiar, superar o competir honradamente, con alguien que hace o tienen mejores cualidades, dignas de ser deseadas o apetecibles.

La envidia es una falta de aprecio personal, que padecen muchas personas que creen que no valen nada y que los demás valen todo, por eso les tienen esa envidia que les carcome. Es un sentimiento o reacción malsana y negativa, que además de hacer sufrir a las personas, hace que se proyecte a los demás, que no tienen ninguna culpa de que el otro les tenga envidia. Si la envidia no se domina, puede ser altamente autodestructiva para quien la tiene, pues corroe y hace sufrir continuamente.

La envidia es un sentimiento negativo bastante común, que al no poder dominarlo, puede ser altamente autodestructivo para quien la tiene y la práctica. Se habla muy poco de la envidia como vicio, a pesar de que muchas personas la sufren en la vida, en mayor o menor grado. Es un tipo de reacción que puede hacer surgir las mayores aberraciones, tanto en sufrimiento personal como de proyección hacia los demás. El buen comportamiento o metas alcanzadas de algunas personas admiradas, puede provocar en los hijos ganas de superarles, competir o imitarles sanamente, aunque previamente tendrían que comprobar y valorar, si tienen cualidades dignas de ser deseadas o apetecibles y hacer también, una profunda valoración sobre sus propias capacidades y limitaciones.

La envidia se contagia como una enfermedad y su mejor antídoto, es intentar superar las diferencias que haya, con los que se les tiene envidia, haciendo los esfuerzos que sean necesarios, para evitar que se bloquee y atrofiar la mente. La envidia impide ser ecuánime, con las circunstancias ajenas envidiadas y a usar la creatividad, para resolver las situaciones.

La envidia genera ansiedad, tristeza, rencor, aislamiento, incomunicación, etc. Manifestándose en miradas, gestos corporales, frases y acciones inadecuadas, conducentes casi siempre a hacer daño a los envidiados.

La envidia es muy difícil de controlar, sin el deseo firme de querer hacerlo, apoyado por la ayuda de una buena dirección espiritual, proporcionada por los sacerdotes, pastores, rabinos o imanes, que son los que tienen la experiencia de ayudar a suprimir los vicios humanos.

La envidia no se refleja siempre externamente, también se suele esconder detrás de una falsa apariencia amable, que manifiestamente se alegra de los éxitos de las personas envidiadas, pero que internamente, sufre por esos logros y disfruta ocultamente de los fracasos ajenos.

La envidia produce un desgaste enorme de energía, al corroer el interior de los envidiosos, lo que les produce estar más atentos a los éxitos y fracasos de los demás, que a los propios, lo que a su vez les impide tomar las medidas necesarias, para cumplir sus propios objetivos. Hace ver a los envidiosos, que los envidiados consiguen las cosas y triunfan con facilidad y sin esfuerzo, lo que les impide a ellos, el hacer los esfuerzos necesarios para prosperar, ya que se suelen quedar esperando a que las cosas les lleguen, como ellos piensan que les llegan a los envidiados, sin ponerse a pensar en los esfuerzos que han podido tener que realizar para conseguirlas.

La envidia es el origen del resentimiento, el cual no busca el bien propio, sino el mal ajeno. Este resentimiento se pone de manifiesto en la lucha de clases sociales y políticas, donde para algunos tiene más importancia, hacer que los demás fracasen social o políticamente, a que los otros mejores en los mismos aspectos.

La envidia originada por no poseer los bienes materiales que otros tiene, puede convertirse en obsesión, para quietarle al envidiado sus propiedades, incluso hacerlas desaparecer rompiéndolas o quemándolas, aun cuando esto suponga un grave perjuicio para ambos. “Le tenia tanta envidia, que en la pelea no le importó perder sus ojos, con tal de que el otro se quedara ciego”.

La envidia se lleva internamente y pocas veces florece al exterior, lo que impide a la persona envidiada darse cuenta que le envidian y que otro, está esperando a hacerle daño en cuento pueda. Eso suele coger desprevenido a los envidiados, que no esperan actos de agresividad verbal o física, proveniente de envidiosos ocultos o anónimos.


10 Sentencias sobre la envidia

1. El envidioso se lastima a si mismo más que a los demás.
2. La envidia muestra cuán desdichados se sienten, y su constante atención a lo que hacen o dejan de hacer los demás, muestra cuánto se aburren.
3. La envidia es el peor adversario de los más afortunados.
4. La envidia es mil veces más terrible que el hambre, porque es hambre espiritual.
5. La envidia se arrastra por el suelo como una serpiente, pues es el más mezquino de los vicios.
6. La envidia y el odio van siempre unidos, se fortalecen recíprocamente, por el hecho de perseguir el mismo objeto.
7. Lo bueno que es envidiable no produce envidia, origina emulación.
8. Si la envidia fuera tiña, cuantos tiñosos habría.
9. Una demostración de envidia hacia otro, es un insulto a uno mismo. Virtud envidiada, es dos veces virtud.

escrito por Francisco Gras
(fuentes: Mi cumbre; catholic.net)

domingo, 30 de agosto de 2015

"Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí"

Lectura del Santo Evangelio según San Marcos
(Mc. 7,1-8.14-15.21-23)
Gloria a ti, Señor

Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar. Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados; y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras y de la vajilla de bronce. Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: "¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?". El les respondió: "¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos. Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres". Y Jesús, llamando otra vez a la gente, les dijo: "Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre".

Palabra de Dios. 
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la liturgia dominical

Domingo 22 del Tiempo Ordinario - Ciclo B Textos: Deut 4, 1-2, 6-8; Sant 1, 17-18. 21-27; Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23

Brasilia, 25 de agosto de 2015 (ZENIT.org) P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil).

Idea principal: ¿En qué consiste la verdadera religión?

Síntesis del mensaje: Nuestra religión no está hecha de exterioridades, como creían algunos fariseos a quienes Cristo trata con tanta dureza en el evangelio, a punto de querer agradar a Dios y ganarse la salvación. Esas “cosas” en un principio fueron adornos de la religión, luego contrincantes de la religión y finalmente suplantaron a la religión.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, la verdadera religión no es de labios para afuera. “Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí” (Is 29, 13). La verdadera religión la hemos sustituido muchas veces por ritos, costumbres, piedades, tradiciones. Oír misa, bautizar a la criatura, hacer la primera comunión, casarse por la Iglesia, arrodillarse en el confesonario, enterrar a un muerto cristianamente, peregrinaciones y procesiones, etc. no son la religión. Esas son cosas de la religión, pero no la religión. Prueba de ello es que no siempre existieron esas “cosas” pero siempre existió la religión. Otras veces fueron otras costumbres, ritos, tradiciones…pero la religión fue la misma. Cristo no está despreciando las normas de vida de los judíos: Él dijo que no había venido a abolir la ley, sino a darle plenitud y llevarla a la perfección. Jesús interiorizó esa ley, para que no nos conformemos con la apariencia exterior. Jesús condena el legalismo formalista, sin alma, sin sensibilidad, sin caridad, que esclaviza más que libera.

En segundo lugar, la verdadera religión es la fe en Jesús vivo, muerto, resucitado, glorificado, Hijo de Dios. Fe es la actitud trascendental del corazón del hombre, para quien Jesús lo es todo, como su escala de valores y de principios, sus esperanzas eternas, sus destinos…La actitud transcendental es la obediencia a Dios, el seguimiento de los dictámenes de la conciencia recta y el servicio desinteresado a los hombres (2ª lectura). La fe, pues, es la actitud transcendental del corazón como estilo de vida; sin esa fe no hay ni misa ni sacramentos ni teología ni moral…que valgan, pero con esa fe en Dios misa y sacramentos y piedades…hacen la religión florida y hermosa. O sea, creyentes, más que practicantes, quiere Dios. Y si practicantes, es porque le dan vida y espíritu a la letra, que de por sí sólo mataría. Es decir, que a misa, sacramentos y piedades se les echa alma, espíritu, corazón y vida o aquí ni hombre ni religión ni nada.

