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sábado, 16 de febrero de 2013

Don Bosco nació para ser sacerdote y sacerdote educador

 Así se expresaba en un sintético juicio uno de los máximos historiadores de Don Bosco:

“Así como hay quien nace para versificar o para viajar, Don Bosco nació para ser sacerdote y sacerdote educador. Desde jovenzuelo lo demostró. Uniendo posteriormente a las innatas disposiciones la finura de su intuición psicológica y de su caridad cristiana, la figura de Don Bosco educador se impone por sí misma” (E. Ceria, S. Giovanni Bosco nella vita e nelle opere. Turin, 1948, p. 150). .”De la misma forma que se nace poeta, músico o filosofo, Don Bosco nació educador”. (E. Ceria, Annali della Pia Società Salesiana. Desde los orígenes hasta la muerte de San Juan Bosco (1841-1888). Turín, 1941)

La infancia de Don Bosco y las vicisitudes de su juventud no son otra cosa que la “revelación” de formidables cualidades educativas innatas que fueron madurando en un clima de excepcional educación materna, en el duro aprendizaje de la experiencia, en una preparación cultural, escolar, nada frecuente. Sigamos las etapas de esta ascensión fatigosa valiéndonos de sus propias Memorias.


1. En la escuela materna

“Nací el día consagrado a la Asunción de María al Cielo del año 1815 (propiamente el 16 de agosto), en Murialdo, aldea de Castelnuovo de Asti. Mi madre se llamaba Margarita Occhiena, natural de Capriglio. Mi padre, Francisco. Eran campesinos que ganaban honradamente el pan de cada día con el trabajo y con el ahorro. Yo apenas contaba dos años de edad cuando mi querido padre moría a la envidiable edad de 34 años, el 12 de mayo de 1817. (San Juan Bosco, Obras fundamentales. B.A.C., Madrid, 1979).

“Su mayor cuidado fue instruir a los hijos en la religión, enseñarles a obedecer y tenerlos ocupados en trabajos compatibles con su edad” (“Memorias del Oratorio de San Francisco de Sales”, -M.O.- Autor: Don Bosco. 21).

“Así llegué a los nueve años. Quería mi madre enviarme a la escuela, pero le asustaba la distancia ya que estábamos a cinco kilómetros del pueblo de Castelnuovo. Durante el invierno iría a clase a Capriglio, pueblecito próximo donde aprendí a leer y a escribir. Mi maestro era un sacerdote muy piadoso que se llamaba José Delacqua. Fue muy amable conmigo y puso mucho interés en mi instrucción y sobre todo en mi educación cristiana. Durante el verano daría gusto a mi hermano trabajando en el campo’ (M.O. 22).

“Tuve por entonces un sueño que me quedó profundamente grabado en la mente para toda la vida. En el sueño me pareció estar junto a mi casa, en un paraje bastante espacioso, donde había reunida una muchedumbre de chiquillos en pleno juego. Unos reían, otros jugaban, muchos blasfemaban. Al oír aquellas blasfemias, me metí en medio de ellos para hacerlos callar a puñetazos e insultos. En aquel momento apareció un hombre muy respetable, de varonil aspecto, noblemente vestido. Un blanco manto le cubría de arriba abajo. Pero su rostro era luminoso, tanto que no se podía fijar en él la mirada. Me llamó por mi nombre y me mandó ponerme al frente de aquellos muchachos, añadiendo estas palabras: —No con golpes, sino con la mansedumbre y la caridad, deberás ganarte a estos amigos tuyos. Ponte, pues, ahora mismo a enseñarles ha fealdad del pecado y la hermosura de la virtud” (M.O. 22-23).


2. Pequeño educador

“Muchas veces me habéis preguntado a qué edad comencé a preocuparme de los niños. A los diez años hacia lo que era compatible con esa edad: una especie de Oratorio Festivo. Escuchad.

Era yo aún muy pequeño y ya estudiaba el carácter de mis compañeros. Miraba a uno a la cara y ordinariamente descubría los propósitos que tenía en el corazón. Por esto los de mi edad me querían y me respetaban mucho. Todos me elegían para juez o para amigo. Por mi parte, hacía bien a quien podía y mal a ninguno. Los compañeros me querían con ellos, para que, en caso de pelea, me pusiera de su parte. Porque, aunque era pequeño de estatura, tenía fuerza y coraje para meter miedo a los compañeros de mi edad. De tal forma que, si había peleas y disputas, si había riñas de cualquier género, yo era el árbitro de los contendientes y todos aceptaban de buen grado la sentencia que yo dictaba.

