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lunes, 4 de noviembre de 2013

Las 38 preguntas a los obispos del mundo para el sí­nodo de la familia

Consulta para entender los principales desafí­os pastorales que deberá afrontar el próximo sínodo extraordinario.

Roma, 02 de noviembre de 2013 (Zenit.org) El Vaticano envió a los obispos del mundo 38 preguntas para preparar el Sínodo extraordinario sobre la Familia "Los desafíos de la familia en el contexto de la evangelización" que el papa Francisco convocó para octubre de 2014. Las respuestas deberán llegar hasta final de enero próximo, como pedido por el secretario del sínodo, Mons. Lorenzo Baldisseri.

La misiva y las preguntas de la encuesta fueron publicadas en el sitio web del National Catholic Reporter el jueves y confirmadas por la Santa Sede el viernes.

Según indicaron diversos medios el secretario del sínodo, el encuentro del próximo año servirá para destilar un documento preparatorio sobre la situación, mientras que el sínodo del 2015 dará las respuestas finales.

En el documento adjunto se explica también la modalidad de trabajo, cuya primera etapa será la asamblea extraordinaria de octubre de 2014, que deberá recopilar “los testimonios y las propuestas de los obispos”, y la segunda será el Sínodo ordinario de 2015 que tiene como objetivo “buscar líneas operativas para la pastoral de la persona humana en la familia”.

Describe las “problemáticas inéditas” de los últimos años, entre ellas la difusión de las parejas “de hecho”, las uniones entre personas del mismo sexo “a las que no pocas veces se consiente la adopción de hijos”, los matrimonios mixtos o interreligiosos, la familia monoparental, la difusión del fenómeno del “alquiler de vientres” y “el debilitamiento o abandono de la fe” en el sacramento del matrimonio y en el “poder terapéutico” de la confesión.

Asimismo, se pide a las conferencias episcopales del mundo una “urgente” atención de estos problemas.

“Si, por ejemplo, se considera solo el hecho de que en el actual contexto muchos chicos y jóvenes, nacidos en matrimonios irregulares, podrían no ver nunca a sus padres acercarse a los sacramentos, se comprende cuán urgentes son los desafíos para la evangelización de la situación actual… Esta realidad tiene una singular conformidad en la vasta acogida que está teniendo en nuestros días la enseñanza sobre la misericordia divina y su ternura para con las personas heridas: las expectativas consecuentes sobre las decisiones pastorales relacionadas con la familia son muy amplias”, advierte.

La segunda parte del documento indica en tres páginas los fundamentos bíblicos y el magisterio de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia.

Por último, se formulan las 38 preguntas en las que se interroga sobre la difusión y la recepción de las enseñanzas de la Iglesia al respecto, sobre las dificultades para ponerlas en práctica y sobre su relación con los programas pastorales en todos los niveles. También se pide información sobre cuáles son los puntos más atacados y rechazados fuera de los ambientes eclesiales.

(02 de noviembre de 2013) © Innovative Media Inc.

Francisco: "Recibamos a Jesús para que transforme nuestro corazón"

Domingo 3 Nov 2013 Ciudad del Vaticano (AICA) “Hoy debo detenerme en tu casa”, es decir en tu vida. Y recibámoslo con alegría: Él puede cambiarnos, puede transformar nuestro corazón de piedra en corazón de carne, puede liberarnos del egoísmo y hacer de nuestra vida un don de amor” dijo Francisco en la reflexión previa a la oración del Ángelus de este domingo 3 de noviembre, refiriéndose al evangelio en el que Jesús pasa por Jericó donde se encuentra con el publicano Zaqueo y le pide ser recibido en su casa.

Una multitud de peregrinos italianos y de otros países y continentes, que volvieron a llenar la plaza del Santuario de San Pedro y la plaza Pío XII y acompañaron al Pontífice en su rezo mariano.

El papa Francisco dijo que Dios es Padre que espera atento en el corazón del hijo el deseo del regreso a casa. Y cuando reconoce aquel deseo, incluso sencillamente insinuado, inmediatamente le está a su lado, y con su perdón le vuelve más leve el camino de la conversión y del regreso.

Para finalizar con la invitación: “Hermanos y hermanas, ¡dejemos también nosotros que Jesús nos llame por nuestro nombre! En lo profundo del corazón, escuchemos su voz que nos dice: “Hoy debo detenerme en tu casa”, es decir en tu vida. Y recibámoslo con alegría: Él puede cambiarnos, puede transformar nuestro corazón de piedra en corazón de carne, puede liberarnos del egoísmo y hacer de nuestra vida un don de amor”.


Texto de la palabras del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas. ¡Buenos días! La página del evangelio de Lucas de este domingo nos muestra a Jesús que en su camino hacia Jerusalén entra en la ciudad de Jericó. Esta es la última etapa de una viaje que reasume en sí el sentido de toda la vida de Jesús, dedicada a intentar salvar a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Pero cuanto más el camino se acerca a la meta, tanto más entorno de Jesús se va cerrando el círculo de hostilidad.

Y mismo en Jericó sucedió uno de los eventos más gozosos narrados por san Lucas: la conversión de Zaqueo. Este hombre es una oveja perdida, es despreciado y 'excomulgado' porque es un publicano, más aún, el jefe de los publicanos de la ciudad, amigo de los odiados ocupantes romanos, un ladrón y un explotador. Una 'linda figura...' es así.

Impedido de acercarse a Jesús, probablemente debido a su mala fama y siendo pequeño de estatura, Zaqueo se trepa a un árbol para poder ver al Maestro que pasa. Este gesto exterior, un poco ridículo, expresa entretanto el acto interior del hombre que intenta ponerse por encima de la multitud para tener un contacto con Jesús. Zaqueo mismo, no entiende el sentido profundo de su gesto, no sabe bien por qué hace esto pero lo hace. Tampoco osa esperar que pueda ser superada la distancia que lo separa del Señor, se resigna a verlo solamente pasar.

Pero Jesús cuando llega cerca de ese árbol lo llama por su nombre: 'Zaqueo, baja rápido, porque hoy voy a detenerme en tu casa”. Aquel hombre pequeño de estatura, rechazado por todos y distante de Jesús está como perdido en el anonimato. Pero Jesús lo llama y aquel nombre, Zaqueo, en el idioma de aquel tiempo tiene un hermoso significado lleno de alusiones. Zaqueo de hecho significa: Dios recuerda.

Y Jesús va a la casa de Zaqueo, suscitando las críticas de toda la gente de Jericó: porque también en aquel tiempo de habladurías había tanto. Y la gente decía: ¿pero cómo, con toda la buena gente que hay en la ciudad va a quedarse nada menos que a lo de aquel publicano? Sí, porque él estaba perdido y Jesús dice: 'Hoy en esta casa vino la salvación, porque también él es hijo de Abrahán'. En la casa de Zaqueo aquel día entró la alegría, entró la paz, entró la salvación, entró Jesús.

No hay profesión ni condición social, no hay pecado o crimen de cualquier tipo que sea, que pueda borrar de la memoria y del corazón de Dios uno solo de sus hijos. Dios recuerda, siempre, no se olvida de nadie de los que ha creado; él es padre, siempre a la espera vigilante y amorosa con el deseo ver renacer en el corazón del hijo el deseo de volver a casa. Y cuando reconoce aquel deseo, aunque fuera solamente dado a entender, y tantas veces casi inconsciente, le está a su lado y con su perdón vuelve más leve el camino de la conversión y del regreso.

Miremos a Zaqueo hoy en el árbol, ridículo, pero es un gesto de salvación, pero yo te digo a ti, si tú tienes un peso sobre tu consciencia, si tú tienes vergüenza de tantas cosas que has cometido, detente un poco, no te asustes, piensa que alguien te espera porque nunca ha dejado de acordarse de ti, de recordarte, y ese es tu padre Dios. Trépate, como ha hecho Zaqueo, sube sobre el árbol del deseo de ser transformado. Yo les aseguro que que no serán desilusionados. Jesús, es misericordioso y nunca se cansa de perdonarnos. Así es Jesús.

