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lunes, 6 de junio de 2011

Papá y mamá: ¡Ustedes son los principales educadores de sus hijos!

Los padres, nos enseñan la recta razón y el Magisterio de la Iglesia Católica, deben ser los primeros y principales educadores de sus hijos. Y lo son precisamente por ser padres, es decir, en su ministerio de educar a sus hijos, los padres continúan su misión de darles la vida. Por "procreación" la Iglesia entiende no sólo el proceso biológico de engendrar una nueva vida, sino también el de educarla, ya que se trata de una persona humana y la persona humana está compuesta de alma y cuerpo.

El documento "Sexualidad humana: Verdad y significado", publicado por el Pontificio Consejo para la Familia en 1995, trata el tema de cómo los padres deben educar a sus hijos correctamente en la castidad y en la sexualidad humana. Aunque ese no es el tema que directamente nos concierne aquí, nos referiremos a él debido a que este documento reafirma mucho el hecho de que Dios ha dispuesto que los padres sean los primeros y principales educadores de sus hijos. Esta nobilísima vocación no se limita, por supuesto, al ámbito de la sexualidad humana, sino que abarca la totalidad de la persona. Recomendamos encarecidamente a todos, especialmente a los padres de familia, que obtengan este magnífico documento.

Animados por la enseñanza de "Sexualidad humana: Verdad y significado", queremos decirles a todos los padres de familia: ¡Ustedes sí pueden y deben educar a sus hijos! No se dejen intimidar por lo que digan otros, sea el gobierno o la sociedad, ni tampoco por sus propias debilidades o limitaciones. Dios mismo les ha dado este encargo y por tanto Él mismo los ha capacitado para realizarlo. ¿Necesitan ayuda? ¡Claro que sí! ¿No la necesitamos todos para, por ejemplo, crecer en la fe, a pesar de ser esta un don de Dios? Pidan la ayuda de Dios y de la Iglesia. ¡No tengan miedo!

"Sexualidad humana: Verdad y significado" también nos enseña que "los padres conocen de una manera única a los propios hijos en su irrepetible singularidad y, por experiencia, poseen los secretos y los recursos del amor verdadero" y que por lo tanto "la familia es la primera escuela de las virtudes sociales, que todas las sociedades necesitan". Por lo tanto, los padres como educadores, "difícilmente puedan ser sustituídos, salvo por graves razones de incapacidad física o moral".


El documento también nos enseña que la Iglesia y el Estado comparten la misión educativa de los padres, pero según el principio de subsidiaridad. Este principio significa aquí que los padres delegan en la escuela (religiosa o pública) su misión educativa, no para que la escuela los sustituya, sino para que la escuela los ayude en esta tarea. Es decir, para que la escuela respete los valores de los padres y "actúe en nombre de ellos, con su consenso y, en cierta medida, incluso por encargo suyo".

Si vamos a la Biblia, al Libro del Deuteronomio, en los capítulos 4 y 6, encontramos que Moisés, después de darles los Mandamientos al Pueblo de Dios, se dirige primeramente a los padres de familia, diciéndoles que les enseñen estos Mandamientos a sus hijos. Observemos que no se dirige primero a los maestros, ni a los gobernantes, ni a los jueces, ni a los profetas, ni a los sacerdotes, sino a los padres. Los padres son los primeros educadores de sus hijos, sus primeros sacerdotes, sus primeros pastores y sus primeros guías espirituales. Precisamente el documento "Sexualidad humana: Verdad y significado" habla de la ayuda que los padres les deben dar a sus hijos para que descubran su vocación. La escuela está ahí, no para sustituir a los padres, sino para ayudar a los padres en su tarea educativa. Por lo tanto, es responsabilidad de los padres el estar bien formados, sobre todo en religión y en moral, para, con su ejemplo y con su palabra, formar a sus hijos.

Lamentablemente, nuestra sociedad hoy en día no está respetando este deber y este derecho de los padres de ser los primeros y principales educadores de sus hijos. Incluso, hay algunos que se atreven a burlarse de los padres o a denigrarlos diciendo: "Los padres no están preparados". Ello es una falta contra el Cuarto Mandamiento, que nos ordena honrar a los padres. Si en efecto los padres no están bien preparados, ¿cuál debe ser nuestra actitud ante esa realidad? Nuestra actitud no debe ser ni la burla, ni el desdén, ni la sustitución, sino la ayuda sincera, correcta y respetuosa.

