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viernes, 22 de abril de 2011

La Muerte

Muerte, una palabra que llena de congojas, de miedos, de amargura. Una palabra que significa el paso al reino de lo incierto, el fin de los sueños y esperanzas, la ruptura con aquello que creímos era nuestro.

Muerte, quizá la única certeza que tenemos: un día ella llamará a nuestra puerta y, con o sin permiso, entrará. Odiada o amada, deseada o temida, entrará como un ladrón.

Para el creyente la muerte implica un paso lleno de esperanza. Morir es el final de un tiempo que tuvimos en nuestras manos, y que escribimos con lágrimas, sudor y rezos. Pero morir también es el inicio de una vida eterna que nunca acabará.

Muerte y vida luchan cada Semana Santa en un combate desigual. La muerte arremete y asalta a Cristo. La Cruz parece el signo de la derrota y del fracaso, el lugar de la amargura y del pecado. Pero entonces, Dios rompe los sellos y se convierte en el Señor de tu historia y de la mía.

Cada día vivido es un paso adelante hacia la muerte. Cada hora que transcurre nos pone ante el abismo y el misterio. Cada gesto que hacemos escapa de nuestro poder y nos retrata. Un acto de amor construye el cielo. El odio sólo sabe de amarguras y de infiernos.

Así, en un momento de silencio, pensamos hacia adentro, miramos nuestro viento, y queremos, como el soplo de la tarde, amanecer una mañana en la gran luz de la misericordia.

(fuente: www.vivelasemanasanta.com)

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