Queridos hermanos y hermanas, dejemos nosotros también que Jesús nos llame por nuestro nombre. En lo profundo de nuestro corazón escuchemos su voz que nos dice: 'Hoy tengo que quedarme en tu casa', yo quiero detenerme en tu casa, en tu corazón, o sea en tu vida. Recibámoslo con alegría. El puede cambiarnos, puede transformar nuestro corazón de piedra en corazón de carne. Puede liberarnos del egoísmo y hacer de nuestra vida un dono de amor. Jesús puede hacerlo, déjate mirar por Jesús.+

domingo, 3 de noviembre de 2013

Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo Unico, para que todo el que crea en El, tenga Vida Eterna

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas
(Lc 19, 1-10)
Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó, y al ir atravesando la ciudad, sucedió que un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de conocer a Jesús; pero la gente se lo impedía, porque Zaqueo era de baja estatura. Entonces corrió y se subió a un árbol para verlo cuando pasara por ahí. Al llegar a ese lugar, Jesús levantó los ojos y le dijo: "Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa". El bajó enseguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, comenzaron todos a murmurar diciendo: "Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador". Zaqueo, poniéndose de pie, dijo a Jesús: "Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si he defraudado a alguien, le restituiré cuatro veces más". Jesús le dijo: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también él es hijo de Abraham, y el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido".

Palabra del Señor. 
Gloria a ti Señor Jesús.

La maravillosa historia del publicano convertido que fue a orar al Templo –en la parábola del fariseo y el publicano (Lc 18,9-14)-, que leímos el domingo anterior, le abre paso al itinerario interno de la conversión del publicano Zaqueo y al descubrimiento del corazón misericordioso de Jesús buen pastor.

Ahora entendemos mejor un punto que quedó pendiente la semana pasada: ¿Cómo sucede –por obra del Evangelio- la transformación interna del publicano?

El relato del encuentro entre Jesús y Zaqueo es breve y conciso, y con todo su contenido es extraordinario. Entremos enseguida en el texto mismo, explorémoslo en algunos de sus aspectos y luego dejemos que la Palabra siga su curso en la meditación, la oración y la contemplación, hasta que se encarne en nosotros.


1. El texto en su contexto

1.1. En contexto inmediato

Llegamos casi al final del viaje de Jesús hacia Jerusalén (Lc 9,51-19,48). Nos aproximamos al momento culminante del ministerio de Jesús. El evangelio ofrecido universalmente a publicanos y pecadores, toma cuerpo en la historia de la conversión de Zaqueo. Y no solamente publicanos y pecadores. El evangelio de la salvación se le ofrece a pobres y a ricos. En el episodio inmediatamente anterior, vemos a Jesús en la entrada de la ciudad de Jericó declararle al mendigo-ciego que está en situación de marginalidad: “Ve, tu fe te ha salvado” (18,42). Ahora será salvado quien está en el corazón de la ciudad, quien es presentado desde el principio como una persona de autoridad (“jefe”) y poseedor bienes (“rico”); para él también se dirá: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa” (19,9ª).

Entonces:
(1) del pobre pasamos al rico;
(2) de las afueras pasamos al interior de la ciudad.

Jesús, en cuanto continúa su camino hacia Jerusalén, se presenta como un pastor buscando celosamente a sus ovejas.

1.2. El contexto amplio

En el corazón del evangelio resuena el fuerte llamado: “¡Zaqueo, baja pronto, porque conviene que hoy me que quede yo en tu casa!” (19,5b).

Los lectores no podemos olvidar estas palabras, las cuales tienen sus antecedentes y –cuando se obedecen- tienen sus consecuencias.

De esta manera el relato nos pone ante una historia “modelo” de lo que es una experiencia de Jesús, en la cual juega un papel decisivo la conversión y el discipulado.

Muchos de los grandes temas del evangelio –especialmente los relacionados con la misión y el discipulado- cruzan por este episodio.

Quien viene recorriendo el evangelio paso a paso, nota cómo el episodio de Zaqueo ha sido previamente preparado:

(1) Jesús misionero: Jesús es el misionero que “entra en una ciudad” y en una “casa” (ver Lc 10,5-9; ver evangelio del Domingo 14 del Tiempo Ordinario de este año). Contra todas las expectativas, en casa de Zaqueo es bien recibido y su enseñanza tiene efecto. Por los resultados se nota.

(2) La conversión del pecador: El tema central de la misericordia, ampliamente abordado en el capítulo 15 de Lucas (corazón de las catequesis sobre el discipulado en la subida a Jerusalén), encuentra en el episodio de Zaqueo su feliz realización.

En Lc 15 se había dicho que
(a) “los publicanos y pecadores se acercaban a él para oírle” (15,1),
(b) Jesús era criticado por sus adversarios porque “acoge a los pecadores y come con ellos” (15,2), y que
(c) este comportamiento obedece a su programa evangelizador: “buscar lo que estaba perdido” (ver 15,6.9.32). Estos mismos elementos –siguiendo de cerca la misma estructura- los encontramos en el relato de Zaqueo: (a) hay búsqueda de Jesús (19,3), (b) hay crítica del comportamiento de Jesús (19,7), (c) hay una declaración del sentido de la misión de Jesús (19,9-10).

La historia de Zaqueo nos describe entonces a Jesús Buen Pastor que sabe salvar la vida de la oveja perdida, trayéndola –mediante un proceso que restaura completamente su existencia- a la casa donde es miembro: Zaqueo es el “hijo” perdido que vuelve a casa; Jesús sabe acompañar este regreso.

(3) La buena noticia de la actualidad de la salvación

Es interesante notar que en el rescate de la oveja se vive el doble proceso de la “búsqueda” (y para esto vale la pena observar el proceso “externo” que se da en el relato) y de la “salvación” (y para esto hay que observar el itinerario “interno” que se da en Zaqueo). La atención a los verbos-acciones que realizan los personajes es clave para la comprensión del relato.

Tengamos en cuenta también que el personaje Zaqueo representa al tipo de personas quizás más difíciles para la conversión. Un poco antes de este episodio Jesús había dicho –a propósito del Joven rico-: “¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios!” (18,24), ante lo cual los oyentes reaccionaron desconsolados “¿Y quién se podrá salvar?” (18,26), y Jesús finalmente respondió: “Lo imposible para los hombres, es posible para Dios” (18,27).

Con Zaqueo vemos que efectivamente es posible que un rico –a los cual se le suma el ser “publicano” y “pecador”- se convierta y entre en el discipulado. Pero lo importante es que la “salvación” es obra de Dios.

(4) El discipulado

Por otra parte, vemos cómo Zaqueo al convertirse entra en el discipulado del evangelio mediante la escucha pronta de la Palabra del Maestro (19,6; evangelio del Domingo 16 de T.O.) y su inmediata aplicación (19,8; evangelio del Domingo 15):

• El evangelio entra al corazón de Zaqueo transformando su codicia en un impulso de fuerte de generosidad. Recordemos los evangelios ya leídos del “rico insensato” (12,13-21; evangelio del Domingo 18) y del “rico epulón” (16,19-31; evangelio del domingo 26).

• El “¡Dad!” enseñando en el Sermón de la llanura (6,38), se ejercita ahora en la “renuncia a los bienes” (14,33; evangelio del Domingo 23) y en el ponerlos al servicio de los demás –particularmente a los más pobres (ver 14,12-14; evangelio del Domingo 22)- para ganar las eternas moradas (ver 16,9-13; evangelio del Domingo 25).

• Quien es capaz de hacer esto es porque esta en plena sintonía con el amor del crucificado (ver 14,27; evangelio del Domingo 23).

• Este es el camino de la salvación al cual son llamados los “hijos de Abraham” (ver 13,22-30; evangelio del Domingo 21; y 16,19-31).


2. El itinerario del texto

Releamos el texto haciendo algunas anotaciones sobre cada uno de sus tres momentos:

(1) La introducción (19,1-3)
(2) El encuentro de Jesús y Zaqueo en la calle (19,4-7)
(3) El diálogo de Jesús y Zaqueo en la casa (19,8-10)


2.1. La introducción (19,1-3)

El evangelista Lucas nos presenta inicialmente a los dos personajes principales: Jesús (19,1) y Zaqueo (19,2-4).

2.1.1. Presentación de Jesús (19,1)
“Habiendo entrado en Jericó, atravesaba la ciudad” (19,1)

La mención de “Jericó”, una de las ciudades más antiguas del mundo, la verde y fresca ciudad de las palmeras situada en el oasis que se encuentra en la gran depresión del Jordán y cerca de su desembocadura en el mar muerto, nos remite a la parábola del “buen samaritano” (10,30), a donde se dirigían el sacerdote y el levita que bajaban del Templo. En esta ciudad no sólo había un barrio residencial sacerdotal sino que hasta el rey Herodes en sus tiempos tenía allí su palacio de verano.