Pero lo que los reunía junto a mí y les arrebataba hasta la locura eran mis narraciones. Los ejemplos que oía en los sermones o en el catecismo, la lectura de los libros, como los Pares de Francia, Guerino Maschino, Bertoldo y Bertoldino, me prestaban argumentos.

Durante la estación invernal me reclamaban en los establos para que les contara historietas. Allí se reunía gente de toda edad y condición, y todos disfrutaban escuchando inmóviles durante cinco o seis horas al pobre lector de los Pares de Francia que hablaba como si fuera un orador, de pie sobre un banco para que todos le viesen y pudiesen oír. Y como se decía que iban a escuchar el sermón, empezaba y terminaba las narraciones con la señal de la cruz y el rezo del Avemaría.

Durante la primavera, en los días festivos principalmente, se reunían los del vecindario y algunos forasteros. Entonces la cosa iba más en serio. Entretenía a todos con algunos juegos que había aprendido. Había en ferias y mercados, charlatanes y volatineros a quienes yo iba a ver. Miraba atentamente sus más pequeñas proezas y volvía a casa y las repetía hasta aprenderlas. Imaginaos los golpes, revolcones, caídas y volteretas a que me exponía vez por vez...

¿Os lo creeréis? A mis 11 años hacía juegos de manos, daba el salto mortal, hacía la golondrina, caminaba con las manos, andaba, saltaba y bailaba sobre la cuerda como un profesional.

Por lo que se hacía los días festivos lo comprenderéis fácilmente.

Había en I Bechi un prado en donde crecían entonces algunos árboles, de los que todavía queda un peral que en aquel tiempo me sirvió de mucho. Ataba a este árbol una cuerda que anudaba en otro más distante. Luego, una mesita con la bolsa y una alfombra en el suelo para dar saltos. Cuando todo estaba listo y el público ansioso por lo que iba a venir, invitaba a todos a rezar la tercera parte del rosario, tras la cual se cantaba una letrilla religiosa. Acabado todo esto, subía a una silla y predicaba. O mejor dicho, repetía lo que recordaba de la explicación del Evangelio que había oído por la mañana en la iglesia. O también contaba hechos y ejemplos oídos o leídos en algún libro. Terminado el sermón, se rezaba un poco y enseguida venían las diversiones. En aquel momento hubierais visto al orador, como antes dije, convertirse en charlatán profesional. Hacer la golondrina, ejecutar el salto mortal, caminar con las manos en el suelo y los pies en alto, echarme a continuación al hombro las alforjas y tragarme monedas para después sacarlas de la punta de la nariz de éste o de aquel espectador. Multiplicar pelotas y huevos, cambiar el agua en vino, matar y despedazar un pollo para hacerle luego resucitar y cantar mejor que antes... Estos eran los entretenimientos ordinarios... Andaba sobre la cuerda como por un sendero: saltaba, bailaba, me colgaba de un pie, de los dos, ya con las dos manos, ya con una sola” (M. O. 27-30).

Ya advertimos en esta excepcional condición de líder juvenil cómo florece y se desarrolla cada vez más claramente, más definitivamente, su potente vocación de educador cristiano, de futuro sacerdote.

Por este ideal sacrificará sus años de adolescente entregándose al trabajo, a la pobreza, a pesar de la incomprensión de su hermanastro Antonio. Incluso cuando encuentra en Don Calosso, que dirige la capellanía lejana de Murialdo, un maestro y guía excepcional, no faltan las estrecheces económicas y la tosquedad fraterna.

“Mientras duró el invierno y los trabajos del campo no urgían, Antonio dejó que me dedicara a las tareas de la escuela, pero en cuanto llegó la primavera comenzó a quejarse, diciendo que él debía consumir su vida en trabajos pesados mientras que yo perdía el tiempo haciendo el señorito. Tras vivas discusiones conmigo y mi madre, se determinó, para tener paz en casa, que por la mañana iría temprano a la escuela y que el resto del día lo emplearía en trabajos materiales.