Es triste ver cómo hasta en el mismo ámbito de la Iglesia hay algunos que se comportan así. En vez de una pastoral de la sustitución, hay que desarrollar una pastoral de la ayuda y de la capacitación de los padres.

Los padres también se enfrentan a una sociedad hedonista y consumista e, incluso, muchas veces hostil a ellos y a la familia. ¿Qué dice sobre esto el documento Sexualidad humana: Verdad y significado? La Iglesia en este documento está consciente de que vivimos en una sociedad que se basa en producir y disfrutar usando a las personas como si fueran cosas. Con esta mentalidad se introducen, por ejemplo, programas de "educación" sexual en las escuelas que son contrarios a los valores morales y "a menudo contra el parecer y las mismas protestas de muchos padres". Ante esta situación los padres deben buscar la enseñanza y el apoyo de la Iglesia, asociarse a otros padres y reivindicar sus derechos por ellos mismos. Es decir, los padres no deben tener miedo de enfrentar a aquellos que, en vez de enseñar lo correcto (matemáticas, ciencias, lenguaje, religión, valores cívicos, etc) a sus hijos (sea en escuelas públicas o católicas), están transmitiéndoles cosas dañinas, sobre todo en esta área tan delicada de la sexualidad humana. Los padres deben buscar todos los medios legítimos y legales para luchar, sobre todo unidos en asociaciones de padres, por los derechos suyos y de sus hijos a una educación verdaderamente humana y cristiana y para que se elimine la "educación" sexual hedonista de las escuelas y cualquier otra enseñanza dañina.

Veamos ahora, por medio de un tema concreto, cómo la Iglesia aborda la forma en que los padres deben transmitir a sus hijos una visión correcta del matrimonio. Precisamente"Sexualidad humana: Verdad y significado" también desarrolla el tema de cómo los padres deben educar a sus hijos para una correcta elección y vivencia de su vocación en la vida: el matrimonio o la virginidad por el Reino de Dios, ambas son vocaciones a la santidad, y con respecto a ambas, la familia tiene un papel decisivo en su desarrollo.

¿Qué dice el documento sobre el papel de los padres en la vocación de sus hijos al matrimonio? El documento dice que la mejor preparación para el matrimonio es la formación en el amor verdadero. Y es en la familia donde los hijos pueden aprender la grandeza de este amor y de la sexualidad en un contexto cristiano. Es decir, aprenden que un verdadero matrimonio cristiano "no es el resultado de conveniencias ni de la mera atracción sexual". Como el matrimonio es una vocación, éste requiere que se medite bien la elección del cónyuge, que ambos esposos se comprometan ante Dios y que pidan su ayuda constantemente.

¿Cómo pueden los padres, según este documento, formar a sus hijos en el amor verdadero? Para formar a sus hijos en el amor verdadero los padres deben tomar como punto de partida su propio amor conyugal, no sólo en el sentido de darles un buen ejemplo a sus hijos, eso es lo principal, sino también en el sentido de tener una visión grande, digna y bella del matrimonio según Dios lo ha creado. El verdadero amor conyugal y el matrimonio vienen de Dios y no son resultados de la casualidad o de la evolución, ni un mero invento de la sociedad, sino de la sabiduría de Dios para realizar en la humanidad su plan de amor.

Los padres deben inculcarle a sus hijos, con su ejemplo y sus enseñanzas, la grandeza de este amor conyugal y sus características. El amor conyugal verdadero tiene cuatro características: humano (sensible y espiritual), total, fiel y fecundo. Estas características se fundamentan en el hecho de que la unión matrimonial entre el hombre y la mujer es tan íntima que éstos llegan a ser una sola carne (Génesis 2:24).

Esta unión matrimonial ha sido elevada por Cristo a sacramento, signo visible de su amor por la Iglesia. Mediante el Sacramento del Matrimonio, la sexualidad es colocada en el camino de la santidad y se refuerza más aún la unidad indisoluble del matrimonio.

