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lunes, 12 de diciembre de 2011

Profundizar el sentido del adviento

¿Qué hacer para vivir el Adviento? 

Después de haber visto el origen y sobre todo el significado teológico y espiritual del tiempo de Adviento, indiquemos brevemente unas pistas que puedan ayudar a la vivencia y profundización de lo que significa este tiempo. Las resumiríamos con las siguientes afirmaciones:

1) El tiempo de Adviento nos invita a vivir el hoy de la vida cristiana. La vida cristiana hoy se fundamente en la fe, la esperanza y el amor. Fe y esperanza no tendrán ya cabida en el mañana definitivo cuando nada ni nadie podremos esperar porque todo lo poseeremos (Cf. 1 C 13,13). Pero en el hoy de peregrinos la esperanza es uno de los pilares imprescindibles de la vida cristiana, del hoy de nuestra Iglesia y de cada uno de sus fieles, y el tiempo de Adviento sirve para avivar esta necesidad permanente.

2) Conviene subrayar las expresiones habituales de la esperanza cristiana que se contienen en la liturgia de todos los días y que nuestros labios repiten, quizá de manera casi inadvertida habitualmente («Venga tu reino», «Ven, Señor Jesús», «Mientras esperamos tu venida», «Bendito el que viene en nombre del Señor», etc.). Porque el cristiano dejaría de serlo si no esperara y pidiera la venida del Señor -del Mesias, del Cristo- y su presencia cada vez más intensa: por ello la liturgia cristiana repite cada día -no sólo en Adviento- diversas expresiones de esperanza. Pero no siempre estas expresiones se viven con la intensidad que tienen en sí mismas. El Adviento es una buena ocasión para revitalizarlas.

3) El esperar cristiano no significa confiar. Confiar en la ayuda de Dios es ciertamente necesario, pero constituye algo diverso -y menos importante- que lo que significa la esperanza, centrada no en la ayuda del Señor sino en su venida y presencia personal. La esperanza cristiana es una actitud muy parecida a la de Israel que, derrocado el reino por la cautividad de Babilonia, esperaba y pedía la pronta llegada de un nuevo Mesías o Cristo, es decir de un nuevo rey consagrado que rigiera los destinos de Israel. La esperanza cristiana se distingue únicamente por la figura de la persona y del reino que esperamos, pero no por su naturaleza. En nuestro contexto esperar no es, pues, sinónimo de confiar.

4) Otra de las finalidades de las semanas de Adviento es hacer que germine -o se acreciente- nuestro amor o añoranza por la venida del Señor, amar el Adviento, como dice el apóstol. Se trata de aquella actitud espiritual que hacía decir a Pablo: «Aguardo la corona merecida con que el Señor premiará no sólo a mí sino a cuantos anhelan su venida (2 Tm 4, 1).

5) Hay que habituarse, pues, a leer y contemplar la venida del Señor en las expresiones con las que Israel expresaba, en las diversas épocas de su historia, la venida del rey sucesor de David -del Mesías que esperaba. Las lecturas proféticas de Adviento -y muchos de los salmos- son a este respecto muy expresivos para nuestra esperanza en la realidad del hoy cristiano. Nosotros no repetimos la esperanza como la vivieron los profetas que esperaban un mesías que no había venido sino como el que ya está presente pero ha de venir cada día -sobre todo en el último día- de una manera más manifiesta.

6) Para esperar nuestro Mesías puede ser eficaz vivir la verdadera pobreza de la Iglesia: la Iglesia, que es santa por lo que tiene de Jesús, es también verdaderamente pobre y por ello necesitada de una presencia del Señor más intensa y manifiesta. El papa, los obispos, cada uno de nosotros somos pobres y por ello esperamos que venga Cristo -el que ama a la Iglesia pobre- el único que enriquecerá nuestra pobreza. El Adviento nos invita, pues, a no escandalizarnos por la «pobreza» de la Iglesia sino a orar para que venga (adviento) el Señor y con su presencia (epifanía) nos muestre el remedio. La firme esperanza de que el Señor vendrá -y la súplica intensa para que adelante su venida- no permitirá que nos desconcierten las deficiencias visibles de una Iglesia que, a causa y en muchos de sus miembros la vemos pobre. Cristo amó a la Iglesia pobre y nosotros debemos también amar a esta Iglesia pobre de todo, incluso de cualidades en nosotros y en muchos de sus miembros. Cristo ha venido -parusía- y vendrá de manera más manifiesta -epifania- y su deseado adviento curará nuestras llagas.


¿Qué hay que evitar para no desfigurar el Adviento?

Hemos tratado de dar unas orientaciones positivas para vivir el auténtico sentido del Adviento cristiano. Estas orientaciones pueden iluminarse y reforzarse añadiendo dos puntos negativos, es decir, dos cosas a evitar y que con demasiada frecuencia aparece acompañado el Adviento. Hay que poner sumo cuidado en:

1) No confundir la esperanzacon la confianza. La esperanza cristiana no espera bienes, ni dones, sino la venida del dador, del Mesías o Cristodefinitivo. La certeza de que él nos aportará los bienes de Dios, de que confiamos en él y en su acción forma más bien parte de lo que el Nuevo Testamento llama fe. Tenemos fe en el Señor, como el enfermo tiene fe en su médico, es decir, confía en que con su ciencia le procurará la salud. La fe que describe el Nuevo Testamento tiene, en el fondo, mucho de aquella fe fiducial de que hablaba Lutero; su error no era referirse a la fe fiducial sino reducir toda la fe cristiana a esta fe-confianza. El cristiano tiene, pues, como fundamento de su vida la fe-confianza, la esperanza en que el Señor vendrá y la caridad con la que lo ama por encima de todo. Estas son las tres virtudes teologales, fundamento de toda vida cristina durante la peregrinación. Pero no debe confundirse esta «fe-confianza» con la «espera» del Señor. La confianza, pues, pertenece más bien a la fe y, en todo caso, no puede confundirse con la esperanza  

 2) Hacer de las diversas esperanzas humanas el tema de la espiritualidad de Adviento sería desvirtuar el sentido genuino de este tiempo, caer de nuevo en un horizontalismo tanto más peligroso cuanto es menos trascendente. Este esperar que Dios nos otorgará la justicia, el bienestar, el progreso de los pueblos desfavorecidos y otros bienes visibles resulta ciertamente más fácil que esperar la venida del Señor. La llamada «teología de la liberación» va por estas sendas: librarse de las injusticias, de la pobreza, de las esclavitudes humanas como la que Israel sufrió en Egipto es ciertamente bueno, es confiar en la ayuda de Dios; pero la esperanza cristiana como tal, la espiritualidad subrayada en Adviento, espera y pide algo mejor aún: al mismo Señor, no a sus dones; la libertad de la muerte y del pecado, no la liberación de las esclavitudes más inmediatas y limitadas.

(fuente: www.mercaba.org)

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