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jueves, 29 de noviembre de 2012

Deberíamos hablar más de la eternidad

Cosas de curas y monjas, de gente religiosa. Y no se equivocan. Aunque yo les diría que es para todos, que aquí nadie se guarda ninguna carta, y ningún billete. Cosas de la iglesia, también, que estos días no pide que leamos el Apocalipsis. Mis alumnos también hablan de este libro, y la gente pregunta de vez en cuando por ahí como queriendo indagar y saber más, o peor, creyendo que sabe mucho de algo de lo que sólo podemos hablar en imágenes. Y a mí me nace pensar que deberíamos hablar más a la gente de la eternidad. Y de que todos estamos llamados a ella.


A algunos les parecerá que esto es escapar del mundo en el que vivimos, perder realidad, comenzar a divagar de aquí para allá. Porque yo mismo he dicho que “saber, saber” no sabemos mucho ni podemos describir mucho. Pero su misma existencia supone un interrogante de un calibre descomunal. Yo les diría que dependiendo de cómo se lo tomen, y de cómo lo reciban, verán qué sucede. Aseguro que no deja indiferente. Lejos de ser una huída, puede situarnos y danos razones más que suficientes, no por miedo, sino movidos por el amor y por el deseo, para cambiar el mundo por entero. No pocas personas dan testimonio de ello. Lejos de ser algo que imaginemos, así sin más dibujando cosas en el aire, podríamos escuchar también, y atender al deseo que llevamos dentro. Algo parecido, por ejemplo, creo que hizo el gran Unamuno, y tuvo finalmente que reconocer en sí mismo el deseo de inmortalidad, el deseo de lo eterno. La pregunta es quién ha puesto semejante insatisfacción en el corazón del hombre, semejante grandeza.

Deberíamos pensar más en lo eterno porque al final se vuelve en un impulso en favor de la vida en el tiempo, que pasa y pasa sin que sepamos bien por qué. Deberíamos pensar más en lo eterno, y creo que nos ayudaría a considerar que aquí y ahora disponemos de un lugar que hemos de ocupar. Deberíamos pensar más en lo eterno, lo cual nos mostraría, no que no hay nada que no valga, sino el verdadero valor de todas las cosas de las que estamos rodeado. Y también dialogar sobre lo eterno, percibir este deseo en los otros, esta necesidad en los otros, este sublime canto en el corazón de todo hombre.

Insisto en que, quien ha pasado verdaderamente por ahí, por ese pensamiento, ve su vida después renovada y transfigurada. Algunos, por miedo a qué sé yo qué cosas que más bien ven en sí mismos, no quieren ni mirar a lo alto, ni mirar a lo grande, ni contar con esta otra vida que llamamos vida eterna. Aunque tarde o temprano, como súplica o como lamento, como anhelo o como suspiro. Lo eterno tiene que ver con lo poético, con lo más humano, con aquello que nunca terminará y que se vive igualmente sin origen. En lo eterno parece escucharse una perpetua canción de paz, una compañía constante de lo amado, el amado, del amor mismo, en perfecta comunión. En lo eterno, que es a lo que se refiere por lo que se ve todo el tiempo y toda vida que transcurre, se vive el orden más perfecto, y cada hombre y cada mujer alcanzará aquello que realmente y que anda buscando.

No será eternidad lo que busquemos escapando en el tiempo. Lo que ahora podemos vivir y experimentar serán aquellos momentos que desaríamos que no tuvieran fin, y durasen siempre. Lo que ahora contemplamos de lo eterno es la generosidad máxima de quien puede darlo todo porque no pierde nada, sin ataduras, en libertad absoluta, en confianza radical. Lo eterno sin duda alguna lo vislumbramos en el amor que roza lo perfecto y parece atraparlo frágilmente, en el compromiso total y único de el hombre consigo mismo, del hombre con el otro hombre, de la capacidad de dignificar al otro. Allí, ante tanta belleza, sentimos la presencia de lo eterno, que en una especie de leve susurro nos dice que lo que ahora veremos que termina pervivirá para siempre.

Aunque, de todos modos, la eternidad sin más, no tiene ningún aliciente. La cuestión es si alguien desea compartirla conmigo, si no estaré en ella solo. Porque una eternidad privado del encuentro con el otro me parece de lo más esclavizante que pueda existir. A mí me atrae lo eterno por la compañía, por la presencia, por el abandono de la injusticia y el establecimiento de lo más justo, por el amor que se recibe y que se puede entregar… Lo eterno requiere de Alguien con quien disfrutarlo. Si no, como siempre, dejaría de ser humano, dejaría de ser divino.

(fuente: mambre.wordpress.com)

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