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viernes, 21 de enero de 2011

La naturaleza de Dios

Preguntas que se formulan:

—¿Qué significa que Dios es trascendente? ¿A qué se opone? ¿Supone la trascendencia divina que no hay nada que nos une a Dios? ¿Qué es lo que nos une? ¿El ser de las criaturas debe tener algo en común o alguna semejanza con Dios? ¿Por qué? ¿No atenta esa semejanza contra la infinitud de Dios? ¿Puede haber semejanza entre lo finito y lo infinito? ¿En virtud de qué?

—¿Conocemos realmente cómo es Dios? ¿Cómo conocemos los atributos que aplicamos a Dios? ¿Cómo los aplicamos a Dios? ¿Nos dan a conocer cómo es Dios? ¿Nos dan a conocer algo de Dios? ¿Qué nos dan a conocer? ¿Es cierto que desconocemos de Dios mucho más de lo que conocemos? ¿Por qué?

—¿Qué tipo de perfecciones atribuimos a Dios? ¿Se pueden decir de Dios todas en el mismo sentido? ¿Cuáles atribuimos en sentido propio? ¿Por qué? ¿Qué atributos de Dios conoces?

—¿Podría Dios desentenderse completamente de sus criaturas, dejándolas a su suerte? ¿Por qué? ¿Quiere Dios necesariamente el bien para ellas? ¿Las quiere a todas por igual?

Vid. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 36-43, 200-221.



Conocemos un Dios misterioso

Los misterios de la fe suelen aparecer como algo paradójico: incluyen dos aspectos que a primera vista son inconciliables entre sí. Quizá el caso más notable es que Dios sea un solo Dios y a la vez tres Personas. Pero lo mismo sucede con el conocimiento de Dios. Dios trasciende el universo, pero a la vez está en la profundidad más íntima de cada ser porque es su Creador; Dios es infinitamente justo, pero también es infinitamente misericordioso; conocemos atributos de Dios –que es la suma bondad, la suma sabiduría, la suma vida, etc.–, pero a la vez no conocemos propiamente la naturaleza divina: sólo lo que podemos saber a través del reflejo que ha dejado en las criaturas y de lo que ha dicho de Sí mismo en la Revelación.



Diversos modos erróneos de razonar

La tentación más fácil –y muy frecuente en la historia– es intentar resolver el problema eliminando uno de los términos. Es lo que hace el conferenciante. "Se queda" con la trascendencia, y pierde así el contacto con las criaturas, que es la vía por la que nuestro conocimiento puede ascender a Dios. El resultado es que, como bien ve el que le formula la objeción, al no poder ascender a Dios no podemos decir siquiera que existe. Esta posición es de procedencia protestante, e históricamente ha sido una postura que ha estado en la raíz y ha influido en el agnosticismo práctico (no sé si Dios existe, porque no influye en mi vida) y en el fideísmo (creo, aunque la fe no sea razonable) de bastante gente. Esta manera de proceder puede dar una solución al problema que en un momento dado se esté considerando –así sucede con Juan Luis–, pero su desarrollo conduce a un callejón sin salida, como intuye acertadamente el protagonista del caso. Y no sirve de nada aquí que el conferenciante recurra a metáforas o signos: éstos se pueden emplear sólo cuando se sabe de antemano a qué se refieren.



Razonar conscientes de la infinitud divina y el límite humano sin abandonar la oración

La verdadera solución está en tomar todos los aspectos y mostrar que la contradicción es aparente. Lo primero nos lo proporciona la fe. Lo segundo es tarea de la teología. La fe nos señala desde el principio que estamos tratando de un misterio –en este caso, no es difícil comprender que sólo el entendimiento divino es capaz de conocer plenamente a Dios: un Dios que cupiera en nuestra cabeza sería un dios limitado, no sería Dios–: por lo tanto, es algo que "nos supera". La teología muestra lo que sabemos a pesar de nuestra limitación, y resuelve las aparentes contradicciones; no es un asunto fácil si se quiere hacer con rigor, y por lo tanto requiere estudio. Y como el amor propio humano es reacio a admitir limitaciones, y siempre existen tentaciones de simplificar las cosas para hacerlas asequibles –lo malo es que a costa de la verdad–, es necesaria una rectitud y sencillez que difícilmente se obtiene sin rezar. De ahí la necesidad de una vida de piedad (que, además, gracias a los dones del Espíritu Santo va proporcionando un cierto conocimiento "connatural" de Dios).



No podemos decir todo acerca de Dios

La gran paradoja es que podemos decir que conocemos la esencia divina, y que no la conocemos, y ambas cosas son ciertas. Ya ha sido dicho que la solución no está en suprimir una de las dos afirmaciones. Tampoco en admitir una contradicción: sería admitir el absurdo. En resumidas cuentas, está en decir que sabemos el qué pero no el cómo. Conocemos que una serie de perfecciones son propias de Dios (en términos técnicos, las unidas al ser, no a la condición material de éste; p.ej., se le puede atribuir la bondad o la belleza, pero no la velocidad), por ser el Ser Supremo, causa de los demás seres. Cuando se hace algo se da de lo que se tiene, y por eso lo causado siempre dice algo de la causa. En el caso de Dios, lo causado es el ser, que abarca toda otra perfección. Por eso podemos decir que las criaturas participan limitadamente del Ser de Dios, con sus perfecciones. Pero sólo conocemos esas perfecciones en las criaturas. Sabemos que en Dios están en grado supremo, pero no tenemos idea de cómo es en absoluto cualquiera de esas perfecciones.

(fuente: www.fluvium.org)

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