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lunes, 13 de agosto de 2012

Historia de la Fiesta de la Asunciòn de la Virgen María

Entre las fiestas en honor de la madre de Dios, la de la Asunción de la virgen María (15 de agosto) puede ser considerada indudablemente como la más destacada, tanto por la importancia que tuvo en ella la participación popular como por la variedad de costumbres tradicionales. Es verdad que hoy esta festividad, casi sofocada en medio de tantas manifestaciones veraniegas, ha perdido mucho de su primitivo carácter religioso y espiritual. De todas formas, dejando aparte cualquier disquisición de tipo sociológico o folclórico, vale la pena hacer una rápida alusión al alcance litúrgico de esta solemnidad, que -con las de la Inmaculada Concepción (8 de diciembre) y de María Madre de Dios (1 de enero)- puntualiza en el más alto grado celebrativo una de las principales verdades dogmáticas relativas a la humilde esclava del Señor, es decir, el destino glorioso de su alma y de su cuerpo inmediatamente después de su vida en la tierra.

Justamente afirma la Munificentissimus Deus, a propósito de la asunción de María, que "la fe de los pastores y de los fieles se manifiesta (también) en el hecho de que desde la antigüedad se celebró en oriente y en occidente una solemne fiesta litúrgica" en este sentido; resulta una vez más evidente el feliz maridaje entre la lex credendi y la ¡ex orandi, hasta el punto de que en nuestro caso no siempre resulta evidente descubrir la prioridad cronológica de la una o de la otra. De todas formas, sigue en pie el hecho de una fiesta antigua y universal, que -aunque con ritmos no uniformes, pero progresivos- capta cada vez más en el signo el misterio celebrado; resulta difícil trazar su historia (precisamente por sus fases alternativas y no siempre interdependientes), pero será sin duda muy útil, aunque sólo sea dentro de una visión de conjunto.

a) En oriente. Si es cierto el origen oriental de la fiesta de la Asunción, no se sabe sin embargo con exactitud ni el momento ni la localidad en que surgió.

La hipótesis de que se deriva de la fiesta del 15 de agosto en la iglesia mariana situada entre Jerusalén y Belén, llamada Kathisma (como resulta de un leccionario armenio de la mitad del s. v), se ha abandonado en la actualidad, ya que se trata sólo de una fiesta de la dedicación de dicho santuario, erigido en honor de la Virgen en tiempos del obispo Juvenal (422-458). También parece inverosímil una especie de traslado a esta fecha de la primitiva fiesta mariana de la Theotókos, común a casi todos los ritos orientales y puesta o después de Navidad o después de Epifanía.

Por el contrario, en un leccionario georgiano del s. viii, que refleja sin embargo prácticas jerosolimitanas anteriores, se atestigua una celebración mariana en Jerusalén, el día 15 de agosto, en la iglesia que hizo construir Eudoxia en Getsemaní. Pues bien, si tenemos en cuenta que en el s. vi se creía que en esta última iglesia estaba el lugar donde fue sepultada la Virgen, es probable que -bajo el impulso también de las narraciones apócrifas en torno a la muerte de María- esta celebración jerosolimitana del 15 de agosto asumiera el carácter de una fiesta en torno al término de su vida. Ésta es hoy la hipótesis más probable. El emperador Mauricio (582-602) ordenó luego que esta celebración tuviera lugar en todo el imperio; así, desde aquel tiempo se convirtió en una fiesta muy popular, hasta el punto de que después del año 1000 se enumeró entre los días en que había que guardar el reposo festivo.

Entre los bizantinos la fiesta de la Koimisis o Dormición es seguramente la celebración mariana por excelencia, ocupando con su presencia casi todo el mes de agosto y haciendo alcanzar con su importancia casi el vértice del año litúrgico. Efectivamente, va precedida por catorce días de preparación (la pequeña cuaresma de la Virgen) y seguida de ocho días de celebración; es decir, se abre con el primer día del mes y se extiende hasta el 23, haciendo así del mes de agosto el mes mariano bizantino. Además, si se tiene presente que el año litúrgico bizantino comienza el 1 de septiembre y se cierra el 31 de agosto, hay que decir que María lo abre con su aparición en el mundo (Natividad de la Virgen) y lo cierra con su regreso a Dios (Dormición); así, para los orientales todo el año eclesiástico se pone bajo el patrocinio de la gran madre de Dios.

