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martes, 16 de agosto de 2011

Don Bosco habla de su familia (Extrato de sus Memorias)

"A hora y media de camino, de Capriglio hacia el noroeste se encuentra Castelnuovo de Asti, escondido entre graciosas colinas, al pie de una de ellas, defendido de los vientos del norte. Limita al este con las pequeñas aldeas de Pino y Mondonio; a mediodía lo embellecen prados y campos fertilísimos; al oeste una colinita lo separa de Moriondo y Lovanzito, aldehuelas muy cercanas; y le hacen corona preciosos viñedos. Cuenta con cinco barrios o pueblecillos: Morialdo, Ranello, Bardella, Nevissano y Schirone.

Las casas se hallan construidas, en gran parte, a caballo de la colina, y en medio se alza la iglesia parroquial. Dista veinticinco kilómetros de Turín, a cuya archidiócesis pertenece, y treinta y cinco de Asti. Cabeza de partido de siete ayuntamientos, contaba en aquellos tiempos con tres mil habitantes, gente industriosa y dedicada al comercio, que ejercía habitualmente con varias ciudades de Europa. Unas canteras de yeso, que existen en su territorio, proporcionaban a la población notables ganancias. Su clima es muy apacible: se respira un aire salubérrimo y, en el verano, un vientecillo continuo y fresco modera los excesivos calores.

La gente, bajo un cielo hermoso y espléndido, es de carácter alegre y abierto, de buena índole y acogedora con los forasteros, que son tratados con la sincera hospitalidad que se admira generalmente en todos los pueblos de la zona de Asti. Casi a medio camino, entre Capriglio y Castelnuovo, en los lindes de un bosque, había un pequeño caserío, llamado I Becchi, perteneciente al barrio de Morialdo."



Francisco Bosco

"Propietario de una de aquellas casitas que, si no tenía el aspecto de probreza absoluta, tampoco daba muestras de ser lugar de comodidades, era un tal Francisco Bosco, nacido el 4 de febrero de 1784. Su escasa fortuna consistía en unas tierras junto a la casa, que él mismo trabajaba para vivir. Como éstas no bastaban para satisfacer todas las necesidades de su familia, cultivaba también, en calidad de quintero, las tierras lindantes, que pertenecían a un tal Biglione, y en ellas había fijado su residencia.

Vivía con su mujer, un hijo pequeño llamado Antonio, nacido el 3 de febrero de 1803, y su anciana madre, a la que trataba con las atenciones que sugiere una tierna piedad filial. Era hombre de carácter amable, excelente cristiano y dotado de gran sentido común para la instrucción religiosa, que cultivaba con la frecuente asistencia al catecismo y a los sermones en la iglesia parroquial. La verdadera sabiduría proviene de Dios y enseña al hombre a no quedarse en vanos deseos y a abandonarse enteramente a las disposiciones de la bondadosísima Providencia Divina."


Francisco sufre la muerte de su esposa y de Don Boscasso

"Entregado por completo a sus trabajos, cuando menos lo esperaba, caía enferma la compañera de su vida, la cual, asistida por el vicario parroquial don José Boscasso, el que había sido encarcelado en la fortaleza de Alessandria en 1800, expiraba el último día de febrero de 1811, fortalecida con los sacramentos de la penitencia y de la extremaunción. A este dolor privado se vino a añadir, aquel mismo año, otro dolor público.

El 11 de noviembre moría repentimiento el propio vicario don Boscasso, a los setenta y cuatro años, y era sepultado en la iglesia del Castillo. Para Francisco, que era hombre muy de iglesia, fué ésta otra gran pérdida. En los pueblecitos campesinos el párroco es natruralmente el padre, el amigo, el confidente, el consolador de sus parroquianos. El conoce a las familias y a cada uno de sus miembros; y éstos, siempre que lo encuentran, le saludan con una alegre sonrisa. Los jovencitos han sido bautizados por él y por él admitidos a la primera comunión; una gran parte de padres y madres se han prometido fidelidad eterna y amor delante de él; los hombres de edad se sirven de los consejos de su prudencia para gobernar a sus dependientes y, a veces, para ejercer cargos públicos con acierto.