Jericó se encuentra en un lugar clave: paso obligado para el peregrino que viene del norte viajando por la ribera del Jordán antes de subir cuesta arriba hasta Jerusalén. También es ciudad fronteriza para quien atraviesa el país horizontalmente y por lo tanto centro aduanero para quien cruza de Palestina a la región de Perea (y viceversa).

Por esto último no es extraño que se encuentre allí un “Jefe de publicanos”: el movimiento comercial debía ser tal que se requería un cierto número de cobradores de impuestos de las mercancías que por allí transitaban. Enseguida Lucas nos informa que Zaqueo es “jefe” de ellos.

Pero el personaje que aparece en primer lugar es Jesús. A él le competen las dos acciones: “entrar” y “atravesar” la ciudad. Jesús pasa por allí como peregrino pero también como misionero.

La evangelización de la ciudad es un tema muy del gusto de la obra de Lucas (el evangelio y los Hechos de los Apóstoles). La actitud de Jesús frente al mundo urbano aparece allí como un anticipo de lo que sucederá en los primordios de la evangelización de la Iglesia (ver Lc 4,15.44; 7,11; 9,52; 10,8-12; 10,38; 19,44).

Lucas nos dice sencillamente que Jesús “atravesaba la ciudad”. El tiempo se suspende mientras realiza esta acción, la mente del lector debe explorar.

2.1.2. Presentación de Zaqueo (19,2-3)

Enseguida, con puntos muy concretos, se presenta el retrato de Zaqueo. Podemos distinguir un retrato externo y un retrato interno.

(1) Hacia fuera: Zaqueo el hombre público (19,2)

“Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico” (19,2)

Tres afirmaciones describen el personaje:

(a) El nombre. Lucas parece querer llamar la atención sobre este punto. Literalmente dice: “un hombre cuyo nombre era llamado Zaqueo”. Este nombre viene del hebreo “zakkay”, que es una abreviación de “Zacarías”, que significa “el justo” (ver 2 Macabeos 10,19). Algunos prefieren traducir “Yahveh recuerda” (ver Lc 1,5), basados en otra silabación de las consonantes hebreas. El hecho que es Zaqueo tiene un nombre bien judío. Su nombre de alguna manera tiene que ver con lo que se esperaría de él.

(b) Su oficio: Jefe de los cobradores de impuestos, es decir, de responsables de la recaudación de los impuestos de aduana sobre los bienes comerciales que pasaban la frontera de Perea a Judea.

(c) Su status: Era rico. Podemos asumir que, como los otros de su negocio, Zaqueo no debía ser tan escrupuloso en las cuentas y sacaba algún provecho en las transacciones por medios fraudulentos.

La última afirmación nos remite a Lc 6,24: “¡Ay de vosotros, los ricos! Porque habéis recibido vuestro consuelo”. Y también a la pregunta de Lc 18,24-27 sobre si un rico puede ser salvado. La cuestión que se plantea entonces es si el evangelio tiene capacidad para llegar hasta el centro de las estructuras de poder, especialmente aquellas corruptas por los intereses económicos.

(2) Hacia dentro: Zaqueo el “buscador” (19,3)

“Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura” (19,3)

La frase es importante. Captamos su importancia desde la primera palabra, sobre todo si nos remitimos a la forma original griega: “buscaba”. Zaqueo es un “buscador”, lleva una gran inquietud dentro.

Ya anteriormente en el evangelio se había presentado el caso, justamente después de la primera misión realizada por los apóstoles, de la llegada de la evangelización hasta el centro del poder. Fue el caso del rey Herodes, quien entonces “buscaba” ver a Jesús (9,9; ver igualmente 23,8). No se dice que haya conversión sino interés por descubrir su identidad. El buscar “ver” debe llevar a dar el salto cualitativo de la fe; en el caso de Herodes esto no sucedió.

Ahora bien, Lucas dice con precisión que se busca “ver a Jesús”. El motivo parece sincero y así inicialmente parezca curiosidad, él va por el camino correcto. El caso de Zaqueo es muy diferente el del diablo en la Sinagoga de Cafarnaúm quien dijo con presunción: “Sé quién eres tú” (4,34).

El querer ver a Jesús tiene como presupuesto los textos de Lc 5,30; 7,34; 15,1-2, donde se habla de la amistad y de las cenas de Jesús con publicanos y pecadores. Podría pensarse que Zaqueo estaría interesado en entrar en el grupo de aquel que tiene la reputación de “amigo de los publicanos y pecadores”.

El contacto inicial tiene un impedimento: Zaqueo es incapaz de ver a Jesús a causa de la multitud y su baja estatura. La estatura es una limitación aparentemente insuperable (ver 12,25). Los impedimentos se siguen acumulando.

Al respecto de la estatura y (viene enseguida) de la subida al sicómoro se han hecho diversas interpretaciones alegóricas

2.2. El encuentro de Jesús y Zaqueo en la calle (19,4-7)

¿Será posible el encuentro de Zaqueo con Jesús? ¿Qué sucederá? Entramos así en la segunda parte del relato cuya cadena de acciones de desenvuelve en cuatro partes:

(1) La acción de Zaqueo (19,4)
(2) La acción de Jesús (19,5)
(3) La reacción de Zaqueo (19,6)
(4) La reacción de la multitud (19,7)

2.2.1. La acción de Zaqueo (19,4)

“Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí” (19,4)

Zaqueo corre al frente, antes que la multitud que rodea a Jesús, y sube al sicómoro. El sicómoro (“Ficus sycomorus”) es un árbol fácil de subir; tiene hojas siempre verdes y un jugoso fruto comestible.

2.2.2. La acción de Jesús (19,5)

“Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: ‘Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa’” (19,5)

No sabemos si Zaqueo pretendía pasar desapercibido o no, no se dice expresamente nada, pero si se puede asumir que ésta podría ser su intención puesto que no es coherente con su dignidad el ser encontrado subido a un árbol. De ser así, el que Jesús lo viera, reparara en él y, más todavía, que se hiciera invitar a su casa, debió haber sido para él una gran sorpresa.

Las palabras de Jesús deben leerse una por una:

(1) “Zaqueo”. Llama la atención el hecho de que Jesús conociera su nombre propio (ver el caso de Natanael en Jn 1,47-48). Pero es perfectamente posible que pudiera conocer el nombre de un personaje de importancia en la ciudad, como efectivamente lo era el “jefe de los publicanos”.

(2) “Baja pronto”. Al mandarlo bajar del árbol, Jesús le pide que no pierda tiempo (“aprisa”, como en 2,16, cuando los pastores reciben el anuncio del ángel). Esto nos recuerda al afán, la premura y la tarea inaplazable del pastor, de la mujer y del papá (expresamente dicho en 15,22) de las parábolas de la misericordia. Este apuro es significativo.

(3) “Conviene”. La expresión “es necesario”, “conviene que”, “debe”, es conocida en el evangelio y se refiere a la apremiante realización del proyecto de Dios (ver por ejemplo 24,26). Jesús coloca el llamado de Zaqueo en esta óptica: un plan divino está siendo obrado.

(4) “Hoy”. Lucas es el evangelista del “hoy” del actuar de Dios (ver 2,11; 4,22 y otros). El “hoy” hay que tomarlo literalmente, pero se refiere también al tiempo del cumplimiento del plan de salvación de Dios (19,9; 23,43).

(5) “Permanecer” en la casa. Jesús le pide hospedaje (aunque en Jn 1,38-39 el verbo implica el quedarse a vivir). El evangelio pide acogida, amistad profunda, compartir intenso. En el relato de los discípulos de Emaús se escuchan los mismos términos (“Quédate con nosotros”; Lc 24,29; vea algunas situaciones similares en Hechos: Pedro se queda en casa de Simón el curtidor, Hch 9,43; Pablo se queda en casa de Lidia, Hch 16,15).

Jesús responde al interés mostrado por Zaqueo. La acción decisiva, contrariamente a lo que pudiera esperarse, proviene de Jesús.

2.2.3. La reacción de Zaqueo (19,6)

“Se apresuró a bajar y le recibió con alegría” (19,6)

Zaqueo hace exactamente lo que Jesús le pide: obedece su Palabra. Le da la “acogida” a Jesús en su casa (como en 10,38) y lo hace con “alegría” (tema del evangelio asociado con la experiencia de la salvación). A la solicitud de la “llamada” de Jesús corresponde ahora la “prontitud” de la respuesta de Zaqueo.

La venida de Jesús a compartir su hogar es un signo de amistad y en última instancia de perdón. Es el comienzo del discipulado (véanse algunas similitudes con el caso de Pedro en 5,4-11).

La “alegría” de Zaqueo contrasta con la “murmuración” de la multitud.

