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sábado, 12 de marzo de 2011

Así definió el Papa Juan Pablo II a San Luis Orione

Don Orione se nos presenta como una maravillosa y genial expresión de la caridad cristiana.

Es imposible sintetizar en pocas frases la vida infatigable y a veces dramática de aquel que se definió, humildemente pero sagazmente: «el changador de Dios». Pero podemos decir que él fue por cierto una de las personalidades más eminentes de este siglo por su fe cristiana abiertamente vivida.

Fue Sacerdote de Cristo, total y alegremente, recorriendo Italia y América Latina, consagrando la propia vida a aquellos que más sufren, a causa de la adversidad, de la miseria, de la maldad humana. Basta recordar su poderosa presencia entre las víctimas del terremoto de Messina y de la Mársica. Durante aquella dura prueba, se vio entre las ruinas humeantes y entre las víctimas doloridas la heroica figura de Don Orione. Este humilde y pobre sacerdote, intrépido e incansable, se volvió testimonio vivo del amor de Dios. Él entra a formar parte de la larga fila de testigos que con su conducta manifestaron algo más que una solidaridad simplemente humana, endulzando el sudor amargo de la frente con palabras y hechos de liberación, redención y por lo tanto de segura esperanza.

Pobre entre los pobres, llevado por el amor de Cristo y de los hermanos más necesitados, fundó la Pequeña Obra de la Divina Providencia: los Hijos de la Divina Providencia, las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad, y seguidamente las Sacramentinas Ciegas y los Ermitaños de San Alberto.

Tuvo el temple y el corazón del apóstol Pablo, sereno y sensible hasta las lágrimas, infatigable y valiente hasta el atrevimiento, tenaz y dinámico hasta el heroísmo, afrontando peligros de todo tipo, acercándose a altas personalidades de la política y la cultura, iluminando a los hombres sin fe, convirtiendo a los pecadores, siempre recogido en continua y confiada oración, a veces acompañada por terribles penitencias. Un año antes de la muerte así había sintetizado el programa esencial de su vida: «Sufrir, callar, orar, amar, crucificarse y adorar». Dios es admirable en sus santos, y Don Orione permanece para todos como ejemplo luminoso y consuelo en la fe.

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