Me animé a redactar este testimonio gracias a que encontré por fin el inicio de la paz y el perdón que tanto andaba buscando desde que, hace un año, opté por la decisión “más fácil”, “más cómoda”, la que “dañaría a menos personas”, y la que al mismo tiempo terminó dañando a la persona que más amé hasta el momento: mi propio hijo.
Hace un año mi novio y yo, que llevamos juntos 7 años, descubrimos que estábamos esperando un hijo. Esto pasó cuando yo no podía seguir tomando anticonceptivos por motivos de salud. Fue una noticia que me dejó sin aliento. Sentí que perdía el juicio, y no era porque era una adolescente de 15 o 20 años, ya tenía 26 y una carrera profesional concluida, al igual que él. Simplemente sentí que no podría con la responsabilidad, que no estaba preparada, que no podría darle todo lo que pensé darle a mi primer hijo. Ahora puedo resumirlo en puro egoísmo.
Una de las cosas que más me reprocho es que mi novio había aceptado con alegría la noticia y, al ver mi negativa, me propuso que lo tenga y que después me olvidase de él, que él lo criaría. A eso yo le respondí: “si tengo este hijo, me perderás a mí, porque no lo voy a soportar. O me ayudas, o lo hago sola”. Y así, en cuestión de horas, terminó aceptando.
Buscar a alguien dispuesto a “ayudarme” no fue difícil. Yo me mostraba muy decidida, aunque en el fondo el miedo me dominaba, y aunque no quería aceptarlo, yo ya lo estaba amando así de chiquito, casi imperceptible como lo vimos en la ecografía. En fin, llegó el día y muy segura fui a la clínica y en cuestión de minutos acabaron no sólo con mi hijo, sino con una parte de mí.
Hoy puedo decirles que el dolor físico no es siquiera comparable con el dolor que sentía en el alma. En el instante que salí un terrible arrepentimiento me invadió porque se me abrieron los ojos: ¡había matado a mi propio hijo! Eso fue peor que arrancarme una pierna o un brazo.
Mi novio también experimentó el mismo arrepentimiento y desde entonces solo buscamos formas de evadir el dolor. Nos sumergimos en el trabajo, en la rutina, en las cosas materiales, pero nada hacía que el dolor realmente pasara o mejorara y que volviéramos a sentirnos en paz. No había un solo día que no me sintiera arrepentida, que no llorara. Le pedí perdón a Dios muchas veces, empecé a leer la Biblia en busca de respuestas, iba a Misa, pero no me animaba a confesarme porque pensaba que no me perdonarían.
Recién después de un año tuve el valor de ir y confesarme. Ese día pude redescubrir el amor infinito de Dios, darme cuenta que muy a pesar de lo que pensaba, Él me perdonaba. Sí, Dios me perdonó, pero aún así, algo me pasaba, algo que no comprendía.
Pasaron los días y meses, y mi novio y yo decidimos retomar los planes de matrimonio. Entre los requisitos estaba el curso de novios que teníamos que llevar. Fuimos como quien cumple un requisito más y ya, sin saber que era la oportunidad que Dios estaba poniendo en nuestras vidas para retomar su camino y para no volver a alejarnos de Él. Sí, ahora comprendo que lo que me pasó fue por eso, porque me alejé de Él, porque las decisiones malas llegan con más facilidad a nuestra mente cuando nuestra parte espiritual está vacía o dormida.
En el curso de novios decidimos volver a confesarnos y fue allí donde descubrí que lo que me pasaba era que yo no había terminado de perdonarme. Si Dios lo había hecho, ¿por qué yo no? Conversé mucho con el sacerdote, fue una oportunidad de oro que ahora agradezco infinitamente y que desearía tuviesen las personas que alguna vez se hayan sentido perdidas espiritualmente.
En el mismo curso nos dimos cuenta que una cosa lleva a la otra, y que si nos hubiéramos esperado hasta el matrimonio, si hubiéramos cumplido con la parte de la castidad y la pureza, pues nada de esto habría sucedido.
Como el padre me dijo: “Dios escribe derecho con líneas torcidas”. Ahora creo firmemente que tengo un propósito de vida, más aún con lo que me pasó, y si mi testimonio puede ayudar a alguien que esté pensando que el aborto es la salida, pues tenga la seguridad que sólo será la entrada a un camino lleno de sufrimiento y dolor que no se lo deseo a nadie.
(fuente: La Opción V; catholic.net)
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