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domingo, 18 de enero de 2009

"Hemos encontrado al Mesías"

Lectura del Santo Evangelio según San Juan (Jn 1, 35-42)

En aquel tiempo,estaba Juan el Bautista con dos de sus discípulos, y fijando los ojos en Jesús, que pasaba dijo: "Este el Cordero de Dios". Los dos discípulos, al oír estas palabras, siguieron a Jesús. El se volvió hacía ellos y viendo que lo seguían, les preguntó: "¿Qué buscan?" Ellos le contestaron;"¿Dónde vives, Rabí?" (Rabí significa "maestro"). El les dijo "Vengan a ver". Fueron pues, vieron donde vivía y se quedaron con él ese día. Eran como las cuatro de la tarde. Andrés hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron lo que Juan el Bautista decía y siguieron a Jesús. El primero a quien encontró Andrés, fue a Simón Pedro, y le dijo: "Hemos encontrado al Mesías" ( que quiere decir el "Ungido"). Lo llevó donde estaba Jesús y éste fijando en él la mirada, le dijo: "Tú eres Simón hijo de Juan. Te llamaras Kefas" (que significa Pedro, es decir "roca").

Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús.


San Juan Bautista preparaba al mundo de su época y de su región para el momento de la revelación de Jesucristo, el Mesías prometido, esperado por el pueblo de Israel.

En esa preparación del camino del Mesías, San Juan Bautista predicaba, bautizaba y, además, tenía algunos discípulos.

Hace poco vimos a San Juan Bautista haciéndonos esta bellísima revelación: “Yo no lo conocía (a Jesús, el Mesías prometido), pero Dios, que me envió a bautizar con agua, me dijo también: ‘Verás al Espíritu bajar sobre aquél que ha de bautizar con el Espíritu Santo, y se quedará en él. Pues bien, ¡Y yo lo he visto! Por eso puedo decir que éste es el Hijo de Dios” (Jn. 1, 33-42).
Nos dice el Evangelio que, al día siguiente de esta confesión, estaba Juan Bautista con dos de sus discípulos: Andrés y Juan. Y al ver que Jesús iba pasando, les dijo: “Este es el Cordero de Dios”.

Cuando los dos discípulos oyeron a San Juan Bautista identificar a Jesús como el Mesías tan esperado por el pueblo de Israel y muy especialmente por aquéllos que el Precursor del Señor preparaba para su venida, inmediatamente siguieron a Jesús.

La actitud del Precursor no puede ser más elocuente: San Juan Bautista muestra el Mesías a sus seguidores y él mismo desaparece.

¿Cuál es la enseñanza de este episodio? En el apostolado y en la evangelización, nosotros debemos mostrar continuamente a Jesús y no podemos estar mostrándonos a nosotros mismos. ¿Qué significa esto? Significa que para ser reales portadores y mostradores de Jesús debemos, como el Bautista, desaparecer también nosotros.

En las actividades religiosas corremos el riesgo de querer lucirnos, de buscar poder, de pretender ser apreciados por lo que hacemos.

Pero la enseñanza de San Juan Bautista es muy importante: debemos disminuir para que el Señor crezca; debemos opacarnos para que el Señor brille; debemos desaparecer para que el Señor se muestre.

Así otros podrán reconocer a Jesús como el Salvador y seguirlo como lo siguieron Juan y Andrés. Ellos ni lo pensaron. Enseguida comenzaron a caminar detrás de Jesús. Y éste, al ver que lo seguían, les pregunta: “¿Qué buscan?” Ellos quieren conocer al Mesías y El les pregunta sobre sus intenciones, porque de nada vale seguir al Mesías si no estamos dispuestos a entregarnos a El del todo.

Ellos le preguntan: “¿Dónde vives?” En realidad querían saber dónde buscarlo, cómo reunirse con El, cómo conseguirlo en un momento posterior. Pero Jesús los sorprende, pues de una vez los invita a venir. Nos dice en su Evangelio uno de estos dos discípulos, Juan, que eso sucedió a las cuatro de la tarde y que se quedaron con Jesús el resto del día.

