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jueves, 8 de enero de 2015

Como Brochero, discípulos misioneros de Jesús Buen Pastor

Los sacerdotes estamos llamados a ser discípulos misioneros, pero con una particularidad: a imagen del Buen Pastor. Y allí es donde viene a ayudarnos la figura de Brochero. ¿Qué refleja de Jesús Brochero? Precisamente sus actitudes de buen pastor. Uno podría preguntarse: ¿Qué habría hecho Jesús con los pobres de Traslasierra? Lo que hizo Brochero. Perderse en medio de ellos, hablar como ellos, buscar el bien de ellos sin dualismos.

Cuando hablamos de la identidad sacerdotal o de la espiritualidad sacerdotal, no hay que olvidar el llamado de Jesús a meternos en medio del pueblo. La Biblia nos invita a reconocer que somos pueblo: “Ustedes que en otro tiempo no eran pueblo, ahora son pueblo de Dios” (1 Pe 2, 10). Pero tengamos en cuenta que una cosa es saber que somos pueblo y otra cosa es vivirlo con una profunda conciencia. La conciencia de ser pueblo es parte de nuestra identidad y de nuestra espiritualidad. Para un pastor, se convierte en un gusto espiritual estar cerca de la vida de la gente. La misión es una pasión por Jesús que al mismo tiempo se convierte en una pasión por el pueblo.

La oración debería llevarnos a esta pasión. Cuando nos detenemos ante Jesús crucificado, reconocemos todo su amor que nos dignifica y nos sostiene, pero allí mismo, si no somos ciegos, empezamos a percibir que esa mirada de Jesús se amplía y nos envía al pueblo con más ganas.

Jesús mismo es el modelo de esta opción evangelizadora. ¡Qué bien nos hace verlo cercano a todos! Si hablaba con alguien, miraba sus ojos con una profunda atención amorosa: “Jesús lo miró con cariño” (Mc 10, 21). Lo vemos accesible cuando se acerca al ciego del camino (cf. Mc 10, 46-52), y cuando come y bebe con los pecadores (cf. Mc 2, 16), sin importarle que lo traten de comilón y borracho (cf. Mt 11, 19). Lo vemos disponible cuando deja que una mujer prostituta unja sus pies (cf. Lc 7, 36-50) o cuando recibe de noche a Nicodemo (cf. Jn 3, 1-15).

Justamente por eso, cuando lo acusaban a Brochero de juntarse con mala gente, él respondía: “La culpa la tiene nuestro Señor, porque él obró de la misma manera, y paraba en casa de los pecadores para atraerlos a su Reino”.

A veces sentimos la tentación de ser pastores manteniendo una prudente distancia de las llagas de la gente. Pero Jesús quiere que toquemos miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás. Y espera que renunciemos a buscar esas cuevas personales o comunitarias que nos permiten mantenernos a distancia: lejos del nudo de la tormenta humana y de la ternura pastoral.

Brochero les recomendaba a los curas más jóvenes: “Cuanto sean más pecadores o más rudos o más incivilizados los feligreses, los han de tratar con más dulzura y amabilidad en el confesionario, en el púlpito y en el trato familiar”. Esta es la opción por los pobres real, evangélica, no ideológica, que implica no estar tanto tiempo con los lindos, inteligentes y agradables, sino con los que son verdaderamente los últimos. Cuando Brochero quería organizar alguna jornada de evangelización era curioso lo que hacía: elegía como base la casa del más borracho y ladrón de la zona, aunque lo criticaran, porque así a esa persona nole quedaba más que escuchar su predicación. Esa era la opción.

¿Qué diría de eso el Evangelio? Está muy claro en Lucas 12, 12-14: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos… Más bien, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los inválidos, a los cojos y a los ciegos. Entonces serás dichoso, porque ellos no tienen con qué recompensarte. Serás recompensado en la resurrección de los justos”.

Además, cuando Brochero se acercaba a un hombre lleno de vicios y defectos, lo hacía como pide la Palabra de Dios: “con dulzura y respeto” (1 Pe 3, 16). Vivía el pedido de la Palabra: “en lo posible y en cuanto de vosotros dependa, en paz con todos” (Rm 12, 18), venciendo “el mal con el bien” (Rm 12, 21), sin cansarnos “de hacer el bien” (Ga 6, 9) y “considerando a los demás como superiores a uno mismo” (Flp 2, 3). De hecho, cuentan los Hechos que los Apóstoles del Señor “gozaban de la simpatía de todo el pueblo” (Hch 2, 47; 4, 21.33; 5, 13). Queda claro entonces que Jesucristo no nos quiere príncipes que miran despectivamente, sino hombres y mujeres de pueblo.

