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domingo, 16 de enero de 2011

"He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo"

Lectura del Santo Evangelio según San Juan (Jn 1, 29-34)

Al día siguiente ve a Jesús venir hacia él y dice: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es por quien yo dije: Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo. 31Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel.»

Y Juan dio testimonio diciendo: «He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre él. Y yo no le conocía pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: "Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo." Y yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios.»

Palabra de Dios.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Este es el Segundo testimonio oficial mesiánico del Bautista ante un grupo de sus discípulos, comienza el relato: Al día siguiente, Juan vio a Jesús, que se acercaba a él, y dijo…. Cristo por estos días vivía en las proximidades del Jordán, posiblemente en la misma región de Betabara, se piensa esto porque no dice que haya cambiado de lugar al comenzar el evangelio con la expresión al día siguiente. Estas son las primeras actividades de Cristo desde el primer testimonio de Juan (v. 19-28), hasta el primer milagro en las bodas de Cana (2:1-11).

Relata el Evangelio: Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. A éste me refería yo cuando dije: “Detrás de mí viene uno superior a mí, porque existía antes que yo”. Yo mismo no lo conocía; pero la razón por la cual yo bautizo con agua es para que él se manifieste a Israel.

¿A qué concurrencia se dirige? No se precisa, pero en todo caso no es la comisión venida de Jerusalén la que ya desapareció de escena. Los discípulos del Bautista, ante los que también va a dar testimonio, entran explícitamente en escena más tarde (v. 35). Es posible que sean parte de las afluencias que venían a él para ser bautizadas (Mt 3:5.6; Lc 3:7. 21). En todo caso, el tono íntimo, expansivo, gozoso que usa, en fuerte contraste con las secas respuestas a los representantes del Sanedrín (v.20.21), hace pensar que sitúa la escena en un asistencia simpatizante y probablemente reducida.

Viendo el Bautista que Cristo se acerca en dirección a él, aunque podría referirse al momento en que Cristo se acerca para recibir el bautismo, y posiblemente después del mismo bautismo, hace ante esta asistencia otro anuncio oficial de quién es Cristo, diciendo: “He aquí el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo.”

Esta frase, de gran importancia mesiánica, nos motiva a preguntarnos, ¿Qué significa aquí, o por qué se llama aquí a Cristo el Cordero de Dios? o ¿Y en qué sentido quita el pecado del mundo? ¿Por su inocencia, por su sacrificio, o en qué forma?

En primer lugar conviene precisar que el verbo usado aquí por quitar significa estrictamente quitar, esto es, hacer desaparecer, y no precisamente llevar, Pero la razón más decisiva es su parelelo conceptual con la primera epístola de San Juan: Sabéis que Cristo apareció para quitar los pecados” (1 Jn 3:5).

Cristo aquí es, pues, presentado como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Puede ser que el Bautista querría referir así a Cristo al cordero pascual que era el símbolo de liberación del pueblo de Israel.

Como sabemos, el cordero era la victima común en todo sacrificio oficial o particular, así es como el cordero pascual era un verdadero sacrificio, de allí que Juan considera al cordero como un símbolo de redención y sacrificio por los pecados.

Podemos pensar además se refiere al Siervo de Yahvé de Isaías, que va a la muerte como cordero llevado al matadero, que llevó sobre él los pecados de los hombres (Is 53:6-8). Del mismo modo querría indicarse la inocencia de Cristo. El cordero, como símbolo de inocencia, es usado en estas circunstancias (1 Pe 1:18.19; Sal. de Salomón VIII 28). Además, se pone esto en función de la primera epístola de San Juan, donde se dice: Sabéis que (Cristo) apareció para quitar los pecados y que en El no hay pecado” (1 Jn 3:5).

Cuando asistimos a la celebración de la eucaristía, oimos: Este es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, y así fue como sucedió, Cristo se ofreció por los pecados de todos, en especial los nuestros, por todo lo que ofende a Dios, por ese mundo que vivimos a diario, por el sacrificio de ese Cordero, sacrificado en la cruz, Jesucristo.

En la primera epístola de San Juan. Dice así: “Sabéis que (Cristo) apareció para quitar el pecado y que en El no hay pecado. Todo el que permanece en El, no peca; y todo el que peca, ni le ha visto ni le ha conocido” (1 Jn 3:5-6).

