Para Santa Teresa, existe una exigencia esencial antes de introducirse en la oración: la pureza de corazón.
La oración, encuentro entre Dios y el hombre; encuentro que acontece en el fondo del alma, lugar al que la Biblia llama «corazón».
En este corazón está el hogar de nuestra vida religiosa. Es allí donde reside Dios; y es desde esta profundidad del espíritu desde donde habla Dios.
La Palabra de Dios permanece desoída y el encuentro se hace imposible cuando un maremagno turbulento y variado de pensamientos y sentimientos, de afectos y deseos... abarrotan el corazón. Hace falta calma, silencio, libertad interna. La pureza de corazón no es el vacío, sino el Amor de Dios, que excluye el amor a sí mismo. Un solo apego humano puede oscurecer nuestra visión o encuentro con Dios; aquí reside la fuente de toda dificultad en la oración. Para desarrollar una profunda vida de oración, es necesario ser capaz de preferir a Dios antes que nada.
1. La oración del cristiano es esencialmente oración de Cristo.
La oración, en su contenido genérico, es la realización de una relación real y personal entre el hombre y Dios.
El pecado produjo una ruptura entre la humanidad y Dios, y sólo en Cristo Redentor se puede restablecer de nuevo el vínculo de unión el hombre y Dios.
Cristo es el primogénito entre muchos hermanos, y en Él se recapitula toda la humanidad. En consecuencia, sólo por medio de Él se restablecen las relaciones entre Dios y el hombre. Podemos afirmar que sólo existe una oración real: la de Cristo.
El cristiano hace suya la oración de Jesús en todas sus dimensiones, pues su oración, como la de Cristo, está vivificada por el mismo Espíritu.
Nuestra oración sólo existe en cuanto es oración de Jesús, en cuanto estamos unidos a Él e incorporados a Él: unión e incorporación que son realizadas por la gracia del bautismo.
2. La novedad de la oración cristiana está en ser la misma oración de Cristo, comunicada a los hombres.
Cristo nos hace sus miembros, vive en nosotros por su Espíritu, precisamente, en cuanto hace nuestra su oración, y, así, nos introduce en el misterio de su relación personal con el Padre.
La esencia teológica de la oración cristiana es entrar en diálogo con Dios Trinidad a través de la mediación de Cristo.
La oración del cristiano es la oración de un hombre que ha sido elevado al orden sobrenatural e introducido en la familia de Dios; hijo del Padre en Jesucristo (Gal 4,5).
La oración cristiana es esencialmente trinitaria, cristiforme y filial. Diálogo del hijo al Padre, por Cristo, en el Espíritu. Diálogo, escucha, silencio.
La oración es ante todo diálogo y comunicación entre Dios y el hombre, donde el centro no somos nosotros, sino Él, Él y nosotros. Así la oración se vuelve amistad[1].
Otro aspecto más profundo de la oración es la escucha.
Es necesario hacer silencio, transparencia, hacer verdad dentro de nosotros. Dios no puede hablarnos hasta que no hayamos aprendido a quitarnos las máscaras del rostro. La escucha de la Palabra sólo es posible cuando, y, en la medida en que, el alma ha conseguido en sí una amplia zona de silencio.
Un último grado, a conectarse con toda la tradición carmelita, nos dice que la cumbre de la oración es el amor: «que no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama»[2].
La oración es amor cuando las palabras ya no sirven, cuando basta una simple mirada para entenderlo todo. Quien llega a estar por largo tiempo en la cima es sólo por un gran don de Dios; el que está siempre es santo. Pero hay que apuntar siempre a la cumbre para dar alma a nuestra oración: que nuestra vida se convierta en amor, todo amor, sólo amor. «para aprovechar mucho en este camino (de la oración)... –dice Santa Teresa- no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho»[3].
Podemos decir que, si la oración encuentra su fundamento en la fe y su impulso en la esperanza, su dinamismo esencial brota de la caridad, que inspira y anima todas las actitudes del orante.
3. Jesús nos ha dejado la oración por excelencia, el Padrenuestro, como modelo, pero aquí y allá nos ha dejado verdaderas lecciones sobre la oración.
Nos ha enseñado a no ser charlatanes cuando oramos: «Y, al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados» (Mt 6,7).
Nos ha enseñado a no orar para ser vistos: «Y, cuando oréis, no seáis como los hipócritas... para ser vistos de los hombres» (Mt 6,5).
Nos ha dicho que hay que perdonar antes de orar: «Y, cuando os pongáis de pie para orar, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre, que está en los cielos, os perdone vuestras ofensas» (Mc 11,25).
Nos ha exhortado a ser constantes en la oración: «Les propuso una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer» (Lc 18,1).
Debemos orar con fe: «todo cuanto pidáis con fe en la oración, lo recibiréis» (Mt 21,22).
Es clara la insistencia de Cristo en orar, en orar siempre, en orar con tenacidad y perseverancia.
El orar, en el Evangelio, no es un problema de multiplicación de actos o palabras, sino que mira a la orientación del alma y de toda la vida hacia Dios, por lo cual se vive por Cristo, en Él y con Él.
El paso de la oración a la actitud contemplativa es automático cuando la oración es comunicación profunda con Dios. «La contemplación, según el pensamiento cristiano, comienza cuando se produce una apertura a Dios, cualquiera que sea el modo que Él escoja para acercarse a nosotros. Es una actitud de apertura a Dios del que descubrimos en todo lugar su presencia. Como María, reflexionamos sobre nuestras experiencias y nos hacemos conscientes de su presencia a través de ellas»[4]
notas
[1] Cf. ANCILLI, E., o.c., I, 24-29. Hemos tomado literalmente algunos pasajes.
[2] STA. TERESA DE JESÚS, V, 8, 5.
[3] Ibid., M IV, 1, 7.
[4] RIVC, La formación en el Carmelo (Ed. Carmelitane; Roma 1988) nº 10, 19. escrito por Mariano Cera, O.Carm.
(fuente: ocarm.org)
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