¡Qué emoción la de estos dos jóvenes! Ya no era otro hablándoles del Mesías: era El mismo hablándoles y enseñándoles.

Y luego ellos hacen lo mismo que San Juan Bautista. Andrés fue a buscar a su hermano Simón y le informa que han encontrado al Mesías. Y lleva a Pedro a donde Jesús.

Notemos la cadena: Juan Bautista lleva a Juan y a Andrés a Jesús. Andrés lleva a Pedro. Y así sucesivamente. En esto consiste el apostolado y la evangelización. Unos llevamos a otros a Jesús. Pero para hacer esto, recordemos la enseñanza del Bautista: disminuir, opacarnos, desaparecer ... para que Jesús se muestre.

¿Por qué Cristo es el Cordero?

El Jueves Santo, Jesucristo nos dejó instituido ese “sacramento admirable”: el de su Cuerpo y su Sangre (Corpus Christi). Es el regalo más grande que Jesús nos ha dejado: su presencia viva entre nosotros, todo su ser de Hombre y todo su Ser de Dios, para ser alimento de nuestra vida espiritual, para unirnos a El.

Ese maravilloso regalo nos lo dio el Señor horas antes de morir, durante la Ultima Cena. Los sucesos de esa noche y del Viernes Santo opacan un tanto la alegría de este Regalo que nos dejó el Señor el Jueves Santo.

Pero, veamos qué relación hay entre lo sucedido el Jueves Santo y el Viernes Santo, y el por qué de la Fiesta de Corpus Christi en que la Iglesia recuerda y celebra el Sacramento del Cuerpo de Cristo.

En el Antiguo Testamento se nos describen diferentes tipos de sacrificios, entre éstos, los sacrificios de expiación de los pecados del pueblo, los cuales se hacían sacrificando un cordero.

Sucedió, entonces, que cuando Dios decidió liberar a su pueblo cautivo por los Egipcios, le ordenó a los Hebreos inmolar por familia un cordero “sin mancha, macho, de un año” (Ex. 12, 5), indicándoles marcar con la sangre del cordero sacrificado el dintel de la puerta para que el Angel exterminador los perdonara cuando esa noche viniera a herir a los primogénitos egipcios. Desde ese momento, la sangre del cordero tuvo para los israelitas valor redentor.

Es así como, ese primer Jueves Santo de la historia celebraba Jesucristo con sus Apóstoles la Pascua judía, es decir, la conmemoración de la liberación de Egipto. En esa Cena Pascual se comía –igual que aquella noche antes de salir de Egipto, un cordero sacrificado. Pero sucede algo imprevisto: Jesús, después de comer la cena pascual, sustituye al cordero pascual por Sí mismo. El se entrega como “verdadero Cordero Pascual” (Prefacio de la Misa de Pascua), a ser sacrificado en la Cruz al día siguiente.

Eso es lo que significan las palabras del Sacerdote cuando, presentando la hostia consagrada dice: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Esas palabras ya las dijo antes San Juan Bautista, al identificar a Jesús como el Mesías en la ribera del Jordán: ”Allí viene el Cordero de Dios, el que carga con el pecado del mundo” (cf. Jn. 1, 29).

Pero hay más: en el Antiguo Testamento había otro tipo de sacrificios: los sacrificios de alianza. La Alianza entre Yavé y su pueblo, por el cual éste se comprometía a cumplir lo pedido por Dios, se sella mediante un rito de sangre. Así dice Moisés a los israelitas, una vez hecha la Alianza: “Esta es la sangre de la Alianza que Yavé ha hecho con ustedes, conforme a todos estos compromisos” (Ex. 24, 3-8).

Esa era la “Antigua Alianza”. Pero en la Ultima Cena, al presentar el cáliz lleno de vino, Jesús dice: “Este es el cáliz de la Nueva Alianza, la cual se sella con mi Sangre”. (Ya no era sangre de animales, sino la Sangre del Hijo de Dios la que sella la Nueva Alianza).