2.2.4. La reacción de la multitud (19,7)

“Al verlo, todos murmuraban diciendo: ‘Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador’” (19,7)

Aparecen enseguida las objeciones, como en los casos anteriores (ver 5,30; 7,34 y 15,2). Todo el pueblo que ve lo sucedido comienza a “criticar”.

Esta vez no son sólo los fariseos sino también los judíos en general. Según la mentalidad popular, hospedarse en la casa de un tipo de mala calaña era “mutatis mutandis” compartir su pecado.

2.3. El diálogo de Jesús y Zaqueo en la casa (19,8-10)

De repente nos encontramos dentro de la casa de Zaqueo y probablemente en medio de la cena, como lo pide las normas de etiqueta de la hospitalidad en el mundo oriental.

Allí escuchamos sucesivamente las palabras de Zaqueo (19,8) y las de Jesús (19,9-10). Las palabras de Jesús concluyen el relato.

2.3.1. Los gestos concretos de la conversión por parte de Zaqueo (19,8)

“Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: ‘Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo’” (19,8)

Zaqueo responde a la iniciativa de Jesús y a las objeciones de la multitud acerca de que él es “pecador”: declara su intención de vivir una nueva vida.

Una declaración de intención era un signo adecuado de arrepentimiento. Téngase en cuenta, además, que los verbos que aquí aparecen en futuro connotan un comienzo inmediato de la acción enunciada.

El punto de partida de sus palabras no puede ser otro que la gratitud hacia Jesús por su actitud misericordiosa hacia él. La recepción de la salvación –por la misericordia de Jesús- se verifica en seguida por el cambio de vida (en el caso de la pecadora de Lc 7,36-52, el perdón recibido es la fuente de su desbordante amor: “a quien poco se le perdona, poco amor muestra”, lo cual equivale a decir a la inversa: “porque mucho se le perdona, mucho amor muestra”).

Zaqueo se pone en pie (gesto muy diciente) y pronuncia su breve discurso inaugural de la vida nueva:

(1) Hace una confesión de fe: llama a Jesús “Señor”.

(2) Ofrece “la mitad de sus bienes para los pobres”. La cantidad que va a dar en caridad a los pobres era mucho más de lo que se requería normalmente: el 20% de las posesiones o de los ingresos (o sea, el doble del diezmo). Zaqueo pone en práctica el evangelio del compartir solidario (12,21.33; ver 6,38).

(3) Restablece la justicia que había violado “restituyendo el cuádruplo” a aquellos a quienes les había retenido indebidamente (mediante extorsión; ver 3,4) su dinero. La medida de la indemnización (“el cuádruplo”) es la establecida en Ex 21,37 (y no la mitad más un quinto, como manda Lv 5,20-24), con lo cual está admitiendo implícitamente haber sido un ladrón de oficio (ver 2 Samuel 12,6: la historia de la oveja robada).

2.3.2. La declaración de salvación por parte de Jesús (19,9-10)

Termina el relato con las palabras de Jesús, las cuales resumen el sentido de todo lo sucedido. Jesús se dirige Zaqueo (“le dijo”) pero luego habla en tercera persona, lo cual indica que es un mensaje para todos.

“Jesús le dijo: ‘Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, 10 pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido’”

Todo ha sido una experiencia de la salvación proclamada en el evangelio (ver el Benedictus: 1,69.71.77). Parecen dibujarse tres círculos concéntricos: (1) Zaqueo, (2) la casa y (3) el pueblo de Abraham, que es el pueblo de los creyentes. La referencia a la “casa” nos remite a lo que sucede en los Hechos de los Apóstoles (ver 10,2; 11,14; 16,15.31; 18,8): la salvación de la persona implica su entorno más estrecho, allí donde madura y se mide la relacionalidad, la capacidad de amar. Un hijo de Abraham es traído de nuevo a casa (como sucede también con la “hija de Abraham” sometida por el mal en 13,16).

Cuando Jesús dice “Éste”, quiere decir “aún este publicano” es un hijo de Dios, es una oveja perdida del pueblo de Israel. A pesar de todo su pecado “Éste” es parte de Israel, tiene el apellido.

Finalmente Jesús se presenta como el “Buen Pastor”:

(1) El título “Hijo del hombre”, referido habitualmente al Cristo sufriente en la pasión y la cruz, está asociado a la manera como Jesús finalmente realizará la búsqueda del pecador.

(2) “Vino a buscar”. Jesús “ha venido” (ver 5,32: “no he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores”). La mejor imagen de esta búsqueda es la del pastor que va tras el rastro de la oveja perdida (15,4-7; ver Ez 34,4 y Jn 10,9).

(3) “Y salvar”. De nuevo nos encontramos con una característica propia del pastor (“Yo vendré a salvar a mis ovejas”; Ez 34,22; ver Jn 10,9).

(4) “Lo que estaba perdido”. El término “perdido”, sinónimo de descarriado (ver 15,4.6), de “maltratado” (necesita curación; ver Ez 34,16), también está asociado con “muerto” (ver Lc 15,32). Bien dice el Salmo 119,176: “Me he descarriado como oveja perdida: ven en busca de tu siervo” (ver también Ez 34,4.16).

Este mensaje aparece resumido y apropiado en el kerigma cristiano que escuchamos en boca de Pablo: “Cristo vino al mundo a salvar a los pecadores…” (1Tm 1,15).

Esta obra salvífica de Jesús, nos enseña el episodio de Zaqueo que puede sucederle a quienquiera “hoy”, si al escuchar el evangelio también “baja pronto” y “recibe” a Jesús en su casa viviendo paso a paso el itinerario espiritual del que fue jefe de los publicanos y después un gran discípulo del Señor.

3. Releamos el evangelio con un Padre de la Iglesia Veamos dos extractos del comentario de San Ambrosio a este rico pasaje evangélico.

3.1. La evangelización del “rico”: el pecado no está en la riqueza

“Hagamos ahora las paces con los ricos. En realidad, no queremos mortificar a los ricos. En lo posible, quisiéramos curarlos a todos...

Aprendan que el pecado no está en la abundancia de bienes, sino en no saber usarlos. De hecho las riquezas, si son obstáculo para los malvados, a los buenos les ayuda para la virtud.

Zaqueo, escogido por Cristo, ciertamente era rico. Sin embargo, les dio a los pobres la mitad de sus bienes y restituyó el cuádruplo de cuanto adquirió por medio de fraude. Como se puede ver, lo primero no basta y la liberalidad no tiene mérito en cuando continúe la injusticia, porque no se pretenden los despojos de un robo sino dones espontáneos. Procediendo así, Zaqueo recibió más de lo que le daba a los otros.

Y es consolador que Él sea presentado como jefe de publicanos. ¿Quién podrá desesperar si hasta éste, con una fortuna de origen fraudulenta, fue salvado?”

3.2. Sobre la “baja estatura” de Zaqueo

“¿Por qué será que las Escrituras, que no acostumbran indicar la estatura de nadie, dicen que Zaqueo ‘era de pequeña estatura’?

Ved, si por ventura, él nos sería pequeño en malicia o pequeño en la fe: él todavía no había prometido nada cuando decidió subir al sicómoro; todavía no había visto a Cristo y, por eso, era pequeño. (…)

En cuanto a la multitud, ¿no se tratará de una turba confusa e ignorante, incapaz de contemplar las alturas de la sabiduría? Por eso Zaqueo, en cuanto estuvo en medio de la multitud, no pudo ver a Cristo, se elevó encima de la turba y lo vio, esto es, mereció contemplar a aquel que deseaba ver, sobrepasando la ignorancia de la multitud. (…)

Y así Jesús vio a Zaqueo que estaba en lo alto. De ahora en adelante, por la elevación de su fe, él sobresalía entre los frutos de las nuevas obras, como de lo alto de un árbol fecundo. (…)

Zaqueo, encima del sicómoro, es el nuevo fruto de la nueva estación”.

(San Ambrosio de Milán, en Comentarios sobre Lucas 8,48.87.88.90)

4. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

4.1. Tratemos de reconstruir –ojalá minuciosamente- el hilo del relato: ¿Cuáles son las acciones de Zaqueo? ¿Cuáles son las acciones de Jesús? ¿Cómo aparece la gente?

4.2. ¿Qué implica evangelizar la “ciudad” según el pasaje de hoy?

4.3. ¿La alegría de Zaqueo qué refleja? ¿Qué provoca la conversión de Zaqueo? ¿Qué es lo que estamos llamados a ofrecerle a todos nuestros hermanos en el mundo de hoy?

