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sábado, 31 de diciembre de 2011

Oración por la Paz

Señor Jesús, tú eres nuestra paz, mira nuestra patria dañada por la violencia y dispersa por el miedo y la inseguridad.

Consuela el dolor de quienes sufren.
Da acierto a las decisiones de quienes nos gobiernan.

Toca el corazón de quienes olvidan que somos hermanos y provocan sufrimiento y muerte.

Dales el don de la conversión.

Protege a las familias, a nuestros niños, adolescentes y jóvenes, a nuestros pueblos y comunidades.

Que como discípulos misioneros tuyos, ciudadanos responsables, sepamos ser promotores de justicia y de paz, para que en ti, nuestro pueblo tenga vida digna.

María, Reina de la paz, ruega por nosotros.
Amén.

viernes, 30 de diciembre de 2011

Confesarse

La Iglesia nos recuerda la importancia y la necesidad de acudir al sacramento de la Confesión, especialmente en estas fechas previas a la Semana Santa. Sin embargo, parece evidente que la práctica de este sacramento -conocido indistintamente como sacramento de la Penitencia, de la Reconciliación, del Perdón o simplemente, de la Confesión- sufre una notable crisis. Por ello, es necesario que recuperemos este tesoro de gracia, expresado en el mismo Credo: “Creo en el perdón de los pecados”. 
            
1º.- De la pereza a las dudas: Una buena parte de los fieles que se han alejado de este sacramento, no lo han hecho por un rechazo a la fe católica, sino simplemente arrastrados por el mal de la pereza y por la ley del mínimo esfuerzo. Es indudable que el sacramento de la Penitencia requiere un esfuerzo notable, y que a algunas personas les puede exigir altas dosis de vencimiento propio.
Pero claro, quien cede a la pereza, tarde o temprano, se hace vulnerable a las dudas de fe: se empieza por entonar el célebre "yo me confieso con Dios", dejando en el olvido la afirmación bíblica de que «Dios confió a los apóstoles el ministerio de la reconciliación» (2 Cor 5,18), para terminar por decir aquello de "yo no hago mal a nadie… no tengo pecados", contradiciendo las palabras de Cristo: «El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra» (Jn 8,7).

 2º.- Sensibilidad moderna: Más allá de la pereza, algunos piensan que la sensibilidad moderna chirría ante la confesión de los pecados a un ministro mediador. Sin embargo, deberíamos atrevernos a cuestionar el presupuesto de partida: ¿es cierto que la sensibilidad moderna es reacia a la confesión particular de los pecados? Hay a nuestro alrededor muchos síntomas que invitan a cuestionarlo. No me refiero únicamente al aumento de pacientes en las consultas de los psicólogos, inversamente proporcional al descenso de la confesión. Ahí tenemos también la proliferación de los "reality shows" radiofónicos y televisivos, en los que los "penitentes" reconocen ante millones de espectadores sus "pecados" con sus rostros distorsionados por el zoom televisivo, como si de una discreta rejilla de confesionario se tratase.

  3º.- Abusos en las celebraciones comunitarias: Por los motivos aducidos, tanto los fieles como los sacerdotes, podemos tener la tentación de cometer o de permitir determinadas infidelidades en la disciplina de este sacramento. Por ejemplo, ¿qué sentido tiene una celebración comunitaria de la Penitencia, en la que los fieles se limitan a confesar de forma genérica “soy pecador”, o “perdón, Señor”, sin necesidad de concretar sus propios pecados?
            La declaración de los pecados personales ante el sacerdote, es una parte esencial del sacramento de la Reconciliación. Baste entender las siguientes palabras del Evangelio de San Juan: «A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20, 23). Es decir, el sacerdote que administra este sacramento, no puede ni debe hacerlo de una forma automática, ya que su tarea consiste en discernir si existe el debido arrepentimiento en el penitente, intentando suscitar en él una verdadera contrición, de forma que así puedan darse las condiciones para “perdonar” los pecados en nombre de Cristo, o “retenerlos”, en su caso. Lógicamente, para poder realizar ese discernimiento, es necesaria la manifestación de las faltas al confesor.

            4º.- Confesiones rutinarias y desesperanza: Una celebración correcta del sacramento de la Penitencia no depende exclusivamente de la manifestación íntegra de nuestros pecados. Quienes nos confesamos con frecuencia, debemos tener en cuenta que existe el peligro de caer en la rutina y en la superficialidad. Los penitentes hemos de procurar con responsabilidad, que nuestra confesión sea un encuentro personal con Jesucristo, quien nos consuela en nuestras debilidades, al mismo tiempo que fortalece nuestra esperanza en el inicio de una vida nueva.
            Los penitentes habituales podemos ser tentados también por el cansancio y hasta por la desesperanza, cuando a veces no percibimos un avance en la reforma de nuestra vida moral. Nos puede dar la sensación de que siempre caemos en los mismos pecados y de que estamos encadenados en una espiral de caídas y peticiones de perdón, sin progresos constatables. Sin embargo, la única manera de permanecer fieles a la llamada a la conversión, es continuar fieles en el camino penitencial, “sin perder la paz, pero sin hacer las paces”. Es decir, sin perder la paz interior, por que no avanzamos como sería nuestra deseo; al mismo tiempo que nos resistimos a pactar con nuestro pecado, sin rebajar el ideal de la santidad al que estamos llamados. Decía un autor espiritual que el cristianismo no es tanto de los perfectos, como de aquellos que no se cansan nunca de estar empezando siempre.
            Los cristianos que nos acercamos a recibir el perdón en estos días, estamos llamados a ser testigos de la Misericordia de Dios. La alegría del perdón es el mejor testimonio de fe y de esperanza ante nuestros hermanos. De forma similar a como San Agustín escribió un libro autobiográfico con el título de “Confesiones”, en el que cuenta la conversión de su vida pecadora, para proclamar ante el mundo la bondad de Dios; así también nosotros, al “confesar” nuestros pecados, “confesamos” el Amor de Dios.

(fuente: www.enticonfio.org)

jueves, 29 de diciembre de 2011

Cada nuevo día...

Cada nuevo día
es una página en blanco en el diario de tu vida.
La lapicera está en tus manos,
pero no todos los renglones serán escritos como deseas:
Algunos provendrán del mundo
y de las circunstancias que te rodean.
Pero, por la gran cantidad de cosas que están bajo tu control,
es preciso que sepas algo en especial.
El secreto de la vida radica
en hacer tu historia la más bella posible.
Escribe el diario de tu vida
y llena las páginas con palabras nacidas del corazón.
A medida que las páginas te lleven adelante,
descubrirás senderos que agregarán penas y alegrías,
pero si puedes hacer estas cosas,
siempre habrá esperanzas en el mañana.

(fuente: www.motivaciones.org)

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Acerca de los SANTOS INOCENTES

Recordemos aquel trozo de pequeña historia política: ante el Rey Herodes aparecieron un día tres sabios, preguntándole, incautos como buenos sabios, dónde estaba el rey que acababa de nacer. Herodes, disimulando el terror para utilizarles a ellos mismos como manera de cortar el peligro, convocó doctores que le dijesen dónde anunciaban las profecías el nacimiento del futuro rey redentor—"liberador", diríamos modernamente—, y se dispuso a luchar con los presagios y con los profetas. Aquellos sabios, sin infundir sospechas por su misma buena fe, le servirían para descubrir el escondrijo del niño. Pero—ya lo recordáis—los sabios, avisados en sueños, volvieron por otros caminos hacia su patria. Y Herodes contó los días, nervioso, irritado consigo mismo por su estupidez. Al fin se decidió a explorar, y se convenció de la decepción: se habían ido. Su remedio fue frío, feroz, burocrático, con estilo del siglo xx: calculó los tiempos, la tardanza del viaje de los Magos, la ida a Belén. Ia espera; añadió un "margen de seguridad", redondeó; salían dos años.

Entonces decretó: que murieran todos los niños de esa comarca nacidos en los últimos dos años. Fue como una leva militar, dos "reemplazos" de niños para morir, arrancados a sus madres; algunos ya andando, diciendo sus primeras palabras balbucidas: otros muertos sobre los pechos maternos. Que dentro de unos años se notara un extraño fenómeno —un vacio de edad entre los mozos, menos brazos para la siega, una escasez de novios para las muchachas—, esto era un detalle administrativo sin importancia. Lo que importaba era durar en el mando, no ser depuesto del trono. Todavia, tiempo después, algún espia herodiano recorreria la región sonsacando, preguntando por los niños, preguntando si alguien confiaba en un futuro rey, si tal vez, ahora mismo... Pero habia un vacio tranquilizador. El baño de sangre parecía haber borrado el peligro.

Esos son los Santos Inocentes, los mártires sin culpa. Pero—nos dice nuestro instinto respondón—también sin mérito. Tendemos a pensar que la bienaventuranza es sólo el pago debido a trabajos y sufrimientos conscientes y voluntarios, y que el niño pequeño todavía no es quién para la gloria. "Angelitos al cielo", decimos como fórmula hueca de consuelo, pero nos resistimos a pensar que allí sean, no cabecitas tontas con alas, no juegos inconscientes, sino personas enteras, que acaso gozarán de Dios mejor que muchos sabios y muchos grandes hombres. Pero ¿es que cuenta tanto la diferencia del crecer, si no es a los tristes efectos de ser más responsables de nuestras maldades? "El que no se haga semejante a uno de estos pequeñuelos no entrará en el reino de los cielos." ¿Acaso hemos ido mucho más allá del niño en comprender a Dios, en saber por qué hacemos lo que hacemos en la vida? A veces es al contrario; hemos enredado, con nuestro orgullo de creer que sabemos explicarlo todo, la clara simplicidad del mundo que teníamos al llegar, donde todo era tan natural y tan enterizo, risa y miedo, cariño y horror, y el sentir que dependemos de algo, al fondo de la vida, nunca bien visible.

