Buscar en mallinista.blogspot.com

jueves, 10 de marzo de 2011

Cinco décadas de compromiso

El próximo sábado, 12 de marzo, el Instituto Don Orione de Villa Lugano cumplirá cincuenta años, y para celebrarlo la comunidad educativa participará a las 19 horas de una Misa presidida por el obispo Luis Fernández, y luego realizarán una kermese a beneficio de la Diócesis de Añatuya, Santiago del Estero.


“Cumplir 50 años trabajando en la educación es un motivo de mucha alegría para los integrantes de la familia orionita. Por eso el de este sábado es el primero de una serie de festejos que realizaremos durante todo este año. Invitamos a todos a compartir esta alegría”, señaló la directora Graciela Polignano.

El Instituto Don Orione está ubicado en Avda. Piedrabuena 3848 Villa Lugano, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. El valor de la entrada es un alimento no perecedero por familia.

Para más información, llamar al (011)4601-2723 o escribir a orionelugano@speedy.com.ar Esta dirección electrónica esta protegida contra spambots. Es necesario activar Javascript para visualizarla .

Ahorrarse el purgatorio

Benedicto XVI nos acerca a la realidad más cercana e insoslayable: la trascendencia eterna de los actos realizados en esta vida.

El Demonio es un gran anestesista. Su oficio no se limita, como creen algunos, a ofrecerle al hombre placeres terrenos a cambio de su alma inmortal. También conoce el arte de amortiguar dolores y paliar angustias, arte que ejercita por el mismo precio y que, en muchas ocasiones, le ha rendido mejores resultados que el catálogo de orgías con que sedujo al mismísimo Fausto.

Un claro ejemplo de ello es el modo en que ha extirpado, en las conciencias de muchos católicos, el miedo a su propia existencia. En la magistral película «Sospechosos habituales» (Bryan Singer, 1995), Kevin Spacey sentencia ante un atónito inspector de policía: «La mejor estrategia del Demonio ha sido convencer a la gente de que no existe». De este modo, el hombre no se defiende de él, y le abre las puertas de par en par. El resto del trabajo, para Satanás, en un mero paseo triunfal.

En la misma línea de acción, el gran anestesista ha logrado infiltrar en muchas mentes «piadosas» el lenitivo que apacigüe la angustia provocada por el gran drama de la vida: la salvación del alma. Lo ha logrado con un argumento tan burdo como tranquilizador: «Dios, que es muy bueno, no permitirá que nadie se condene. Al final, todos se salvarán y nadie irá al Infierno». Una vez que este pensamiento se ha alojado en la conciencia, la vivencia de la fe se transforma radicalmente.

Eliminado, por la vía de la anestesia, el «problema» del más allá, la religiosidad se centrará en el «más acá», y todo el discurso religioso versará sobre las realidades terrenas. El hombre ya no tiene que preocuparse por su salvación eterna; ese asunto está solventado gracias a la bondad de Dios. Lo que debe hacer el hombre es esforzarse por transformar el mundo presente en un lugar más justo.

No es urgente, en adelante, hablar de Dios a quienes no creen, puesto que su salvación está garantizada; lo que es urgente es paliar sus necesidades temporales y aliviar sus sufrimientos. De este modo, hemos transformado el sentimiento religioso en una mera inquietud social, y hemos convertido a la Iglesia en una enorme y milenaria ONG. En resumen, hemos decapitado la Fe, amputando en ella todo lo que se eleve por encima de nuestras cabezas.

Por eso se agradece que el Papa, a quien Cristo ha encargado confirmarnos en la Fe, nos ayude a eliminar de nuestra sangre la anestesia inyectada por el Maligno y nos invite a levantar la vista hacia el verdadero drama de la Historia: la salvación. Refiriéndose a Santa Catalina de Génova, aprovechó la ocasión para impartir una valiosa catequesis sobre el Purgatorio. En una Iglesia en que, para multitud de cristianos, la curación del cáncer de un familiar se presenta como más urgente que la confesión sacramental que ayude a ese enfermo a evitar el Infierno, las palabras del Pontífice no dejan de ser un soplo de aire fresco derramado a través de la azotea. Como en la curación de aquel paralítico que vio perdonados sus pecados en Cafarnaúm, alguien tenía que levantar las losetas del techo, y el Papa no ha dudado en hacerlo. Ahora vemos el Cielo.

«En Catalina, en cambio, el purgatorio no está presentado como un elemento del paisaje de las entrañas de la tierra: es un fuego no exterior, sino interior. Esto es el purgatorio, un fuego interior. La Santa habla del camino de purificación del alma hacia la comunión plena con Dios, partiendo de su propia experiencia de profundo dolor por los pecados cometidos, en contraste con el infinito amor de Dios».