Finalmente, concretemos lo dicho. Por ejemplo, algunas primeras comuniones son ya suntuosas como una boda, y eso es un escándalo económico, social y religioso. ¿Esa es la religión verdadera? Algunas bodas son ya un rito tan secularizado como una fiesta social, donde valen más las fotos, el video y la parafernalia musical… y eso es una degradación, la humillación y el desprestigio del sacramento. ¿Religión verdadera? Y así las confesiones mecánicas, las comuniones mercantiles: “voy a ofrecer esta comunión para conseguir esta o aquella gracia para…”. ¿Qué decir de procesiones o peregrinaciones que parecen más una feria donde se vende todo, que un gesto exterior de algo profundo del corazón? ¿Religión verdadera? Ahora entendemos por qué Jesús fue tan duro con estos fariseos ritualistas que cifraban la religión en prácticas exteriores y no en la fe en Dios. Por eso Jesús, entre el hombre y el sábado, se quedaba con el hombre, para quien ahí está el sábado; no al revés. Por eso, Jesús echó una mano al hombre religioso y le asentó la mano al hombre ritualista (cf. Mc 2, 27). El año, mes y día, en que Jesús dijo –evangelio de hoy- que las cosas externas no hacen malo al hombre sino las internas oriundas del corazón son las que le hacen bueno, malo, regular, santo, etc.., en ese momento pronunció Jesús “una de las mayores frases en toda la historia de las religiones” (Montefiore). Frase que va al corazón del hombre –en sentido bíblico de la expresión-, es decir, a la inteligencia, la voluntad y el sentimiento del hombre…Esa es la verdadera religión, que vino a enseñarnos Jesús, el Hijo de Dios.

Para reflexionar: ¿Soy hombre religioso o sólo ritualista? ¿Ritualista o espiritualista? ¿Creyente o sólo cumplidor? ¿Vivo en esa actitud transcendental, en obediencia a Dios, en el seguimiento de la conciencia recta y en el servicio desinteresado a los hombres (2ª lectura)? Huyamos del fariseísmo y del ritualismo sin fe y sin alma (evangelio), para ser gratos a Dios (salmo). Fueron los “practicantes” los que llevaron a la cruz a Cristo y lo mandaron crucificar. ¿Dónde estaba la fe de esos “piadosos practicantes”?

Para rezar: Hazme entender que tú me conoces enteramente, pues eres mi Creador, y sabes de todas mis cosas. Y eres tú, mi Señor, quien me transformas, quien me instruyes, quien me modelas, quien me perfeccionas, quien haces de mí tu hijo, quien me ama y quien me salva. Finalmente, Señor, haz que me deje caer confiado y esperanzado en tus manos y, como un niño en brazos de su padre, me duerma en tu regazo.

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: arivero@legionaries.org
(25 de agosto de 2015) © Innovative Media Inc.

sábado, 29 de agosto de 2015

4 razones para orar

Orar está al alcance de todos, pero no siempre encontramos el momento o el impulso interior para llevarlo a cabo. Algunas claves.


1. Porque tenemos sed de felicidad

Como sacerdote escucho y acompaño a muchas personas. Cada una tiene sus luchas, pero hay un factor común: la sed de Dios es inmensa.

Una y otra vez te plantean preguntas existenciales: cómo alcanzar la verdadera felicidad, qué sentido tiene el sufrimiento, dónde está la verdad, cómo lograr la libertad y la paz interior, por qué nada te satisface por completo, cómo saber si Dios te ama, cómo saber si es su voz la que escuchas, cómo compaginar una vida ajetreada con la necesidad de más soledad e intimidad con Él, cómo conciliar los deberes familiares, laborales y de apóstol sin caer en el activismo, cómo confirmar mi fe en medio de tantos problemas que tiene la Iglesia, etc.

Hay una sed de Dios no abstracta, sino muy concreta: ¿qué tiene que ver Dios con mi día a día? ¿De verdad puede formar parte real de mi vida ordinaria y de mis sueños? ¿Puede acompañarme en esta peregrinación que es la vida? ¿Es posible? ¿Cómo?

Lo que pasa es que a veces se piensa que la vida de oración es una actividad religiosa reservada a no sé qué tipo de personas especiales. O que consiste en ritos huecos, fórmulas rutinarias y veneración de objetos misteriosos. Cuando orar es estar con Dios, experimentar su abrazo de Padre y Hermano, y decirle que tú también lo amas. ¡Experiencia grande y simple a la vez!


2. Porque es hermosa la vida cuando se experimenta el amor

Cuando Dios me dio la existencia, sembró algo en mi interior que sigue vibrando como un eco, una nostalgia de eternidad. Jesucristo me salió al encuentro y es ahora mi pasión. Cada vez me gusta más y necesito con mayor urgencia la vida de oración: estar con Él, recibir amor de mi Padre y corresponderlo.

Experimentar el amor de Dios es lo mejor que te puede pasar en la vida y creo que vale la pena compartirlo. «El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel». Mt. 13, 44.

En este último tiempo he sentido con mayor fuerza el reclamo de que efectivamente la vida de oración sea para mí “la mejor parte”. Comencé pidiendo mucho a Dios que me concediera la gracia de crecer en mi amistad con Él. Luego me vino el deseo de compartirlo y comencé a ofrecer algunos cursos-talleres de oración especialmente para formadores. Esto me ha ayudado enormemente en mi vida personal.

En los cursos he visto que es bueno compartir la inquietud de la búsqueda y gozar juntos la paz del encuentro.

No soy ningún experto en la materia, no poseo doctorado en teología o espiritualidad, ni nada de eso. “Sólo quiero ser un sacerdote que ora”, como dijo San Pío de Pietralcina, y responder a esa voz que escucho con bastante nitidez en lo más profundo de mi ser: "Permaneced en mí, como yo en vosotros" (Jn 15, 4 a) "Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él". (1 Jn 4, 16 b)


3. Porque el detonador está por dentro

El Papa Benedicto XVI anunció el sínodo de los obispos sobre la nueva evangelización. Pienso que la nueva evangelización comienza por formar hombres y mujeres de oración. Es decir, personas que anhelan vivir en plenitud, que buscan a Dios en su vida diaria, que quieren estar en su presencia, hacerle un compañero de camino, pedirle que responda a sus interrogantes, tratar de ser coherentes y compartir la grandeza de esa amistad. Apóstoles que son testigos de un encuentro personal con el Resucitado.

El "detonador" del apóstol está por dentro. Sólo a partir de la propia experiencia de Dios podremos ayudar a otros a hacer amistad con Cristo y permear la cultura de valores cristianos.

Nadie da lo que no tiene.

Normalmente quienes nos dedicamos a la evangelización, tenemos un fuerte sentido de misión, pero frecuentemente percibimos un reclamo interior: ¡necesitas orar más y mejor! ¡Necesitas a Dios, necesitas escucharlo y llenarte de su amor! ¿Con qué aliviarás la sed de las almas, si tu fuente se seca? Moisés se encontraba cara a cara con Dios, y lo traslucía. El pueblo veía su rostro radiante y creía en Dios por él. Hace falta reforzar la dimensión contemplativa del apóstol para que todo el dinamismo misionero halle su punto de partida en el encuentro con Cristo vivo.


4. Porque la renovación debe ser profunda

Soy sacerdote, la tormenta que estamos atravesando es muy dura, la herida en el corazón de tantas personas y de la Iglesia es profunda. Pero la infinita misericordia de Dios se ha volcado, no nos ha abandonado, sino que nos ha tomado de la mano y ha demostrado, una vez más, Su amor de Padre. Sin duda la Providencia quiere valerse de todo -incluso de las crisis- para impulsarnos con su fuerza vivificadora a buscar la santidad. “En todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman.” (Rom. 8,28)

Hay sufrimientos que nos vienen sin esperarlos ni comprenderlos. Otros son fruto de nuestras culpas y de nuestros errores. Pero aún en medio del dolor la vida es bella, porque Dios nos la ha regalado y la ha hecho hermosa. Creo que si queremos perseverar en la lucha y en la renovación personal y comunitaria, ésta tiene que partir del encuentro confiado, cara a cara, con Cristo. En ese clima se puede hacer un buen examen de conciencia, se dispone el corazón para escuchar al Espíritu Santo y se encuentra fortaleza para realizar Sus planes.

¿Hay alguna otra razón para orar que tú veas en el fondo de tu corazón?

escrito por P. Evaristo Sada
(fuente www.la-oracion.com)

La cara oculta de la ONU


En este capítulo Michel Schooyans nos trata de hacer ver como es que la ONU tiene una cara oculta y trata de ser un organismo controlador en lugar de uno regulador.

Entrevista con Luca Fiore
para Il Mattino della Domenica, Lugano, 24 de junio de 2001

1 Durante el “Congreso sobre la Globalización, la Economía y la Familia”, organizado en Roma del 27 al 30 de noviembre de 2000 por el Consejo Pontificio para la Familia, usted expuso la posición de la ONU con respecto a la globalización. Esta concepción de la ONU se encuentra también analizada en detalle en su libro, “La face cachée de l’ONU”, publicada en Paris, por Sarment/Fayard en el 2001. Según usted, esta concepción onusiana de la globalización tiende a considerar que el medio ambiente tiene más valor que la persona. ¿Cuál es, pues, su preocupación?

