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miércoles, 5 de agosto de 2015

Dará comienzo el VII Congreso Internacional de María Auxiliadora

Tendrá lugar entre el 6 y 9 de agosto del corriente año. Hará hincapié en los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización.

Bajo el lema "hic domus mea, inde gloria mea" - De la casa de María hasta nuestros hogares - se celebrará en Torino-Valdocco/Colle don Bosco (Italia) el VII Congreso Internacional de María Auxiliadora. Hasta allí se desplazará un grupo importante de las diferentes asociaciones de ADMA de la Inspectoría Santiago el Mayor.

Es un evento de la Familia Salesiana, que reconoce en la devoción a María, un rasgo de espíritu carismático común.

Desde "su casa", María Auxiliadora y Madre de la Iglesia quiere dirigir los afectos de la Iglesia y de la Familia Salesiana hacia nuevas profundidades y más amplios horizontes. El lugar del amor, que se llama familia, se ha visto desbordado durante demasiado tiempo por temas de emergencia cada vez más actuales y urgentes?

El Papa le asigna ahora una posición de absoluta importancia, con la convocatoria del reciente Sínodo sobre la Familia, pidiendo inteligencia y amor.


Perspectivas del Congreso


Perspectiva bíblica: Presentación de Jesús en el Templo – “Su misericordia de generación en generación”.

Estamos acostumbrados a señalar en la Santa Familia de Nazaret, el icono más verdadero y concreto de la familia, cómo deben ser nuestras familias, o sea “una Iglesia doméstica” en la que se practica el Evangelio vivo de Jesucristo. Sin embargo, junto a esta primordial imagen de la familia, hay otra que pone más en evidencia el hecho de que toda familia está relacionada con las generaciones anteriores y solo puede tener futuro si atesora la memoria en perspectiva, representada, como dice el papa Francisco, en la unión de dos polos de la vida: la juventud y la ancianidad. Esta segunda imagen se nos presenta en la escena de Lucas de la presentación de Jesús en el Templo para la purificación (cf. Lc 2,22-38). Giotto ha pintado esta escena de modo extraordinario en el ala derecha de la Basílica inferior de Asís: el anciano Simeón, signo de la profecía del Espíritu, tiene en brazos al niño Jesús, y la profetisa Ana, ya avanzada en años, es retratada en el gesto de alabar a Dios y de anunciar la salvación a quien esperaba la redención de Israel. Estos dos ancianos anuncian a la generación futura la fuerza y la justicia de Dios que nos ha redimido en un infante y son los anillos de aquella promesa que encuentra en el seno de Abrahán su mismo origen. Los dos ancianos son como “las brasas de la memoria que condensa, como las brasas y el fuego, los valores que nos hacen grandes”, y que nos dicen que toda familia, como la de Nazaret, está insertada en la historia de un pueblo y no pude existir sin las generaciones precedentes.

En el encuentro entre el anciano Simeón y María, joven madre, Antiguo y Nuevo Testamento (dos generaciones frente a frente) se unen de modo admirable en la acción de gracias por el don de la Luz, que ha brillado en las tinieblas y les ha impedido prevalecer. También la familia de Nazaret, pequeña Iglesia doméstica, a la luz de la escena de la presentación de Jesús en el Templo, se convierte en “familia de familias”, o sea pueblo santo de Dios, heredero de una promesa que finalmente se ha cumplido: porque el Padre, en Cristo, por el poder del Espíritu Santo, se ha preocupado de toda la estirpe de Abrahán (cf. Eb 2,16).

“La escena nos muestra esta relación de tres generaciones: Simeón tiene en brazos al niño Jesús, en el cual reconoce al Mesías, y Ana es retratada en el gesto de alabar a Dios y anunciar la salvación a quien esperaba la redención de Israel. Estos dos ancianos representan la fe como memoria. Pero os pregunto: “¿escucháis vosotros a los abuelos? ¿Abrís vuestro corazón a la memoria que os ofrecen los abuelos? Los abuelos son la sabiduría de la familia, la sabiduría de un pueblo. ¡Y un pueblo que no escucha a los abuelos, es un pueblo que muere! ¡Escuchar a los abuelos!”. María y José son la familia santificada por la presencia de Jesús, que es el cumplimiento de todas las promesas. Todas las familias, como la de Nazaret, están insertas en la historia de un pueblo y no pueden existir sin las generaciones precedentes. Por eso hoy tenemos aquí a los abuelos y a los niños. Los niños aprenden de los abuelos, de la generación precedente. Queridas familias, también vosotros sois parte del pueblo de Dios. Caminad alegres con este pueblo. Permaneced siempre unidas a Jesús y llevádselo a todos con vuestro testimonio” (Papa Francisco a las Familias -26 de octubre de 2013).