No hay casa donde no haya entrado para enjugar los últimos sudores de los moribundos, levantando sus corazones con la esperanza de otra vida llena de felicidad y sin término, y aliviando, al mismo tiempo, el dolor de los parientes. El nacimiento, la vida, la muerte y la sepultura de cada individuo, lo mismo que las alegrías, los dolores y las miserias están siempre unidas al recuerdo del buen Pastor. El conoce los secretos de todos y su ministerio divino le coloca por encima de todos. La muerte de un párroco se siente como la pérdida del jefe de familia y troncha relaciones, confidencias, asuntos delicadísimos, a veces, de forma irreparable. Dado lo aciago de los tiempos, los cristianos más fervorosos pensaban quién podría ser el sucesor del vicario difunto."




Napoleón ataca a la Iglesia Católica

Ya había sido promulgado el nuevo código, compilado por Napoleón, al cual él mismo llamaba arma poderosa contra la Iglesia. En Italia surgían por todas partes y se propagaban las logias masónicas, favorecidas por el gobierno imperial. Se dispersaba a los religiosos; se cerraban los conventos, a los que acudían los fieles con tanta confianza; se confiscaban y vendían los bienes eclesiásticos. Los desórdenes morales crecían en las poblaciones y no surgía casi ninguna vocación eclesiástica.

Napoleón Bonaparte
La libertad de culto concedía al error los mismos derechos irrenunciables que a la verdad; se abolían las inmunidades eclesiásticas; se prescribía en los seminarios la enseñanza de las máximas galicanas, que atentaban contra los sagrados derechos del Romano Pontífice; leyes especiales y severísimas se dictaban contra los miembros del clero que desaprobaban algún acto del Gobierno; los obispos eran considerados como servidores del Emperador y se sustraían de su vigilancia las escuelas, para que las mentes juveniles fueran empapándose de los ideales e intenciones políticas y de las aberraciones religiosas de quién regía el Estado. Pío VII seguía prisionero en Sanova.

Además de estas dificultades de orden general, había otras inherentes al oficio del párroco, que había de ser hombre de gran prudencia y celo apostólico. Se le obligaba a difundir y explicar un catecismo complicado por orden de Napoleón para todas las diócesis del Imperio: catecismo lleno de inexactitudes, de máximas heréticas, de añadiduras taimadas, con no pocas omisiones; catecismo que indirectamente atribuía al Soberano autoridad, aun en materia religiosa.

El párroco no podía predicar, ni directa ni indirectamente, contra otros cultos autorizados por el Estado. Se le prohibía bendecir el matrimonio de quien no lo hubiera contraído antes civilmente. Los mienbros de la administración de los bienes parroquiales necesitaban la aprobación por parte del gobierno. El obispo, si bien consevaba el derecho de nombrar e instituir al párroco, no tenía poder para darle la institución canónica, antes de que el nombramiento, mantenido en secreto, no hubiera sido presentado a la aprobación imperial, a través del ministro del culto. Y el párroco nombrado no podía entrar en funciones, sin haber prestado el juramento prescrito en manos del gobernador."




Francisco y Margarita

"Pero volvamos a Francisco Bosco. Se encontraba seriamente preocupado por no poder, a causa de sus apremiantes trabajos, atender a su madre y cuidar de su único hijo que rayaba en los nueve años. Por esto, se decidió a casarse en segundas nupcias.

Como iba con frecuencia a Capriglio, conocia las virtudes domésticas, nada comunes, de Margarita Occhiena. Margarita no mostraba ninguna propensión a desposarse. Ocupada en los trabajos de casa y del campo, siempre retirada y ajena a toda expansión y esparcimiento, evitaba mezclarse en las alegres tertulias en que tomaban parte, los días festivos, hasta las personas más honestas.

Contaba ya veinticuatro años. Tenía el deseo de permanecer siempre así, en casa, para asistir a su padre y a su madre en la vejez. Pero el Señor la había destinado al estado conyugal. Francisco la pidió por esposa. Margarita, antes de dar su consentimiento, puso alguna dificultad, manifestando el disgusto que sentía al tener que dejar la casa paterna. Su padre aprobaba y aconsejaba la unión. Aunque de edad algo avanzada, decía que se encontraba con fuerzas, de modo que no tenía necesidad de asistencia alguna. Una salud a toda prueba era el envidiable patrimonio de su familia. Él, de hecho, vivió hasta los noventa y nueve años y ocho meses; y su hermano Miguel, más joven, murió a punto de cumplir los noventa. Por otra parte, le quedaban en casa otros hijos e hijas, especialmente una, llamada Mariana, que tenia el propósito de cuidarse de él.

