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viernes, 14 de diciembre de 2012

Tres miradas sobre el adviento

En el Adviento celebramos el misterio de la Venida del Señor en una actitud gozosa, hecha de vigilancia, espera y acogida. Nuestra vida se presenta, con asombro siempre nuevo, ante el misterio entrañable de un Dios que se ha hecho hombre. Es este un misterio que el Adviento prepara, la Navidad celebra y la Epifanía manifiesta.

Si con el Adviento se nos convoca a preparar la Navidad, es una convocatoria a crecer en la esperanza, a vivir la experiencia de la cercanía de Dios. Un tiempo en el que la Historia de la Salvación se actualiza en el sacramento, pues el tiempo de Adviento se ha hecho sacramento.


Adviento: El Señor vino, viene y vendrá

La palabra Adviento procede del latín, y significa venida: la venida inminente de algo o alguien que está al llegar y que, además, esperamos ardientemente.

Jesús ya ha venido, y su venida transformó la historia del hombre. Su presencia -Dios hecho hombre- anunciaba que el amor del Dios se hacía realidad plena para todo el que lo quisiera vivir. Solo se necesitaba cambiar el corazón. El corazón del hombre tenía que estar dispuesto a amar, a guiarse de la bondad de Dios, viviendo con los débiles el rechazo de la opresión, el poder y la riqueza.

Su mensaje, sencillo a la vez que exigente, se hacía realidad con su vida, que atraía a las gentes y le seguían, ya que a su lado sentían la cercanía de Dios. Pero la novedad de su vida, que suponía un cambio radical de valores y criterios, que afirmaba la supremacía del amor, del servicio, de la dignidad de todo hombre y mujer..., resultaba molesta y Jesús acabó clavado en una cruz.

El amor de Dios hizo que toda aquella fidelidad amorosa de Jesús venciera el mal y la muerte. Jesús resucitó y sus discípulos más cercanos experimentaron su presencia y recibieron su mismo espíritu. Transformados por el Espíritu de Jesús, se convirtieron en continuadores de su obra formando la comunidad de los creyentes, la Iglesia.

Nuestro Adviento es una mirada hacia atrás, hacia aquel acontecimiento trascendental para vivirlo con toda la intensidad, y celebrar que Dios se ha hecho hombre, que Dios ha entrado en nuestra historia, ha hecho suya nuestra debilidad y nos ha abierto el camino capaz de liberarnos del mal y del pecado.

Poder celebrar este hecho decisivo exige sumergirnos en los sentimientos del pueblo de Israel y despertar en nosotros una actitud de espera, de deseo de la venida del Señor, que nos libere y transforme nuestra vida en una nueva manera de vivir. A ello nos ayudan los profetas, con su esperanza y confianza en el Mesías que iba a venir, y María -el gran modelo del Adviento- que se sabe pobre y frágil en un mundo necesitado de la acción salvadora de Dios y se abre a Él para hacer posible su venida. María es modelo de espera gozosa del Señor que viene.

Nuestro Adviento es una mirada a nuestro entorno para celebrar la venida constante de Dios. Invitados a vivir la venida histórica del Señor para experimentar su venida constante en las personas y los acontecimientos de nuestra vida, en todo lo que comparte nuestra cotidianidad.

Una venida que se hace constante en la oración, cuando le buscamos en el diálogo amoroso y dejamos que Él sea nuestro compañero de camino. O cuando nos reunimos en su nombre, como comunidad creyente y celebramos los sacramentos, que es donde se hace presente de manera más viva el Espíritu de Jesús.

Nuestro Adviento es una mirada a la venida definitiva como horizonte final de nuestra existencia, donde la esperanza proclama que nuestra historia no está condenada al fracaso, sino a compartir con toda la humanidad la vida plena de Dios. Una esperanza alegre y pacificadora que alienta en el camino y anima a la responsabilidad bajo la certeza de que una mano amorosa nos acogerá para eternizar nuestra vida.

(fuente: www.mercaba.org)

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