La familia surge de esa comunión matrimonial entre el hombre y la mujer, y por esa misma razón la familia también es una comunión de personas. Es decir, la comunión de los esposos se prolonga en los hijos. La familia, como comunidad de personas, tiene cierta semejanza con la Santísima Trinidad. Es decir, así como el Espíritu Santo es el amor infinito que procede eternamente como persona divina entre el Padre y el Hijo; así los hijos proceden del amor entre el padre y la madre, a semejanza del amor divino. La familia, pues, debe reflejar en su vida el amor que las personas divinas se tienen entre sí en el seno de la Trinidad. De esa manera los hijos crecerán sanos y felices y al mismo tiempo crecerán en la madurez del amor verdadero.

Papá y mamá: ¡Adelante y no tengan miedo!

Autor: Adolfo Castañeda
(fuente: Vida Humana Internacional)

domingo, 5 de junio de 2011

"Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo"

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (Mt 28, 16-20)

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea y subieron al monte en el que Jesús los había citado. Al ver a Jesús, se postraron, aunque algunos titubeaban. Entonces, Jesús se acercó a ellos y les dijo: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolas a cumplir todo cuanto yo les he mandado; y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo".

Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús.

La Iglesia destina este domingo a la contemplación del misterio central de su fe: el misterio de la Santísima Trinidad. Es el misterio más importante de la fe cristiana, porque es el más cercano a Dios mismo; en efecto, se refiere a la intimidad de Dios. A la pregunta: ¿Cómo es Dios en sí mismo?, se responde: "Dios es uno y trino; es uno solo, y es una comunidad de tres Personas divinas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo". En Dios se realiza la comunidad más perfecta que existe, porque son tres Personas que poseen la misma divinidad, la misma única sustancia divina, la misma naturaleza divina.

Para celebrar este misterio la liturgia de la Palabra de este domingo nos propone el Evangelio de la misión universal. Con él concluye el Evangelio de Mateo. Allí encontramos, en boca de Cristo resucitado, el texto trinitario más explícito del Nuevo Testamento: "Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizandolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".

Esto ocurrió en Galilea, en el monte que Jesús les había indicado. Nosotros no conocemos la ubicación de este monte. Pero es cierto que Jesús les había dicho: "Después de mi resurrección, iré delante de vosotros a Galilea" (Mt 26,32). Y a las mujeres, que fueron las primeras en verlo resucitado cerca del sepulcro vacío, Jesús les dice: "Id, avisad a mis hermanos, que vayan a Galilea; allí me verán" (Mt 28,10). Los apóstoles fueron obedientes a este mandato y no faltó ninguno a esta cita, como vemos de las palabras con que comienza el Evangelio de hoy: "Los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado". Y allí lo vieron resucitado.

Los apóstoles estaban lejos de ser personas crédulas. En efecto, "al verlo lo adoraron; algunos, sin embargo, dudaron". No sabemos cuántos ni quiénes fueron éstos que dudaron; pero fueron ciertamente más de dos o tres; fueron "algunos", de un total de once. La verdad de la resurrección del Señor se impuso a ellos después de muchas pruebas, como observa el libro de los Hechos de los Apóstoles: "Después de su pasión, Jesús se les presentó dandoles muchas pruebas de que vivía, apareciendoseles durante cuarenta días" (Hech 1,3). Pero, cuando se abrió en ellos paso una fe firme, ellos fueron todos testigos de la resurrección de Cristo hasta derramar su sangre por defender esta verdad.

Jesús, en su vida mortal, se había presentado como el siervo manso y humilde de corazón, que vino a servir y a dar su vida en rescate por muchos. El fue el siervo del Señor, "hombre de dolores, familiarizado con el sufrimiento" (Is 53,3), que asumió sobre sí todas nuestras dolencias. Pero también él había anunciado en medio del tribunal judío: "Veréis al Hijo del hombre, sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo" (Mt 26,64). Y así se presenta ahora a sus discípulos: "Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra". Y él sigue ejercitando este poder ahora entre nosotros: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo". Este poder de Cristo resucitado, que actúa hoy, se hace evidente en la predicación de la Iglesia, haciendo de ella un instrumento de salvación para todos los pueblos. La Iglesia ha atravesado los embates de la historia y del tiempo, y cuanto más es perseguida, tanto más se fortalece. Es demasiado evidente -para quien sabe mirar- que en la Iglesia se cumple la promesa de Cristo: "Los poderes del infierno no prevalecerán jamás contra ella" (Mt 16,18).