Perspectiva cultural-teológica: ¡Sí a la familia!

“Las familias son la Iglesia doméstica, donde Jesús crece, crece en el amor de los cónyuges, crece en la vida de los hijos. Por eso el enemigo ataca tanto a la familia: ¡el demonio no la quiere! Trata de destruirla, intenta conseguir que el amor no anide allí. Las familias son esta Iglesia doméstica. Los esposos son pecadores, como todos, pero quieren avanzar en la fe, en su fecundidad, en los hijos y en la fe de los hijos. El Señor bendiga a la familia, la fortalezca en esta crisis en la que el demonio quiere destruirla” (Papa Francisco a la Renovación del Espíritu – 1 de junio de 2014).

La familia está compuesta por rostros, por personas que aman, hablan, se sacrifican por los demás y defienden la vida a toda costa. Se hace uno persona en la familia, creciendo con el padre y la madre, respirando el calor de la casa, verdadero nido y cuna de la vida. En la familia recibimos el nombre, y por tanto, nuestra dignidad. La familia es el lugar de la amistad, de los afectos, el espacio de la intimidad, donde se aprende al arte del diálogo y de la comunicación interpersonal.

El matrimonio forma parte del proyecto de Dios desde siempre y es la base de la familia porque en él se realiza el proceso de humanización del mundo, de toda persona y de toda sociedad. El matrimonio es una especie de “primer sacramento” de lo humano, donde la persona se descubre a sí misma, se auto-comprende en relación con los otros y con el amor que es capaz de recibir y de intercambiarse. No ocultamos el hecho de que hoy la familia, constituida por el matrimonio de un hombre y una mujer, que les convierte en una sola carne (Mt 19, 6), abierta a la vida, pasa en todas partes por momentos de crisis, rodeada de modelos de vida que penalizan, descuidada por las políticas de aquella sociedad de la que sin embargo es la célula fundamental, no siempre respetada en sus ritmos y sostenida en sus compromisos por las mismas comunidades eclesiales. Pero precisamente esto nos impulsa a decir que debemos tener un cuidado particular de la familia y de su misión en la sociedad y en la Iglesia, desarrollando itinerarios de acompañamiento antes y durante el matrimonio. Queremos también expresar nuestro agradecimiento a tantos esposos y tantas familias cristianas que con su testimonio, presentan al mundo una experiencia de comunión y de servicio que es semilla de una sociedad más fraterna y pacificada.


Perspectiva pedagógico-salesiana: Tras las huellas de Don Bosco vivamos el espíritu de familia

En sintonía con la Iglesia, también la Familia Salesiana pone una atención especial en la familia, sujeto originario de educación y primer lugar de evangelización. También nosotros estamos llamados a hacer de modo que la pastoral juvenil esté siempre abierta a la pastoral familiar. En casi todos los contextos, la situación de la familia suscita una preocupación especial. Esta amenazada no solo por un difuso relativismo ético, sino también por procesos de deslegitimación institucional. Se llega hasta la disgregación y el reconocimiento de otras formas de unión, con graves consecuencias en el plano educativo, como el abandono de los menores, las convivencias impuestas, las violencias intrafamiliares. “Casa” y “familia” son dos vocablos frecuentemente utilizados por Don Bosco para describir el “espíritu de Valdocco” que debe brillar en nuestras comunidades. En este sentido acogemos la llamada evangélica a la corrección fraterna y a la reconciliación.

En particular, desde la primera evangelización la transmisión de la fe, en el trascurso de las generaciones ha encontrado un lugar natural en la familia. En ella –con un rol del todo especial desempeñado por la mujer, sin que por esto queramos disminuir la figura paterna y su responsabilidad- los signos de la fe, la comunicación de las primeras verdades, la educación para la oración, el testimonio de los frutos del amor han sido infundidos en la existencia de los niños y de los muchachos, en el contexto del cuidado que toda familia reserva para el crecimiento de sus pequeños. No puede pensarse en una nueva evangelización sin sentir una precisa responsabilidad en el anuncio del Evangelio a las familias, sin apoyarlas en su tarea educativa.


