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domingo, 3 de julio de 2011

"Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga y Yo los aliviaré"

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (Mt 11, 25-30)

En aquel tiempo, Jesús exclamó: "¡Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien. El Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga y Yo los aliviaré. Tomen mi yugo sobre ustedes, y aprendan de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga, ligera.

Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús.

Frente a la incredulidad de la mayoría, Jesús se siente agradecido por la fe que ha encontrado en unos pocos, que se han atrevido a acoger su mensaje sin escandalizarse de él. Ellos son la razón de la oración de Jesús; y en ella Jesús desvela su secreto más íntimo: el Dios de la gente sencilla, el Dios que tiene a bien hacer sabio al ingenuo y entendido al que ignoraba, es el Padre de Jesús.

Porque hubo gente sencilla, alrededor de Jesús, tan simple como para no escandalizarse de él, Jesús pudo proclamarse como el Hijo de Dios que era y sentirse reconocido para con su Padre. Tras la acción de gracias, el Hijo se ofrece a esa gente sencilla como su descanso, el reparo y el desahogo que los discípulos encuentran en su maestro no se debe a la ausencia de imposiciones ni a la escasez de enseñanza; el magisterio de Jesús es leve, porque Jesús es manso; y llevadera su carga, porque tiene un corazón humilde. Hay, pues, una carga y un alivio para los suyos; Jesús no libera de la obediencia ni de la cruz a sus discípulos; pero se compromete en que nos les pesará ser obedientes y en que será un alivio cargar con la cruz.


Seguimiento:

En aquel tiempo, exclamó Jesús:
- «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Si, Padre, así te ha parecido mejor.

Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»




I. LEER: entender lo que dice el texto fijándose en como lo dice

Aunque los evangelistas nos recuerdan que Jesús solía rezar con frecuencia, pocas veces nos han transmitido el contenido de su oración. Por eso es tan precioso nuestro breve texto; en él encontramos no sólo las palabras y los sentimientos con los que Jesús, en oración, se dirigía hacia nuestro Dios, su Padre; oímos también una invitación a compartir descanso y enseñanza, dirigida a todos los que se sienten cansados y agobiados.

Esta oración tan consoladora tiene, no obstante, un motivo concreto, que normalmente se pasa por alto. Jesús se puso a decir esta oración cuando, mediado ya su ministerio público, se percató de que solo unos pocos, gente sencilla que le seguía, estaban aceptando a Dios y abrían sus vidas a su querer. Este pequeño triunfó en su actividad como evangelizador llenó el corazón de Jesús de alegría y su boca de plegarias. Para los buenos Jesús no lo era demasiado; y a los sabios no les parecía suficientemente entendido: sólo los humildes le dieron crédito, supieron valorarlo y se sintieron con fuerzas para seguirle. Y para quienes le acompañaban fue maestro de oración y seguro descanso.

La oración tienes tres partes, bien diferenciadas. Se inicia con una Eucaristía: Jesús se dice agradecido con su Padre, porque se ha manifestado a los poco entendidos. Da gracias, pues, por el ?medio? éxito de su misión, lo cual es ya una notable enseñanza. Además, da a entender que, en realidad, ha sido su Padre se ha complacido en hacerse entender de los pequeños. Semejante preferencia de Dios es motivo de la acción de gracias de Jesús y tal agradecimiento lo salva de tener que sentirse defraudado por el éxito cosechado en su misión personal.

De hecho, la segunda afirmación de Jesús es, más que una auténtica oración, una confesión personal. Jesús se dice Hijo, con tanta naturalidad como claridad. Reconoce que su misión, dar a conocer al Padre, es don que se le ha hecho. Curiosa, además, la formulación: sólo el Padre conoce al Hijo, pero al Padre lo conoce el Hijo y todo aquel a quien el Hijo lo quiera revelar. Para conocer a Dios Padre, hace falta aprender con y de el Hijo.

La tercera afirmación es una invitación o mejor una promesa. Se deja la oración y la autoconfesión y se pasa a la exhortación. Su destinatario no es y ael Padre que se da a conocer en cuanto hace el Hijo, ni el Hijo, que hace conocer al Padre a quien quiere, sino quien se encuentre escuchándolo y se sepa necesitado de alivio y reposo. Pero, y no deja de ser sorprendente, Jesús impone dos tareas y recurre a dos imperativos: cargad y aprended antes de dar por hecha su promesa (encontraréis descanso). El discípulo puede que sea muy sencillo y que se sienta muy agobiado, pero para sentir alivio tendrá que, además de aprender de su maestro, cargar con su propia carga. Y por llevadero que sea, es a un yugo a lo que hay que sujetarse; y no por liviana, deja de ser carga lo que tendrá que llevar.


II. MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a la vida

Frente a la incredulidad e indiferencia de la mayoría, Jesús se siente agradecido por la fe que ha encontrado en unos pocos, quienes han acogido su mensaje sin escandalizarse de él. Ellos son la razón de la oración de Jesús. En ella Jesús desvela su secreto más íntimo: el Dios de la gente sencilla, el Dios que tiene a bien hacer sabio al ingenuo y entendido al que ignoraba, es el Padre de Jesús. Porque hubo gente sencilla, alrededor de Jesús, tan simple como para no escandalizarse de él, Jesús pudo expresarse como el Hijo de Dios que era y sentirse reconocido con su Padre.

