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viernes, 24 de mayo de 2013

El cuadro de María Auxiliadora en la Basílica de Turín

A Don Bosco le preocupaba el cuadro de la Santísima Virgen Auxiliadora que debía colocarse en el altar mayor del santuario en construcción.

En la primera reunión con el pintor Lorenzone, que debía pintarlo, dejó maravillados a todos los presentes con la grandiosidad de sus ideas.

Expresó así su pensamiento:

- En lo alto, María Santísima entre los coros angélicos; en torno a Ella y más cerca los apóstoles, después los mártires, los profetas, las vírgenes y los confesores. En tierra, los emblemas de las grandes victorias de María y los pueblos de las distintas partes del mundo con las manos levantadas pidiendo auxilio.

Hablaba como de algo ya visto por él y precisaba todos los detalles.

Lorenzone le escuchaba sin perder sílaba. Cuando don Bosco terminó, le preguntó:

-¿Y dónde pondrá ese cuadro?
-En la nueva iglesia
-¿Cree usted que cabrá en ella?
-¿Por qué no?
-Y ¿dónde encontrará la sala para pintarlo?
-Eso va por cuenta del pintor.
-¿Dónde quiere que halle un espacio capaz para este cuadro? Haría falta toda la plaza Castillo. Salvo que pretenda una miniatura para mirarla con el microscopio.

Todos rieron. El pintor demostró su punto de vista, teniendo en cuenta las medidas y reglas de la proporción.

Don Bosco quedó un poco contrariado, pero no tuvo más remedio que reconocer que el pintor tenía razón.

Se decidió que el cuadro llevara sólo la Virgen, los apóstoles, los evangelistas y algunos ángeles en la parte superior. Al pie del mismo, bajo la gloria de la Virgen, iría el Oratorio.

Se arrendó un amplísimo salón del palacio Madama y el pintor empezó inmediatamente su trabajo; éste le ocuparía casi tres años.

Estaba a punto de terminarse el cuadro cuando se dio cuenta de que el magnífico león colocado junto a san Marcos atraía tan poderosamente la atención que la apartaba algo del personaje principal. Tuvo, pues, que darle una expresión menos viva.

La Virgen le quedó verdaderamente estupenda.

-¡Mire qué hermosa es! No es obra mía; no soy yo quien pinta, hay otra mano que guía la mía. Y ésta, a mi parecer, pertenece al Oratorio. Diga, pues, a Don Bosco que el cuadro saldrá como él lo quiere.

Estaba locamente entusiasmado. Después se puso de nuevo a su trabajo. Cuando se llevó el cuadro a la iglesia y se colocó en su lugar, Lorenzone cayó de rodillas derramando abundantes lágrimas.

(fuente: boletinsalesiano.info)

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