Objetivos del Congreso

De la casa de María a nuestras casas: Llevar el perfume de una nueva humanidad, el soplo del Espíritu que mueve todas las cosas, actualizando en los grupos de la Familia salesiana y en las familias una red de relaciones auténticas, de corresponsabilidad y de comunión inspirada en el espíritu de familia de Don Bosco.

Diálogo: El gran ausente en muchas familias es el diálogo. Cada uno permanece anclado en sus propias posiciones. A veces se prefiere esquivar el diálogo para evitar discusiones. Este viento del Espíritu de Dios que sopla de la casa de María tiene la fuerza necesaria para relacionar al uno con el otro, de modo que se destruya esa cerrazón, esos prejuicios y esas ambiciones que son los enemigos más acérrimos de la unidad familiar.

Cuántas familias son prisioneras del espíritu mudo que hace que se calle la verdad del propio yo, en vez de comunicarlo al nosotros de la familia. Las relaciones familiares arden de amor cuando cada uno se comunica a sí mismo en la verdad, manifestando sus propias cualidades sin esconder sus defectos. Los perfeccionistas, los moralistas y rigoristas son quienes aprisionan el fuego del espíritu haciendo frías, alejadas y apáticas las relaciones familiares.

Estas lenguas de fuego dan el poder de comunicarse en otra lengua, la lengua de la sinceridad que revela plenamente quién es Dios y quién somos realmente nosotros, para dar a conocer que el amor de Dios es siempre superior a cualquier equivocación y olvido nuestro.

El viento contiene aquella frescura que refuerza la misión familiar. El sudor del trabajo, la fatiga de la educación de los hijos, la asistencia a los propios familiares ancianos, producen un cansancio de ánimo antes que físico, cansancio que solo puede ser aliviado con el soplo del Espíritu.

Amarse: el viento del Espíritu que sopla desde la casa de María, aventa el polvo que se deposita en el trascurso del tiempo. Cuántos lazos familiares necesitan ser dispersados por el viento del Espíritu. Esta es una imagen típica de las relaciones que permanecen inalteradas en el curso de los años, relaciones que nunca han encontrado la fuerza para renovarse y madurar para dar los frutos típicos de la vocación adulta. Noviazgos que duran muchísimos años sin proyecto de matrimonio, espera de mucho tiempo antes de acoger a los hijos, vivir con la nueva familia permaneciendo condicionados por la familia de origen, son el polvo que se va acumulando corriendo el riesgo de impedir la posibilidad de orientarse hacia la misión confiada por Dios. En positivo: vivir la cotidianidad de las relaciones con las tres actitudes de acogida hecha de comunicación y participación, de la reconciliación y del perdón, del reconocimiento y el agradecimiento por el bien que hay: permiso, excusa, gracias, nos recuerda el papa Francisco.

Presencia de Dios: el viento del Espíritu que sopla desde la casa de María, convierte las casas y las comunidades en un cenáculo, donde la práctica de la oración es el verdadero adhesivo que solidifica y restaura las relaciones familiares. La oración requiere dos elementos esenciales: la asiduidad y la concordia. La asiduidad significa no perder nunca la ocasión de dirigirse a Dios para pedir inspiración para la propia acción, para reconocer las propias culpas y para tener la necesaria contrición y valor para pedir perdón. La concordia significa tener el propio corazón abierto a la voluntad de Dios, para vivir la unidad familiar incluso en la diversidad de intenciones, y dejar decidir a Dios como camino a seguir entre las posibilidades que se presentan. Asiduidad y concordia son a la vez prerrequisitos y frutos de la oración.

De este modo la oración, el fuego y el viento renuevan la familia cristiana, impulsándola a salir de sus propias paredes domésticas para comunicar al mundo entero la alegría de vivir juntos, a pesar de las diferencias, las incomprensiones y las limitaciones de toda persona humana.

Información y contactos: congresso@admadonbosco.org

(fuentes: salesianos.es; www.congressomariaausiliatrice2015.org)

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