Centremos ahora la atención sobre el texto trinitario. Jesús está expresando el modo cómo han de llegar a ser discípulos suyos hombres y mujeres de entre todos los pueblos, es decir, como se llega a adquirir una relación de amor, de confianza y de total entrega a él. Se logra "bautizandolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñandoles a guardar todo lo que yo os he mandado". Dos condiciones: el Bautismo y la enseñanza. Ambas condiciones es la Iglesia quien las administra. Todo discípulo de Cristo debe recibir ambas cosas de la Iglesia.

El Bautismo se administra "en el nombre", en singular; pero este nombre único se abre en un abanico de tres Personas, no de tres nombres. Es porque "el nombre" indica la sustancia de una cosa. Y en Dios ésta es única. La sustancia divina es estrictamente una. Por eso los cristianos somos estrictamente monoteístas. Pero, siendo administrado el Bautismo en el nombre de la Santísima Trinidad, por él se adquiere una relación personal no sólo con Cristo -"haced discípulos mios"-, sino con cada una de las tres Personas divinas. El bautizado es adoptado como hijo del Padre, como hermano de Cristo y coheredero con él, y como receptor del don del Espíritu Santo que crea la comunión entre el Padre y el Hijo y entre los hijos adoptivos de Dios. Puesto que todos los fieles, de entre todos los pueblos de la tierra, entran en la Iglesia por medio del Bautismo administrado en nombre de la Trinidad, por eso el Concilio Vaticano II, usando la antigua fórmula de San Cipriano, define a la Iglesia como "un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (L.G. 4).

+ Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo Residencial de Santa María de Los Angeles (Chile)

sábado, 4 de junio de 2011

Perdón, Señor

Nos pongamos en manos de Dios, confiándonos en su Infinita Misericordia y oremos:

→ Por no amarte sobre todo
→ Por el poco amor a la eucaristía ya la misa de cada domingo.
→ Por creer en supersticiones o ir de adivinos.
→ Por no confesarme o hacerlo sin el propósito de cambiar.
→ Por no orar con la frecuencia que debo hacerlo.
→ Porque en las tentaciones no te pido ayuda.
→ Por no tratar de mejorar mi formación religiosa.
→ Por no jugarme por vos y tus enseñanzas delante de los demás.
→ Por haber desconfiado de tu amor y culpado por mis desgracias.
→ Por tomar tu santo nombre en vano.

→ Por tener vergüenza de mostrarme, al hablar y al actuar como discípulo tuyo.
→ Por no contribuir en mi familia al bien y a la alegría de los demás con la paciencia y el verdadero amor.
→ Por mis desobediencias a mis padres y superiores.
→ Por mis respuestas ásperas.
→ Por mis silencios y desprecios.
→ Por mis rebeldías.
→ Por no educar a mis hijos según las enseñanzas de Cristo.
→ Por mi pereza y falta de servicio.
→ Por no tomar los trabajos más duros.
→ Por creerme superior a los demás.
→ Por hacer las cosas mal y ser ocioso.
→ Por el mal uso de la lengua: críticas, mentiras, calumnias.
→ Por el mal uso de la sexualidad: actos impuros solo o con otra persona, por no vivir el noviazgo con seriedad y pureza, revistas, páginas de Internet o escenas de películas, descontrol de la imaginación.
→ Por la avaricia.
→ Por olvidar que todo es don de Dios.
→ Por dar a la iglesia lo que me sobró.
→ Por marginar a los pobres.
→ Por acumular y ser egoísta.

Perdón, Señor.

viernes, 3 de junio de 2011

Dos grandes secretos

Éstos son los dos grandes secretos, que grandes hombres y santos, a ejemplo de María, tuvieron en la vida para vencer las dificultades.

En la mañana del 13 de mayo de 1981, Juan Pablo II pasaba por la plaza de San Pedro y recibió tres balazos. Una bala entró directamente en su abdomen, las esperanzas se volvieron angustias al ver la sotana blanca llena de sangre.