b) En occidente. La fiesta de la Asunción pasó a occidente por diversos caminos. En lo que se refiere a Roma, hay que decir que Gregorio Magno (+ 604) no conoce todavía ninguna fiesta mariana particular (a no ser, quizá, la memoria genérica de María como Madre de Dios "in octavas Domini'); que, de todas formas, el Sacramentario de Verona no dice nada sobre el 15 de agosto; y que el Gelasiano antiguo lleva ciertamente un formulario de misa titulado "in adsumptione sanctae Mariae", pero se trata de una interpolación galicana; realmente, excepto el título, no contiene ninguna alusión al hecho de la asunción.

Solamente con el papa siriaco Sergio 1 (687-701) se tiene noticia de cuatro fiestas marianas en Roma; en efecto, con su constitutum decreta que las fiestas de la Natividad, de la Anunciación, de la Purificación y de la Asunción de María se celebren con una procesión solemne, que recorría las calles de Roma para terminar en Santa María la Mayor. Pues bien, según un rito común a todas las procesiones similares, el cortejo, que se reunía en la iglesia estacional (= collecta), no emprendía la partida más que después de cantar una oración (= oratio ad collectam): la fórmula prescrita para la Asunción es célebre y comienza con las palabras "Veneranda nobis", como puede leerse en el Sacramentario gregoriano del papa Adriano 1. La procesión, que, por la intervención de las corporaciones romanas, por la afluencia de muchos peregrinos y por sus características de procesión nocturna, gozó durante siglos de una fama singular, fue suprimida en 1566 por Pío V debido a varios abusos.

De todas formas, es cierto que la fiesta de la Asunción de la Virgen fue introducida en Roma durante el s. vil y, al parecer, por una lenta infiltración de los monjes orientales que habían emigrado en masa a occidente en los primeros decenios de aquel siglo debido a las invasiones persas y árabes. Allí se afianzó rápidamente: a finales del s. viii era de las poquísimas fiestas que tenían una vigilia con ayuno; León IV (t 855) le añadió la octava; y en 863 el papa Nicolás I en sus Instrucciones a los búlgaros la equiparó a Navidad, Pascua y Pentecostés. Además, durante la edad media, la celebración litúrgica iba acompañada de diversas prácticas populares, sobre todo en el norte, como la bendición de los campos y de las primicias de la cosecha.

Las reformas litúrgicas de nuestro siglo no sólo no han tocado esta solemnidad mariana, sino que incluso la han enriquecido con formularios cada vez más elocuentes por su significado. De esta forma -cosa totalmente natural y consiguiente-, la definición dogmática del 1 de noviembre de 1950 llevó a una total revisión de los textos de la anterior misa Gaudeamus. No valdría la pena subrayar este cambio radical si no revelase, por contraste, cuán discreto y estrictamente neutro se consideró -al menos en lo que atañe a la asunción corporal- el formulario romano precedente, que había permanecido casi sin variar desde sus orígenes, o sea, desde el s. vii-viii.

Efectivamente, en el Sacramentario de Adriano tan sólo la oración Veneranda nobis se distingue por su precisión doctrinal: "... In qua sancta Dei Genetrix mortem subiit temporalem, nec tamen mortis nexibus deprimi potuit..." Sin embargo, al no pertenecer a las oraciones de la misa, sino tan sólo a la procesión estacional romana, esa oración se quedó sin su objetivo específico fuera de Roma y acabó desapareciendo del formulario, cuando el Misal romano se difundió por todo el occidente. Pues bien, también la misa Signum magnum de 1951, que debe sus contenidos a la Munificentissimus Deus, se ha visto en parte superada por la reflexión global sobre la Virgen que ha desarrollado el Vat 11 en donde el acontecimiento asuncion ha encontrado nuevos aspectos. Por tanto, también este formulario litúrgico se ha visto justamente enriquecido en el nuevo Misal de Pablo VI de 1970, que de nuevo da lugar a una "Misa vespertina de la vigilia", por desgracia con oraciones más bien genéricas. Así pues, nos quedamos con la "Misa del día", cuyos textos, tanto eucológicos como bíblicos, parecen más expresivos y válidos en el contexto teológico posconciliar de nuestros días.

extraido de mercaba.org

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