El niño tiene también su manera de gloria. San Pablo dice que hay diferencias entre la gloria de las almas como entre la luz de las estrellas: y acaso podemos entender que no sólo es que haya más o menos luz, sino que la luz es diversa, pura y quieta en alguna estrella pequeña: parpadeante y de colores en alguna estrella grande y agitada. El niño todavía está hecho, sin más, para la gloria, sin tener que curarse del arrastre vivido para brillar en luz: su gloria no tendrá ciertas profundidades—ciertos "gozos accidentales", diría la teología—del alma que llega de un largo viaje dolorido, pero será también gloria total, "de mayor". El niño crecerá para Dios en su madurez eterna. Y es que nuestros "méritos"—esa palabra que deberia hacernos ruborizar cada vez que la usamos—valen porque sirven para que Cristo nos dé los suyos. Como los jornaleros del Evangelio, acaso nos irrita pensar que lo que se nos dará tras de tanto peligro y esfuerzo, ya lo tienen unos niñitos que ni siquiera pudieron ser tentados y que apenas tuvieron tiempo de ser buenos y malos. Otra vez Cristo responde "Y a ti qué te importa? ¿No es acaso un enorme regalo el que os hago a todos, en cuanto no os negáis a ello? ¿Por qué no iban a tener los pequeños esa suerte? ¿Creéis que vais a tocar a menos? Tal vez os molesta ya la compañía de los niños en la tierra, porque os señala la vaciedad de lo que creéis vuestros "méritos" de mayores, y porque os desconciertan con sus grandes preguntas, que vosotros empequeñecéis y contestáis con una bobada superficial. Y os desazona pensar que la gloria no es simplemente un asunto de los de "personas mayores", como vuestros oficios, vuestras visitas y vuestras costumbres; que es algo tan arrollador y abierto que seguramente los niños, como en el campo, pueden estar más a gusto allí que vosotros, Pero así hay que hacerse todos: puros e infatigables, como niños jugando, para disfrutar del gran recreo definitivo.

Pero el niño—lo sabemos—, si no se le aplica la redención de Cristo, queda al margen, sin pena ni gloria; no hereda la condena adánica, pero tampoco se puede agarrar a la mano que abre la gloria. Es el caso del niño sin bautizar. Pero, así como hay un "bautismo de sangre", aun sin agua sacramental, para los hombres que reciban la muerte por amor de Dios, también lo puede haber para los niños. Ya sabemos que no hace falta que el niño crezca y diga su voluntad para ser llevado a la pila por el bautismo y entrar en la Iglesia de Cristo; así, tampoco hizo falta que crecieran para que el bautismo de muerte, recibido en ignorancia, les hiciera cristianos en el último momento. Asi entraron en tropel a la gloria para jugar, atónitos, con Dios.

Desde ellos, casi continuamente, de vez en cuando, la historia ha dado "inocentes al cielo". Cada vez que en el mundo hay una guerra o una matanza por las cosas de Dios, hay mártires inconscientes, involuntarios, que mueren revestidos, sin saberlo, de la sangre de Cristo. Basta que no estén enemistados con Dios: un bombardeo, un fusilamiento en masa, convierte en héroes de gloria incluso a quienes, preguntados uno por uno, tal vez se hubiesen acobardado. Tienen derecho al titulo de compañeros de Cristo en su martirio, a través de los siglos, y no se les negará sólo porque ellos no lo hayan pedido. Ocurre lo mismo con la patria: tan héroe es el que dió su sangre acudiendo a alistarse voluntario como el que fue quizá de mala gana, porque tocaba su turnno. Sus nombres no se distinguen en las listas y las lápidas.

Hay aquí un profundo y olvidado consuelo. La historia camina sobre mieses de cadáveres que nos parecerían muertos en vano, a ciegas, como animales en cataclismo; pero de entre tanta carnicería a veces se elevan ejércitos enteros de almas santas, transfiguradas súbitamente de su mediocridad y de su olvido por el sagrado azar de que les tocó caer por causa de Cristo, como una de las infinitas pavesas que brotan del largo incendio traído por la palabra de Dios.

"De la boca de los que no saben hablar sacaste tu alabanza", dice el profeta Jeremías anunciando la gloria evangélica de los niños. Y nosotros hemos de inclinarnos sobre la matanza de los Santos Inocentes para meditar cómo ahí está la mejor gloria que el hombre da a Dios muriendo: todos sus trabajos, todas sus reflexiones y sus convicciones quedan como diminuto añadido al lado de la gran entrega de la vida, ni siquiera pensada, simplemente porque se estaba en las manos de Dios y al morir se ha caído en ese gran abismo de luz que todo lo transfigura. No es preciso que nos alcance la muerte violenta por la causa divina para morir por Dios, para que nuestra muerte se una a la de Cristo, elevándonos de la miseria en que pasamos los días: nos basta ser obscuros siervos, preparados y fieles, y que nuestra vida esté echada siempre ante Él, para que nuestra muerte, por plácida que sea, ocurra "en acto de servicio" y transfigure nuestro pasado vivir como en renovado bautismo sangriento.


escrito por José M. Valverde 
(fuente: www.mercaba.org)

martes, 27 de diciembre de 2011

El Papa aprueba milagro de religiosa argentina que permitirá su beatificación

El Papa Benedicto XVI autorizó al Cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos promulgar el decreto que reconoce el milagro atribuido a la intercesión de la Sierva de Dios María Crescencia Pérez, religiosa argentina de la Congregación de las Hijas de María Santísima del Huerto. El milagro reconocido se refiere a una joven víctima de hepatitis A fulminante, agravada por una diabetes infanto-juvenil, cuya posible y única solución podría haber sido un trasplante hepático que no se realizó. Invocada la intercesión de la Hermana Crescencia sobre una reliquia de la Sierva de Dios, a los cinco días el mal había desaparecido sin que mediara explicación científica.

En 1986 el entonces Obispo de San Nicolás de los Arroyos, Mons. Domingo Salvador Castagna, inició el proceso diocesano de beatificación de la Hermana María Crescencia Pérez. En 1989 se inició el proceso en Roma y tras el estudio de la vida y virtudes de María Crescencia, el Papa Juan Pablo II la declaró Venerable.

El ahora Obispo de San Nicolás de los Arroyos, Mons. Héctor S. Cardelli informó que "estamos a la espera de que el Santo Padre fije la fecha de beatificación de María Crescencia Pérez, se espera que esto ocurra pronto y se piensa que su beatificación se realizará en 2012 en Pergamino, donde vivió María Crescencia su infancia y adolescencia".


Su Vida

La Hermana María Crescencia Pérez (María Angélica), nació en San Martín, provincia de Buenos Aires, el 17 de agosto de 1897. Muy pronto se trasladó con su familia a la región de Pergamino, donde transcurrió su adolescencia en un clima de profunda fe religiosa, dedicándose a los estudios y al trabajo en los campos.

En 1915 ingresó en el Noviciado de las Hijas de María Santísima del Huerto en Buenos Aires y en 1918 emitió sus votos religiosos.

Los primeros años de su vida religiosa los dedicó a los niños como maestra de labores y como catequista, primero en la casa provincial y después en el colegio Nuestra Señora del Huerto de Buenos Aires.

En 1924 se dedicó con el mismo entusiasmo a los enfermos, especialmente a los niños tuberculosos en el Sanatorio Marítimo Solarium de Mar del Plata.

Luego se trasladó a Vallenar (Chile) donde algunas de sus Hermanas prestaban servicios en el hospital local.

Allí transcurrió el último período de su vida, dedicada totalmente al servicio de los enfermos. Murió a los 35 años el 20 de mayo de 1932. En 1966 su cuerpo fue encontrado incorrupto y actualmente se encuentra en la Capilla del Colegio del Huerto de Pergamino.

(fuente: www.aciprensa.com)

lunes, 26 de diciembre de 2011

Ven a mi lado y mira al recién nacido

Hijo, ven a mi lado y mira al recién nacido. Pasa adelante y ponte junto a mí y José. Disculpa la incomodidad y el olor de los animales; ya sabes la historia: cómo buscamos por todos sitios y no pudimos encontrar algo mejor en ese momento apresurado del Nacimiento de Jesús. Pero así lo quería Dios; así que, ven, acércate y ponte aquí, junto a mí. ¿Lo ves bien desde ahí? Míralo, es el pequeño Jesús reclinado en ese duro e incómodo pesebre...

Yo quería para El un lugar cómodo, pero El no quería eso para Sí, por lo que nunca en la vida exigí comodidad para mí. Yo hubiera preferido ahorrarle tantos sufrimientos, pero El no quería una vida fácil, por lo que yo tampoco la pedí para mí, así que ¡imagina la angustia de mi corazón porque mi Hijo ansiaba morir crucificado para salvarte a ti! Era una terrible espada que atravesó mi alma. No, ser la Madre de Dios -porque Dios así lo quiso para mí- no fue fácil entonces ni lo es ahora que velo por ti y todos mis hijos en el mundo, llamándote, cuidándote del pecado y del Maligno y apareciéndome en diversos lugares para recordarte que Dios existe, que Jesús es Dios, que El te ama y por esa misma razón Se hizo hombre, para redimirte.

Ven, hijo e hija de mi corazón, y no pongas atención al frío intenso de la noche y la falta de visitantes y consideraciones que hubo para nosotros. No me preguntes por qué el Señor de señores, Dios y Creador del universo quiso nacer y vivir y morir pobre y humilde, siendo El la Riqueza misma, habiendo podido vivir adorado y servido por todas Sus criaturas, como realmente Se Lo merece. La profundidad del corazón amoroso de Dios es inalcanzable...

Este es mi mensaje para ti para esta Navidad, hijo e hija queridos. Haz un espacio para Jesús en tu corazón y saca de ahí todo lo que Le estorba a El. Hazle un pesebre en ti e invítame a que llegue con San José para llevarte en brazos a mi Hijo. Aunque El sea pequeño aún, es mejor así, hijo mío, hija mía, porque así podrá ir creciendo poco a poco en ti, ajustándote a tu velocidad de entrega y a tus limitaciones para una mayor conversión y deseo de santidad en tu vida. Hijo mío, hija mía, que tengas una Navidad feliz, con el amor y paz de Jesús en medio de tu vida y tu familia.

Con mi amor de Madre para ti, María, tu Madre del Cielo, que está siempre contigo.

domingo, 25 de diciembre de 2011

"¡Les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor!"

Lectura del San Evangelio según San Lucas (Lc. 2, 1-20)
Gloria a Ti, Señor


En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen. 

José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada. 

Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue. 

En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Ángel les dijo: "No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre". Y junto con el Ángel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: "¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!" 

