Lectura del santo Evangelio según San Juan
(Jn 6, 51-58)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: "Yo soy el pan vivo, que ha bajado del cielo; el que coma de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne, para que el mundo tenga vida". Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí: "¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?" Jesús les dijo: "Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan vivirá para siempre" .
Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús.
Comentario a la liturgia dominical
Domingo 20 del Tiempo Ordinario Ciclo B Textos: Pro 9, 1-6; Ef 5, 15-20; Jn 6, 51-58
Brasilia, 11 de agosto de 2015 (ZENIT.org)
Idea principal: La Eucaristía es banquete celestial donde Cristo nos une a Él en la comunión.
Síntesis del mensaje: Vimos en los domingos pasados algunas dimensiones de la Eucaristía: la Eucaristía como sacrificio, como presencia real de Cristo y como prenda de inmortalidad. Hoy la liturgia nos propone otra dimensión: la Eucaristía como banquete y alimento que nos une a Cristo en la comunión (1ª lectura y evangelio). Y los términos que san Juan emplea y repite son de un realismo que no cabe duda alguna: no es cualquier comida, sino comida celestial. A esta comida son invitados todos sin excepción, como dice san Francisco de Sales: “los perfectos para no decaer; los imperfectos, para que aspiren a la perfección; los fuertes para no enflaquecer; los débiles para robustecerse; los enfermos para sanar; los sanos para no enfermar” (Introducción a la vida devota, II, 21). Lógicamente, con las debidas disposiciones interiores.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, valoremos este aspecto de la Eucaristía como banquete que nos une a Cristo. Banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y Sangre del Señor. Mediante la comunión, Cristo entra en común unión íntima con nosotros. Nos hace partícipes de su vida divina. Somos contemporáneos de la Última Cena. Conserva, aumenta y renueva la vida de gracia recibida en el bautismo. Nos separa del pecado. Borra los pecados veniales. Nos preserva de los pecados mortales futuros. Y nos da la prenda de la gloria futura, como ya vimos. La aspiración a la comunión con Dios está presente en todas las religiones. De ahí, los sacrificios y comidas sagradas en las que se considera que Dios comparte algo con el hombre. Esos sacrificios del Antiguo Testamente preparan ya ese deseo del hombre de entrar en comunión con Dios. Fue Cristo quien llenó ese deseo del hombre. Con su Encarnación, Cristo compartió nuestra naturaleza humana para hacernos partícipes de su naturaleza divina. Fue en la Eucaristía donde Dios concretó e hizo realidad este deseo del hombre. De una manera plástica san Juan Crisóstomo dice: “Tenemos que beber el cáliz como si pusiésemos los labios en el costado abierto de Cristo”.
En segundo lugar, ¿qué efectos produce, pues, esta comunión del Cuerpo y Sangre de Cristo en nosotros? Efecto cristológico: nos incorpora a Cristo, aumentando la gracia y concediéndonos el perdón de los pecados veniales. Efecto eclesiológico: nos une a la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, pues la Eucaristía simboliza la unidad de la Iglesia; es más, construye y edifica a la Iglesia como nos dijo san Agustín y nos lo recordó san Juan Pablo II en su encíclica sobre la Eucaristía. Efecto escatológico: la Eucaristía es banquete del Reino, inaugurado por Cristo y que se consumará de forma definitiva en el cielo. La Eucaristía es figura del banquete celestial. La Eucaristía anticipa el gozo del banquete futuro. La comunión es el germen y remedio de inmortalidad, como nos dijo san Ignacio de Antioquía.
Finalmente, ahora bien, para entrar en este banquete se necesitan unas condiciones. Primero, fe, pues la Eucaristía es un misterio de fe. Vemos, saboreamos y tocamos pan; pero ya no es pan, sino el Cuerpo Sacratísimo de Cristo y la Sangre bendita de Cristo. “No te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con fe las palabras del Señor, porque Él, que es la Verdad, no miente” (Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica III, 75, 1). Segundo, humildad, para reconocernos hambrientos y necesitados de ese Pan de vida eterna. Quien está ahíto y lleno de los manjares terrenos, difícilmente tendrá hambre de este manjar celestial. Tercero, con el alma limpia de pecado grave. El alma en gracia es el traje de fiesta que pedía Jesús (cf. Mt 22, 11). San Juan Crisóstomo dice: “Si te acercas bien purificado, recibes gran beneficio; si te acercas manchado de culpa, te haces acreedor a la pena y al castigo eterno. Porque con tus culpas le vuelves a crucificar” (Homilía evangelio de san Juan, 45). Junto a estas disposiciones interiores están las disposiciones externas: ayuno, es decir, no comer nada una hora antes de comulgar; el modo digno de vestir y las posturas respetuosas. El cura de Ars decía: “Debemos presentarnos con vestidos decentes; no pretendo que sean trajes ni adornos ricos, mas tampoco deben ser descuidados y estropeados…Habéis de venir bien peinados, con el rostro y las manos limpias” (Sermón sobre la comunión).
Para reflexionar: ¿Me acerco a la santa misa y a la santa comunión con el alma en gracia? ¿Tengo hambre de Cristo Eucaristía o puedo pasarme meses y meses sin comulgar? En el caso de que no pueda comulgar sacramentalmente, ¿he aprendido a hacer ya una comunión espiritual?
Para rezar: Gracias, Señor, porque en la Última Cena partiste tu pan y vino –ya consagrados en tu Cuerpo y Sangre- en infinitos trozos, para saciar nuestra hambre y nuestra sed...Gracias, Señor, porque en el pan y el vino consagrados nos entregas tu vida y nos llenas de tu presencia. Gracias, Señor, porque nos amaste hasta el final, hasta el extremo que se puede amar: morir por otro, dar la vida por otro. Gracias, Señor, porque quisiste celebrar tu entrega, en torno a una mesa con tus amigos, para que fuesen una comunidad de amor. Gracias, Señor, porque en la Eucaristía nos haces UNO contigo, nos unes a tu vida, en la medida en que estamos dispuestos a entregar la nuestra... Gracias, Señor, porque todo el día puede ser una preparación para celebrar y compartir la Eucaristía... Gracias, Señor, porque todos los días puedo volver a empezar..., y continuar mi camino de fraternidad con mis hermanos, y mi camino de transformación en ti.
escrito por P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil).
(11 de agosto de 2015) © Innovative Media Inc.
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