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domingo, 22 de julio de 2012

"Mis ovejas escu­chan mi voz, dice el Señor; Yo las conozco y ellas me siguen"

Lectura del Santo Evangelio según San Marcos (Mc 6, 30-34)

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Entonces El les dijo: "Vengan conmigo a un lugar solitario, para que descansen un poco". Porque eran tantos los que iban y venían, que no les dejaban tiempo ni para comer. Jesús y sus apóstoles se dirigieron en una barca hacia un lugar apartado y tranquilo. La gente los vio irse y los reconoció; entonces de todos los poblados fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Cuando Jesús desembarcó, vio una numerosa multitud que lo estaba esperando y se compadeció de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas.

Palabra del Señor.

Gloria a ti Señor Jesús.

Al regreso de su misión, los Doce encuentran un Jesús preocupado más por hacerles reposar que por el resultado de su actuación. Pero el descanso querido queda prohibido para quien acompaña al Maestro. La muchedumbre que lo busca aumenta los sentimientos de misericordia en él y se pone a disposición de ese pueblo sin pastores. Si descansar junto al maestro es la recompensa del discípulo misionero, la compasión de Jesús frente a la necesidad de su pueblo será la primera lección que aprender: no permite Jesús ser secuestrado por los suyos, mientras haya un pueblo sin pastor. Una esperanzadora, pero olvidada, asignatura para apóstoles de Cristo: mientras alguien ande en busca de Jesús, no hay tiempo para el reposo merecido.

I. LEER: entender lo que dice el texto fijándose en como lo dice

El episodio consta de dos escenas: el regreso de los apóstoles (Mc 6,30-32) y la enseñanza de Jesús multiplicación de los panes (Mc 6,33-44). La primera escena, sin localización concreta, funciona como un sumario que sirve de introducción al encuentro de Jesús con la muchedumbre; es, además, la lógica conclusión del relato de misión (Mc 6,6b-13).

Los enviados vuelven junto a Jesús. Nada se dice sobre los lugares de misión, sobre los resultados, ni sobre su duración. El hecho es que Jesús congrega en torno a sí, de nuevo (Mc 3,14) a sus apóstoles, recién estrenados en su encomienda; habían actuado y enseñado en lugar suyo y ahora le rinden cuenta de todo lo realizado (Mc 6,30), pues de él habían recibido la misión y el poder (Mc 3,15; 6,7).

Jesús reacciona proponiéndoles retirarse, juntos y solos, a un lugar apartado (Mc 6,31a). A la fatiga de la misión sigue una invitación a la pausa: ésa era la práctica personal de Jesús (cf. Mc 1,35), que quiere sigan los suyos. Jesús ‘defiende’ al apóstol de sus destinatarios (cf. Mc 3,20), al ofrecerles recogimiento y serenidad. Quien rinde cuentas al que le envió contará con su intimidad. Quienes en su nombre han fatigado, llevando el Reino a los hombres, entran en el círculo de sus allegados. Representar a Jesús en la predicación del Reino es la forma para tenerlo como compañero en exclusiva. El apóstol, al final de su misión, sabe poder contar con su Señor como descanso.

El trasiego de una multitud, con todo, les impide reposar (Mc 6,31b). El detalle sirve para enfatizar el empeño de la muchedumbre por encontrar a Jesús. Los enviados de Jesús, como él antes (Mc 3,20; 1,35), son asediados por sus destinatarios, que los buscan haciéndoles imposible el merecido descanso. Jesús insiste en llevarse a sus discípulos a un lugar apartado, lejos del gentío; y para ello elige la barca (Mc 6,32): el lago debería hacer difícil a la muchedum¬bre el seguimiento.

Pero la muchedumbre no permite verse abandonada: testigo del intento, los sigue por tierra y alcanza a precederles, llegando antes al lugar de su desembarco. Al cortejo se le unen gentes de todas las ciudades de los alrededores del lago, por donde, lógicamente, han de pasar los que persiguen a Jesús (Mc 6,33). Son ya muchos los que buscan a Jesús, aun en contra de su voluntad. Y esa multitud no los dejará reposar ni permitirá que se desentiendan de ella. Al descender de la barca, Jesús se encuentra con una muchedumbre que le está esperando, y con unas necesidades que no pueden esperar (Mc 6,34).