Después que los ángeles volvieron al cielo, los pastores se decían unos a otros: "Vayamos a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado". Fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores. 

Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido. 

Palabra de Dios.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Oración inicial

Espíritu de verdad, enviado por Jesús para conducirnos a la verdad toda entera, abre nuestra mente a la inteligencia de las Escrituras. Tú, que descendiendo sobre María de Nazareth, la convertiste en tierra buena donde el Verbo de Dios pudo germinar, purifica nuestros corazones de todo lo que opone resistencia a la Palabra. Haz que aprendamos como Ella a escuchar con corazón bueno y perfecto la Palabra que Dios nos envía en la vida y en la Escritura, para custodiarla y producir fruto con nuestra perseverancia.

El contexto


El pasaje evangélico que nos viene propuesto hoy forma parte del así llamado evangelio de la infancia lucano que abarca los dos primeros capítulos del tercer evangelio. Se trata de un evangelio de la infancia. Luego el interés primario del autor no es el de informarnos, de presentarnos todos los detalles del nacimiento de Jesús, sino más bien el de anunciar la buena nueva del nacimiento del Mesías prometido. El niño Jesús se ve ya como el Señor, así como venía proclamado en la predicación apostólica Como los dos primeros capítulos de las Actas de los Apóstoles sirven de transición del tiempo de Jesús al tiempo de la Iglesia, así los dos primeros capítulos del evangelio de Lucas sirven de transición del Antiguo al Nuevo Testamento. Las citas y alusiones al Antiguo Testamento son continuos. Los personajes, como Zacarías e Isabel, Simeón y Ana, José y sobre todo María, son los representantes de la espiritualidad de los pobres del Señor, que caracteriza el último período del Antiguo Testamento. Todos y particularmente María se alegran de la llegada de la salvación en la cuál ellos tanto tiempo han esperado. Lucas divide su evangelio de la infancia en siete escenas: el anuncio del nacimiento de Juan Bautista (1,5-25), el anuncio del nacimiento de Jesús (1,26-38), la visita de María a Isabel (1,39-56), el nacimiento de Juan Bautista (1,57-80), el nacimiento de Jesús (2, 1-21), la presentación de Jesús en el templo (2, 22-40) y Jesús entre los doctores (2, 41-52). Muchos exegetas son del parecer que Lucas intentaba poner en paralelo a Jesús y el Bautista para demostrar la superioridad de Jesús sobre Juan, el último profeta. Con el nacimiento de Jesús comenzamos los tiempos nuevos hacia los cuales todo el Antiguo Testamento está orientado.


Un momento de silencio orante
para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida.


Algunas preguntas para ayudarnos en la meditación y en la oración

a) ¿Hay puesto para Jesús en tu vida?
b) ¿Qué signos de su presencia me está ofreciendo Dios?
c) ¿Cómo reacciono frente a ellos?
d) Jesús ha nacido para traer gozo y paz. ¿Cuándo son parte de mi vida estos dones?
e) ¿Son portadores de gozo y paz para los demás?


Algunas Claves

"No había puesto para ellos"

Jesús nace en extrema pobreza. No se trata sólo de la indigencia material de su familia. Es mucho más. Nace lejos de la aldea donde residen sus padres, lejos del afecto de familiares y amigos, lejos de la comodidad que podría haber ofrecido la casa paterna, aunque fuese pobre. Nace entre extranjeros que no se interesan por Él y no le ofrecen sino un pesebre donde nacer.
Aquí está el gran misterio de la encarnación. Pablo dirá que "de rico que era , (Jesús) se hizo pobre por vosotros, para que llegáseis a ser ricos por medio de su pobreza" (2 Cor 8,9). El prólogo del evangelio de Juan atestigua que siendo Él por medio del cual se ha hecho el mundo, Jesús, el Verbo hecho carne, "vino a los suyos, pero los suyos no lo recibieron" (Jn 1,11). Este es el drama que señala toda la vida de Jesús, llegando su culmen en el rechazo absoluto de Él en el proceso delante de Pilato (ver Jn 18,28-19,16). Es, en último análisis, el drama de Dios que se revela y se ofrece continuamente a la humanidad y es tantas veces rechazado.

→ Un signo por descifrar

Es necesario decir sin embargo, que no era fácil para los contemporáneos reconocer a Jesús. No es nunca fácil para nadie, ni siquiera hoy, reconocerlo por lo que Él es verdaderamente. Sólo una revelación por parte de Dios nos puede desvelar el misterio (ver Jn 5,37; 6,45). En la narración de su nacimiento, el objetivo del anuncio angélico es precisamente el de revelar el misterio.
Nuestro testo de hecho está compuesto de tres partes. En los vv. 1-7 tenemos el hecho del nacimiento de Jesús en un contexto bien determinado. Es el nacimiento de un niño como el de tantos otros. Los vv.8-14 nos refieren el anuncio por parte de un ángel y la visión de ángeles que cantan. Es la revelación por parte de Dios (ver v.15) que nos descubre en el "signo" de "un niño envuelto en pañales, que yace en un pesebre" (v. 12) "el Salvador, Cristo Señor" (v,11). En la última parte (vv.15-20) encontramos varias reacciones con respecto a la revelación del misterio. El signo que Dios ofrece, cuando es acogido con humildad, señala el punto de partida en el camino de fe hacia aquel que se revela.

→ Cómo descifrar el signo y acoger a Jesús

Nuestro texto nos presenta tres reacciones de frente al misterio de Jesús.

Están ante todo los pastores. Ellos se caracterizan por varias palabras de espera / búsqueda y descubrimiento: "vigilaban de noche haciendo la guardia" (v. 8): "vayamos a ver…" (v.15); "fueron con presteza y encontraron.." (v. 16). Los pastores estaban abiertos a la revelación del misterio. Lo han acogido con simplicidad creyéndolo (vv. 15 y 20) y se convirtieron en testigos de lo que a ellos se les reveló (v. 17). Después están también "aquellos que oyeron" lo que los pastores contaron de Jesús (v. 16). Ellos se maravillan, incapaces de acoger el verdadero significado del suceso acaecido entre ellos. Finalmente está la reacción de María. El evangelista quiere hacer contrastar la reacción de María con la de "aquellos que lo oyeron". En efecto, la introduce con la frase: "Por su parte" (v. 19). Como ellos, María no ha oído el anuncio del ángel y no ha visto el coro angélico, pero sí ha oido el testimonio de los pastores. Y sin embargo ella lo acoge. Cierto que ella había tenido un anuncio angélico dirigido propiamente a ella al principio de todos estos sucesos (1,26-38). El ángel le había hablado del Hijo que debía nacer de ella como del Hijo del Altísimo que debería reinar por siempre (ver 1, 32 y 35) Pero los últimos hechos, su nacimiento en aquellas circunstancias, podía poner en duda su palabra. Ahora vienen estos pastores y de nuevo dicen cosas grandes de su Hijo. María guarda todo esto en su corazón, las palabras del ángel, las palabras de los pastores, los hechos acaecidos y procura agruparlos para comprender quién es este hijo que Dios le ha dado, cuál sea su misión y que parte tiene Él en todo esto. María es una mujer contemplativa que tiene abierto los ojos y los oídos para no perderse nada. Después, conserva y medita todo en el silencio de su corazón. Virgen de la escucha, María es capaz de acoger la palabra que Dios le envía en la cotidianidad de su vida.

Sólo quien tiene el ansia de búsqueda de los pastores y el corazón contemplativo de María será capaz de descifrar los signos de la presencia y de las intervenciones de Dios en la vida y de acoger a Jesús en la casa de la propia existencia.


Salmo 98
Cantad a Yahvé un nuevo canto,
porque ha obrado maravillas;
le sirvió de ayuda su diestra,
su santo brazo. Yahvé ha dado a conocer su salvación,
ha revelado su justicia a las naciones;
se ha acordado de su amor y su lealtad
para con la casa de Israel.
Los confines de la tierra han visto
la salvación de nuestro Dios.
¡Aclama a Yahvé, tierra entera,
gritad alegres, gozosos, cantad!
Tañed a Yahvé con la cítara,
con la cítara al son de instrumentos;
al son de trompetas y del cuerno
aclamad ante el rey Yahvé.
Brame el mar y cuanto encierra,
el mundo y cuantos lo habitan,
aplaudan los ríos,
aclamen los montes,
ante Yahvé, que llega,
que llega a juzgar la tierra.
Juzgará el mundo con justicia,
a los pueblos con equidad.


Oración final

¡Oh, Pequeño Niño! Mi único tesoro, me abandono a tus Caprichos Divinos. No quiero otra gloria que la de hacerte sonreir. Imprime en mí tus gracias y tus virtudes infantiles, para que en el día de mi nacimiento en el cielo, los ángeles y santos lo reconozcan en tu pequeña esposa.
(Santa Teresa del Niño Jesús y del Santo Rostro, plegaria n. 14)

(fuente: www.ocarm.org)

sábado, 24 de diciembre de 2011

Rescatar la verdadera Navidad

Con frecuencia, en estos días de festejos previos al 25 de diciembre, se proyectan en el cine o en la televisión películas alusivas a la Navidad, que últimamente han tenido como argumento el rescate de esta fiesta de manos los incrédulos o de los aguafiestas. En la vida real sí que hace falta salvar la Navidad, porque el nacimiento de Dios es la única fuente de una esperanza verdadera.

No es casualidad que la disminución del conocimiento del verdadero sentido de la Navidad, esté en relación directa con el aumento de la violencia y la injusticia en nuestro País. Además, la mentira parece haber tomado posesión de bastantes aspectos de la pública, del mundo laboral y hasta del núcleo familiar. Es tristemente lógico: cuando se desconoce la presencia de Dios en el mundo, la vida pública y privada quedan vacías de la verdad y de la justicia. El proyecto del hombre moderno, que buscaba armonía y fraternidad sin necesidad de acudir a Dios, ha fracasado. Y, a cambio, nos ha dejado una sociedad sin Dios, en la que
prevalecen la corrupción, el miedo y la desesperanza.

Cuando los creyentes aguardamos con fe la llegada de la Navidad, nos hacemos intérpretes de las esperanzas de toda la humanidad, la cual anhela la justicia e, incluso, de una manera inconsciente, espera la salvación que sólo Dios puede darnos. Cuando los hombres intentamos arreglar el mundo según nuestras posibilidades, nos quedamos cortos, y así el mundo resulta cada vez más caótico e incluso violento: sin Dios, la vida se vuelve oscura y sin brújula.