4.4. ¿Cómo ha sido mi encuentro personal con Jesús? ¿Qué “nuevas” le ha traído a mi vida?

4.5. ¿Cómo aparece la vida comunitaria dentro de este relato? ¿Qué tipo de comunidad se percibe que quiere Jesús? ¿Qué voy/vamos a hacer para construirla?

escrito por P. Fidel Oñoro, cjm 
Centro Bíblico del CELAM 
(fuente: www.oblatos.com)

sábado, 2 de noviembre de 2013

Si el Cielo está aquí, ellos están con nosotros

María estaba afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro y ve dos ángeles vestidos de blanco, sentados: uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había estado el cadáver de Jesús. Le dicen: - ¿Mujer, por qué lloras? María responde: - Porque se han llevado a mi señor y no se dónde lo han puesto.
Al decir esto, se dio media vuelta y ve a Jesús de pie, pero no lo reconoció. Jesús le dice: - Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, creyendo que era el jardinero, le dice: - Señor si tú te los has llevado dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo. Jesús le dice:
- ¡María! Ella se vuelve y le dice en hebreo: - ¡Rabbuni! – que significa maestro -. Le dice Jesús: - Déjame, que todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: Subo a mi Padre, el Padre de ustedes, a mi Dios, al Dios de ustedes.
(Juan 20, 11 - 17)

 La identidad de nosotros se da en el vínculo con los demás. Mi yo más hondo, mi yo más profundo encuentra su plena identidad en el vínculo con el hermano, con mi hermano, con el esposo/a, con mis hijos, con mi madre, con mi padre. Soy lo que estoy llamado a ser con otros. El otro no es un agregado a mi vida, es una parte constitutiva de mi vida. Cuando el otro no está mi identidad se desdibuja.

El dolor más profundo que se produce ante la pérdida de un ser querido, es que la muerte ha venido a robarnos como la misma identidad. Casi podríamos decir que Jesús sale al cruce de este dolor hondo en el corazón de María Magdalena. Hasta aquí ella no puede encontrarse con la razón de ser de su vida, con su más profunda identidad, porque le falta su amigo Jesús.

Siempre recuerdo en la celebración de la eucaristía, la primera vez que entré en contacto con la pérdida de un ser querido. Fue con la muerte de don Tito, al lado de casa, un vecino entrañable. Era muy chico, debo haber tenido unos 6 años. Era la primera vez que me daba cuenta de que la muerte no era la que aparecía en la tele; no tenía que ver con lo que le pasaba a otros. Me estaba pasando a mi. Algo mío se iba con don Tito. Como nos pasa cada vez que muere un ser querido. Sentimos que algo se nos va desde dentro. Es un desgarrón. “Es que vivimos con los otros” y los otros viven en nosotros.

La ausencia de los demás, de los que se fueron, nos roba, ciertamente, una parte de nuestro ser que se va con ellos.

Somos en los demás y los demás son en nosotros.

La condición social del hombre, no es una condición superficial. Es una condición de pertenencia del ser más hondo en cada uno de nosotros. Somos para los demás, los demás son para nosotros. Por eso cuando se produce la división, cuando se establece el divorcio; cuando hay enfrentamiento, la que se daña es la identidad de la persona.

Esto es lo que nos está relatando concretamente el evangelio. Es lo que nos dice hoy la Palabra.

María no puede ver la evidencia de la presencia de dos ángeles, no puede ver aún el rostro del mismo Jesús Resucitado. Sólo cuando alguien, el mismo Señor, la vuelve a su identidad y la llama por su nombre: María. Allí ella descubre que le vuelve el alma al cuerpo. Que el desgarrón se hace encuentro con el que se fue y le dice: Maestro. Esta experiencia de encuentro saludable con los que se fueron, en nuestro corazón es lo que hoy tenemos en nuestra catequesis. Es lo que llamamos experiencia de duelo.

Esta experiencia como un renacer a lo más hondo de nuestro ser, que muere con los que se mueren, y que si no estamos atentos podemos terminar enterrados con ellos. A no ser que nosotros, de verdad, como nosotros palpamos concretamente en la mano diría yo, la experiencia de desgarrón, de vacío, la experiencia de no encontrarnos en el lugar donde nos encontrábamos siempre, o nos encontrábamos cuando estaban con nosotros; la misma experiencia palpable queremos hacer del Cielo en esta mañana.

Es tan palpable la muerte, como lo es, y es más palpable aún porque es para siempre, es la vida para siempre.

Experiencia de Cielo interiormente, en la capacidad nuestra de resucitar con los que resucitan en Cristo cuando mueren en Él. Queremos entregarnos en Jesús, y de verdad en esta mañana resucitar con los que murieron para no enterrarnos en un cementerio, para no hundirnos en la angustia, en la desesperación. En el llanto sin sentido, en el reclamo, en le ¿por qué?!

En todo esto que forma parte de un proceso que debe ir como avanzando hacia resucitar con los que viven en Jesús, los que partieron en Él. Renacemos desde el duelo y podemos hacer experiencia de Cielo, desde ese otro lugar de infierno que supone sentir en lo hondo del corazón la ausencia de aquellos que le daban verdadero rostro a nuestro ser. Y verdadera identidad a nuestra persona. No porque sí Jesús la llama por su nombre a María; al decirle María la está volviendo a lo más profundo de su yo y le devuelve identidad por su propio nombre.

Cuando le dice María ella se da cuenta que la muerte no ha podido con el Misterio de Jesús, y ella misma empieza a renacer con Jesús. Volviendo a ser la que estaba llamada a ser y más, porque ahora tiene una misión que cumplir. Ir a decirle a los demás que Jesús está vivo. Que no ha muerto y que la muerte ha sido vencida para todos.

Queremos encontrar en la catequesis de hoy la posibilidad de resucitar con los que ya en Cristo han resucitado para no morirnos con nuestros muertos.

En distintos aspectos de nuestra vida, en lo físico, emocional, social, espiritual, que intentaremos describir ahora, mediante “Renacer en el duelo” o “Resurrección, grupo de ayuda para familias en duelo”, de Mateo Bautista.

¿Cuáles son las reacciones que nos genera la muerte de un ser querido a distintos niveles de nuestro ser personal?

Las describimos como para ayudarte a entenderte, si vas experimentando en tu corazón algunos de estos síntomas. Es comprensible que así sea, para que puedas ocuparte en esta nueva dimensión de la vida que supone incorporar en el esquema de todos los días de la vida la experiencia hiriente de la muerte.

A nivel físico: son repercusiones en el aparato digestivo, circulatorio, nervioso, glandular. Dolores en el pecho, en la cabeza, sofocones. A veces también se experimentan taquicardias, insomnios, pérdidas del apetito, pérdida de la fuerza física, falta del deseo sexual, etc.

A nivel emocional: aparecen las mayores dificultades, se alteran nuestros sentimientos y emociones. Decimos “estoy un poquito desequilibrado”. Me tocan y lloro. Estoy bien y en cualquier momento sube como una angustia que me gana la razón, no la puedo dominar, puede más que yo, me brotan las lágrimas fáciles, pierdo un poco el sentido emocional; aparece como un shock, como una reacción defensiva también de negación con lo que ha ocurrido. Puede ser que venga acompañado con un cierto aturdimiento que busco, pánico. Se me despierta un sentimiento interior de incredulidad: “no es posible”. Una reacción de rechazo e ira, de culpa, de resentimiento, de recuerdos de hechos que están marcados por el dolor que supuso la partida de ese ser querido. Ansiedad, tristeza prolongada con llanto. Soledad que se busca, depresión o escape, también a estar solo.

Esto es lo que a nivel emocional genera la partida de un ser querido y es bueno como describirlo fenomenológicamente para que vos te puedas comprender lo que te está pasando, o lo que te ha pasado, de verdad, has experimentado en la partida de un ser amado.

A nivel mental: dificultades de concentración, como cierta ausencia de proyectos, una cierta dispersión, también ansiedad en la búsqueda del ser querido. Sentir su cercanía y su presencia en los objetos que dejó.

Querer encontrarse con el otro melancólicamente, en aquellos que eran sus cosas y tocarlas. Visitar su tumba, pero no como quien hace memoria agradecida del que se fue y aquí nos deja su memoria y su recuerdo, en su ser cuerpo, en su cadáver enterrado, sino casi como queriendo resucitarlo de ese lugar, pero en un sentimiento de dolor que se hace melancolía. A veces se nos aparece en sueños también. Queremos buscarlo en algún mensaje que nos dejó, en alguna carta. Y podemos vincularnos melancólicamente mal. Con esa idea que hiere interiormente el corazón y no nos da vida.

