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sábado, 29 de agosto de 2015

La cara oculta de la ONU


En este capítulo Michel Schooyans nos trata de hacer ver como es que la ONU tiene una cara oculta y trata de ser un organismo controlador en lugar de uno regulador.

Entrevista con Luca Fiore
para Il Mattino della Domenica, Lugano, 24 de junio de 2001

1 Durante el “Congreso sobre la Globalización, la Economía y la Familia”, organizado en Roma del 27 al 30 de noviembre de 2000 por el Consejo Pontificio para la Familia, usted expuso la posición de la ONU con respecto a la globalización. Esta concepción de la ONU se encuentra también analizada en detalle en su libro, “La face cachée de l’ONU”, publicada en Paris, por Sarment/Fayard en el 2001. Según usted, esta concepción onusiana de la globalización tiende a considerar que el medio ambiente tiene más valor que la persona. ¿Cuál es, pues, su preocupación?

Globalización, mundialización: dos términos que fueron incorporados al lenguaje de todos los días; dos conceptos que son objeto de debates y de discusiones que comprometen el futuro de la sociedad mundial. Estos términos significan ante todo que las sociedades humanas se hicieron interdependientes. Por ejemplo, una devaluación del yen japonés tiene repercusiones sobre toda la economía mundial. Eso significa también que las sociedades están integradas: los viajes y los medios de comunicación permiten a los hombres conocerse mejor; la información científica es ampliamente divulgada y discutida, las 24 horas del día, en foros virtuales. En principio, es claro que esta evolución debe que alegrarnos y es claro que nos llama a rediseñar los instrumentos que regulan las relaciones internacionales.
Tradicionalmente, dichas relaciones internacionales se organizan en torno a dos grandes modelos. Por un lado, un modelo encarnado hoy por los Estados Unidos. La globalización es concebida entonces a partir de un proyecto hegemónico de la nación dominante, cuyo objetivo es imponer una organización del mundo de inspiración neoliberal. Este proyecto comporta sobre todo una fuerte connotación económica: tiene por objetivo la globalización del mercado; pero comporta igualmente, con toda evidencia, una voluntad de gobernar políticamente el mundo. Este proyecto hegemónico no puede realizarse sin la connivencia de otras naciones ricas. El otro modelo es heredero del internacionalismo socialista y, aunque subraya la necesidad de reformas económicas, da la prioridad a un objetivo político: limitar la soberanía de los Estados y colocar estos bajo el control de un poder político mundial. Para alcanzar este objetivo, el método ya no es revolucionario; sino reformista, según Gramsci.
Cuando habla de globalización, la ONU incorpora los dos significados de este término, tales como venimos de recordarlos. Pero aprovecha de la connotación positiva ligada a este término para imprimirle una nueva significación. Se interpreta la globalización a la luz de una nueva visión del mundo y del lugar que el hombre ocupa en el mundo. Esta visión « holística » considera que el mundo constituye un todo, y que este todo posee más realidad que las partes que lo constituyen. Dentro de este todo, la aparición del hombre sólo significa un avatar de la evolución de la materia.

2 Usted también expresó serias reservas en relación a la Carta de la Tierra, un documento de la ONU en preparación pero cuyos lineamientos ya son conocidos. Usted afirma que este documento está influenciado por la New Age. ¿Qué relación hay entre este documento y la New Age?

Se trata de un documento, del cual uno de los autores no es otro que el mismo Mikhail Gorbatchev. ¿Qué destaca este documento? Siendo nada más que el producto de una pura evolución material, el hombre, debe someterse a los imperativos del mundo que lo rodea, de la Naturaleza, del ecosistema. Habría, por ejemplo, que yugular el desarrollo, porque este deteriora el ecosistema y porque esta deterioración es causada por los hombres, que son demasiado numerosos y desajustan el clima. Habría, por tanto, que planificar la producción de los hombres para poder planificar el desarrollo, a fin que este sea sostenible. Es, en otras palabras, lo que ya explicaba Malthus, y que reaparece en el Informe Meadows.
La influencia del filósofo Thomas S. Kuhn, uno de los inspiradores de la New Age, es aquí evidente. Según esta interpretación de la naturaleza y del hombre, la « ley natural » ya no es más aquella que está escrita en el corazón y en la inteligencia del hombre; es la ley implacable y violenta que la naturaleza impone al hombre.

3 ¿Qué relación hay entre esta Carta de la Tierra y la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948?