Estaba anunciando el Señor su muerte al día siguiente, el verdadero Cordero sacrificado en la Cruz y su Sangre derramada, con la cual sellaría la Nueva Alianza.

El Cuerpo entregado y su Sangre derramada hacen de la muerte de Cristo un sacrificio singular: sacrificio de alianza, que sustituye la Antigua Alianza del Sinaí por esta Nueva Alianza, en la cual el Cordero es Cristo, y en la que no se derrama sangre de animales, sino ¡nada menos! que la del mismo Hijo de Dios.

Y todo este sacrificio de Jesús, para nuestra redención: todo esto por mí y para mí. Y esta Nueva Alianza es perfecta, puesto que Jesús nos redime de nuestros pecados y nos asegura para siempre el acceso a Dios y la posibilidad de vivir unidos a El, mediante la recepción de su Cuerpo y de su Sangre en la Comunión, Sacramento de salvación que nos dejó instituido en el primer Jueves Santo de la historia y que con razón celebra nuevamente la Iglesia en la Fiesta de Corpus Christi.

El significado de este “Misterio de Fe” que es la presencia real de Jesucristo en la Hostia Consagrada y el sentido del sacrificio de Cristo en la Cruz está expuesto de manera elocuente en “La Pasión” de Mel Gibson.

En este filme vemos que, al llegar Jesús al Gólgota, soltando la cruz, mira al cielo. Enseguida cambia la escena a la Ultima Cena cuando le son presentados a Jesús los panes cubiertos con un paño. De inmediato volvemos al Calvario y vemos a Cristo siendo despojado de sus vestiduras.¡El Cuerpo desnudo del Calvario es el mismo Cuerpo del Pan de la Cena: Corpus Christi!

Ya crucificado, antes de ser levantada la Cruz, la película nos traslada al preciso momento de la institución de la Eucaristía. Jesús toma el pan en la mano, lo parte y dice: “Tomen y coman todos de él, porque este es mi Cuerpo que será entregado por ustedes.” Ya su Cuerpo, el mismo que nos había ofrecido en la Ultima Cena –el mismo que nos ofrece en cada Eucaristía- estaba siendo entregado en la cruz.

Luego, mientras la Cruz es levantada, vemos mucha sangre manar del cuerpo de Cristo, y enseguida aparece el flashback de Jesús con el cáliz de vino entre sus manos. Toma un sorbo y dice: “Toman y beban. Este es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la Alianza Nueva y Eterna, que será derramada por ustedes y por todos para el perdón de los pecados. Hagan esto en memoria mía”. Y en ese momento se ve a Juan tomando el vino. Luego se vuelve a la crucifixión, y Jesús sangra aún más.

Tal como lo anunció al presentar el Cáliz en la Ultima Cena: su Sangre es derramada por nosotros para perdonar nuestros pecados; su Cuerpo es entregado por nosotros. Y ese Cuerpo y esa Sangre -los mismos de la Cruz- son el Pan y el Vino consagrados, cuando el Sacerdote pronuncia las mismas palabras de Cristo en la Ultima Cena.

¡Oh misterio inefable! ¡Oh misterio de nuestra fe!

El misterio del Cuerpo y la Sangre de Cristo es un misterio de Amor. Es el Regalo más grande que nos ha sido dado: Dios Padre nos entrega a su Hijo para redimirnos del pecado, para pagar nuestro rescate. ¡Qué precio para rescatarnos! La Vida de Jesucristo, el Cordero de Dios, entregada en la Cruz.

Y esa entrega del Hijo de Dios por nosotros los seres humanos, se nos hace presente en cada Eucaristía. Así, en cada Santa Misa celebrada en cualquier parte del mundo tenemos su Presencia Real y Viva en medio de nosotros, para reconocerlo y adorarlo en la Hostia Consagrada, y para ser alimento de nuestra vida espiritual cuando lo recibimos en la Sagrada Comunión.

¡Oh Regalo infinito! ¡Oh Regalo de Amor!

(fuente: www.homilia.org)

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