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miércoles, 29 de julio de 2009

El poder de la Bendición

Si una persona bendice a Dios, significa que está alabando al Señor.

En la liturgia católica, cada vez que el sacerdote bendice a las personas, ornamentos u objetos religiosos, lo está santificando todo. En otras palabras, bendecir a alguien o a algo, es ponerlo/a en presencia de Dios.

En la Santa Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, abundan ejemplos en donde Dios hace bendiciones, como así también creyentes que bendicen a otros y también personas de fe que bendicen al Señor.

Si una persona bendice a otra, significa que está deseándole el bien en Dios. Se puede bendecir a cualquier persona en todo momento, en voz alta o en silencio.

La bendición en Dios no solo puede provenir de un sacerdote. Cualquier persona creyente tiene el poder de bendecir en el Señor: es muy poderosa la bendición que los padres le pueden hacer a sus hijos en cualquier momento especial. Así como cuando un padre puede ser nocivo para la salud espiritual de su hijo cuando lo descalifica arteramente, la bendición parterna y/o materna es un bálsamo que fortalece en Dios. Los padres deben confiar en Dios y animarse a bendecir a sus hijos cada vez que salen de casa y/o al finalizar el día; si esa bendición es acompañada con una Señal de la Cruz hecha en la frente de sus hijos, mejor aún.

Un buen hábito es bendecir los alimentos. Hacer una oración simple antes de comer, es un hermoso signo de reconocer la bondad de Dios, que nos permite poder alimentarnos. Bendecir la comida es signo de humildad de parte de los comensales que agradecen a Dios por los alimentos recibidos.

Otro buen hábito, tal vez más difícil para un ser humano, es bendecir a aquellas personas con las que no tenemos una buena relación. Cuando somos ofendidos o heridos, la primera reacción que nos puede salir es maldecir a esa persona que nos provoca un mal. La propuesta de Jesús va más allá cuando nos dice: "Yo les digo: amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los maltratan." (Lc. 6, 27-28). Nuestro Señor nos pide este esfuerzo por Amor y nos dio el ejemplo cuando, agonizando en la Cruz y sufriendo dolores indecibles, en vez de renegar de sus verdugos, ruega a su Padre por ellos: "Señor, perdónalos porque no saben lo que hacen".

Por la palabra, todos los seres humanos pueden hacer mucho bien... como también mucho mal. Así como de la boca de una persona pueden proceder una bendición, un cántico de alabanza, una oración, una palabra oportuna de afecto y sabiduría, también puede ser fuente de habladurías destructivas y maldiciones. Cuando una persona envía un mal a otra, ya sea por envidia o rencor, está destruyendo a esa persona... y lo que es peor, luego, ese mal volverá a quien lo envió. Cuando una persona maldice, se convierte en un vehículo de maldad: ¡estemos atentos!, ¡eso no proviene de Dios!, ¡viene directamente del Enemigo!.

Tengamos siempre una bendición en nuestros labios. Pongamos a todos y a todo en manos del Señor: de eso se trata bendecir.

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