Esquivando la simpleza de considerar el Purgatorio como un lugar más allá de las nubes o bajo la corteza terrestre, Benedicto XVI nos acerca a la realidad más cercana e insoslayable: la trascendencia eterna de los actos realizados en esta vida. El pecado ciega el alma y la incapacita para el goce de las realidades divinas. Aún alcanzado el perdón en el Sacramento de la Penitencia, la herida infligida no será cauterizada sin el fuego. Y ese fuego es el deseo insatisfecho de la contemplación de Dios, el querer ver su Rostro por el deseo natural del alma y no poder gozarlo por la ceguera causada tras el pecado. El mismo dolor, que es dolor de amor y arrepentimiento, representado en forma de fuego, al abrasar el alma anhelante de la contemplación divina, la va purificando y eliminando en ella todo apego a las realidades de este mundo. Ese dramático proceso de purificación es lo que conocemos como Purgatorio.

Tras la escucha de las palabras del Pontífice, debería encenderse, en muchos cristianos, una llama de ese mismo fuego que los llevase a liberarse de las ataduras de este mundo. La oración frecuente, la contemplación asidua, la meditación diaria de las realidades divinas va, en esta vida, desprendiendo el alma de los apegos y urgencias de la tierra para vincularla amorosamente a los gozos del Cielo. Unida a la santa práctica del ayuno y la mortificación, esa oración será la que nos permita, ahora, realizar la purificación que, de otro modo, sería necesario llevar a cabo tras la muerte.

Pero, claro... ¿Cuántas personas, hoy día, están preocupadas por «ahorrarse» el Purgatorio?

Autor: José-Fernando Rey Ballesteros
(fuente: Conoze.com)

miércoles, 9 de marzo de 2011

Mensaje de Benedicto XVI para la Cuaresma 2011: "Cuaresma, tiempo bautismal"

“Con Cristo sois sepultados en el Bautismo, con él también habéis resucitado”
(cf. Col 2, 12)

Queridos hermanos y hermanas: La Cuaresma, que nos lleva a la celebración de la Santa Pascua, es para la Iglesia un tiempo litúrgico muy valioso e importante, con vistas al cual me alegra dirigiros unas palabras específicas para que lo vivamos con el debido compromiso. La Comunidad eclesial, asidua en la oración y en la caridad operosa, mientras mira hacia el encuentro definitivo con su Esposo en la Pascua eterna, intensifica su camino de purificación en el espíritu, para obtener con más abundancia del Misterio de la redención la vida nueva en Cristo Señor (cf. Prefacio I de Cuaresma).

1. Esta misma vida ya se nos transmitió el día del Bautismo, cuando «al participar de la muerte y resurrección de Cristo» comenzó para nosotros «la aventura gozosa y entusiasmante del discípulo» (Homilía en la fiesta del Bautismo del Señor, 10 de enero de 2010). San Pablo, en sus Cartas, insiste repetidamente en la comunión singular con el Hijo de Dios que se realiza en este lavacro. El hecho de que en la mayoría de los casos el Bautismo se reciba en la infancia pone de relieve que se trata de un don de Dios: nadie merece la vida eterna con sus fuerzas. La misericordia de Dios, que borra el pecado y permite vivir en la propia existencia «los mismos sentimientos que Cristo Jesús» (Flp 2, 5) se comunica al hombre gratuitamente. El Apóstol de los gentiles, en la Carta a los Filipenses, expresa el sentido de la transformación que tiene lugar al participar en la muerte y resurrección de Cristo, indicando su meta: que yo pueda «conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos» (Flp 3, 10-11). El Bautismo, por tanto, no es un rito del pasado sino el encuentro con Cristo que conforma toda la existencia del bautizado, le da la vida divina y lo llama a una conversión sincera, iniciada y sostenida por la Gracia, que lo lleve a alcanzar la talla adulta de Cristo. Un nexo particular vincula al Bautismo con la Cuaresma como momento favorable para experimentar la Gracia que salva. Los Padres del Concilio Vaticano II exhortaron a todos los Pastores de la Iglesia a utilizar «con mayor abundancia los elementos bautismales propios de la liturgia cuaresmal» (Sacrosanctum Concilium, 109). En efecto, desde siempre, la Iglesia asocia la Vigilia Pascual a la celebración del Bautismo: en este Sacramento se realiza el gran misterio por el cual el hombre muere al pecado, participa de la vida nueva en Jesucristo Resucitado y recibe el mismo espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos (cf.Rm 8, 11). Este don gratuito debe ser reavivado en cada uno de nosotros y la Cuaresma nos ofrece un recorrido análogo al catecumenado, que para los cristianos de la Iglesia antigua, así como para los catecúmenos de hoy, es una escuela insustituible de fe y de vida cristiana: viven realmente el Bautismo como un acto decisivo para toda su existencia.