A nivel espiritual, la muerte puede poner en tela de juicio una fe inmadura, una fe ingenua, interesada. La pone al descubierto. También la puede purificar. Y de hecho siempre el paso de Dios para con nosotros bajo cualquiera de los aspectos en los que Él se acerca es para hacernos crecer, madurar y purificar nuestra fe.

En no pocas ocasiones provoca, la muerte, un alejamiento de Dios y su rechazo, no queremos estar con Dios. Esto también es comprensible. Esto forma parte de la primera reacción que a nivel espiritual nos deja la experiencia de la muerte de un ser querido.

También la muerte hace tomar conciencia de la propia finitud. La vida se termina. La muerte es una realidad y esto puede ser ocasión de apertura a lo eterno, o de desprecio por la vida. Depende donde puedas pararte, lo importante es no hacer de lo que se siente o percibe en estos momentos de crisis espiritual una toma de opción que te saque de los verdaderos caminos donde sabemos que la fe te conduce.

La propia finitud, nuestra vulnerabilidad, lo precario de nuestras estabilidades.

Como dice Ranner, la muerte es muerte cuando alguien se muere y que significa alguien para nosotros. Sino es algo que le ocurre a otro pero que no nos pasa a nosotros. Si nos empieza a pasar cuando les ocurre a otros, que nos resultan cercanos, entonces la muerte tiene una dimensión real para nosotros.

A nivel social, cuando alguien muere, muere un poco del corazón de quienes lo amaban. La muerte puede producir también resentimientos hacia los demás, hacia los allegados, hacia los que quieren ayudar, o incluso hacia el mismo difunto. Como un reproche: ¿por qué te vas ahora?! ¿por qué me dejás solo/a?!

Esta primera reacción a niveles diversos, social, físico, emocional, espiritual, mental, nos ayudan fenomenológicamente a entender que es definitivamente lo que nos está pasando o pudo haber pasado cuando murió un ser querido, como primer impacto. Claro, después se instala en el corazón ¿por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?

Hasta que en un proceso de duelo, que vamos a ver cómo y en qué consiste, empieza a aparecer un ¿para qué? El sentido que la muerte de un ser querido tiene. Lo vemos mientras caminamos junto a tu duelo y a tu muerte.

El término duelo viene del vocablo latino “dolium”, es la reacción emocional espontánea por la pérdida de algo. El alejamiento de alguien o la muerte de un ser querido que se sobre la que nos detenemos hoy en el día de nuestros queridos difuntos. Esta separación, desprendimiento, desgarrón, afecta a toda nuestra persona. A veces produce una crisis existencial: “¿para qué seguir viviendo?”

Es tan fuerte el vínculo entre nosotros, es tan determinante lo que significan los otros para uno que la muerte nos pone de cara al sentido de la vida. La intensidad de los sentimientos se produce por lo definitivo de la pérdida. Y un camino para recorrer, a la hora de sanar esta herida interior que nos trae tanto, tanto dolor.

El duelo es lágrima furtiva ante la tumba. Solitaria soledad, entre muchos. Sobrevivir sin vivir, ir a la mesa y encontrar un hueco vacío. Desear que la realidad fuera distinta luchando contra lo imposible. Estar en la cama sin sentir el calor de la caricia del otro. Muerte del hermano que levantó pronto vuelo. Entrar en el lugar donde la vida no es vida. La muerte. Ilusión de un embarazo que nunca verá la primavera de la vida. Ternura de abuelos regados en penas. Miedo e inseguridad del hijo que perdió una estrella fija en el firmamento.

Querer amar y mediar la ausencia física. Ver crecer a los hijos de los amigos y no al propio hijo. Un imposible: “si viviera ahora él”.

Todo esto forma parte del duelo pero no termina de sanar lo que la muerte en su herida nos deja. Aunque lo acabamos de describir dice claramente entre estos muchos sentimientos, lo que ocurre en el corazón cuando un ser querido partió, voló, se fue.

Hay como fases, que Mateo Bautista describe a la hora de ir elaborando interiormente con los que viven en Dios y no enterramos con los que dejaron su cuerpo en el cementerio.

“Si es necesario 9 meses para gestar una vida, se necesitan otros tantos para el proceso de separación de las personas amadas y para el nacimiento a la nueva vida”.

Como reflexionaba Mamerto Menapace frente a aquella experiencia tan linda, en “Del paso a la espera”. Dice él que tuvo la oportunidad de encontrarse con las dos puntas de la vida en un momento determinado de su ministerio sacerdotal. Yendo al hospital se encontró con Betina, que daba a luz a su hijo y decía, del vientre de Betina salía aquel que lloraba y todos se alegraban por su llegada. Y al mismo tiempo, experimentaba la muerte de un anciano, muy querido en el pueblo, que todos lloraban su partida, y alguien en el cielo se alegraba por su llegada.

La muerte está marcada por el llanto y la alegría, la vida está marcada por el llanto y la alegría. Entenderlo es el misterio de la vida.

El duelo no es pasividad, es un proceso, exige un gran dinamismo interior. No podemos quedarnos como si nada pasó, o que la vida sigue pasando. Porque hay algo que me está golpeando la puerta. Me dice: “la muerte es una realidad y te golpea la puerta”. ¿Qué hago?

Si creemos que la muerte forma parte de la vida y Dios la asumió, el paso de la muerte, aún cuando sea trágica, dolorosa, inesperada, de lo que no se espera (en realidad nunca se la espera), hay que entender que de alguna manera es Dios que está pasando y toca a la puerta, es un golpe de la puerta muy duro, pero si es Dios intentemos abrir desde dentro, desde el único lugar desde donde nuestras puertas interiores se abren.

¿Cómo se hace para que este paso de Dios sea sano, la herida que nos deja la partida de un ser querido?

Primero reconocer que al principio hay un cierto aturdimiento. Después una lamentación, surgen las primeras expresiones inarticuladas en gestos. Viene la queja: “no lo puedo creer”, no se puede terminar de entender que no está el que antes estaba. Hay negación:“no, no es cierto” no me está pasando, a ver pellízquenme porque esto no es verdad, es un sueño. Rechazo: “no, no lo acepto!, no lo trago”! No puedo terminar de decir que sí, que esto me pasa.

Miedo, ansiedad, culpa hay veces: “si yo no hubiera”, “las cosas que hubiera podido charlar con”, “lo que me perdí cuando”, “¿para qué me enojé?”

La bronca: “¿por qué a mi?”, esta pregunta es un grito existencial. ¿Por qué me lo hiciste Dios?, forma parte del proceso.

Tristeza honda y profunda: “¿qué sentido tiene la vida, si no tengo a los que me daban vida?” Y con los que compartía la vida.

La vida es el vivir con el otro, la vida es el otro y la vida del otro en mí y yo en él. Si ya no está, qué sentido tiene.

La resignación: “me tocó a mi”. Pero ésta es una cierta fatalidad, es como un bajar los brazos, porque ya la impotencia que genera no tiene más que un golpe mortal que termina con la vida.

Después de esto viene un reencuentro, un reencuentro con aquel que siempre en el momento más duro estuvo. Dios no dejó de estar a mi lado, tampoco en la muerte.

¿Cómo hubiera podido estar de pie, cómo hubiera podido seguir respirando, cómo hubiera podido seguir levantándome cada mañana, si Dios no hubiera estado de mi lado?

Después hay que dejarse trabajar por la serenidad interior.

Después de que pasó un tiempo de que todos estos sentimientos se fueron mezclados, vamos recobrando progresiva y serenamente la Paz. La serenidad. El otro no está y empieza a estar de otra manera. Donde Dios está yo puedo comenzar a estar con Él. Hay que volver a vivir. Es la aceptación, mi ser querido me quiere feliz. No me quiere triste. El que se fue está feliz, es claro que vos llorás y que sufrís.

El que está feliz te quiere feliz. No lo podés hacer de un día para otro, que no te venga la risa rápidamente, pero en el proceso final, tenemos que aprender a estar donde los otros están para seguir. Porque esto es: la muerte nos separa y no nos separa.

El Cielo nos espera. Claro que la demora al punto final del encuentro se hace a veces duro pero el Cielo nos espera. La muerte no nos separa, el Cielo nos espera.

Caminemos hacia donde están los que ya partieron, viviendo profundamente ya desde aquí el Cielo anticipadamente.... En comunión con los que se fueron, aún cuando sintamos que su ausencia nos juega una dura pasada y aún cuando sintamos que el dolor de que no estén, nos resulta difícil, también igualmente cierto que si el Cielo está aquí, y ellos están en el Cielo, ellos están con nosotros para seguir caminando.

