La tentación de suplantar a Dios
La primera tentación quiere reducir los deseos y necesidades del hombre al pan, cuando en realidad no es menor el hambre de verdad, el hambre de Dios.
La segunda es sobre el poder, y Jesús deja claro que el poder que salva el mundo es el poder de la cruz, de la humildad y del amor. Y en la tercera, el demonio le propone hacer algo extraordinario, espectacular.
Observa el Papa que hay un núcleo en las tres tentaciones: “Es la propuesta de instrumentalizar a Dios, usarlo para los propios intereses, para la propia gloria y para el propio éxito”. Con otras palabras, “ponerse a sí mismos en lugar de Dios, removiéndolo de la propia existencia y haciéndolo parecer superfluo”.
Esas tres tentaciones también nos acechan a nosotros. Por eso cada uno, observa Benedicto XVI, debería preguntarse: “¿Qué lugar ocupa Dios en mi vida? ¿Es Él el Señor o soy yo?”
Dejar que Dios ocupe el primer lugar
Se hace necesario, por lo tanto, superar esa tentación de someter a Dios a nuestros propios intereses, o dejarlo a un lado. Y convertirse, como escuchamos muchas veces en Cuaresma. Esa palabra significa seguir a Jesús de modo que Él guíe nuestra vida; dejar que Dios nos trasforme, dejando de pensar que nosotros somos los únicos constructores de nuestra existencia; reconocer que somos criaturas de Dios, y que sólo “perdiendo” nuestra vida en Él podemos ganarla.
“Hoy –señala– ya no se puede ser cristiano como mera consecuencia del hecho de vivir en una sociedad de raíces cristianas; incluso el que nace en una familia cristiana y es educado religiosamente debe, cada día, renovar la opción de ser cristiano; es decir, de poner a Dios en primer lugar, frente a las tentaciones que una sociedad secularizada le propone de continuo, frente al juicio crítico de muchos contemporáneos”.
Este poner a Dios por delante se concreta en muchas cosas. Ejemplifica el Papa: la fidelidad al matrimonio, la misericordia en la vida cotidiana, el tiempo para la oración, la oposición a elecciones tales como el aborto en caso de embarazo indeseado, la eutanasia en caso de enfermedad grave, la selección de embriones (con la consecuente muerte de muchos otros) para prevenir enfermedades hereditarias, etc.
Benedicto XVI evoca las conversiones de san Pablo y de san Agustín, en la época antigua. Pero también otras de nuestra época, concretamente las de Pavel Florenskij, Etty Hillesum y Dorothy Day.
O Dios, o yo
Cada uno de nosotros, añade, ha de estar preparado para ser visitado por Dios, sin dejarse llevar por espejismos, apariencia o cosas materiales.
Y concluye proponiendo: “En este Tiempo de Cuaresma, en el Año de la Fe, renovemos nuestro empeño en el camino de la conversión, para superar la tendencia a cerrarnos en notros mismos y para dejar, en cambio, espacio a Dios, mirando con sus ojos la realidad cotidiana”.
De esta manera, la alternativa entre la cerrazón de nuestro egoísmo y la apertura al amor de Dios y a los otros, corresponde a la alternativa de las tentaciones de Jesús, entre poder humano y amor a la Cruz, entre el mero bienestar y la obra de Dios. “Convertirse –en suma– significa no cerrarse en la búsqueda del propio éxito, del propio prestigio, de la propia posición; sino actuar de tal manera que cada día, en las cosas pequeñas, la verdad, la fe en Dios y el amor sean lo más importante”.
Eso es, en efecto, lo decisivo para un cristiano. En último término, o Dios (y tras de Dios están siempre los demás) o yo.
(fuentes: www.primeroscristianos.com)
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