2. Para emprender seriamente el camino hacia la Pascua y prepararnos a celebrar la Resurrección del Señor —la fiesta más gozosa y solemne de todo el Año litúrgico—, ¿qué puede haber de más adecuado que dejarnos guiar por la Palabra de Dios? Por esto la Iglesia, en los textos evangélicos de los domingos de Cuaresma, nos guía a un encuentro especialmente intenso con el Señor, haciéndonos recorrer las etapas del camino de la iniciación cristiana: para los catecúmenos, en la perspectiva de recibir el Sacramento del renacimiento, y para quien está bautizado, con vistas a nuevos y decisivos pasos en el seguimiento de Cristo y en la entrega más plena a él. El primer domingo del itinerario cuaresmal subraya nuestra condición de hombre en esta tierra. La batalla victoriosa contra las tentaciones, que da inicio a la misión de Jesús, es una invitación a tomar conciencia de la propia fragilidad para acoger la Gracia que libera del pecado e infunde nueva fuerza en Cristo, camino, verdad y vida (cf. Ordo Initiationis Christianae Adultorum, n. 25). Es una llamada decidida a recordar que la fe cristiana implica, siguiendo el ejemplo de Jesús y en unión con él, una lucha «contra los Dominadores de este mundo tenebroso» (Ef 6, 12), en el cual el diablo actúa y no se cansa, tampoco hoy, de tentar al hombre que quiere acercarse al Señor: Cristo sale victorioso, para abrir también nuestro corazón a la esperanza y guiarnos a vencer las seducciones del mal. El Evangelio de la Transfiguración del Señor pone delante de nuestros ojos la gloria de Cristo, que anticipa la resurrección y que anuncia la divinización del hombre.

La comunidad cristiana toma conciencia de que es llevada, como los Apóstoles Pedro, Santiago y Juan «aparte, a un monte alto» (Mt 17, 1), para acoger nuevamente en Cristo, como hijos en el Hijo, el don de la gracia de Dios: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle» (v. 5). Es la invitación a alejarse del ruido de la vida diaria para sumergirse en la presencia de Dios: él quiere transmitirnos, cada día, una palabra que penetra en las profundidades de nuestro espíritu, donde discierne el bien y el mal (cf. Hb 4, 12) y fortalece la voluntad de seguir al Señor. La petición de Jesús a la samaritana: «Dame de beber» (Jn 4, 7), que se lee en la liturgia del tercer domingo, expresa la pasión de Dios por todo hombre y quiere suscitar en nuestro corazón el deseo del don del «agua que brota para vida eterna» (v. 14): es el don del Espíritu Santo, que hace de los cristianos «adoradores verdaderos» capaces de orar al Padre «en espíritu y en verdad» (v. 23). ¡Sólo esta agua puede apagar nuestra sed de bien, de verdad y de belleza! Sólo esta agua, que nos da el Hijo, irriga los desiertos del alma inquieta e insatisfecha, «hasta que descanse en Dios», según las célebres palabras de san Agustín. El domingo del ciego de nacimiento presenta a Cristo como luz del mundo. El Evangelio nos interpela a cada uno de nosotros: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?». «Creo, Señor» (Jn 9, 35.38), afirma con alegría el ciego de nacimiento, dando voz a todo creyente. El milagro de la curación es el signo de que Cristo, junto con la vista, quiere abrir nuestra mirada interior, para que nuestra fe sea cada vez más profunda y podamos reconocer en él a nuestro único Salvador. Él ilumina todas las oscuridades de la vida y lleva al hombre a vivir como «hijo de la luz». Cuando, en el quinto domingo, se proclama la resurrección de Lázaro, nos encontramos frente al misterio último de nuestra existencia: «Yo soy la resurrección y la vida... ¿Crees esto?» (Jn 11, 25-26). Para la comunidad cristiana es el momento de volver a poner con sinceridad, junto con Marta, toda la esperanza en Jesús de Nazaret: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo» (v. 27). La comunión con Cristo en esta vida nos prepara a cruzar la frontera de la muerte, para vivir sin fin en él. La fe en la resurrección de los muertos y la esperanza en la vida eterna abren nuestra mirada al sentido último de nuestra existencia: Dios ha creado al hombre para la resurrección y para la vida, y esta verdad da la dimensión auténtica y definitiva a la historia de los hombres, a su existencia personal y a su vida social, a la cultura, a la política, a la economía. Privado de la luz de la fe todo el universo acaba encerrado dentro de un sepulcro sin futuro, sin esperanza. El recorrido cuaresmal encuentra su cumplimiento en el Triduo Pascual, en particular en la Gran Vigilia de la Noche Santa: al renovar las promesas bautismales, reafirmamos que Cristo es el Señor de nuestra vida, la vida que Dios nos comunicó cuando renacimos «del agua y del Espíritu Santo», y confirmamos de nuevo nuestro firme compromiso de corresponder a la acción de la Gracia para ser sus discípulos.