Si uno pretende buscar anécdotas de la vida de Brochero que puedan llamar la atención, en realidad no encuentra muchos relatos llamativos. Precisamente porque la clave de su vida santa era perderse en la sencillez de su pueblo, ser uno más, pasarse horas conversando debajo de un árbol, hablando el lenguaje de ellos y acompañándolos en sus dramas tan comunes. Basta imaginarlo haciendo kilómetros y kilómetros en su mula por los cerros cordobeses, buscando gente para los ejercicios espirituales, y quedarse días y días perdiendo el tiempo en algún rancho olvidado. El corazón de Brochero está lleno de rostros largamente contemplados y de nombres tantas veces repetidos.

Ese fue un camino de santificación, porque, como dice la Biblia, quien no ama al hermano “camina en las tinieblas” (1 Jn 2, 11), “permanece en la muerte” (1 Jn 3, 14) y “no ha conocido a Dios” (1 Jn 4, 8). Entonces, cuando vivimos la mística de acercarnos a los demás, ampliamos nuestro interior para recibir los más hermosos regalos del Señor. Cada vez que se nos abren los ojos para reconocer al otro, se nos ilumina más la fe para reconocer a Dios. Como consecuencia de esto, si queremos crecer en la vida espiritual, no podemos dejar de ser misioneros en medio de la gente.

Uno no es más espiritual si escapa de los demás, si se esconde, o si alimenta –como dice el Papa– una psicología de príncipe. Eso no es más que un lento suicidio espiritual. Tampoco es más espiritual si reduce la tarea pastoral o el corazón de pastor a algunos momentos aislados. Yo no tengo una misión, sino que soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo. Estoy marcado a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar. Allí aparece el cura de alma, ese que ha decidido a fondo ser con los demás y para los demás, sea cargando ladrillos o haciendo caminos para su gente, como rezando el rosario o predicando el Evangelio. Allí aparece Brochero, con una identidad tan sólida que hoy es imposible imaginarlo de otra manera que siendo cura de Traslasierra.

Pero para compartir la vida con la gente y entregarnos generosamente, necesitamos reconocer también que cada persona es digna de nuestra entrega. Cada uno. Y así se produce esa evangelización persona a persona, que, como dice el Papa Francisco, vale más que mil planificaciones. Cada uno vale. No por su aspecto físico, por sus capacidades, por su lenguaje, por su mentalidad o por las satisfacciones que nos brinde, sino porque es obra de Dios, criatura suya. Él la creó a su imagen, y refleja algo de su gloria. Todo ser humano es objeto de la ternura infinita del Señor, y él mismo habita en su vida. Jesucristo dio su preciosa sangre en la cruz por esa persona. Entonces, más allá de toda apariencia, cada uno, cada uno es inmensamente sagrado y merece todo nuestro cariño, nuestro tiempo y nuestra entrega. Por ello, si logro ayudar a una sola persona a vivir mejor, eso ya justifica la entrega de mi vida.

Eso está tan claro en Brochero. Cuando visitaba a un leproso, le decían que no lo hiciera, y él contestaba: “¿Es que el alma de ese pobre hombre no vale nada?”. Era un modo de decir que ese leproso tenía un valor inmenso y que por eso no se lo debía abandonar. El mismo mensaje nos da Brochero cuando tiene que ir a atender un enfermo y no le queda más que cruzar el río crecido agarrado de la cola de su mula: “Guay que el diablo me lleve un alma”. Una sola persona es digna de la entrega de mi vida, aunque nadie lo valore. Es esa entrega “artesanal”, cuerpo a cuerpo, de la que habla con gusto el Papa Francisco.

“Estar con”, esa es una característica indispensable del cura, que lo define. Estar con. En el año 1857 hubo un brote de cólera y los que podían se escapaban. El cura se quedó y estuvo cerca de todos y de cada uno. No es lo mismo que ocurrió en Nicaragua en una época en que grupos de guerrilleros se metían en poblaciones del interior. Muchos párrocos, cuando se enteraban que pasaba la guerrilla, se escapaban por un tiempo. Uno de ellos, cuando volvió al pueblo supo que varios se habían hecho evangélicos, y se quejó en la homilía. Una mujer se puso de pie y le dijo: “Eso pasó porque nos abandonaste cuando más te necesitábamos. No estuviste en el peor momento”. Hay muchas formas hoy de abandonar a la gente. Uno puede estar y al mismo tiempo no estar en un lugar. Brochero nos enseña a estar a fondo, en cuerpo y alma, a no abandonar a nadie, nunca.

La oración que lo ocupaba los últimos meses de su vida, era también la oración de alguien que no se entendía a sí mismo sin su pueblo. No es la pura contemplación de Dios. Es la intercesión por el pueblo amado. Limitado físicamente, pasó de ser contemplativo en la acción a ser más activo en la oración. Es esa oración de intercesión que brota inevitablemente del corazón de alguien que es cura hasta los tuétanos: “Este es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo” (2 M 15,14).

Que el querido Brochero nos enseñe a ser curas con todas las ganas, y a vivir gozosamente metidos en el corazón del pueblo.

escrito por Mons. Víctor Manuel Fernández
(fuente: www.osar.org.ar)

miércoles, 7 de enero de 2015

Francisco en el Ángelus: "La vida es caminar buscando a Dios"

Texto completo. La vida es caminar, atentos, incansables, con coraje, con la luz, con el evangelio. En adoración Dios se manifiesta a todos los pueblos y no sólo a unos privilegiados.