Globalización, mundialización: dos términos que fueron incorporados al lenguaje de todos los días; dos conceptos que son objeto de debates y de discusiones que comprometen el futuro de la sociedad mundial. Estos términos significan ante todo que las sociedades humanas se hicieron interdependientes. Por ejemplo, una devaluación del yen japonés tiene repercusiones sobre toda la economía mundial. Eso significa también que las sociedades están integradas: los viajes y los medios de comunicación permiten a los hombres conocerse mejor; la información científica es ampliamente divulgada y discutida, las 24 horas del día, en foros virtuales. En principio, es claro que esta evolución debe que alegrarnos y es claro que nos llama a rediseñar los instrumentos que regulan las relaciones internacionales.
Tradicionalmente, dichas relaciones internacionales se organizan en torno a dos grandes modelos. Por un lado, un modelo encarnado hoy por los Estados Unidos. La globalización es concebida entonces a partir de un proyecto hegemónico de la nación dominante, cuyo objetivo es imponer una organización del mundo de inspiración neoliberal. Este proyecto comporta sobre todo una fuerte connotación económica: tiene por objetivo la globalización del mercado; pero comporta igualmente, con toda evidencia, una voluntad de gobernar políticamente el mundo. Este proyecto hegemónico no puede realizarse sin la connivencia de otras naciones ricas. El otro modelo es heredero del internacionalismo socialista y, aunque subraya la necesidad de reformas económicas, da la prioridad a un objetivo político: limitar la soberanía de los Estados y colocar estos bajo el control de un poder político mundial. Para alcanzar este objetivo, el método ya no es revolucionario; sino reformista, según Gramsci.
Cuando habla de globalización, la ONU incorpora los dos significados de este término, tales como venimos de recordarlos. Pero aprovecha de la connotación positiva ligada a este término para imprimirle una nueva significación. Se interpreta la globalización a la luz de una nueva visión del mundo y del lugar que el hombre ocupa en el mundo. Esta visión « holística » considera que el mundo constituye un todo, y que este todo posee más realidad que las partes que lo constituyen. Dentro de este todo, la aparición del hombre sólo significa un avatar de la evolución de la materia.

2 Usted también expresó serias reservas en relación a la Carta de la Tierra, un documento de la ONU en preparación pero cuyos lineamientos ya son conocidos. Usted afirma que este documento está influenciado por la New Age. ¿Qué relación hay entre este documento y la New Age?

Se trata de un documento, del cual uno de los autores no es otro que el mismo Mikhail Gorbatchev. ¿Qué destaca este documento? Siendo nada más que el producto de una pura evolución material, el hombre, debe someterse a los imperativos del mundo que lo rodea, de la Naturaleza, del ecosistema. Habría, por ejemplo, que yugular el desarrollo, porque este deteriora el ecosistema y porque esta deterioración es causada por los hombres, que son demasiado numerosos y desajustan el clima. Habría, por tanto, que planificar la producción de los hombres para poder planificar el desarrollo, a fin que este sea sostenible. Es, en otras palabras, lo que ya explicaba Malthus, y que reaparece en el Informe Meadows.
La influencia del filósofo Thomas S. Kuhn, uno de los inspiradores de la New Age, es aquí evidente. Según esta interpretación de la naturaleza y del hombre, la « ley natural » ya no es más aquella que está escrita en el corazón y en la inteligencia del hombre; es la ley implacable y violenta que la naturaleza impone al hombre.

3 ¿Qué relación hay entre esta Carta de la Tierra y la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948?

La Declaración Universal de los Derechos Humanos, de 1948, se inclina delante de una verdad que se impone a todos: ella reconoce la igual dignidad de todos los hombres y el derecho de todos los hombres a la vida. De allí derivan todos los otros derechos. Todos los totalitarismos del siglo XX surgieron del desprecio a estos derechos inalienables. La promoción de estos derechos en el mundo entero es el medio gracias al cual pueden ser enfrentados los sistemas que reducen al hombre a ser simplemente un consumidor en el mercado, un engranaje en el Estado, un instrumento dócil del Partido, un espécimen certificado de la raza. Es sobre estos derechos fundamentales que se puede edificar una comunidad mundial.
Ahora bien, la Carta de la Tierra abandona e incluso ataca el antropocentrismo judeocristiano y romano, reforzado por el Renacimiento, y llevado a su punto de incandescencia en la Declaración de 1948. La Carta no solamente debería dejar atrás la Declaración Universal; ella debería incluso, según algunos, suplantar el Decálogo. ¡Por favor!...

4 Usted habló incluso del proyecto de la ONU de instaurar progresivamente un « supergobierno mundial » que sería jerárquicamente superior a los cuerpos intermediarios, comenzando por las naciones e impondrá un pensamiento único gracias al control de la información, de la salud, del comercio, de la política y del derecho. ¿No es una imagen del futuro muy « orwelliana »?

La argumentación « ecológica » desarrollada en la Carta de la Tierra es en realidad un artificio ideológico para camuflar algo más grave: entramos en una nueva revolución cultural. En efecto, la ONU está instaurando una nueva concepción del derecho. Esta concepción es más anglosajona que latina. Las verdades fundadoras de la ONU referidas a la centralidad del hombre en el mundo son poco a poco desactivadas. Según esta concepción del derecho, ninguna verdad sobre el hombre se impone a todos los hombres: a cada uno su opinión. Los derechos humanos no son más reconocidos como verdades; son objeto de procedimientos, de decisiones consensuales. Negociamos, y al término de un procedimiento pragmático, decidimos, por ejemplo, que el respeto de la vida se impone en tales casos pero no en otros, que tal manipulación genética justifica el sacrificio de embriones, que la eutanasia debe ser liberalizada, que las uniones homosexuales tienen los mismos derechos que la familia, etc. De allí surgen los llamados « nuevos derechos del hombre », siempre renegociables a merced de los intereses cambiantes de aquellos que pueden hacer prevalecer su voluntad.
Para introducir estos « nuevos derechos » y principalmente la concepción del derecho que le es subyacente, dos ejes de acción deben ser privilegiados. En primer lugar, se debe debilitar a las naciones soberanas, pues ellas están generalmente en primera línea cuando se trata de proteger los derechos inalienables de sus ciudadanos. Luego, en las asambleas internacionales, hay que obtener el mayor consenso posible, recurriendo, si es necesario, a la corrupción, o al chantaje, o a la amenaza. Una vez adquirido, el consenso puede ser invocado para hacer adoptar convenciones internacionales, pactos, u otros protocolos, que adquieren fuerza de ley en los Estados que los han ratificado. Este tipo de globalización, sostenida por una concepción puramente positivista del derecho, justifica las más vivas inquietudes.

5 El título de su reciente libro es La Cara Oculta de la ONU: ¿Cuál es esta cara, y quién es que se esconde detrás?

En documentos tan complejos como el de la globalización según la ONU, la falta de transparencia hace evidentemente difícil la prueba directa y la demostración matemática. La experiencia reciente de « affaires » confirma que ninguna organización está dispuesta a reconocer que está infiltrada por la acción de cofradías, por la presencia en su seno de « cofradías » y de « redes de influencia ». Sin embargo, no hay duda de que este tipo de sociedades existen. La mayoría de las enfermedades, por otra parte, se las conoce solo por sus síntomas. Se conoce estas « cofradías » no sólo por su acción: algunos iniciados explicaron el papel de sus « cofradías » en la elaboración de la ley Veil. Pero se los conoce también por lo que dicen públicamente, por ejemplo en la televisión, algunos de sus miembros. Evidentemente, siempre hay personas dispuestas a negar fervorosamente las evidencias asegurando incluso que no saben dónde encontrar los documentos. Pero, ¿es necesario que los miembros de la DGSE (Dirección General de la Seguridad Exterior) desfilen con un brazalete para saber que la DGSE existe?
En realidad, la ideología onusiana de la globalización está impregnada de referencias libre-examinista, agnósticas, utilitaristas y hedonistas. Si analizamos pacientemente las recientes reuniones de la ONU, referentes a temas tan diversos como la salud, la población, el medio ambiente, el hábitat, la economía mundial, la información, la educación –por citar sólo estos ejemplos–, se nota una remarcable identidad de inspiración y así como una muy también remarcable convergencia de objetivos. Está claro que a instigación de las naciones soberanas que son sus miembros, la ONU debería proceder a una auditoría interna, sin lo cual dará cada vez más la impresión de estar bajo la influencia de una mafia tecnocrática. Yo tengo sobre otros la ventaja de llegar a esta conclusión después de varios años de investigaciones. Sin embargo, si usted me pregunta si yo he visto con mis ojos la « mano invisible », debo responderle que sólo vi la sombra. Pero, en este caso, es suficiente.

(fuente: catholic.net)

viernes, 28 de agosto de 2015

El silencio de los sentidos (Segunda parte)

Qué es el silencio exterior

Silencio exterior, silencio en relación al ambiente que nos rodea, es la capacidad de ser libres frente a las cosas que quieren seducirnos. Estar distraídos es estar separados de nosotros mismos y dejarse llevar por lo que se ve y se oye. Cuando nos dejamos atraer por lo exterior, perdemos nuestra libertad y nuestra identidad de ser dueños de nuestro cuerpo.

