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domingo, 9 de enero de 2011

"Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección"

Evangelio según San Mateo 3,13-17.

Entonces Jesús fue desde Galilea hasta el Jordán y se presentó a Juan para ser bautizado por él.

Juan se resistía, diciéndole: "Soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por ti, ¡y eres tú el que viene a mi encuentro!".

Pero Jesús le respondió: "Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo". Y Juan se lo permitió.

Apenas fue bautizado, Jesús salió del agua. En ese momento se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y dirigirse hacia él.

Y se oyó una voz del cielo que decía: "Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección".

Palabra de Dios.
Gloria a ti, Señor Jesús.

En el evangelio de san Juan, el Bautista no se atreve a bautizar al que viene detrás de él y ha sido anunciado por él mismo. Pero Jesús insiste, porque a través de esta aceptación y sometimiento a la voluntad del Padre está llevando a cumplimiento su misión de siervo doliente, manifestada en las profecías anteriores. Debe cumplir así la justicia que Dios ha ofrecido al pueblo en su alianza y que se cumple cuando el pueblo le corresponde perfectamente. Esto es lo que sucede aquí, Jesús será la alianza consumada entre Dios y la humanidad. En el momento del bautismo se manifiesta, a través de la Santísima Trinidad, el amor íntimo de Dios que se revela en el Hijo Amado a los hombres.

Muchos años después de la primera epifanía con la adoración de los Magos, tiene lugar ahora la segunda epifanía con la apertura del mismo cielo: Dios uno-trino, confirma el cumplimiento de la alianza, la voz del Padre muestra a Jesús, en un signo de anonadamiento, como Hijo predilecto y el Espíritu Santo desciende sobre Él para ungirlo como Mesías, primogénito de nueva creación.

El nuevo nacimiento tiene lugar por el bautismo, los bautizados deben purificarse de la vieja levadura, despojarse del hombre viejo, revestirse del hombre nuevo y vivir una vida nueva. El ejemplo a seguir es Cristo. En este hombre nuevo se manifiesta que toda la obra de redención es una gran renovación. Esta nueva creación, de la que ya hablaban los profetas, es una renovación del hombre y a través de él la renovación del universo. Cristo, nuevo Adán, da la vida por nosotros, el hombre antiguo era esclavo del pecado; desde la redención, el hombre nuevo es la humanidad renovada en Cristo. En su propia carne ha re-creado Cristo a paganos y a judíos en un solo hombre nuevo. A imitación de Adán, este hombre nuevo es recreado en la justicia y en la santidad de la verdad, progresa dejándose invadir por la imagen única que es Cristo.

Por eso, podemos concluir como dice san Pablo: “... ya no soy yo, es Cristo quien habita en mí...”, y esto porque, en Cristo, Dios nos da la vida nueva, y en Cristo el hombre es transformado y recreado en un hombre nuevo.

Para concluir, cito el Código de Derecho Canónico que en el c. 204 expresa jurídicamente esta realidad:

c. 204 § 1. Son fieles cristianos quienes, incorporados a Cristo por el bautismo, se integran en el pueblo de Dios y, hechos partícipes a su modo por esta razón de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, cada una según su propia condición, son llamados a desempeñar la misión que Dios encomendó cumplir a la Iglesia en el mundo.


Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano "Corazon de Cristo"
Diócesis del Callao - Perú

(fuente: www.homiletica.org)

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