Ciudad del Vaticano, 06 de enero de 2015 (Zenit.org) Después de la santa misa que celebró en el Vaticano, con motivo de la festividad de los Reyes Magos, el santo padre Francisco desde la ventana de su oficina que da hacia la plaza de San Pedro, rezó la oración del ángelus. Ante los miles de peregrinos allí reunidos, el Papa dirigió las siguientes palabras.

«Queridos hermanos y hermanas. Buenos días y una buena fiesta.

En la noche de Navidad hemos meditado sobre el acercarse de algunos pastores pertenecientes al pueblo de Israel, a la gruta de Belén. Hoy en la solemnidad de la Epifanía, recordamos la llegada de los Reyes Magos, que vienen desde Oriente para adorar al recién nacido Rey de los Judíos, y Salvador universal, para ofrecerle dones simbólicos.

Con su gesto de adoración, los Magos dieron testimonio de que Jesús vino al mundo para salvar no solamente a un pueblo, sino a toda la gente. Por lo tanto en la fiesta de hoy nuestra mirada se amplía al horizonte del mundo entero para celebrar la 'manifestación' del Señor a todos los pueblos, o sea la manifestación del amor y de la salvación universal de Dios.

Él no reserva su amor a algunos privilegiados, sino que lo ofrece a todos. Así como es de todos el Creador y el Padre, así quiere ser el salvador de todos. Por esto estamos llamados a nutrir siempre gran confianza y esperanza hacia a cada persona y su salvación: también los que nos parecen lejanos al Señor son seguidos, o mejor perseguidos por su amor apasionado, por su amor y fiel, y por su amor humilde, porque el amor de Dios es muy humilde.

La narración evangélica de los Magos describe su viaje desde Oriente como un viaje del alma, como un camino hacia el encuentro con Cristo. Ellos están atentos a las señales que indican su presencia; incansables al enfrentar las dificultades de la búsqueda; están llenos de coraje cuando individuan las consecuencias en la vida que trae el encuentro con el Señor.

La vida cristiana es esto, es caminar, atentos, incansables y con coraje. Así camina un cristiano, incansable, atento y con coraje.

La experiencia de los Magos evoca el camino de cada hombre hacia Cristo. Como para los Magos, también para nosotros buscar a Dios significa caminar, incansables, atentos y con coraje; mirando al cielo e interpretando en el signo visible de la estrella, el Dios invisible que habla a nuestro corazón.

La estrella que es capaz de guiar a cada hombre hacia Jesús es la Palabra de Dios: palabra que está en la biblia, en los evangelios. La palabra de Dios es luz que nos orienta en el camino, nutre nuestra fe y la regenera. Es la Palabra de Dios que renueva continuamente nuestros corazones y nuestras comunidades.

Por lo tanto no olvidemos de leerla y meditarla cada día, para que se vuelva para cada uno de nosotros como un fuego que llevamos dentro que sirve para orientar nuestros pasos, y también los pasos de quienes caminan al lado de nosotros, que quizás tienen dificultad para encontrar el camino hacia Cristo.

Siempre con la palabra de Dios, con la palabra de Dios a la mano, un pequeño evangelio en el bolsillo, en la cartera, siempre, para leerlo. No se olviden de esto, siempre conmigo la palabra de Dios.

En este día de la Epifanía, nuestro pensamiento va también a nuestros hermanos y hermanas del oriente cristiano, católicos y ortodoxos, muchos de quienes celebran este miércoles la Navidad del Señor. A ellos llegue nuestro afectuoso saludo.

Me gusta además recordar que hoy se celebra la Jornada Mundial de la Infancia Misionera. Es la fiesta de los niños que viven con alegría el don de la fe y rezan para que la luz de Jesús llegue a todos los niños del mundo.

Animo a los educadores a cultivar en los pequeños el espíritu misionero, para que no sean niños o jóvenes cerrados, sino abiertos, que vean un gran horizonte, que su corazón vaya hacia ese horizonte, para que nazcan entre ellos testigos de la ternura de Dios y anunciadores de su amor.

Nos dirigimos ahora a la Virgen María, e invocamos su protección para la Iglesia universal, para que difunda en el mundo entero el evangelio de Cristo, 'Lumen gentium', luz de todos los pueblos. Y que Ella nos haga estar cada vez más en el camino, nos haga ir en el camino, atentos, incansables, y llenos de coraje”.

El Papa reza el ángelus... A continuación dirige las palabras siguientes:

“Queridos hermanos y hermanas. Saludo a todos, los romanos y los peregrinos, renovando el deseo de paz y de todo el bien en el Señor. Saludo a los fieles que han venido de Aachen (Alemania), de Kilbeggan (Irlanda), y a los estudiantes de Northfield – Minnesota (Estados Unidos); y a los que recién recibieron la Confirmación, de Romano di Lombardia y a sus papás; a los fieles de Biassono, Verona, Arzignano, Acerra y de algunas diócesis de Puglia ; y a los jóvenes de la Obra de Don Orione.

