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sábado, 9 de octubre de 2010

Misterios Gozozos del Santo Rosario, meditados por Juan XXIII

I. LA ANUNCIACIÓN DEL ANGEL A MARÍA

Este es el punto más luminoso, el que une el cielo con la tierra, el más grandioso acontecimiento de los siglos.

El Hijo de Dios, Verbo del Padre, por quien todo fue hecho de cuanto se hizo en el orden de la creación, asume la naturaleza humana para convertirse en el Redentor y el Salvador de la humanidad entera.

María Inmaculada, la flor más bella y fragante de la creación, diciendo: «He aquí la esclava del señor», como respuesta a las palabras del ángel acepta el honor de la divina maternidad que al punto se cumple en ella; y nosotros, como hermanos redimidos de cristo, nos convertimos todos en hijos de Dios. Oh Sublimidad, oh ternura de este primer misterio.

Nuestro principal y continuo deber es el dar gracias al Señor, que se ha dignado salvarnos haciéndose hombre y nuestro hermano.

La intención de la plegaria en la contemplación de este primer cuadro, además de la perennidad habitual de la acción de gracias, es el estudio y el esfuerzo sincero de humildad, de pureza, de gran caridad, de la que la Virgen bendita nos da tan hermoso ejemplo...


II. LA VISITA DE MARÍA A SU PRIMA ISABEL

¡Qué suavidad y qué gracia en aquella visita de tres meses de María a su querida prima! La una y la otra depositarias de una maternidad inminente; para la Virgen Madre, la más sagrada maternidad que puede imaginarse sobre la tierra. ¡Qué dulzura de armonía en aquellos dos cantos que se entrelazan: «Bendita tú eres entre las mujeres» (Lc 1,42) de una parte; y de otra: «El Señor ha mirado la humildad de su esclava, todas las generaciones me llamaran bienaventurada» (Lc 1,48).

Esta visión de Ain Karim sobre la colina del Hebrón, ilumina con luz celestial y humanísima, a la vez, las relaciones de las familias buenas, educadas en la escuela antigua del Rosario rezado todas las tardes en casa, en la intimidad; y en todos los puntos de la tierra donde alguno es llamado por alta inspiración sacerdotal, de caridad misionera, de apostolado o también por motivos legítimos de diversa naturaleza: trabajo, comercio, servicio militar, estudio, enseñanza o cualquier otra razón. ¡Qué hermoso reunirse durante las diez Avemarías de este misterio donde tantas almas unidas por razón de sangre, por vínculos domésticos, por todo aquello que santifica y estrecha los sentimientos de amor entre las personas más queridas, padres e hijos, hermanos y parientes, con vecinos o pertenecientes a un mismo pueblo, en acto de reflejar, de iluminar, un sentimiento de caridad universal, cuyo ejercicio es alegría y honor de la vida...


III. EL NACIMIENTO DE JESÚS EN BELÉN

En el momento justo, según las leyes de la naturaleza humana asunta, el Verbo de Dios hecho hombre sale del tabernáculo santo que es el seno inmaculado de María. Su primera aparición en el mundo es un pesebre donde las bestias se alimentan de heno; todo en derredor es silencio, pobreza, sencillez, inocencia. Se oyen voces de ángeles que anuncian en el cielo la paz que el recién nacido trae al universo. Los primeros Adoradores son María y José, el padre putativo; después, los humildes pastores, invitados por las voces angélicas, descienden de la colina. Más tarde llegará una caravana de gente ilustre precedida, desde lejos, por una estrella y ofrecerá dones preciosos, llenos de significado.

Pero entre tanto adquiere aquella noche de Belén lenguaje de universalidad.

Sobre este tercer misterio hay quien gusta contemplar los ojitos sonrientes del Divino Infante en actitud de mirar a todos los pueblos de la tierra que pasan, uno después de otro, como en fila, ante Él y a los que Él identifica: hebreos, romanos, griegos, chinos, pueblos de África y de todas las regiones del universo y de todas las épocas de la historia, pasadas, presentes y futuras.

A otros, en cambio, durante las diez Avemarías de este misterio del nacimiento de Jesús, les gusta encomendar a Él el número incontable de los niños de todas las razas humanas que durante las últimas veinticuatro horas del día y de la noche precedente han nacido. Todos estos niños, bautizados o no, pertenecen a Jesús de Belén y la continuación de su dominio de luz y de paz...


IV. LA PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO

La vida de Jesús, todavía en los brazos maternos, se abre al contacto de los dos Testamentos, Luz y revelación de las gentes, esplendor del pueblo elegido. San José debe estar presente y participar también en el rito de las ofrendas legalmente prescritas.

Aquel episodio se perpetúa en la Iglesia; y en el acto de repetir el Avemaría, es grato observar las hermosísimas esperanzas del continuo reflorecimiento de las promesas del sacerdocio y de los cooperadores y de las cooperadoras en gran número del Reino de Dios: jóvenes alumnos de los seminarios, de las casas religiosas, de los estudiantes misioneros, incluso de las universidades católicas y de otras formas de un futuro apostolado seglar cuya expansión, a pesar de las dificultades y de las oposiciones de la hora presente e incluso en diversas naciones muy atribuladas por la persecución, no cesan de ser espectáculo consolador hasta el punto de arrancar palabras de admiración y de alegría...


V. JESÚS PERDIDO Y ENCONTRADO EN EL TEMPLO

Jesús tiene ya doce años. María y José le acompañaban a Jerusalén para la oración habitual de aquella edad. De improviso desaparece de sus ojos, aunque vigilantes y amorosos. Con gran preocupación en aquella búsqueda que dura tres días, se le encuentra entre los demás asistentes en el Templo. Estaba rezando con los doctores de la Ley. ¡Qué palabras tan significativas las de san Lucas que nos lo describe con precisión! Lo encuentran sentado en medio de los doctores, en actitud de escucharlos y de preguntarles. Aquel encuentro de los doctores era entonces: conocimiento, sabiduría, luz, práctica en la contemplación del Antiguo Testamento.

Tal es en todo tiempo la misión de la inteligencia humana : recoger las voces de los siglos, transmitirnos la buena doctrina, dilatar con humildad la mirada de la investigación científica sobre el futuro. Cristo se encuentra siempre allí en medio, en su puesto: «Yo soy el maestro de ustedes» (Jn 13,13).

Es la quinta decena de los Misterios Gozosos, es una invocación especial en provecho de cuantos son llamados al servicio de la verdad y de la caridad, en la investigación, en la enseñanza, en la difusión de las nuevas técnicas audiovisuales que mueven a amar a Jesús: científicos, profesores, maestros, periodistas; especialmente estos, por la tarea característica de comunicar y honrar la buena doctrina en su pureza, sin fantásticas deformaciones.

(fuente: www.encuentra.com)

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