No nos muramos con los que murieron. Vivamos donde ellos viven, en el Cielo que nos espera y que ya compartimos como bien lo dice Jesús. El Reino de los Cielos, el Cielo ya está aquí entre nosotros.

(fuente: www.radiomaria.org.ar)

Los difuntos y la vida eterna

En la Catequesis de hoy, el P. Daniel Cavallo reflexionó sobre la vida después de la muerte y el recuerdo de los difuntos. En estos días en nuestras comunidades parroquiales se están haciendo novenas por los fieles difuntos y también la preparación a la fiesta del día de todos los santos. Hoy reflexionaremos sobre la parte del Credo que dice “creo en la vida eterna” y así revalorizar este sentir tan profundo de la iglesia de la oración por los fieles difuntos.


Creo en la vida eterna

«No se inquieten. Cr ean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes.Ya conocen el camino del lugar adonde voy».Tomás le dijo: «Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?». Jesús le respondió: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí" Jn 14, 1-6

Éste texto es muy reconfortante, por esta promesa de Jesús que nos está preparando un lugar en la otra vida. Éste fragmento del evangelio debería alejar de nosotros los miedos y dejarnos seguridad en el corazón por la promesa amorosa de Dios. ¡Qué palabras cariñosas las del Señor, que nos dice que cuando viene a nosotros es porque ya tiene un lugar preparado para nosotros!.

La novena de la fiesta de los santos y la conmemoración de los difuntos es una buena oportunidad para recordar a nuestros difuntos, y es una linda fiesta popular que no hay que olvidar.

El Catecismo de la Iglesia Católica en el punto 1020, donde se hace referencia al Credo, nos habla de la vida eterna. “El cristiano que une su propia muerte a la de Jesús ve la muerte como una ida hacia Él y la entrada en la vida eterna. Cuando la Iglesia dice por última vez las palabras de perdón de la absolución de Cristo sobre el cristiano moribundo, lo sella por última vez con una unción fortificante y le da a Cristo en el viático como alimento para el viaje. Le habla entonces con una dulce seguridad:

«Alma cristiana, al salir de este mundo, marcha en el nombre de Dios Padre Todopoderoso, que te creó, en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que murió por ti, en el nombre del Espíritu Santo, que sobre ti descendió. Entra en el lugar de la paz y que tu morada esté junto a Dios en Sión, la ciudad santa, con Santa María Virgen, Madre de Dios, con san José y todos los ángeles y santos [...] Te entrego a Dios, y, como criatura suya, te pongo en sus manos, pues es tu Hacedor, que te formó del polvo de la tierra. Y al dejar esta vida, salgan a tu encuentro la Virgen María y todos los ángeles y santos [...] Que puedas contemplar cara a cara a tu Redentor» (Rito de la Unción de Enfermos y de su cuidado pastoral, Orden de recomendación de moribundos, 146-147).


El juicio particular

Nos dice el Catecismo que “la muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo (cf. 2 Tm 1, 9-10). El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro (cf. Lc 16, 22) y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón (cf. Lc 23, 43), así como otros textos del Nuevo Testamento (cf. 2 Co 5,8; Flp 1, 23; Hb 9, 27; 12, 23) hablan de un último destino del alma (cf. Mt 16, 26) que puede ser diferente para unos y para otros”

Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre.

«A la tarde te examinarán en el amor» (San Juan de la Cruz, Avisos y sentencias, 57).


El cielo, el purgatorio y el infierno

Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven "tal cual es" (1 Jn 3, 2), cara a cara (cf. 1 Co 13, 12; Ap 22, 4) (…) Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo.

Salvo que elijamos libremente no amarle podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra Él, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: "Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él" (1 Jn 3, 14-15). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección”. Es por eso que nosotros también rezamos por los moribundos para que la gracia de Dios toque sus corazónes y ellos con un corazón abierto puedan recibir el amor de Dios" (Cateciscmo, 1033)

No es un tema ni temeroso ni terrible, sino que San Francisco de Asís por este convencimiento de lo que Jesús nos dice en el evangelio, llegó a llamar a la muerte “hermana” y mientras él se preparaba para bien morir, por su enfermedad, decía a sus hermanos “no retrasen a la hermana muerte que venga a buscarme”. Y lo dice por esa convicción de que cuando Jesús tiene preparada la morada para nosotros nos viene a buscar.

Todos tenemos en el corazón el recuerdo de nuestros seres queridos difuntos, por eso quería compartir con ustedes un lindo texto del Cardenal Carlo María Martini quien fue Arzobispo de Milán.


Comunicarnos con nuestros muertos
por Cardenal Carlo María Martini

Podemos comunicarnos con nuestros muertos, ellos nos conocen y, aunque estén ahora en el cielo junto a Dios, conocen el mundo que dejaron, conocen ante todo su relación con Dios y con sus planes eternos que ahora pueden contemplar. A partir de Dios, por tanto, conocen nuestras cosas, nuestros problemas y hablan de ellos entre sí y con Dios.

Ellos no sólo nos conocen, sino que nos están cerca. Es cierto que han dejado el mundo para vivir en donde están los cuerpos gloriosos de Jesús y de María, es decir, fuera y más allá de todo el universo y de su espacio. Pero todavía intervienen en el mundo y están presentes en él con su oración, con la fuerza de su amor, con las inspiraciones que nos ofrecen, con los ejemplos que nos recuerdan, con los efectos de su intercesión.

El amor que tuvieron con las personas queridas, con nosotros, conmigo, con ustedes, no lo han perdido. Lo conservan en el cielo, transfigurado y no abolido por la gloria. La expresión de santa Teresa de Lisieux: “Quiero pasar mi cielo haciendo el bien sobre la tierra”, no vale sólo para la Santa carmelita. Vale para todos aquellos que piadosamente creemos acogidos por la misericordia de Dios.

Padres, familiares y amigos queridos, hablan a Dios de nosotros y le presentan nuestras intenciones y nuestras dificultades. Ellos conservan, ciertamente, en el cielo, las intenciones, los afectos, los intereses por los grandes valores de esta vida, esos intereses que son también nuestros, que ellos nos dejaron en herencia en los cuales nos educaron. Oran en favor nuestro para que estos intereses, intenciones y valores, crezcan en nosotros y sean llevados a esa perfección que nos permitirá gozar, un día, el rostro de Dios con ellos y como ellos.

Quiero subrayar un modo de presencia de nuestros muertos. Ellos están presentes en todo tabernáculo y en todo altar en donde se celebra la Eucaristía (La Santa Misa). En la Eucaristía está Jesús Resucitado, está la fuerza de su Resurrección y, con Jesús Resucitado, están presentes todos los Santos, todos los que murieron en el Señor. Están presentes con su adoración y con su amor por Jesús, que es también amor por nosotros que estamos alrededor de la Eucaristía. Y están presentes, en particular, los que nos aman más, que nos son queridos y que con nosotros adoran a Jesús.

Claro que permanece un terrible velo entre el mundo visible y el invisible. Sin embargo, también es cierto que el amor es más fuerte que la muerte, y el amor de Cristo Resucitado llena el corazón y la vida de nuestros queridos difuntos. El mismo amor de caridad que está en nosotros, en ellos está en plenitud.

Y precisamente partiendo de esta plenitud de ellos, nos alcanzan y nosotros también nos unimos a ellos con nuestro amor y con nuestra oración. Por el contrario, no lo podremos alcanzar y correríamos el riesgo de abrazar un vano fantasma, fruto de excitación y de falsa credulidad, si pretendiéramos comunicarnos con ellos a través de medios extraordinarios que nada tienen que ver con la fe y que no se basan en la oración.

Ciertamente se puede comprender que, a veces, personas probadas ante el dolor por la pérdida repentina de una persona queridísima, traten de ponerse en contacto con ella. Pero para esto no sirven los medios supersticiosos.Tenemos en la fe, en la oración y en la Eucaristía, el medio, el lugar y el ambiente para una comunicación real de amor con los difuntos.

escrito por el Padre Daniel Cavallo 
(fuente: www.radiomaria.org.ar)

viernes, 1 de noviembre de 2013

'Holywins' 2013, la gran fiesta de Todos los Santos

España se une a esta iniciativa festiva para celebrar la santidad y recuperar la celebración cristiana.