Seremos libres si, poco a poco, nos destacamos de las criaturas. Es éste el primer paso para un silencio fecundo, repleto de vitalidad espiritual. Es preciso anteponer el silencio al ruido, a las noticias, a las preocupaciones del mundo. En este silencio nos distanciamos de la publicidad y nos aproximamos a nuestro fundamento. No tenemos que verlo todo Lo superficial adquiere su perfil y fisonomía sólo si es capaz de manifestar esas profundidades.


Silencio de la vista

Los ojos son las ventanas del alma. El control de la vista es de una importancia y trascendencia extraordinarias. Cerrar los ojos ayuda en muchas ocasiones a cortar la atención de cosas que, a través de la vista, pueden influenciarnos, es decir, hacernos ruido. No tenemos que verlo todo, no lo necesitamos. Tampoco debemos ser unos ciegos. Dios nos dio la vista para ver. Necesitamos ver el bien. Hay mucho bien en el mundo. Veámoslo con ojos abiertos y alabemos a Dios. Y evitemos ver el mal. Así el silencio de la vista nos será provechoso.


Silencio del oído

El sentido del oído debe estar regido por la virtud del silencio. La curiosidad nos incita a oír cosas, muchas veces sin ninguna trascendencia. No tenemos qué oírlo todo, no lo necesitamos. Tampoco podemos ser sordos. Lo inconveniente, lo nocivo, lo destructivo no nos sirve. Debemos desecharlo, dejarlo. Sólo así podremos escuchar en la actividad apostólica todo lo bueno que hay en cada persona y comprender, a la vez, sus errores.


Silencio de la lengua

El apostolado exige el silencio de la lengua. Las almas sólo abren sus problemas a quienes saben callar para escuchar. Los hombres y mujeres de hoy necesitan confiar sus preocupaciones, sus dichas… y es preciso que el apóstol sea digno de confianza. Debe callar no solamente como cristiano, sino también como persona. El mucho hablar cuadra tan mal al ciudadano sensato, como el hablar de modo jactancioso. Callar y usar la lengua siempre para el bien es el deber de toda persona.


Silencio exterior que propicia el silencio interior

Silenciar las cosas no significa que uno se aleje de ellas o que evada la realidad; al contrario, el silencio nos hace más sensibles a las cosas y personas. San Juan de la Cruz decía que uno debe mantenerse en paz, pero con advertencia amorosa. Y santa Teresa: “se cierran los ojos del cuerpo para que despierten los ojos del alma”.

Los cantineros ordinariamente son personas silenciosas porque saben tratar a los borrachos y de allí el dicho: “a palabras de borracho, oídos de cantinero”. Silenciar algo interiormente no equivale a rechazar lo que vemos o sentimos. Simplemente hay que dejar estar todas las cosas: oyendo todo, pero sin escuchar algo particular; ver todo, pero sin mirar algo en especial.

Los ruidos físicos y psicológicos exteriores a nosotros, no nos afectarían si nuestro interior no vibrara con ellos. Por eso el ruido más nocivo es el que ellos producen en nuestro interior, porque este es ruidoso. Muchos de los ruidos que no dejan dormir no están en la casa del vecino, sino en la propia, en nuestro propio ser. Tanto es así que hay quienes pueden dormir con ruidos hirientes, porque su ser no reacciona sensiblemente a los ruidos; un ejemplo es el sueño apacible y distendido de muchos niños que duermen en medio de grandes ruidos.

Seamos como niños, viviendo el silencio en medio de los ruidos.

escrito por P. Juan Carlos Ortega, L.C.
(fuente: www.la-oracion.com)

jueves, 27 de agosto de 2015

El silencio de la escucha (Primera parte)

Verbo crescente, verba deficiunt

En los capítulos anteriores sobre el silencio como virtud cristiana hemos profundizado sobre la necesidad de cuidarnos de los ruidos externos innecesarios, que hemos llamados silencio de los sentidos, y sobre la correcta recepción interior de aquellos ruidos externos que sí conviene acoger. A esta acción hemos llamado silencio psicológico.

Viene ahora un nuevo paso. Tras haber acogido ciertos ruidos externos de modo apropiado y coherente con nuestra vida cristiana y consagrada, corresponde ahora transmitirlos y expresarlos del mejor modo posible. A este nuevo paso lo llamamos silencio de la palabra y de la escucha.


Basta callar

Está claro que el silencio y la palabra no son antagónicos sino compañeros de la vida del hombre, como nos recuerda el Eclesiástico: “hay un tiempo para callar y un tiempo para hablar” (3, 7).

Estrictamente hablando, como la página en blanco es previa a cualquier escritura que en ella se plasme así el silencio existe antes que la palabra. Por lo mismo, no es necesario hacer silencio. Ya existe, está ahí, basta quitar las palabras, basta callarse, y nos encontramos en el silencio.

Sabemos que por la palabra se pude curar, consolar, instruir, pero también se puede matar, desfigurar, mentir, calumniar, maldecir.

De modo paralelo, hay silencios que esconden un gran ruido interior y son refugio fácil de egoísmo, cobardía o miedo: el mutismo del misántropo, el silencio del melancólico, el narcisismo oscuro del introvertido, el solapado silencio de quien no se quiere comprometer y prefiere pasar desapercibido. Todo esto es de evitarse.


El silencio y la Palabra

Pero también es cierto que el silencio muestra lo que a veces la palabra oculta, pues la palabra siempre es una limitación, mientras que el silencio es toda una revelación ilimitada. De ahí que las Escrituras enseñan que existe también un silencio de las palabras bueno y necesario. Dice el Eclesiástico: “los que saben guardar silencio son gente de verdad inteligente”; “hay quien calla por no tener respuesta y quien se calla porque sabe cuándo hablar”; “el sabio guarda silencio hasta que conviene, pero el fanfarrón y el tonto hablan antes de tiempo (20, 1.6.7). De ahí la oración del salmista: “pon Yahvé, un centinela en mi boca y un vigía en la puerta de mis labios” (141, 3).

También la sabiduría humana descubre la bondad del silencio de las palabras: “el que habla siembra; en cambio, el que escucha recoge, cosecha” (Pitágoras). Y más gráficamente Zenón de Citio: “Tenemos dos orejas y una sola boca, precisamente para escuchar más y hablar menos”. Más recientes son las palabras de Paul Masson: “el hombre supera al animal con la palabra, pero con el silencio se supera a sí mismo”.

En la reciente exhortación apostólica “Verbum Domini” se afirma que “la palabra sólo puede ser pronunciada y oída en el silencio, exterior e interior”, y nos recuerda que “los misterios de Cristo están unidos al silencio, y sólo en el silencio la Palabra (con mayúscula) puede encontrar morada en nosotros”, según el adagio agustino: Verbo crescente, verba deficiunt (n. 66): “cuando la Palabra de Dios crece, las palabras humanas disminuyen”.

En realidad, el silencio es el mejor marco para la palabra. Pero ésta no llega a los hombres ruidosos, sino sólo a aquellos que se mantienen en silencio. Se requieren silencios antes, durante y después de la palabra. En consecuencia, la comunicación exige la escucha de los silencios.

P. Juan Carlos Ortega, L.C.
(fuente: www.la-oracion.com)

miércoles, 26 de agosto de 2015

Remedio para el resentimiento y la envidia

La lucha contra el resentimientoy la envidia será mucho más eficaz si se cuenta con la ayuda de Dios, que clarifica nuestra inteligencia, favorece la objetividad y potencia la voluntad.

La persona humana tiene una fuerte inclinación a girar en torno a si, a convertir el yo en el centro de sus pensamientos y en el punto de referencia de sus acciones. A esta inclinación se le llama egocentrismo y es la antítesis, el polo opuesto, del olvido propio, de ese vivir hacia afuera de uno mismo, hacia los demás. Es un hecho de experiencia que el egocentrismo genera tristeza, infelicidad. No es difícil comprobarlo; basta ponerse a pensar en sí mismo, con enfoque egoísta, para sentir el decaimiento interior. Quien vive excesivamente pendiente de sí, concentrado en su propio yo, suele perder la visión objetiva de las cosas y se vuelve hipersensible y vulnerable. Todo le afecta mucho más, de lo bueno que la vida le ofrece. "Una de las cosas que entristece más al hombre es la egolatría, origen muchas veces de sufrimientos inútiles, producidos por una excesiva preocupación por lo personal, exagerando en demasía su importancia (70)

El egocentrismo se manifiesta de varias maneras. Dos de ellas constituyen grandes obstáculos para la felicidad y merecen tratarse con cierto detenimiento para comprenderlas, detectarlas en la vida personal y resolverlas oportunamente. Se trata, en concreto, del resentimiento y la envidia.