La Navidad nos hace conmemorar el prodigio increíble del nacimiento del Hijo unigénito de Dios de la Virgen María en la cueva de Belén. Dios se ha hecho ser humano, sin abandonar su condición divina, para enseñarnos el camino del amor, de la justicia y de la paz. Esa vía no es una lección abstracta de ética, sino que la encontramos en la vida y el mensaje de Jesús de Nazaret. Solamente cuando las enseñanzas de Jesucristo se toman en cuenta para organizar la vida social y la existencia personal advienen la armonía y la alegría verdaderas.

Ya se entiende porqué en épocas pasadas, en esta fecha se establecían treguas en las guerras, se incrementaba la ayuda a los pobres y se visitaba a los enfermos. Era la consecuencia inmediata de reconocer la fuerza y la validez de las palabras del Dios encarnado: “ama a tu próximo como a ti mismo”, “reza por tu enemigos”, “quien visita a un enfermo a mi me visita”.

Por eso, como afirmó el Santo Padre: “si no se reconoce que Dios se hizo hombre, ¿qué sentido tiene festejar la Navidad? La celebración se vacía” (Audiencia, 19.XII.2007). Y esto es tristemente lo que encontramos en bastantes ambientes: una fiesta navideña hueca, llena de mercantilismo, de celebraciones sin referencia directa al compromiso de un cambio personal.

Termino hoy deseándoles una auténtica Navidad, y compartiendo con ustedes los buenos augurios del Papa Benedicto XVI: “Pidamos a Dios que la violencia sea vencida con la fuerza del amor, que los enfrentamientos cedan el paso a la reconciliación, que la prepotencia se transforme en deseo de perdón, de justicia y de paz. Que los deseos de bondad y de amor que nos intercambiamos en estos días lleguen a todos los ambientes de nuestra vida cotidiana. Que la paz esté en nuestros corazones, para que se abran a la acción de la gracia de Dios. Que la paz reine en las familias, para que pasen la Navidad unidas ante el belén y el árbol lleno de luces”.

escrito por Pbro. Luis Fernando Valdés López
(fuente: www.encuentra.com)

viernes, 23 de diciembre de 2011

La Navidad secuestrada

La Navidad permanece secuestrada por esa alianza existente entre consumismo y cultura secularizada e intrascendente.

No se trata de ninguna exageración. El verdadero significado de la Navidad es ya desconocido para un sector muy importante de nuestra población. La Navidad permanece secuestrada por esa alianza existente entre consumismo y cultura secularizada e intrascendente. En la audiencia papal del 21 de Diciembre del año pasado, Benedicto XVI, hacía el siguiente llamamiento: “mientras una cierta cultura moderna y consumista intenta hacer desaparecer los símbolos cristianos de la celebración de la Navidad, asumamos todos el compromiso de comprender el valor de las tradiciones navideñas, que forman parte del patrimonio de nuestra fe y de nuestra cultura, para transmitirlas a las nuevas generaciones”

Uno de los principales símbolos religiosos navideños es la luz. Las velas de las iglesias, las luces del Nacimiento, del árbol de Navidad y de las calles, evocan otra Luz, que solo la fe puede contemplar. El Papa aprovechó la referida catequesis para ahondar en el significado de la luz: “La fiesta de Navidad coincide, en nuestro hemisferio, con la época del año en que el sol termina su parábola descendente y empieza la fase en la que se amplía gradualmente el tiempo de luz diurna, según el recorrido sucesivo de las estaciones.

Esto nos ayuda a comprender mejor el tema de la luz que prevalece sobre las tinieblas. Es un símbolo que evoca una realidad que afecta a lo íntimo del hombre: me refiero a la luz del bien que vence al mal, del amor que supera al odio, de la vida que vence a la muerte. Navidad hace pensar en esta luz interior, en la luz divina, que nos vuelve a presentar el anuncio de la victoria definitiva del amor de Dios sobre el pecado y la muerte....”

La secularización de la Navidad tiene también un importante aliado en el olvido del sentido religioso del tiempo y en la consecuente paganización de la celebración del inicio del año. Sin embargo, por mucho que nos empeñemos en negar las raíces cristianas de nuestra cultura, cada vez que fechamos una carta, cada vez que comemos las uvas al son de las campanadas, estamos reconociendo implícita -ojalá explícitamente-, que el nacimiento de Jesucristo es el acontecimiento central de la humanidad, a partir del cual dividimos la historia en un “antes de” y un “después de”.

La cuestión clave es que el calendario asume el "concepto" de que el tiempo se cuenta en referencia al nacimiento de Cristo. El tiempo no se mide en base a un criterio convencional numérico, ni astrológico, sino histórico teológico. En el fondo, hay dos concepciones irreconciliables de la historia. La primera la entiende como una dialéctica en la que al hombre sólo le cabe buscar en sí mismo su propia realización. La segunda percibe en la construcción de la ciudad terrena la antesala de un destino eterno; hasta el punto de que sólo desde éste, a la luz de Dios, cabe descubrir el sentido definitivo de la historia humana.

La afirmación cristiana de que Dios ha asumido nuestra naturaleza humana, adentrándose en nuestras coordenadas de espacio y tiempo, supone que en adelante la historia del hombre es también historia de Dios, y que la historia de Dios comienza a ser historia del hombre. Todo lo auténticamente humano interesa a Dios, y, a su vez, todo lo divino concierne también al hombre. Antes de Cristo, aún sin conocerle, la historia le estaba esperando. El hombre buscaba una plenitud que era incapaz de darse a sí mismo. El inicio de un nuevo año, 2007 en este caso, será una manifestación, una vez más, de la continua presencia viva y salvífica de Jesús en el tiempo y el espacio. El es el centro del universo y de la historia.

Y aún tenemos que dar un paso más, para extraer las consecuencias debidas de las “formas” y “maneras” en las que tuvo lugar la encarnación y nacimiento del Hijo de Dios en Nazaret y Belén. La imagen del niño débil, no es un mero signo de ternura, es también una invitación a poner en práctica la doctrina de Cristo: “si no cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mt 18, 3) “¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer? Respondió Jesús: En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu.” (Jn 3, 4-6).

Dicho de otra forma, los signos de la Navidad, no esconden sólo hermosas evocaciones místicas, sino que son una llamada muy concreta a la conversión personal, al arrepentimiento de nuestros pecados, al abajamiento del orgullo para acceder a la fe, al cultivo de la “pobreza de espíritu”, al desprendimiento generoso de nuestras riquezas para poder así reconocer los signos pobres con los que los ángeles anuncian al recién nacido: “...y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2, 12)

¡Feliz Navidad y próspero Año Nuevo!... os desea vuestro pastor.

escrito por Monseñor José Ignacio Munilla Aguirre 
(fuente: www.enticonfio.org)

jueves, 22 de diciembre de 2011

La triste Navidad de Asia Bibi: presa, aislada y enferma

Lahore (Pakistán) , 22 Dic. 11 (AICA) Una delegación internacional de la Fundación Masihi, la organización no gubernamental que protege los derechos de los cristianos en Pakistán, visitó, el 19 de diciembre, en la prisión del Distrito de Sheikpura, a Asia Bibi la mujer cristiana injustamente condenada a muerte por blasfemia, en prisión desde el 9 de junio de 2010.

     El objetivo de la visita fue para determinar su condición, llevarle una palabra de esperanza y buenos deseos para la Navidad, mientras que el proceso de apelación, después de haber sido condenada en primera instancia, se encuentra pendiente ante el Tribunal Superior de Lahore.

     En un comunicado difundido por la Fundación Masihi después de visitar la cárcel y enviado a la Agencia Fides, se afirma que "debido a su aislamiento, Asia Bibi, de 46 años, envejeció considerablemente, tiene una tez pálida, parece muy frágil, incluso no puede estar sola".

     Asia fue escoltada por dos mujeres del personal de guardia."En el momento de la reunión, sus ojos se perdieron en el vacío, no entendía lo que estaba pasando, estaba completamente confundida y sorprendida. Durante toda la conversación -más de 2 horas y 20 minutos- sus pensamientos estaban a la deriva" informa con preocupación la Fundación Masihi.

     "Respondió a los estímulos con una mezcla de emociones, riendo, llorando y permaneciendo en silencio durante largos períodos de tiempo".

     "Durante los primeros 10 minutos -continúa el texto enviado a Fides- Asia no fue capaz de reaccionar y no entendía si éramos amigos o enemigos. Dijo que no había nadie que se preocupaba por ella, tenía miedo y parecía que tenía frío y estaba nerviosa. No podía mantener los ojos fijos en un punto o en una persona. Le ofrecimos agua e incluso parecía tener miedo del agua".

     Sus condiciones de higiene personal eran terribles: Asia no se baña desde hace más de dos meses. La Delegación de la Fundación Masihi aseguró proporcionarle asistencia legal para mantener un alto nivel.

     Asia, con voz baja y humilde, repitió a los miembros de la Fundación que "sólo quiere volver con su familia", y que continúa rezando y ayunando. La mujer pide a los cristianos en el mundo "seguir rezando por ella".

     Cuando se le preguntó cómo pasa el tiempo, Asia, dijo: "Perdí la noción del tiempo. No tengo ni idea de la hora, del mes, de la estación. El único día que recuerdo es el 9 de junio, el día más oscuro de mi vida cuando me arrestaron. El comienzo de una pesadilla para mí y mi familia".

     Cuando le preguntaron sobre el perdón, Asia, dijo: "Primero viví la frustración, la ira, la agresión, luego, gracias a la fe cristiana, después de haber ayunado y rezado, las cosas cambiaron en mí: perdoné a los que me acusaron de blasfemia. Este es un capítulo en mi vida que quiero olvidar", señalando que "muchos otros cristianos son acusados injustamente como yo".

¿Cuándo seré liberada?
     
Mientras que la delegación estaba a punto de salir, con miedo, Asia gritó entre lágrimas, "¿Cuándo seré liberada?"."Es una pregunta que hacemos al gobierno de Pakistán, a la comunidad internacional, a la Iglesia universal", dijo en una entrevista con la Agencia Fides Haroon Barkat Masih, director de la Fundación Masihi.
     
