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lunes, 24 de diciembre de 2012

María, Madre de Dios

“Y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada”. (Lc 2, 7) 


Jesús, el Hijo de Dios y Salvador de los hombres, quiso nacer en Belén en una gruta. José y María sólo tuvieron un pesebre donde recostarlo, el lugar donde comen los animales. En medio de esta extrema pobreza, Jesús se sintió feliz desde el primer momento en los brazos de su madre María.

Siendo Dios, no quiso renunciar al gozo de acunarse en su querer. Jesús nos enseña a ponernos en manos de María como niños, día a día.

El evangelio explica que María y José no tuvieron un lugar donde alojarse: “Los suyos no lo recibieron” (Jn 1, 11). La pobreza del pesebre es un anuncio de la vida pobre que escogió Jesús para sí y para sus padres, y para la pobreza y desnudez con que iba a morir por nosotros en la cruz.

Pero no todos fueron indiferentes a su nacimiento. Jesús se dejó conocer por las personas sencillas, los pastores, y por aquellos que lo buscaban con sincero corazón, los magos de Oriente.

“El ángel les dijo: “No temáis. Mirad que vengo a anunciaros una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy os ha nacido en la ciudad de David un Salvador, el Mesías, el Señor”. (Lc 2, 10)

A la invitación del ángel, los pastores responden con entusiasmo y prontitud. María los recibe y les muestra y ofrece a Jesús. Ésta es la primera manifestación de Jesús y se realiza por medio de María. Es la primera entrega que hace de si mismo a los hombres y lo hace a través de su Madre. Esto nos muestra que, por voluntad de Cristo, el mejor camino para llegar a Jesús es María.

Respondamos al nacimiento de Jesús de la misma manera como lo hicieron los pastores. En esta Navidad vayamos a adorarlo, preparemos nuestro corazón y hagámoslo sencillo como el de los pastores.

Pidamos perdón por tantas veces que Jesús ha querido entrar en nuestro corazón y no lo hemos recibido; por tantas veces que ha querido hacer algo grande en nosotros y no le hemos dejado. Hagamos sacrificios y actos de caridad para recibir al niño Jesús en nuestro corazón.

Pidamos a María que nos deje entrar en la gruta, para acompañarla y vivir la Navidad contemplando a Jesús con Ella. Y a san José le pedimos que nos ayude a ser como él fieles colaboradores del plan que Dios tiene sobre nosotros, para que los hombres conozcan a Cristo y lo comuniquen a los demás.

(fuente: www.virgenperegrina.es)

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