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viernes, 1 de marzo de 2013

¿Creemos en Jesús o tenemos falta de fe?

“Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: "¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?". Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo. Por eso les dijo: "Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa". Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de fe. Jesús recorría las poblaciones de los alrededores, enseñando a la gente.”
(Marcos 6,1-6)

Jesús volvió a Nazareth junto con sus discípulos. El sábado, según la práctica obligada de todo judío, se puso a enseñar en la sinagoga. La costumbre era que se invitase a un hombre a leer y comentar las Escrituras. El jefe de la sinagoga le confía este papel a Jesús. Marcos no indica el tema de la homilía, pero sí señala el asombro que provoca en Jesús la incredulidad de los oyentes. ¡Cuánto dolor y preocupación en el corazón de Jesús! El numeroso auditorio se maravillaba, preguntándose: "¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?". Y se escandalizaban de Él.

No hay dudas de que cuando en el Evangelio aparecen esta lista de primos y primas de Jesús, aparecen al modo oriental de expresarse, hermanos y hermanas, la familia grande de Jesús que todos conocían porque allí se había criado. Jesús vuelve a encontrarse ahí con toda la “parentela”, así como con amigos y vecinos. Pero Jesús es mal visto por sus cercanos. Sin embargo, Jesús tiene ahora una nueva familia, los discípulos, los que escuchan sus palabras y tienen fe en Él. Por eso Jesús les dice: "Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa".

Y a mí me llama la atención que diga que “no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos.” Esta imposibilidad de hacer milagros no es porque no tenga ya poder para hacerlos, sino que se relaciona con la falta de fe, porque el milagro supone la fe. No se trata de una condición, como si la confianza del enfermo condicionara la curación. Así, el milagro ya no tendría significación. La fe es necesaria para comprender el milagro, para recibirlo, para descubrir lo que Jesús está obrando en aquél a quien está curando. Es la misma fe que hoy nosotros necesitamos para comprender cada uno de los signos de Jesús en el Evangelio y no confundirnos cuando pedimos el milagro para nuestra vida.

Jesús se admiraba de la incredulidad de la gente. Y esto es un fenómeno que también estamos viviendo hoy. Vemos falta de fe, crisis de fe. Y vemos a Jesús en el Evangelio confrontando esa situación. A veces podemos creer que la falta de fe proviene solamente de un error de enseñanza, creer que ya no se enseña bien la religión ni se habla bien de Dios. Y hacemos algún análisis crítico de la manera en que cada día enfrentamos la obra de evangelización. Pero cuando Jesús en persona enseñaba, cuando estaba en su propio pueblo -que lo había visto crecer, con plena seguridad como buen vecino, como buen testigo y observante de la ley de Dios- tampoco Jesús lograba hacerse comprender. ¡Qué misterio éste de la fe! Sabemos que es un don de Dios, que necesita formarse, ir creciendo, fortaleciéndose; y también necesita de un corazón abierto.

A veces no podemos entender por qué algunos amigos o familiares no tienen fe, si fueron viendo nuestro testimonio y nuestro camino de fe... Y sin embargo, vemos esta incredulidad también a nuestro alrededor.

Podemos aprovechar este texto para orar, pidiéndole al Señor que nos fortalezca y nos ayude a crecer en la fe, a confiar y a creer en todo lo que Jesús nos enseña.

Jesús se extrañó de su falta de fe. Tal vez hubiese sido distinto -y así lo pensaban muchos en la época de Jesús- si hubiera aparecido como un mesías más guerrero y político; quizás lo hubieran escuchado más. Son la excusas que también nosotros tenemos en nuestras crisis de fe: si se manifestara de esta o aquella manera, podría creer en Jesús...

Nosotros somos ahora los cercanos a Jesús, quienes escuchamos su Palabra y participamos de su Eucaristía. ¿Creemos en Él, o también estará admirándose de nuestra falta de fe?

Reconocer en Jesús al Mesías no es tarea fácil. Solamente quien cree, lo reconoce, acepta su Palabra, admira sus obras. Muchos miran sin ver y oyen sin escuchar. La Palabra de Jesús sigue desconcertando, sigue siendo piedra de tropiezo -como profetizara Simeón a María- sus obras crean conflictos y oposición. Pero estas contradicciones nos ayudan a crecer y a madurar, nos ayudan en nuestro camino de conversión. La fe adulta no evita las preguntas, ni las crisis, ni la oscuridad. Acercarnos al corazón de Jesús doliente por la no aceptación a causa de la falta de fe, nos ayuda a vivir con realismo lo de todos los días: a medida en que avanzamos en el camino de ser discípulos de Jesús, muchas veces quedamos solos, experimentamos la incomprensión. Pero es una soledad habitada por el corazón amoroso del Padre que nos regala a Jesús.

El texto finaliza diciendo que Jesús continuó su camino: salió de su tierra, seguido por sus discípulos, y siguió anunciando la Buena Noticia. Reanuda el contacto con aquellos que están en las sinagogas de Galilea. En la primera ocasión que Jesús entra a una sinagoga, la reacción fue favorable. En la segunda oportunidad (cfr. Marcos 3), intentó liberar al pueblo de la opresión de la ley, especialmente la ley del sábado. La tercera vez, la situación vuelve a ser difícil para Él: siguen sin comprender ni adherir a su Palabra. Sin embargo, Él no se detuvo ni se desanimó y siguió anunciando la Buena Noticia.

Hoy le pedimos al Señor que aumente nuestra fe.

escrito por el P. Gabriel Camusso 
(fuente: www.radiomaria.org.ar)

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