De la actitud misericordiosa de Jesús frente a los publicanos y pecadores, con quienes come y comparte mesas y encuentros; de su recorrer los lugares de marginalidad de su tiempo, brota una pregunta que cuestiona el orden establecido en aquel tiempo por los maestros de la ley, que compartían ese mismo título de maestría con Jesús. La pregunta es ¿cómo es que éste se sienta así, con ellos? Jesús responde diciendo que lo que parece perdido, no está perdido y en realidad a los que están perdidos hay que ir a buscarlos y encontrarlos. Misericordia quiero, y no sacrificios. Los pecadores, ciegos, paralíticos, leprosos y publicanos vivían al límite, al margen, en las orillas de las ciudad. Allí Jesús se para frente a ellos, invitándolos a recomenzar una vida nueva.
Hoy puede ser para nosotros uno de esos días en que podamos definir los márgenes que limitan nuestra existencia. Allí el Señor se acerca para llamarnos a vivir de una manera nueva, donde el Señor nos contiene y en su Amor nos abraza para que vivamos en plenitud con Él. Reconocer los márgenes por donde nuestra vida se pone en situación de límite y dejarnos rescatar por Jesús. Cuando Jesús se acerca a las situaciones límites de nuestra vida lo hace con la ternura, la dulzura, la firmeza y el amor de un pastor que, al ver que uno se le está por perder, va a su encuentro y desde lo lejano lo trae hacia donde se encuentra el rebaño.
Así el Señor sale a buscarnos, va a nuestro encuentro, nos carga sobre los hombros y nos acerca hacia donde están los otros hermanos. Cuando nos movemos sobre situaciones que son límites, habitualmente estamos desconectándonos de los demás, desenchufándonos del resto. Y el Señor, al llevarnos a su rebaño, nos dice que nuestra vida tiene sentido cuando es con los otros. Estamos hablando de los límites en términos de los riesgos que nuestra vida corre, cuando sin control vamos más allá de lo que nos corresponde. Hasta allá va Jesús.
Posiblemente esto te ha ocurrido en otro tiempo y vos puedas ser testigo hoy de cómo el Señor te rescató de los lugares donde tu vida se había enredado o perdido. El Señor te encontró, y te dejaste encontrar. Y te cargó sobre los hombros y te llevó a donde nunca debías haber salido. Y cuando volviste, te encontraste con que aquel lugar al que pertenecías, también era nuevo, a pesar de resultarte familiar. Hay lugares de rescate que son contundentes y uno dice si Dios no hubiese estado presente allí, mi vida hubiera sido un desastre. Hay otras situaciones en las que hubo una corrección a tiempo y de no haber sido así, hubiéramos terminado muy mal. Hay formas y formas, pero todos de una u otra manera hemos sido rescatados.
Cuando Dios apareció en esos lugares límites, lo hizo sin dudas -porque así actúa Él (lo dice la Palabra y lo testimoniamos cada uno de nosotros)- con fuerza, con poder y con cariño, con ternura. Así se da Dios. Así nos da Dios la mano y nos rescata. Es la omnipotente ternura, que sale en búsqueda de la oveja perdida, la que Dios también aplicó con nosotros. Y también lo quiere hacer con todos los hermanos que, por distintos motivos, sin conocerlo, han perdido el rumbo y así juegan con los límites haciendo que su vida, posiblemente, pierda el sentido.
La respuesta que uno anda buscando por la vida no está en las riquezas ni en el tener, no está en el creer que uno lo puede todo por sí mismo. Está en Él. Y el Señor se encarga de hacérnoslo notar, particularmente cuando viene a nosotros para rescatarnos del lugar donde estamos perdidos.
Rescatados con misericordia salir a rescatar a otros
En el texto paralelo de Lucas del Evangelio de hoy, el evangelista apunta el motivo y la posición exacta de la parábola del buen pastor que sale a buscar a la oveja perdida: los fariseos letrados decían que los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo y murmuraban entre sí éste acoge a los pecadores y come con ellos. Y entonces el Buen Pastor responde con esta parábola, que lo pinta de pies a cabeza.
Un buen pastor sale a buscar al que está enredado, al que más lo necesita; lo busca con amor tierno, con fuerza y cariño, le da la mano para salir adelante. Cuando hemos experimentado esto en la propia vida, somos capaces de aplicarlo para con la vida de los demás. Y por eso también nosotros a veces somos artífices de ese pastoreo con los hermanos que más lo necesitan. Y el Señor espera justamente eso de nosotros: que seamos con Él buenos pastores.
En este sentido, no nos alcanza ni sirve tener un juicio crítico sobre lo que ocurre. Nosotros, que tenemos la posibilidad, tal vez, de haber recibido la luz que nos permite encontrar un sentido definitivo a la vida y ordenarla hacia la trascendencia, podemos tener una mirada muy crítica de lo que no está ordenado en función de este sentido.
Sin embargo, de nada nos sirve el ver con claridad que la vida de otros hermanos se pierde cuando está carente del encuentro con el Dios que nos trasciende -el Único que le da sentido a la vida- si esa mirada aguda, crítica, concreta (y además constatable, al ver cómo el materialismo, la sexualidad desordenada, el alcohol como escape que es al principio tomado por diversión entre los jóvenes y termina siendo la droga más barata, que hace perder tantas vidas) nos mantiene en un lugar donde no estamos afectados por todo aquello. Lo que se espera de nosotros es que salgamos al encuentro de estas realidades como buenos pastores, habiendo sido nosotros también rescatados.
Ponernos en contacto con los lugares de donde fuimos rescatados por el buen pastor que nos cargó sobre los hombros, nos ayuda para volver sobre el lugar de la reconciliación y desde allí, animarnos a buscar a otros que necesitan de este mismo gesto de amor y misericordia de Dios. Porque además de haber sido rescatados por el Señor, seguramente el Señor se valió de instrumentos humanos para rescatarnos, tuvimos buenos pastores para ayudarnos.
La motivación del Señor para rescatar a otros no está en la razón ni en el deber ser, sino en la misericordia, en la locura del amor que nos tiene, que lo hace dejar a noventa y nueve para ir en busca de la oveja perdida.
Cuando vemos cómo nos rescató el Señor, es porque Dios nos amó con locura. Eso nos puso en contacto con el corazón mismo de Dios. Hoy queremos conducirnos hacia el amor misericordioso de Dios, que es algo tan misterioso e increíble. El gran amor con el que Dios impulsa todas sus obras, incluida Radio María, es inabarcable. Así lo hemos experimentado, hasta la locura, el amor de Dios.
Seguramente vos también, experimentaste el amor de Dios, que nos invita a ir con Él hasta donde nos quiera llevar. Es Jesús quien nos rescata, nos pastorea y nos invita a pastorear a otros.
escrito por Padre Javier Soteras
(fuente: www.radiomaria.org.ar)
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