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domingo, 2 de agosto de 2009

"Señor, danos siempre de este pan"

Lectura del Santo Evangelio según San Juan (Jn. 6, 24-35)

Cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en bu
sca de Jesús.

Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: «Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?» Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello.»

Ellos le dijeron: «¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?» Jesús les respondió: «La obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado.» Ellos entonces le dijeron: «¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer.» Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo.»

Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan.»
Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed.

Palabra de Dios. Gloria a ti, Señor Jesús.

Mucha gente lo sigue a Jesús. Pero Él percibe cuales son las motivaciones de muchos de sus seguidores. Es por eso que Nuestro Señor los invita a purificar sus intenciones para ir tras sus pasos y trata de explicar el porqué de sus milagros, no quiere ser tomado como un alquimista o un mago. Los prodigios que Él hacía fueron para mostrar a un Dios cercano a la raza humana.

Ante aquella gente, Jesús vuelve a presentarse como el Mesías, el Ungido que el Padre prometió durante siglos después de que los primeros seres humanos se fueron del Paraíso.

Cristo nos invita a mirar más allá: no pensar tanto en lo inmediato y tener nuestra mirada centrada en Dios, en Él. Es por ello que nos dice que busquemos el Pan de Vida. Hace una analogía entre el maná que los judíos comieron en el desierto y su propia entrega por la salvación de la humanidad entera. En Jesús es que podemos encontrar la Vida Eterna, la Felicidad Plena.

Nuestra Madre Iglesia mantiene vivo el sacrificio de Jesús en la Eucaristía. En cada Misa se revive la donación plena que Jesús realizó en la Última Cena. Los creyentes estamos invitados por el Señor para unirnos a Él en la comunión, ese hermoso sacramento por el cual podemos ser uno en Cristo. A su vez, en cada templo católico se conserva el Santísimo Sacramento en el Sagrario, guardado en un rincón siempre especial, en donde Jesús espera ser visitado.

En la Eucaristía, Dios sale al encuentro de cada uno de nosotros, está en uno responder a su invitación.

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