"Si Asia continúa aislada –continúo Barkat Masih- es probable que se convierta en una enferma mental y esto puede comprometer seriamente su equilibrio psicológico. Exigimos que las autoridades permitan de inmediato a un equipo de médicos visitarla y medicarla".

"Recientemente, el papa Benedicto XVI visitó a los presos de una cárcel italiana: Creemos que, en su gesto, simbólicamente, incluyó a todos los prisioneros en el mundo y también a Asia Bibi, que pasará una triste Navidad, en la soledad de una celda”, expresó con tristeza el director de la Fundación.

Y exhortó a todos los cristianos de todo el mundo para recordar al Señor a Asia Bibi, la víspera de Navidad, y elevar una oración por ella. +

miércoles, 21 de diciembre de 2011

San José creyó en la Encarnación

San José de Nazaret fue un hombre justo, y se le reconoce con justicia el mérito de creer en Dios, en el Dios que da la vida a los muertos y los llama a la existencia de las cosas que aún no existen.

Ello aconteció en el momento decisivo de la historia de la salvación, cuando Dios, Padre eterno, cumpliendo la promesa hecha a Abrahán, ha enviado a su Hijo al mundo.

En este preciso momento se manifiesta la fe de José de Nazaret, y se manifiesta en la línea de la fe de Abrahán. Esa manifestación acontece cuando el Verbo del Dios vivo se hizo carne en María, esposa de José, la cual, según el anuncio del ángel, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo...

La fe de José debía manifestarse ante el misterio de la encarnación del Hijo de Dios.

Entonces sufrió José la gran prueba de su fe, al igual que la había sufrido Abrahán. Fue en este momento cuando José, hombre justo, creyó en Dios, en el Dios que llama a la existencia a las cosas que aún no existen.

En efecto, Dios mismo, con el poder del Espíritu Santo, ha llamado a la existencia en el seno de la Virgen de Nazaret, María, prometida de José, a la humanidad del Unigénito Hijo de Dios, el Verbo eterno del Padre.

Y José creyó en Dios...: “José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte contigo a María, tu mujer, porque la criatura que lleva en su seno viene del Espíritu Santo...”

José se llevó a María a su casa y a Aquel que había sido engendrado en ella.


escrito por Juan Pablo II
(fuente: es.catholic.net)

martes, 20 de diciembre de 2011

Jesucristo: ¿Dios y hombre?

La médula del cristianismo es la persona Jesucristo con sus dos naturalezas verdaderas: Dios y hombre.

La pregunta sobre la persona de Jesucristo es, sin duda, el tema más tratado en la historia del mundo. Esto muestra desde el primer momento la importancia de la pregunta. La médula del cristianismo es la persona de Jesucristo con sus dos naturalezas verdaderas: Dios y hombre.

Jesús vino al mundo como hombre, un hombre de verdad. Jesús vio con ojos de hombre, oyó con oidos de hombre, trabajó con manos de hombre, sintió con sentimientos de hombre, lloró con lágrimas de hombre, amó con amor de hombre.

Pero ver a Jesucristo sólo como hombre, es verlo a medias, incompleto, parcial. Es ver poquísimo de Jesucristo, su personalidad, sus enseñanzas, su voluntad, su inteligencia, su trato, etc., desde un simple plano humano. Ver a Jesucristo sólo como hombre, es perderse de lo mejor de Él.


Tenemos varias pruebas de que Jesucristo era realmente Dios, en los Evangelios y en la historia:


  • En primer lugar, Jesucristo mismo se presentó como Dios. Toda su vida nos lo muestra con gestos propiamente divinos: los milagros. Los realiza con la única ayuda de su palabra: cura a la suegra de Pedro, calma el viento y las olas, resucita a Lázaro cuando ya olía mal, multiplica los panes y los peces, cura a enfermos y endemoniados, devuelve la vista a los ciegos... ¿será algún hombre capaz de realizar esos actos?
  • Una segunda prueba de la divinidad de Cristo, son los miles de mártires que han derramado su sangre confesándolo como verdadero Dios y verdadero hombre. Ningún hombre entrega su vida por un hombre muerto en una cruz hace siglos.
  • La tercera prueba es la Iglesia Católica que ha sufrido tantas persecuciones a lo largo de la historia, pero sigue existiendo como la institución más antigua en la historia de la humanidad. ¿Por qué tantas persecuciones, tantos emperadores ambiciosos, tantas calumnias no la han acabado? Y hoy la vemos más floreciente que nunca en un mundo que trata de vivir en contra del Evangelio: sin obediencia, sin sacrificio, sin cruz, sin humildad, sin perdón. Todo esto muestra que la verdadera Iglesia de Cristo tiene un soporte divino.

    En definitiva, quien dice apreciar a Cristo sólo como hombre, es porque no lo conoce bien.

  • escrito por Pedro García
    (fuente: es.catholic.net)

    lunes, 19 de diciembre de 2011

    Algunas diferencias entre Santa Claus y Jesús

    Santa vive en el Polo Norte...
    Jesús está en todas partes.

    Santa se pasea en trineo...
    Jesús se pasea por el viento y camina sobre las aguas.

    Santa viene una vez al año ...
    Jesús es una ayuda siempre presente.

    Santa llena tus calcetines con regalitos ...
    Jesús suple todas tus necesidades.

    Santa baja por tu chimenea sin invitación ...
    Jesús se detiene en tu puerta y toca, después entra a tu corazón cuando tu lo invitas.

    Para ver a santa tienes que hacer fila ...
    Jesús está tan cerca como el hecho de mencionar su nombre.

    Santa te deja sentarte en sus piernas ...
    Jesús te deja descansar en sus brazos.

    Santa no sabe tu nombre, todo lo que puede decir es:
    "Hola pequeño, como te llamas?" ...
    Jesús sabe tu nombre desde antes de que nacieras.
    No solo sabe tu nombre, también sabe tu dirección. El sabe tu historia y tu futuro.

    Santa tiene una barriga que parece llena de mermelada...
    Jesús tiene un corazón lleno de amor.

    Todo lo que Santa puede ofrecer es HO HO HO ...
    Jesús ofrece salud, ayuda, esperanza.

    Santa dice "No llores " "You better not cry" ...
    Jesús dice "Descansen sus preocupaciones en mi?, que yo cuidar? de ustedes."

    Los pequeños ayudantes de Santa hacen juguetes ...
    Jesús hace nueva vida, repara corazones lastimados y arregla hogares rotos.

    Santa puede hacerte sonreír ...
    Jesús te da la alegría que es tu fuerza.

    Santa deja regalos debajo de tu árbol ...
    Jesús fue nuestro regalo en el pesebre y murió en un árbol.

    (fuente: www.motivaciones.org)

    domingo, 18 de diciembre de 2011

    "Yo soy la esclava del Señor; que se cumpla en mi lo que me has dicho"

    Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (Lc 1, 26-38)
    Gloria a ti, Señor.



    En aquel tiempo, el Angel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de la estirpe de David, llamado José. La virgen se llamaba María.


     Entró el Angel a donde ella estaba y le dijo: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo". Al oír estas palabras, ella se preocupó mucho y se preguntaba qué querría decir semejante saludo.


    El Angel le dijo: "No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios. Vas a concebir y dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y El reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reinado no tendrá fin".


    María le dijo entonces al Angel: "¿Cómo podrá ser esto, puesto que yo permanezco virgen?" El Angel le contestó: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, el Santo, que va a nacer de ti, será llamado Hijo de Dios.


    Ahí tienes a tu parienta Isabel, que a pesar de su vejez, ha concebido un hijo y ya va en el sexto mes la que llamaban estéril, porque no hay nada imposible para Dios". María contestó: "Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mi lo que me has dicho". Y el Angel se retiró de su presencia


    Palabra del Señor.
    Gloria a ti Señor Jesús.


    Oración inicial

    ¡Oh Dios!, que has preparado bienes inefables para los que te aman; infunde tu amor en nuestros corazones, para que, amándote en todo y sobre todas las cosas, consigamos alcanzar tus promesas, que superan todo deseo. Por nuestro Señor.

    Reflexión

    El texto que meditamos en el evangelio describe la visita del ángel a María (Lc 1,26-38). La Palabra de Dios llega a María no a través de un texto bíblico, sino a través de una experiencia profunda de Dios, manifestada en la visita del ángel. Así también acontece con la visita de ángel. En el AT, muchas veces, el ángel de Dios es Dios mismo. Fue gracias a rumiar la Palabra escrita de Dios en la Biblia, que María fue capaz de percibir la Palabra viva de Dios en la visita del Ángel. Así también acontece con la visita de Dios en nuestras vidas. Las visitas de Dios son frecuentes. Pero porque no rumiamos la Palabra escrita de Dios en la Biblia, no percibimos la visita de Dios en nuestras vidas. La visita de Dios es tan presente y tan continua que, muchas veces, no la percibimos y por ello perdemos una gran oportunidad de vivir en paz y en alegría.

    • Lucas 1,26-27: La Palabra entra en la vida. Lucas presenta a las personas y los lugares: una virgen llamada María, prometida a un hombre, llamado José, de la casa de David. Nazaret, una pequeña ciudad en Galilea. Galilea era periferia. El centro era Judea y Jerusalén. El ángel Gabriel es el enviado de Dios para esta virgen que moraba en la periferia. El nombre Gabriel significa Dios es fuerte. El nombre María significa amada por Yavé o Yavé es mi Señor. La historia de la visita de Dios a María comienza con una expresión: “En el sexto mes”. Se trata del “sexto mes” de embarazo de Isabel, parienta de María, una mujer ya avanzada en edad, precisando ayuda. La necesidad concreta de Isabel es el trasfondo de todo este episodio. Se encuentra al comienzo (Lc 1,26) y al final (Lc 1,36.39).

    • Lucas 1,28-29: La reacción de María. Fue en el Templo que el ángel apareció a Zacarías. A María le aparece en su casa. La Palabra de Dios alcanza a María en el ambiente de vida de cada día. El ángel dice: “¡Alégrate! ¡Llena de gracia! ¡El Señor está contigo!” Palabras semejantes ya habían sido dichas a Moisés (Ex 3,12), a Jeremías (Jr 1,8), a Jedeón (Jz 6,12), a Ruth (Rt 2,4) y a muchos otros. Abren el horizonte para la misión que estas personas del Antiguo Testamento debían realizar al servicio del pueblo de Dios. Intrigada con el saludo, María trata de conocer el significado. Es realista, usa la cabeza. Quiere entender. No acepta cualquier aparición o inspiración.