Un saludo especial a todos los que dieron vida al cortejo histórico-folclórico que este año está dedicado al territorio de las Municipalidades de Segni, Artena, Carpineto Romano, Gorga e Montelanico.

Y acuerdense bien, que la vida es caminar, caminar siempre buscando a Dios, atentos, incansables y con coraje. Y falta una cosa: atentos, incansables, con coraje, Y falta algo: atentos, incansables, con coraje. ¿Y qué falta? caminar con la luz, con el evangelio, la palabra de Dios. Siempre con el evangelio en el bolsillo, en la cartera, con nosotros, para leerlo siempre. Caminar siempre antentos, incansables, atentos y con la luz del evangelio de Dios.

Y a todos les deseo una buena fiesta, y no se olviden de rezar por mi, 'y ¡buon pranzo!'".

(06 de enero de 2015) © Innovative Media Inc.

El desprendimiento: la dicha de andar ‘ligero de equipaje’


El valor del desprendimiento facilita la capacidad de discernir cuándo un bien es necesario o no.

El dinero es buen servidor pero mal amo, dice el refrán, pues en ocasiones puede despertar apegos. El desprendimiento es por consiguiente, el antídoto contra la fijación extrema a los bienes, es el camino para librarse de dichas ataduras y vivir de forma plena y libre, además nos aparta de la avaricia.

El valor del desprendimiento consiste en utilizar correctamente los recursos sin apegarse a éstos e invita a poner los bienes propios al servicio de los demás. El desprendimiento ayuda al ser humano a superar el egoísmo y a salir de la esfera de cristal que ocasiona la indiferencia. Es un valor que promete paz interior, lo que hace vivir en un estado apacible sin basar la propia felicidad en lo que se tiene o no se tiene: “el valor del desprendimiento nos enseña a poner el corazón en las personas, y no en las cosas”.

Adicional a esto, el desprendimiento permite ver las penurias de los otros −el apego nubla la realidad− y provee la sensibilidad para reconocer que siempre habrá alguien con más carencias, no necesariamente materiales. “El desprendimiento no se enfoca únicamente en objetos, sino que abarca incluso recursos que no se pueden tocar, como conocimientos, cualidades y habilidades que muchas veces nos cuesta trabajo poner a disposición de las personas, porque toca nuestro descanso, gustos, preferencias y comodidades. Esta actitud de vida nos exige una revisión constante para dejar de ser el centro de nuestras atenciones y poner a los demás en él”[1].

Es aquí donde decimos que este valor se ocupa de demoler el individualismo en la humanidad. Desde luego es necesario el sustento económico para sacar adelante la familia, para trabajar con eficacia, para llevar una vida digna y construir un futuro estable. La dificultad surge cuando se hace del dinero y de las cosas que se poseen, un ídolo a quien adorar.


¿Cuánto se necesita para vivir?

En realidad se necesita de poca cosa para vivir, pero el mundo cada vez nos entrega más y más, instaurando dependencias que subyugan al hombre.

“En ocasiones vivimos y trabajamos sin descanso para poseer aquello que tanto nos ilusiona (autos, joyas, ropa, aparatos, etc.) y nuestra vida se mueve a ese compás, sin embargo, si no tenemos cuidado, puede llegar el momento en que a pesar de la insatisfacción que nos produce llenarnos de cosas, pretendemos que éstas llenen un vacío interior”[2].

Asimismo, el autor citado con anterioridad añade: “Al observar tantas cosas que nos ofrece el mundo, notamos que somos felices sin muchas de ellas. No se trata de despreciar las bondades y maravillas del progreso, sino de ubicarlas en su justo contexto, para no esclavizarse a ellas. Una revisión constante de nuestras prioridades a la luz del valor del desprendimiento, nos regalará una idea de cuán libres somos ante nuestros bienes y recursos evitando los apegos”[3].

El valor del desprendimiento facilita la capacidad de discernir cuándo un bien es necesario o no, de modo que se realicen adquisiciones racionales que tengan de por medio un verdadero requerimiento.

En resumidas cuentas, cuando se pasa por la vida “ligero de equipaje” se disfruta de los pequeños detalles, de la auténtica felicidad, del amor como el sentimiento más puro y bello, de la armonía en las relaciones humanas, de la paz interior y de la fortaleza espiritual que tanto enriquece al hombre.


Cómo vivir el desprendimiento

- El desprendimiento −como todos los propósitos en la vida− es una decisión que se origina en el propio ser. Las siguientes son algunas ideas, aunque hay muchas otras que seguramente partirán del ingenio de quien quiera vivir este valor:

- La caridad empieza por casa. Alrededor nuestro suelen haber personas que necesitan algo de nosotros (consejo, compañía, protección, afecto, esparcimiento, colaboración, ayuda material, alimento…) y tal vez han pasado desapercibidas a lo largo del tiempo.