Casa de la Familia Bosco en I Becchi
Margarita, siempre dispuesta a obedecer, se abandonó a la voluntad de su padre. Aquella unión no proporcionaría riquezas, pero era conveniente. El sacramento del matrimonio es grande en Cristo y en la Iglesia, ha dicho San Pablo; y siendo sacramento de vivos, se debe recibir en gracia de Dios. ¡Ay del que empieza su nuevo estado con un sacrilegio! Esta es la razón se tantas desdichas en la familias: porque el sacramento, recibido indignamente, viene a ser para ellas como un pecado original. El sacrilegio acrrea la maldición de Dios. Quien, por el contrario, lo recibe santamente, recordando que esta unión es figura de la unión divina de Jesuscristo con su Iglesia, obtiene la abundancia de la gracia y muchas bendiciones aun temporales: bendiciones para sobrellevar con facilidad el peso de las obligaciones contraídas ante Dios, bendiciones para la paz doméstica, bendiciones para tener lo necesario para la vida y, sobre todo, bendiciones para los propios hijos.

En aquellos tiempos, como sucede en los nuestros, en tales ocasiones se celebraban en las aldeas ruidosas demostraciones de alegría, festejos, banquetes, disparos de cohetes, música. Pero, antes que nada, se hacía una buena confesión y una santa comunión y, luego, una vez recibida la bendición del párroco, venía la mutua entrega de los anillos al pie del altar y durante el santo sacrificio. Así lo hicieron Francisco y Margarita: después de haber ido al ayuntamiento, celebraron su boda en la parroquia de Capriglio el 6 de junio de 1812.

Desde aquel momento observaron con exactitud el gran precepto de San Pablo: Margarita, una vez en su nueva casa de Morialdo, consideró en seguida al pequeño Antonio como hijo suyo, de manera que éste encontró una madre que sustituía a la difunta, y no a una madrastra, como suele acontecer muchas veces a los pobres huerfanitos. Pero el chico, aunque muy bien tratado, parece que por razones interesadas no veía bien el segundo matrimonio de su padre.

Entre tanto, por estos mismos días, el once de junio, un carruaje que había salido de Sanova atravesaba a gran velocidad la llanura de Alessandría: en él iba encerrado y casi agonizante Pío VII, prisionero de Napoleón desde hacía tres años. Acompañado por un comisario imperial, atravesaba sin que nadie lo supiera las colinas de Asti, llegaba a Fontainebleau, donde su perseguidor le tenía preparados amarguísimos sinsabores. A su paso, el santo Pontífice bendeciría seguramente a los piamonteses, sabiendo como sabía el afecto que le profesaban. Al enterarse Margarita de su paso, no pediría a Dios que aquella bendición le sirviera de ayuda en su nuevo estado? Margarita era feliz porque acogió a la anciana madre de Francisco, que también se llamaba Margarita, con indecible alegría y depositó en ella todo su afecto y su confianza.

Margarita correspondía a su suegra con amor y obediencia de hija. Los dos corazones se entendieron perfectamente desde el primer día. Tenían idénticas inclinaciones para el trabajo, la economía y la caridad; el mismo sistema para organizar las ocupaciones de la casa, los mismos principios para la educación de la familia. La madre de Francisco, bajo las vestimentas campesinas, era todo una señora por la nobleza de sentimientos, la firmeza de voluntad y la entrega en el amar y hacer el bien.

El Señor bendijo la unión de Francisco y Margarita y el 8 de abril de 1813 pudieron alegrarse con el nacimiento de su primogénito, al que impuso el nombre de José, en el santo Bautismo, el nuevo vicario don José Sismondo, que había tomado posesión de la parroquia en los últimos días de agosto de 1812.