    • Lucas 1,30-33: La explicación del ángel. “No temas, María!” Este es siempre el primer saludo de Dios al ser humano: ¡No temas! Enseguida, el ángel recuerda las grandes promesas del pasado que se realizarán a través del hijo que va a nacer en María. Ese hijo debe recibir el nombre de Jesús. Será llamado Hijo del Altísimo, y en él se realizará, finalmente, el Reino de Dios prometido a David, que todos estaban esperando ansiosamente. Esta es la explicación que el ángel da a María para que no quede asustada.

    • Lucas 1,34: Nueva pregunta de María. María tiene conciencia de la misión importante que está recibiendo, pero permanece realista. No se deja embalar por la grandeza de la oferta y mira su condición: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” Ella analiza la oferta a partir de los criterios que nosotros, los seres humanos, tenemos a nuestra disposición. Pues, humanamente hablando, no era posible que aquella oferta de la Palabra de Dios se realizara en aquel momento.

    • Lucas 1,35-37: Nueva explicación del ángel. "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y se le llamará Hijo de Dios”. El Espíritu Santo, presente en la Palabra de Dios desde el día de la Creación (Génesis 1,2), consigue realizar cosas que parecen imposibles. Por esto, el Santo que va a nacer de María, será llamado Hijo de Dios. Cuando hoy la Palabra de Dios es acogida por los pobres sin estudio, algo nuevo acontece ¡por la fuerza del Espíritu Santo! Algo tan nuevo y tan sorprendente como que un hijo nace de una virgen o como que un hijo nace a Isabel, una mujer avanzada en edad, de la que todo el mundo decía que no podía tener hijos. Y el ángel añade: “Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez y este es ya el sexto mes”.

    • Lucas 1,38: La entrega de María. La respuesta del ángel aclara todo para María. Ella se entrega a lo que Dios le está pidiendo: “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu Palabra”. Maria usa para sí el título de Sierva, empleada del Señor. El título viene de Isaías, quien presenta la misión del pueblo no como un privilegio, sino como un servicio a los otros pueblos (Is 42,1-9; 49,3-6). Más tarde, Jesús, el hijo que estaba siendo engendrado en aquel momento, definirá su misión: “¡No he venido para ser servido, sino para servir!” (Mt 20,28). ¡Aprendió de su Madre!

    • Lucas 1,39: La forma que María encuentra para servir. La Palabra de Dios llega y hace con que María se olvide de sí para servir a los demás. Ella deja el lugar donde estaba y va hacia Judea, a más de cuatro días de camino, para ayudar a su prima Isabel. María empieza a servir y a cumplir su misión a favor del pueblo de Dios.


    Para la reflexión personal
     
    • ¿Cómo percibes la visita de Dios en tu vida? ¿Has sido visitado/a alguna vez? ¿Fuiste ya una visita de Dios en la vida de los otros, sobre todo de los pobres? ¿Cómo este texto te ayuda a descubrir las visitas de Dios en tu vida?

    • La Palabra de Dios se encarnó en María. ¿Cómo la Palabra de Dios está tomando carne en mi vida personal y en la vida de la comunidad?


    Oración final

    ¡Den gracias a Yahvé por su amor,
    por sus prodigios en favor de los hombres!
    Pues calmó la garganta sedienta,
    y a los hambrientos colmó de bienes. (Sal 107,8-9)

    (fuente: www.ocarm.org)


    sábado, 17 de diciembre de 2011

    La pureza de corazón permite reconocer el rostro de Dios

    Catequesis que Benedicto XVI ha dirigido a los fieles congregados para la tradicional Audiencia de los miércoles, provenientes de Italia y de todas las partes del mundo. La catequesis continúa el ciclo dedicado a la oración.

    Ciudad del Vaticano, miércoles 7 de diciembre de 2011

    Queridos hermanos y hermanas,

    Los evangelistas Mateo y Lucas (cfr Mt 11,25-30 e Lc 10, 21-22) nos han regalado una “joya” de la oración de Jesús, que frecuentemente recibe el nombre de Himno de júbilo o Himno de júbilo mesiánico. Es una oración de reconocimiento y alabanza, como hemos escuchado. En el griego original de los Evangelios el verbo con el que inicia este himno, y que expresa la actitud de Jesús al dirigirse al Padre, es exomologoumai, traducido a menudo como “doy gracias” (Mt 11,25 e Lc 10,21). Pero en los escritos del Nuevo Testamento este verbo indica principalmente dos cosas; la primera es “reconocer hasta el final”, por ejemplo san Juan Bautista pedía reconocer totalmente los propios pecados a quien quería que él lo bautizase (cfr Mt 3,6), la segunda es “estar de acuerdo”. Por tanto, la expresión con la que Jesús comienza su oración contiene su reconocimiento total de la voluntad de Dios Padre, y junto a esto, su estar completamente de acuerdo, consciente y gozoso con este modo de actuar, el proyecto del Padre. El himno de júbilo es la culminación de un camino de oración en el que surge claramente la profunda e íntima comunión de Jesús con la vida del Padre en el Espíritu Santo, y se manifiesta su filiación divina. Jesús se dirige a Dios llamándole “Padre”. Este término expresa la conciencia y la certeza de Jesús de “ser el Hijo”, en íntima y constante comunión con Él, y este es punto fundamental y la fuente de toda oración de Jesús.

    Lo vemos claramente en la última parte del Himno, que ilumina todo el texto. Jesús dice: “Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Lc 10, 22).

    Jesús afirma, por tanto, que sólo el “Hijo” conoce verdaderamente al Padre. Todo conocimiento entre las personas - lo experimentamos todos en nuestras relaciones humanas- comporta una implicación, un vínculo interior entre quien conoce y quien es conocido, a nivel más o menos profundo. No se puede conocer sin una comunión del ser. En el Himno de júbilo, como en todas sus oraciones, Jesús muestra que el verdadero conocimiento de Dios presupone la comunión con Él. Sólo estando en comunión con el otro, comienzo a conocer; así también con Dios, sólo si tengo un contacto verdadero, si estoy en comunión puedo también conocerlo. Por tanto el verdadero conocimiento está reservado al “Hijo”, el Unigénito que desde siempre está en el seno del Padre (cfr. Jn 1,18), en perfecta unidad con Él. Sólo el Hijo conoce verdaderamente a Dios, estando en comunión íntima del ser; sólo el Hijo nos puede revelar verdaderamente quien es Dios. El nombre “Padre” es seguido por una segundo título, “Señor del Cielo de la Tierra”. Jesús, con esta expresión, recapitula la fe en la creación y hace resonar las primeras palabras de la Sagrada Escritura: “Al principio Dios creó el cielo y la tierra” (Gen 1,1). Rezando, Él recuerda la gran narración bíblica de la historia de amor de Dios por el hombre, que comienza con el acto creador. Jesús se introduce en esta historia de amor, es el culmen y el cumplimiento. En su experiencia de oración, la Sagrada Escritura es iluminada y revive en su más completa amplitud: el anuncio del misterio de Dios y respuesta del hombre transformado.

    Pero, a través de la expresión “Señor del Cielo y de la Tierra” podemos reconocer también como en Jesús, el Revelador del Padre, se reabre al hombre la posibilidad de acceder a Dios.

    Planteémonos la pregunta: ¿A quién quiere revelar el Hijo los misterios de Dios? Al principio del Himno, Jesús expresa su alegría porque la voluntad del Padre es la de esconder las cosas a los doctos y a los sabios y revelarlas a los pequeños (cfr Lc10,21).

    En esta expresión de su oración, Jesús manifiesta su comunión con la decisión del Padre que abre sus misterios a quien tiene el corazón sencillo: la voluntad del Hijo es una cosa sola con la del Padre. La revelación divina no sucede según la lógica terrena, por la que son los hombres cultos y potentes los que poseen los conocimientos importantes y los transmiten a la gente más sencilla, a los pequeños. Dios tiene otro estilo: los destinatarios de su comunicación son concretamente los “pequeños”.

    Esta es la voluntad del Padre y el Hijo la comparte con alegría.

    Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “Su conmovedor '¡Sí, Padre!' expresa el fondo de su corazón, su adhesión al querer del Padre, de la que fue un eco el 'Fiat' de su Madre en el momento de su concepción y que preludia lo que dirá al Padre en su agonía. Toda la oración de Jesús está en esta adhesión amorosa de su corazón de hombre al “misterio de la voluntad” del Padre (Ef 1, 9)” (2603). De aquí viene la invocación que dirigimos a Dios en el Padrenuestro: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo”: junto a Cristo y en Cristo, también nosotros pedimos entrar en sintonía con la voluntad del Padre, convirtiéndonos también nosotros en hijos. Jesús, por tanto, en este Himno de júbilo expresa la voluntad de implicar en su conocimiento filial de Dios a todos los que el Padre quiere hacer partícipes; y los que acogen este don don los “pequeños”.

    ¿Pero qué significa “ser pequeños”, sencillos? ¿Cuál es la pequeñez que abre al hombre a la intimidad filial con Dios y a acoger su voluntad? ¿Cuál debe ser la actitud de base de nuestra oración?

    Observemos el Discurso de la Montaña donde Jesús afirma: “Beatos los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios” (Mt 5,8). Es la pureza del corazón la que permite reconocer el rostro de Dios en Jesucristo; y tener el corazón sencillo como el de los niños, sin la presunción de quien se cierra en sí mismo, pensando que no necesita a nadie, ni siquiera a Dios.

    Es interesante destacar la ocasión en la que Jesús realiza este Himno al Padre. En la narración evangélica de Mateo está la alegría porque, no obstante todos los rechazos y las oposiciones, hay “pequeños” que acogen su palabra y se abren al don de la fe en Él. El Himno de júbilo, de hecho, está precedido por el contraste entre el elogio de Juan el Bautista, uno de los “pequeños” que han reconocido la actuación de Dios en Jesucristo (cfr Mt 11,2-19), y la acusación por la incredulidad de las ciudades del lago “en las que se habían producido la mayor parte de sus prodigios” (cfr Mt 11,20-24). Mateo considera este júbilo en relación con las palabras con las que Jesús constata la eficacia de su palabra y de su acción: “Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de escándalo!” (Mt 11,4-6).

