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jueves, 10 de marzo de 2016

‘A Dios no le interesa nuestro pasado’

(10/03/2016) En la séptima meditación de los ejercicios espirituales del Papa, el predicador recuerda que el cristianismo es el abrazo entre Dios y el hombre

(ZENIT – Ciudad del Vaticano). – El perdón de Dios es “amor auténtico” que impulsa al hombre a convertirse en “lo mejor que puede llegar a convertirse”. Así lo indicó el padre Ermes Ronchi en su séptima meditación de este miércoles por la tarde, en los ejercicios espirituales en los que participan el papa Francisco y los miembros de la Curia Romana con motivo de la Cuaresma. La reflexión surge de la pregunta de Jesús a la adúltera perdonada: “Entonces Jesús se levantó y le dijo: Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?”

A quien le gusta acusar, con los defectos de los otros cree que salva la verdad lapidando a los que se han equivocado. Y así nacen las guerras. Se generan conflictos “entre naciones, pero también en las instituciones eclesiásticas, en los conventos, en las oficinas” donde reglas, constituciones, decretos, se convierten en piedras “para lapidar a alguien”.

El pasaje de la adúltera ha sido ignorado durante siglos por las comunidades cristianas porque “escandalizaba la misericordia de Dios”. El predicador recordó que el nombre de la mujer adúltera no es revelado. “Representa a todos”, es aplastada por los poderes de muerte que expresan la opresión de los hombres sobre las mujeres. Los fariseos de cada época ponen el pecado “al centro de la relación con Dios” pero “la Biblia no es un fetiche o un tótem”: exige “inteligencia y corazón”.

Los poderes que no dudan en utilizar la vida humana y la religión “ponen a Dios contra el hombre”. Esta es “la tragedia del fundamentalismo religioso”. Así, el padre Ronchi explicó que “el Señor no soporta a los hipócritas, los de las máscaras, del corazón doble, los comediantes de la fe y no soporta a los acusadores y jueces”. Por otro lado, aseguró que el genio del cristianismo es sin embargo el abrazo entre Dios y el hombre. “No se oponen nunca”, “materia y espíritu se abrazan”.

El predicador de los ejercicios precisó que la enfermedad que más teme y combate Jesús es “el corazón de piedra” de los hipócritas: “violar un cuerpo, culpable o inocente, con las piedra o con el poder, es la negación de Dios que vive en esa persona”. El juicio contra la adúltera se ha convertido en “un boomerang contra la hipocresía de los jueces”. “Nadie puede lanzar la piedra, la tiraría contra sí mismo”.

A propósito de la adúltera, aseveró que Jesús se levanta para estar cerca de ella, en la proximidad, y le habla. Nadie le había hablado antes. “Su historia, su tormento íntimo no interesaban”. Sin embargo Jesús acoge la intimidad de esta alma. “La fragilidad es maestra de humanidad”, subrayó.

Y añadió el predicador: “es el cuidado de los frágiles, es el cuidado de los últimos, de los portadores de discapacidades y la atención a las piedras descartadas que indica el grado de civilización de un pueblo, no a los hechos de los fuertes y los poderosos”. A Jesús no le interesa el remordimiento sino la sinceridad del corazón. Su perdón es “sin condiciones, sin cláusulas, sin contrapartes”. El predicador recordó que Jesús se pone a sí mismo en el lugar de todos los condenados, de todos los pecadores. Rompe la “cadena maléfica” unida a la idea de “un Dios que condena y se venga, justificando la violencia”.

El corazón del pasaje no es el pecado a condenar o perdonar. En el centro no está el mal sino “un Dios más grande que nuestro corazón” que no banaliza la culpa sino que hace salir de nuevo al hombre de donde se ha detenido. Abre senderos, lo pone de nuevo sobre el camino justo, hace dar un paso adelante, “abre el futuro”. Jesús –dijo el predicador– hace una “revolución radical” alterando el orden del eje vertical con “un Dios juez y castigador por encima de todos”.

Un Dios –añadió– desnudo, en la cruz, que perdona, será el gesto conmovedor y necesario para desactivar el fusible de las bombas infinitas sobre las que está sentada la humanidad. “No el Dios omnipotente, sino el Abba omni-amante. Ya no el dedo que apunta, sino el que escribe sobre la piedra del corazón: yo te amo”.