El veneno del resentimiento

El resentimiento es frecuentemente el principal obstáculo para ser feliz (71), porque amarga la vida. Para Max Scheler "el resentimiento es una autointoxicación psíquica" (72) un envenamiento de nuestro interior, que depende de nosotros mismos y que suele aparecer como reacción a un estímulo negativo en forma de ofensa o agresión. Evidentemente no toda ofensa produce un resentimiento, pero a todo resentimiento precede una ofensa.

La ofensa que causa resentimientos puede presentarse como acción de alguien contra mí, puede captarse en forma de omisión, o como atribuible a las circunstancias (la situación socioeconómica personal, algún defecto físico, enfermedades que se padecen y no se aceptan, etcétera). En cualquier caso, el estímulo que provoca la reacción de resentimiento puede juzgarse con objetividad, con exageración, o ser incluso producto de la imaginación. Estas variantes muestran en qué medida el resentimiento depende del modo como se juzgan las ofensas recibidas —con objetividad, exageradamente o de forma imaginaria — y explican el que muchos resentimientos sean gratuitos, porque dependen de la propia subjetividad que aparta de la realidad, exagerando o imaginando situaciones o hechos que no se han producido o no estaban en la intención de nadie originar.


La respuesta personal

El resentimiento es un efecto reactivo ante la agresión, de tono negativo. Consiste en la respuesta ante la ofensa. Esta respuesta depende de cada quien, porque la libertad nos confiere el poder de orientar nuestras reacciones. Covey advierte que "no es lo que los otros hacen ni nuestros propios errores lo que más nos daña; es nuestra respuesta. Si perseguimos a la víbora venenosa que nos ha mordido, lo único que conseguiremos será provocar que el veneno se extienda por todo nuestro cuerpo. Es mucho mejor tomar medidas inmediatas para extraer el veneno". (73) Esta alternativa se presenta ante cada agresión: o nos concentramos en quien nos ofendió (y entonces seguirá actuando el veneno) o lo eliminamos mediante una respuesta adecuada, sin permitir que permanezca en nuestro interior.

La dificultad para configurar la respuesta conveniente radica en que el resentimiento se sitúa en el nivel emocional de la personalidad, porque en esencia es un sentimiento, una pasión, un movimiento que se experimenta sensiblemente. Quien está resentido se siente herido u ofendido por alguien o algo que influye contra su persona. Y es bien sabido que el manejo de los sentimientos no es tarea fácil.


La intervención de la inteligencia y de la voluntad

Estas dificultades pueden mitigarse si hacemos buen uso de nuestra capacidad de pensar. El conocimiento propio y la reflexión nos permiten ir conectando las manifestaciones de nuestros resentimientos con sus causas y, en esta medida, nos vamos encontrando en condiciones de encauzarlos. Si al analizar los agravios recibidos nos esforzamos por comprender la forma de actuar del ofensor y por descubrir los atenuantes de su modo de proceder, en muchos casos nuestra reacción negativa desaparecerá por debilitamiento del estímulo. Nuestra inteligencia puede influir así, indirectamente — Aristóteles hablaba de un dominio político y no despótico de lo racional sobre lo sensible—, para evitar o eliminar los resentimientos, modificando las disposiciones afectivas.

Otro recurso con que contamos para echar fuera de nosotros el agravio, sin retenerlo, incluso en los casos de ofensas reales, es nuestra voluntad, por su capacidad de autodeterminarse. Cuando recibimos una agresión que nos duele, podemos decidir no retenerla para que no se convierta en resentimiento. Eleanor Roosevelt solía decir:

«Nadie puede herirte sin tu consentimiento». Marañón advertía que "el hombre fuerte reacciona con directa energía ante la agresión y automáticamente expulsa, como un cuerpo extraño, el agravio de su conciencia. Esta elasticidad salvadora no existe en el resentido"(74). Si, en cambio, la voluntad es débil, la ofensa se retiene y el sentimiento permanece dentro del sujeto, se vuelve a experimentar una y otra vez, aunque el tiempo transcurra. En esto precisamente consiste el resentimiento: "es un volver a vivir la emoción misma: un volver a sentir, un resentir" .

La lucha contra el resentimiento será mucho más eficaz si se cuenta con la ayuda de Dios, que clarifica nuestra inteligencia, favoreciendo la objetividad en el conocimiento y la capacidad de comprensión; y que potencia nuestra voluntad y fortalece nuestro carácter, para que no se doblegue ante la presión de los agravios.


«Sentirse» y resentirse

La forma de reaccionar ante los estímulos suele estar muy relacionada con los rasgos temperamentales. Por ejemplo, el emotivo siente más una agresión que el no emotivo; el secundario suele retener más la reacción ante el estímulo ofensivo que el primario; el que es activo cuenta con más recursos para dar salida al impacto recibido por la ofensa que el no activo. También la cultura y la educación, junto con el factor genético, influyen en la manera de reaccionar y, por tanto, en el modo como el resentimiento se origina y manifiesta.

Hay un modo de reaccionar ante las ofensas caracterizado sobre todo por su pasividad; consiste sencillamente en retraerse o distanciarse de quien ha cometido la agresión, en ocasiones incluso retirándole la palabra. Los mexicanos solemos calificarlo con el verbo sentirse. Peñalosa explica que "sentirse es verbo reflexivo que conjugamos todo el día, y que no es fácil hallarle digna explicación filológica, por la sencilla razón de que «sentirse» es verbo que registra más el alma mexicana que la gramática española. Estar sentido con alguien es lo mismo que estar dolido, triste, enojado por algún desaire que nos hicieron.

Muchas veces real y, muchas más, aparente" (76). Cabe señalar que Cervantes, en El Quijote, utiliza este verbo, con este sentido "mexicano", en más de una ocasión (77).

En cambio, cuando el sentimiento de susceptibilidad que se guarda incluye el afán de reivindicación, de venganza, se trata entonces propiamente de un resentimiento, en el sentido completo del término. El resentido no sólo siente la ofensa que le infligieron, sino que la conserva unida a un sentimiento de rencor, de hostilidad hacia las personas causantes del daño, que le impulsa a la revancha. Alguien afirmaba con acierto que "el resentimiento es un veneno que me tomo yo, esperando que le haga daño al otro". Y es que puede ocurrir que aquél contra quien va dirigido el rencor ni siquiera se entere, mientras que quien lo experimenta se está carcomiendo por dentro. Un veneno tiene efectos destructivos para el organismo y el resentimiento lo que produce es frustración, tristeza, amargura en el alma. Es uno de los peores enemigos de la felicidad, porque impide enfocar la vida positivamente y aleja de Dios y de los demás.

Algunas personas tienen una especial propensión al resentimiento: reaccionan desproporcionadamente ante estímulos de poca entidad o acumulan rencores infundados. El origen de esta inclinación suele estar en el egocentrismo, con su tendencia a girar en tomo a sí mismo, a convertir el propio yo en el centro de los pensamientos y en el punto de referencia de todas las acciones. Las personas egocéntricas se toman muy vulnerables por vivir concentradas en su propia subjetividad y "son inevitablemente infelices y desgraciadas. Sólo quien se olvida de sí, y se entrega a Dios y a los demás, puede ser dichoso en la tierra, con una felicidad que es preparación y anticipo del cielo" (78). El olvido propio es, también, el mejor antídoto contra el resentimiento, porque reduce considerablemente la resonancia subjetiva de los agravios y evita retenerlos.


El remedio del perdón

En el Antiguo Testamento prevalecía la ley del Talión, inspirada en la estricta justicia: «ojo por ojo, diente por diente». Jesucristo viene a perfeccionar la Antigua Ley e introduce una modificación fundamental que consiste en vincular la justicia a la misericordia, más aún, en subordinar la justicia al amor, lo cual resulta tremendamente revolucionario. A partir de Él, las ofensas recibidas deberán perdonarse, porque el perdón se convierte en parte esencial del amor.

La misericordia que Jesús practica y exige a los suyos choca, no sólo con el sentir de su época, sino con el de todos los tiempos: "Habéis oído que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian y rogad por los que os persiguen y calumnian(79). "Al que te golpee en una mejilla, presentarle la otra; al que te quite el manto, déjalo llevarse también la túnica"(80). Estas exigencias del amor superan la natural capacidad humana, por eso Jesús invita a los suyos a una meta que no tiene límites, porque sólo desde ahí podrán intentar lo que les está pidiendo: "Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso (81).