3. Nuestro sumergirnos en la muerte y resurrección de Cristo mediante el sacramento del Bautismo, nos impulsa cada día a liberar nuestro corazón del peso de las cosas materiales, de un vínculo egoísta con la «tierra», que nos empobrece y nos impide estar disponibles y abiertos a Dios y al prójimo. En Cristo, Dios se ha revelado como Amor (cf. 1 Jn 4, 7-10). La Cruz de Cristo, la «palabra de la Cruz» manifiesta el poder salvífico de Dios (cf. 1 Co 1, 18), que se da para levantar al hombre y traerle la salvación: amor en su forma más radical (cf. Enc. Deus caritas est, 12). Mediante las prácticas tradicionales del ayuno, la limosna y la oración, expresiones del compromiso de conversión, la Cuaresma educa a vivir de modo cada vez más radical el amor de Cristo. El ayuno, que puede tener distintas motivaciones, adquiere para el cristiano un significado profundamente religioso: haciendo más pobre nuestra mesa aprendemos a superar el egoísmo para vivir en la lógica del don y del amor; soportando la privación de alguna cosa —y no sólo de lo superfluo— aprendemos a apartar la mirada de nuestro «yo», para descubrir a Alguien a nuestro lado y reconocer a Dios en los rostros de tantos de nuestros hermanos. Para el cristiano el ayuno no tiene nada de intimista, sino que abre mayormente a Dios y a las necesidades de los hombres, y hace que el amor a Dios sea también amor al prójimo (cf. Mc 12, 31). En nuestro camino también nos encontramos ante la tentación del tener, de la avidez de dinero, que insidia el primado de Dios en nuestra vida. El afán de poseer provoca violencia, prevaricación y muerte; por esto la Iglesia, especialmente en el tiempo cuaresmal, recuerda la práctica de la limosna, es decir, la capacidad de compartir. La idolatría de los bienes, en cambio, no sólo aleja del otro, sino que despoja al hombre, lo hace infeliz, lo engaña, lo defrauda sin realizar lo que promete, porque sitúa las cosas materiales en el lugar de Dios, única fuente de la vida. ¿Cómo comprender la bondad paterna de Dios si el corazón está lleno de uno mismo y de los propios proyectos, con los cuales nos hacemos ilusiones de que podemos asegurar el futuro? La tentación es pensar, como el rico de la parábola: «Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años... Pero Dios le dijo: "¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma"» (Lc 12, 19-20). La práctica de la limosna nos recuerda el primado de Dios y la atención hacia los demás, para redescubrir a nuestro Padre bueno y recibir su misericordia. En todo el período cuaresmal, la Iglesia nos ofrece con particular abundancia la Palabra de Dios. Meditándola e interiorizándola para vivirla diariamente, aprendemos una forma preciosa e insustituible de oración, porque la escucha atenta de Dios, que sigue hablando a nuestro corazón, alimenta el camino de fe que iniciamos en el día del Bautismo. La oración nos permite también adquirir una nueva concepción del tiempo: de hecho, sin la perspectiva de la eternidad y de la trascendencia, simplemente marca nuestros pasos hacia un horizonte que no tiene futuro.

En la oración encontramos, en cambio, tiempo para Dios, para conocer que «sus palabras no pasarán» (cf. Mc 13, 31), para entrar en la íntima comunión con él que «nadie podrá quitarnos» (cf. Jn 16, 22) y que nos abre a la esperanza que no falla, a la vida eterna. En síntesis, el itinerario cuaresmal, en el cual se nos invita a contemplar el Misterio de la cruz, es «hacerme semejante a él en su muerte» (Flp 3, 10), para llevar a cabo una conversión profunda de nuestra vida: dejarnos transformar por la acción del Espíritu Santo, como san Pablo en el camino de Damasco; orientar con decisión nuestra existencia según la voluntad de Dios; liberarnos de nuestro egoísmo, superando el instinto de dominio sobre los demás y abriéndonos a la caridad de Cristo. El período cuaresmal es el momento favorable para reconocer nuestra debilidad, acoger, con una sincera revisión de vida, la Gracia renovadora del Sacramento de la Penitencia y caminar con decisión hacia Cristo. Queridos hermanos y hermanas, mediante el encuentro personal con nuestro Redentor y mediante el ayuno, la limosna y la oración, el camino de conversión hacia la Pascua nos lleva a redescubrir nuestro Bautismo.

Renovemos en esta Cuaresma la acogida de la Gracia que Dios nos dio en ese momento, para que ilumine y guíe todas nuestras acciones. Lo que el Sacramento significa y realiza estamos llamados a vivirlo cada día siguiendo a Cristo de modo cada vez más generoso y auténtico. Encomendamos nuestro itinerario a la Virgen María, que engendró al Verbo de Dios en la fe y en la carne, para sumergirnos como ella en la muerte y resurrección de su Hijo Jesús y obtener la vida eterna.

Vaticano, 4 de noviembre de 2010

BENEDICTUS PP XVI

(fuente: www.corazones.org)

martes, 8 de marzo de 2011

La mujer desde María Mujer

1. Mujer es un título en María

Jesús, nacido de mujer, dice san Pablo. Mujer, ahí tienes a tu hijo, dice Juan .

Mujer es un título que da realidad al ser humano de María. No se trata de ver en María el "eterno femenino" si es que esto existe, sino de ver una mujer en un tiempo determinado, en una sociedad determinada, actuando como una mujer de su tiempo en el que Dios se le hace presente, y una mujer con Dios, los hombres y mujeres.

María reacciona como mujer a las diversas situaciones por las que ha de pasar. No podemos ver en María a la adolescente de ojos azules y cabello rubios que quiere representar su concepción inmaculada, sino la joven semita que ha de hacer frente en su juventud a situaciones impensables por su complicación, teniendo junto a sí a su familia, a José. Es la mujer que envejece pronto como las mujeres de entonces en el cuidado y escucha de Jesús, en compañía de su esposo.



