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miércoles, 29 de septiembre de 2010

¿Por qué ir a la Pregrinación de Luján?

Este anexo pretende ser una síntesis que reúna los elementos fundamentales de lo que es la historia de la Virgen de Luján y su devoción. Al elegir al santuario de Luján para realizar la peregrinación juvenil en 1975, se tuvieron en cuenta éstos y otros fundamentos, que hacen que Luján sea el corazón religioso y el centro mariano más querido del pueblo argentino.

Para ofrecer este breve relato se consideran diferentes fuentes bibliográficas, a nivel histórico, pastoral, y teológico. Se tiene en cuenta que la bibliografía lujanense, antigua y contemporánea, es muy rica y amplia, por lo que excede al presente trabajo abordarla con mayor detenimiento.

En el centro geográfico de la Argentina se encuentra la ciudad de Luján, cuyo templo votivo es una Basílica dedicada a la Inmaculada Concepción de María y es conocido como Santuario de Luján. Desde hace siglos en este santuario los habitantes de nuestras tierras, y luego los argentinos, veneran una diminuta imagen terracota de la Santísima Virgen María.

Esta imagen y este templo pertenecen a la historia, la cultura y la identidad de la Nación Argentina, reconociendo su creciente realidad cultural y religiosa, cada vez más plural. Pero lo que ocurre en Luján no resulta indiferente a ningún argentino, aún a aquellos que no profesan la fe católica.



El comienzo de una historia....

En 1630, un portugués llamado Farías pidió a un amigo suyo que vivía en Brasil, el marino Andrea Juan, que le enviara una imagen de la Virgen para venerarla en la Capilla de su estancia en la localidad de Sumampa, en Santiago del Estero. Al cumplir el encargo le fueron enviadas dos imágenes de la Virgen: una bajo la advocación de la Inmaculada Concepción, y otra con el Niño en sus brazos, con la advocación de Madre de Dios. Acondicionadas en dos cajones llegaron hasta el puerto y allí emprendieron el viaje hacia el Norte, por el “Camino Viejo a Córdoba”.

La caravana que trasladaba las imágenes pasó la segunda noche del viaje en la Estancia de Diego Rosendo, sobre la base derecha del Río Luján, río que debe su nombre al Capitán Pedro de Luján - contemporáneo a Pedro de Mendoza- herido en combate y fallecido a sus orillas.

Al amanecer del tercer día la caravana intentó seguir la marcha pero los bueyes no pudieron mover el carro. Luego de diversos intentos se dieron cuenta que la carreta avanzaba únicamente cuando el cajoncito que contenía la Imagen de la Inmaculada era sacado y quedaba debajo.

En un principio, la imagen de la Virgen quedó en la casa de Rosendo, en donde tendrá su primer altar - a partir de 1633 convertido en ermita- y comenzará a recibir a los vecinos que le rinden culto. Un negro llamado Manuel cuidó la imagen durante cincuenta años, siendo fiel testigo de los hechos milagrosos que se sucedieron.

El Negro Manuel vivió en el siglo XVII una relación muy particular con María. Su dedicado servicio de “es-clavitud” entregada a la Sagrada Imagen de Luján lo hizo libre, como él expresaba a través de una simple frase atestiguada por la documentación: “soy de la Virgen nomás”.

En este oratorio comenzaron los lugareños a visitar a la Madre y su protección se fue extendiendo a todos los fieles. En 1671, habiendo muerto el dueño de aquella estancia, la capilla quedó casi al despoblado. Por ser grande la frecuencia de devotos que acudían movidos por muchos milagros, y no tener en dicha estancia donde poder albergarse, se decidió trasladar la imagen a otro lugar.


La Imagen...

La imagen, de origen brasileño, es de treinta y ocho centímetros de alto, con las manos juntas ante el pecho. Está hecha de arcilla según la forma y contextura típicamente paulistas Es de cara ovalada, algo morena, con ojos azules y cejas negras. La imagen de María aparece en el simulacro como vestida con un manto celeste sembrado de estrellas blancas. Debajo del manto se ve como una túnica, originalmente de color encarnado, que se fue decolorando a medida que el tiempo hizo perder la pintura del simulacro. Sus pies descansan en unas nubes de las que emergen una medialuna y cuatro cabezas de angelitos alados.

A principios de este siglo, debido a que el terracota empezaba a desmoronarse, se la recubrió totalmente de plata, excepto el rostro y las manos. Bajo esta capa de algodón y plata quedó protegida la misma imagen.