Creyentes sin muchas luces, gente que cuenta poco, discípulos del montón, fueron los que un día dieron ganas y temas a la oración de Jesús. Al saberse aceptado en su persona y en su enseñanza, Jesús les hizo saber su oración y en ella les descubrió su misterio personal; alabó a su Padre y bendijo su querer. ¿Podríamos habernos deseado una mayor influencia sobre Jesús? Quien reconoce a Jesús hace que Jesús se sienta reconocido con su Dios; quien acepta a Jesús lo convierte en orante agradecido para con Dios; quien no se escandaliza de él, le obliga a proclamarse hijo de Dios. Debería bastarnos que Jesús se sienta feliz de ser aceptado por la gente, aunque sea tan sencilla y sin méritos como somos nosotros. Tendríamos que conformarnos con que él se sepa mejor conocido y más apreciado, sin tener que buscar nosotros reconocimiento y aprecio. Bastaría sólo eso para que, de nuevo, fuésemos nosotros la causa de su alegría y de su oración.

Como aquellos discípulos primeros, sin nombre conocido y con pocas luces, podemos nosotros devolverle a Jesús la confianza en sí mismo y en Dios, si nos comprometemos a seguirle sin escandalizarnos de él, a aprender junto a él sin buscar otros maestros, a obedecerle sólo a él sin servir a otros señores. No nos exige grandes cosas, ni una inteligencia excepcional ni suficiente riqueza: le basta con lo que somos?, siempre y cuando él nos baste. No me parece, ciertamente, demasiado alto el precio a pagar por ello, si es suficiente con que, permaneciendo sencillos y pobres, pongamos en él nuestra esperanza.

Después de orar, Jesús invita a los que le han aceptado que se sientan a gusto con él, que reparen sus fuerzas y alivien sus penas, mientras le siguen de cerca. Desea hacer de cuantos lo acogieron sin reparos, discípulos sin agobios; quiere que aprendan de él a descansar de sus fatigas: pues conocen quién es, son dignos de intimar con él. Pero no les esconde que, junto a él, las dificultades no van a desaparecer. Jesús no engaña a las personas que le siguen, por muy sencillas que sean: les habla de un yugo y una carga. No rebajará, pues, el nivel de sus exigencias ni aliviará su peso; el reparo y el desahogo que los discípulos encuentran en su maestro no se debe a la ausencia de imposiciones ni a lo liviano de su enseñanza. El magisterio de Jesús es leve porque Jesús es manso, y llevadera su carga porque tiene un corazón humilde. Hay, pues, una carga y un alivio para los suyos; Jesús no libera de la obediencia ni de la cruz a sus discípulos, tan sólo les promete que no sucumbirán ante sus exigencias y que no les pesará ser obedientes ni cargar con la propia cruz.

Y da la razón. Es un maestro humilde, a la altura de los más sencillos; un enseñante misericordioso,. que no pierde la paciencia cuando se pierden de vista sus enseñanzas. El discípulo de Jesús sabe que lo es, si aprende de él cuanto Dios quiere de uno, si conoce la voluntad de Dios y la toma como guía de su vida; no se libera, pues, del esfuerzo del aprendizaje ni del deber de la práctica. Pero por ser Jesús un maestro de corazón compasivo, su discípulo puede reposar tranquilo, incluso cuando no ha sabido repetir lo aprendido ni vivir de lo sabido. Las entrañas de misericordia del maestro impiden al discípulo que fracasa sentirse fracasado: Jesús no nos quiere por lo bueno que ya somos, nos quiere mejores de cuanto logramos ser; no desespera de nosotros, y sigue exigiéndonos más de cuanto le damos, más de cuanto podemos, más?

Pero, como nos quiere entrañablemente, con un corazón al que le apena nuestra miseria, no se defrauda de nosotros, si no hemos conseguido ser buenos; ni nos rechaza por no haber llegado a ser mejores. En Jesús tenemos, pues, un maestro que se nos ofrece a pedir siempre más de nosotros, porque le interesamos siempre un poco más; pero que no dejará de querernos, sólo porque no hemos logrado vivir según su querer.

Su misericordia es nuestra mejor garantía: ser discípulo de Jesús es difícil, pero no penoso; puede llegar a ser pesado, pero nunca agobiador. Si hasta los discípulos desobedientes encuentran acogida y reparo, ¿qué no obtendrán cuantos se esfuerzan por seguirle más cerca? La fatiga y el cansancio no son nunca razón para abandonarle; al contrario, quien se siente agobiado o defraudado es, precisamente él, quien ha recibido la invitación de Jesús. No hay que olvidarlo.

Si por miedo a la carga o por temer su yugo, no le seguimos, seguiremos sintiendo el agobio y la sinrazón de la vida: Jesús es solaz y descanso sólo para cuantos lo tienen como maestro manso y humilde.¿A qué esperamos para escogerle como único Maestro y Señor?

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