El hombre que le disparó al Papa, Ali Agca, arrastraba una vida de asesinatos y pertenecía a grupos terroristas palestinos. No era un simple ladrón, era un tirador profesional que no pudo explicarse por qué el Papa no murió. A penas empezaba el pontificado del Papa, no podía acabar tan rápido. El Papa sobrevivió al atentado porque el tirador se equivocó de día. Sí, el 13 de mayo es día de la Virgen de Fátima, fue ella quién salvo al Papa de la muerte.

Con claridad lo dice el Papa Benedicto XVI, la vida de los santos no se entiende sólo con su biografía, sino con su actuación después de la muerte. Ahí está la protección de María, Ella sigue viva y nos sigue demostrando su amor.

Simplemente basta con ver nuestro país: millones de peregrinos visitan la basílica de Guadalupe, no van por tradiciones o por compromisos, van porque ella es verdaderamente la Madre de Dios. En Francia, millones visitan el santuario de Lourdes. En Portugal, en Italia, en todas partes María se hace presente y quiere guiarnos por el camino de Dios.

Y si nos preguntáramos ¿cuál es el secreto de María?, ¿qué es lo que la ha hecho digna de tanta grandeza?, nos encontraríamos ésta respuesta: María es grande porque quiere enaltecer a Dios en lugar de a ella misma. Ella es humilde, no quiere ser sino la esclava del Señor. En la vida pública de Jesús, María desaparece de los evangelios y es hasta la hora de la muerte, cuando los discípulos huyen, ella permanece al pie de la cruz, enseñándonos a ser fieles hasta el final, y misteriosamente, en este acompañar a Cristo hasta la cruz, está el secreto de su fortaleza.

La vida es difícil, son muchas las batallas y estás no se ganan solas. María quiere ayudarnos, y con su ejemplo nos da la fortaleza necesaria para salir adelante. Invitándonos a seguir a Cristo como ella lo hizo, quizá de manera silenciosa, pero siempre fiel, hasta la cruz. Y es en este seguir a Cristo donde nos ha dejado nuestra mejor arma, el mejor apoyo que tenemos para el arduo caminar de la vida, esa gran herramienta que ella espera y quiere que hagamos: rezar el rosario. No solo para nuestro beneficio, sino como un regalo para ella, refugio de los pecadores y auxilio de los Cristianos, siempre dispuesta a interceder por nosotros para nuestra salvación.

Éstos son los dos grandes secretos, que grandes hombres y santos, a ejemplo de María, tuvieron en la vida para vencer las dificultades, y que todos nosotros también podemos imitar para vencer en la gran batalla de la vida: "Seguir a Cristo hasta la cruz, y rezar el santo rosario para nuestra salvación".

escrito por Mariano Hernández
(fuente: Catholic.net)

jueves, 2 de junio de 2011

Estar espiritualmente bien es...



Enseñanza: Nada en nuestra vida es por casualidad !
Muchas veces nos queremos librar de la "cruz" que nos ha tocado.
Pero todo tiene un "para que" y un "por que"...
Dios nunca nos manda algo que no podamos soportar...
Y si intentamos abreviar los caminos,
ciertamente tendremos problemas !

(fuente: www.sanroquercc.com)

miércoles, 1 de junio de 2011

Frente a la pobreza, el compromiso es de todos

Mensaje de monseñor Martín de Elizalde OSB, obispo de Nueve de Julio, con motivo de la Colecta Anual de Cáritas –12 de junio de 2011–

Queridos hermanos y hermanas:

Se acerca ya la fecha de la COLECTA ANUAL DE CARITAS. Como todos los años nos preparamos para invitar a nuestros fieles, en primer lugar, pero también a todas las personas de buena voluntad, a hacerse presente con su solicitud y generosidad junto a los más necesitados. La Colecta representa una movilización importante en nuestras comunidades: cada año participa más gente, ya sea con su colaboración directa y personal, ofreciendo su tiempo y disposición para recorrer los hogares y recoger la ayuda ofrecida, ya sea con su aporte en dinero y también en alimentos. Esperamos que su mismo dinamismo, el dinamismo de la caridad en acto, nos conduzca a todos, como creyentes y como miembros de la familia humana, a abrir generosamente nuestro corazón, no solo para dar materialmente, sino también acompañando con afecto y preocupación sincera a los hermanos. Debemos estar atentos a sus necesidades, que son más visibles cuando se trata de la falta de vivienda, de alimentos, de vestido, de las carencias en la atención de la salud y la falta de posibilidades para la educación y el progreso, pero que están también referidas al ámbito espiritual, como el conocimiento de Dios, la práctica de los sacramentos, la búsqueda del bien, la trasmisión de la fe, el aprecio de los valores familiares y de las condiciones morales que aseguran un auténtico desarrollo de la persona, en especial durante la infancia y adolescencia, y que son una eficaz prevención contra los peligros de la dependencia y del abandono.