Esta imagen de María, recubierta de plata, está ahora vestida con una túnica blanca y un manto azul celeste, que son los colores de la bandera argentina. Sobre la cabeza lleva una corona con los escudos de Argentina, Paraguay, Uruguay y España, bendecida por el Papa León XIII. En 1987 se cumplió el centenario de la coronación de la imagen. Sobre el manto le colocan a veces un rosario. Detrás de la imagen, casi apoyada en su espalda, hay una aureola con quince rayos que están unidos por una banda, la que contiene una inscripción que dice: “Esta es la Virgen de Luján, la primera fundadora de esta Villa”
La imagen de Luján, vestida con los colores de la bandera nacional, es un símbolo de una parte de nuestra historia, en la cual los fragmentos se han unido para encontrar un símbolo de unidad.


Capilla - Parroquia - Santuario – Basílica...

En 1671, Doña Ana de Matos ofreció su hacienda, al pie del río, para recibir la santa imagen. Se la compró al cura Juan de Oramas, heredero de Rosendo, y la llevó a su estancia, ubicada en la actual ciudad de Luján, para hacerle allí una capilla digna, con la ayuda del mayordomo de la Virgen, Manuel Casco de Mendoza, de un fraile carmelita y del capellán Pedro de Montalbo, confirmado por el obispo de Buenos Aires, Antonio de Azconaallí.

Allí tuvo primero un oratorio y luego se construyó una Capilla, que fue bendecida en 1677. El lugar es el mismo en el que se halla el actual Santuario. Posteriormente, en el lugar fue creada la Parroquia de Nuestra Señora de Luján, el 15 de octubre de 1730.

El 17 de octubre de 1755 el reino de España titula a la población de Luján con el nombre de Villa de Nuestra Señora de Luján.

En 1762, el alférez real Don Juan de Lezica y Torrezuri, teniendo una misión de gratitud a Nuestra Señora, comenzó la construcción del nuevo santuario, que fue inaugurado en 1763 y perduró hasta principios del siglo XX. En 1875 llega el cumplimiento del voto hecho ese año a la Virgen de Luján, que salvó de la muerte a mano de los indígenas, al Padre Jorge María Salvaire, sacerdote vicentino. Este proyectó y dirigió la construcción del magnífico templo actual, que es de estilo gótico del siglo XIII y tiene dos torres laterales de ciento seis metros de alto.

El 8 de Mayo de 1887 se lleva a cabo la Coronación de la Imagen de la Virgen. Monseñor Federico Aneiros, Arzobispo de Buenos Aires, lo hace en representación del Sumo Pontífice. Mons. Aneiros es reconocido como el “padre” del Luján del siglo XX, del Santuario actual y de la devoción contemporánea. Sus ideas tuvieron un eco maravilloso en el corazón y en la mente del P. Salvaire. En los largos caminos recorridos juntos y con sus interminables charlas, se acrisoló la devoción a Nuestra Señora de Luján y se plasmó el proyecto del Santuario actual. Con la autoridad del Arzobispo se comenzaron las obras que llevaron cuarenta y cinco años de trabajo.

El P. Salvaire dio todo por amor a Nuestra Señora de Luján, la “Perla” preciosa de esos lugares del Plata, como gustaba llamarla hasta su prematura muerte en 1899. Fue un hombre lleno de virtudes y de carácter aguerrido e intrépido, que fue muchas veces incomprendido y maltratado injustamente. Después de la muerte del P. Salvaire, los Padres de la Misión continuaron la obra y estuvieron a cargo del Santuario hasta diciembre del año 2001.

El 8 de septiembre de 1930, el Papa Pío XI proclama a la Virgen de Luján como Patrona de Argentina, Uruguay y Paraguay.

La Basílica se terminó de construir en 1935, con la celebración del tercer centenario de la detención milagrosa de la carreta con la Santa Imagen.

Tanto el templo de Lezica, como el posterior de Salvaire, comenzado en 1890 y terminado definitivamente en 1935, tuvieron un costo varias veces millonario. Fueron frutos del esfuerzo de miles y anónimos devotos de María - además de benefactores conocidos- cuyos aportes fueron recolectados peso a peso en todo el territorio nacional. En este gesto generoso y esforzado del pueblo devoto se percibe un poco del misterioso amor del Pueblo de Dios a María de Luján.


Luján y los argentinos...

