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sábado, 22 de diciembre de 2012

Adviento, tiempo de espera del Cristo

1. Volver a empezar, volver a esperar

El año litúrgico que empieza con el tiempo de Adviento, marca el ritmo vital de la Iglesia en camino hacia su realización escatológica en el encuentro definitivo con el Señor. Cada año, al recorrer el ciclo anual de los misterios de Cristo, entramos en comunión con el Señor en la triple dimensión del misterio ya anunciado y cumplido (el pasado), de su presencia permanente que nos permite participar de este misterio en la liturgia de la Iglesia (el presente), de la espera de la bienaventurada realización del misterio anunciado y ya presente en su última y definitiva manifestación (el futuro).

Y sin embargo no deberíamos tener nunca la sensación que el año litúrgico que vuelve puntual en cada ciclo temporal, sea una repetición; como si nuestra vida y nuestra experiencia de los misterios fuera una especie de círculo cerrado que vuelve continuamente sobre sí mismo, como una eterna y monótona repetición de celebraciones. Cristo que es el Señor de la historia ha salvado nuestra experiencia humana del fatalismo del eterno retorno. El tiempo está abierto hacia el futuro, como en espiral, o como quien va hacia la cima de una montaña, subiendo poco a poco, bordeando la montaña. El tiempo es ya tiempo oportuno de Dios. Y es tiempo nuevo. Nuevo con la novedad de Dios. Nuevo con la novedad de nuestra propia experiencia humana y eclesial que permite que el misterio celebrado cobre tonos nuevos, tenga resonancias inéditas, nos ofrezca la posibilidad de vivir en salvación el momento presente de nuestra historia, en contacto con el eterno misterio de Cristo.

Estamos ya en Adviento y se acerca Navidad. Y con estos dos momentos iniciales del año litúrgico se nos ofrece la posibilidad de vivir algunos momentos o aspectos del misterio de Cristo y de la Iglesia

El misterio de Cristo que celebramos en este tiempo es precisamente el del Mesías anunciado, esperado, que finalmente ha llegado para realizar las promesas y las esperanzas. Y es también el misterio de aquel que tiene que venir al final de los tiempos. Por eso la Iglesia celebra el Adviento con una atención vigilante, atenta al misterio de la historia y a los signos de los tiempos, solícita por preparar los caminos del Señor y colaborar á la llegada definitiva de su Reino. Tiempo que espera con el sabor de esperanzas cumplidas; cuando llega Navidad, y se celebra la fidelidad de Dios a sus promesas con la venida de su Hijo, manifestación del amor de Dios para todos los hombres. El Verbo Encarnado, el Enmanuel, cuyos pasos se escuchan a través de las páginas del Antiguo Testamento, como afirman los Padres de la Iglesia, es ya una afirmación anticipada y una promesa cumplida que asegura a la Iglesia que también las esperanzas escatológicas tendrán su cumplimiento cabal.

Es también Adviento tiempo de la Iglesia. Iglesia que somos nosotros. Un misterio que nos concierne y una responsabilidad que nos atañe. Iglesia de Adviento que es Iglesia en vela, comunidad de la esperanza, pueblo peregrino y misionero, depositario de las promesas e intérprete de los anhelos de toda la humanidad. Iglesia misionera del anuncio del "Esperado de todas las naciones", en un tiempo en el que para muchos pueblos todavía es Adviento.

Adviento y Navidad son como las dos caras de una misma medalla en esta experiencia litúrgica de la Iglesia. Por una parte la espera y la esperanza; por otra la presencia y el cumplimiento de las promesas. Navidad asegura a este nuevo Adviento de la historia, en espera de Cristo glorioso, la fidelidad de Dios. No son vanas nuestras esperanzas, como no fueron vanas las del pueblo de Israel que esperaba al Mesías. Por eso Adviento es celebración de la espera mesiánica de nuestros Padres en la fe y actualización de nuestras esperanzas de cara a Cristo, cuando venga a salvar definitivamente nuestro mundo y nuestra historia. Y Navidad, en la que desemboca el Adviento, es celebración del Dios con nosotros, gozo por la compañía de Dios que desde hace dos mil años está presente en la vida de la Iglesia, a partir de su Encarnación y en una misteriosa y real presencia en los misterios de la liturgia.


2. El sabor primitivo del Adviento cristiano: "Marana-thá"

Sabemos que la celebración litúrgica de Adviento, como espera del Señor, es relativamente tardía en la tradición de la Iglesia. Su organización definitiva en la liturgia romana es del siglo VI. Y sin embargo lo que celebra tiene un inconfundible sabor primitivo que nos hace remontar a los primeros días de la Iglesia apostólica. La clave para entender este sentido primitivo del Adviento cristiano y vivirlo en sintonía con las esperanzas de la Iglesia primitiva nos la ofrece una palabra breve y densa en su significado; una palabra que resume la espiritualidad del Adviento y su misma oración litúrgica. Una palabra que hace de puente entre el ayer y el hoy, y nos proyecta hacia el futuro. Es la palabra "Maranatha".

Esta expresión, conservada casi como una reliquia en la misma lengua materna de Jesús, resonaba en las asambleas primitivas como resuena hoy en nuestro Adviento. Y puede y debe convertirse para nosotros es una fórmula para la "oración del corazón", como una invocación que se hace con el latido del corazón y el ritmo respiratorio, como para entrar con todo nuestro ser en la espiritualidad del Adviento.