El predicador, padre Ronchi, recordó las palabras de Jesús “ve y de ahora en adelante no peques más”. Son las palabras que bastan para cambiar una vida. Lo que está detrás ya no importa. Ahora lo que cuenta es el futuro. “El posible bien cuenta más que el mal de ayer”, aseguró. Dios perdona “no como un olvidadizo, sino como un liberador”. El perdón no es buenismo, “sino poner de nuevo en camino una vida”.


‘Jesús no busca el pecado de la persona’

En los ejercicios espirituales del Papa, el predicador asegura este jueves que la verdadera diferencia no es entre el fiel de una religión u otra, sino ‘entre quien se para y quien no se para delante de quien necesita’

En la conclusión de la predicación, el padre observó que muchas personas viven “como en una cadena perpetua interior”, aplastados por los sentimientos de culpabilidad por los errores del pasado. Pero “Jesús abre las puertas de nuestra prisión, desmonta la horca sobre la que a menudo nos dejamos a nosotros mismos y a los otros”. Al Señor no le interesa el pasado, es el Dios del futuro. Las palabras de Jesús y sus gestos “rompen los esquemas buenos/malos, culpables/inocentes”. Al ojo que ve el pecado “se le pide ver el sol: la luz es más importante que la oscuridad, el grano vale más que la cizaña, el bien pesa más que el mal”.

(ZENIT – Ciudad del Vaticano). – La Iglesia y los cristianos tenemos la compasión del buen samaritanos por las heridas del mundo, porque tomarse cuidado de la persona que sufre mejora las relaciones sociales y frena la cultura del descarte. En torno a esta idea desarrolló su octava meditación de los ejercicios espirituales del padre Ermes Ronchi al papa Francisco y a la Curia Romana.

De este modo, el predicador tomó como referencia las palabras de Jesús a la mujer en el sepulcro “Mujer ¿a quién buscas? ¿Por qué lloras?”, para describir el comportamiento de Dios hacia el dolor del hombre. Jesús es el resucitado, es el Dios de la vida, y se interesa por las lágrimas de la Magdalena.

“En la última hora del viernes, sobre la Cruz, se había ocupado del dolor y de la angustia de un ladrón, en la primera hora de la Pascua se ocupa del dolor y del amor de María”. Porque, subrayó el predicador, este es el estilo de “Jesús, el hombre de los encuentros”: “no busca nunca el pecado de una persona, sino que se para siempre en el sufrimiento y la necesidad”.

Entonces, el predicador lanzó una pregunta: ¿cómo hacer para ver, entender, tocar y dejarse tocar por las lágrimas de los otros? Así, aseguró que “aprendiendo la mirada y los gestos de Jesús, que son los del buen samaritano: ver, pararse, tocar. Tres verbos que no hay que olvidar nunca”.

El predicador señaló que en muchas escenas del Evangelio, Jesús ve el dolor humano y siente compasión. Este vocablo, en el texto griego se traduce con sentir “un calambre en el estómago”. La verdadera compasión –explicó– no es un pensamiento abstracto y noble sino algo físico. Lo que lleva al buen samaritano a no “pasar de largo”.

A propósito, el padre Ronchi observó que la verdadera diferencia no es entre cristianos, musulmanes o judíos, no es entre quien cree y quien no cree. “La verdadera diferencia es entre quien se para y quien no se para delante de las heridas, entre quien se para y quien sigue recto”.

El predicador recordó que cada vez que Jesús se conmueve toca. “Toca al intocable”, al leproso, el primero de los “descartados humanos”. Advirtió también que “la mirada sin corazón produce oscuridad y después desencadena una operación aún más devastante: corre el riesgo de transformar a los invisibles en culpables, de transformar las víctimas –refugiados, migrantes, pobres– en culpables y en causa de problemas”.

Asimismo afirmó en la predicación que “si seco una lágrima, yo sé que no cambio el mundo, no cambio las estructuras de iniquidad, pero he mostrado la idea de que el hambre no es invencible, que las lágrimas de los otros tienen derechos sobre cada uno y sobre mí, que yo no abandono a la deriva a quien lo necesita, que no te han tirado, que el compartir es la forma más propia del ser humano”.

Porque la misericordia –concluyó– es todo lo que es esencial a la vida del hombre. Y Dios perdona así: no con un documento, sino con las manos, tocando, con una caricia.

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