Decir Luján es decir, de alguna manera, el corazón religioso de la Argentina. Esta afirmación no tiene nada que ver con una ilusoria restauración de una “Argentina católica” que pretendiera una hegemonía religiosa confesional sobre nuestra identidad cultural o desconociera la existencia y el crecimiento de otras confesiones cristianas, religiones no cristianas y grupos religiosos nuevos. Quiere expresar el lugar que ocupa la Virgen de Luján en la historia común del pueblo de nuestra Patria y en el proceso de formación de nuestra compleja identidad nacional en constante configuración y abierta a nuevas determinaciones. Pero no caben dudas de que la presencia maternal de Nuestra Señora en la sufrida y esperanzada vida cotidiana de millones de personas que habitaron y habitan nuestras tierras, y en momentos difíciles de nuestra historia nacional -lo que ha merecido los reconocimientos y testimonios de agradecimiento que se ven en el templo- fundamenta que nuestro pueblo se siente amparado “bajo el manto azul y blanco de la Virgen de Luján”. Incluso comunidades no católicas y personas no cristianas, en cuanto ciudadanos argentinos y hombres religiosos, peregrinan, visitan y rezan a su modo en Luján, reconociéndolo como un lugar privilegiado de la religiosidad y la cultura común de los argentinos.

Esto es así porque la Imagen de la Pura y Limpia Concepción ya ocupó un lugar central en la campaña bonaerense y en el territorio del antiguo Virreinato del Río de la Plata, constituido en parte por territorios de las actuales repúblicas del Paraguay, Uruguay y Argentina. Esta “centralidad”, o “capitalidad” -como le gusta llamarla a Mons. Presas- hizo crecer la incipiente devoción de los primeros tiempos hasta alcanzar un mayor desarrollo con Ana de Matos y el P. Montalvo, un posterior avance con Lezica y Torrezuri en la creación de la “Villa”, y una mayor profundidad con Mons. Aneiros y el P. Salvaire. La construcción del tercer templo, con el título de “Santuario Nacional”, manifestó claramente el alcance de esta devoción y su afirmación a nivel nacional, adquiriendo oficialmente en 1930 el título de “Patrona de las tres naciones del Plata”.

La imagen de Luján ha sido visitada por los “padres fundadores” de la nación y por muchos héroes argentinos, que simbolizan nuestra historia, como San Martín, Saavedra, Belgrano, Estrada, Rocha y otros. Allí quedan grabados los antepasados del pueblo en la memoria colectiva para siempre.
En Luján se recoge un rasgo central de nuestra identidad nacional y se toma conciencia histórica y religiosa de nuestra patria. A aquellos argentinos tentados de reducir el país a la cosmopolita ciudad de Buenos Aires, el santuario de Luján

Luján es la “casa común” de todos los argentinos, el “santuario de los sin parroquias”, un lugar donde se puede encontrar el “calor del hogar” que ayuda a reponer fuerzas para seguir el camino, como decía el Cardenal Eduardo Pironio, un enamorado de Luján. Allí se vive el amor maternal, tierno y entrañable que despierta sentimientos verdaderos y crea vínculos de filiación y fraternidad entre los argentinos; tanto entre los católicos como con hermanos de otras iglesias y confesiones cristianas, generando un espacio particular para el diálogo ecuménico.

Para muchos católicos Luján es un lugar de preferencia en su vida cristiana, como una sede privilegiada a causa de la presencia de la María, en el cual es más fácil recurrir al Señor para pedir una gracia y recibir su misericordia. En los momentos decisivos de la nación, desde grandes estatistas hasta humildes paisanos han desfilado delante de la Imagen de nuestra Madre de Luján, pidiendo su intercesión ante su Hijo Jesucristo, Señor de la Historia, para obtener la paz o la unidad, o dar gracias por un favor que ha unificado a todo el pueblo. En este sentido recordemos los acontecimientos más recientes de trascendencia nacional, como el conflicto por el Canal del Beagle y la Visita de Juan Pablo II durante la Guerra de Malvinas.


Los Peregrinos...

Los millones de peregrinos que van año a año a Luján no “van por ir”, como se dice, sino con una conciencia, unas veces más clara y otras más oscura, de que este sitio representa algo especial para la fe cristiana, para la Iglesia Católica y para el pueblo argentino. Todo el contexto de Luján habla de una de las raíces de nuestro pueblo. Por eso “ir a Luján” es una expresión común entre los argentinos, indicando que hay un deber que cumplir y que no éste puede ser dejado de lado.

Toda visita a Luján incluye de forma explícita o implícita una cierta visión acerca de Cristo, la Iglesia y el hombre. Se venera una imagen de María, pero se obtiene una visión de conjunto, porque María “no es el centro” de la fe pero “está en el centro”, que es Cristo, el único Mediador. Con María se entra en un fragmento de la Iglesia pero se sale con una conciencia de totalidad, porque ella su misterio está íntimamente ligado a Cristo, la Iglesia y el hombre.