2. Mujer que eleva la condición de serlo.

La misión que Dios encomienda a María, dado el concepto de la mujer en la sociedad en que vive, excede todo lo que se podría esperar de una de ellas. No es sólo el ser madre de Dios, que, al fin y al cabo es un título cristológico, sino el estar comprometida, por elección de Dios, pero también por decisión de ella, en el proyecto de Jesús su hijo.

Es la nueva Eva: es el modelo de mujer que Dios proyectó y que Eva hizo fracasar. Eva estuvo en el comienzo de la creación, María en el comienzo de la re-creación. Eva fue hecha a partir de Adán, María daría carne a Jesús. Ser mujer es un título para María. Que María fuera mujer supone una elevación de la categoría de mujer. En María, en el hogar de Nazaret, aprendió Jesús el delicado trato, sorprendente para la sociedad de entonces, que tuvo con las mujeres, su elevada valoración de ellas y su profunda amistad.



3. María, doblemente madre

Solo se puede ser madre desde la condición femenina. Sólo Dios, que está por encima de las diferencias de género, puede ser hombre y mujer.

María es madre de Jesús y es madre de Juan. Juan hereda la relación fundamental de María con Jesús, la maternidad.

Por ser madre se atreve a instar a Jesús a que remedie la situación de los anfitriones en Caná, por ser madre está presente en el Calvario en el momento trágico y decisivo, de la muerte.

Como madre quedará para Juan y para el resto de los apóstoles tras la muerte de Cristo.

Como madre la verá luego el pueblo cristiano. Sobre todo el pueblo cristiano que por defecto de educación era incapaz de ver en su dios alguien con sentimientos maternales.

¿Qué titulo puede superar el de ser madre? Sólo el de ser discípula de Jesús. Pero ser discípula de Jesús es ser su madre, como el mismo Jesús dice. María acogió como madre a Juan y a los apóstoles desde esa doble maternidad, la biológica de Jesús, y la de discípula de él. Y esta última maternidad fue la que la constituye especialmente madre de todos nosotros.

Una de las reivindicaciones del feminismo es precisamente extender el ser de madre más allá de dar a luz y cuidar al niño; la mujer es madre porque es dadora de vida, porque se compromete con la vida entre tantos valores de muerte como nos rodean, porque es discípula del Dios de la vida.



4. Mujer y virgen

La virginidad en María no se define por la falta de relación sexual o por un nacimiento milagroso de su hijo, no consiste en una cuestión puramente fisiológica. ¡Qué mérito habría de más en María! Ser madre, como el resto de las madres, no quitaría nada a su plenitud de gracia. No caigamos en esa frecuente unión que se hace entre su concepción inmaculada y su virginidad. Ni nos dejemos arrastrar por esa representaciones María virgen como simple adolescente resignadamente virgen, pura, de mirada limpia, pero sin energía en su rostro.

Ser virgen María es ante todo un modo de decir que el fruto de su vientre es realmente algo que viene de Dios, no alguien que es concebido por la simple acción de las fuerzas humanas; el nacimiento virginal de Jesús hace referencia directa al mismo Jesús, no a su madre.

La virginidad en María, virginidad que se extiende antes y después del nacimiento de su hijo, manifiesta, no simplemente una carencia de relación sexual, o una virginidad ritual del tipo de las vestales, sino un modo de ser. Un modo de ser que hace alusión directa a su autonomía, a su relación inmediata con Dios, sin necesidad de definirse por su relación al varón ni siquiera para ser madre; es el símbolo de una mujer que en sí misma adquiere toda la dimensión de su ser: sólo mira inmediatamente a Dios, que por otra parte, es carne de su carne; y a través de Él a todos los hombres y mujeres. De Él recibe únicamente la vida que hay en su seno y a Él da cuenta de ella. Es esa virginidad la que le da libertad de espíritu, intrepidez, fuerza, que le permite abordar las situaciones por las que ha de pasar. En concreto es la virginidad la que manifiesta que es exclusivamente suya la decisión a cooperar libre y responsablemente a la aparición de la Gracia de Dios entre nosotros, su hijo y Señor, Jesús.

María, mujer que escucha la Palabra

1. María, la mujer que la Palabra nos muestra

El Vaticano II decía a propósito del culto a María: "los teólogos y predicadores eviten con cuidado toda falsa exageración, así como una excesiva estrechez de espíritu al tratar de la singular dignidad de la Madre de Dios" (LG.67). Lo más práctico para moverse en el justo medio es ser guiados por lo que los textos sagrados ofrecen e insinúan. Pablo VI advertía en Marialis cultus sobre "ciertos aspectos de la imagen de María encontrados en escritos populares....que no tienen relación con la imagen evangélica" de María.

Para acercarnos a María lo primero que hemos de hacer es leer detenidamente los evangelios. Ninguna aparición de María -de las que celebra la Iglesia- dice más y habla mejor sobre María que el evangelio cuando habla de ella. En los evangelios tenemos: la infancia de Jesús, según Lucas y Mateo, el episodio del encuentro de María con Jesús en medio de la predicación de éste, y lo que Juan relata sobre su presencia en el comienzo de la vida pública en las bodas de Caná y sobre su presencia a los pies de la cruz. Y en los Hechos de los apóstoles tenemos, finalmente, la referencia de Lucas a su oración con los discípulos antes de la venida del Espíritu Santo.