Ver al gentío produce compasión en Jesús. No se trata aquí de resaltar los buenos sentimientos de Jesús sino su misión personal: la necesidad del gentío le conmueve y su compasión refleja la pasión de Dios por su pueblo. La imagen del rebaño sin pastor explica la razón del desasosiego de Jesús; el pueblo de Dios ha llegado a ser una grey sin pastores (cf. Nm 27,17; 1 Re 22,17; Ez 34,5-6). Y Jesús, con cuanto haga a continuación, le procura el liderazgo que necesita. Llama la atención de que, antes de proveerles de pan, les proporcione su palabra; es su pastor, sobre todo, haciéndoles de maestro. La preocupación del Jesús maestro de multitudes es mesiánica: transparenta la preocupación de Dios, supremo Pastor, por su pueblo, es pasión compartida con Dios; por ello, la compasión le convierte en pastor y mesías. El pueblo de Dios consigue, antes que una enseñanza y unos panes, un líder compasivo; más aún, cuanto reciba de él, larga instrucción primero y escasos alimentos después, serán fruto de misericordia.

II. MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a la vida

Los ‘primeros’ apóstoles tuvieron que sentirse halagados; Jesús los acogió a su regreso de predicar el Reino con la invitación a retirarse juntos a un lugar solitario para descansar. Venían contentos de su primera experiencia y maravillados del resultado de la misión que habían hecho en nombre de Jesús y con su autoridad; seguro que tendrían muchas cosas que contarse entre sí y tanto que contar a su Maestro. Jesús, en cambio, no parece tener tiempo para eso: se interesó en buscarles un sitio donde descansar, un lugar donde la gente no los importunara, un tiempo para comer y reposar juntos, unos momentos de intimidad. ¿Todavía no hemos caído en la cuenta en las veces que el Evangelio nos habla de un Jesús que buscaba la soledad, que se distanciaba del mundo y de la gente, para encontrarse consigo mismo y con su Dios y Padre? Pues bien, lo característico del relato de hoy es que invita, por vez primera, a compartir su tranquilidad y su soledad con los discípulos que regresaban a él con la misión cumplida de predicar el Reino de Dios.

Esta invitación de Jesús nos alcanzaría hoy también a nosotros, si pudiéramos hoy volver a reunirnos con él con la conciencia de haber cumplido también nosotros la misión del discípulo de Jesús: predicar el Reino allí donde él nos ha mandado. ¡Qué mejor acogida podríamos esperar que la de ser invitados por el mismo Jesús a entrar en su descanso, siendo testigos de su soledad, compañeros de oración y conocedores de su intimidad! ¡Y pensar que bastaría haber predicado el Reino en su nombre y con su autoridad para merecer esta invitación y tamaña confianza! Normalmente vamos nosotros a Jesús llenos de preocupaciones, con la intención de arrancarle una solución a nuestros problemas o un regalo más para nuestra necesidad. Y nos sentimos defraudados de que él no nos atienda debidamente, como merece nuestra inquietud. Olvidamos que, al no haber estado antes totalmente ocupados en aquello para lo que nos ha enviado al mundo, es decir, la predicación de su evangelio, Jesús no toma en cuenta nuestras necesidades. No habernos cuidado de su evangelio no nos convierte en merecedores de su interés.

Y es que el discípulo que no se cuida de lo que le fue encomendado, no puede esperar que el Maestro se cuide de él: las atenciones de Jesús las recibieron quienes, atendiendo a sus deseos, volvían de predicar el Reino. Muchas de las quejas que tendríamos contra Dios, no hacen más que descubrir, en fin de cuentas, las quejas que Dios tiene contra nosotros: quien vive para el Reino de Dios y su proclamación, tendrá la experiencia de que Jesús se desvive por su tranquilidad y su paz; quien se ha cuidado de lo que más preocupa a Jesús, Dios y su reinado, no tardará en sentir el cuidado de Jesús, su preocupación por encontrarnos reposo y comida, descanso y reparo junto a él. Hay, pues, un camino para hacerse con Jesús y sus atenciones: vivir ocupados en lo que más le interesa a él, Dios y su reino.