Quienes día a día llegan a Luján son llamados peregrinos. Hay distintos tipos de peregrinaciones, las que se pueden categorizar de modo diferentes. Siguiendo a Zimmer, pueden ser peregrinaciones “espontáneas”, que incluyen a peregrinos que se acercan a visitar el Santuario de forma personal, familiar o grupal, sin una convocatoria oficial o institucional; o pueden ser “organizadas” por distintas asociaciones religiosas o civiles y, particularmente, por comunidades católicas. Dentro de estas últimas se encuentran las peregrinaciones diocesanas, que conforman un calendario que se extiende durante todo el año, y otras organizadas por instituciones particulares, como la Asociación de Peregrinos a Pie a Luján o las Sociedades tradicionalistas. En las últimas décadas han crecido las peregrinaciones organizadas que reúnen a distintos tipos de miembros del Pueblo de Dios como los enfermos y discapacitados o habitantes de las villas de emergencia.

Desde el Milagro de la Carreta siempre hubo peregrinaciones espontáneas, ininterrumpidamente, siendo la más numerosa e importante la que se realiza cada 8 de diciembre, todos los años.

En cuanto a las peregrinaciones “oficiales”, se registra la primera peregrinación organizada por la Arquidiócesis de Buenos Aires el 3 de Diciembre de 1871. Actualmente se destacan, la de la Sociedad de peregrinos a pie, que ya cumplió 100 años; la de las asociaciones folklóricas de gauchos a caballo, desde 1945, y nuestra peregrinación juvenil, desde 1975.

El Santuario de Luján otorga la oportunidad de celebrar “tiempos de gracias” particulares, o “jubileos permanentes”, que son una expresión visible de una Presencia misteriosa que acompaña el caminar de los argentinos. La expectativa es “descubrir” y “describir” los valores que encierran las peregrinaciones y que hacen de ellas experiencias que seducen y fascinan de tal modo que impulsan a los peregrinos a realizarla al menos una vez y suscitan el deseo de volver a repetirla.

Actualmente el santuario recibe más de seis millones de peregrinos por año. El Padre Jorge Torres Carbonell, actual Rector, sostiene que los fieles “vienen a la Basílica a pedirle a la Virgen la gracia de la vida, de no caerse, de que la bronca no borre la esperanza ni la paciencia”.

En Luján ocupan un lugar especial el sacramento del bautismo y los sacramentales. Su celebración expresa la alegría maternal de la Iglesia que crece con nuevos hijos e hijas y debe suscitar el anhelo de que ellos puedan injertarse activamente en sus comunidades eclesiales de origen. Desde 1730 hay una conciencia profunda de que Luján es el lugar especial del Bautismo y de que hay que llevar a los hijos para que sean bautizados allí, como sucedió con millones de cristianos.

Existe también un sentimiento popular, más o menos extendido, de que una visita a Luján, para ser completa, requiere confesar los pecados, escuchar la voz de la Iglesia, acercarse a la Eucaristía y dar gracias por la intercesión de María. El santuario es un lugar especial de gracia y misericordia, en el que se pide y reciben la bendición de Dios y de la Virgen. Ante la imagen de la Madre, especialmente en un momento de oración silenciosa en el camarín, se despiertan las plegarias más profundas que brotan del dolor y el amor, de la angustia y la esperanza, siempre de la fe.

Por estas y muchas otras razones, “ir a Luján es un deber”, que nace del corazón creyente y religioso de nuestro pueblo. Muchos jóvenes así lo han ido entendiendo y viviendo desde 1975. Al explicar la razón de la convocatoria a la primera peregrinación juvenil, bajo el lema “La juventud peregrina a Luján por la Patria”, se dijo que los jóvenes cristianos somos parte de la Iglesia, el Pueblo de Dios en marcha, que unido en Cristo peregrina al Padre impulsado por el soplo del Espíritu. Esa primera “hoja de contenido” preparatoria a la peregrinación, ayudaba a los jóvenes a sentirse parte del pueblo que venera la Virgen y peregrina a Luján. En un contexto histórico muy difícil de la Argentina y para iniciar una etapa de renovación en pleno Año Santo universal, decía:

“Porque queremos realmente que María sea la que guíe con su ejemplo esta nueva etapa que hemos comenzado, vamos a ir a venerarla a Luján y a pedirle como parte de ese pueblo del que es madre...”.
Los documentos sobre los orígenes de la peregrinación, que transcribimos en próximos anexos, testimonian su espíritu mariano y guardan la respuesta dada a esa pregunta: ¿Por qué ir a Luján?

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