Esta palabra tiene un doble significado, según sus dos posibles lecturas. Si separamos las dos primeras sílabas, la palabra Maran-athá se convierte en una afirmación gozosa, pletórica de fe. Significa: "El Señor viene" o "El Señor ha venido". Es una fórmula, pues, que aclama la presencia del Resucitado en medio de la comunidad cultual. En cambio, si la pronunciamos separando las tres primeras sílabas de la cuarta diciendo Marana-thá, la invocación se convierte en un grito de esperanza: "Ven, Señor", como en las últimas palabras del Apocalipsis: "Ven, Señor Jesús" (Ap 22,20; Cfr. 1 Cor 16,22).

Las dos lecturas tienen su fundamento literario, su significado teológico y su carga de experiencia cristiana, tanto en la primitiva comunidad cristiana como en nuestra comunidad litúrgica. El Señor está presente en su comunidad, como él lo ha prometido (Cfr. Mt 18,20). Y sin embargo esta presencia no es evidente y no es definitiva. Por eso, cuanto más real es su presencia en la Iglesia, como en la celebración eucarística, más imperioso se hace el deseo de la presencia sin velos, de la manifestación definitiva. Y por eso aclamamos: "Ven, Señor, Jesús".

Es significativo que esta expresión se encuentre en la última página de la revelación del N.T. que es el Apocalipsis, como el último suspiro del Espíritu y de la Esposa, como la oración definitiva e incesante que rasga los cielos a través de los tiempos y resuena como un secreto de la historia que tiene que cumplirse, esperanza y deseo de los cristianos, pero con una proyección universal. Hasta el momento en que se escuche ya cercana la voz del que continuamente viene y diga: "Sí, vendré pronto" (Ap 22,20). Entonces comprenderemos que ya estaba con nosotros. Y ahora nos invita a que para siempre estemos con El. Curiosamente sabemos que esta expresión cristiana ha nacido en el ambiente de las celebraciones eucarísticas primitivas. Los discípulos que habían conocido al Maestro y hablaban de él suscitaban, podemos pensar, una gran nostalgia por su persona, un gran deseo de conocerlo. Esta nostalgia se convirtió en impaciencia escatológica por su venida, cuando las comunidades primitivas creyeron inminente su retorno. Por eso cada vez que en el memorial litúrgico del Señor, la Eucaristía, se celebraba en un intenso clima de esperanza, se evocaba la presencia del Resucitado y se profesaba la fe en su misteriosa autodonación en los signos del pan y del vino, "eucaristizados". Y sin embargo la presencia sacramental no colmaba el deseo de verlo cara a cara y se hacía más ardiente la súplica: "Marana-thá: "Señor, ven".


3. Adviento, proyección de la Pascua 

Esta experiencia primitiva de la espera impaciente del retorno del Señor que nace de la Pascua, es fundamento de nuestra celebración actual del Adviento, como lo es también aquella larga espera de nuestros Padres en la fe que volvían sus miradas hacia el futuro, casi vislumbrando, como hacen los profetas, los rasgos de aquel que tenía que venir para salvar a su pueblo. Por eso el tema del "Marana-thá", repetido en las invocaciones y en los himnos de Adviento, es como una prolongación de la invocación del Padre nuestro: "Venga a nosotros tu Reino". Ambas invocaciones nos permiten vivir una instancia fundamental de la experiencia cristiana que la Iglesia celebra de un modo coral en Adviento: la esperanza de la definitiva venida del Señor.

Así Adviento es como una proyección de la Pascua, una ritualización prolongada de una de las dimensiones esenciales de la Vigilia pascual que es la raíz y síntesis de todo el Año litúrgico. En realidad, la primera ritualización de la esperanza escatológica, los cristianos la celebraban en la Vigilia pascual. Si antiguas tradiciones hebreas aseguraban que el Mesías tenía que venir en la celebración de la Cena pascual, los cristianos recogieron también esta tradición. Cuando se reunían para celebrar la Pascua tenían la certeza de que el Señor volvería una vez u otra. Un texto de San Jerónimo nos recuerda esta curiosa tradición: "Una tradición de los judíos dice que Cristo vendrá a medianoche, como en el tiempo de Egipto, cuando se celebró la Pascua... De aquí creo que viene la tradición apostólica que ha llegado hasta nosotros; según ésta no es lícito despedir la asamblea en la vigilia pascual antes de medianoche, mientras se espera todavía la venida de Cristo. Pero pasado este tiempo, todos hacen fiesta, al recobrar de nuevo la seguridad".

Textos litúrgicos antiguos, conservados todavía hoy en la celebración eucarística ambrosiana, ponen en labios del Señor estas palabras con las que aclamamos su presencia después de la consagración: "Cada vez que hagáis esto, lo haréis como memorial mío: anunciaréis mi muerte, proclamaréis mi resurrección, esperaréis con confianza mi retomo, hasta que venga de nuevo a vosotros desde el cielo".

Se puede, pues, afirmar que Adviento celebra un fragmento de la Pascua, su dimensión escatológica, y al colocarse como preparación del principio del misterio pascual que es Navidad, nos hace revivir la otra espera y la otra venida. La espera de los justos del Antiguo Testamento, y la venida que cumplió tantas promesas, el misterio de Navidad, misterio de la presencia del Dios con nosotros.

escrito por Jesús Castellano 
(fuente: www.mercaba.org)

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