Y si nos sentimos preocupados porque el Reino de Dios se conozca y regresamos a Jesús fatigados por el esfuerzo misio¬nero, acojamos su invitación. Busquemos junto a él ese sitio tranquilo y apartado para estar a solas con nosotros mismos y con él. ¿Es casual que en una sociedad donde la gente, como en tiempos de Jesús, va y viene, hace ruido simplemente para huir de la soledad en que vive, sus discípulos no logremos encontrarnos a nosotros mismos ni sincerarnos con Dios? Por no soportar mejor el silencio y la soledad, no somos hombres más sanos ni creyentes más convencidos; el silencio y la contemplación pueden ser el camino hacia Dios que no nos falta recorrer para encontrarnos con Él. Y sin embargo, como bien experimentaron los santos, quien no aguanta la soledad prolongada, la ausencia de voces y de ruidos a su alrededor, no sentirá la cercanía de Dios ni su alma encontrará reposo.

Y por ello, muchos de los discípulos de Jesús andan como ovejas sin pastor, dando lástima, no ya sólo a Jesús sino también a todo el que los ve; nos parecemos a aquella multitud desorientada y sin líderes que vio Jesús y vieron sus discípulos, tras haber descansado un rato juntos. No podemos quejarnos de que Dios no encuentra tiempo para nosotros, si no tenemos nosotros tiempo para estar con Él a solas; Dios no es responsable de nuestra desorientación actual, porque no ha sido Él quien nos ha abandonado a nuestra suerte; si no le damos la oportunidad, si no aceptamos encontrarnos con Él, a solas y en silencio, no le podemos tampoco darle la culpa.

Llenos como estamos de tantas voces que no son la suya, de tanto rumor que no es su Palabra, de tanta necesidad que no es la predicación de su Evangelio, ¿cómo podremos oír a Dios? Quien de nosotros desee que Dios se le acerque, deberá hacerle un puesto, hacer algo de limpieza en su casa, renunciar a cuanto le distrae de Dios, hacerse un poco más pobre y mucho más abierto, menos seguro de sí y más necesitado de Él. El silencio aceptado y fomentado nos puede ayudar a oír entre tanto ruido la voz que nos falta, la voz de Dios, y sentirle así cercano a nuestra pobreza y preocupado de nuestra indigencia.

Es común oír decir a los mejores de entre nosotros, aquellos que más sienten nostalgia de Dios, pero que tan poco tiempo encuentran para Dios. No saben que por no tenerlo, se privan de Dios y alejan su reino de los hombres. Ni más ni menos. Dios ha puesto en nuestro corazón un sed de cariño, un hambre de ternura que sólo su corazón puede saciar con éxito y para siempre; perdemos la oportunidad de satisfacer esa nuestra necesidad, sólo porque dedicamos demasiado tiempo en satisfacer, todos los días, nuestras más pequeñas necesidades. Hay que saber perder tiempo con Dios para que darle la oportunidad de que pueda fijarse en nosotros y para que nuestra necesidad le provoque lástima; entonces, como hizo con la muchedumbre, tendrá tiempo para perderlo junto a nosotros enseñándonos con calma. Quien sabe perder su tiempo con Dios, gana a Dios y su misericordia: ¿podríamos anhelar algo mejor? Y no nos tiene que resultar muy difícil: hay que aprender a pasar el tiempo con El, ese tiempo que nunca tenemos, ese tiempo que siempre perdemos con tantas cosas que no son El. Pero hay que resistir la tentación de sacar provecho inmediato al tiempo que le hemos dedicado a Dios; no perdemos el tiempo sólo porque lo hemos pasado con Dios, sin sacar mayor provecho ni sentirnos mejores del todo.

Oigamos hoy la invitación que Jesús dirige a los suyos: 'Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco'. Si la aceptamos y le seguimos, solos con él, solo para él, sentiremos la lástima, la compasión que le damos, y experimentaremos su ternura, sus cuidados; nos dedicará su tiempo, volverá a enseñarnos sin prisas, si le damos nuestro tiempo y si vencemos nuestras prisas, con tal de estar junto a él. Si deseamos de verdad que nos invite a descansar con él, volvamos a él cansados de predicar su reino: no olvidemos que Jesús se cuidó de que descansaran todos aquellos, y sólo ellos, que regresaban fatigados por haber sido sus apóstoles. Jesús seguirá cuidándose de nosotros, si nosotros nos cuidamos de su Dios.

(fuente: http://say.sdb.org/blogs/)

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