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martes, 12 de noviembre de 2013

Tres visiones del infierno absolutamente aterradoras

Si las visiones de los santos son mínimamente cercanas a la verdad, el infierno es real y terrible. Nadie debería querer ir.

 El juez del Tribunal Supremo de Estados Unidos Antonin Scalia afirma creer en el infierno y en el diablo y se han burlado de él, pero los partidarios de Scalia son mucho más importantes que sus críticos: aparte de la mayoría de los norteamericanos, tanto Jesús, el hijo de Dios, como su vicario, el Papa Francisco, hablan constantemente del infierno en sus enseñanzas.

El infierno es real y para los católicos su existencia es un dogma. El Concilio de Florencia estableció en 1439 que “las almas de los que mueren en pecado mortal actual, o solo en el pecado original, descienden rápidamente al infierno”.

Ya que es un lugar en el están solo los que están muertos, no pueden tener acceso al infierno los que todavía están vivos, al menos en circunstancias ordinarias. Sin embargo, muchos santos y no santos en el transcurso de la historia de la Iglesia afirmaron haber vivido experiencias místicas del infierno y las han descrito. A continuación detallaremos tres de estas descripciones:

El Catecismo afirma claramente que el papel de las revelaciones privadas “no es el de ‘mejorar’ o de ‘completar’” el depósito de la fe, sino el de “ayudar a vivirla más plenamente en una determinada época histórica”. El relato de estas visiones sirven para ayudar a las personas a tomar más seriamente la realidad del reino eterno de los condenados: dos de las visiones que proponemos son del siglo XX.


“Densa oscuridad”: Santa Teresa de Ávila

La gran santa del siglo XVI, Teresa de Ávila era una religiosa y teóloga carmelita. Es una de los 35 doctores de la Iglesia. Su libro “El castillo interior” está considerado uno de los textos más importantes sobre la vida espiritual. En su autobiografía, la santa describe una visión del infierno que creía que Dios le había concedido para ayudarla a alejarse de sus pecados.

“La entrada me parecía un callejón largo y estrecho, como un horno muy bajo, oscuro y angosto; el suelo, un lodo de suciedad y de un olor a alcantarilla en la que había una gran cantidad de reptiles repugnantes. En la pared del fondo había una cavidad como de un armario pequeño encastrado en el muro, donde me sentí encerrar en un espacio muy estrecho. Pero todo esto era un espectáculo agradable en comparación con lo que tuve que sufrir” […].

“Lo que estoy a punto de decir, sin embargo, me parece que no se pueda ni siquiera describirlo ni entenderlo: sentía en el alma un fuego de tal violencia que no se como poderlo referir; el cuerpo estaba atormentado por intolerables dolores que, incluso habiendo sufrido en esta vida algunos graves […] todo es incomparable con lo que sufrí allí entonces, sobre todo al pensar que estos tormentos no terminarían nunca y no darían tregua”. [...].

“Estaba en un lugar pestilente, sin esperanza alguna de consuelo, sin la posibilidad de sentarme y extender los miembros, encerrada como estaba en esa especie de hueco en el muro. Las misas paredes, horribles a la vista, se me venían encima como sofocándome. No había luz, sino unas tinieblas densísimas” [...].

“Pero a continuación tuve una visión de cosas espantosas, entre ellas el castigo de algunos vicios. Al verlos, me parecían mucho más terribles [...]. Oír hablar del infierno no es nada, como tampoco el hecho de que haya meditado algunas veces sobre los distintos tormentos que procura (aunque pocas veces, pues la vía del temor no está hecha para mi alma) y con las que los demonios torturan a los condenados y sobre otros que he leído en los libros; no es nada, repito, frente a esta pena, es una cosa bien distinta. Es la misma diferencia que hay entre un retrato y la realidad; quemarse en nuestro fuego es bien poca cosa frente al tormento del fuego infernal. Me quedé espantada y lo sigo estando ahora mientras escribo, a pesar de que hayan pasado casi seis años, hasta el punto de sentirme helar de terror aquí mismo, donde estoy” [...].

“Esta visión me procuró también una grandísima pena ante el pensamiento de las muchas almas que se condenan (especialmente las de los luteranos que por el bautismo eran ya miembros de la Iglesia) y un vivo impulso de serles útil, estando, creo, fuera de dudas de que, por liberar a una sola de aquellos tremendos tormentos, estaría dispuesta a afrontar mil muertes de buen grado” […].