Sin embargo, empañaba su alegría el lastimoso estado de la patria. Las iglesias eran despojadas de los ornamentos preciosos y las obras de arte. Los campanarios sagrados permanecían mudos en los días festivos, sin el tañido de sus consoladoras armonías, porque las campanas habían sido fundidas a millares para fabricar cañones. Los sacerdotes envejecidos, sin medios para sustentarse y vigilados por la policía. El recaudador, inexorable al cobrar los impuestos. Las madres se deshacían en lágrimas ante la separación de sus hijos destinados al servicio militar.

Desde 1805 en adelante se desencadenaron continuas guerras, aunque en tierras lejanas. Muchísimos jóvenes italianos habían caído combatiendo contra Alemania; veinte mil en España, quince mil en la retirada de Rusia. Aquel año, todo el norte de Europa se había aliado con Inglaterra contra Napoleón y todos los jóvenes, a partir de los dieciocho años, se vieron obligados a empuñar las armas y marchar a Francia para ser sacrificados en defensa del déspota que un día les había llamado ¡carne de cañón! Y en las iglesias el pueblo tenía que oír cantar: Domine, salvum fac Imperatorem nostrum Napoleonem! (íSalva, Señor, a nuestro Emperador Napoleón!)

Las oraciones de los buenos subían, entre tanto, al trono del Señor pidiendo perdón; y Dios misericordioso hacía pedazos el flagelo que azotaba a las naciones. Con el año 1815 llegaron a Europa la paz y el descanso. Napoleón, confinado para el resto de su vida en medio del océano, en la isla de Santa Elena, reconoció, como otro Nabucodonosor, que sólo Dios da y quita las coronas imperiales y reales.

Para el Piamonte fue un año de alegría sin límites. Las leyes opresoras de la Iglesia quedaron abrogadas. Pío VII llegó a Savona y en presencia del rey Carlos Manuel I, que había vuelto a ocupar el trono de sus padres el veinte de mayo del año anterior, rodeado de los obispos y en medio de una muchedumbre innumerable, coronaba a la Virgen de la Misericordia en acción de gracias por haberle librado del duro cautiverio. El diecinueve de mayo, tras pasar por Génova, Novi, Voghera y Moncalieri, llegaba de improviso a Turín. Era el séptimo viaje que hacía por territorio piamontés. Imposible describir el cariñoso recibimiento que la Casa Real de Saboya y el pueblo entusiasmado le tributaron, ni la solemnidad con que fue expuesta la Santa Sábana en el balcón del palacio Madama ante la multitud arrodillada, primero en la fachada de poniente y luego en la de levante."


Nace  Juanito Bosco

"El Papa, en medio, y los obispos a ambos lados sostenían la Reliquia más insigne que existe sobre la tierra, después de la de la Cruz, mientras las campanas de la ciudad tocaban a fiesta y el cañón anunciaba a los lugares lejanos el faustísimo acontecimiento. El Papa abandonaba Turín el veintidós de mayo, después de visitar el santuario de la Consolata. Pues bien, en este mismo año, en el que ocurrieron tan felices sucesos, pocos meses después de que el Sumo Pontífice instituyera la fiesta de María Auxiliadora de los Cristianos, la noche del dieciséis de agosto, en plena octava de la Asunción de la Virgen al cielo, nacía el segundo hijo de Margarita Bosco.

Fue bautizado solemnemente en la iglesia parroquial de San Andrés apóstol, al día siguiente, diecisiete, por la tarde, por don José Festa. Fueron padrinos Melchor Occhiena y Magdalena Bosco, viuda del difunto Segundo, y se le impusieron los nombres de Juan- Melchor.

En los momentos de peligro, de revueltas, cuando la sociedad corre graves riesgos y se tambalea sobre sus cimientos, la Providencia suscita hombres que se convierten en instrumentos de su misericordia, pilares y defensores de su Iglesia y obreros de la restauración social. Parecía que la paz quedaba afianzada en el mundo, pero no iba a ser duradera. Las sociedades secretas seguían su labor sigilosa, minando tronos y altares y, de cuando en cuando, golpes revolucionarios ponían de manifiesto su audacia, hasta que, por permisión de Dios, renovaron abiertamente la guerra, primero para castigo de sus cómplices pequeños y grandes y, luego, para el triunfo y la exaltación de su nombre.

