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miércoles, 5 de agosto de 2015

La oración ¿me hace más alegre?

Está claro que la oración no quita los problemas. No es la oración una panacea universal de resolución de los infinitos problemas humanos que surgen en las diversas circunstancias y ámbitos de la vida. Por ello no poca gente se pregunta, ¿para qué sirve la oración? ¿Me hace sentirme mejor? ¿Me hace más bueno? ¿Me hace más alegre, más feliz? ¿Qué es lo que me da para que merezca la pena dedicarle tiempo, energías y dedicación? Estas preguntas reflejan la mentalidad utilitarista en la que vivimos en la que siempre se busca una utilidad en lo que hacemos, pero como son preguntas que es lícito ponerse, vale la pena tratar de ofrecer algunas pistas que nos ayudan a encontrar el valor de la oración.


La alegría de poseer a Jesús

Por el momento nos vamos a detener a tratar de responder a una sola pregunta: ¿La oración me hace más alegre? El Papa Francisco ha comenzado su primera exhortación apostólica con el tema de la alegría del Evangelio y él comienza diciendo que “la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”. Quien se encuentra con Jesús no puede menos de poseer una alegría interior desbordante. Y, dado que la oración es realmente un encuentro personal y vivo con Jesús, entonces está claro que sí, que la oración nos da alegría. Y quien entra en contacto con la persona que está unida a Jesús queda como contagiado en su ser más íntimo de esta presencia alegre, aunque quizás pueda coexistir con un dolor o sufrimiento moral o físico que invade otros niveles de la existencia.


Algunos ejemplos

La oración, sí da la alegría, una alegría profunda; una alegría que toca el ser de quien entra en contacto con el Amor, la fuente de la verdadera alegría. Aunque a veces la alegría no se perciba de modo sensible, quien está unido al Amor, la posee en la profundidad de su espíritu y la irradia en torno suyo. ¡Cómo nos acordamos del rostro orante de un San Juan Pablo II que, en medio del dolor físico, transparentaba la plenitud propia de quien vive la alegría íntima de estar en compañía de Aquel que lo ama y de Aquel a quien ama.

Sí, la oración te hace más alegre. Basta ver el rostro de algunos religiosos y religiosas jóvenes o jóvenes seminaristas, de personas consagradas a Él en la vida apostólica, que han dejado todo por Jesús, que están con Él en la oración; o laicos casados o solteros entregados totalmente al amor de Jesús y dando a todas sus vidas ese toque maravilloso de quien ha encontrado la fuente suprema del Amor. Esas personas perfuman de alegría los ambientes en que viven. La alegría profunda del ser se transparenta allí donde está Jesús, en todo corazón que lo posee por la amistad personal con Él, en el alma en el que Él vive como en un templo.


Volver a nacer

Claro que la alegría que da la oración no está exenta de cruz, de sacrificio, de dolores, de obstáculos, de dificultades. Nadie ha dicho que el cristianismo es una religión que elimina todo esto. Pero sí le da un sentido. Y le da un sentido el amor: el sentirse amado y el amar de un modo nuevo, real, transformante, beatificante.

Para que el amor no caduque, para que vengan ni otoños ni inviernos en el amor, está la oración como canal de gracia, como sorpresa continua, como relación renovada con Cristo. En ella “nace y renace la alegría”. No sólo nace. También es capaz de renacer. Y también en mi corazón y en el tuyo. La oración es la puerta de entrada a ese “nacer de nuevo” que nos es tan necesario en el bregar cotidiano. ¿Queremos hacer la prueba? Él está a la puerta y llama. Si le abrimos, entrará y nos llenará de la alegría de su presencia, del gozo de su amor.

escrito por P. Pedro Barrajón, L.C.
(fuente: www.la-oracion.com)

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