2. Título supremo de María: discípula porque escucha la Palabra...

El episodio que relata Lucas en dos momentos, uno de ellos reiterado por los otros sinópticos, de la presencia de María y familiares en el grupo que escucha a Jesús, le permite a éste señalar qué es lo que más le une a María: no el ser hijo biológico, sino el que ella haya escuchado la palabra de Dios y la haya puesto en práctica (Lc. 8,19-21; 11,27-28)

San Agustín comenta el episodio y dice: "Les suplico que escuchen lo que el Señor tuvo que decir cuando extendió sus manos a sus discípulos...:'Aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre'. De esto ¿vamos a entender que la Virgen María no hizo la voluntad del Padre?...En verdad ella hizo la voluntad del Padre, y para ella era más grande ser discípula de Cristo que ser su madre. Hay más alegría en ser su discípulo que en ser su madre".

San Agustín ha recogido en esas palabras la versión de Mateo y Marcos en las que esa nueva relación familiar se cifra en "cumplir la voluntad del Padre". Lucas lo expresa diciendo que son hermanos y madre "aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica". La última frase del texto del santo sobre la alegría de ser discípulo responde al episodio que sólo aparece en Lucas (11,27-28) cuando, ante el elogio que pronuncia uno de los presentes a su madre, Jesús dice: "felices -alegres- más bien los que oyen la Palabra de Dios y la ponen en práctica".

Ser discípula de Jesús, la primera y más aplicada discípula, este es el título supremo de María. Más importante aún que la fundamental relación biológica, de madre a hijo, tan común, es la relación de discípula a maestro, no tan común. Y ésta en María es excepcional. Sobre todo si tenemos en cuenta lo difícil que le fue a Jesús hacer de sus seguidores discípulos. No lo consiguió ni siquiera con los que él seleccionó como apóstoles, hasta que le llegó el Espíritu Santo

Precisamente una carencia de nuestra sociedad es la pérdida del concepto de discípulo. No se es discípulo, en primer lugar, porque no se escucha ni al maestro. El ritmo de nuestra sociedad, los múltiples ruidos, las entrecruzadas palabras que asaetean nuestros oídos no permiten la escucha serena. Confundimos voces con ecos, no hay tiempo para discernir y fácilmente nos quedamos con la palabra más fuertemente pronunciada o más reiterada. O bien con la que es más fácil y acorde con nuestros intereses. Y, en segundo lugar, no somos discípulos porque entendemos que nuestra autonomía no puede quedar limitada por la palabra de otro. Como si sólo nos fiáramos de nuestros descubrimientos, de nuestras experiencias. No tenemos fe ni confianza en los demás. Formamos una sociedad de maestros, todos creemos tener que decir la palabra última. Sentirnos discípulos es sentirnos empequeñecidos.



3. ...Y la pone en práctica.

"Hágase en mí según tu palabra". La palabra de Dios siempre es fecunda, pero nosotros debemos preparar la tierra para que germine y dé fruto. Por eso María "guardaba todas esas cosas meditándolas en su corazón". Para llevar a la práctica la palabra hemos de escucharla en el corazón, sentir como la Palabra quiere que sintamos. La práctica es la manifestación lógica de lo que hemos acogido y de lo que sentimos. No se trata de la práctica que responde a una orden militar que ejecutamos simplemente porque es una orden. No; hacemos nuestra esa Palabra, aceptamos con alegría la palabra y no podemos menos que llevarla a la práctica. "Dichosos quienes la escuchan y la cumplen". Es una cuestión de felicidad, no de puro deber.




4. En situaciones que no son precisamente fáciles.

María no lo tuvo fácil. Hubo de vivir situaciones en las que lo inesperado y sorprendente necesitaron tiempo y reflexión para actuar. Pensemos cómo es anunciado su hijo por el ángel: "Será santo y será llamado Hijo del Altísimo y el señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin". Es esa promesa la que la lleva a proclamar en el magnificat las maravillas que Dios ha hecho en ella, por las que será aclamada por todas las generaciones. Pero veamos también luego cómo se van a desarrollar los acontecimientos: nacimiento en un pesebre, persecución por las autoridades, huida a Egipto, promesa de que será piedra de contradicción y anuncio de que ella verá traspasada su alma con una espada hasta el momento terrible de su muerte.

¿Cómo se podía compaginar lo que el ángel anunció y con lo que la realidad le iría marcando? Necesitó mucha reflexión, mucho ponerse en las manos de Dios, total apertura a dejarse sorprender por su hijo y a aceptar lo que él hace más que lo que ella podía esperar de él. Ni ella ni José comprendieron en un primer momento la repuesta de Jesús. "¿no sabíais que tenía que ocuparme de las cosas de mi Padre?"