La Declaración Universal de los Derechos Humanos, de 1948, se inclina delante de una verdad que se impone a todos: ella reconoce la igual dignidad de todos los hombres y el derecho de todos los hombres a la vida. De allí derivan todos los otros derechos. Todos los totalitarismos del siglo XX surgieron del desprecio a estos derechos inalienables. La promoción de estos derechos en el mundo entero es el medio gracias al cual pueden ser enfrentados los sistemas que reducen al hombre a ser simplemente un consumidor en el mercado, un engranaje en el Estado, un instrumento dócil del Partido, un espécimen certificado de la raza. Es sobre estos derechos fundamentales que se puede edificar una comunidad mundial.
Ahora bien, la Carta de la Tierra abandona e incluso ataca el antropocentrismo judeocristiano y romano, reforzado por el Renacimiento, y llevado a su punto de incandescencia en la Declaración de 1948. La Carta no solamente debería dejar atrás la Declaración Universal; ella debería incluso, según algunos, suplantar el Decálogo. ¡Por favor!...

4 Usted habló incluso del proyecto de la ONU de instaurar progresivamente un « supergobierno mundial » que sería jerárquicamente superior a los cuerpos intermediarios, comenzando por las naciones e impondrá un pensamiento único gracias al control de la información, de la salud, del comercio, de la política y del derecho. ¿No es una imagen del futuro muy « orwelliana »?

La argumentación « ecológica » desarrollada en la Carta de la Tierra es en realidad un artificio ideológico para camuflar algo más grave: entramos en una nueva revolución cultural. En efecto, la ONU está instaurando una nueva concepción del derecho. Esta concepción es más anglosajona que latina. Las verdades fundadoras de la ONU referidas a la centralidad del hombre en el mundo son poco a poco desactivadas. Según esta concepción del derecho, ninguna verdad sobre el hombre se impone a todos los hombres: a cada uno su opinión. Los derechos humanos no son más reconocidos como verdades; son objeto de procedimientos, de decisiones consensuales. Negociamos, y al término de un procedimiento pragmático, decidimos, por ejemplo, que el respeto de la vida se impone en tales casos pero no en otros, que tal manipulación genética justifica el sacrificio de embriones, que la eutanasia debe ser liberalizada, que las uniones homosexuales tienen los mismos derechos que la familia, etc. De allí surgen los llamados « nuevos derechos del hombre », siempre renegociables a merced de los intereses cambiantes de aquellos que pueden hacer prevalecer su voluntad.
Para introducir estos « nuevos derechos » y principalmente la concepción del derecho que le es subyacente, dos ejes de acción deben ser privilegiados. En primer lugar, se debe debilitar a las naciones soberanas, pues ellas están generalmente en primera línea cuando se trata de proteger los derechos inalienables de sus ciudadanos. Luego, en las asambleas internacionales, hay que obtener el mayor consenso posible, recurriendo, si es necesario, a la corrupción, o al chantaje, o a la amenaza. Una vez adquirido, el consenso puede ser invocado para hacer adoptar convenciones internacionales, pactos, u otros protocolos, que adquieren fuerza de ley en los Estados que los han ratificado. Este tipo de globalización, sostenida por una concepción puramente positivista del derecho, justifica las más vivas inquietudes.

5 El título de su reciente libro es La Cara Oculta de la ONU: ¿Cuál es esta cara, y quién es que se esconde detrás?

En documentos tan complejos como el de la globalización según la ONU, la falta de transparencia hace evidentemente difícil la prueba directa y la demostración matemática. La experiencia reciente de « affaires » confirma que ninguna organización está dispuesta a reconocer que está infiltrada por la acción de cofradías, por la presencia en su seno de « cofradías » y de « redes de influencia ». Sin embargo, no hay duda de que este tipo de sociedades existen. La mayoría de las enfermedades, por otra parte, se las conoce solo por sus síntomas. Se conoce estas « cofradías » no sólo por su acción: algunos iniciados explicaron el papel de sus « cofradías » en la elaboración de la ley Veil. Pero se los conoce también por lo que dicen públicamente, por ejemplo en la televisión, algunos de sus miembros. Evidentemente, siempre hay personas dispuestas a negar fervorosamente las evidencias asegurando incluso que no saben dónde encontrar los documentos. Pero, ¿es necesario que los miembros de la DGSE (Dirección General de la Seguridad Exterior) desfilen con un brazalete para saber que la DGSE existe?
En realidad, la ideología onusiana de la globalización está impregnada de referencias libre-examinista, agnósticas, utilitaristas y hedonistas. Si analizamos pacientemente las recientes reuniones de la ONU, referentes a temas tan diversos como la salud, la población, el medio ambiente, el hábitat, la economía mundial, la información, la educación –por citar sólo estos ejemplos–, se nota una remarcable identidad de inspiración y así como una muy también remarcable convergencia de objetivos. Está claro que a instigación de las naciones soberanas que son sus miembros, la ONU debería proceder a una auditoría interna, sin lo cual dará cada vez más la impresión de estar bajo la influencia de una mafia tecnocrática. Yo tengo sobre otros la ventaja de llegar a esta conclusión después de varios años de investigaciones. Sin embargo, si usted me pregunta si yo he visto con mis ojos la « mano invisible », debo responderle que sólo vi la sombra. Pero, en este caso, es suficiente.

(fuente: catholic.net)

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