Al final de la Celebración de la Última Cena de Jesús, el sacerdote que preside la ceremonia realiza una pequeña procesión trasladando al Santísimo Sacramento hacia un lugar reservado para pasar la noche hasta que ya es Viernes Santo. Esta ceremonia tiene su origen hacen varios siglos cuando los feligreses acompañaban ese traslado de la Hostia, y se dirigen a adorarlo en el lugar elegido.
Se le dice "monumento" al lugar donde se encuentra presente Jesús en toda su divinidad y humanidad, que es en el Sagrario de cada templo católico que hay en el mundo.
Oración para la Visita a los Siete Monumentos
Para cada estación o monumento: Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
Jaculatoria inicial: ¡Alabado y ensalzado sea en este Monumento, el Santísimo y Divino Sacramento!
Oración preparatoria: Oh Dios!, que en este tan admirable Sacramento nos dejaste un memorial de tu Pasión: dános, Señor, la gracia de venerar los sagrados misterios de tu Cuerpo y Sangre tan devotamente, que merezcamos experimentar en nosotros perpetuamente el fruto de tu Redención. Por el mismo Jesucristo, Nuestro Señor. Así sea.
Después de cada visita se reza un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
Primera Visita: Oración en el Huerto
Jesús se dirige confiadamente al Padre. Muestra en su oración el deseo de hacer su voluntad y lo mucho que le cuesta aceptarla. Padre mío, si no es posible que ésto pase sin que yo lo beba, hágase tu voluntad (Mt.). Se enfrenta a la muerte, al desprecio, a la traición, al dolor físico. Pero, sobre todo, se encuentra solo ante todos los pecados del mundo: engaños, delitos, impurezas, robos, abandono, olvido, blasfemias, imprudencias, vicios, traiciones, falsedades, desatinos, complicidades... Esto es lo que realmente le pesa y lo abruma.
Se podría pensar que Jesús sufre y expía la pena de los pecados pero permaneciendo intacto, alejado de esa escoria; por el contrario, la relación entre el Señor y el pecado es cercana y real. Los pecados, en cierto modo, estaban sobre El, los llevaba sobre sus espaldas: subió al madero, llevando él mismo nuestros pecados en su cuerpo (1 Pe. 2, 24) ¡Qué carga de miseria – de nuestra miseria- hechó sobre sí!
Es posible que en medio de aquella tristeza pudiera contemplar los frutos de su sacrificio: la fidelidad de tantos discípulos a través de los tiempos, las conversaciones, los que recomenzarían después de una caída, los actos heroicos de tantos hombres y mujeres, la entrega incondicional de muchos que vendrían después... Y, sobre todo, la alegría de su Padre al ser llamado así, Padre, por tantos que llegarían a ser hijos en el Hijo, hermanos suyos. Quizá todos estos frutos de su dolor ayudaron a su Santa Humanidad a repetir una y otra vez: hágase tu voluntad.
Segunda Visita: la traición de Judas
Jesús estaba aún hablando con sus discípulos cuando se presentó este grupo armado, con el traidor a la cabeza.
Nos parece imposible que un hombre que ha mirado tantas veces a Cristo, que lo ha conocido tan de cerca, pueda ser capaz de entregarlo. Porque Judas estuvo presente en muchos milagros y había experimentado la bondad del corazón de Jesús, y se sintió atraído por su palabra, y, sobre todo, recibió un trato de predilección por parte de Jesús: ¡había llegado a ser uno de sus doce más íntimos! Quizá él mismo realizó algún milagro en aquellas horas de lealtad al Maestro.
Ser entregado por uno de los suyos fue especialmente doloroso para Jesús. Aquel beso fue el primer golpe, durísimo, con el que se iniciaba su Pasión. Jesús sintió enseguida como una quemadura en el rostro.
En algunos lugares de México existen Cristos de talla, cubiertos de heridas, que llevan en la mejilla una llaga especialmente honda, llena de sangre, a la que llaman el beso de Judas. Es el beso traidor del amigo, las negaciones de quienes debíamos estar más cerca... Entonces le preguntarán: ¿qué heridas son esas...? Y responderá: Son las que recibí en la casa de mis amigos (Zac. 13, 6)
Tercera visita: Jesús es abandonado a la crueldad de los hombres
Jesús se queda solo. “ El Señor fue flagelado, y nadie le ayudó; fue afeado con salivas y nadie le amparó; fue coronado de espinas y nadie le protegió; fue crucificado y nadie le desclavó; clama diciendo: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? y nadie le socorre” (San Agustín, Comentario al Salmo 21, 2-8). Se encuentra solo ante los pecados y bajezas de todos los hombres de todos los tiempos.
Sólo Pedro lo sigue de lejos. Y de lejos, como comprendería enseguida, no se puede seguir a Jesús, pues de una forma u otra se acaba negándolo. O se lo sigue de cerca o se lo abandona. Es la experiencia de todos los días.
Lo dejaron y huyeron. Soledad de Jesús. También ahora en nuestros días, en nuestras ciudades.
No lo dejemos abandonado en nuestros sagrarios. ¡Qué solo estás a veces, Señor! ¡Qué pocos te visitan y te agradecen que te hayas quedado en nuestras iglesias! ¡Qué prisas tenemos a veces para tantas cosas de tan poco valor! ¡Qué prisas para nada!
Jesús está allí, en el sagrario cercano. Quizá a pocos kilómetros, o a pocos metros de distancia. ¿Cómo no vamos a ir a verlo, a amarlo? Allí el Maestro nos espera desde hace veinte siglos.