- No comprar por comprar, ni acumular bienes sin sentido. Un buen ejercicio, es inspeccionar en casa qué no necesitamos y a quién le podrían convenir esos objetos.

- La donación de tiempo y esfuerzo es igual o tal vez más valiosa que la monetaria. Ser voluntario en una entidad sin fines de lucro o institución que persiga un propósito social, es una forma estupenda de vivir el desprendimiento.

- Brindar una ayuda económica, según las posibilidades de cada uno, es otra opción que siempre caerá bien tanto a quien lo ofrece como a quien lo recibe.

- Transmitir a otros nuestro conocimiento, de forma que en un futuro, sean autónomos y puedan realizarlo sin nuestra ayuda.

- Regalar o donar un bien al que se sienta que se ha apegado.

- Procurar decir más veces “sí” cuando le pidan algo prestado sin poner pretextos de por medio.

- “El desprendimiento es una actitud que enriquece, al contrario que apegarse al dinero y a las riquezas, que desola el corazón del hombre”.

[1] Padre Hugo Tagle en catholic.net.
[2] “Desprendimiento”, en encuentra.com.
[3] Del libro El desprendimiento de la riqueza, de Mario Pérez Luque.

(fuente: almudi.org)

martes, 6 de enero de 2015

Reyes Magos: Ni eran reyes, ni eran tres

Entrevista al historiador italiano Franco Cardini, autor del libro: Los Reyes Magos, historia y Leyenda Simbología de los tres Reyes Magos en la tradición teológica e iconográfica occidental

Según explica el historiador italiano Franco Cardini, autor del libro Los Reyes Magos, historia y Leyenda, los Magos de Oriente que fueron a Belén a adorar a Jesús, no eran Reyes ni eran tres, y ni siquiera viajaban en dromedario, sino que todas estas singularidades les fueron atribuidas en interpretaciones teológicas posteriores al evangelio.

En una entrevista concedida a la agencia Efe, Franco Cardini resaltó que el único evangelio de los cuatro canónicos que hace referencia a estos populares personajes es el de San Mateo. El evangelista se limita a consignar que «unos magos que venían del Oriente», sin especificar cuántos, se presentaron en Jerusalén conducidos por una estrella, que señalaba el nacimiento del Rey de los Judíos.

Los historiadores consideran que, con el término «mago», San Mateo se refería a astrólogos o sacerdotes persas que profesaban el mazdeísmo, la religión de Zaratustra, explica Cardini en su libro, recientemente publicado en español por Península.

El evangelio de San Mateo especifica también que los magos ofrecieron al niño Jesús como presentes oro, incienso y mirra. A partir de aquí, explica Cardini, «el número de tres magos se fija bastante rápidamente» entre los Padres de la Iglesia, dado que «se hace una relación entre el número de regalos y el número de magos» No obstante, hasta entrado el siglo V, en algunos escritos seguían hablando aún de cuatro magos. El primero que convirtió en Reyes a los magos fue Tertuliano, quien descubrió en el Antiguo Testamento, concretamente en los Salmos de David, un pasaje que aseguraba que unos Reyes acudirían a ver al Mesías poco después de su nacimiento. El tratamiento de Reyes era mucho más aceptable para los teólogos que el de Magos que «se asociaba con nigromantes o brujos», explica Cardini.

San Agustín, por su parte, determinó que los Reyes habían llegado hasta Belén montados en dromedarios para salvar una incongruencia temporal. «Según la tradición cristiana occidental, la estrella subió al cielo en el momento en que Jesús nació, el 25 de diciembre, y los Reyes llegaron desde Asia a Belén en 13 días, lo que es difícil de creer para la época», indica Cardini. Ante esta contradicción, y haciéndose eco de un evangelio apócrifo que aseguraba que los Magos viajaron en camellos, San Agustín dedujo que los Reyes debieron montar en dromedarios «porque él era africano y sabía que eran más veloces que los camellos».

Según Cardini, los Reyes Magos acabaron convirtiéndose en la tradición teológica e iconográfica occidental en «un símbolo de todos los paganos que se convierten al cristianismo sin pasar por la tradición judía». «Los tres Magos son los representantes de todos los pueblos de la Tierra y cada uno de ellos se convierte en rey de uno de los tres continentes conocidos y en encarnación de las razas humanas: hay un europeo, un asiático y un africano», asegura el historiador italiano, quien precisa que, a partir, del siglo XII y XIII, se coloca ya habitualmente «un mago negro».

Franco Cardini relata como los Reyes Magos «son también símbolo del tiempo, del pasado, el presente y el futuro, y por eso sus figuras representan un hombre anciano, uno de mediana edad y uno joven». Además, los Magos son símbolos de la Trinidad y encarnan los tres papeles de Cristo como Dios (la divinidad), como Rey (el alma) y como hombre (el cuerpo), según el historiador italiano. Asimismo, sus regalos representan el poder político (oro), la divinidad (el incienso) y la resurrección (la mirra).