Qué es perdonar

A diferencia del resentimiento, el perdón no es un sentimiento. Perdonar no equivale a dejar de sentir. Hay quienes consideran que están incapacitados para perdonar ciertos agravios porque no pueden eliminar sus efectos: no pueden dejar de experimentar la herida, ni el odio, ni el afán de venganza. De aquí suelen derivarse complicaciones en el ámbito de la conciencia moral, especialmente si se tiene en cuenta que Dios espera que perdonemos para perdonarnos El. La incapacidad para dejar de sentir el resentimiento, en el nivel emocional, puede ser, efectivamente, insuperable, al menos en el corto plazo. Sin embargo, si se comprende que el perdón se sitúa en un nivel distinto al del resentimiento, esto es, en el nivel de la voluntad, se descubrirá el camino que apunta a la solución.

El perdón es un acto de la voluntad porque consiste en una decisión. Al perdonar opto por cancelar la deuda moral que el otro ha contraído conmigo al ofenderme y, por tanto, lo libero en cuanto deudor. No se trata, evidentemente, de suprimir la ofensa cometida y hacer que nunca haya existido, porque carecemos de ese poder. Sólo Dios puede borrar la acción ofensiva y conseguir que el ofensor regrese a la situación en que se encontraba antes de cometerla. Pero nosotros, cuando perdonamos realmente, desearíamos que el otro quedara completamente eximido de la mala acción que cometió. Por eso, como señala Leonardo Polo, "perdonar implica pedir a Dios que perdone, pues sólo así la ofensa es aniquilada.(82)


Perdonar y olvidar

Si bien el acto de perdonar consiste en una decisión, la acción de olvidar, en cambio, tiene lugar en el ámbito de la memoria, que no responde directamente a los mandatos de la voluntad. Yo puedo decidir olvidar una ofensa, pero no lo consigo. La ofensa sigue ahí, en el archivo de la memoria, a pesar del mandato voluntario. Lo primero que esto me dice es que olvidar no es lo mismo que perdonar. El perdón puede ser compatible con el recuerdo de la ofensa. Una señal elocuente de que se ha perdonado, aunque no se haya podido olvidar, es que el recuerdo de la ofensa no afecta en el modo de conducirse con el perdonado, a quien tratamos como si hubiéramos olvidado. El verdadero perdón exige obrar de este modo, porque el verdadero amor "no lleva cuentas del mal"(83) .

En cambio, la expresión «perdono pero no olvido» significa que, en el fondo, no quiero olvidar la ofensa, que equivale a no querer perdonar. ¿Por qué? Cuando se perdona, se cancela la deuda del ofensor, lo cual es incompatible con la intención de retenerla, de no querer olvidarla. En consecuencia, si bien no podemos identificar el perdón con el hecho de olvidar el agravio, sí se puede afirmar que perdonar es querer olvidar.


Por qué perdonar

Cuando perdonamos, nos liberamos de la esclavitud producida por el odio y el resentimiento para recobrar la felicidad que había quedado bloqueada por esos sentimientos. También tiene mucho sentido perdonar en función de las relaciones con los demás. Si no se perdona, el amor se enfría o puede incluso convertirse en odio; y la amistad puede perderse para siempre.

Además de estos motivos humanos para perdonar, existen razones sobrenaturales, que posibilitan perdonar ciertas situaciones extremas donde los argumentos humanos resultan insuficientes. Dios nos ha hecho libres y, por tanto, capaces de amarle u ofenderle mediante el pecado. Si optamos por ofenderle, El nos ofrece el perdón si nos arrepentimos, pero ha establecido para ello una condición: que antes perdonemos nosotros al prójimo que nos ha agraviado. Así lo repetimos en la oración que Jesucristo nos enseñó: "Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden". Cabría preguntarse por qué Dios condiciona su perdón a que perdonemos y, aún más, nos exige que perdonemos a nuestros enemigos incondicionalmente, es decir, aunque éstos no quieran rectificar.

Lógicamente Dios no pretende dificultarnos el camino y siempre quiere lo mejor para nosotros. Él desea profundamente perdonarnos, pero su perdón no puede penetrar en nosotros si no modificamos nuestras disposiciones. "Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre (84).

Además de esa ocasión en que enseñó el Padrenuestro, Jesús insistió muchas otras veces en la necesidad del perdón. Cuando Pedro le pregunta si debe perdonar hasta siete veces, le contesta que hasta setenta veces siete (85) porque el perdón no tiene límites; pidió perdonar incluso a los enemigos, (86) a los que devuelven mal por bien(87). Para el cristiano, estas enseñanzas constituyen una razón poderosa a favor del perdón, pues están dictadas por el Maestro.

Pero Jesús, que es el modelo a seguir, no sóio predicó el perdón sino que lo practicó innumerables veces. En su vida encontramos abundantes hechos en los que se pone de manifiesto su facilidad para perdonar, lo cual es probablemente la nota que mejor expresa el amor que hay en su corazón. Mientras los escribas y fariseos acusan a una mujer sorprendida en adulterio, Jesús la perdona y le indica que no peque más(88);cuando le llevan a un paralítico en una camilla para que lo cure, antes le perdona sus pecados(89); cuando Pedro lo niega por tres veces, a pesar de la advertencia, Jesús lo mira, lo hace reaccionar(90). y no solamente lo perdona, sino que le devuelve toda la confianza, dejándolo al frente de la Iglesia. Y el momento culminante del perdón de Jesús tiene lugar en la Cruz, cuando eleva su oración por aquellos que lo están martirizando: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen (91).

La consideración de que el pecado es una ofensa a Dios, que la ofensa adquiere dimensiones infinitas por ser Dios el ofendido, y que a pesar de ello Dios perdona nuestros pecados cuando ponemos lo que está de nuestra parte, nos permite percibir la desproporción que existe entre ese perdón divino y el perdón humano. Por eso, también aquellas ofensas que parecerían imperdonables, por su magnitud, por recaer sobre personas inocentes o por las consecuencias que de ellas se derivan, habrán de ser perdonadas porque “no hay límite ni medida en este perdón, esencialmente divino” (92). De ahí que, para perdonar radicalmente, se necesite el auxilio de Dios.

Perdonar es la manifestación más alta del amor y, en consecuencia, es lo que más transforma el corazón humano. Por eso, cada vez que perdonamos se opera en nosotros una conversión interior, una verdadera metamorfosis, al grado que San Juan Crisóstomo llega a exclamar que “nada nos asemeja tanto a Dios como estar dispuestos al perdón" (93), con lo que se puede concluir que perdonar es el principal remedio contra el resentimiento.


El problema de la envidia

Lo mismo que el resentimiento, la envidia "es un serio obstáculo para la felicidad" (94) e incluye el agravante de que resulta difícil reconocerla en uno mismo: muy pocas veces escuchamos a alguien decir que es envidioso, cuando no tiene inconveniente en declararse ante los demás como ambicioso, desordenado, soberbio o destemplado. En un mundo competitivo como el nuestro, la propensión a la envidia se agudiza considerablemente. Tomás de Aquino explica que la envidia posee como característica específica el entristecerse del bien ajeno, en cuanto que se mira como un factor que disminuye la propia excelencia o felicidad (95). Analicemos cada una de estas nociones.


La tristeza de la envidia

La tristeza aparece como efecto inmediato y directo de la envidia. Si la alegría deriva de la posesión de un bien, la tristeza es causada por la relación con el mal. Cuando alguien pierde un ser querido, fracasa en un proyecto profesional o padece una grave enfermedad, se siente triste por esos sucesos adversos. Experimentar la tristeza en estos casos es algo natural, porque la carencia de ese bien para sí mismo, que se ve como un mal, es evidente, aunque quepa la posibilidad de sobreponerse a ella y, sin dejar de sentir el dolor que la origina, encauzarla dándole un sentido. En cambio, la envidia consiste en entristecerse del bien ajeno. Nos encontramos, pues, ante una situación distinta y un tanto sorprendente: lo que causa la tristeza no es un mal, sino un bien. Esto ya no es natural, porque lo que el bien suele provocar naturalmente es alegría. Si el resultado, en cambio, es la tristeza, no se ve cómo pueda justificarse la reacción. Más aún: lo anormal de tal respuesta ante el bien hace que resulte vergonzosa esa reacción y que instintivamente se intente ocultar. Esto explica la dificultad para que alguien se reconozca como envidioso: no es fácil justificar la tristeza ante la presencia del bien. Y entonces se intenta disimular, aunque no siempre se consiga. Los niños, que no tienen doblez, no pueden ocultarla y la suelen manifestar con toda naturalidad: todos hemos presenciado la reacción violenta del niño que arrebata a otro un juguete, o las lágrimas de la niña ante el regalo que su hermana acaba de recibir.

