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lunes, 23 de mayo de 2011

Hermana Gema Extremo, desde Camboya, tiempo para aprender

Gema Extremo es una salesiana madrileña de 36 años, que desde niña sintió la llamada de ser misionera. Su sueño lo alimentó en el grupo misionero del Colegio San José de Madrid, y lo podía haber realizado como voluntaria de cualquiera de las ONG’s que existen pero no fue así, quiso hacerlo al 100%, dándolo todo y por vida… Es salesiana desde hace 15 años y su sueño misionero lo ha visto cumplido hace apenas tres meses cuando llegó a Camboya para compartir, con las hermanas y con la gente de este país tan diverso al nuestro, su vida. Pero el Señor la esperaba allí. Ha querido compartir con nosotras su experiencia en estos cien primeros días en este país asiático.

"Me pongo frente al ordenador y me imagino que estoy hablando con cada una de vosotras, con cada uno de vosotros, me encantaría escribir personalmente, pero es imposible, como dice una Sor amiga mía… es que tu tienes much@s amig@s. Y es verdad.


Tengo que dar gracias a Dios por haberme traído a este país maravilloso… así lo cantan cada día los niños en la escuela cuando izan la bandera y cantan su himno nacional (cantan con una dulzura especial). Este es tiempo de aprender. Conocer la cultura, el idioma, las costumbres y a las personas. Tiempo de conocer más para amar más en profundidad. Tiempo de aprender, como una niña pequeña a dar mis primeros pasos, a decir mis primeras palabras. Cada día descubro mil cosas nuevas que me sorprenden y me hacen reflexionar y que me llevan a dar gracias a Dios, a alabarle por tantas maravillas que hace en las personas con las que comparto mi vida y en mi vida.


Comparto con vosotros alguna experiencia que he vivido: el gesto de una pequeña, la visita a una familia y el gesto de quitarse las sandalias.


■ A veces salgo al patio a la hora de la salida de los niños, es el tiempo del juego libre, de la espera que alguien venga a recogerte, de compartir con los amigos, de tomar algo de merienda. Los niños son muy cariñosos, y con su mirada, con su saludo, con su sonrisa te están manifestando su acogida, su respeto. A veces te preguntan algo, o te cuentan algo, y como todavía no les entiendo yo les sonrío. Se sorprenden, claro, imagina, ¡alguien así de mayor que todavía no sabe hablar…! Un día llegó una pequeña (tendría unos 7 años) extendió su mano, y dijo algo. En la mano tenía una pequeña mariposa hecha de tela y esponja, muy bonita por cierto, me estaba diciendo que me la regalaba. Me emocionó. Fue un gesto de total gratuidad, espontáneo, creo que cargado de significado para ella, y también para mi. Así descubro el amor de Dios, sorprendiéndome cada día, sin esperarlo, sin merecerlo, y en las pequeñas cosas.


■ Hace semanas estuve con una hermana visitando una zona a las afueras de la ciudad, donde tenemos 20 niños apadrinados... Una zona muy, muy pobre, donde una se puede dar cuenta de que un pequeño gesto de dar unos cuadernos, jabón para lavarse o leche, o algo de dinero para pagar la escuela ya puede dar un sabor diferente a la vida. Me quedo con la familia de la foto. La abuela con los cuatro nietos. Su mamá murió hace cuatro anos, el papá los abandonó, la abuela se ha echo cargo de ellos.


La niña más mayor seguramente venga a una de nuestras casas a estudiar al año que viene... así que se podrá asegurar su formación y la posibilidad de salir de la extrema pobreza. En la inmensidad de la pobreza este solo es un gesto... una pequeña luz. Que alumbremos nuestro entorno con pequeñas buenas obras... para que el bien, el Amor de Dios, pueda llegar a todos los rincones del mundo.


■ Quitarse las sandalias es el gesto más normal para la gente aquí. Nadie entra a una casa sin haber dejado sus sandalias o sus zapatos fuera. Me recuerda este gesto el pasaje de la Biblia cuando Dios dice a Moisés “quita las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra sagrada” (Ex 3,5). Y así también lo estoy descubriendo, entrar en una casa, entrar en la capilla, entrar en la vida de alguien requiere quitarse las sandalias… porque todos ellos son tierra sagrada, tierra habitada por Dios. Pero no sólo físicamente. Quitarse las sandalias es deshacerse de tu forma de ver las cosas, de tus esquemas, es experimentar el contacto de tu cuerpo con el suelo, con la tierra, y poder expresar al otro le respetas, que es importante para ti, que es realmente sagrado para ti.


En esta Pascua viendo a Jesús en la cruz… con los pies desnudos, rezaba y le pedía ser capaz de quitarme mis sandalias, y de ofrecer toda mi vida desde un AMOR pleno y desinteresado como el suyo, hasta DAR LA VIDA, en las pequeñas o grandes cosas de cada día.


Un abrazo grande a cada uno, a cada una. Os quiere.

Gema Extremo, FMA

(fuente: salesianasvocacional.files.wordpress.com)

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