(fuentes: Agencia EFE; catholic.net)

La educación, el mejor regalo de Reyes

'Palabra y Vida' del arzobispo de Barcelona

Barcelona, 04 de enero de 2015 (Zenit.org) Cardenal Lluís Martínez Sistach

La noche de Reyes tiene un encanto especial para muchos niños, también en estos tiempos de crisis en que peligran aquellas necesidades fundamentales que tienen los niños, como la alimentación suficiente y la educación. En vísperas de la fiesta de los Reyes, pienso en el trabajo que hacen especialmente estos días muchas instituciones religiosas o laicas para que a nuestros niños no les falte la ilusión de un juguete, porque los niños necesitan jugar.

Sin embargo quisiera insistir en que el mejor juguete es una buena educación. Esto me hace pensar en el deseo y el sueño de todos los padres de educar bien a sus hijos. La educación es la tarea más noble y, a la vez, la más delicada. Es ciertamente el arte de las artes.

Me parece que todos coincidimos en que lo más importante que se puede hacer por los hijos es educarlos en los valores y especialmente en el amor. La persona no puede ser auténticamente feliz y realizarse plenamente si no es amada. Por ello, otros años he dicho que el mejor regalo que los padres pueden hacer a sus hijos es que vean y sientan interiormente que sus padres se aman y los aman. El verdadero amor dignifica a la persona.

Los padres y las madres cristianos ejercen con la educación cristiana de los hijos un verdadero servicio a la sociedad y también a la Iglesia. Hoy es fácil que haya padres y madres que no saben muy bien cómo educar a los hijos. Esto pone de relieve la necesidad de una preparación y una formación permanente para hacer de padre o de madre. El amor a los hijos se supone y es el factor fundamental que habla sin palabras -pero con la fuerza de los hechos- a los hijos; a menudo, sin embargo, también hace falta la ayuda de lo que se ha denominado escuelas de padres, que hacen su trabajo con diversas modalidades, pero con muy buenos resultados.

Otra ayuda importante para los padres en la educación de los hijos pueden ser los abuelos. Benedicto XVI nos lo recordó en su viaje a Valencia con ocasión de la Jornada Mundial de las Familias que se celebró en esa ciudad. Y el papa Francisco, siempre muy preocupado por la educación, a menudo nos pide que no olvidemos la voz de los abuelos ni la de los jóvenes. En su documento La alegría del Evangelio escribe que "unos y otros son la esperanza de los pueblos. Los ancianos aportan la memoria y la sabiduría de la experiencia, que invita a no repetir estúpidamente los mismos errores del pasado" (EG 108).

La educación debe ser muy madrugadora, debe empezar en la más tierna infancia. Por ello, una buena educación es sin duda el mejor regalo de Reyes.

(04 de enero de 2015) © Innovative Media Inc.

"Hemos visto su estrella en el Oriente y hemos venido a adorar al Señor"

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo
(Mt 2, 1-12)
Gloria a ti, Señor.

Jesús nació en Belén de Judá, en tiempos del rey Herodes. Unos magos de Oriente llegaron entonces a Jerusalén y preguntaron: "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos surgir su estrella y hemos venido a adorarlo". Al enterarse de esto, el rey Herodes se sobresaltó y toda Jerusalén con él. Convocó entonces a los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: "En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres en manera alguna la menor entre las ciudades ilustres de Judá, pues de ti saldrá un jefe, que será el pastor de mi pueblo, Israel". Entonces Herodes llamó en secreto a los magos, para que le precisaran el tiempo en que se les había aparecido la estrella y los mandó a Belén, diciéndoles: "Vayan a averiguar cuidadosamente qué hay de ese niño, y cuando lo encuentren, avísenme para que yo también vaya a adorarlo". Después de oír al rey, los magos se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto surgir, comenzó a guiarlos, hasta que se detuvo encima de donde estaba el Niño. Al ver de nuevo la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa y vieron al Niño con Maria, su madre, y postrándose, lo adoraron. Después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Advertidos durante el sueño de que no volvieran a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino.

Palabra del Señor. 
Gloria a ti Señor Jesús.

La Epifanía es la historia de un viaje de ida y vuelta. Dios vino a los suyos en pobreza y debilidad y los suyos no lo reconocieron ni lo recibieron. Este viaje es la Epifanía, la manifestación de Dios a los hombres.

La vida del creyente es también la historia de un viaje, un viaje al encuentro de Dios. Si Dios sale a mi encuentro, yo también tengo que salir a su encuentro.

Navidad es la cita del amor de Dios con cada uno de nosotros.

Navidad es el viaje de Dios que sale a nuestro encuentro. ¿Hay sitio en tu corazón?

¿Estoy dispuesto a acudir a la cita del amor?