Pero ¿cómo estudiar las lecciones? ¿Cuándo haría las traducciones? Escuchad. La ida y vuelta de la escuela me proporcionaba algún tiempo para estudiar. En cuanto llegaba a casa, agarraba la azada en una mano y en la otra la gramática y camino del trabajo estudiaba: “qui, quae, quod”..., etc. Hasta que llegaba al tajo. Allí daba una mirada nostálgica a la gramática, la colocaba en un rincón y me disponía a cavar, a escardar, a recoger hierbas con los demás, según la necesidad. A la hora en que los demás merendaban yo me iba aparte. Y mientras en una mano tenía el pan que comía, con la otra mano sostenía el libro y estudiaba. La misma operación hacía al volver a casa. Y para hacer mis deberes escritos, el único tiempo de que disponía era durante las comidas y las cenas, más algún hurto hecho al sueño” (M.O. 37-38).


3. En la escuela. Sastre y músico

Solamente después que la madre, con la división de los bienes paternos, resolvió el grave problema de la discordia familiar, Juan pudo comenzar su asistencia a la escuela de Castelnuovo con una cierta regularidad (1830-31). Diariamente recorría veinte kilómetros a pie (M.O. 45). La necesidad de alojarse en una especie de pensión sin suponer un peso para el presupuesto familiar, puso al futuro organizador de las Escuelas Profesionales de canto y música en la oportunidad de iniciarse en ese arte ampliando así las propias competencias en el campo del trabajo: de la agricultura pasaría a la artesanía.

“Me pusieron a pensión con un buen hombre que se llamaba Juan Roberto, sastre de profesión, muy aficionado al canto gregoriano y a la música vocal. Como tenía bastante buena voz, me entregué con ardor al arte musical, de modo que en pocos meses logré formar parte del coro y ejecutar los solos con éxito. Deseando además ocupar las horas libres en alguna otra cosa, me puse a hacer de sastre. En poquísimo tiempo aprendí a pegar botones, a hacer ojales, costuras simples y dobles. Aprendí a cortar calzoncillos, camisas, pantalones, chalecos, y me parecía que era ya todo un señor sastre” (M.O 45).

En Chieri, donde entre 1831 y 1835 asistió regularmente a las clases de gramática, humanidades y retórica, encuentra la forma de desarrollar juntamente las innatas cualidades pedagógicas, la gran inteligencia y amor a la cultura y su gran versatilidad de ingenio y de aptitudes.

Una característica demostración de sus verdaderamente excepcionales dotes de educador son las fáciles e inmediatas simpatías entre profesores y alumnos, su capacidad de relación, de amistad, de ayuda en el estudio. De esta forma acaba siendo un hábil “repetidor” para el hijo de su patrona y especialmente su educador, llevándole a metas extraordinarias en el estudio y en el propio carácter (M.O. 51).

De su generosidad en el campo escolar y de una acuciante necesidad de amistad constructiva y educadora nace aquella asociación juvenil llamada “Sociedad de la Alegría”.


4. La “Sociedad de la Alegría”

Los compañeros “comenzaron a venir para jugar, luego para oír historietas y para hacer los deberes escolares. Finalmente, venían porque sí, como los de Murialdo y Castelnuovo”.

“Para darles algún nombre, acostumbrábamos a denominar aquellas reuniones “Sociedad de la Alegría”, nombre que venía al pelo, ya que era obligación estricta de cada uno buscar buenos libros y suscitar conversaciones y pasatiempos que pudieran contribuir a estar alegres. Por el contrario, estaba prohibido todo lo que ocasionara tristeza, de modo especial las cosas contrarias a la Ley del Señor. En consecuencia, era inmediatamente expulsado de la Sociedad el blasfemo, el que pronunciase el nombre de Dios en vano o tuviera conversaciones malas. Así colocado a la cabeza de una multitud de compañeros, se pusieron estas bases de común acuerdo:

- El que forma parte de la Sociedad de la Alegría debe evitar toda conversación y toda acción que desdiga de un buen cristiano.
- Exactitud en el cumplimiento de los deberes escolares y religiosos.

Todo esto contribuyó a granjearse el aprecio, al extremo de que en 1832 mis compañeros me honraban como a un capitán de un pequeño ejército. Por todas partes me reclamaban para animar las diversiones, hacerme cargo de los alumnos en sus propias casas, y también para dar clases y repasar a domicilio” (M.O. 52-53).


