VATICANO, 11 Nov. 15 / 05:59 am (ACI).- El Papa Francisco dedicó la Audiencia General de este miércoles a la convivencia familiar y la relación que toda familia debe tener en el hogar, pero sobre todo en torno a la mesa doméstica. Para ello dio una serie de consejos, entre ellos no ver la televisión o no tener el teléfono móvil cuando se come en familia.
A continuación el texto completo gracias a Radio Vaticana:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy reflexionaremos sobre una cualidad característica de la vida familiar que se aprende desde los primeros años de vida: la convivencia, es decir, la actitud de compartir los bienes de la vida y ser felices de poderlo hacer. ¡es un virtud preciosa! Su símbolo, su “ícono”, es la familia reunida alrededor de la mesa doméstica. El compartir los alimentos – y por lo tanto, además que los alimentos, también los afectos, los cuentos, los eventos… - es una experiencia fundamental. Cuando hay una fiesta, un cumpleaños, un aniversario, nos reunimos alrededor de la mesa. En algunas culturas es habitual hacerlo también por el luto, para estar cercanos a quien se encuentra en el dolor por la pérdida de un familiar.
La convivencia es un termómetro seguro para medir la salud de las relaciones: si en la familia hay algo que no está bien, o alguna herida escondida, en la mesa se entiende enseguida. Una familia que no come casi nunca juntos, o en cuya mesa no se habla pero se ve la televisión, o el móvil, es una familia “poco familia”.
El Cristianismo tiene una especial vocación por la convivencia, todos lo saben. El Señor Jesús enseñaba frecuentemente en la mesa, y representaba algunas veces el reino de Dios como un banquete festivo. Jesús escogió la comida también para entregar a sus discípulos su testamento espiritual, condensado en el gesto memorial de su Sacrificio: donación de su Cuerpo y de su Sangre como Alimento y bebida de salvación, que nutren el amor verdadero y duradero.
En esta perspectiva, podemos bien decir que la familia es “de casa” a la Misa, propio porque lleva a la Eucaristía la propia experiencia de convivencia y la abre a la gracia de una convivencia universal, del amor de Dios por el mundo. Participando en la Eucaristía, la familia es purificada de la tentación de cerrarse en sí misma, fortalecida en el amor y en la fidelidad, y prolonga los confines de su propia fraternidad según el corazón de Cristo.
En nuestro tiempo, marcado por tantas cerrazones y tantos muros, la convivencia, generada por la familia y dilatada en la Eucaristía, se convierte en una oportunidad crucial. La Eucaristía y la familia nutridas por ella pueden vencer las cerrazones y construir puentes de acogida y de caridad. Sí, la Eucaristía de una Iglesia de familias, capaces de restituir a la comunidad la levadura dinámica de la convivencia y de hospitalidad recíproca, es una ¡escuela de inclusión humana que no teme confrontaciones! No existen pequeños, huérfanos, débiles, indefensos, heridos y desilusionados, desesperados y abandonados, que la convivencia eucarística de las familias no pueda nutrir, restaurar, proteger y hospedar.
La memoria de las virtudes familiares nos ayuda a entender. Nosotros mismos hemos conocido, y todavía conocemos, que milagros pueden suceder cuando una madre tiene una mirada de atención, servicio y cuidado por los hijos ajenos, además que los propios. ¡Hasta ayer, bastaba una mamá para todos los niños del patio! Y además: sabemos bien la fuerza que adquiere un pueblo cuyos padres están preparados para movilizarse para proteger a sus hijos de todos, porque consideran a los hijos un bien indivisible, que son felices y orgullosos de proteger.
Hoy muchos contextos sociales ponen obstáculos a la convivialidad familiar. Debemos encontrar el modo de recuperarla, aunque sea adaptándola a los tiempos. La convivialidad parece que se ha convertido en una cosa que se compra y se vende, pero así es otra cosa. Y la nutrición no es siempre el símbolo de un justo compartir de los bienes, capaz de alcanzar a quien no tiene ni pan ni afectos. En los Países ricos somos estimulados a gastar en una nutrición excesiva, y luego lo hacemos de nuevo para remediar el exceso. Y este “negocio” insensato desvía nuestra atención del hambre verdadera, del cuerpo y del alma. Es tanto así que la publicidad la ha reducido a un deseo de galletas y dulces. Mientras tanto, muchos hermanos y hermanas se quedan fuera de la mesa. ¡Es una vergüenza!
Miremos el misterio del Banquete eucarístico. El Señor entrega su Cuerpo y derrama su Sangre por todos. De verdad no existe división que pueda resistir a este Sacrificio de comunión; solo la actitud de falsedad, de complicidad con el mal puede excluir de ello. Cualquier otra distancia no puede resistir a la potencia indefensa de este pan partido y de este vino derramado, Sacramento del único Cuerpo del Señor.
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