¿Por qué el bien del otro me produce tristeza? La respuesta no está en el bien en sí, sino en mi modo de percibirlo o de juzgarlo: es algo de lo que carezco y que, en el fondo, no acepto. La no aceptación de mi carencia me lleva a mirar ese bien ajeno con retorcimiento, que se traduce en inconformidad con quien lo posee. Si yo aceptara con paz mis limitaciones y estuviera identificado con lo que soy y tengo, el bien de los demás no me inquietaría, más aún, me alegraría. Y en este caso, al alegrarme de los méritos de los demás, estaría actuando conforme al querer de Dios (96).

Por tanto, el origen de la envidia radica en el egocentrismo, que toma cuerpo en forma de comparación(97). El propio sujeto se convierte en el término de referencia de los valores que descubre en los demás y, en lugar de mirarlos objetivamente, como cualidades que los harían dignos de admiración, los contempla en función de sí mismo y de manera negativa, como algo de lo que carece. Esta desviación en él enfoque, provocada por la comparación, produce tristeza por su efecto egocéntrico —la alegría depende de nuestra capacidad de salir de nosotros mismos— y porque concentra la atención en lo negativo: la carencia personal de esos valores. Si fuéramos capaces de descubrir lo bueno que hay en los demás, sin compararnos y con una disposición generosa, abierta al bien del prójimo, no habría reacciones de envidia.


Un defecto en el modo de mirar

La envidia, como se ve, adolece de un defecto en el modo de mirar el bien de los otros. El mismo origen etimológico de la palabra hace referencia a esta manera equivocada de orientar la mirada: procede del latín invidia, que significa mirar con malos ojos, esto es, con mirada retorcida que interpreta negativamente lo positivo por excelencia: el bien. Y este mirar torcidamente el bien de los demás puede consistir también en mirarlo más de la cuenta, lo cual provoca, por añadidura, un entorpecimiento para valorar el bien propio. Séneca decía que «quien mira demasiado las cosas ajenas no goza con las propias». En cambio, quien sabe con-formarse con lo que tiene o, mejor aún, agradecerlo, puede disfrutarlo sin que el bien de los otros le perturbe.

Si damos un paso más y nos preguntamos por qué el envidioso se siente afectado negativamente al descubrir el bien ajeno, la respuesta la encontramos en la última parte de lo que Tomás de Aquino afirma: porque mira ese bien como un factor que disminuye su propia excelencia o felicidad. Esto lo entiende fácilmente quien vive comparándose con los demás y de alguna manera cifra su valía personal en salir favorecido de esas comparaciones. Si yo valgo porque soy mejor que el otro, porque tengo más cosas que él o porque lo supero en uno u otro aspecto, entonces dejaré de valer en cuanto me vea superado. Cada elemento positivo que surja en el otro me disminuirá y, en consecuencia, me entristecerá.


Manifestaciones de envidia

Aunque cueste mucho reconocerse envidioso e incluso se intente disimularlo, hay algunas manifestaciones que revelan la envidia a quien es buen observador. Todas ellas pretenden reducir de alguna manera el bien ajeno, para compensar el efecto peyorativo que provoca en el que envidia. Tal vez la más evidente sea la crítica negativa, que pretende subrayar deficiencias que quitan valor al envidiado. También la difamación, que consiste en propagar hechos peyorativos que disminuyen la fama de la otra persona- De manera más sutil, el silencio o la aparente indiferencia ante los méritos de los demás pueden revelar una envidia que se intenta ocultar. O una especie de resistencia o bloqueo que impide contemplar con apertura y visión positiva lo que los demás hacen, sus logros, su valía personal, puede Ser también una manifestación sutil de este problema. Otros recursos, como la burla o la ironía ante las cualidades o los buenos resultados del otro, frecuentemente llevan la intención de relativizar sus méritos y quitarles brillo, por la envidia que producen. Al envidioso le cuesta elogiar y, cuando no le queda más remedio que hacerlo por la evidencia de los hechos, se siente obligado a añadir un complemento reductivo al elogio: fulano es muy inteligente, pero no muy culto; mengano tiene mucho prestigio profesional, pero es egoísta; y así sucesivamente. O, en el mejor de los casos, dirá: hay que reconocer que es un buen arquitecto o un médico competente, si no hay más salida que aceptarlo.

La envidia suele tener también manifestaciones corporales. Como el ser humano forma una unidad, no sólo lo físico repercute en lo psíquico —como la salud en el estado de ánimo—, sino también a la inversa: las emociones pueden producir efectos fisiológicos. Y así como la vergüenza ruboriza el rostro, el sentimiento de envidia parece generar una reducción de la circulación sanguínea, que se refleja en 1a palidez de la cara. Por eso se habla de la pálida envidia o de la envidia lívida.

Quevedo decía que «la envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come». Hay, finalmente, una versión peculiar de la envidia, que manifiesta con mucha evidencia su malicia y consiste en alegrarse con el mal ajeno, disfrutando pausadamente cada una de las desgracias que ocurren al otro.


Especial inclinación a la envidia

Aunque cualquier persona pueda sentir envidia, hay quienes poseen una especial propensión. Tomas de Aquino dice que suelen ser envidiosos los ambiciosos de honor, los pusilánimes y los viejos98. Dejando de lado a estos últimos, cuya inclinación a la envidia puede originarse en la falta de aceptación ante las limitaciones impuestas por la edad, veamos los otros dos casos. El pusilánime, de ánimo pequeño, suele padecer un sentimiento de inferioridad que le lleva a sentirse agredido por todo lo que le resulta superior y, en esa medida, se considera disminuido. Ese sentimiento suele vincularse a la inseguridad provocada por diversos factores, entre ellos: los fracasos no resueltos interiormente, la falta de resultados en el cumplimiento de las obligaciones o en las metas propuestas, algún defecto físico no asimilado, etcétera.

La solución en este punto está, por una parte, en aceptar las propias limitaciones y, por la otra, en hacerse consciente de los propios valores y capacidades, que suelen ser más de los que se admiten, para empeñarse en sacarles el máximo partido, en función del desarrollo personal y del servicio a los demás.

El ambicioso de honor también está especialmente expuesto a la envidia por su egocentrismo y su vanidad. Posee un afán desordenado por destacar en todo y no soporta que alguien lo supere. Cuando esto ocurre, siente que le usurpan un derecho que considera exclusivo, y la reacción de envidia no se hace esperar. El efecto final es la tristeza, que puede convertirse en frustración o incluso en resentimiento acompañado de una reacción violenta de venganza.


Naturaleza de la envidia

De acuerdo a la estructura y constitución de la persona humana, cabe distinguir en la envidia varias dimensiones. En primer lugar, es un sentimiento, una pasión, como lo advierte García Hoz: "En el panorama psicológico ocupa la envidia un lugar entre los sentimientos superiores (...); es una tendencia de aversión contra el que, por el mero hecho de su superioridad nos afecta desagradablemente; es fundamental esta conciencia de la propia inferioridad (99).

La pasión de la envidia puede traspasar el nivel racional de la persona, haciéndole perder el dominio de sí misma, y conducirle a reacciones violentas y descontroladas, como se ve en diversos pasajes de la Sagrada Escritura: por envidia, Caín mató a su hermano Abel (100), Esaú aborreció a Jacob (101), José fue vendido por sus hermanos (102) Saúl intentó asesinar a David, (103)Jesús fue condenado a muerte (104).

La envidia es también un acto de la voluntad, dotado - por ser voluntario- de libertad y, como va en contra del orden establecido por Dios, "la envidia es un pecado capital. Manifiesta la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea en forma indebida (105). Desde el punto de vista moral, hay que diferenciar entre un acto libre de la voluntad y el mero sentimiento como tendencia emocional. Esto último, si no se consiente —si la voluntad lo rechaza y procura contrarrestar la mala inclinación (106)— no es pecado. Finalmente, cuando los actos libres se repiten en sucesivas ocasiones, suelen dar origen a hábitos que, si son malos, se denominan vicios. Así, la envidia se convierte en vicio si el acto se reitera una y otra vez. Cuando al vicio se une la pasión, las consecuencias pueden ser imprevisibles. "La envidia es a la vez un vicio y una pasión; el primero se contrapone a la virtud y el segundo recae sobre el plano afectivo, pero como algo que embarga tanto, que tiene tanta fuerza por su contenido, que siendo algo emocional es capaz de traspasar el nivel intelectual y provocar en éste una ceguera de sus facultades (107). Por tanto, la envidia no sólo va contra la felicidad del envidioso que la padece, sino en algunos casos también contra los envidiados.

La emulación es la otra cara de la envidia y, si cabe, su vertiente positiva. Emular es imitar, con competitividad sana, triunfos y ejemplos positivos observados en otras personas. Responde a un sentimiento noble y auténtico de superación. No va en contra de la felicidad. Por eso, en el lenguaje coloquial se le suele llamar envidia sana o envidia buena: lleva a la propia persona, gracias a un esfuerzo de su voluntad —estimulada por el triunfo ajeno—, a empresas humanas de altura. En el orden sobrenatural, cabe incluso hablar de santa envidia (108).