5. Progreso muy notable en los estudios de Humanidades

“Terminé, pues, el año de Humanidades (último de Básica) con bastante éxito, de forma tal que mis profesores, especialmente Don Pedro Banaudi, me aconsejaron que pidiera examen para pasar a la filosofía. Y lo aprobé. Pero como me gustaba el estudio de las letras, pensé que me iría bien seguir los estudios con regularidad y hacer la retórica en el curso 1834-35” (M.O. 58).

“Como mi memoria era excelente, retenía una gran parte de los poetas clásicos de forma especial. Dante, Petrarca, Tasso, Parini, Monti y otros muchos me resultaban tan familiares que podía citarlos a placer” (M.O. 70).

“No os oculto que habría podido estudiar más, pero recordad que con atender en clase tenía suficiente para aprender lo necesario. Tanto más cuanto que entonces yo no distinguía entre leer y estudiar y podía repetir fácilmente el argumento de un libro leído o expuesto por otro. Además, como mi madre me había acostumbrado a dormir más bien poco, podía emplear dos tercios de la noche en leer libros a ml placer y dedicar casi todo el día a trabajos de mi libre elección, como dar repasos o lecciones particulares, cosas que, aunque me prestaba a hacerlas por caridad o por amistad, no pocos me las pagaban.

Había por aquel tiempo en Chieri un librero judío de nombre Elías, con quien me relacioné asociándome a la lectura de los clásicos italianos. Pagaba un sueldo por cada volumen, que devolvía una vez leído. Leía en un día un volumen de la Biblioteca Popular. El año último de Básica lo empleé en la lectura de los clásicos latinos y comencé a conocer a Cornelio Nepote, Cicerón, Salustio, Quinto Curcio, Tito Livio, Cornelio Tácito, Ovidio, Virgilio, Horacio y otros... Yo leía aquellos libros por diversión y me gustaban como si los entendiese totalmente. Solo más tarde me di cuenta de que no era cierto, puesto que, ordenado sacerdote, habiéndome puesto a explicar a otros aquellas celebridades clásicas, entendí que solamente después de mucho estudio y gran preparación se alcanza el sentido justo y su calidad literaria” (M.O. 77-78).

Un ritmo de estudio tan fervoroso continuará y hasta se intensificará más tarde en los cursos del liceo y de la teología en el seminario de Chieri (1835-1841). De este periodo él recuerda la predilección por el griego, el francés y el hebreo. (M.O. 111-112).


6. Trabajo y alegría

Durante sus estudios elementales se iba acentuando su actitud educativa característica, fundamentada sobre una robusta convicción religiosa. Don Bosco recuerda a propósito que “en aquellos tiempos la religión era una parte fundamental de la educación” (M.O 54.) Concretamente, se expresaba en las formas originales de la alegría, del juego, del trabajo.

“Después de los deberes escolares —dice refiriéndose al café Pianta—, quedándome bastante tiempo libre, me ocupaba en la lectura de los clásicos italianos o latinos y me dedicaba durante otro espacio de tiempo a fabricar licores y confituras. A la mitad de aquel año yo estaba en disposición de preparar café y chocolate, conocer las regias y proporciones para lograr toda clase de dulces, licores, refrescos, helados... (M.O. 62-63)

También durante las vacaciones del seminario se mantiene vivo este interés por el trabajo, por las ocupaciones manuales, índice todo ello de una mentalidad poco inclinada a la especulación, toda empapada de sentido práctico y de voluntad creativa, realizadora.

Empleaba las vacaciones en “leer y escribir. Pero no sabiendo todavía lograr un provecho absoluto de mis días perdía muchos de ellos sin fruto. Trataba de matar el tiempo con algún trabajo mecánico. Hacía husos, clavijas, trompos, bochas o bolas al torno. Cosía sotanas, cortaba zapatos, trabajaba el hierro, la madera. Aún existe en mi casa de Murialdo un escritorio y una mesa con algunas sillas que recuerdan las obras maestras de aquellas mis vacaciones. Me ocupaba asimismo en segar hierba en el prado, en recoger trigo en el campo, en deshijar y desnietar las vides, vendimiar, sacar el vino y cosas semejantes. Me ocupaba también de mis jóvenes de siempre, pero esto no lo podía hacer nada más que en los días festivos” (M.O. 95-96).

