Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
En el Evangelio de hoy vemos a Nuestro Señor saliendo en busca de quienes serían sus discípulos, los hombres que lo acompañarían durante su vida pública mientras Él va va anunciando la Buena Nueva.
Juan, El Bautista, ya había cumplido su vocación: debía anunciar y preparar el corazón de la gente para recibir a Jesús, el Mesías prometido a lo largo de tantos siglos, Dios hecho hombre para salvarnos de las terribles consecuencias del pecado.
¿Cómo habrá sido la mirada con la que Jesús invitó a esos hombres como para que ellos inmediatamente dejaran lo que estaban haciendo y lo siguieran?. ¿Qué los habrá movilizado internamente para aceptar sin ningún reparo la invitación de Jesús?.
Leyendo las páginas de los Santos Evangelios se deduce claramente que los que Jesús eligió como sus discípulos no eran los hombres más "populares" de toda Judea, como así tampoco eran hombres con grandes influencias políticas, ni con riquezas patrimoniales, ni eran grandes intelectuales de la época. Nuestro Señor buscó gente sencilla, dispuesta a ser dócil a Su Voluntad y dispuesta a dar su vida por el Reino de Dios.
Jesús los invita a arrepentirse y creer en el Evangelio, lo que implica que deben ser capaces de purificar sus corazones de todas las miserias que los corroen para poder dejar entrar a Dios en sus vidas y, de esta manera, dejarse transformar por Él. Arrepentirse significa renunciar al pecado y al demonio para dejar que Dios sea Dios en la vida de cada uno de nosotros.
Al igual que lo que les sucedió a esos discípulos, todos y cada uno de nosotros tenemos un llamado, una vocación... un "para qué" en esta vida. Nadie está de más en la Creación: Dios permitió que todos nosotros llegáramos a este mundo porque todos formamos parte de su Proyecto.
Este pasaje de las Sagradas Escrituras deben ser una invitación para que cada uno reflexione acerca de su vocación y de la misión que se tiene en este mundo, las cuales deben estar al servicio de Dios y de los demás.
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