El sepulcro vacío
(Jn 20, 1-9)
[1] El primer día de la semana, va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro.
[2] Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto.»
[3] Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. [4] Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro.
[5] Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. [6] Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, [7] y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. [8] Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, [9] pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos.
La experiencia de María Magdalena, de Pedro y de Juan, debe ayudarnos a recordar que la fe en Jesús resucitado es mucho más que el mero asentimiento a una fórmula del credo. Y que también es mucho más que la afirmación del hecho extraordinario que le aconteció al crucificado y muerto Rabí de Nazaret hace ya más de dos mil años.
Creer en el Resucitado es tener la seguridad de que ahora mismo Jesús está vivo, más plena y definitivamente vivo aun que cuando recorría los caminos de Galilea, y que lleno de fuerza y creatividad sigue impulsando la historia humana hacia su destino último, y liberándonos de caer irremediablemente en el caos creciente que van generando el odio, la injusticia y la intolerancia.
Creer en el Resucitado es confiar en que Jesús camina con nosotros y en que, de diferentes maneras, él se hace presente en medio de las mujeres y los hombres de nuestro tiempo, anunciando la Buena Noticia de un Dios Amor, que ama a todos los seres humanos por igual, con un amor infinito y absolutamente incondicional.
Creer en el Resucitado es mantener viva la esperanza de que otro mundo es posible, y desde ahí estar dispuestos a poner el hombro y comprometernos activamente en la transformación de la realidad, animados e ilusionados por la utopía de ese Reino de justicia, de paz y de una vida digna para todos que Jesús inauguró y con cuya causa se comprometió hasta la muerte.
Creer en el Resucitado tener la convicción de que nuestra oración no es un monólogo vacío o una pérdida de tiempo, sino un encuentro fecundo con alguien que está vivo, que nos escucha y nos acepta como somos y como estamos, que nos conoce mucho más profundamente de lo que nosotros mismos nos conocemos y que por eso mismo nos entiende más y mejor que nadie, y que tiene siempre una palabra de aliento y de esperanza que nos ayuda a seguir adelante.
Creer en el Resucitado es comprender que el Evangelio es una invitación a vivir mejor, es gozo y alegría, es un camino hacia la felicidad. Es escuchar las palabras de Jesús como oferta de sentido y plenitud para nuestra vida. Y es también dejarnos interpelar por esas palabras agudas y penetrantes del Maestro, que nos llevan a cuestionar y a revisar permanentemente nuestra escala de valores, para no dejarnos seducir por los engañosos antivalores de las “fuerzas de muerte” que se agitan a nuestro alrededor.
Creer en el Resucitado es experimentar que aun hoy Jesús tiene fuerza para cambiar nuestra existencia, para dar más vida y “vida en abundancia” a todo lo bueno que hay en cada uno de nosotros, y para liberarnos de todo aquello que nos ata y nos frena, que nos entristece y deprime, que nos inquieta y angustia, o que nos quita esperanza y ganas de vivir.
Creer en el Resucitado es ser capaces de reconocerlo en los más pobres, en los débiles, en los enfermos, en los que están solos, en los excluidos, en los que reclaman por una justicia que nunca llega. Y es tomar conciencia que todos los seres humanos somos hijos de un mismo Padre, y por lo tanto, hermanos entre nosotros, lo que significa que todos somos iguales y que nadie es más que nadie, sea cual fuere su origen o procedencia, su condición social o sus logros personales.
Creer en el Resucitado es creer que él es “el primogénito de entre los muertos”, en el que se abre para todos los seres humanos la posibilidad de la resurrección, y junto con ella, la posibilidad de vivir para siempre y de alcanzar esa felicidad y plenitud que Dios sueña para cada uno de nosotros.
Creer en el Resucitado es conservar la paz en medio de las tormentas de la vida, seguros de que el mal, el sufrimiento, la injusticia y la muerte no tienen la última palabra, no son lo definitivo. Más allá, siempre nos espera la Vida, nos espera el Amor y nos espera la Felicidad. Dios es lo definitivo, y es quien tiene la última palabra sobre la historia humana y sobre nuestra propia historia. Y esa certeza es la que debe empujarnos a trabajar día a día poniendo lo mejor de nosotros mismos para construir el Reino, para que también ahora, en el “más acá”, en este mundo al que Dios ama con locura, triunfen la vida y el amor, y todos estemos en igualdad de condiciones para buscar la felicidad.
texto compartido por Sergio Vallejos.
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