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jueves, 7 de marzo de 2013

La Cuaresma: un “no” a nosotros mismos, y un “sí” a Dios

Moisés condujo a los hebreos desde la esclavitud de Egipto hacia la libertad de la Tierra Prometida. Durante 40 años, erraron por el desierto. La temporada de Cuaresma dura sólo 40 días simbólicos, pero, si vivimos su espíritu con provecho, debe significar un Éxodo también para nosotros, pues la Cuaresma nos desafía a salir de nosotros mismos para que podamos abrirnos —con un confiado abandono— al abrazo misericordioso de nuestro Padre amoroso y compasivo.

Al mismo tiempo, la observancia provechosa de la Cuaresma nos ayudará a abrirnos a otros en sus necesidades, de modo que, habiendo experimentado la misericordia de Dios, aprendamos cómo ser misericordiosos. La Cuaresma, por lo tanto, es un llamado para que aquellos de nosotros que nos hemos centrado excesivamente en nosotros mismos, que nos hemos vuelto demasiado conscientes de nosotros mismos, nos centremos más en Cristo y nos volvamos más conscientes de Cristo.

Nuestra jornada cuaresmal es también una conmemoración de nuestro bautismo. El bautismo, es un “paso” o sea “pascua” de la muerte hacia la vida, de la esclavitud hacia la libertad, del “Egipto” de este mundo hacia la Tierra Prometida del reino de Dios. Haber querido ser bautizado fue haber querido ser santo. Por esta razón, en el Domingo de Pascua todos seremos llamados a renovar nuestras promesas bautismales. Renovar nuestras promesas bautismales, por lo tanto, significa volver a comprometernos con esa búsqueda de la santidad que debe ser lo que nuestra vida en Cristo signifique para nosotros como cristianos, como católicos. Si buscamos la santidad, como el Papa Juan Pablo II nos recordó, entonces “sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial.” Con ese fin, la Iglesia nos propone algunas tareas específicas durante estos 40 días: orar, ayunar y dar limosnas. Yo diría que estas tres tareas son como las patas de un trípode: nuestra observancia de la Cuaresma debe apoyarse en las tres patas. Mediante la oración, el ayuno y las limosnas, debemos trabajar para resolver “aquellos contrasentidos” de nuestra vida que nos apartan de la búsqueda de la santidad.

Tenemos que orar —pues toda relación sólo puede crecer mediante la comunicación. Nuestra amistad con Dios se enfriará si no Le hablamos en ese diálogo que es la oración.

Tenemos que ayunar —pues antes de que podamos decirle “sí” a cualquier cosa o a cualquier persona, tenemos que ser capaces de decirnos “no” a nosotros mismos; de otro modo, nuestros apetitos derrotarán a todas nuestras buenas intenciones.

Y tenemos que dar limosnas, incluso cuando —y quizás especialmente cuando— los pronósticos económicos sigan siendo un poco sombríos. Dar limosnas es una manera específica de ayudar a los necesitados, a aquellos que han sido más afectados que nosotros por los reveses económicos. Es también una forma de abnegación que nos libera de nuestro apego a los bienes terrenales. Después de todo, no somos los dueños, sino los administradores de todos los bienes que poseemos.

La campaña ABCD, que da apoyo a las obras corporales y espirituales de misericordia en nuestra Arquidiócesis, es una de las maneras en que podemos distribuir nuestras limosnas. Apoyar la campaña ABCD puede ser una forma eficaz de dar limosnas durante la Cuaresma, y a lo largo del año.

Decirnos “no” a nosotros mismos mediante algún tipo de ayuno y de limosnas durante la Cuaresma, decir “no” al hábito de pecar mediante la confesión durante esta Cuaresma, no es sino ayudarnos nosotros mismos a decirle “sí” a Dios, “sí” a su misericordia y su compasión, “sí” a Su plan para nuestras vidas —que consiste en liberarnos de la esclavitud del pecado para que recibamos la promesa de la nueva vida de la gracia.

Durante el Éxodo de esta Cuaresma, miremos fijamente la imagen de Cristo traspasado en la cruz por nuestros pecados. Es desde la cruz, al dar su “sí” al Padre, Jesús nos revela en toda su plenitud el poder de la misericordia y el amor de nuestro Padre celestial. Su cruz sigue siendo el único medio para que hagamos ese “paso” hacia el misterio de Su misericordia y de Su amor —pues sólo a través de Él, con Él y en Él, gracias al agua y la sangre que se derramaron de su costado, nos reconciliamos con el Padre y alcanzamos el perdón de nuestros pecados.

(fuente: www.miamiarch.org)

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