Juan Bosco daba sus primeros vagidos en la cuna de I Becchi, mientras en Castelnuovo el niño Juan José Cafasso, de cuatro años, era ya llamado por sus compañeros el santito, por su bondad y su porte. Estos dos niños llegarán a ser hombres; y, precisamente en el tiempo en que más furiosa se entablará la lucha entre el bien y el mal, ambos se encontrarán en su sitio, cada uno realizando su propia misión providencial. Una dulce paz, jamás turbada ni por un solo momento, reinaba en la familia Bosco.

Margarita, amante del orden y del silencio, de gran cordura y prudencia, velaba por la economía; mientras el buen Francisco, trabajando los campos con su sudor, proporcionaba el sustento a su madre septuagenaria y achacosa, a sus tres hijos y a dos obreros del campo. La mayor preocupación de los esposos era guardar los preciosos tesoros que de Dios habían recibido: por eso, vigilaban para que nada pudiera menoscabar su inocencia. Entre la gente del pueblo gozaban de gran estima por su honradez sin tacha y su vida verdaderamente cristiana: esa fama perdura todavía, después de tantos años. Esta es la mejor herencia que se puede dejar a los hijos, porque, desgraciadamente, en esta tierra toda alegría tiene término.

Dios misericordioso visitó aquella casa con una grave desventura. Francisco, lleno de fuerzas, en la flor de la edad, dedicado por entero a educar cristianamente a sus hijos, un día en que volvía a casa completamente bañado en sudor, entró imprudentemente en la subterránea y fría bodega. Cortada la transpiración, al anochecer se le manifestó una fiebre violenta, precursora de grave pulmonía. Todos los cuidados resultaron inútiles y en pocos días se encontró al fin de su vida. Fortalecido con los auxilios de la Religión, animaba a su desolada esposa a poner su confianza en Dios; y en los últimos instantes, llamándola a su lado, le dijo: "Mira qué gran gracia me concede el Señor. Quiere que vaya a Él hoy, viernes, día que recuerda la muerte de nuestro divino Redentor, y precisamente a la misma hora en que Él murió en la cruz, cuando tengo la misma edad que El en su vida mortal".

Y después de rogarle que no se afligiera excesivamente por su muerte y se resignara a la voluntad de Dios, añadió: "Te recomiendo muy mucho a nuestros hijos, pero de un modo especial cuídate de Juanito. Francisco acababa su vida a la hermosa edad de treinta y cuatro años cumplidos, el 11 de mayo de 1817, en una habitación de la alquería de los Biglione. Al día siguiente, su cadáver fue llevado al cementerio, acompañado del dolor y las oraciones de toda la población.

Cuanto hemos dicho de Francisco lo supierondon Miguel Rúa y otros, de labios de mamá Margarita. De este día de luto hablaba con frecuencia don Juan Bosco a sus pequeños amigos, los alumnos del Oratorio de San Francisco de Sales, para inculcarles el respeto, la obediencia y el amor a sus padres. En los primeros tiempos, cuando no eran tan variadas sus múltiples ocupaciones y la salud le acompañaba, al anochecer se presentaba en el patio durante el recreo y, al instante, centenares de jovencitos corrían a su alrededor: él se sentaba y los entretenía con relatos edificantes.

A menudo les contaba anécdotas de su niñez. Entonces, más de uno le decía: "Cuéntenos la muerte de su pobre papá". Y Don Bosco les decía: "Hijo mío, insistió la madre, ven conmigo: ¡tú ya no tienes padre! Y dicho esto, rompió en llanto, me tomó de la mano y me llevó a otro sitio, mientras yo lloraba porque ella lloraba. En aquella edad, yo no podía comprender la gran desgracia de perder al padre. Pero nunca olvidé aquellas palabras: ¡Ya no tienes padre! También me acuerdo de lo que hicieron entonces en casa con mi hermano Antonio, que desvariaba por el dolor. Desde aquel día hasta la edad de cuatro o cinco años no me acuerdo de ninguna otra cosa. Y desde esta edad en adelante, recuerdo todo lo que hacía."

texto extraído de las Memorias escritas por San Juan Bosco
(fuente: www.dbosco.net)

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