Vencer la pobreza es una tarea que excede las posibilidades de los individuos, y para las comunidades es igualmente muy difícil. Pero todos podemos colaborar, a través de la caridad cristiana, ejercida no solo como una entrega , una vez al año, de algunos artículos o un poco de dinero, sino uniéndonos al esfuerzo de una institución como CARITAS, que se propone despertar en los propios fieles de la Iglesia la conciencia de fraternidad y hacer fructificar su generosidad con estrategias y propuestas. Igualmente, no podemos olvidar que la responsabilidad primera compete a las autoridades civiles, promoviendo la justicia, con una administración honesta, y asistiendo a través de las instituciones adecuadas a la salud, la educación, el trabajo y el desarrollo de todos, teniendo como objetivo el Bien común. Muchas instituciones, con el esfuerzo mancomunado de hombres y mujeres de todos los horizontes y con la misma preocupación social, están comprometidos en el esfuerzo para aliviar la pobreza y reducir sus efectos tan dolorosos y nocivos.

Para CARITAS, institución de la Iglesia, la mano que hace concreta y eficaz la generosidad y caridad de los cristianos, esta acción tiene características propias. Recordamos siempre el mandamiento de la caridad que Jesús nos dejó, y ello no fue solo con palabras, sino con el ejemplo de su vida y con el testimonio de su muerte: el amor más grande es el de Aquel que da la vida por los hermanos. Dar la vida, es ser generoso hasta llegar a identificarse con el que sufre, dar la vida así, es dar vida.

CARITAS QUIERE DAR VIDA, Y NOS INVITA,
CON EL EJEMPLO DE JESÚS Y POR FIDELIDAD AL EVANGELIO,
QUE DESDE EL CORAZÓN DE LA CARIDAD, QUE ES LA ORACIÓN,
NOS DISPONGAMOS CON GENEROSIDAD PARA OFRECER
A LOS HERMANOS NECESITADOS LA AYUDA MATERIAL
Y EL APORTE ESPIRITUAL DE NUESTRO TESTIMONIO CRISTIANO.

Que Dios bendiga la generosidad de todos los que se acerquen a colaborar en esta ocasión ya próxima, la Colecta anual de CARITAS, y haga que los esfuerzos e iniciativas para ayudar a los hermanos y para vencer la pobreza material y espiritual, se conviertan en una acción permanente, en una preocupación de todos, para que todos podamos, como hermanos, vivir con la dignidad de los hijos de Dios. Encomendamos a la Virgen Santísima, nuestra Madre, estas intenciones, confiando siempre en ella, que nos acompaña en el camino de esta vida.

Mons. Martín de Elizalde OSB, obispo de Nueve de Julio
Nueve de Julio, Pascua de Resurrección, 24 de abril de 2011

(fuente: www.aica.org)

Isabel B. Nieto: "Llegar a ser una buena salesiana"

Lo primero que se viene a mi cabeza, al hablar de mi vocación, es remontarme al origen de la misma: la suerte de haber nacido en una familia creyente.

Mis padres son de Macotera, un hermoso pueblo de la provincia de Salamanca… Allí viví los primeros años de mi vida, donde se me fue transmitiendo la fe del modo más sencillo posible. Mi madre fue mi catequista al tomar la primera comunión. Y en el salón de mi propia casa teníamos la catequesis varios de los niños que nos estábamos preparando para tomarla.

