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lunes, 2 de noviembre de 2015

Todos los Santos y Día de difuntos: ¿Qué celebramos exactamente?

Sería una lástima que un planteamiento meramente lúdico entre la broma y el terror acabe desplazando las seculares tradiciones de nuestra tierra

En noviembre comenzamos con el recuerdo de la muerte y de nuestros difuntos. Aunque de hecho el mes comienza no con la conmemoración de los fieles difuntos –día 2-, sino con la gozosa celebración de todos los santos –día 1-. Es decir, que anteponemos la vida a la muerte; la vida en Dios, en el cielo, de quienes se abrieron, en la vida y en la muerte, a su bondad y a su misericordia, en la fe, la esperanza y el amor.

Las dos celebraciones nos sitúan ante el misterio de la muerte y nos invitan a renovar nuestra fe y esperanza en la vida eterna.

En la fiesta de Todos los Santos celebramos los méritos de todos los santos. Eso significa sobre todo celebrar los dones de Dios, las maravillas que Dios ha obrado en la vida de estas personas, su respuesta a la gracia de Dios, el hecho de que seguir a Cristo con todas las consecuencias es posible.

Una multitud inmensa de santos canonizados y otros no canonizados. Ellos han llegado a la plenitud que Dios quiere para todos. Celebramos y recordamos también la llamada universal a la santidad que nos hace el Señor: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48).

En el Día de Difuntos, la Iglesia nos invita a rezar por todos los difuntos, no sólo por los de la familia o los seres más cercanos, sino por todos, incluyendo especialmente a aquellos de los que nadie hace memoria.

La costumbre de orar por los difuntos es tan antigua como la Iglesia, pero la fiesta litúrgica se remonta al 2 de noviembre de 998 cuando fue instituida por san Odilón, monje benedictino y quinto abad de Cluny en el sur de Francia.

Roma adoptó esta práctica en el siglo XIV y la fiesta se fue expandiendo por toda la Iglesia. En este día contemplamos el misterio de la Resurrección de Cristo que abre para todos el camino de la resurrección futura.

En estos días, una de nuestras tradiciones más arraigadas es la visita a los cementerios para cumplir con los familiares difuntos. Momento de oración, momento para el recuerdo de los seres queridos que nos han dejado, momento de reunión familiar.

Una costumbre característica de esta fiesta es la ‘castañada’, que inicialmente se hacía con la familia o con los vecinos, utilizando uno de los frutos propios del otoño. Las castañas eran tostadas en casa o bien se compraban a las castañeras.

Actualmente, se mantiene esta costumbre sobre todo en las escuelas, esplais, agrupaciones infantiles y juveniles, y también en múltiples entidades. El otro producto gastronómico típico de estos días son los exquisitos panellets. Además, es costumbre consumir moniatos y fruta confitada en estos días.

Estas tradiciones y costumbres tan nuestras se ven desde hace algún tiempo invadidas por las que llegan de otros lugares, que son popularizadas por el cine y la televisión y que parecen teñidas de superficialidad y consumismo.

No es mi intención minusvalorarlas, pero sería una lástima que un planteamiento meramente lúdico entre la broma y el terror a base de calabazas, calaveras, brujas, fantasmas y otros seres terroríficos, acabe desplazando las seculares tradiciones de nuestra tierra, más fundamentadas en la convivencia y el encuentro festivo con la familia y los seres queridos; en la oración por nuestros difuntos, y en la contemplación de Dios, el Santo, que nos llama a la perfección.

escrito por Josep Àngel Saiz Meneses, obispo de Terrassa
(fuente: www.bisbatdeterrassa.org)

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