Los tiempos que vivimos han evolucionado hacia la búsqueda de la seguridad como valor supremo. El deseo de llevar a cabo la vida sin alteraciones; el rechazo del compromiso que puede perturbar nuestros proyectos, la urgencia de la fácil e inmediata comprensión del mundo en que nos movemos, es lo propio de la cultura burguesa. Por eso tienen mérito real quienes son capaces de romper con la monotonía de preocuparse sólo por mejorar el status económico, o social, y buscan ser sorprendidos por realidades fuertes que hacen romper con lo previsto. Para ello es necesario tener fe en una Palabra y en quien la pronuncia o simplemente sentirse interrogado por realidades que gritan ayuda y compromiso solidario.

Hemos de felicitarnos sobre todo porque en no pocas mujeres se ve hoy esa capacidad de romper con la actitud convencional que quiere pasar de puntillas ante el dolor, la miseria, la pérdida de sentido de la vida, el sufrimiento, mirando para otro lado; y escuchan esos gritos de los pobres, que son de Dios y asumen la dificultad de entrar en sus vidas para estar con ellos, para ofrecerles lo que puedan dar. Serán felices porque han escuchado la palabra de Dios y la ponen en práctica. María tiene también discípulos y, sobre todo, discípulas.

Puede leerse este libro sencillo y fácil: Pobreza y esperanza de María, del Cardenal Pironio. 
Ed. Narcea, Madrid, 1980.
(fuente: www.dominicos.org)

lunes, 7 de marzo de 2011

¿María es Madre de Dios?

María es madre de Jesús, no sólo porque lo llevó en su vientre, sino porque suplió todo el material genético para su cuerpo humano, ya que fue por ella -y no por José- que “nació de la descendencia de David, según la carne” (Rom. 1, 3).

Como María es la madre de Jesús, también es la Madre de Dios. Porque si María es la madre de Jesús y Jesús es Dios, María es la Madre de Dios.

Sin embargo, a pesar de ser Madre de Dios, no es su madre en el sentido de que ella sea mayor que Dios o que sea la fuente de la divinidad de su Hijo.

Decimos que es Madre de Dios, porque llevó en su vientre a una persona divina, Jesucristo, Dios, y en el sentido que aportó el material genético para la forma humana que Dios tomó en Jesucristo.

Al discutir esto, los fundamentalistas aducen que María sólo llevó en su vientre la naturaleza humana de Jesús. Pero ... ¿es que las madres llevan en sus vientres y dan a luz a una “naturaleza humana” o una “persona humana”?

María, igual que todas las madres, dio a luz a una persona. Esa persona es Jesucristo y esa persona a la que María dio a luz es Dios. Por eso es Madre de Dios.

En la Biblia muchas veces se habla de María, Madre de Jesús. Pero la cita más explícita en cuanto a la maternidad divina de María es la expresión de Santa Isabel al ser visitada por la Virgen María: “Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: ‘... ¿cómo he merecido que venga a mí la Madre de mi Señor?’” (Lc. 1, 42). “Mi Señor” es sinónimo de “Dios”.

Luego añadió Isabel: “Dichosa por haber creído que de cualquier manera se cumplirán en ti las promesas del Señor” (Lc. 1, 43); es decir, lo que Dios le había mandado a decir con el Angel.

Se ve, pues, claramente, que Isabel por inspiración divina, llamó a María “Madre de Dios”.

La Tradición Cristiana desde los tiempos apostólicos comienza a llamar a María “Theotocos” o “Madre de Dios”. Los Santos Padres expresan esto con claridad, defendiendo fuertemente la Maternidad Divina contra todos los que la atacan en una u otra forma. (Catecismo de la Iglesia Católica #495)

(fuente: www.homilia.org)

domingo, 6 de marzo de 2011

"No todo el que me diga 'Señor, Señor', entrará en el Reino de los cielos"

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (Mt 7, 21-27)

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "No todo el que me diga 'Señor, Señor', entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre, que está en los cielos. Aquel día muchos me dirán: '¡Señor, Señor!, ¿no hemos hablado y arrojado demonios en tu nombre y no hemos hecho, en tu nombre, muchos milagros?' Entonces Yo les diré en su cara: 'Nunca los he conocido. Aléjense de mí, ustedes, los que han hecho el mal'. El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica, se parece a un hombre prudente, que edificó su casa sobre roca. Vino la lluvia, bajaron las crecientes, se desataron los vientos y dieron contra aquella casa; pero no se cayó, porque estaba construida sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica, se parece a un hombre imprudente, que edificó su casa sobre arena. Vino la lluvia, bajaron las crecientes, se desataron los vientos, dieron contra aquella casa y la arrasaron completamente".

Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús.

¿Cuándo ha sido más fácil ser cristiano, en los años anteriores o el día de hoy? Yo creo que ser cristiano no ha sido fácil nunca y no puede serlo, porque nuestra fe de cristianos nos invita, nos alerta y nos exige una elección constante cada día que no es fácil definitivamente en el momento que vivimos.