    También San Lucas presente el Himno de júbilo en conexión con un momento de desarrollo del anuncio del Evangelio. Jesús envió a los “setenta y dos discípulos” (Lc 10,1) y estos partieron con una sensación de miedo por el posible fracaso de su misión. También Lucas destaca el rechazo recibido en las ciudades en las que el Señor ha predicado y ha realizado signos prodigiosos. Pero los setenta y dos vuelven llenos de alegría, porque su misión ha tenido éxito; han constatado que, con la potencia de la palabra de Jesús, los males del hombre son vencidos. Y Jesús comparte con ellos su satisfacción: “en aquella hora”, en aquel momento Él exultó de alegría.

    Hay, todavía, dos elementos que quisiera destacar. El evangelista Lucas introduce la oración con una anotación: “En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo” (Lc 10, 21). Jesús se alegra en los más íntimo de sí mismo, en lo más profundo: la comunión única de conocimiento y de amor con el Padre, la plenitud del Espíritu Santo. Implicándonos en su filiación, Jesús nos invita, también a nosotros, a abrirnos a la luz del Espíritu Santo, porque - como afirma el apóstol Pablo - “No sabemos... cómo rezar de forma adecuada, pero el Espíritu mismo intercede con gemidos inefables... según los designios de Dios” (Rm 8, 26-27) y nos revela el amor del Padre. En el Evangelio de Mateo, después del Himno de júbilo encontramos uno de los llamamientos más apasionados de Jesús: “Venid a mí todos los que estáis afligidos y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11,28).

    Jesús pide que vayamos a Él, que esta es la verdadera sabiduría, a Él que es “manso y humilde de corazón”; propone “su yugo”, el camino de la sabiduría del Evangelio, que no es una doctrina que hay que aprender o una propuesta ética, sino una Persona a la que seguir: Él mismo, el Hijo Unigénito en perfecta comunión con el Padre.

    Queridos hermanos y hermanas, hemos gustado la riqueza de esta oración de Jesús. Que también nosotros, con el don de su Espíritu, podamos dirigirnos a Dios en la oración, con confianza de hijos, invocándolo con el nombre de Padre, Abbà.

    Pero debemos tener el corazón de los pequeños, de “los pobres en espíritu” (Mt 5,3), para reconocer que no somos auto-suficientes, que no podemos construir nuestra vida solos, que necesitamos de Dios, necesitamos encontrarle, escucharle y hablarle.

    La oración nos abre a recibir el don de Dios, su sabiduría, que es Jesús mismo, para llevar a cabo la voluntad del Padre en nuestra vida y encontrar así reposo en las fatigas de nuestro camino. ¡Gracias!.

    (fuente: www.fluvium.org)

    viernes, 16 de diciembre de 2011

    Cáritas nos propone solidaridad en este Adviento

    Colecta de Adviento “Navidad, un signo de amor”

    San Isidro, 16 Dic. 11 (AICA) Cáritas San Isidro realiza los días 17 y 18 de diciembre la Colecta de Adviento cuyo lema es “Navidad, un signo de amor”.

    “En este tiempo, mientras se espera la llegada de Jesús en el pesebre, la colecta quiere ser un signo de ese amor, un gesto de solidaridad concreto”, se subraya en la convocatoria.

    A través de lo recaudado se colabora con cada una de las Cáritas de las 69 parroquias de la diócesis que comprende los partidos de San Isidro, Vicente López, San Fernando y Tigre, y también con la Pastoral Social diocesana.

    Además se genera un Fondo Solidario de Proyectos Parroquiales, que se utiliza para financiar proyectos presentados por las parroquias para sostenimiento de actividades, refacciones de salones, arreglos, etc.

    La colecta se hará mediante la presencia de voluntarios de Cáritas en las calles, las parroquias, las casas, y en centros comerciales de los cuatro municipios.

    También se puede colaborar a través de su tarjeta de crédito (Amex, Visa, Diners, MasterCard, CMR, Más, Argencard) llamando al (011) 4747-1501, escribiendo a recursos@caritassanisidro.org.ar , o ingresando a la página web para realizar una colaboración online: www.caritassanisidro.org.ar .

    El total recaudado en la campaña de Adviento 2010 fue de 267.500 pesos, de los cuales el 24%, es decir 64.200 pesos, correspondiente a los proyectos parroquiales.+


    Campaña de Adviento de Cáritas San Juan

    San Juan, 16 Dic. 11 (AICA) Cada año, Cáritas San Juan de Cuyo realiza en el mes de diciembre una campaña de Adviento, que este año tiene como lema: “Todos tenemos algo que compartir en Navidad”.

    La campaña invita a la sociedad sanjuanina a sumarse a esta iniciativa y colaborar donando canastas navideñas que serán entregadas a familias de las localidades de Ullúm, La Laja, La Rinconada y Médano de Oro.

    La canasta deberá constar de 7 artículos: 1 pan dulce, 1 lata de durazno, ananá o ensalada de frutas, 1 sidra, 1 paquete de arroz de 500 gr, 1 lata de atún, 1 lata de arvejas o choclo y 1 sobre de mayonesa.

    La recepción de las donaciones se realizará hasta el martes 20 de diciembre, de 9.30 a 13 y de 17 a 21, en la sede de Cáritas (Nicanor Larraín y avenida Rioja, San Juan).

    Con esta campaña de Adviento, Cáritas busca ser puente “entre los que quieren ayudar y aquellos que necesitan de una mano tendida”, concluye un comunicado de la institución.+


    Colecta de Navidad de Cáritas Córdoba

    Córdoba, 16 Dic. 11 (AICA) Mañana, sábado 17, y el domingo 18 de diciembre, se realizará en todas las parroquias y capillas de Córdoba, la “Colecta de Navidad 2011” que impulsa Cáritas de esa arquidiócesis.

    En un comunicado, Cáritas señala que “más allá del desarrollo de recursos, el objetivo de la colecta de Navidad es generar una reflexión en un tiempo especial. Es tiempo de comunicar un mensaje institucional a partir de la imagen del niño que nace, de instalar la reflexión acerca de la sociedad que queremos construir y de invitar a una tarea corresponsable”.

    La colaboración ayuda a que Cáritas Córdoba continúe acompañando y sosteniendo diferentes acciones solidarias en beneficios de los más desprotegidos.

    “En esta Navidad –dice el mensaje- queremos celebrar juntos para renovarnos en la entrega por el otro, poniendo nuestra confianza en Dios que es la esperanza firme que nos impulsa a ser más justos y solidarios”.

    Formas de colaborar

    En la parroquia o capilla más cercana. A través de la cuenta corriente Nº 3-307-000000-1199/9 de Banco Macro, CBU: 2850307 – 13000000011999-0.

    En Cáritas Córdoba (avenida Vélez Sársfield 929) o llamando al teléfono (0351) 4290530 /4250703.+

    jueves, 15 de diciembre de 2011

    Adviento: puerta de la esperanza

    Un hombre había perdido la “memoria del corazón”. Aquél hombre “había perdido toda la cadena de sentimientos y pensamientos que había atesorado en el encuentro con el dolor humano”. ¿Por qué sucedió esto y qué consecuencias tuvo? “Tal desaparición de la memoria del amor le había sido ofrecida como una liberación de la carga del pasado. Pero pronto se hizo patente que, con ello, el hombre había cambiado: el encuentro con el dolor ya no despertaba en él más recuerdos de bondad. Con la pérdida de la memoria había desaparecido también la fuente de la bondad en su interior. Se había vuelto frío y emanaba frialdad a su alrededor”.

    Es ésta una historia de Navidad de Charles Dickens, resumida por Joseph Ratzinger en una de sus meditaciones de los años 80 (publicadas en castellano con el título “El resplandor de Dios en nuestro tiempo”, Herder 2008).

    Resulta interesante que lo que aquí se llama “memoria del corazón” o “memoria del amor” surja de los encuentros con el dolor. Esto ilumina una profunda verdad: normalmente percibimos que cualquier persona es digna de ser ayudada en su necesidad, porque pertenecemos todos a una sola familia humana. Los cristianos sabemos que somos imagen de Dios y estamos llamados a ser hijos de Dios. La conciencia de esa necesidad suscita en nosotros el deseo de hacer el bien. Y todo eso queda en la memoria como un tesoro, que nos permite seguir creyendo en el bien y la capacidad de hacer el bien, y seguir haciéndolo, amando. Sabemos, por experiencia, que necesitamos de los demás y que ayudándoles nos hacemos nosotros mismos mejores y contribuimos al progreso del mundo. Por eso quien no ha tenido la experiencia de la bondad, o ha perdido la memoria de la bondad, es difícil que tenga esperanza.


    Como cristianos, es el Espíritu Santo el que nos une y nos vivifica en la familia de Dios. Nos hace progresar por medio de la fe, de la esperanza y del amor. Uno de los modos principales en que lo hace es a través de la liturgia de la Iglesia, como sucede en el Adviento.

    “El Adviento –decía Joseph Ratzinger en su meditación– quiere despertar en nosotros el recuerdo propio y el más hondo del corazón: el recuerdo del Dios que se hizo niño. Ese recuerdo sana, ese recuerdo es esperanza”. El Adviento, puerta del año litúrgico, nos introduce en esa “historia de los recuerdos” más valiosos (la historia de nuestra salvación). Nos ayuda a “despertar la memoria del corazón y, de ese modo, aprender a ver la estrella de la esperanza”.

    En el Adviento podemos hacer que esos grandes recuerdos de la humanidad, que guarda la tradición cristiana, se vayan integrando en nuestros recuerdos personales y los vayan alimentando. Y observaba el cardenal Ratzinger: “Seguramente cada uno de nosotros puede contar en ese sentido su propia historia de lo que significan para su vida los recuerdos festivos de Navidad, de Pascua o de otras celebraciones”.