Mi padre, un agricultor sencillo, no de grandes palabras, pero sí de buenos ejemplos: comprometido siempre con el pueblo, en diversos cargos. Adorador nocturno fervoroso, siempre que podía, a las vigilias me llevaba, cuando ya tenía 11 años, aproximadamente. Su ejemplo de oración ante el Santísimo, ha quedado dentro de mi vida. Ellos me llevaron al Colegio San Juan Bosco, de Salamanca, donde estudié interna tres años, sin que, previamente, conociéramos a nadie que allí hubiese estudiado.

Desde el primer momento, allí me sentí “como en casa”: las Hermanas asistentes, las fiestas, el pertenecer a los grupos montañero y misionero, los momentos de oración por la noche en la capilla… fueron quedando hondamente grabados en mi memoria. Llegué a ser monitora de los grupos misioneros, eso fue lo que me mantuvo unida al Colegio, a pesar de pasar a ser antigua alumna.

Fui a convivencias vocacionales, invitada por las hermanas, sí, pero… no fue inmediata la respuesta. Tardé un tiempo en decidirme. Por eso, una vez acabado el COU, entré a estudiar enfermería. Marcó mi vida cristiana la vivencia de LA MISIÓN ’93 en Salamanca, conociendo y compartiendo mi fe con otros jóvenes, tanto o más inquietos que yo. De tal modo, que me unía con fuerza a las canciones de Migueli, que decían: te tengo que decir, que ya no puedo vivir sin Ti… Sí, había llegado a tener claro que el camino cristiano era el que más feliz me hacía.

Trabajé de enfermera dos veranos, al finalizar la carrera. Y, hasta que no hice un buen proceso de discernimiento, durante más de un año, acompañada por un sacerdote diocesano, no vi con más claridad la llamada que Dios me hacía a la vida salesiana. Entré el 23 de septiembre de 1996 en el aspirantado, allí mismo, en Salamanca. Me animaron a estudiar teología. Viví en la comunidad de Sancti Spiritus, con otras aspirantes y postulantes que me acompañaron. Dios me dio la fuerza para superar las rupturas que se han de hacer progresivamente para “seguir a Jesús más de cerca”… ¡Y en mi propia tierra!

Mi primer año de noviciado lo hice en Barcelona, y el Segundo, en Madrid. Tuve la suerte de compartirlo con novicias de toda España, lo cual fue para mí una auténtica riqueza, que agradezco a Dios infinitamente.

Con 25 años hice la primera profesión, día que recuerdo con gran felicidad, por las personas que me acompañaron, especialmente mis padres, que poco a poco iban aceptando los pasos que su hija iba dando y que, ni mucho menos eran los que ellos para mí habían pensado. Mis primeros 8 años como Salesiana los pasé en el colegio donde yo estudié y estuve interna. ¡Y ahora yo era asistente! ¡Qué difícil tarea! Acabé teología, carrera que me ayudó muchísimo, sobre todo a comprender con más profundidad el misterio de ese Dios que sentía que con fuerza me llamaba.

Las clases de religión en secundaria han sido para mí un don y una tarea. El trabajar en los grupos de Nuevas Rutas y en el Centro Juvenil Jupi, me ha dado vida y sentir, como Don Bosco: “con vosotros me hallo a gusto”.

Cambiar a El Plantío, costó, pero me sentí muy acogida. Aquí se me presentaron nuevos retos, y hoy, sigo aquí, ¡hasta que Dios quiera! He tenido dificultades, pruebas, pero, sobre todo, Dios me ha concedido la experiencia de poder vivir mi vocación con mucha alegría, tanto con las Hermanas como con la comunidad educativa.

Sólo me arrepiento, de no dejar aún más a Dios que penetre en mi vida. Dejar que Él actúe… no ser pesimista, aunque no haya actualmente muchas vocaciones… De Él es nuestra vida, y a Él queremos entregársela hasta el final de nuestros días. Pero lograr esto, cada vez me doy más cuenta, que no es por nuestras fuerzas, si no, por la gracia de Dios que nos regala cada día en la Eucaristía, en la oración, en el Sacramento de la Reconciliación. Él sostiene nuestra fidelidad y me ayuda a lograr el sueño que tuve a los 13 años cuando entré en el Colegio: Llegar a ser una buena Salesiana.

Testimonio de vida de Isabel Bautista Nieto
(fuente: salesianasvocacional.wordpress.com)
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