Algo ha fallado en la educación de las nuevas generaciones que no son capaces de elección, de búsqueda y de compromiso. Los adultos y las nuevas generaciones no quieren compromisos de por vida. Los contratos entre los hombres y entre las instituciones no se hacen ya a largo plazo, algo pudiera fallar en el camino, y es mejor un contrato corto. Los empleados son contratados por las compañías precisamente a plazos, de manera que cuando se llegue el tiempo aquellos no tengan que reclamar derecho de antigüedad. No se diga para el matrimonio, para formar pareja. Hoy se dice vamos a conocernos, vamos a tratarnos, y si todo sale bien, nos uniremos... pero ese conocerse, ya juntos, parece que se prolonga y se prolonga, llegan los hijos y los cónyuges siguen preguntándose si serán felices juntos. Y aún para las cosas de la fe, dudamos y no nos decidimos. Me acuerdo que en mis primeros años de sacerdocio, un día fui llamado de emergencia a atender a una pareja que había sufrido un accidente en carrera. Resultó que el matrimonio eran gente muy conocida, porque el marido había sido compañero de trabajo de mi papá. Los esposos estaban en medio de un trajín muy grande, pues los estaban preparando para trasladarlos a un hospital que tuviera todos los requerimientos para su tratamiento. Me acerqué entre el barullo de médicos y enfermeras y pude confesar a la señora. El señor, se veía bastante, bastante mal, me acerqué me identifiqué como hijo de su compañero de trabajo y le propuse que pudiera confesarse y recibir a nuestro Señor para ser confortado en su enfermedad. Él se quedó bastante tiempo pensativo, y luego me dijo: “Hay, padrecito, esas cosas hay que pensarlas con calma... yo te aviso...”.

Pero ante esta situación Cristo que tiene mucho que ofrecer, porque arriesgó mucho, su propia vida en lo alto de la cruz, exige una respuesta pronta, eficaz, profunda, personal y duradera: “No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”. Ese hacer la voluntad del Padre tiene que ser el camino a seguir, la labor, la tarea constante a seguir de todo cristiano.

Y la voluntad del Señor es el amor, el amor descarado y sin disfraces a todos los que nos rodean, hasta constituir una humanidad donde haya oportunidad para todos los hombres y todos tengan la posibilidad de una condición de hijos de Dios. Cala mucho en el ánimo ver señoras que entran a Misa con un buen medallón de oro colgado al cuello, mientras en la puerta se apiñan los indígenas y los pordioseros que no tienen un miserable techo donde hacer vida común.

Por eso hay que considerar bien, pero muy bien, la sentencia de Cristo: “No todo el que me diga Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos”. Se trata de la propia salvación, del destino final, de vivir para siempre en el seno de amor de ese Dios Trino que recordábamos hace ocho días. Y se trata entonces de aquella misma disyuntiva que planteaba Moisés a su pueblo cuando publicaba solemnemente la voluntad de Dios contenida en las tablas de la Ley: “Miren, He aquí que yo pongo hoy delante de ustedes la bendición y la maldición. La bendición si obedecen los mandamientos del Señor su Dios, que yo les promulgo hoy: la maldición si no obedecen los mandamientos del Señor, su Dios y se apartan del camino que les señalo hoy, para ir en pos de otros dioces que ustdes no conocen”.

Y este es el peligro del hombre de hoy, alejarse, ignorar, desconocer al Dios verdadero para ir en pos de idolillos que no tienen consistencia y no pueden salvar. Así aparece hoy el culto al cuerpo, a la belleza, a la juventud, a lo nuevo, a lo que brilla, y quiere deshacerse pronto de todo lo que estorba, niños deficientes, ancianos que ya lo dieron todo, enfermos sobre los que no se prevé una pronta recuperación. Con sentido práctico, hay que eliminarlos, y que se queden los sanos, los jóvenes, los bellos, los afortunados, los privilegiados. Fuera los pobres y las naciones pobretonas y las que traen problemas, acribillarlas, acabarlas para que florezca “una nueva humanidad”, pero para los poderosos, como proclamaba el Sr. Bush cuando envió tropas que masacraron y siguen masacrando a todo un pueblo, el noble pueblo de Irak.

Cristo llama a la cordura, a la sencillez, a la adhesión, al compromiso, a la aceptación del mensaje, pero desde dentro, y movidos por el mismo amor que Cristo y el Espíritu Santo nos han mostrado, para no caer, y ahí estamos incluidos todos, predicadores, exorcistas, sacerdotes, obispos: “Señor, Señor, ¿no hemos hablado y arrojado demonios en tu nombre y no hemos hecho, en tu nombre, muchos milagros? Entonces yo les diré en su cara: “Nunca los he conocido. Aléjense de mí, ustedes, los que han hecho el mal”.

No estamos solos, para construir esa casa, esa mansión eterna, ese lugarcito en el regazo del Buen Padre Dios, tenemos que acogernos a Jesús y clamar con toda el alma: “Vuelve, Señor, tus ojos a tu siervo y sálvame por tu misericordia. Tú que eres mi fortaleza y mi defensa, por tu nombre, dirígeme y guíame. Sean fuertes y valientes de corazón, ustedes los que esperan en el Señor”.

(fuente: es.catholic.net)
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...