En sus estudios de Chieri, Don Bosco intensifica, en medio de un ambiente más favorable a los estudios, el gusto por los juegos, el canto, el teatro... “En medio de mis estudios y entretenimientos diversos, como el canto, música instrumental, teatro, etc. —en todo lo que participaba cordialmente—, había aprendido además varios juegos diferentes. Como tejos, saltos, carreras, naipes, zancos... En estas diversiones tan del agrado común, si bien no era una celebridad, ciertamente no me encontraba entre los mediocres>> (M.O. 69-70).

Particularmente experto en juegos de prestidigitación, le acarrearon algunas consecuencias fácilmente imaginables y hasta alguna vez fue acusado de magia y ocultismo (M.O. 70-73). No dudó, como saltimbanqui capaz de exhibiciones que llenaban de entusiasmo a los espectadores, en retar con formidable competencia a los profesionales del ramo... (M.O. 74-77).


7. Sacerdote educador

Cuando el 5 de junio de 1841 Don Bosco recibía en Turín la ordenación sacerdotal y al día siguiente celebraba su Primera Misa, se puede decir que los rasgos más geniales de su vocación de educador ya habían aflorado, germinalmente si se quiere, pero con seguridad.

Los tres años transcurridos en el “Convitto” eclesiástico turinés bajo la dirección de Don José Cafasso, moralista y santo de excepción, constituyeron un período de perfeccionamiento en su preparación, más severa desde el punto de vista religioso y sacerdotal y al mismo tiempo, providencialmente, una pista de lanzamiento para su misión.

En los años 1841-1844 —desde el primer encuentro con Bartolomé Garelli el 8 de diciembre de 1841—, con las visitas a las cárceles, la progresiva atención a los jóvenes “ex-corrigendi”, a los obreros, a los aprendices, a “jóvenes pobres y abandonados”, la misión de Don Bosco se concretará siempre más dando a su aurora educativa contornos más precisos y comprometidos pero dentro del estilo de sus comienzos.

Con el surgir del Oratorio, tan lleno de contrariedades y sufrimientos, la persona de Don Bosco llegara a identificarse con una nueva y recia realidad educativa, con un nuevo estilo pedagógico (1841-1888).

Pero antes de que entremos en el secreto de este estilo es preciso ofrecer algunos datos acerca de la obra y el tiempo en que se afirma y se define su personalidad.


8. Algunos datos y fechas

Nos limitaremos necesariamente a escasas indicaciones esquemáticas, para comprender la evolución en la historia de esta vocación germinal.

Después de las peripecias del Oratorio en el primer bienio de vida organizada (1844-1846) tiene lugar la definitiva organización sistemática de la Obra en el arrabal turinés de Valdocco (Pascua, 12 abril 1846). Progresiva elaboración del Reglamento, pergeñado en 1847, impreso en 1852 por primera vez, revisado todavía en 1854-55 y publicado definitivamente en 1877.

- 1847: fundación de la Compañía de San Luis, del Oratorio de San Luis y del primer Asilo-Escuela (M. del 0. 196, 202, 199).
- 1853: comienza la publicación de las “Lecturas Católicas”. Talleres internos para jovencitos artesanos (M. del 0. 240).
- 26 enero 1859: los primeros colaboradores de Don Bosco comienzan a llamarse “Salesianos”.
- 18 diciembre 1859: fundación de la Congregación Salesiana, sociedad religiosa de educadores.
- 1863-1864: apertura respectivamente del colegio de Mirabello-Monferrato y el de Lanzo Torinese, primeras obras educativas de Don Bosco fuera de la ciudad de Turín.
- 1869-1874: se aprueban definitivamente la Congregación Salesiana y sus correspondientes Constituciones.
- 1872-1874: organización de la segunda Familia educadora, el Instituto de las Hijas de Maria Auxiliadora.
- 1875: primera expedición de Misioneros. Comienzo de la expansión mundial de la obra de Don Bosco.
- 1888, 31 de enero: muerte del santo.
- 1934, 1 de abril: Don Bosco es canonizado.

Hoy su genial creación educativa se traduce en obras colosales repartidas bajo todos los cielos.

• Oratorios Festivos y diarios.
• Escuelas Profesionales.
• Escuelas Agrícolas.
• Escuelas de Enseñanza Básica.
• Obras de asistencia especial (emigrantes, colonias, etcetera).
• Parroquias, Misiones.
• Librerías, editoriales, emisoras...
• Hospitales, orfanatos...

Una particular naturaleza humana. Una especial familia espiritual Pedro Braido, Don Bosco al alcance de la mano Cap. 1 
(fuente: www.donbosco.org.ar)

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