Todos de pequeños hemos jugado a lanzar piedras en algún estanque o algún lago. ¿Quién lanzaba la piedra más lejos? ¿Quién hacía más ondas?

Jesús fue, por así decir, como una piedra lanzada en el Oriente. La primera onda alcanzó a los judíos. La segunda onda a los gentiles. La tercera y la cuarta... hasta llegar a nosotros. Y hasta que la última llegue a toda la humanidad y conecte con el acontecimiento Cristo.

Ondas de amor y de luz emanan de la piedra Cristo y alcanzan a muchos hombres.

Este evangelio que hemos proclamado debiera ser el evangelio de nuestra historia personal. No basta que digas: ¡qué hermosa la historia de los tres Reyes Magos!.

¡Qué suerte la de los tres Reyes guiados por la estrella!.

¡Qué suerte la de Jesús que le ofrecieron oro, incienso y mirra!

No, tienes que dejarte tocar por el evangelio.

Mi vida es una eterna pregunta: ¿Dónde está el Rey que ha nacido para ir a adorarle?

Mi vida es esta búsqueda y este viaje hacia Dios.

Búsqueda a pesar de las dificultades del camino, a pesar de que la estrella se oculte, a pesar de que la vida no me sonríe, a pesar de que el mundo parece hundirse, a pesar de los escándalos y las traiciones...

Los Magos hicieron un largo viaje, la cita era en Belén, la cita era con el Rey, el jefe, el pastor de Israel, con un niño recién nacido.

Los Magos que no tenían ni los profetas, ni las promesas, ni las tradiciones, ni la esperanza de un Mesías... se pusieron a viajar en busca de Dios.

Los Magos, unos extranjeros, vinieron a enseñar a los judíos una estrella que brillaba en su propio cielo y no la habían visto. Los Magos, unos sacerdotes paganos, vinieron a enseñar a los judíos, los herederos, que el Señor ya había viajado hasta nosotros.

Los judíos, los sacerdotes, los escribas y Herodes siguieron estudiando la Biblia, pero no se pusieron en camino. Nunca hicieron el viaje al lugar de la cita, Belén, a la cita con Jesús. Los profesionales de la religión no encontraron al Dios de la vida.

Su libro santo no les sirvió de nada. Porque Jesús no es un libro, es el Salvador. Más tarde estos profesionales rechazaron y mataron a Jesús y a sus seguidores.

Hermanos, hay que viajar al lugar de la cita del amor y con el amor.

Hay que viajar y preguntar el camino como los Magos y no descansar hasta encontrar al Rey.

Hay que viajar, sin regresar a los Herodes, que quieren matar el amor de Dios que llevamos todos dentro.

Hay que viajar, ahora que es Navidad, ahora que hay una oferta, ahora que te sientes bien. Hay que viajar al encuentro del Dios que nos ha visitado en su hijo. Hay que viajar sin maletas, sin regalos, con el corazón abierto para adorar a Dios.

"Hemos visto su estrella y venimos a adorarlo".

(fuente: www.parroquiaelpilarsoria.es)

lunes, 5 de enero de 2015

Acerca de la FIESTA DE EPIFANÍA O DÍA DE REYES

Los pastores y reyes del Oriente visitan a Jesús el Mesias, le llevan regalos y lo adoran con oro, incienso y mirra.

El 6 de enero se celebraba desde tiempos inmemoriales en Oriente, pero con un sentido pagano: En Egipto y Arabia, durante la noche del 5 al 6 de enero se recordaba el nacimiento del dios Aion. Creían que él se manifestaba especialmente al renacer el sol, en el solsticio de invierno que coincidía hacia el 6 de Enero. En esta misma fecha, se celebraban los prodigios del dios Dionisio en favor de sus devotos.

La fiesta de la Epifanía sustituyó a los cultos paganos de Oriente relacionados con el solsticio de invierno, celebrando ese día la manifestación de Jesús como Hijo de Dios a los sabios que vinieron de Oriente a adorarlo. La tradición pasó a Occidente a mediados del siglo IV, a través de lo que hoy es Francia.

La historia de los Reyes Magos se puede encontrar en Mateo 2, 1-12
Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle.» AL oír esto, el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén. Convocó a todos los sumos sacerdotes y escribas del pueblo, y por ellos se estuvo informando del lugar donde había de nacer el Cristo. Ellos le dijeron: «En Belén de Judea, porque así está escrito por medio del profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel.Entonces Herodes llamó aparte a los magos y por sus datos precisó el tiempo de la aparición de la estrella. Después, enviándolos a Belén, les dijo: Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño; y cuando le encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarle. Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra. Y, avisados en sueños que no volvieran donde Herodes, se retiraron a su país por otro camino.

“Después de haber nacido Jesús en Belén de Judea, en el tiempo del Rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén diciendo: ¿dónde está el que ha nacido, el Rey de los Judíos? Porque hemos visto su estrella en el Oriente y venimos a adorarlo.