“Horribles cavernas, vorágines de tormentos”: Santa María Faustina Kowalska

Santa María Faustina Kowalska, conocida como Santa Faustina, era una monja polaca que afirmaba haber tenido una serie de visiones que incluían a Jesús, la Eucaristía, los ángeles y varios santos. De sus visiones. Registradas en su Diario, la Iglesia recibió la ya popular devoción a la coronilla de la Divina Misericordia. En un pasaje de finales de octubre de 1936, ella describe una visión del infierno:

“Hoy, guiada por un ángel, he estado en los abismos del Infierno. Es un lugar de grandes tormentos en toda su extensión espantosamente grande. Estas son las varias penas que he visto: la primera pena, la que constituye el infierno, es la pérdida de Dios; la segunda, los continuos remordimientos de conciencia; la tercera, la conciencia de que esa suerte no cambiará nunca; la cuarta pena es el fuego que penetra el alma, pero que no la aniquila; es una pena terrible: es un fuego puramente espiritual, encendido por la ira de Dios; la quinta pena es la oscuridad continua, un hedor horrible y sofocante, y aunque está oscuro, los demonios y las almas condenadas se ven entre sí y ven todo el mal propio y de los demás; la sexta pena es la compañía continua de Satanás; la séptima pena es la tremenda desesperación, el odio a Dios, las imprecaciones, las maldiciones, las blasfemias”.

“Estas son penas que todos los condenados sufren juntos, pero esto no es el final de los tormentos. Hay tormentos particulares para varias almas que son los tormentos de los sentidos. Cada alma, con lo que ha pecado, es atormentada de forma tremenda e indescriptible. Hay cavernas horribles, vorágines de tormentos, donde cada suplicio es distinto del otro. Haría muerto a la vista de esas horribles torturas si no me hubiese sostenido la omnipotencia de Dios. Que el pecador sepa que con el sentido con el que haya pecado será torturado por toda la eternidad. Escribo esto por orden de Dios, para que ningún alma se justifique diciendo que el infierno no existe, o que nadie ha estado nunca y que nadie sabe cómo es”.

“Yo, Sor Faustina, por orden de Dios, he estado en los abismos del infierno, con el fin de contarlo a las almas y atestiguar que el infierno existe. Ahora no puedo hablar de esto. Tengo la orden de Dios de dejarlo por escrito. Los demonios han demostrado un gran odio contra mí, pero por orden de Dios han tenido que obedecerme. Lo que he escrito es una débil sombra de las cosas que he visto. Una cosa he notado, y es que la mayor parte de las almas que hay allí son almas que no creían que existía el infierno. Cuando volví en mí, no conseguía recuperarme del espanto, pensando que las almas allí sufren tan tremendamente, por esto rezo con mayor fervor por la conversión de los pecadores, e invoco incesantemente la misericordia de Dios para ellos. Jesús mío, preferiría agonizar hasta el fin del mundo, entre los peores sufrimientos, antes que ofenderte con el mínimo pecado” (Diario di Santa Faustina, 741).


“Un gran mar de fuego”: sor Lucía de Fátima

Sor Lucia no es una santa, pero es una de las destinatarias de una de las revelaciones privadas más importantes del XX siglo, sucedida en Fátima (Portugal). En 1917 era uno de los tres niños que afirmaba haber experimentado numerosas visiones de la Beata Virgen María. Declaraba que María les mostró una visión del infierno que ella describió así en sus Memorias:

“[María] Ella abrió de nuevo Sus Manos, como había hecho los dos meses anteriores. Los rayos [de luz] parecía que penetrasen la tierra y nosotros vimos como un vasto mar de fuego y vimos a los demonios y las almas (de los condenados) inmersos en el”.

“Estaban como tizones ardientes transparentes, todos ennegrecidos y quemados, con forma humana, ellos se movían en esta gran conflagración, a veces lanzados al aire por la llamas y absorbidos de nuevo, junto a grandes nubes de humo. Otras veces caían por todas partes como chispas en fuegos enormes, sin peso o equilibrio, entre gritos y lamentos de dolor y desesperación, que nos aterrorizaban y nos hacían temblar de miedo (debe ser esta visión la que me hizo llorar, como dice la gente que me oyó)”.

“Los demonios se distinguían (de las almas de los condenados) por su aspecto aterrador y repelente parecidos a animales horrendos y desconocidos, negros y transparentes como tizones ardientes. Esta visión duró solo un segundo, gracias a nuestra buena Madre Celeste, que en su primera aparición había prometido llevarnos al Paraíso. Sin esta promesa, creo que habríamos muertos de terror y de espanto”.

¿Alguna reacción? Podemos confiarnos a la misericordia de Dios en Cristo, y evitar así cualquier cosa que se acerque a esta descripción, transcurriendo la eternidad en unión con Dios en el Cielo.

(fuente: www.aleteia.org)

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