Cuarta visita: Jesús ante los tribunales religiosos
Anás pudo darse cuenta enseguida de que estaba ante un hombre sereno y sin miedo. No sería nada fácil condenarlo en un juicio improvisado. El anciano lo interrogó brevemente acerca de su doctrina y de sus discípulos. ¿Qué enseñaba? ¿Qué pretendía?
Yo he hablado abiertamente al mundo... ¿Por qué me preguntas? Interroga a los que me oyeron..., contestó Jesús.
Entonces, un celoso servidor le dio una bofetada, mientras le advertía: ¿Así respondes al pontífice? No era el pontífice pero, como lo había sido, lo llamaban aún así. Era la primera vez que la mano de un hombre golpeaba el rostro de Jesús. Los presentes no lo vieron, pero el Cielo entero se conmovió. El Señor recibió con paz esa violencia física inesperada. Era realmente algo bajo e indigno pegar a un hombre maniatado.
En la sábana santa ha quedado el testimonio de un golpe grande en el pómulo derecho, como el producido por una estaca o un puñetazo muy fuerte; la mejilla se halla tan inflamada que el ojo casi desaparece bajo la hinchazón.
¿Por qué me pegas?
No olvidemos que nuestras faltas y pecados fueron como los instrumentos de la Pasión (CIC N° 548): las espinas, los clavos, la mano que lo hiere... ¿Cuántas espinas, cuántos clavos han sido los nuestros... ?
Quinta visita: Mofas y burlas
Entonces los mismos miembros del Sanedrín, como escribe San Mateo, o al menos alguno de ellos, como insinúa San Marcos, se dedicaron a maltratar al Señor: comenzaron a escupirlo en la cara y a darle bofetadas. Cae la saliva sobre aquel rostro que, como escribirá San Pedro, deseaban mirar los mismos ángeles (cf. 1 Pe. 1, 12). Lo había anunciado Isaías: “Ofrecí mi cuerpo a los que me herían... y no aparté mi cara de los que me escupían y me insultaban” (Is. 50, 6).
Hemos leído y meditado en muchas ocasiones esta escena, pero realmente siempre es difícil imaginarla: lo escupían en la cara, le daban patadas, bofetones, empujones... La degradación de aquellos hombres, los guías del pueblo, era muy grande en esos momentos. El ejemplo de los maestros lo siguieron con facilidad los servidores del Templo, a quienes encomendaron su custodia durante lo que restaba de la noche. Para burlarse de su fama de profeta, le vendaron los ojos y lo golpeaban, mientras le preguntaban: Adivina, Cristo, ¿quién te ha pegado? San Lucas añade que proferían contra él otras muchas injurias.
Hacemos el propósito de no quejarnos y de ofrecer las pequeñas humillaciones de la convivencia ordinaria. También ahí, en esos detalles que parecen de poca importancia, imitamos al Señor.
Comenzaron a escupirlo... Señor, ¿cómo es posible? ¡A Ti!
Sexta visita: Las negaciones de Pedro
El Señor convirtió a Pedro -que lo había negado tres veces- sin dirigirle ni siquiera un reproche: con una mirada de Amor.
Con esos mismo ojos nos mira Jesús, después de nuestras caídas. Ojalá podamos decirle, como Pedro: “¡Señor, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amo!”, y cambiemos de vida.
¡Cómo recordaría entonces la parábola del buen pastor, del hijo pródigo, de la oveja perdida! Pedro salió fuera. Para evitar posibles recaídas, se separó de aquella situación en la que imprudentemente se había metido. Comprendió que aquel no era su sitio. Se acordó de su Maesti y lloró lleno de dolor.
El Señor no tendrá inconveniente en edificar su Iglesia sobre un hombre que lo negó en un momento de flaqueza, porque El cuenta también con los instrumentos débiles para realizar sus empresas grandes: la salvación de los hombres.
Este suceso es narrado por los cuatro evangelistas, cosa que ocurre pocas veces. No quisieron omitir este pasaje en el que la roca de la Iglesia se presentaba con tantas grietas. Desde un punto de vista exclusivamente humano, hubieran tenido muchas razones para excluirlo, pero su ejemplo de contrición y de humildad fue mucho más provechoso para los primeros cristianos y para todos.
Séptima visita: Flagelación de Nuestro Señor Jesucristo
Pilato mandó flagelar a Jesús con el fin de mover a compasión a las turbas en un último intento de librarlo de la muerte.
Era tan brutal este castigo que estaba prohibido por ley aplicarlo a los ciudadanos romanos. Los judíos no daban más de cuarenta golpes, pero Jesús fue azotado por romanos o mercenarios y éstos no tenían límite.
A veces la flagelación causaba la muerte del desgraciado.
En la sábana santa se puede apreciar que las huellas de la flagelación de Jesús se hallan ditribuidas por todo el cuerpo y no solamente por la espalda.
Si alguna vez estamos tristes o padecemos una gran contrariedad, miremos a Jesús en estas escenas de la Pasión, “lleno de dolores, todas sus carnes hechas pedazos por lo mucho que os ama: tanto padecer, perseguido de unos, escupido de otros, negado de sus amigos, desamparado de ellos, sin nadie que vuelva por El, helado de frío, puesto en tanta soledad, que el uno con el otro os podéis consolar” (Santa Teresa de Jesús, Camino de perfección, 26, 5). No es mala compañía.
Jaculatoria final: Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo y los dolores y la soledad de la Santísima Virgen. Así sea.
Jaculatorias y oración preparatoria del “Misal diario para América”
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