Además en la “primera epístola” hace ver aún más profundamente el modo cómo ejercerá Cristo, el Mesías, esta obra de purificación de pecado para lograr la plenitud de la santidad. “Quien ha nacido de Dios no peca, porque la simiente de Dios está en él” (1 Jn 3:9).

Esto es lo que se lee en el libro apócrifo del Testamento de los doce patriarcas en uno de los relatos: “Después de estas cosas., un hombre será suscitado de su raza, como el sol de justicia, y no habrá en él pecado alguno. Y los cielos se abrirán sobre él, derramando el Espíritu, la bendición del Padre Santo; y él mismo derramará sobre vosotros el Espíritu de gracia, y vosotros seréis por él hijos en verdad, y caminaréis en sus mandamientos, desde el primero al último”.

Tanto interpretando esta frase a la luz del mismo San Juan, evangelio y primera epístola, como en función del A.T. y ambiente pre-cristiano del judaísmo, se ve que esta obra de Cristo es obra, al menos en un sentido directo, no de expiación, sino de purificación y santificación de los seres humanos, por obra del Mesías, al comunicarles el Espíritu, del que El está lleno y sobre el que reposa.

Jesucristo bautiza al mundo en el Espíritu, comunicándole la Vida, de este modo es antítesis del pecado.

Los evangelios, nos hablan del Bautismo en Espíritu y de Fuego, contraponiendo al bautismo del Bautista, con agua, lo que pretende dar a entender que será el Espíritu de Dios quien les hará tener una vida nueva mas justa y mas santa; la obra del Espíritu en los hombres es obra de purificación por una parte y por otra de santificación.

Des este modo, no debemos descuidar nuestra devoción al Espíritu Santo, más aún si sabemos que de El vine la Vida, la verdadera Vida, la Vida de Gracia.

Relata este Evangelio: Y Juan dio testimonio diciendo: Yo he visto que el Espíritu bajaba desde el cielo como una paloma y permanecía sobre él. Yo mismo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquél sobre quien veas que baja el Espíritu y permanece sobre él, ése es quien bautizará con Espíritu Santo”.

Juan Bautista ha conocido la divinidad de Jesús, al conocer su pre-existencia. También Juan era una persona predestinada ya antes de nacer. De aquí el destacarse que Cristo es de quien dijo el Bautista: “detrás de mí viene uno que pasó delante de mí, porque era antes que yo”

Aunque el seguir a otro es condición de inferioridad, aquí sucede al revés; pues si Cristo vino temporalmente, en su ministerio público, después del Bautista, sin embargo, lo sobrepasó, no sólo por su ministerio, sino también porque era primero que él por su preexistencia, por su dignidad, pues el Bautista se confesó indigno de prestarle servicios de esclavo.

El Bautista, dotado de un prestigio excepcional, dio testimonio de Cristo, diciendo que él era su precursor. Y él, al ver cumplirse la señal del cielo, lo proclamó “el Elegido de Dios,” que es el Mesías, con la evocación Isaiana del “Siervo de Yahvé,” sobre el que estaba el Espíritu, posando sobre El, y acusando así la plenitud de sus dones en el Mesías. Y el Bautista, con su bautismo, vino a ungir mesiánicamente a Cristo, al tiempo que lo presentó oficialmente a Israel. Y a este fin redacta así esta sección el evangelista. “Yo no le conocía; mas para que El fuese manifestado a Israel he venido yo, y bautizo en agua”. Y que Juan era el Elías, ambientalmente esperado, tenía a su favor en la catequesis primitiva las mismas palabras de Cristo, quien, hablando del Bautista, dijo: “Y si queréis oírlo, él es Elías, que ha de venir” (Mt 11:14; Mc 12:13; Lc 7:27) .

Y en Cristo Mesías también se cumplían las concepciones circunstanciales de la época. Hasta su vida de ministerio público, Cristo había vivido en Nazaret y Cafarnaúm, en una vida socialmente oscura y desconocida para todos. Tanto, que el evangelista recoge las palabras del Bautista, que dice aquí: “Yo no le conocía”. Y en el pasaje anterior dice: “En medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis”. Ya vivía entre ellos, pero aún les era desconocido como Mesías.

Por comprender esto, “Gracias Señor”.

escrito por Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
(fuente: www.autorescatolicos.org)

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