Al oír esto, el Rey Herodes se puso muy preocupado; entonces llamó a unos señores que se llamaban Pontífices y Escribas (que eran los que conocían las escrituras) y les preguntó el lugar del nacimiento del Mesías, del Salvador que el pueblo judío esperaba hacia mucho tiempo.

Ellos contestaron: En Belén de Judá, pues así está escrito por el Profeta:

Y tú, Belén tierra de Judá de ningún modo eres la menor entre las principales ciudades de Judá porque de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel

Entonces Herodes, llamando aparte a los magos, los envió a la ciudad de Belén y les dijo: Vayan e infórmense muy bien sobre ese niño; y cuando lo encuentren, avísenme para que yo también vaya a adorarlo.

Los Reyes Magos se marcharon y la estrella que habían visto en el Oriente, iba delante de ellos hasta que fue a pararse sobre el lugar donde estaba el Niño. Al ver la estrella, sintieron una gran alegría. Entraron en la casa y vieron al niño con María su madre. Se hincaron y lo adoraron. Abrieron sus tesoros y le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Luego, habiendo sido avisados en sueños que no volvieran a Herodes, (pues él quería buscar al Niño para matarlo), regresaron a su país por otro camino.”

Podemos aprovechar esta fiesta de la Iglesia para reflexionar en las enseñanzas que nos da este pasaje evangélico:

* Los magos representan a todos aquellos que buscan, sin cansarse, la luz de Dios, siguen sus señales y, cuando encuentran a Jesucristo, luz de los hombres, le ofrecen con alegría todo lo que tienen.

* La estrella anunció la venida de Jesús a todos los pueblos. Hoy en día, el Evangelio es lo que anuncia a todos los pueblos el mensaje de Jesús.

* Los Reyes Magos no eran judíos como José y María. Venían de otras tierras lejanas (de Oriente: Persia y Babilonia), siguiendo a la estrella que les llevaría a encontrar al Salvador del Mundo. Representan a todos los pueblos de la tierra que desde el paganismo han llegado al conocimiento del Evangelio.

* Los Reyes Magos dejaron su patria, casa, comodidades, familia, para adorar al Niño Dios. Perseveraron a pesar de las dificultades que se les presentaron. Era un camino largo, difícil, incómodo, cansado. El seguir a Dios implica sacrificio, pero cuando se trata de Dios cualquier esfuerzo y trabajo vale la pena.

* Los Reyes Magos tuvieron fe en Dios. Creyeron aunque no veían, aunque no entendían. Quizá ellos pensaban encontrar a Dios en un palacio, lleno de riquezas y no fue así, sino que lo encontraron en un pesebre y así lo adoraron y le entregaron sus regalos. Nos enseñan la importancia de estar siempre pendientes de los signos de Dios para reconocerlos.

Los Reyes Magos fueron generosos al ir a ver a Jesús, no llegaron con las manos vacías. Le llevaron:

- oro: que se les da a los reyes, ya que Jesús ha venido de parte de Dios, como rey del mundo, para traer la justicia y la paz a todos los pueblos;

- incienso: que se le da a Dios, ya que Jesús es el hijo de Dios hecho hombre;

- mirra: que se untaba a los hombres escogidos, ya que adoraron a Jesús como Hombre entre los hombres.

Esto nos ayuda a reflexionar en la clase de regalos que nosotros le ofrecemos a Dios y a reconocer que lo importante no es el regalo en sí, sino el saber darse a los demás. En la vida debemos buscar a Dios sin cansarnos y ofrecerle con alegría todo lo que tenemos.

* Los Reyes Magos sintieron una gran alegría al ver al niño Jesús. Supieron valorar el gran amor de Dios por el hombre.

* Debemos ser estrella que conduzca a los demás hacia Dios.


Significado de la fiesta:

Antes de la llegada del Señor, los hombres vivían en tinieblas, sin esperanza. Pero el Señor ha venido, y es como si una gran luz hubiera amanecido sobre todos y la alegría y la paz, la felicidad y el amor hubieran iluminado todos los corazones. Jesús es la luz que ha venido a iluminar y transformar a todos los hombres.

Con la venida de Cristo se cumplieron las promesas hechas a Israel. En la Epifanía celebramos que Jesús vino a salvar no sólo a Israel sino a todos los pueblos.

Epifanía quiere decir "manifestación", iluminación. Celebramos la manifestación de Dios a todos los hombres del mundo, a todas las regiones de la tierra. Jesús ha venido para revelar el amor de Dios a todos los pueblos y ser luz de todas las naciones.

En la Epifanía celebramos el amor de Dios que se revela a todos los hombres. Dios quiere la felicidad del mundo entero. Él ama a cada uno de los hombres, y ha venido a salvar a todos los hombres, sin importar su nacionalidad, su color o su raza.

Es un día de alegría y agradecimiento porque al ver la luz del Evangelio, salimos al encuentro de Jesús, lo encontramos y le rendimos nuestra adoración como los magos.

escrito por Tere Vallés 
(fuente: catholic.net)
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