 Roma, 31 de octubre de 2013 (Zenit.org) El santo padre Francisco recordó esta semana en la audiencia general el sentido de la celebración de Todos los Santos: "hoy quiero hablar sobre una realidad muy bella de nuestra fe: la comunión de los santos. Esta expresión tiene dos significados relacionados: comunión en las cosas santas y comunión entre las personas santas. El segundo significado recuerda que existe una comunión de vida entre los que creemos en Cristo y nos hemos incorporado a Él en la Iglesia por el Bautismo".

Y en este sentido surge la celebración "Holywins" del 31 de octubre, que nació en París y ya se está importando a España. La dióceis de Alcalá de Henares lo celebra desde el 2009 al organizar esta celebración de la santidad. El nombre de "Holywins", viene del inglés "holy" (santo) y "wins" (ganar), lo que vendría a expresar "lo santo gana".

Actuaciones musicales, juegos y dinámicas infantiles, castillos hinchables y algunas sorpresas es lo que se propone desde la diócesis de Alcalá para celebrar en un modo cristiano la festividad de todos los santos.

Carlos Cortés, uno de los que implantó esta celebración en la diócesis madrileña, le cuenta a ZENIT cómo surgió. El grupo de evangelización en la calle "Kerygma diócesis Alcalá" conoció esta iniciativa a través de la Comunidad Emmanuel, que ya organizan 'Holywins' en París desde el 2002. En Alcalá comenzó en el 2009 y Carlos afirma que en estos años se ha notado que cada vez viene más gente, incluso desde otras diócesis. Al final de esta tarde se podrá ver a niños, adultos y ancianos evangelizando por las calles de Alcalá. Una novedad que se llevará a cabo este año, nos explica Carlos, será el espacio infantil, con actividades específicas para los niños.

También ZENIT ha hablado con Marta Férez, responsable del Ministerio Nacional de Niños de la Renovación Carismática Católica, que este año se ha encargado de organizar la fiesta para los pequeños.

Marta cuenta que el objetivo "es poder transmitir a los niños el porqué de esta fiesta y recuperar así la celebración cristiana de la festividad de Todos los Santos". "Queremos celebrar con los niños la santidad y aprender a imitar la vida de los santos", explica Marta.

La fiesta contará con música, canciones con gestos, actuación de mimo, disfraces, representaciones y testimonios de niños que compartirán con los presentes cómo viven su fe. Además, los niños repartirán caramelos que llevan frases de santos.

La evangelización con los niños es importante porque a través de ellos - que no tienen prejuicios, no les da vergüenza y son muy naturales - se puede llegar a los adultos. "A través de la experiencia de Dios de un niño se puede transmitir la fe también a sus padres", comenta la responsable del Ministerio de Niños.

En concreto, de las 17:00 y hasta las 19:00 de esta tarde, están previstas las actividades para los niños, para después a las 19.30 celebrar la eucaristía presidida por el obispo, Juan Antonio Reig Pla. A continuación, adoración, rosario y envío para evangelizar por las calles. La fiesta finaliza a las 23.00 con la adoración eucarística en la Plaza de los Santos Niños.

"Vemos cómo la fiesta cristiana de todos los santos está eclipsada cada vez más por la celebración pagana de Halloween. En muchos países la Iglesia está rescatando el verdadero sentido de este misterio central de nuestra fe con propuestas festivas para los niños", explican desde la diócesis.

"Queremos celebrar, en la Vigilia de la Solemidad de todos los santos, la fe que nos enseña nuestra Madre la Iglesia: creo en la resurrección de la carne, en la vida eterna, en la comunión de los santos, y que los niños y jóvenes vivan en comunión con la tierra y con el cielo, para alcanzar la santidad y llegar a la vida eterna", añaden en la invitación de esta celebración.

Además, ponen a disposición una catequesis para niños sobre la llamada universal a la santidad con vidas de santos, para que pueda ser trabajado en las parroquias los días previos. Así como un apartado con ideas para que los niños puedan disfrazarse de santos o de un modo sencillo y alegre.

(31 de octubre de 2013) © Innovative Media Inc.

¿Qué son las reliquias de los santos? ¿por qué son tan impotantes?

Casi todos los seres humanos guardamos algunos tesoros que le han pertenecido a nuestros seres queridos: una herencia familiar, una foto, un trocito de pelo, alguna joya, etc. Estos artículos nos unen sentimentalmente a nuestros seres queridos y nos ayudan a recordarlos, especialmente después de su muerte. Hay algo natural y humano en guardar y atesorar estos recuerdos o herencias. Estas herencias o recuerdos son una forma de reliquia. Partiendo de este natural deseo de guardar y atesorar las herencias, los Católicos hemos siempre mantenido en alta estima en nuestros corazones las reliquias de los santos. Estas reliquias pueden ser un hueso, una ampolla de sangre, un articulo usado por el santo como un libro de oraciones, o un trozo de tela pasado por el cuerpo del santo.

Con el tiempo, la Iglesia ha categorizado las reliquias, en tres clases: de Primera Clase: alguna parte del cuerpo del santo; de Segunda Clase: algo personal del santo, algo que uso o le perteneció al santo; y de Tercera Clase: un articulo que halla tocado una reliquia de primera o segunda clase. De la misma forma en que tenemos un deseo natural de recordar a nuestros seres queridos, o permanecer cerca de ellos a través de estas herencias u objetos que le pertenecieron, así también, hemos de atesorar las herencias de nuestros hermanos y hermanas en la fe - los Santos. Ellos son un ejemplo de fe, nos enseñan los caminos de la santidad. Los Santos que ahora viven en el cielo están intercediendo por nosotros para que un día nosotros también nos unamos a ellos en la gloria celestial.

Las Reliquias son una forma de mantenernos conectados o unidos con nuestros Santos, nuestros hermanos y hermanas que nos han precedido en la fe. Por el hecho que las reliquias están conectadas a los santos y estos están eternamente unidos a Cristo en el cielo, las reliquias son mas grandiosas que cualquier herencia familiar. Son como un puente que nos une al cielo con un poder divino que emana de la santidad de vida que ellos vivieron. A través de la historia, las reliquias han sido una fuente de sanaciones milagrosas, inspiraciones de fe y avance del Reino. Estos milagros han sido documentados aun desde el inicio de las Escrituras. Moisés cargo con los huesos de José al salir de Egipto (Ex. 13:19). Hombres colocaron a un hombre muerto en la tumba de Eliseo y el hombre muerto volvió a la vida (2 Reyes 13:21). Las personas tocaban telas a las manos de San Pablo, luego tocaban con estas telas a los enfermos y estos se sanaban (Hechos 19:11).

San Ambrosio y San Agustín escribieron acerca de haber sido testigos personales de milagros ocurridos luego que los huesos de un mártir tocaron a un hombre enfermo. Aun hoy, por ejemplo, muchos milagros se han reportado en relación a las reliquias del recién canonizado San Padre Pio. Por supuesto, no toda veneración de reliquias resulta en una sanación milagrosa, pero, siempre conecta a la persona con el santo y por ello con Dios. Dese su inicio, la Iglesia mantuvo la practica de la veneración de reliquias. Esta veneración no es el ofrecimiento de adoración o alabanza que solo pertenece a Dios.

La veneración es la honra, la admiración, el respeto y la devoción de corazón dada a los santos. La veneración es una expresión de nuestra amistad y amor por los santos - nuestros hermanos y hermanas en el cielo. Esta veneración fluye de nuestra admiración por la santidad de vida de los santos y por su vida con Dios en el cielo. Algunas veces la veneración ha sido abusada y exagerada. La Iglesia se ha protegido de estos abusos, creando un sistema para autentificar las reliquias, velar por la forma adecuada de veneración y hasta imponer sanciones en caso de abusos. as piadosas de devoción se han desarrollado para mostrar apropiadamente la veneración a las reliquias de los santos.

Las reliquias son colocadas en envases sagrados y artísticos llamados relicarios. Los fieles con frecuencia hacen peregrinaciones a los santuarios donde se venera alguna reliquia o las reliquias viajan a diferentes lugares para permitir la veneración. Los fieles pasan tiempo en oración en la presencia de las reliquias. Estos pueden meditar en la vida de santidad del santo, pedir su intercesión o ofrecer acción de gracias por algún favor recibido. Algunas veces se les permite a los fieles tocar el relicario o recibir la bendición con la reliquia. Finalmente, una estampa o trozo de tela tocado a la reliquia se convierte en una nueva reliquia de tercer grado que puede ser llevada a casa para veneración futura. Estas han de ser tratadas con respeto y han de recordar a la persona del momento que pasaron en oración ante la reliquia del santo.

(fuente: corazones.org)
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