    Hoy parece amenazada, en muchos cristianos, esta “memoria del corazón” que es el año litúrgico, por falta de experiencia y de conocimiento. Por eso es importante reestrenar el Adviento. De la mano del Espíritu Santo y de María, especialmente en estas semanas previas a la Navidad hay que desempolvar los recuerdos del bien y enriquecerlos viviendo con intensidad la liturgia y sirviendo a los demás, para mantener abierta la puerta de la esperanza.

    escrito por Ramiro Pellitero, 
    Profesor de Teología Pastoral, Universidad de Navarra
    (publicado en www.cope.es, 29-XI-2010)

    miércoles, 14 de diciembre de 2011

    Sentido del Adviento

    «El Adviento y la Navidad han experimentado un incremento de su aspecto externo y festivo profano tal que en el seno de la Iglesia surge de la fe misma una aspiración a un Adviento auténtico: la insuficiencia de ese ánimo festivo por sí sólo se deja sentir, y el objetivo de nuestras aspiraciones es el núcleo del acontecimiento, ese alimento del espíritu fuerte y consistente del que nos queda un reflejo en las palabras piadosas con que nos felicitamos las pascuas.


    ¿Cuál es ese núcleo de la vivencia del Adviento?

    Podemos tomar como punto de partida la palabra «Adviento»; este término no significa «espera», como podría suponerse, sino que es la traducción de la palabra griega parusía, que significa «presencia», o mejor dicho, «llegada», es decir, presencia comenzada. En la antigüedad se usaba para designar la presencia de un rey o señor, o también del dios al que se rinde culto y que regala a sus fieles el tiempo de su parusía.

    Es decir, que el Adviento significa la presencia comenzada de Dios mismo. Por eso nos recuerda dos cosas: primero, que la presencia de Dios en el mundo ya ha comenzado, y que él ya está presente de una manera oculta; en segundo lugar, que esa presencia de Dios acaba de comenzar, aún no es total, sino que esta proceso de crecimiento y maduración.

    Su presencia ya ha comenzado, y somos nosotros, los creyentes, quienes, por su voluntad, hemos de hacerlo presente en el mundo. Es por medio de nuestra fe, esperanza y amor como él quiere hacer brillar la luz continuamente en la noche del mundo. De modo que las luces que encendamos en las noches oscuras de este invierno serán a la vez consuelo y advertencia: certeza consoladora de que «la luz del mundo» se ha encendido ya en la noche oscura de Belén y ha cambiado la noche del pecado humano en la noche santa del perdón divino; por otra parte, la conciencia de que esta luz solamente puede —y solamente quiere— seguir brillando si es sostenida por aquellos que, por ser cristianos, continúan a través de los tiempos la obra de Cristo.

    La luz de Cristo quiere iluminar la noche del mundo a través de la luz que somos nosotros; su presencia ya iniciada ha de seguir creciendo por medio de nosotros. Cuando en la noche santa suene una y otra vez el himno Hodie Christus natus est, debemos recordar que el inicio que se produjo en Belén ha de ser en nosotros inicio permanente, que aquella noche santa es nuevamente un «hoy» cada vez que un hombre permite que la luz del bien haga desaparecer en él las tinieblas del egoísmo (...) el niño - Dios nace allí donde se obra por inspiración del amor del Señor, donde se hace algo más que intercambiar regalos.

    Adviento significa presencia de Dios ya comenzada, pero también tan sólo comenzada. Esto implica que el cristiano no mira solamente a lo que ya ha sido y ya ha pasado, sino también a lo que está por venir. En medio de todas las desgracias del mundo tiene la certeza de que la simiente de luz sigue creciendo oculta, hasta que un día el bien triunfará definitivamente y todo le estará sometido: el día que Cristo vuelva. Sabe que la presencia de Dios, que acaba de comenzar, será un día presencia total. Y esta certeza le hace libre, le presta un apoyo definitivo (...)».


    Alegraos en el Señor

    (...) «“Alegraos, una vez más os lo digo: alegraos”. La alegría es fundamental en el cristianismo, que es por esencia evangelium, buena nueva. Y sin embargo es ahí donde el mundo se equivoca, y sale de la Iglesia en nombre de la alegría, pretendiendo que el cristianismo se la arrebata al hombre con todos sus preceptos y prohibiciones.

    Ciertamente, la alegría de Cristo no es tan fácil de ver como el placer banal que nace de cualquier diversión. Pero sería falso traducir las palabras: «Alegraos en el Señor» por estas otras: «Alegraos, pero en el Señor», como si en la segunda frase se quisiera recortar lo afirmado en la primera. Significa sencillamente «alegraos en el Señor», ya que el apóstol evidentemente cree que toda verdadera alegría está en el Señor, y que fuera de él no puede haber ninguna.

    Y de hecho es verdad que toda alegría que se da fuera de él o contra él no satisface, sino que, al contrario, arrastra al hombre a un remolino del que no puede estar verdaderamente contento. Por eso aquí se nos hace saber que la verdadera alegría no llega hasta que no la trae Cristo, y que de lo que se trata en nuestra vida es de aprender a ver y comprender a Cristo, el Dios de la gracia, la luz y la alegría del mundo. Pues nuestra alegría no será auténtica hasta que deje de apoyarse en cosas que pueden sernos arrebatadas y destruidas, y se fundamente en la más íntima profundidad de nuestra existencia, imposible de sernos arrebatada por fuerza alguna del mundo. Y toda pérdida externa debería hacernos avanzar un paso hacia esa intimidad y hacernos más maduros para nuestra vida auténtica.

    Así se echa de ver que los dos cuadros laterales del tríptico de Adviento, Juan y María, apuntan al centro, a Cristo, desde el que son comprensibles. Celebrar el Adviento significa, dicho una vez más, despertar a la vida la presencia de Dios oculta en nosotros. Juan y María nos enseñan a hacerlo. Para ello hay que andar un camino de conversión, de alejamiento de lo visible y acercamiento a lo invisible. Andando ese camino somos capaces de ver la maravilla de la gracia y aprendemos que no hay alegría más luminosa para el hombre y para el mundo que la de la gracia, que ha aparecido en Cristo. El mundo no es un conjunto de penas y dolores, toda la angustia que exista en el mundo está amparada por una misericordia amorosa, está dominada y superada por la benevolencia, el perdón y la salvación de Dios. Quien celebre así el Adviento podrá hablar con derecho de la Navidad feliz bienaventurada y llena de gracia. Y conocerá cómo la verdad contenida en la felicitación navideña es algo mucho mayor que ese sentimiento romántico de los que la celebran como una especie de diversión de carnaval».


    Estar preparados...

    «En el capitulo 13 que Pablo escribió a los cristianos en Roma, dice el Apóstol lo siguiente: “La noche va muy avanzada y se acerca ya el día. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y vistamos las armas de la luz. Andemos decentemente y como de día, no viviendo en comilonas y borracheras, ni en amancebamientos y libertinajes, ni en querellas y envidias, antes vestíos del Señor Jesucristo...”

    Según eso, Adviento significa ponerse en pie, despertar, sacudirse del sueño. ¿Qué quiere decir Pablo? Con términos como “comilonas, borracheras, amancebamientos y querellas” ha expresado claramente lo que entiende por «noche». Las comilonas nocturnas, con todos sus acompañamientos, son para él la expresión de lo que significa la noche y el sueño del hombre. Esos banquetes se convierten para San Pablo en imagen del mundo pagano en general que, viviendo de espaldas a la verdadera vocación humana, se hunde en lo material, permanece en la oscuridad sin verdad, duerme a pesar del ruido y del ajetreo. La comilona nocturna aparece como imagen de un mundo malogrado.

    ¿No debemos reconocer con espanto cuan frecuentemente describe Pablo de ese modo nuestro paganizado presente? Despertarse del sueño significa sublevarse contra el conformismo del mundo y de nuestra época, sacudirnos, con valor para la virtud v la fe, sueño que nos invita a desentendernos a nuestra vocación y nuestras mejor posibilidades. Tal vez las canciones del Adviento, que oímos de nuevo esta semana se tornen señales luminosas para nosotros que nos muestra el camino y nos permiten reconocer que hay una promesa más grande que la el dinero, el poder y el placer. Estar despiertos para Dios y para los demás hombres: he ahí el tipo de vigilancia a la que se refiere el Adviento, la vigilancia que descubre la luz y proporciona más claridad al mundo».


    Juan el Bautista y María
     
    «Juan el Bautista y María son los dos grandes prototipos de la existencia propia del Adviento. Por eso, dominan la liturgia de ese período. ¡Fijémonos primero en Juan el Bautista! Está ante nosotros exigiendo y actuando, ejerciendo, pues, ejemplarmente la tarea masculina. Él es el que llama con todo rigor a la metanoia, a transformar nuestro modo de pensar. Quien quiera ser cristiano debe “cambiar” continuamente sus pensamientos. Nuestro punto de vista natural es, desde luego, querer afirmarnos siempre a nosotros mismos, pagar con la misma moneda, ponernos siempre en el centro.

    Quien quiera encontrar a Dios tiene que convertirse interiormente una y otra vez, caminar en la dirección opuesta. Todo ello se ha de extender también a nuestro modo de comprender la vida en su conjunto. Día tras día nos topamos con el mundo de lo visible. Tan violentamente penetra en nosotros a través de carteles, la radio, el tráfico y demás fenómenos de la vida diaria, que somos inducidos a pensar que sólo existe él.
    Sin embargo, lo invisible es, en verdad, más excelso y posee más valor que todo lo visible. Una sola alma es, según la soberbia expresión de Pascal, más valiosa que el universo visible. Mas para percibirlo de forma vida es preciso convertirse, transformarse interiormente, vencer la ilusión de lo visible y hacerse sensible, afinar el oído y el espíritu para percibir lo invisible. Aceptar esta realidad es más importante que todo lo que, día tras día, se abalanza violentamente sobre nosotros.

    Metanoeite: dad una nueva dirección a vuestra mente, disponedla para percibir la presencia de Dios en el mundo, cambiad vuestro modo de pensar, considerar que Dios se hará presente en el mundo en vosotros y por vosotros. Ni siquiera Juan el Bautista se eximió del difícil acontecimiento de transformar su pensamiento, del deber de convertirse. ¡Cuán cierto es que éste es también el destino del sacerdote y de cada cristiano que anuncia a Cristo, al que conocemos y no conocemos!».

    Palabras del Cardenal Joseph Ratzinger sobre el Adviento
    (fuente: www.fluvium.org)
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