Soluciones a la envidia

Después de ver con tanta claridad la gravedad de la envidia — "no hay nada más implacable y cruel que la envidia (109), decía Schopenhauer — y el serio obstáculo que supone para la felicidad, ¿qué medios pueden ayudar a superarla? La solución estará en todo aquello que favorezca la capacidad de «alegrarse del bien ajeno», que es precisamente lo contrario a la envidia.

Las disposiciones adecuadas serían las siguientes:

1) Aceptarse a sí mismo, incluyendo defectos y cualidades, para aceptar a los demás con sus valores y sus logros.
2) No compararse egocéntricamente con los demás, ni hacer depender de ellos el juicio sobre sí; compararse, en cambio, positivamente, con la intención de superarse (emulación).
3) Cultivar el olvido propio y el servicio al prójimo, para ganar en humildad y valorar a quienes nos rodean.
4) Fomentar la magnanimidad, la grandeza de espíritu, para erradicar todo sentimiento de inferioridad.
5) Amar a los demás, de manera que su progreso, sus cualidades y sus éxitos sean vistos como un motivo de alegría propio.
6) Saberse amado por Dios, teniendo en cuenta que la persona humana es "la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma (110)


Referencia:

Resentimiento al perdón Una puerta a la felicidad:
Tema 3 libro Pag 37 38 39 40 y 41 42,43,44,45,46,47, 48, 49, 50,51,52,53, 54, 55,56

escrito por Francisco Ugarte Corcuera
(fuente: catholic.net)

El Papa en la audiencia: "En la oración sentir a Dios como la caricia que nos tiene en vida"

Francisco invitó también a leer diariamente alguna frase del Evangelio y a meditarlo en familia rezando unos por otros. Francisco indica que un corazón lleno de amor a Dios sabe transformar en oración un pensamiento sin palabras

En la audiencia de este miércoles 26 de agosto el papa Francisco invitó a reflexionar sobre la oración en familia. Recordó que el espíritu de la oración se fundamenta en el gran mandamiento: «amaras al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas» y que la oración se alimenta del afecto por Dios. Al punto que un corazón lleno de amor a Dios sabe transformar en oración un pensamiento sin palabras, una invocación delante de una imagen sagrada, o un beso hacia la iglesia.

A pesar de lo complicado que es el tiempo en la familia, siempre ocupado, con mil cosas que hacer, precisó que la oración nos permite encontrar la paz para las cosas necesarias, y descubrir el gozo de los dones inesperados del Señor, la belleza de la fiesta y la serenidad del trabajo.


Texto completo de la catequesis del Papa del 26 de agosto de 2015

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Después de haber reflexionado sobre cómo la familia vive los tiempos de la fiesta y del trabajo, consideramos ahora el tiempo de la oración. La queja más frecuente de los cristianos tiene que ver precisamente con el tiempo: “Debería rezar más…; quisiera hacerlo, pero a menudo me falta tiempo”. Escuchamos esto continuamente. El disgusto es sincero, ciertamente, porque el corazón humano busca siempre la oración, incluso sin saberlo; y no tiene paz si no la encuentra. Pero para que se encuentren, es necesario cultivar en el corazón un amor “cálido” por Dios, un amor afectivo.

Podemos hacernos una pregunta muy simple. Está bien creer en Dios con todo el corazón, está bien esperar que nos ayude en las dificultades, está bien sentir el deber de agradecerle. Todo bien. Pero, ¿queremos también un poco al Señor? ¿El pensamiento de Dios nos conmueve, nos asombra, nos enternece?

Pensemos a la formulación del gran mandamiento, que sostiene a todos los demás: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu”. La fórmula usa el lenguaje intenso del amor, derramándolo sobre Dios. Entonces, el espíritu de oración vive principalmente aquí. Y si vive aquí, vive todo el tiempo y no se va nunca. ¿Podemos pensar en Dios como la caricia que nos mantiene con vida, antes de la cual no hay nada? ¿Una caricia de la cual nada, ni siguiera la muerte, nos puede separar? ¿O lo pensamos solo como el gran Ser, el Todopoderoso que ha creado todas las cosas, el Juez que controla cada acción? Todo es verdad, naturalmente. Pero solo cuando Dios es el afecto de todos nuestros afectos, el significado de estas palabras se hace pleno. Entonces nos sentimos felices, y también un poco confundidos, porque Él piensa en nosotros ¡y sobretodo nos ama! ¿No es impresionante esto? ¿No es impresionante que Dios nos acaricie con amor de padre? Es muy hermoso, muy hermoso. Podía simplemente darse a conocer como el Ser supremo, dar sus mandamientos y esperar los resultados. En cambio Dios ha hecho y hace infinitamente más que eso. Nos acompaña en el camino de la vida, nos protege, nos ama.

Si el afecto por Dios no enciende el fuego, el espíritu de la oración no calienta el tiempo. Podemos también multiplicar nuestras palabras, “como hacen los paganos”, decía Jesús; o también mostrar nuestros ritos, “como hacen los fariseos”. Un corazón habitado por el amor a Dios convierte en oración incluso un pensamiento sin palabras, o una invocación delante de una imagen sagrada, o un beso enviado hacia la iglesia.

Es hermoso cuando las madres enseñan a los hijos pequeños a mandar un beso a Jesús o a la Virgen. ¡Cuánta ternura hay en eso! En aquel momento el corazón de los niños se transforma en lugar de oración. Y es un don del Espíritu Santo. ¡No olvidemos nunca pedir este don para cada uno de nosotros! El Espíritu de Dios tiene su modo especial de decir en nuestros corazones “Abbà”, “Padre”, nos enseña a decir padre precisamente como lo decía Jesús, un modo que no podremos nunca encontrar solos. Este don del Espíritu es en familia donde se aprende a pedirlo y a apreciarlo. Si lo aprendes con la misma espontaneidad con la que aprendes a decir “papá” y “mamá”, lo has aprendido para siempre. Cuando esto sucede, el tiempo de la entera vida familiar viene envuelto en el vientre del amor de Dios, y busca espontáneamente el tiempo de la oración.

El tiempo de la familia, lo sabemos bien, es un tiempo complicado y concurrido, ocupado y preocupado. Siempre es poco, no basta nunca. Siempre hay tantas cosas que hacer. Quien tiene una familia aprende pronto a resolver una ecuación que ni siquiera los grandes matemáticos saben resolver: ¡dentro de las veinticuatro horas consigue que haya el doble! Es así ¿eh? ¡Existen mamás y papás que podrían ganar el Nobel por esto! ¿eh? ¡De 24 horas hacen 48! No sé cómo lo hacen, pero se mueven y hacen. Hay tanto trabajo en la familia.

El espíritu de la oración restituye el tiempo a Dios, sale de la obsesión de una vida a la que le falta siempre el tiempo, reencuentra la paz de las cosas necesarias y descubre la alegría de los dones inesperados. Unas buenas guías para esto son las dos hermanas Marta y María, de quienes habla el Evangelio que hemos escuchado; ellas aprendieron de Dios la armonía de los ritmos familiares: la belleza de la fiesta, la serenidad del trabajo, el espíritu de oración. La visita de Jesús, a quien querían mucho, era su fiesta. Un día, sin embargo, Marta aprendió que el trabajo de la hospitalidad, si bien es importante, no lo es todo, sino que escuchar al Señor, como hacía María, era la cosa verdaderamente esencial, la “parte mejor” del tiempo. Que la oración brote de la escucha de Jesús, de la lectura del Evangelio, no olviden... cada día leer un pasaje del Evangelio. La oración brote de la confianza con la Palabra de Dios. ¿Hay esta confianza en nuestra familia? ¿Tenemos en casa el Evangelio? ¿Lo abrimos alguna vez para leerlo juntos? ¿Lo meditamos rezando el Rosario? El Evangelio leído y meditado en familia es como un pan bueno que nutre el corazón de todos. Y por la mañana y por la noche, y cuando nos sentamos en la mesa, aprendamos a decir juntos una oración, con mucha sencillez: es Jesús el que viene entre nosotros, como iba en la familia de Marta, María y Lázaro. Una cosa que tengo en el corazón, que he visto en las ciudades... ¡Hay niños que no han aprendido a hacer la señal de la cruz! Tú, mamá, papá, enseña al niño a rezar, a hacer la señal de la cruz. Esta es una tarea hermosa de las mamás y de los papás.

En la oración de la familia, en sus momentos fuertes y en sus pasos difíciles, somos confiados los unos a los otros, para que cada uno de nosotros en la familia sea custodiado por el amor de Dios. Gracias.

(Texto traducido y transcrito del audio por ZENIT)
(26 de agosto de 2015) © Innovative Media Inc.
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